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RESPONSABILIDAD Y TRATAMIENTO DEL PROBLEMA DE UNA FAMILIA.

Autor: Abelin Sas, Graciela

En el curso de mi trabajo me he encontrado frecuentemente con hombres y


mujeres que, si bien legalmente serían considerados ciudadanos altamente
responsables son, sin embargo, incapaces de asumir responsabilidad sobre las
posibles consecuencias de sus actos en la cotidianeidad relacional. Aún más, si a
través del subterfugio de la dramatización fueran testigos de la imitación de sus
propios actos, los juzgarían severamente, sin reconocimiento de pertenencia.
Sabemos que para muchos de nosotros el conocimiento de cómo actuamos, los
valores que adoptamos, y las razones que sostienen actos y valores se mantienen
no pensados, no articulados y por lo tanto velados.

A menos que nos esforcemos en conocer nuestras propias limitaciones a través de


las múltiples repercusiones que generan en nuestra vida, necesitamos muy
frecuentemente de la lectura de un “otro” que nos ayude a corregir nuestra
ceguera, revelándonos así la naturaleza calificativa de nuestra libertad interior.
Para muchos, esta libertad se mantiene limitada, bien que como personas políticas
y jurídicas nos consideramos miembros libres de una sociedad más o menos
democrática. Esta ausencia de libertad interior afecta enormemente nuestra
capacidad de actuar en forma responsable en nuestro entorno social, así como
también en nuestra relación con aquellos a quienes deseamos proteger.

Si aceptamos la visión de Levinas de Justicia como la infinita responsabilidad por


el otro, y de dicha responsabilidad como lugar en el cual se sitúa la inútil
subjetividad, donde el privilegio de la pregunta “¿adónde?”, no existe (Levinas,
1980), debemos preguntarnos cómo podríamos alcanzar ese ideal ético. Podemos
declarar que de acuerdo con nuestro conocimiento la responsabilidad que
ejercemos tomando en consideración a otros satisface las más estrictas
exigencias de nuestros códigos morales. Pero, ¿somos suficientemente
conocedores de nuestros actos?, ¿a qué fuerzas inconscientes quedamos
sometidos, incapaces de reconocer su poder? Y por tal, ¿hasta qué punto somos
verdaderamente libres?

Este trabajo es una reflexión sobre la dificultad de adquirir la libertad necesaria


para lograr ser completamente responsables de nuestros actos. Trataré de
demostrar que el nivel de responsabilidad emocional está íntimamente conectado
al nivel de libertad que somos capaces de adquirir sobre estructuras inconscientes
predeterminadas, y que el esfuerzo requerido para obtenerlo es arduo. El
cuestionamiento de nuestras convicciones, valores éticos y lealtades es
equivalente a una revolución interior en la cual nuestros sentimientos de identidad
y coherencia se hallan temporalmente suspendidos en la búsqueda de auto-
conocimiento. Si embargo, a medida que nuestro auto-conocimiento aumenta,
también aumenta nuestra capacidad de ser responsables por nuestros actos y por
nuestra vida, así como por la vida de los demás.

Como ejemplo de esta evolución, mencionaré la experiencia de una mujer


extremadamente capaz e inteligente quien sentía un profundo arrepentimiento por
haber elegido a una niñera autoritaria, rígida y severa para cuidar de su hijo
durante sus primeros seis años de vida. Durante el tratamiento comprendió que
esta niñera se parecía a una figura interior autoritaria inconsciente cuya insistente
presencia impregnaba muchos aspectos de su propia vida. La adquisición de
autoridad sobre su propia vida era un paso previo necesario para poder así
beneficiar a su hijo.

Si bien aceptar responsabilidad por nuestras propias acciones está relacionado a


un sentimiento de culpa altamente desarrollado, la estimulación de un accionar
reparador demanda tomar una cierta distancia del sentimiento de culpa. Si el
sentimiento de culpa fuera muy intenso podría provocar desesperanza y
consecuentemente auto devaluación, autor reproche y parálisis (Winnicott, 1965).
La desesperanza abrumadora del sentimiento de culpa muy frecuentemente actúa
como fuerza obstructiva al conocimiento y al cambio.

