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Lectura 4.

Liberalistas y marginalistas

Adaptado por:
Lic. Miguel Ángel Escalante
Catedrático del IPN.

Liberalismo

El liberalismo es un sistema filosófico, económico y político, que promueve las libertades


civiles, pero se niega a aceptar la libertad colectiva; se opone a cualquier forma de
despotismo suscitando a los principios republicanos, siendo la corriente en la que se
fundamentan la democracia representativa y la división de poderes.

Aboga principalmente por:

• El desarrollo de las libertades individuales y, a partir de ésta, el progreso de la


sociedad.
• El establecimiento de un Estado de derecho, donde todas las personas sean
iguales ante la ley, sin privilegios ni distinciones, en acatamiento con un mismo
marco mínimo de leyes.

Características

Sus características principales son:

• El individualismo, que considera al individuo primordial como persona única y en


ejercicio de su plena libertad, por encima de todo aspecto colectivo.
• La libertad como un derecho inviolable que se refiere a diversos aspectos: libertad
de pensamiento, de expresión, de asociación, de prensa, etc., cuyo único límite
consiste en la libertad de los demás, y que debe constituir una garantía frente a la
intromisión del gobierno en la vida de los individuos.
• El principio de igualdad entre las personas, en lo que se refiere a los campos
jurídico y político. Es decir, para el liberalismo, todos los ciudadanos son iguales
ante la ley y ante el Estado.
• El derecho a la propiedad privada como fuente de desarrollo e iniciativa individual,
y como derecho inalterable que debe ser salvaguardado y protegido por la ley.
• El establecimiento de códigos civiles, constituciones, e instituciones basadas en la
división de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y en la discusión y solución
de los problemas por medio de asambleas y parlamentos.
• La tolerancia religiosa.

Liberalismo social, económico y político

El liberalismo social defiende la no intromisión del Estado, o de los colectivos, en la


conducta privada de los ciudadanos y en sus relaciones sociales, existiendo plena libertad
de expresión y religiosa, así como los diferentes tipos de relaciones sociales consentidas,
morales, etc.

Esta no intromisión permitiría (siempre y cuando sea sometida a aprobación por elección
popular usando figuras como referéndums o consultas públicas. Dentro del liberalismo
siempre prevalece el Estado de derecho y éste en un estado democrático se lleva a su
máxima expresión con la figura del sufragio) la legalización del consumo de drogas, la
libertad de paso, la no regulación del matrimonio por parte del Estado (es decir, éste se
reduciría a un contrato privado como otro cualquiera, pudiendo ser, por tanto, contratado
por cualquier tipo de pareja), la liberalización de la enseñanza, etc.

Por supuesto, en el liberalismo hay multitud de corrientes que defienden con mayor o
menor intensidad diferentes propuestas.

El liberalismo económico defiende la no intromisión del Estado en las relaciones


mercantiles entre los ciudadanos, impulsando la reducción de impuestos a su mínima
expresión y eliminando cualquier regulación sobre comercio, producción, etc. La no
intervención del Estado asegura la igualdad de condiciones de todos los individuos, lo que
permite que se establezca un marco de competencia perfecta, sin restricciones ni
manipulaciones de diversos tipos. Esto significa neutralizar cualquier tipo de beneficencia
pública, como aranceles, subsidios, etc.

El liberalismo político inspiró la organización del Estado de derecho dentro del marco de la
democracia liberal durante el siglo XIX, vigente en gran parte de los estados-nación
actuales. Sus elementos principales son el poder de los ciudadanos como voluntad
general de poder gubernamental y la elección de sus representantes de manera libre y
soberana. El Estado de derecho, como marco jurídico e institucional, resguarda las
libertades y los derechos de las personas.

Liberalismo benthamiano

Una división menos famosa, pero más rigurosa, es la que distingue entre el liberalismo
predicado por Jeremías Bentham y el defendido por Wilfredo Pareto. Esta diferenciación
surge de las distintas concepciones que estos autores tenían respecto al cálculo de un
óptimo de satisfacción social.

En el cálculo económico se diferencian varias corrientes del liberalismo. En la clásica y


neoclásica se recurre con frecuencia a la teoría del Homo economicus, un ser
perfectamente racional con tendencia a maximizar su satisfacción. Para simular este ser
ficticio, se ideó el gráfico Edgeworth-Pareto, que permitía conocer la decisión que tomaría
un individuo con un sistema de preferencias dado (representado en curvas de
indiferencia) y unas condiciones de mercado dadas, es decir, en un equilibrio
determinado.

Sin embargo, existe una gran controversia cuando el modelo de satisfacción se ha de


trasladar a una determinada sociedad. Cuando se tiene que elaborar un gráfico de
satisfacción social, el modelo benthamiano y el paretiano chocan frontalmente.

Según Wilfredo Pareto, la satisfacción que goza una persona es absolutamente


incomparable con la de otra. Para él, la satisfacción es una magnitud ordinal y personal, lo
que supone que no se puede cuantificar ni relacionar con la de otros. Por lo tanto, sólo se
puede realizar una gráfica de satisfacción social con una distribución de la renta dada. No
se podrían comparar de ninguna manera distribuciones diferentes. Por el contrario, en el
modelo de Bentham los hombres son en esencia iguales, lo cual lleva a la comparabilidad
de satisfacciones, y a la elaboración de una única gráfica de satisfacción social.
En el modelo paretiano, una sociedad alcanzaba la máxima satisfacción posible cuando
ya no se le podía dar nada a nadie sin quitarle algo a otro. Por lo tanto, no existía ninguna
distribución óptima de la renta. Un óptimo de satisfacción de una distribución
absolutamente injusta sería, a nivel social, tan válido como uno de la más absoluta
igualdad (siempre que éstos se encontrasen dentro del criterio de óptimo paretiano).

