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SEPARACIONES IMPOSIBLES Y EL PROCESO ANALITICO

Autora: Abelin, Graciela

Ensayo

Encontrar un sujeto de amor es en verdad, como Freud (1905) ya lo dijo, re-


encontrarlo pero es también descubrirlo y casi inventarlo. Estar enamorado es
revivir una serie de viejos sentimientos y deseos que han sido transferidos pero es
también comenzar una vida nueva, aunque se mostrase sin mañana. El enigma y
el misterio del amor en verdad se encuentran en sus olvidadas prefiguraciones
pero también dada su fundamental plasticidad, en sus expectativas y sus
impredecibles mutaciones y transmutaciones mentales.

Metapsychological Reflections on the State of Being in Love

Christian David (1966)

El añorar al amado ausente debe diferenciarse de añorar a un estado que una vez
ha existido y no existe más. El deseo de unirse, de ser uno con el amado puede
ser comprendido como el extrañar una tempranísima etapa simbiótica del
desarrollo, aunque esa etapa fuera tan remota que no haya dejado recuerdos
claramente definidos. Esa es una añoranza que nunca puede ser completamente
satisfecha en el estado amoroso.

The Anatomy of Loving

Martin Bergmann 1987


Observaciones

Algunas relaciones amorosas apasionadas pueden transformarse en amistades


plenas, íntimas y de mutuo cuidado que duran toda la vida, o convertirse en
matrimonios armoniosos. Otras, sin embargo, inspiradoras y controlables al
principio, llegan a dominar la vida emocional del individuo y llevan a un impasse
imposible de superar, que no promueve ni crecimiento ni placer. En estos casos, la
separación emocional y el duelo son inalcanzables. Aún cuando la relación puede
haber cesado muchos años atrás, un deseo profundo de recuperar aquel placer
ideal, particular e intenso puede subsistir como así también pueden persistir las
huellas de la desolación causada por su pérdida. Este artículo trata acerca de
estas separaciones intolerables, que yo he decidido llamar: “Enlaces pasionales
malignos”.

¿Cómo se explica el poder de adherencia de estas relaciones pasionales? ¿Por


qué existe tal impotencia para dar fin a una relación que ha paralizado la
creatividad del amante, que ha conducido, por último, a una profunda pérdida de la
autoestima y a veces incapacitado para la vida y trabajo?

El elemento cautivante, a menudo indescriptible, varía: para algunos, la


experiencia fue el sentir amor incondicional; para otros, el sentimiento de ser
afirmado y admirado infinitamente; para otros el gozo de haber amado con un
nuevo abandono, y vivido una sorprendente libertad sexual; o bien haber sentido
una resonancia emocional e intelectual que condujo a un poder creativo nunca
antes experimentado.

En un bellísimo artículo sobre la naturaleza del amor apasionado, Viederman


(1988) describe que uno de los aspectos más pujantes de una nueva relación
apasionada es la formación de un nuevo sentido del self, incluso de una nueva
constelación self-objeto. Inicia así el tema del amor como capaz de suscitar
progreso y expansión. Propone Viederman que en el abrazo amoroso,
representaciones ideales del self nunca antes logradas, tales como
“representaciones ideales que podrían tener su origen en deseos infantiles de
éxito omnipotente en rivalidades fraternas o edípicas, así como deseos de
posesión total del objeto de amor...” producen estados de ánimo cercanos a la
plena satisfacción del yo ideal, a lo sublime. En mi parecer esa calidad sublime de
la nueva experiencia tiene el potencial de alejarnos de la repetición traumática
hacia un estado del self nuevo y deseado.

Y, es precisamente porque nos aparta de lo que fue traumático que nos es difícil
separarnos de la persona que ha suscitado la inesperada aventura de un
sentimiento y expresión del ser nunca antes imaginado. Ahora sí, ¿cuán factible es
adoptar e internalizar esas nuevas experiencias del self, disponerlas y
desplegarlas hacia nuevas evoluciones, independientemente de la continuidad de
su fuente de origen?

Mi presente trabajo trata de situaciones en las que este proceso no se ha logrado.


Destaca cuáles son los elementos cruciales que transforman esas relaciones
amorosas apasionadas en relaciones nocivas que no pueden evolucionar, ni
finalizar, ni ser olvidadas.

Las situaciones que presentaré extensivamente se trataron de encuentros libres


de “demandas maritales”. Los pacientes que las vivieron las habían imaginado
como pasajeras, breves y excitantes (Mitchell, 2002), y como tal, capaces de
restaurar y reanimar una empobrecida sexualidad doméstica.