El "Mito Estructurante de la Personalidad" (DeGregorio) ha ofrecido un núcleo


organizador a esta reflexión psicoanalítica sobre responsabilidad y culpa. El “Mito
Estructurante de la Personalidad” puede ser entendido como el conjunto de
condiciones que definirán nuestra existencia antes de nuestro nacimiento,
entendiendo por tal que ya hemos adquirido presencia en las expectativas de
nuestros antecesores. Así, sin poder evitarlo, somos agobiados por múltiples
expectativas, transferencias y sueños positivos y negativos, conscientes e
inconscientes, antes de que podamos definir algunos de los nuestros. En este
sentido, somos incapaces de saber hasta qué punto nuestros deseos en ciernes
satisfacen los deseos de “otros”—conocidos y desconocidos para nosotros—más
que los nuestros.

Bien que solamente haciendo uso de un modelo utópico podríamos examinar los
orígenes de la conducta criminal en cada situación legal, propongo que el encarar
la complejidad de cada situación, incluyendo parámetros conscientes e
inconscientes, podría ayudarnos a evaluar más correctamente cada caso
individual (Chessler, 1993). Bien sabemos que la necesaria restricción de
libertades civiles podría no incrementar el nivel de compasión o consideración del
individuo criminal, así como tampoco ayudarle a darse cuenta de los derechos de
otro ser humano. ¿Cuál sería el resultado para el individuo criminal de la inclusión
en el juicio de una posición abarcativa?

Nos serviremos de un grupo familiar para profundizar nuestra indagación acerca


de la relación entre culpa, responsabilidad consciente e inconsciente, y la
posibilidad de un juicio abarcativo.

Años atrás, la familia Silver me consultó en un estado de gran desolación.


Acostumbrados a sentirse una familia unida y afectuosa, se encontraban ahora
divididos y desorientados. Por un lado estaba Rita, la madre, y Martha, de 26
años, hija de su primer matrimonio. Por el otro estaban Jonás, el padre, y sus los
dos hijos en común de este matrimonio: Max, de 23, y Mónica, de 20. El problema
se había originado algunos meses antes cuando, para consternación de sus
padres, que nunca habían sospechado nada, Max acusó a su medio-hermana
Martha de haberlo atormentado y haber abusado emocionalmente de él cuando
era niño. De allí en adelante, Max rehusó ver a Martha o estar en cualquier
encuentro familiar donde ella fuera invitada. Un incidente había inmediatamente
precedido este desarrollo: en una reunión familiar Martha presentó su nuevo novio
a Max diciendo “este hombre será tu nuevo hermano.” Max reaccionó
intensamente. Las palabras de su hermana habían reavivado evidentemente
serios conflictos largamente pendientes.

Martha se sintió profundamente afectada por el interrogatorio del cual fue sujeto,
así como también por la atención que su familia prestó al informe de su hermano.
Por el contrario, ella no recordaba nada más que la “habitual” burla y juego infantil.
Para su descrédito, Martha había tenido en su adolescencia una tendencia a
contar historias que eran solamente en parte verdaderas, donde su familia y ella
misma aparecían más prestigiosas de lo que realmente eran. A esto le había
seguido una reputación de no ser confiable, aunque ese problema ya había sido
superado. Luego de este incidente, Max—en parte debido a su estado emocional y
en parte a su dificultad para establecer una relación satisfactoria con una mujer—
decidió comenzar terapia.

Rita, la madre, encontró todo este desarrollo tan doloroso que sintió que apenas
podía seguir existiendo. Jonás, el padre, se volvió cada vez más inflexible
respecto de lo difícil que Martha había sido a lo largo de los años—“egocéntrica,
mentirosa, desobediente y desconsiderada”—mientras sus otros dos hijos (los de
ambos) habían sido atentos y responsables como él y su esposa. Naturalmente,
esta diatriba acusatoria contra Martha y el apoyo “no tan secreto” de Jonás hacia
su hijo Max en su deseo de venganza hicieron que su esposa insistiera en que él
nunca había querido realmente a su hijastra tanto como a sus dos hijos biológicos.