No obstante, para igualitaristas como Bentham, no valía cualquier distribución de la renta.


El que los humanos seamos en esencia iguales y la comparabilidad de las satisfacciones
llevaba necesariamente a un óptimo más afinado que el paretiano. Este nuevo óptimo,
que es necesariamente uno de los casos de óptimo paretiano, surge como conclusión
lógica necesaria de la ley de Rendimientos decrecientes.

Corrientes de estas concepciones

Estas dos concepciones radicalmente diferentes dividen al liberalismo en dos corrientes:


por un lado, una corriente igualitarista y progresista, abanderada por la teoría de Bentham
y; por el otro, aquella corriente que no persigue la igualdad, pues considera natural que
hombres diversos actuando en función de sus propias motivaciones y empleando
libremente los medios de que disponen, lleguen a fines diferentes.

Entre los seguidores de Bentham destacan las tesis del social-liberalismo, mientras que
de Pareto surgen otras como la escuela austríaca (si bien, para esta última corriente, no
es necesario en absoluto basarse en idealizaciones y estudios de equilibrios inexistentes
en la realidad. De hecho, dicha escuela considera un auténtico error epistemológico
pretender llevar a cabo el estudio de la economía como si se tratara de una ciencia
natural. Por tanto, propone un acercamiento distinto, completamente opuesto al de los
clásicos y neoclásicos, al liberalismo).

Pensadores liberales

La categoría liberales agrupa todos los artículos sobre personalidades liberales. La que
sigue es sólo una breve relación orientativa de liberales de gran relevancia en la historia
de esta corriente intelectual, académica y política:
• Richard Cantillon
• Adam Smith
• David Ricardo
• John Stuart Mill
• Jean-Baptiste Say
• Max Weber
• Carl Menger
• Alfred Marshall
• Eugen von Böhm-Bawerk
• Joseph Schumpeter
• Ludwig von Mises
• George Stigler
• Friedrich Hayek
• Milton Friedman
• Wilhelm Röpke
• David Friedman
• Ludwig Lachmann
• Xavier Sala-i-Martín
• Alan Greenspan

La revolución marginalista

La década de 1870 supuso una ruptura radical con la economía política anterior; esta
ruptura se denominó la revolución marginalista, promulgada por tres economistas: el
inglés, William Stanley Jevons; el austriaco, Anton Menger; y el francés, Léon Walras. Su
gran aportación consistió en sustituir la teoría del valor-trabajo por la teoría del valor
basado en la utilidad marginal. A largo plazo, se ha demostrado que el concepto de
unidad marginal, o última unidad, es mucho más importante que el concepto de utilidad.
Esta aportación de la noción de marginalidad fue la que marcó la ruptura entre la teoría
clásica y la economía moderna.

Los economistas políticos clásicos consideraban que el problema económico principal


consistía en predecir los efectos que los cambios en la cantidad de capital y trabajo
tendrían sobre la tasa de crecimiento de la producción nacional. Sin embargo, el
planteamiento marginalista se centraba en conocer las condiciones que determinan la
asignación de recursos (capital y trabajo) entre distintas actividades, con el fin de lograr
resultados óptimos, es decir, maximizar la utilidad o satisfacción de los consumidores.

Durante las tres últimas décadas del siglo XIX los marginalistas ingleses, austriacos y
franceses, fueron alejándose los unos de los otros, creando tres nuevas escuelas de
pensamiento. La escuela austriaca se centró en el análisis de la importancia del concepto
de utilidad como determinante del valor de los bienes, atacando el pensamiento de los
economistas clásicos, que para ellos, estaba desfasado. Un destacado economista
austriaco de la segunda generación, Eugen Von Böhm-Bawerk, aplicó las nuevas ideas
para determinar los tipos de interés, con lo que marcó para siempre la teoría del capital.
La escuela inglesa, liderada por Alfred Marshall, intentaba conciliar las nuevas ideas con
la obra de los economistas clásicos. Según Marshall, los autores clásicos se habían
concentrado en analizar la oferta; la teoría de la utilidad marginal se centraba más en la
demanda, pero los precios se determinan por la interacción de la oferta y la demanda,
igual que las tijeras cortan gracias a sus dos hojas. Marshall, buscando la utilidad práctica,
aplicó su Análisis del equilibrio parcial a determinados mercados e industrias. Walras, el
principal marginalista francés, profundizó en este análisis estudiando el sistema
económico en términos matemáticos. Para cada producto existe una función de demanda
que muestra las cantidades de productos que reclaman los consumidores en función de
los distintos precios posibles de ese bien, de los demás bienes, de los ingresos de los
consumidores y de sus gustos. Cada producto tiene, además, una función de oferta que
muestra la cantidad de productos que los fabricantes están dispuestos a ofrecer en
función de los costes de producción, de los precios de los servicios productivos y del nivel
de conocimientos tecnológicos. En el mercado, existirá un punto de equilibrio para cada
producto, parecido al equilibrio de fuerzas de la mecánica clásica.

No es difícil analizar las condiciones de equilibrio que se deben cumplir, que dependen,
en parte, de que exista también equilibrio en los demás mercados. En una economía con
infinitos mercados, el equilibrio general requiere la determinación simultánea de los
equilibrios parciales que se producen en uno. Los intentos de Walras por describir en
términos generales el funcionamiento de la economía llevó al historiador del pensamiento
económico, Joseph Schumpeter, a describir la obra de Walras como la ‘Carta Magna’ de
la economía. La economía walrasiana es bastante abstracta, pero proporciona un marco
de análisis adecuado para crear una teoría global del sistema económico.

Fuentes de Información

Direcciones electrónicas:

1. http://es.wikipedia.org

Otros:

1. Encarta, la enciclopedia libre.

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