El momento del encuentro

He notado que el preciso momento en que esta pasión sorprendente aparece en la


vida del paciente coincide con la necesidad de llevar a cabo una tarea emocional
nueva y necesaria. Ésta podría tratarse de la necesidad de lograr mayor
autonomía o autoridad; realizar el duelo de una pérdida importante (Bergmann, M.,
1987; Bak, R., 1973), o enfrentar aspectos de la personalidad que limitan
aprendizajes progresivos. La nueva relación podría en realidad facilitar tal
desarrollo o podría, opuestamente, desviarlo. Los analistas conocen esta
situación. Una relación sexual apasionada puede afectar el curso de un proceso
analítico hasta su interrupción. La satisfacción de viejos anhelos en una intensa
pasión amorosa puede eliminar la motivación necesaria para proseguir el trabajo
analítico. También el analista puede tornarse objeto de amor pasional y/o sentir
intensas pasiones contra- transferenciales.
Mi primer ejemplo clínico clarificará este punto y presentará nuevos interrogantes.
Varios años antes de nuestro primer encuentro la Sra. A. había solicitado análisis
con el Dr. S. porque temía que su interés en el buceo fuera peligroso, tal vez de
naturaleza suicida. Madre de dos niñas pequeñas, de dos y ocho años, relataba
que su matrimonio era- si bien amistoso- incomunicativo y falto de amor. Sentirse
profundamente comprendida por su analista, el Dr. S., fue una experiencia nueva y
sorprendente. Esto generó el sentimiento de que su bienestar dependía de sus
sesiones. Describió que se sentía “sin piel” cuando estaba alejada de él. Poco
antes de la interrupción del verano de su tercer año de análisis, tomó la decisión,
como consecuencia del tratamiento, de presentarse en una prestigiosa universidad
para continuar una sobresaliente carrera intelectual, previamente abandonada.
Durante una primera entrevista con el profesor que la guiaría en la compleción de
sus solicitudes, la Sra. A. se dio cuenta de que repentinamente se había
enamorado de ese hombre. Sentía que nada podía detener ese amor, “como una
locomotora que avanzaba”. (Al oír su historia, años más tarde, las palabras de la
protagonista de la película “Faithless”, escritas por Ingmar Bergman, venían a mi
mente: “Como un árbol creciendo dentro de mí, yo no tenía control sobre él.”)

Después de que su analista partiera de vacaciones, intentando interrumpir el


tornado de pasión que la envolvía, la paciente decidió tomarse una semana
romántica a solas con su esposo. Fue en vano. Cuando su analista regresó, la
paciente, obsesionada con el Profesor M., comenzó una relación pasional con él.
El analista, Dr. S., interpretó esta pasión como una actuación de amor de
transferencia. La paciente sentía que el analista no la comprendía, subestimando
la importancia y singularidad de su intenso amor. Detectó que su analista estaba
molesto, y poco a poco sintió que ya no contaba en él como su aliado. Me relató:
“Ya no éramos una uno”

Después de muchos meses, al darse cuenta de que el análisis había perdido


ímpetu, su analista estuvo de acuerdo con la decisión de interrumpir el
tratamiento.

Años más tarde, ante la imposibilidad de olvidar lo que el Dr. S. le había ofrecido
durante esos extraordinarios primeros tres años de análisis, y deseando entender
lo que había sucedido, la Sra. A. me consultó. (En el ínterin, el Dr. S. se había
retirado de la profesión.)

La paciente me impresionó como una persona de inteligencia superior. Sus


potencialidades estaban muy lejos de haber sido desarrolladas. La relación
amorosa con el Profesor M. estaba ahora en su cuarto año, ya no era vivida como
sublime sino que la hacía sentir atrapada. La Sra. A. sufría de una depresión
importante, estaba enojada e incapaz de abandonar la relación con su amante. No
había regresado nunca a la universidad. En su lugar, se había convertido en la
asistente secreta de su amante. Esto le había proporcionado importante saber y
un fascinante diálogo, pero no una carrera propia. No obstante su desilusión con
muchos aspectos de la personalidad del Profesor M., sus intentos de separarse de
él habían fracasado. Sobre todo, dudaba poder sobrevivir sin su presencia.
También dudaba de su cordura, sintiéndose a la deriva. A pesar de su
desesperación mantenía –si bien ambivalentemente- sus responsabilidades
familiares.

Observé que la regulación de sus afectos era pobre, su autoestima disminuida y


que buscaba desesperadamente una actividad que pudiera otorgarle un sentido de
identidad que ella describía como destruido. Si bien intelectualmente ella pensaba
que era necesario terminar la relación, su autoestima y su impulso vital estaban
ligados tan profundamente a su amante que la tarea parecía imposible. Aunque los
antidepresivos la habían ayudado, se sentía desahuciada.

Mi primera impresión me condujo a pensar que en el momento en que en su


previo análisis la Sra. A. estaba a punto de reconectarse con su formidable
potencial intelectual, la pasión por el Profesor M. la había apartado de su propio
objetivo mientras intensificaba el prestigio de su amante. Ese amor apasionado le
había brindado resonancia emocional e intelectual así como libertad sexual pero
no quedaba claro por qué los planes para proseguir su propia carrera se habían
interrumpido. Me pregunté si, de este modo, ella aceptaba la creencia religiosa de
su familia en la cual las mujeres no debían destacarse o si inconscientemente se
había identificado con la intensa devoción de su madre por su hermano mayor.
Esas hipótesis eran en parte correctas, pero algún tiempo después surgió un
entendimiento más completo, cuando nuestra búsqueda nos llevó una y otra vez a
un evento traumático.
Cuando la Sra. A. tuvo tres años nació su hermano menor. (Recordemos que la
entrevista con el Profesor M. había tenido lugar aproximadamente al fin del tercer
año de análisis, un corto tiempo antes de la interrupción del verano). El parto de su
madre fue seguido por una infección muy seria, que obligó a su madre a quedarse
internada. Ni la madre ni el bebé volvieron a casa por dos meses. Cuando
regresaron, la imagen que la pequeña niña tenía de su madre sufrió una
transformación. Su madre, quien había sido percibida como afectuosa y amante
era ahora fría y agresiva hacia ella. Dudando de la veracidad de estas
reminiscencias, la paciente buscó entre sus mementos y encontró fotos de su
madre tal como ella la recordaba antes del nacimiento de este hijo menor. Una de
estas fotografías mostraba a su madre como una hermosa joven, quien tendía una
mano a su hijita y sostenía en la otra una raqueta de tenis. Aparentemente estaba
a punto de comenzar un partido, y sonreía feliz. Fotografías tomadas un tiempo
más tarde, en las que aparecía el nuevo bebé, mostraban a la mamá con
sobrepeso, triste e indiferente.