Rita y Jonás se habían conocido cuando Martha tenía dos años y medio. Jonás no
sólo se enamoró de Rita sino también de su pequeña hija, quien a su vez se
apegó profundamente a él. El padre biológico de Martha había abandonado el
hogar cuando ella era apenas una infante. Rita veía como un terrible pecado el
haber elegido por primer esposo a un hombre que había abandonado a ella y a su
hija poco después de su nacimiento. Su propio padre recalcaba esta visión al
declarar que Rita debía estar por siempre agradecida a su nuevo esposo Jonás
por haberla aceptado a ella, una madre abandonada.

Martha se apegó cada vez más a su nuevo padre, hasta que Rita y Jonás tuvieron
un hijo varón, Max, cuando Martha tenía 4 años. La pequeña niña no sólo
reaccionó negativamente ante las nuevas noticias, sino que también desarrolló un
cuadro asmático que persistió con cierta severidad por muchos años. Dos años
más tarde nació una niña, Mónica, lo que no alivió en manera alguna la situación.

Cuando los Silver me consultaron, ya cada uno de ellos había hecho sus propias
suposiciones acerca del problema. Por ejemplo, el enojo y las acusaciones de
todos los integrantes de la familia hacia Martha convencieron a Rita de que ella
era la única que la quería y que, si ella muriera, Martha quedaría abandonada a su
suerte. Esta trágica declaración me llamó la atención. Martha era una mujer joven
y fuerte, entusiasta e independiente, con una relación de pareja estable. ¿Qué
edad tenía Martha a los ojos de su madre? ¿Cuál era el origen real de esta
profunda escisión en el grupo familiar?

Jonás se quejaba de que el nivel de desesperanza y angustia que su esposa


sentía con respecto a la situación desarrollada entre Max y Martha hacia imposible
que él fuera escuchado y pudiera expresar su desacuerdo con ella. Jonás se
refería a las muecas de desaprobación disgustada que aparecían en la cara de su
compañera por lo demás comprensiva y afectuosa que ahora se mostraba alejada
y fría. En su opinión, cada vez que hablaban de Martha, Rita prestaba caso omiso
a incongruencias, haciendo concesiones hacia esta hija que nunca hubiera hecho
con respecto a sus otros dos hijos. Jonás se daba cuenta ahora, tardíamente, de
que él se había sentido profundamente intimidado por las airadas amenazas que
Rita había hecho ocasionalmente a lo largo de los años, de llevarse a Martha con
ella y dejar los otros dos niños con él. Se había sentido intimidado al punto de no
confrontar ni expresar sus muy diferentes puntos de vista.

En efecto, con respecto a Martha, las percepciones de ambos eran dispares: en lo


que concernía a su madre, Martha era una niña traumatizada y perturbada que
requería un tratamiento especial, mientras que su padrastro Jonás la presentaba
como una persona con problemas de conducta y personalidad relacionados con la
manera en que él y su esposa la habían criado y educado.

Los otros hijos, Max y Mónica, sentían que sus protestas sobre Martha habían sido
desde siempre silenciadas por su madre. Martha siempre había sido eximida “por
estar pasando un momento difícil,” se les había pedido a ellos que la
comprendieran y la perdonaran sin tomar en cuenta las acusaciones como
correspondientes a una realidad. Ellos expresaban que esta negación que su
madre ejercía sobre sus protestas e, incluso, sobre sus percepciones los había
herido y era peor que el temperamento pasional, exigente y difícil de Martha.

