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S E C C IÓ N C U L M IN A N T E

DE LA EXTENSA Y M A G IS T R A L NOVELA

THE LIFE EVERLASTING


(LA VIDA ETERNA)
A LA ETERNA Y AUGUSTA MEMORIA DEL SUBLIME

PRESIDENTE MÁRTIR DE LA REPÚBLICA DE

CHILE, EXCELENTÍSIMO SEÑOR DON JOSE


MANUEL BALMACEDA, y , en g e n e r a l , a

QUIENES LUCHAN POR EL PROGRESO ESPIRI­

TUAL DE LA HUMANIDAD, DEDICA ESTE TRA­

BAJO, CON TOOO AFECTO,


Es innecesario entrar en detalles acerca
del viaje realizado por m í hacia un rem oto
y montañoso rincón de la costa de Vizcaya,
situado a poco más de tres jom adas de
París.
M e dirigí allá sola, pues sabía que esto
era una condición indispensable; llegué sin
ninguna desagradable aventura, y escasa­
m ente fatigada, aunque había marchado
día y noche. Unicamente al fin de m i viaje
encontré algunas dificultades, porque tuve
que darme cuenta de que aún cuando el
«Castillo de Asélzion», como se le llamaba,
era perfectamente conocido por los habi­
tantes de aquellos alrededores, nadie pa­
recía inclinado a mostrarme el camino más
corto, ni a facilitarm e algún vehículo que
me guiase por la encumbrada senda que
a él conducía. El Castillo mismo podía ser
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visto desde cualquiera parte de la aldea, es­ gar donde jamás se ve una m ujer...! y una
pecialmente desde la playa, en la que se señorita sola!... ah, Dios m ío... imposible!
alzaba como una elegante corona en la roca Dicen que allí suceden cosas terribles. Es
en que aparecía erigido a modo de fo rta ­ una casa de m isterio. Durante el día, se
leza. divisa como ahora... triste como si fuera
«Es un m onasterio», dijo un hom bre a una prisión!... pero por la noche aparece
quien pregunté el camino, y que hablaba algunas veces iluminado como si estuviera
en un curioso acento, medio francés y incendiándose... cada ventana llena de
medio español. «Ninguna m ujer llega hasta algo que alumbra como el Sol! Es una
allá». Hermandad la que vive allí... no de la
Le expliqué ser portadora de un im por­ Iglesia... ah, no!... no lo perm ita el Cielo!
tante mensaje. sino de hombres ricos y poderosos que,
El individuo movió negativamente la según se dice, estudian una ciencia ex­
cabeza. traña. Nuestros comerciantes llegan úni­
«Por ningún dinero os conduciría», dijo. camente hasta la puertas exteriores y
«Tem ería por m í m ism o». nunca van más allá. A media noche se
Nada pudo hacerlo cambiar de resolución, oye el órgano de su capilla y voces que
de manera que resolví dejar m i pequeño cantan en las mismas olas del mar! Os
equipaje en la posada, y marchar a pie por suplico, señorita, que penséis bien en lo
el escarpado camino que alcanzaba a divi­ que vais a hacer antes de ir a semejante
sar y que, como ondulante cinta blanquiz­ lu gar!... porque os despedirán de a llí...
ca, conducía a la meta de mis deseos. estoy segura de que os despedirán de allí!»
Un grupo de labriegos desocupados m i­ Me sonreí, y díle las gracias por su sin­
rábame con curiosidad mientras yo habla­ cera prevención.
ba a la dueña de la posada, y le pedía cui­ «Soy portadora de un mensaje para el
dase de m i pequeño bagaje hasta que Superior de la Hermandad», exclamé, «y
mandase por él o volviese en su busca, a lo si no se me perm ite entregarlo por no
que ella accedió de buen grado. Era una abrírseme la puerta, no m e quedará otro
agradable francesita, m uy inclinada a ser recurso que volverm e; pero debo hacer
amistosa. todo lo posible por entrar».
«Os aseguro, señorita, que volveréis in ­ Y dichas estas palabras, comencé m i
mediatam ente!», exclamó con una brillante solitaria marcha.
sonrisa. «El Castillo de Asélzion es un lu ­ Eran las primeras horas de la tarde, y
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estuve por fin delante de las pesadas