En un intento de reconstrucción, basándome en parte en el relato de su relación


con el Dr. S. dije a la paciente: “Me pregunto si tú sentiste que tu mamá nunca
pudo realmente expresarte amor después de esa larga separación. Tu mamá
podía amarte y estar allí mientras que tú estabas muy cerca de ella, dependiente y
en un estado de “unidad” con ella.” Esta idea tuvo un gran impacto, es decir, el
pensamiento que ni la niña ni la madre pudieron alguna vez aceptarse una a otra
como entidades independientes después de que la mutua necesidad de conexión
hubiera sido traumáticamente interrumpida por el nuevo nacimiento y la impuesta
prolongada separación (Mahler, 1975). Esto nos condujo aún más lejos, a
preguntarnos si su madre podría haber desarrollado una depresión post parto de
la cual nunca se habría recuperado totalmente.

¿Podría ser que su previo analista, el Dr. S., quien había logrado orientar a su
paciente de un estado depresivo suicida a un inesperado estado de pasión,
estuviera ahora personificando el aspecto ofendido y rechazante de la madre? Aún
otra posibilidad: si confiáramos en la impresión que la paciente tuvo de que su
analista se alejaba emocionalmente de ella a medida que su vínculo pasional con
el Prof. M. crecía, pensaríamos que el analista entró en un proceso de contra-
identificación (Racker, 1960), jugando él mismo el papel de niña desolada,
abandonada mientras que su paciente y el amante representaban a la madre y el
nuevo bebé.
Podríamos suponer que el sentimiento de ser profundamente comprendida, de ser
“conocida” por el analista, re-estimulara una conexión temprana originalmente
experimentada por la niña con su madre. La recuperación de ese estado afectivo,
el recuerdo sensorial-motor (Leuzinger- Bohleber y Pfeiffer, 2002) de sentirse
acogida por los brazos protectores de la madre, puede haber sido efectiva en
contener la desesperación suicida de la Sra. A. Pero su afirmación que se había
sentido “sin piel” cuando se encontraba lejos de su analista entrañaba la amenaza
de pérdida de ese abrazo amoroso. Era éste un terreno emocional peligroso, ya
que la capacidad de tolerar una separación cuando recién se había recuperado un
recuerdo somático de experiencia de “unicidad” era apenas viable.

Es concebible que el desarrollo de tan intensa, explosiva y completa pasión


durante la separación de su analista hubiera sido un intento inconsciente de
neutralizar esa amenaza de repetición inminente de un antiguo trauma, pérdida
aterradora de una relación sostenedora primordial (Angel, 1965).

Es comprensible que tal amenaza pudiera acarrear perturbaciones del


discernimiento. La meta psíquica primordial de la paciente se había vuelto el
control y la negación de percepciones que podrían conducir a la des-idealización
del amante; ya que su presencia prevenía defensivamente la pérdida de una
conexión esencial de mutualidad –aquella ahora establecida con su analista.

Tal substitución, en la forma de vínculos de amor pasional, podría realmente


producir un cambio positivo importante en la imagen de sí, así como en el
concepto del self del individuo. Estos cambios podrían permanecer como legados,
más allá de la terminación del lazo, documentando un recuerdo. Sin embargo, si
estos cambios no conducen hacia una internalización e integración de esta nueva
percepción del sí, permanecen radicados en la persona amada cuya presencia se
vuelve obligatoria.

Esto nos remite a la segunda teoría del amor de Freud en la que él se refiere a la
antítesis entre la libido del yo y la libido del objeto. “El objeto ha –para decirlo de
algún modo- consumido al yo.” (Freud, 1921). También a la proyección del yo ideal
sobre el amante, cuyo amor restaurará ahora el self desvalorizado al reciprocar el
amor, reduciendo así la tensión entre el yo y el yo ideal.

Otra situación

El Sr. C., un hombre casado, también había sostenido por un largo tiempo una
relación apasionada con una mujer que él aún amaba. Esa relación, que había
comenzado poco después de la muerte de su madre, era ahora una fuente de
intensa desesperación y eso lo indujo a consultarme. Este paciente, un poeta de
renombre internacional, tenía dificultades para integrar su formidable talento con
su concepto de sí mismo.