Martha estaba desconcertada ante el aislamiento que sus hermanos y su padre le


hicieron sentir en los meses que siguieron a las acusaciones de Max. Sentía que
el estado de ánimo de su padrastro, silenciosamente recriminador y ofendido,
caracterizaba la mayoría de sus intercambios. Los rígidos valores que cada
integrante de la familia había adoptado hacia ella mantenían, al entender de
Marta, un excesivo énfasis en lo que ella veía como las rencillas habituales entre
niños pequeños y sentía que la casa de sus padres nunca había proveído el
ambiente de libertad que ella hubiera deseado para su propia familia.

Como se hizo evidente, cada uno de los participantes adhería rígidamente a esta
trama de ideas discordantes.

La intervención terapéutica, que se llevó a cabo durante 14 meses, tuvo las


siguientes características: la familia nunca fue vista en su totalidad. Esto se debió
a que Max rehusaba encontrarse con su hermanastra Martha. Los padres eran
vistos sobre todo como pareja. Luego con cada uno de sus hijos separadamente.
Varias sesiones tuvieron lugar con Martha y sus padres. Los hijos eran vistos por
parejas: Max con Mónica, Martha con Mónica. Hacia el final del tratamiento Martha
y Max aceptaron tomar algunas sesiones juntos.

La indagación sobre la historia familiar reveló elementos significativos. Los padres


de Rita vivían en Francia: su padre era judío. Cuando bajo el poder de Hitler la
situación en Alemania se tornó cada vez más peligrosa, los abuelos paternos, que
en ese entonces vivían en Hamburgo, se refugiaron en Francia. Así fue que la
abuela paterna de Rita cuidó de ella desde su nacimiento hasta los cinco años de
edad, cuando la Gestapo secuestró en Francia a ambos abuelos. Esta abuela se
llamaba Martha. Después de su desaparición, la pequeña Rita nombró a cada una
de sus muñecas Martha. Ese fue también el nombre que Rita, durante su primer
matrimonio dio a su hijita.

Poco después del secuestro de los abuelos, los padres de Rita huyeron con sus
cuatro hijos. Cuando Rita tenía diez años, llegaron a Estados Unidos. Algunos
años más tarde, Rita se enamoró profundamente de un joven que no era judío. Su
padre se negó rotundamente a dar su consentimiento para el matrimonio. Si bien,
por temperamento, Rita era obediente, sumisa y extremadamente apegada a su
padre, su actitud generó gran tensión entre ellos. Rita encontró rápidamente un
sustituto a su gran amor prohibido: el hombre que luego sería el padre de Martha.
Retrospectivamente, Rita pensaba que un enojo vengativo contra su padre y la
necesidad de alejarse de su madre, controladora y fría, habían precipitado ese
triste y corto matrimonio.

Ofreceré un pantallazo panorámico de las hipótesis que ofrecí a la familia Silver—


no en el orden en las que aparecieron, pero de forma que me permita organizar
mejor este material complejo y su evolución posterior.

Le hice notar a Rita que siempre se había sentido responsable por la desaparición
de su abuela Martha. Ella respondió recordando haber pensado que si hubiera
sido una niña buena, su abuela nunca habría sido llevada para siempre a lo que
ella pensó era un “orfanato”. Explicó que su madre solía amenazarla con mandarla
al orfanato en el pueblo vecino si no se comportaba debidamente. Comprendimos
que la niñita imaginó que su adorada abuela en vez de ella, había sido víctima de
sus caprichos infantiles y así se había explicado su desaparición súbita e
inesperada. Las tantas muñecas a las cuales nombró Martha, nombre de su
amada abuela, mostraban en mi opinión la intensidad de su deseo de rescatar, de
volver a la vida y cuidar a su abuela.

La prohibición de su padre de casarse con el hombre que ella amaba precipitó su


deseo de libertad. Concordé con Rita en que se había casado para poder irse de
su casa y liberarse rápidamente de la autoridad de sus padres. En ese sentido,
Martha, su pequeña hija, se volvió símbolo de su secreta desobediencia hacia la
autoridad paterna y por ello, objeto de culpa. No mejoró la situación el hecho del
abandono por el padre biológico, el que la niña debió aceptar otro padre—no
importaba cuán afectuoso fuera—que tuvo que aceptar el nacimiento de dos
nuevos hermanos, ni el desarrollo de una condición asmática grave. Es más,
Jonás había ingresado en la vida de Martha como un padre devoto, pero también
había alterado la vida de la niña en su experiencia de Rita como mujer, más allá
que madre. Era mi sospecha de que además de ser amada por su madre, Martha
era temida como autoridad que podía señalarla de un dedo acusatorio.

