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Lo universal: el Esperanto
Si partimos con nuestra argumentación
afirmando proposiciones universales sobre la histeria, por
ejemplo, este punto de partida nos impediría afirmar una
existencia, es decir que no garantizamos por esta vía la
existencia de aquello sobre lo que enunciamos. Porque las
proposiciones universales, pueden enunciarse sobre objetos que
no existen (los unicornios, por ejemplo) y, sin embargo, son
lógicamente verdaderas. El objeto queda en suspenso, porque
quien enuncia no se ocupa de verificar la existencia. Son
proposiciones que en sí mismas rechazan alojar (a un) sujeto,
porque impiden en su universalización la afirmación de una
existencia singular.i[1]
Cuando hablamos de casos, de estructuras, de
cuadros ¿Hablamos de una práctica generalizable, afirmando
algún universo? Si la respuesta es sí, lo hacemos a costa de
borrar las marcas subjetivas, la constitución singular.
“El nombre del Esperanto en el campo
psicoanalítico, es el discurso psicopatológico en tanto no deja
lugar para el sujeto. Cuando las llamadas estructuras clínicas
dejan de nombrar posiciones del sujeto para señalar
modalidades de la enfermedad psíquica, el Psicoanálisis empieza
a transitar el venturoso camino de la ciencia, la cual tiene como
marca indeleble de nacimiento, el rechazo del sujeto”.
“Enfermedad mental, patologías de borde,
trastornos, diagnósticos en términos del ser son algunos de los
eufemismos utilizados por el Esperanto psicopatológico. El
eufemismo implica la suspensión de la función subjetivante,
filiatoria de la lengua”. (De un trabajo inédito de D. Kreszes)
La psicopatología aparece como un intento de
transformar la práctica analítica en una suerte de ciencia en
donde, en las gavetas ya dispuestas, entre todo lo que se nos
presenta.
Entran enfermedades, cuadros, estructuras,
pronósticos y advertencias. Objetos, que el sujeto
-psicopatólogo- ordena según una sistematización, que
necesariamente se funda en la Psiquiatría aunque disfrazada con
nociones de Psicoanálisis.
Intentamos desechar el confort que supone un
analista observador, alejándonos de la sistematización. Nuestro
deseo da lugar a la incoherencia de la experiencia y al sin
sentido de los desechos de la vida mental.
La idea misma de diagnóstico, basada en
reconocer una enfermedad y describir sus signos, es discutible
en el quehacer analítico.
Reconocer para reconocernos, describir para
constatar -lo que ya sabemos-, no son las coordenadas
convenientes que puedan crear las condiciones necesarias para
iniciar un análisis.
El acta de nacimiento de un análisis es, en
este sentido, el momento en que el ahora analizante ha
concluido en el tratamiento de prueba que ya no hay los
analistas, sino “mi analista” -inicio de la transferencia-. Cuando
para el analista se diluyen los obsesivos, las histéricas, etc.;
deseando que un sujeto de ese análisis pueda llegar a advenir.ii[2]
Un singular: el síntoma
El tiempo