Buscando indicios que clarificaran el comienzo de esta pasión problemática, el


paciente relató su primer encuentro con la dama. En aquella oportunidad ella le
reprochó, con autoritaria rudeza su indiferencia hacia una dolorosa pérdida que
ella había sufrido. Era sorprendente la resignación con la que el Sr. C. aceptaba
las críticas enojadas de su amante quien, prendada de admiración por su obra, lo
percibía como insensible e inmaduro. Después descubrimos que la actitud de la
dama coincidía con un concepto de sí mismo como niño siempre en falta, egoísta
y presumido y que este trato lo transportaba a un territorio muy familiar. Su madre,
quien había comprendido y admirado su talento poético también lo desvaloraba y
recriminaba por fallas ambiguas. A mi parecer, la muerte accidental de su hermano
mayor cuando el Sr. C. tenía pocos meses de edad aclaraba esta ambivalencia. A
través del descrédito amoroso de su amada, el Sr. C. podía sentirse nuevamente
adolescente, aleccionado por sus padres, encaminado. La nostalgia por su madre
parecía atenuarse a través de esta actualización. A los doce años de edad él había
viajado solo a estudiar a Inglaterra, y ya nunca regresaría a vivir entre los suyos.
Esta temprana y extremadamente dolorosa separación de sus padres, su idioma y
su cultura, se cristalizó en identificaciones inflexibles.

Reconectar con el dolor de su temprana y solitaria emigración y conocer las


defensas con las que había logrado superar sus añoranzas le ofrecieron el
permiso interno para conmover identificaciones y des-idealizar a sus padres. El
proceso de duelo y de des-idealización, previamente amenazante para su sentido
de identidad, fue, en cambio, central para su recuperación.
Circunstancias circundantes y expectativas encubiertas

Por supuesto, los determinantes de una relación amorosa esclavizante son


multifacéticos. En los dos ejemplos precedentes las circunstancias que cercaban
el encuentro de los amantes eran importantes: en la primera situación, la
inminente posibilidad de repetición de un trauma temprano en el encuadre
analítico; en la segunda, el duelo por la muerte de un vínculo primordial cuya
autoridad había permanecido incuestionable. Los amantes les ofrecían algo
intensamente deseado: a la Sra. A., obtener un mentor benigno que guiara y
promoviera sus logros; al Sr. C., recuperar el sentimiento de ser todavía
adolescente, simultáneamente amado y reprochado, sobre todo, protegido.

Estos pacientes eran incapaces de mantener un moderado y estable grado de


integración de sí mismos; no podían alcanzar la necesaria re-organización de su
identidad conmovida en la actualidad por desconcertantes experiencias de
pérdida. El amante se tornó entonces un organizador substituto externo; imagen
de una presencia interna de la que carecían, esencial para re-adquirir coherencia,
integración del sí y sobrellevar pérdidas. Si esa presencia hubiera podido ser
simbolizada y, en consecuencia, internalizada, se hubiera alcanzado un sentido
interno de cohesión de sí más autónomo. En cambio, se había buscado un
afectuoso amo, reedición idealizada e imaginaria, del vínculo con los objetos
primarios, lo que implicaba renuncia a la propia autoridad.

Ciertas condiciones parecen prevalecer en esta búsqueda de curación por amor.


El objeto elegido es capaz de resonar emocionalmente con el paciente a un nivel
primario. Esta resonancia promueve una sensación de ser profundamente
“conocido”, una respuesta que seduce al amante a reaccionar, a su vez, con un
crescendo de emociones y de excitación sexual. Reconocemos en esto el
comienzo de todo amor, y su mágica idealización. En cambio, en estas
situaciones, se desarrolla una dependencia intensa en el amado, quien no sólo se
torna fuente de todo goce, pero a quien se le otorga la capacidad de determinar el
valor intrínseco del sujeto. Un amo, un dueño ha sido instituido, el cual cumpliría la
misión de facilitar re-organización frente a transformaciones amenazadoras para el
sentimiento de sí. Esto puede explicar por qué el amado adquiere el poder
absoluto de juzgar el valor de la existencia del otro.
Podríamos ver este proceso como una externalización del yo ideal, que da poder
al amante, al mismo tiempo que se lo quita al yo, ahora en estado de regresión. Es
notable que cuandoquiera se hacen conscientes percepciones críticas del amado,
sobreviene una ira intolerablemente intensa. Se genera así desesperación y culpa,
seguidos inmediatamente por acusaciones y reproches a sí mismo como si fuera
psíquicamente más tolerable dirigir la ira hacia sí mismo que hacia el objeto
amado (Ferenczi, 1988.) El sentimiento de responsabilidad y la culpa por la
posible destrucción de la conexión amorosa tienen centralidad. Como resultado,
no hay inscripción consistente de pensamientos negativos ni acumulación de
experiencias negativas sobre los que basar una firme decisión de separarse. En
su lugar, alternancia de claridad y confusión, impiden una integración de
conocimiento, lo que contribuye a la persistencia tenaz del apego pasional.

Es mi impresión que en situaciones de tal pasión, se le ha dado al amante la tarea


de reconocer que hay en el sujeto un alguien que debe ser descubierto e
idealizado (Benjamin, 1995). En tales momentos, consecuentemente, el auto-odio
representa un peligro menor que la pérdida total de una conexión con ese Otro
que provee una nueva edición de una experiencia arcaica de afirmación del self.

Debería agregar que en los ejemplos precedentes se instaló un triángulo, que


limitaba conspicuamente la libertad de los amantes para comprometerse
plenamente uno con el otro. Deseos de total conexión estaban refrenados por las
relaciones maritales. La negación de las necesidades emocionales con relación al
cónyuge era muy notable. Como puede inferirse, limitaciones similares, bien que
diferentes en su expresión, existían en esas relaciones maritales menospreciadas,
ya que el área central del conflicto estaba relacionada con la dificultad de
mantener coherencia interna ante la presencia de un otro diferente, separado y
deseado. Es mi impresión que una distancia emocional en ellas permitía la
convivencia.