el sol se encontraba aún elevado en los puertas de fierro colocadas en un elevado
cielos; el calor era intenso, y el aire per­ arco de piedra, a través del cual nada podía
manecía en el más absoluto reposo. M ien­ ver sino una cavernosa obscuridad. El ca­
tras yo ascendía más y más hacia la cum ­ mino que yo había seguido terminaba en
bre, iba desapareciendo gradualmente el una amplia plazoleta circular, situada al
rum or de la vida humana en la pequeña lado opuesto de dicho arco; y unos cuantos
aldea hasta extinguirse del todo, y luego pinos elevados, retorcidos y con evidentes
m e di cuenta de la solemne y tranquila muestras de haber resistido toda la vio­
soledad que me rodeaba por todas partes. lencia de muchos vientos tempestuosos,
N i siquiera un extraviado cordero pacía constituían la única nota alegre en la
sobre el amarillo y bruno pasto seco de la desnudez de aquella terraza. Una cadena
rocosa altura; ni un pájaro surcaba el de fierro que terminaba en un pesado
denso azul del vacío cielo. £1 único sonido anillo, sugería el posible medio de tocar
que podía percibir era el rítm ico y suave alguna campana para llam ar la atención;
rumor de las pequeñas olas que acaricia­ pero durante varios m inutos no me atreví
ban los pies del prom ontorio, y un rumor a hacerlo.
más profundo e indefinido, que una rom ­ Miraba la amenazante obscuridad con
piente producía a la distancia a través de un sentimiento de absoluta desolación, y
una caverna. Había algo de grandioso en aprestábame a volver sobre mis pasos,
el silencio y en la soledad del escenario, cuando un repentino rayo de luz, no de
y algo digno de compasión también, así sol, hirió mis ojos con brillo enceguecedor.
pensaba yo en cuanto a m í misma, al En m i espíritu vacilante, produjo el
subir por el pétreo sendero, con un doble efecto de un latigazo de fuego que me in ­
sentim iento de esperanza y de temor, dujo inm ediatam ente a la acción. Sin
hacia el triste conjunto de obscuras torres pensar más, me dirigí derechamente a la
y elevados muros, donde era posible en­ entrada del Castillo y tiré la cadena de
contrar una desalentadora recepción. Sin fierro. Las grandes y pesadas puertas se
embargo, como llevaba guardada cerca abrieron inmediatamente, con suavidad
de m i corazón la carta de quien la había y sin producir ruido; yo me encaminé por
firm ado «YO U R LO VER», m e sentía en el obscuro corredor, y ellas volvieron a ce­
posesión de un talismán capaz de abrir rrarse otra vez silenciosamente detrás de
puertas aún más estrechamente cerradas.
Pero m i valor cedió un poco cuando
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Ya no había medio de regresar, y, con Magníficas estatuas de blanco m árm ol


gran resolución, marché con rapidez a lo rodeaban el hall en sus correspondientes
largo de un pasaje de elevado techo en nichos cubiertos de rosas y otras flores.
form a de arco y de maciza piedra. El am ­ Algunas de ellas eran copias perfectas de
biente era allí agradable comparado con los clásicos modelos, y todas expresaban
el gran calor externo, y luego divisé una la fuerza, la resolución y la belleza. Y
débil luz al térm ino de aquella galería. más maravilloso que todo era la luz que
A medida que avanzaba, la luz se hacía alumbraba desde la alta cúpula. No era
más y más amplia, y no pude contener la luz del sol, sino algo más suave y más
una exclamación de alivio y de contento intenso, y absolutamente indescriptible.
al encontrarme repentinamente en un Fascinada por el tranquilo encanto que
cuadrángulo dividido en verdes prados y me rodeaba, sentéme en un banco de m ár­
parcelas de flores. En el lado opuesto al m ol cerca de la fuente para contemplar el
de m i llegada, una doble puerta de encina salto de agua, que tan luego se levantaba
ricam ente tallada permanecía am plia­ para form ar un brillante arco iris, como
m ente abierta, y me perm itía m irar hacia caía a las obscuras sombras del pozo; y por
el interior de un vasto hall circular en cuyo un m om ento m e sobrevino una especie
centro una fuente lanzaba elevadas co­ de ensueño, de manera que experimenté
lumnas plateadas que caían con ruido algo parecido al terror al percibir una
musical en un pozo bordeado con m árm ol figura que se m e aproximaba. Era un hom ­
blanco, y en el que delicadas lilas de color bre vestido de blanco, algo semejante al
azul pálido flotaban en la superficie del tipo m onástico; sin embargo, difícilm ente
agua. podía considerársele como un m onje, aun­
Encantada ante aquel cuadro, me dirigí que llevaba algo así como una capucha
hacia él; entré sin solicitar el debido per­ que le ocultaba parcialmente el rostro.
miso, y permanecí allí mirando a m i a l­ M i corazón casi cesó de latir, y apenas
rededor, sobrecogida por un sentim iento pude respirar de miedo mientras el des­
de maravillada admiración. conocido se me acercaba con paso abso­
Si éste era el Castillo de Asélzion, donde lutam ente silencioso. Parecía ser joven
tan difíciles lecciones debía aprender y y sus ojos, obscuros y luminosos, m irá­
hacer frente a tan duras pruebas, no se­ banme con benevolencia y, al menos así
mejaba, en realidad, una casa de peniten­ me imaginé, con cierto aire de compasión.
cia y m ortificación sino más bien de lujo. «¿Buscáis al Superior?», preguntó con
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voz suave. «M e ha dado instrucciones de terminaba en una puerta de encina guar­