Pude comprender que Rita había transferido reproches hacia su padre a su


esposo Jonás, lo cual le permitía mantener una versión idealizada del primero. Por
ejemplo, la acusación de que Jonás no amaba a Martha se originaba en parte en
el sentimiento de que su propio padre había prestado mayor atención a sus
creencias religiosas que al bienestar de su hija. En este sentido la había
desilusionado. Rita no era consciente de su intenso enojo hacia su padre
idealizado. Tampoco era consciente de que, cuando niña, había interpretado la
inexplicable partida de su abuela como una consecuencia de su propia conducta.
Esta imagen de sí misma como traidora y culpable forzaron a Rita a interminables
actos de abnegación y sacrificio para poder reafirmar su bondad. Reforzando esta
construcción inconsciente, Jonás adquiría para ella el papel de agente de la
Gestapo a punto de crear una escisión entre su mítica abuela Martha y ella. Un
profundo afecto y consideración por el otro en esta pareja fueron necesarios para
contrarrestar este guión invisible, el cual, desconocido para todos, tenía sin
embargo un efecto deletéreo sobre todo el grupo familiar.

Retornemos ahora a Jonás, quien veía la historia de su propia vida repetirse una
vez más: en su familia de origen, su hermana lo había desplazado totalmente en la
recepción de cariño materno y aprecio paterno. Jonás creció siendo un niño sin
voz, cuyas necesidades nunca fueron tomadas en cuenta. Jonás explicaba que
sus padres, absortos en sus propios asuntos, le exigían grandes realizaciones
intelectuales pero le ofrecían muy poco apoyo. Recordaba como algo típico el
hecho de que sus padres se hubieran retirado de la ceremonia de graduación
universitaria antes de que hubiera terminado porque era un día muy caluroso, sin
siquiera decirle adiós o ayudarlo a mudar sus pertenencias nuevamente al hogar,
que quedaba a cientos de kilómetros de distancia de su universidad.

En su hábito de ser silenciado por otros más poderosos, Jonás no se atrevió a


romper el equilibrio entre Rita y Martha, ni tampoco entendió que la reacción de
Martha contra él ante el nacimiento de Max era un acto de celos intenso. Ofendido
con la pequeña Martha por lo que él malinterpretara como falta de amor hacia él,
Jonás ahora revivía con Martha y su esposa viejos resentimientos hacia su
hermana y su madre. Incapaz de reconocer que las circunstancias actuales eran
diferentes a las de su pasado, no había podido confrontar los conceptos erróneos
de su mujer y la había dejado abandonada a su propio mundo de desamparo.

Martha, una niña extremadamente inteligente, tomó ventaja de la fractura entre su


madre y su padrastro. Se vengaba así de su padrastro desleal, quien se había
atrevido a tener otros hijos. Apoyada por el amor incondicional de su madre,
Martha provocó a Jonás, maltrató a sus hermanos y en su adolescencia temprana
se convenció de la veracidad de su vida imaginaria. Encontré interesante e
importante que las historias de Martha se parecieran mucho a las historias que
había escuchado contar a su madre acerca de la vida adinerada de sus bisabuelos
alemanes antes de la guerra. Se vanagloriaba con otros de historias que había
escuchado, no vivido, pero que enriquecían su patrimonio emocional de identidad.
En cuanto a Max, comprendí que su exigencia de equidad había puesto en
movimiento un cambio en la familia doloroso pero importante y necesario. Era
cierto que la forma en la que este cambio había sido inducido- arrogante, violento-
imitaba fielmente los métodos de Martha, pero me parecía que él admiraba la
determinación y la personalidad aventurera de su hermana a pesar de su
sentimiento de enojo hacia ella. En mi opinión, más allá de estar profundamente
angustiado por lo que ella le había hecho sufrir cuando eran muy jóvenes, Max
guardaba rencor a su madre por no haberlo escuchado ni protegido. Martha, al
presentar inocentemente a su novio como “un futuro hermano” había proferido un
último insulto: lo había amenazado con robarle la posición de privilegio que tenía
en la familia, aquella de ser el único y adorado hijo varón.