Una relación pasional aparece en el curso del proceso analítico

Para explorar el tema más detalladamente, me referiré a una situación que


irrumpió durante el cuarto año de análisis de la Sra. T. cuando un viejo amor volvió
a encenderse. Este apego pasional había permanecido inactivo por veinticinco
años. Su resurgimiento ocupó por varios meses el escenario analítico, en
detrimento de cualquier otra preocupación. El estudio de esta relación reveló
importantes datos, que confirman lo conjeturado sobre el primer análisis de la Sra.
A. durante la separación del tercer verano.

La Sra. T. solicitó tratamiento porque una depresión paralizante había impedido su


creatividad por muchos años. Ella se implicó plenamente en el proceso analítico,
que mejoró el conocimiento de sí misma, enriqueció su matrimonio y la relación
con sus hijos. Un evento importante en la vida de esta paciente había sido el
nacimiento de hermanas mellizas cuando ella tenía unos escasos veinte meses.
En el curso del cuarto año de análisis, en el momento en que la analista era
vivenciada como una madre presente y amorosa, la paciente empezó a
aventurarse en algunas actividades físicas placenteras, incluso en diálogos con
antiguos colegas que admiraban su saber periodístico.

En este momento la paciente dijo haber notado un cambio en la calidad de nuestra


conexión: “algo” había sucedido pero ella no podía encontrar palabras para
describirlo. Tímidamente, confesó que se sentía furiosa por el hecho de no ser mi
única paciente, y como resultado le disgustaba profundamente venir a las
sesiones. Yo disponía de muchos indicios que me condujeron a la siguiente
hipótesis:

La Sra. T. no podía moverse con facilidad de una posición regresiva a una más
madura. Ella había renunciado rápidamente a conductas regresivas en las
sesiones ahora que se sentía más independiente, al costo de sentirse distante y
sola. Le dije que me parecía que estábamos experimentando en las sesiones algo
análogo a lo que podría haber tenido lugar en su niñez, cuando antes de su
segundo cumpleaños, seguramente abatida, enojada e impotente, y con mínimo
uso de lenguaje ella tomó una postura de autonomía que sobrepasaba sus
posibilidades. Similarmente no habíamos podido aún encontrar una manera de
que se sintiera mejor y disfrutara de esa mejoría, contando al mismo tiempo en mi
interés y presencia.

Cambios que iban desde el sentirse ligeramente mejor a totalmente postrada y


deprimida habían tenido lugar muchas veces en su vida y un cambio de ese orden
era concebible. Sucedió, sin embargo, algo diferente. La Sra. T. empezó a añorar
intensamente, obsesivamente, un viejo amor. Un aspecto notable de la relación
con este joven estudiante de la escuela secundaria, diferente a cualquier otra
relación, era la índole de esta conexión, muy intensa y entregada. La Sra. T. tenía
que contener su ahora perentorio deseo de llamar a este viejo conocido aunque
reconocía el carácter imaginario de su reavivada pasión. Ella recordaba haber
fantaseado que sus ojos tenían un poder hipnótico total sobre él. Para ilustrar esa
experiencia ella se refería a la película “Inteligencia Artificial”, la historia de la
adopción de un niño robot. Una vez que el comprador decía, en forma codificada,
ciertas palabras, este niño robot quedaba ligado eternamente a la persona que las
hubiera pronunciado, a quien él ahora llamaba “mamá”. A partir de ese momento,
dueña y robot, aún cuando separados sabrían que sólo la existencia de ese lazo
les permitiría sobrevivir. Esta descripción parece contener elementos de lo que un
niño pequeño necesita de su madre, amor, contacto físico sensual, amoroso, no
sexual, y un sentimiento de que ambos son entrañablemente imprescindibles para
la vida del otro.

Es mi conjetura que a los dieciséis años de edad, (lejos de casa, pupila en una
escuela y en un estado distante) a través de su apego pasional a este joven, la
paciente había tratado de recuperar la impresión de “ser amada como objeto
bueno a pesar de tener las necesidades de una niña pequeña,” sensación perdida
desde el nacimiento de las gemelas. Circunstancias difíciles en la familia, sobre
las que no puedo extenderme en esta presentación, habían influido para que la
niñita se tornara objeto de proyecciones inconscientes de su madre y padre. Así es
que cuando el joven se alejó de ella, las consecuencias fueron dañinas y
perdurables. Su reacción emocional fue de total devastación. Su regresión
intelectual afectó su habilidad para concentrarse y aprender. La arrastró
peligrosamente hasta al estadio de desarrollo que ella atravesaba en el momento
de la pérdida original de la conexión amorosa con su madre.

Al mismo tiempo, la Sra. T. tenía la convicción, de que su amigo (Lax 1989) un


joven circunspecto, reservado y autónomo, tampoco había conocido un amor tan
entrañablemente profundo. Por lo tanto, nunca había comprendido ni aceptado
que él se hubiera alejado de ella. Pero es importante notar que la autonomía y
alejamiento del joven coincidían con aquella actitud que ella misma había
adoptado en su niñez al sentirse traicionada por su madre. El deseo de recobrar la
unicidad con su madre, incluyendo el deseo de dominarla a través de sus ojos
parecía haber reaparecido bajo la apariencia de sentimientos pasionales.
Necesitar al amado de su adolescencia, más que a su analista parecía proteger
por el momento al analista y a la paciente de una transferencia traumática, tal vez
peligrosa. Ella era consciente de su aspiración cruel de comprobar que el poder
dominante de su mirada y voz sobre él perduraba. Parte del ardiente deseo de re-
encontrarlo era la intención de provocar en él los mismos sentimientos de dolor
que su alejamiento le había ocasionado a ella y luego, tiernamente, llevarlo a
admitir su necesidad de ser uno con ella.