que os reciba, y cuando hayáis descansado necida con piezas de fierro. Tomando una
una hora, os lleve a su presencia». llave de su cinturón abrióla y me hizo señas
Habíame puesto de pie m ientras él ha­ para que entrase. Así lo hice, y me encon­
blaba, y sus modales tranquilos me ayu­ tré en un sencillo cuarto también de pie­
daron en parte a recobrar m i serenidad. dra con techo abovedado, y provisto de
«No estoy cansada», contesté. «Puedo una grande y elevada ventana sin cortinas
comparecer a su presencia inm ediatam en­ que daba vista al mar y alegraba en parte
te». el lado vertical de la roca en que estaba
£1 se sonrió. construido el Castillo de Asélzion. El m o­
«¡Ello no es posible!», dijo. «El Superior biliario se componía de un pequeño catre
no está listo para recibiros. Si queréis venir de campaña, una mesa, dos sillones, un
al departamento que se os está destinado, pedazo de ruda alfombra en el suelo cerca
estoy seguro de que os agradará tom ar del lecho y una percha para colgar vesti­
algún reposo. ¿Puedo pediros que me si­ dos. Un cuarto de baño bien provisto co-
gáis?» . municaba con aquel dorm itorio; pero más
Aunque perfectamente cortés en sus allá de esto nada había de moderno confort
ademanes, había sin embargo en él cierta y, por cierto, ni el más ligero rasgo de lujo.
impresionante autoridad que silenciosa­ Me dirigí instintivam ente a la ventana
m ente im pelía a la obediencia. para ver el mar, y en seguida me volví a fin
Nada más tenía que preguntar o sugerir, de agradecer a m i guía por su escolta, pero
y m e lim ité a seguir sus pasos, había desaparecido.
t Salimos del gran hall, y en seguida me M uy alarmada, corrí hacia la puerta.
condujo por una larga galería de piedra ¡ Estaba con lla v e !.. Prisionera!.... Sobre-
donde cada signo de lujo, belleza o confort cogíme de espanto, y me asaltó un doble
desaparecía en absoluto. En las frías y sentimiento de indignación y de terror.
desnudas murallas veíase la palabra «S i­ ¿Cómo se atrevía aquella gente a restringir
lencio» escrita en diversas tablas de color m i libertad? M iré por todas partes alre­
blanco, y a pocos pasos unas de otras. dedor del cuarto en busca de alguna cam ­
La galería me pareció muy larga y triste; panilla o algún medio de comunicación para
pero luego nos volvimos hacia una salida darles a conocer m i estado de ánimo. El
lateral en que el sol brillaba, y m i guía resultado fué infructuoso. Dirigím e a la
ascendió una escalera de peldaños que ventana nuevamente, y la abrí sin perder
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tiempo. La esencia del m ar invadió m i verdad que m e encontraba encerrada con