Mónica, la más joven, se había vuelto prisionera del rol de niña siempre
disponible. Esto la hacía desaparecer, la silenciaba completamente. Forzada a
rescatar a sus padres y hermanos, Mónica inconscientemente les guardaba rencor
por exigir de ella algo que nunca se había sentido con capacidad de hacer.

En el curso de muchos encuentros, estas hipótesis fueron puestas a prueba y


ganaron impulso y complejidad con datos que los distintos miembros de la familia
me fueron ofreciendo. Lentamente, Rita percibió que una construcción
inconsciente la había vuelto tan intensamente culpable en su relación con Martha
que no había podido escuchar a ninguno de otros integrantes de la familia acerca
del rol que su propia relación con Martha jugaba en sus propias vidas. Nunca
antes había establecido Rita la conexión entre el nombre de su abuela y el de su
hija, ni tampoco había reflexionado sobre cómo la trágica desaparición de su
abuela había condicionado tan fuertemente la relación con su hija. Un mundo de
ideas acerca de sí misma se presentó ante sus ojos, y pudo percibir la cualidad
trágica de sus reacciones a los sentimientos entre los distintos integrantes de su
familia: ella no permitía la expresión de ambivalencias. En su angustia, trató de
dirigir sus palabras y sus sentimientos ordenándoles sentir lo que ella deseaba
que sintieran. En un principio, su reacción fue de gran desolación, lo que la llevó a
sentirse tan culpable con sus otros hijos como siempre se había sentido con
respecto a Martha. Pero Rita comenzó a desarrollar un sentimiento de posible
futuro: diferentes percepciones reemplazaron la tragedia que había acontecido en
su vida cuando tenía cinco años de edad.

A medida que esta perspectiva de Rita comenzó a cambiar, también cambió la de


Jonás: comprendió que gran parte de sus acusaciones contra Martha estaban en
realidad dirigidas contra Rita. Un enojo crónico, actuado a través de su
distanciamiento de su hijastra Martha se había instalado tempranamente, basado
en sentirse desplazado por la devoción que Rita mostraba a su hijita.
Celoso de la veneración que su madre mostraba hacia Martha, Max reconoció que
a través de su negación actual a relacionarse con su media hermana, había
tratado en realidad de atacar a su madre; el sentimiento de enojo hacia su madre
había sido erróneamente dirigido a su hermana.

Cuando Max y Jonás pudieron eventualmente expresar su disgusto y desagrado


por la relación entre Rita y Martha, los sentimientos de profundo rencor contra
Martha disminuyeron considerablemente. Rita y Jonás comenzaron a reflexionaron
seriamente sobre estas estructuras inconscientes y la manera en la que habían
contribuido al rol de Martha en la familia, y pudieron compartirlo con ella.

Martha entonces se enteró de que había sido objeto de intensas presiones


emocionales originadas en el hecho de que junto con su nombre había heredado
el amor y la devoción que Rita profesaba por su abuela desaparecida. Sorprendida
por esto y sintiendo que finalmente había sido respetuosamente tomada en cuenta
en vez de ser considerada culpable de un terrible delito, la propia Martha comenzó
a sentirse más libre para reconsiderar su propia conducta. Fue con gran horror y
luego con profundo pesar que Martha comenzó a recordar las escenas que su
hermano le había descrito, incluidas algunas burlas sobre su masculinidad y otros
comentarios devaluantes que habían afectado profundamente a Max cuando era
niño. Hasta este momento, esta joven mujer había tenido una falta total de
recuerdos en lo que concernía a su propia conducta preadolescente. La
desconsideración de Martha por los sentimientos de aquellos a su alrededor y la
explotación de la posición omnipotente que su madre le había ofrecido la habían
convertido, cuando niña, en lo que ella misma comenzó a llamar “un monstruo.”
Ahora era ella quien acusaba a los demás: “¿por qué mis padres permitieron que
me convirtiera en un ser tan horrible?”