Esa importante relación pasional adolescente parece haber sido un intento de


llenar el vacío dejado por el trauma preverbal, el que había afectado severamente
el desarrollo de un sólido equilibrio narcisista. Ese trauma, habiendo pasado por
un proceso de duelo patológico, había permanecido ocultamente activo, en estado
encapsulado (Abraham y Torok). La aparición de esta sorpresiva e intensa
nostalgia nos proveyó de una trama, una historia y un sendero hacia los extraños
“estados emocionales” de esta paciente. Entendimos, entonces, que ellos eran
rastros de un proceso de duelo patológico, donde lo que ella estaba añorando o
por qué lo añoraba, nunca antes había encontrado una narrativa. Para eso, se
requería la estabilidad de un espacio emocional libre de prejuicios y proyecciones,
capaz de contener su ambivalencia, que proveyera el respaldo emocional
incondicional necesario para la aventura y el proceso del desarrollo del self.

En realidad, actuaciones inconscientes, tal como el deseo perentorio de


reencontrar un viejo amor, aparecen ligadas al momento en que el recuerdo de
afectos somatizados aún desconocidos, se acercan a la conciencia. La sentida
pero des-conocida (Bollas, 1987) clara-oscura zona psíquica del afecto no
simbolizado evoca la repetición de la pérdida traumática. Esta repetición
imperativa es a menudo expresada por el paciente en manifestaciones
impenetrablemente creativas. Tal como lo hemos inferido en la situación de la Sra.
A. con su anterior analista, la poderosa reactivación de un conflicto inconsciente
presentado en idioma aún ilegible tiende a promover reacciones contra-
transferenciales en el analista.

Organizando algunos pensamientos


A pesar de sus marcadas diferencias individuales las relaciones pasionales
presentadas revelan algunos elementos comunes:

1. Circunstancias emocionales desorientadoras crean un campo fértil a la


idealización del amante lo que impide una temprana evaluación objetiva y crítica.
Desde el comienzo, la relación parece ofrecer un dichoso, aunque precario,
sentido de integración del self, que también restringe el juicio o insight del
individuo.

2. La nueva conexión presenta una familiaridad resonante e incitante acompañada


por un intenso sentimiento de bienestar.

Esta distintiva cualidad somática, resulta en una atracción sexual que desafía todo
otro saber. El anhelo físico por este abrazo recuerda el dolor del hambre, tan
intensa es esa ansia emocional. En contraste con otras relaciones amorosas en
las que el deseo puede variar en intensidad esta atracción permanece
constantemente apremiante. Este carácter perentorio parece relacionado a la
incapacidad de modular la idealización.

3. Cualquier intento de re-valuación de la relación amorosa o del amante parece


amenazar la autoestima del paciente y poner en riesgo el significado de la vida
también.

4. Estos peligros parecen indicar que la calidad pasional del vínculo establecido
está basada en una necesidad de reparar, a través de una unión integradora, una
debilitada organización del self. Tal es la dependencia en la presencia de este Otro
que si la desilusión irrumpe, el sentido de integración del self sufre un severo y
riesgoso golpe.

Si bien el síntoma de un apego insoportablemente doloroso estaba presente en


todos estos pacientes, comprobamos que una situación traumática diferente había
impedido en cada caso una integración sólida del self y que el incendio pasional,
ocurrió cuando se trataba de enfrentar una re-activación de esa dificultad de
percepción y afirmación del self. En cada instancia pudimos identificar la
estructura y el origen singular de esa carencia. Así la Sra. A. revivió el desafecto
materno y necesitó la presencia de un ser idealizante e idealizado en el momento
de reconexión con sus potencialidades intelectuales. El duelo por la pérdida de su
madre requería del Sr. C. que él lograra reemplazar la autoridad de sus
progenitores con una internalización de la misma que le permitiera asumir su
propia estima. La Sra. T., debiendo enfrentar una cierta autonomía en la relación
con su analista revivía experiencias traumáticas pre-verbales al origen de una
percepción de sí altamente alterada.

El proceso analítico: riesgos, demandas y consecuencias

He elegido centrarme en situaciones en las que ambos amantes estaban


recíprocamente muy involucrados uno con el otro. Los roles de amo y de víctima,
el deseo de dominar, alienar o subyugar al compañero no parecían esenciales.
Aunque en estas situaciones clínicas tuve acceso solamente a un individuo de
cada pareja, era claro para mí que la sensación de irresoluble desaliento era
mutua, bien que con contenidos emocionales diferentes.

Una posición de gran neutralidad hacia aquél que ha sido apasionadamente


convertido en el Otro es imprescindible. Este Otro es y podría permanecer como
único repositorio de importantes transferencias a lo largo de una gran parte del
análisis. Como tal, necesitamos indagar sus características con el mismo respeto y
distancia emocional con que lo hacemos con nuestro paciente. Esas
transferencias (en realidad, transferencias del self) podrían no estar nunca
dirigidas intensamente hacia el analista; el análisis de ellas podría darse en forma
refractada, en el dominio de los sentimientos y percepciones que se han centrado
inexorablemente en este Otro ser amado que aprisiona.

