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¿Un diagnóstico psicoanalítico?

16-08-2004 - Por Daniel Rubinsztejn

“La sexualidad es anormal porque no hay relación sexual. Freud


se dio cuenta de que la neurosis no era estructuralmente
obsesiva, que era histérica en el fondo, es decir ligada al hecho
de que no hay relación sexual, que hay personas que eso les da
asco, lo que así y todo es un signo positivo, que eso les hace
vomitar.”
J. Lacan - Seminario 24

Detengámonos por un instante en esta cita.


La histeria, es con su deseo insatisfecho, una manera adecuada
de decir la estructura anormal, displacentera de la sexualidad.
Un malestar que acosa con demandas insaciables y
satisfacciones libidinales conquistadas, a las que no se quiere
renunciar.
La histeria es modelo y, en este sentido,
diagnostica, no a un sujeto, sino a la sexualidad.
Adelanto aquí una hipótesis y una pregunta:
el sujeto del inconciente, pensado como lugar de enunciación,
como vacilación, como presencia intermitente -por instantes-
entre decires y dichos, no es diagnosticable en los términos en
que se piensa comúnmente al diagnóstico ¿Habría otro
diagnóstico posible?

Lo universal: el Esperanto
Si partimos con nuestra argumentación
afirmando proposiciones universales sobre la histeria, por
ejemplo, este punto de partida nos impediría afirmar una
existencia, es decir que no garantizamos por esta vía la
existencia de aquello sobre lo que enunciamos. Porque las
proposiciones universales, pueden enunciarse sobre objetos que
no existen (los unicornios, por ejemplo) y, sin embargo, son
lógicamente verdaderas. El objeto queda en suspenso, porque
quien enuncia no se ocupa de verificar la existencia. Son
proposiciones que en sí mismas rechazan alojar (a un) sujeto,
porque impiden en su universalización la afirmación de una
existencia singular.i[1]
Cuando hablamos de casos, de estructuras, de
cuadros ¿Hablamos de una práctica generalizable, afirmando
algún universo? Si la respuesta es sí, lo hacemos a costa de
borrar las marcas subjetivas, la constitución singular.
“El nombre del Esperanto en el campo
psicoanalítico, es el discurso psicopatológico en tanto no deja
lugar para el sujeto. Cuando las llamadas estructuras clínicas
dejan de nombrar posiciones del sujeto para señalar
modalidades de la enfermedad psíquica, el Psicoanálisis empieza
a transitar el venturoso camino de la ciencia, la cual tiene como
marca indeleble de nacimiento, el rechazo del sujeto”.
“Enfermedad mental, patologías de borde,
trastornos, diagnósticos en términos del ser son algunos de los
eufemismos utilizados por el Esperanto psicopatológico. El
eufemismo implica la suspensión de la función subjetivante,
filiatoria de la lengua”. (De un trabajo inédito de D. Kreszes)
La psicopatología aparece como un intento de
transformar la práctica analítica en una suerte de ciencia en
donde, en las gavetas ya dispuestas, entre todo lo que se nos
presenta.
Entran enfermedades, cuadros, estructuras,
pronósticos y advertencias. Objetos, que el sujeto
-psicopatólogo- ordena según una sistematización, que
necesariamente se funda en la Psiquiatría aunque disfrazada con
nociones de Psicoanálisis.
Intentamos desechar el confort que supone un
analista observador, alejándonos de la sistematización. Nuestro
deseo da lugar a la incoherencia de la experiencia y al sin
sentido de los desechos de la vida mental.
La idea misma de diagnóstico, basada en
reconocer una enfermedad y describir sus signos, es discutible
en el quehacer analítico.
Reconocer para reconocernos, describir para
constatar -lo que ya sabemos-, no son las coordenadas
convenientes que puedan crear las condiciones necesarias para
iniciar un análisis.
El acta de nacimiento de un análisis es, en
este sentido, el momento en que el ahora analizante ha
concluido en el tratamiento de prueba que ya no hay los
analistas, sino “mi analista” -inicio de la transferencia-. Cuando
para el analista se diluyen los obsesivos, las histéricas, etc.;
deseando que un sujeto de ese análisis pueda llegar a advenir.ii[2]
Un singular: el síntoma