rostro con deliciosa frescura, y m e incliné llave en aquel cuarto como un niño per­
hacia afuera para m irar la amplia exten­ verso, pero ¿tenía esto grande im portan­
sión de agua en continuo m ovim iento, cia? Me aseguré a m í m ism a de que no la
justamente quebrada en ese instante por tenía absolutamente, y, m ientras se acos­
pequeñas crestas de espuma levantadas tumbraba m i espíritu a esta convicción,
por la creciente brisa. fui consiguiendo por grados recuperar la
Luego vi que m i cuarto era una especie tranquilidad y la quietud, como si estu­
de cámara de torre que se proyectaba so­ viese en m i propio hogar. Puse a un lado
bre un gran muro de roca, el cual tenía m i sombrero y m i capa de viaje. En se­
su base en el fondo del océano. No había guida me dirigí al cuarto de baño, y re­
medio de escapar por allí, aunque lo hu­ fresqué m i rostro con manotadas de d eli­
biera intentado. Me retiré entonces de la ciosa agua fría. Había allí un largo espejo
ventana, y comencé a pasearme por el adherido a la pared, lo que m e divirtió un
cuarto, como anim al cogido en una tram ­ poco al considerar que siempre debió per­
pa, irritada contra m í misma por haberme manecer en ese sitio y que no podía haber
aventurado en semejante lugar, y olvi­ sido colocado especialmente para m í, de
dando enteramente m i determinación manera que este detalle hacía creer que
previa de soportar con paciencia todo lo aquellos místicos «Hermanos» no carecían
que pudiese ocurrirme. de cierta vanidad personal. M irém e en él
Luego me senté en m i estrecha cama de con sorpresa mientras aseguraba con más
campaña, y procuré tranquilizarme. Des­ firm eza mis cabellos, pues m i rostro di­
pués de todo, ¿de qué servía m i excitación vulgaba una inesperada y fresca sonrisa
y m i cólera? Yo había venido al Castillo que llegó a asombrarme. M i sencillo ves­
de Asélzion por m i propio deseo y voluntad, tido negro se encontraba cubierto de polvo,
y hasta ese instante no había sufrido di­ y lo sacudí cuanto pude para quitarle
ficultad alguna. Según todas las aparien­ el carboncillo del tren a fin de presentarme
cias, deseaba Asélzion recibirm e a su de­ con decencia ante Asélzion.
bido tiem po, y yo tenía solamente que «Si él ha ordenado que me encierren en
esperar el curso de los acontecimientos. este sitio», me decía yo, «sin darme oportu­
Poco a poco se refrescó m i sangre, y en nidad de enviar por m i equipaje a la
algunos minutos llegué a sonreírme de posada, debo someterme a las circunstan­
m i indignación absolutamente inútil. Es cias y proceder como éstas lo perm itan».
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Y volviendo a m i cuarto, m iré nueva­ Olvidé encontrarme en un lugar extraño;


mente hacia el mar. Mientras esto hacía, olvidé para todo intento y propósito m i
inclinada un poco sobre el marco inferior carácter de prisionera; olvidé todo, excep­
de la gran ventana, tocó m i mano un ob­ to que yo vivía, y que la vida era un éxtasis.
jeto de aterciopelada suavidad: era una No tenía una idea exacta de la hora.
rosa lacre que colgaba de la torre y ju s­ M i reloj no andaba; pero la luz iba tom an­
tamente a m i alcance. Sus pétalos, que do el m atiz anaranjado de aquella hora de
comenzaban a abrirse, levantábanse hacia la tarde que precede a la puesta del sol.
m í como dulces labios en busca de besos, Mientras aún permanecía en la ventana,
y por un m om ento m e sentí asombrada, oí repentinamente la profunda, solemne
porque habría podido jurar que ninguna y sonora música del órgano; fué algo así
clase de rosa había cuando desde a llí miré como si todas las olas del océano se hubie­
al mar la primera vez. «¡Una rosa de entre ran puesto a cantar. En ese instante, m e
todas las rosas del cielo!» ¿Dónde había pareció, por instinto, que alguien había
yo escuchado estas palabras? ¿y qué sig­ en el cuarto. Volvíme con prontitud, y mis
nificaban ellas? ojos encontraron a m i prim er guía vestido
| Con todo cuidado y con extrema ternura, de blanco, quien, de pie y en absoluto si­
m e incliné sobre aquella hermosa y su­ lencio, esperaba detrás de m í. Tuve in ten ­
plicante flor. ción de quejarme acerca de cómo había
«¡No te tom aré!», díjele con suavidad, sido aprisionada a modo de los crim ina­
siguiendo los impulsos de m i soñadora les; pero ante su grave y tranquila figura,
fantasía. «Si eres un mensaje, como lo perdí m i acritud y nada pude decir. U ni­
creo, permanece ahí todo el tiem po que camente permanecí inmóvil y atenta a
puedas, y háblame! yo entenderé tu m u­ sus órdenes. Sus ojos obscuros, que brilla­
do lenguaje!» ban bajo su capucha blanca, dirigíanse
Y así, durante algunos minutos, nos hacia m í con inquisitiva y escrutadora
hicimos silenciosas amigas, hasta que pu­ mirada, como si esperase que yo hablara;
de haber dicho con el poeta: «The soul of pero, como yo continuaba en silencio, se
the rose went into m y blood» (El alm a de sonrió de un modo casi imperceptible.
la rosa invadió m i sangre). De todas m a­ «¡Sois muy paciente!», dijo con grave­
neras, algo agudo, fin o y sutil conmovió dad, y eso está bien! ¡El Superior os espe­
mis sentidos produciéndose en m í una in ­ ra!».
tensa alegría por el solo hecho de vivir. Un temblor nervioso invadió todo m i
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sér, y m i corazón principió a palpitar con de espectación, duda y temor. Aquella