Se requiere suspensión de juicio y también gran tolerancia a la ambigüedad para


ayudar al paciente a lograr acceso a la conciencia de las muchas tonalidades de
su saber que han sido repudiadas. La integración de éstas es necesaria para una
acción decisiva. En mi experiencia, ese camino es lento. Se acompaña al paciente
en un proceso que no ha tenido lugar nunca antes: hacer el duelo por la pérdida
de una fantasía de guía protector cuyo abrazo prometería amor, felicidad y
tranquilidad incesantes. Esta detención en el desarrollo del paciente, tal vez
largamente encapsulada y escondida pero hoy activada por la pérdida inminente
de tal imagen ideal, puede ser causa de profunda regresión. Podrían entonces
deteriorarse la concentración, el pensamiento lógico y la regulación del afecto
(Rose, 1973). Es esta una reacción a experiencias regresivas humillantes de
vulnerabilidad y necesidad que no han alcanzado, como Winnicott lo sugiriera, el
alivio parcial de la representación psíquica (Winnicott, 1955).

Por ejemplo, los intensos estados negativos regresivos de desolada ira de la Sra.
T. –que la conducían a aislarse- fueron de corta vida en la transferencia. El peligro
era que el re-despertar la sensación preverbal de traición, humillación y necesidad
podría causar una desconexión rencorosa hacia la analista con la consiguiente
pérdida de esa contención sostenedora. La Sra. T. evitaba las tareas creativas al
igual que su familia de origen para impedir afectos peligrosamente incontrolables
que llevaban a la fragmentación de su conexión con el objeto (Green, 1995). Su
obsesiva pasión aportaba la promesa de obtener un espejo emocional bueno e
incondicional, intento de reparar una temprana y dañina defección, e impedir su
irrupción en la relación analítica. También para la Sra. A. el desarrollo de una
intensa pasión había sido un recurso de curación intermediario. En general, a
medida que el proceso analítico y la alianza se consolidan, el terror a una re-
traumatización se apacigua (Bergmann, M., 2000) y así también la evasión del
aquí y el ahora transferencial (Lichtenstein, 1964).

Esa excesiva necesidad de relación contenedora está conectada a experiencias


pasadas de falta fundamental de armonía especular (Kohut, 1971) y podría
conducir fácilmente a la irrupción de estados regresivos. Los apegos pasionales
pueden incrementar la investidura libidinal del self y ayudar a incrementar la
sensación de la completud del self y de su valor. Pero a menos que una
internalización de tal investidura se realice, tales apegos conducen a una
dependencia insoportable- tan devastadora para el concepto del self del individuo
como la lesión original.

¿Qué convierte esas relaciones, nocivas y resistentes al cambio, en inalterables?


Como en el “No Exit” de Sartre, sus roles rituales exigen una coreografía de
repetición obligatoria, una repetición que domina cualquier deseo consciente de
cambio. ¿Por qué?
1. Propongo que afectos inconscientes de origen traumático, habiendo causado un
arresto del desarrollo en la evolución de la consolidación del self, buscan
resolución.

2. Esos afectos inmediatamente desplazados a un nuevo vínculo, sufren un


cambio cualitativo, se convierten en excitación pasional sostenida.

3. De este modo, esa excitación incluye el bloqueo inconsciente original, en la


forma de una contradicción, entre una conexión totalmente satisfactoria y
simultáneamente una pérdida imposible de soportar.

Este conflicto interfiere con toda evolución en la pareja, quien no puede resolverlo
sin ayuda. En otras palabras: el drama traumático original, no elaborado, es capaz
de encender pasiones destinadas a ofrecer un inconmensurable alivio. Este alivio
es transitorio en tanto que la demanda paralizante que se hace a esta nueva
relación es que nunca remita al daño primario. Se bloquea la aventura de que
cada persona cambie con la otra. Cada cambio en la tonalidad del vínculo se torna
aterrante. La relación está fatalmente destinada a un “estatismo estratégico”.

Mis pacientes buscaron en esos estados pasionales una posibilidad de superar


limitaciones de experiencias de self. Inconscientemente esperaban amor mutuo
incondicional en el que el principal objetivo fuera la anulación de situaciones
traumáticas anteriores. Raramente se encuentra esto en la vida real. La
experiencia analítica les ofreció un escenario sin enjuiciamiento “centrado en el
otro” donde fueron facilitadas revisiones creativas del sentido de sí. En ese
espacio, poderosas expectativas inconscientes que encendieron y perpetuaron
relaciones adictivas fueron reveladas, así como el origen de conflictos que
inhibieron el grado de idealización del self necesario para el crecimiento. El trabajo
analítico logró así un esquema más fluido y enriquecedor del vínculo romántico.

Es decir, si nuestra mirada analítica puede descubrir, verbalizar y trabajar en esas


áreas, hacia una representación diferente de los “esquemas interactivos”
simbólicos (Beebe y Lachman, 1988), se obtiene una evolución. Cuando la
necesidad de protección de afectos traumáticos no representados cesa de ser
obligatoria, la intensidad de los apegos malignos disminuirá. Si es rescatable, la
relación puede ahora o terminar o evolucionar, debiendo los dos compañeros
trascender la conexión primariamente anaclítica a favor de un reconocimiento
mutuo (Benjamin, 1995.)