“La única definición filosófica posible de la violencia es que ésta


acalla toda nueva pregunta”.
Vattimo

Entonces: ¿Cuál sería la función de un posible


diagnóstico psicoanalítico?
1. Intenta “descifrar a qué conflicto viene el síntoma a
dar solución“. (Sara Glasman). El síntoma brinda alguna
solución transaccional -pero como toda solución- fallida. Por
eso, la consulta.
2. Escuchamos las satisfacciones e insatisfacciones que
se cristalizan en el síntoma y cómo habita el analista en su
núcleo -motor del análisis-. Este desciframiento incluye al
lugar del analista en el cuadro. Una mirada que no es ni
objetiva ni subjetiva, sino que calcula la presencia del analista
en el análisis que dirige. Recortamos y construimos “una
diversidad clínica que no existe como dato previo”. (Lili
Baños)
3. Tratamos de distinguir si estamos incluidos en un
síntoma, si escuchamos el relato de un acting out o de un
pasaje al acto. Esta distinción (¿diagnóstica?) nos posibilitaría
interpretar o no interpretar.
No participo del presagio que adivina y conoce
certeramente el futuro, anunciando que si interpretamos,
indefectiblemente tal cosa le ocurriría al paciente.
(Amenazas que inhiben y paralizan a los
nuevos analistas: Si es una prepsicosis ¡No interpreten porque
brotarían a los pacientes!)
Nos “posibilitaría interpretar o no” significa
que el encadenamiento significante lleva, a veces
necesariamente, a la interpretación. No es que conviene o no
conviene, que hay que prevenir o que hay que impedir. Insisto:
La secuencia significante lleva, en la transferencia, a que el
analista, si escuchó, diga o que no tenga nada que decir.
En este sentido, no decidimos interpretar,
mejor dicho, es una decisión pero una decisión sin agente.
Hay interpretación o no la hay. No hay buenas
ni malas. Sólo hay ó no hay. Si es una interpretación es porque
habrá sido una interpretación. Si un discurso, en transferencia,
precipita que por boca del analista brote una interpretación, es
porque el devenir de las asociaciones ha llevado ineludiblemente
a la interpretación. Analista no es el que dice todo lo que se le
ocurre.

La estructura: lo que se sustrae


Sostener que hay una clínica de los goces, de
lo real, de los bordes, de las psicosis, del fantasma, de la
angustia, por fuera del devenir transferencial y con
clasificaciones estancas, no deja de ser un intento de construir
un muro frente a la angustia. Querer saber antes -de que estalle
la angustia- lo imposible de saber.iii[3]
Al definir estructuras con mecanismos
preestablecidos, volvemos sin querer (¿Sin querer?) a una
clasificación, que no podría dejar de ser psiquiátrica.
A cada estructura, le corresponde un
mecanismo (¡Una definición de ingeniero!).
Esta afirmación no puede sostenerse
seriamente ¿En la neurosis no hay renegación o forclusión? ¿En
la perversión no hay represión o forclusión? ¿En la psicosis sólo
hay forclusión? Condenados a errar cuando nuestra
argumentación se aleja de la referencia metódica al edipo, al
enmarcar la constitución del sujeto en el complejo de edipo y el
complejo de castración, nos es imposible reducir la complejidad
de la constitución subjetiva a un mecanismo. Unificar, clasificar,
universalizar, son los ladrillos del muro que cierra el camino a la
sorpresa concomitante, a las formaciones del inconciente y a los
efectos de la interpretación.
Relacionar el síntoma a la estructura,
pensándolo como un epifenómeno de una estructura oculta más
allá de lo evidente y con consistencia propia, recuerdan los
recursos usados cuando en otros tiempos, no muy lejanos, se
apelaba a enfermedades de base, pero con interminables listas
de rasgos (obsesivos, fóbicos, etc.) que matizaban la
uniformidad, intentando explicar así lo que no entraba (¡Por
suerte!) en las clasificaciones consagradas.
¿Es posible establecer posiciones subjetivas,
que no se sostengan en los “mecanismos propios” de cada
cuadro por fuera de la transferencia y de la demanda de análisis
ó podemos concluir un diagnóstico singular e irrepetible para
otros casos?
Un diagnóstico que desarticule y enrarezca lo
establecido, como la clasificación que inventa la Enciclopedia
china -en “El idioma analítico de J. Wilkins” de J. L. Borges- al
dividir a los animales en:
a) pertenecientes al
Emperador
b) embalsamados
c) amaestrados
d) sirenas
e) perros sueltos
f) que se agitan como locos
g) que acaban de romper un
jarrón
h) que de lejos parecen
moscas