Las acusaciones viajaron así de miembro en miembro de la familia durante


muchos meses. El poder de estas acusaciones comenzó a disiparse a medida que
pudimos darnos cuenta de las circunstancias que contribuían a la situación,
cualquiera que fuese, sobre la cual se habían focalizado en ese momento. Uno a
uno, los miembros de la familia se dieron cuenta de que, si bien eran responsables
por haber participado en este guión, habían sido ciegos a los hilos invisibles que
habían determinado sus acciones.

En este drama particular, la acusada no sólo no era consciente de su crimen al


comenzar el proceso, sino que encontraba imposible comprender por qué existía
reacción alguna contra ella. Los miembros del sistema olvidaban su propia
participación en el mismo, no eran conscientes de la cualidad de sus acciones o
del impacto que sus propias acciones tenían sobre otros. Existían intensas
pasiones negativas guiadas por hipótesis que, si bien erróneas, eran
superficialmente convincentes. A saber, “tú no la quieres porque ella no es tu
propia hija.” Estas hipótesis, que interpretaban cuidadosamente los movimientos o
sentimientos de otra persona, desviaban la atención del individuo que las había
pensado. Es más, contribuían al mantenimiento de pactos ocultos inconscientes,
como aquel entre Rita y su padre.

Diseñadas para deshacer eventos pasados o para prevenir su ocurrencia en un


futuro inmediato, estas estructuras inconscientes se basan a menudo en
valoraciones erróneas que incorporan mitos familiares y principios éticos no
articulados. En la búsqueda de dispositivos de reparación, no discriminan entre
pasado y futuro. La trama de estas estructuras inconscientes provenientes de
cada uno de los miembros de una familia podría contribuir a la adjudicación de
roles rígidos, fijos, para cada uno de ellos. Es necesaria una cuidadosa lectura de
los orígenes de estas construcciones y sus interrelaciones para así poder ofrecer a
un sistema tan organizado la oportunidad de alcanzar una mayor flexibilidad y
nuevos horizontes.

Podríamos considerar el ejemplo de este drama familiar como microcosmos de un


sistema mayor en el cual alguien es incriminado por un delito para así poder
reexaminar los conceptos de culpa individual y responsabilidad. Revelaríamos así
la importancia del diagnóstico de esta entreverada trama de estructuras
inconscientes que sostienen la particular conducta antisocial en cuestión. Si
nuestro ideal como jueces fuera promover cambio en un sistema repetitivo y sin
salida, dichos diagnósticos constituirían el camino a una interpretación creativa de
la ley. Adhiero a la postura de Derrida de que para ser justo, la decisión de un juez
no sólo debe seguir una regla legal o una ley general sino también debe asumirla,
aprobarla, confirmar su valor a través de la restitución del acto interpretativo como
si el propio juez reinventara la ley para cada caso particular (Derrida, 1992).

Para poder interpretar la ley en forma creativa, necesitamos basarnos en un


diagnóstico claro que muestre la coherencia de los elementos dispares que
participan en la situación particular que vamos a juzgar. Volviendo a la situación
familiar que acabo de presentar, me gustaría llamar la atención del lector sobre
algunos puntos importantes.

El pasado no se ha convertido en historia; ha ocupado el presente. Esto puede ser


evidenciado en cinco puntos diferentes: 1) Rita vivenciaba a su hija como si fuera
su abuela Martha, de cuya muerte se sentía responsable; 2) Rita encontraba
similitudes entre Jonás y su padre, las cuales acarreaban importantes
consecuencias; 3) la representación por parte de Jonás del rol de sospechoso
detective en relación a su hijastra, siendo incapaz de distinguirla de su propia
hermana; 4) Max volvía a representar el rol de su abuelo materno al dictaminar
quién podía asistir a celebraciones familiares y quién no, método que también
Martha había utilizado en sus épocas de mayor omnipotencia en su relación con el
joven Max; 5) Mónica era una réplica de su madre: se quejaba amargamente de
sus padres, quienes en su insistencia de que Mónica estuviera a su disposición la
habían conducido a severos problemas en su relación de pareja.