Conclusiones

La dinámica de apegos insoportablemente dolorosos nos remite a momentos


tempranos, re-encendidos bajo circunstancias corrientes de la vida. El amor, sí, es
un re-encuentro. Pero dado que el amor busca deshacer deficiencias anteriores,
puede llegar también a alentar una expansión de la capacidad de percepción de
ambos, del self y el Otro.

El enlace pasional maligno está motivado por un intento inconsciente de re-


dirección, de superación de carencias de desarrollo. Para poder lograr este
cambio, se busca apoyo en la idealización mutua.

La tentativa de mutación de esa omnipresente inestabilidad del desarrollo


narcisista (generalmente re-activada por circunstancias apremiantes) puede
conducir a depender en un “Otro” en la forma de un lazo pasional que desafía toda
razón. Aunque el objetivo original sea la reparación o el crecimiento, tal
idealización anaclítica de un Otro re-creado o inventado lleva al sacrificio de la
autonomía de sí.

Construir trampolines firmes desde los cuales poder lanzarse a los constantes
cambios de desarrollo requeridos en el curso de la vida requiere flexibilidad de re-
crear variaciones mejoradas de la identidad esencial original (Lichtenstein, 1961),
adaptadas a la situación de vida presente. (Podría conceptuarse esto como la
“modalidad de relación con otros”de Bowlby, o su “Modelo de funcionamiento
interno de apego”, o “el esquema de una forma-de-estar-con” de Stern o la
“modalidad self-objeto” de Sandler o el “tema de la Identidad”, o también el
“Sistema representacional” de Lichtenstein o el “Proyecto identificatorio” de
Aulagnier). Sabemos que el abandono emocional traumático, las carencias
emocionales familiares contemporáneas o trans-generacionales, contribuyen
inconscientemente de manera importante a nuestra fragilidad narcisística y
dejarán una marca indeleble en la cualidad de nuestras relaciones psíquicas-
sexuales, de objeto así como en la evolución yoica. Como tal, el proceso de
adquisición de autonomía de un Otro idealizado e idealizante, es constantemente
re-actualizado a lo largo del trayecto madurativo (Abelin-Sas, Erikson). La
estabilidad y el crecimiento requieren un cierto grado de idealización del self,
basado tanto en la autonomía como en reciprocidad. Las relaciones paralizantes
que he descrito iluminan cómo y cuándo una idealización del self inestable impide
la organización de una identidad suficientemente cohesiva como para tolerar la
fluidez de roles y el cambio (Sandler, J., 1987). Si el amor infunde la idealización
del self necesario para el propio crecimiento, tolerando una des-idealización
realista del amante, admite un incremento de la individuación armoniosa hacia el
bienestar mutuo de los amantes.

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El tema de relaciones amorosas paralizantes e imposibles de resolver ha sido de


gran interés para mí por muchos años. Algún tiempo atrás, tuve la inusual
oportunidad de que me consultasen en un lapso de pocos meses una mujer y un
hombre que sufrían de tal vínculo. En ambos casos el vínculo era extra-
matrimonial y muy prolongado. En un principio, excitante, maravilloso, éste se
había tornado con el transcurrir del tiempo en traumático y doloroso. Ambos
pacientes expresaron que su relación les era imprescindible, les ofrecía intenso
gozo y, en igual grado, intenso sufrimiento. Pese a lo cual les resultaba a ambos
imposible separarse de su amante.

Estos dos pacientes permanecieron en tratamiento conmigo por


aproximadamente cinco años. Su trabajo, inteligente y dedicado, me condujo a
ciertas conclusiones que permitieron la resolución exitosa de su dolorosa
condición.

Los siguientes principios guiaron mi trabajo:

1. Transiciones difíciles de la vida adulta pueden provocar una inestabilidad de la


integración del self.

2. El individuo intenta en esas situaciones restablecer un sentido de seguridad que


le permitirá continuar desarrollándose.

3. Así como en el desarrollo temprano relaciones de amor e idealización del otro


conducen a la integración de la identidad, también el adulto busca una experiencia
de re-consolidación a través de relaciones amorosas. El amor, siempre y cuando
esté unido a una capacidad de des-idealización realista, conduce, en efecto a una
mejor integración del self y su expansión.

Las relaciones amorosas que describiré, sin embargo, no alcanzaron ese


desarrollo. Aunque eran recíprocas, correspondidas en igual grado y no
particularmente sadomasoquistas, resultaron en una dolorosa interrupción del
crecimiento del self. ¿Por qué? Yo sugiero que:

1. Estados traumáticos anteriores y tempranos de desintegración del self


interfirieron con el esquema básico de des-idealización de aquel Otro (véase otros)
que ofreciera el soporte original para el desarrollo de la identidad primaria.

2. Esas experiencias tempranas de desintegración del self no tenían


representación, ni estaban entramadas en un relato. Estaban, en cambio,
inscriptas somáticamente. Corporizadas, como afectos intensos de goce y pérdida,
simultáneamente.

3. Lo que liberó a mis pacientes de sus paralizantes relaciones pasionales fue la


recuperación y comprensión de experiencias patógenas, el traducirlas a una forma
narrativa y lograr asimilar así el necesario proceso de des-idealización.

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