Que enuncie que se trata de un paciente hasta


ahora psiquiatrizado (conclusión “diagnóstica” de una
supervisión) o el que, con este dicho, ha finalizado su análisis y
se acaba de retirar, podría ser alentador y causante de nuevos
pensamientos, de algún acto creativo.
La tarea del bricoleur tal como la describe y la
piensa L. Strauss, podría orientarnos. “El bricoleur es aquél que
utiliza los medios de a bordo, los instrumentos que encuentra a
su disposición alrededor de él, que están ya ahí, que no habían
sido concebidos especialmente con vistas a la operación para la
que él hace que sirvan y a la que se los intenta adaptar por
medio de tanteos, no dudando en cambiarlos cada vez que
parezca necesario hacerlo, o en ensayar con varios a la vez,
incluso si su origen y su forma son heterogéneos”.
“El bricolage es mito poético. En
contraposición al discurso epistémico, el discurso estructural
sobre los mitos, el discurso mitológico debe ser él mismo
mitomorfo, debe tener la forma de aquello de lo que habla”.
“En cambio, el ingeniero es lo que L. Strauss
opone al bricoleur”. (J. Derrida - El subrayado es mío)
El diagnóstico, como el Psicoanálisis que
prefiero, es más afín al discurso mito poético que al epistémico;
más cercano al mitomorfo -“las pulsiones son nuestra mitología”-
que al de las fórmulas. El discurso “sobre” el inconciente debiera
tener la forma de aquello de lo que habla, es decir, que no es
“sobre”. No es con instrumentos concebidos previamente iv[4] para
la tarea, con los que construimos los casos, sino con
afirmaciones singulares ad hoc, siempre dispuestos a revisarlas.
Si el problema es la relación del sujeto al
deseo, a la falta siempre singular, sería conveniente que los
analistas, dejáramos de lado los intentos de unificar el campo
teórico encontrando nuevamente, en un gesto aburrido, lo que
ya conocemos.
Entonces, no reducimos la teoría a un
denominador común, ni a una medida que exista por fuera de los
analistas, como un elemento positivo.
Si afirmamos que la teoría es ad hoc, abierta
incompleta y variable, el lugar que “unificaría” el campo de
acción es nuestra práctica, entre resistencia y transferencia.
(Entre heces y orina hacemos la teoría)v[5]. Sería el lugar que
identifica al analista en tanto practicante del análisis. vi[6]

La experiencia del inconciente, que es según


Lacan dispersa, diversa incluso divertida, sería paradojalmente
en su singularidad, la fuente en donde abreva la teoría, es decir,
las teorías. Teorías que incesantemente retornan sobre la
práctica sin terminar de cercarla, definirla ni comprenderla,
manteniendo la necesaria tensión entre dispersión y unificación.