Este entrecruzamiento de identificaciones, donde el tiempo presente se desdibuja


y se repiten historias pasadas, impiden la posibilidad del devenir. El estudio de la
situación familiar permitió un juicio justo para Martha en el cual todos los miembros
de la familia tuvieron el deseo y la curiosidad de examinar su propia conducta.
Esta actitud promovió en Martha el interés de conocer y enfrentar una imagen
indeseable de sí misma, parcialmente olvidada pero, sobre todo, desconocida. Así,
menos acusada de única culpable, Martha pudo escuchar, recordar, y finalmente
entender el dolor y las dificultades de su hermano. Escuchar la historia y las
experiencias de sus padres le permitió perdonar sus limitaciones. La asunción de
responsabilidad a partir del auto-conocimiento trajo movimiento, otro futuro
comenzó a emerger.

Rita, acusada de controlar los afectos de todo el grupo familiar, pudo moverse de
una postura de trágico desamparo a una que le permitiría asumir responsabilidad
por sus demandas y percibirlas como irracionales: bien que entendiéndolas a la
luz de sus experiencias anteriores. Max pudo darse cuenta de que su reacción
había coincidido con el comienzo de la primera relación amorosa seria de Martha,
y que había sentido celos de esta relación con un hombre que no fuera él.
Reconoció con disgusto que su vínculo con Martha era intenso, a pesar de -y a lo
mejor debido a- el rol de victimario provocador que Martha había personificado.
Inclusive Mónica pudo ver que estaba atrapada en un rol-aquel del moralmente
perfecto, angelical, incapaz de expresar enojo y que en su lugar exige la
compasión de otros.

Acciones y actitudes vistas originalmente como pecaminosas mostraron ser


producto de distintos planos -histórico, estructural, sistémico e individual- en una
coreografía en movimiento pero repetitiva, cuyos múltiples componentes eran
difíciles de analizar. El individuo originalmente culpable lo había sido entonces en
compañía de muchos otros que habían contribuido provocando, apoyando y/o
manteniendo el acto antisocial. Un sistema culpable suplantó entonces al individuo
culpable. Los individuos responsables habían sido ciegos al hecho de que habían
sido ellos mismos los promotores de la acción irresponsable. ¿Quiénes eran ellos
entonces para juzgar?

De hecho, la familia como unidad había actuado como sistema legal, y al hacerlo
no sólo había encontrado un culpable pero había apartado su mirada de sí misma,
de sus miembros; es decir, había sido incapaz de evaluar sus propias acciones.
En este sentido, este microcosmo podría ayudarnos a reflexionar sobre las
sentencias legales en nuestra sociedadcomo un modo de mantener una ceguera
inconsciente ante el reflejo de nuestra propia imagen.

Referencias

Levinas, E. (1980) “Otherwise than Being or Beyond Essence,” Martinus Nijoff


Philosophy Texts, 3:10.

Winnicott, D.W., (1965) “The Development of the Capacity for Concern.” The
Maturational Processes and the Facilitating Environment, New York: IUP

De Gregorio, J. Personal Communication.

Chessler, P. (1993) “A Woman’s Right to Self-Defense: The Case of Aileen Carol


Wuornos,” St. John’s Law Review, edition on “Women in the Criminal Justice
System,” vol. 66, no. 4

Derrida, J. (1992) “Force of Law: The ‘Mystical Foundation of Authority’,” in


Deconstruction and the Possibility of Justice, ed. by Drucilla Cornell, Michel
Rosefeld, and David Gray Carlson, New York: Routledge, p. 23.

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