El tiempo

“El arte es una actividad imposible desde el punto de vista social,


porque su tiempo es otro; siempre se tarda demasiado, o
demasiado poco, para hacer una obra.”
R. Piglia

Esta idea de Piglia sobre el tiempo en el arte


la podríamos transponer a nuestra práctica. El tiempo del
diagnóstico, si lo hubiera, y el del análisis, también es otro.
Suspendiendo las respuestas, abrimos en el tiempo del análisis
las llagas que las preguntas llevan, abriendo tiempos de
transformaciones y elaboraciones.
Creer que se poseen los instrumentos previos
indica un intento de estar precavidos, de una anticipación que
horada la posibilidad de dar tiempo a la instalación de la
transferencia. Para acercar a un paciente al análisis se necesita
tiempo, imposible de fijar de antemano en el inicio así como al
final del tratamiento. El Psicoanálisis es una experiencia
dialéctica, a través del discurso, en el que la diacronía de la
interlocución coloca en un devenir problemático a lo que se
quiera establecer como estabilidad de cuadros o estructuras.
Dejamos caer adrede, y por ahora, las
estructuras con sus mecanismos y, con ellos, la exigencia de
establecer un diagnóstico anticipado, proponiendo pensar cada
análisis en función de:
a. las creencias. Cree en las voces o no. Cree que el
síntoma le dice algo o hay increencia.
b. del saber. Tiene la certeza que en alguna parte
se sabe lo que quieren decir esos signos. O se pregunta por
quién sabe, o por si hay saber.
c. de la demanda. Si demanda ser demandado.

d. de la angustia. Si es del Otro.

e. de la fobia. Si la pensamos como placa giratoria


en la constitución de todas las neurosis.
f. del tiempo. Si se eterniza en el tiempo para
comprender, sin concluir jamás.
g. del goce. Si es del otro o del Otro (si existiera).
Una lista incompleta que incluyéndose a sí
misma no resuelve, ni responde a nuestro interrogante, y no
clausura otras perspectivas posibles. Sin embargo, podría tener
la virtud de inquietarnos en nuestra práctica cotidiana, abriendo
cuestiones que si las damos por resueltas cristalizan un hábito
-con el que vestirse- en el que los analistas nos reconocemos.
La práctica analítica tiene la riqueza y la
creatividad que podemos encontrar en el tiempo del juego, en la
tarea del bricoleur. Al enunciar la regla fundamental, sostenemos
un juego serio que, como el inconciente freudiano, está
estructurado como un chiste.

El mail del autor es drubinsztejn@psi.uba.ar


i [1]
Lacan introduce la noción de excepción “existe al menos uno que no” para sostener desde un excedente
que cae fuera del conjunto del “para todos” un universal que, paradójicamente, está descompletado.
ii [2]
La excepción que Freud propuso, es que si en el tratamiento de prueba consideramos que estamos con
una paranoia, no deberíamos proponer un análisis porque es imposible mantener la promesa de curación.
Límite de nuestra acción, que se enrarece ante la propuesta lacaniana de no retroceder ante la psicosis.
iii [3]
“Ninguna, formación imaginaria es específica, ninguna es determinante ni en la estructura ni en la
dinámica de un proceso. Y por eso se condena uno a errar una y otra vez cuando con las esperanzas de
alcanzarlas mejor, se decide que importa un bledo la articulación simbólica que Freud descubrió al mismo
tiempo que el inconciente y que le es efectivamente consustancial: su referencia metódica al Edipo” (En
Escritos 2 - Pág. 232).
iv [4]
Lo que Freud reclama como condición previa para poder llevar adelante un análisis, es el análisis del
analista, como eje ineludible de su formación.
v [5]
J. Ritvo: Comunicación personal.
vi [6]
Una teoría incompleta es el producto esperable, ya que fue originada en el lugar del analista en tanto
sometido a la castración, durante y después de la finalización del tratamiento

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