violencia. Iba, pues, a conseguir la reali­ puerta cerrada parecíame ocultar algún
zación de m i más vivo deseo: ver y hablar secreto maravilloso con que probablemen­
con el hombre a quien Rafael Santóris te estarían ligados todo m i destino y m i
debía su prolongada juventud y su poder, vida futura. Abrióse súbitamente. Enton­
y bajo cuyo entrenam iento había pasado ces apareció ante m i vista una hermosa
por pruebas que le habían enseñado algu­ sala octogonal, ricam ente amoblada, con
nos de los más profundos misterios de la las paredes cubiertas de libros, de piso a
vida! cielo. Algunos grandes vasos de flores
El objetivo de m is propios deseos pare­ formaban verdaderas llamas de color entre
cíame ahora tan terrorífico que, aún cuan­ las sombras, y una rápida mirada hacia
do hubiera procurado decir una sola pala­ arriba me permitió ver el cielo pintado
bra, no habría podido hacerlo. Seguí a m i con primorosos frescos.
escolta en absoluto silencio. De pronto, M i guía me hizo señas para que entrase.
en medio de m i nerviosa agitación, res­ «E l Superior estará con vos en un m o­
balé en la escalera de piedra y estuve próxi­ mento más», dijo. «Tened la bondad de
ma a cper; él me sostuvo, tomándome tom ar asiento». Dichas estas palabras,
súbitamente de la mano con tal bondad me dirigió una envalentonadora m irada. En
y suave fuerza que renovó m i valentía. seguida agregó: «Estáis un poco nerviosa;
Sus ojos maravillosos miraron fijam ente procurad tranquilizaros! No tenéis abso­
los míos. lutam ente por qué experimentar ansiedad
«N o temáis!», dijo en voz baja. «R ea l­ o concebir temores!».
mente, nada hay que tem er!» En respuesta, procuré sonreir; pero me
, Pasamos el elevado y am plio hall circu­ sentí más bien con deseos de llorar. Sobre­
lar y su luminosa fuente, y en dos o tres vínome un repentino sentimiento de deso­
minutos llegamos a un arco cóncavo ocul­ lada depresión que fu i incapaz de vencer.
to tras un cortinaje de rico paño tejido M i guía desapareció, y la puerta se cerró
en colores bruno y dorado, el que m i guía detrás de él del mismo misterioso y silen­
corrió silenciosamente, dejando en des­ cioso modo en que había sido abierta.
cubierto una puerta cerrada. Detúvose en Encontréme sola; tomé asiento en uno de
el descanso y esperó. Yo esperé con él, y los numerosos y mullidos sillones distri­
procuré tranquilizarme, aunque m i es­ buidos en la sala, y me esforcé por tom ar
píritu soportaba un verdadero tum ulto al menos un semblante de aparente tran­
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quilidad. Pero, después de todo, ¿qué ob­ día hablar; sólo pude mirarlo maravillada
jeto tenía el asumir un aire tranquilo si a medida que se acercaba hacia mí. Su
el hombre a quien venía a ver estaba pro­ capucha, echada atrás, dejaba ver tota l­
bablemente capacitado para posesionarse m ente su hermosa cabeza intelectual; sus
en un m om ento de las emociones de cual­ ojos, de color azul obscuro y llenos de luz,
quier sér humano? Instintivam ente, opri- escrutaban m i rostro acuciosamente. La
m ím e el corazón con la mano derecha y sangre enrojeció mis m ejillas en una onda
sentí la carta que m i amante me había de calor. Reuniendo todas mis fuerzas,
dado. ¿No sería aquello un fantástico sue­ comencé a devolverle mirada por mirada,
ño? uniéndonos así más y más en nuestras
Lancé un prolongado suspiro, y volví propias líneas de atracción espiritual. Lue­
mis ojos hacia la ventana. Encontrábase go una ligera sonrisa ilum inó la gravedad
ésta colocada en un doble arco de piedra, de sus hermosas facciones, y me tendió
y se abría hacia un jardín que se extendía ambas manos.
hasta lejos, desde los prados de fragantes «¡Bienvenida seas!», dijo con una voz
y deliciosas flores hasta una pintoresca que expresaba la más perfecta música del
perspectiva de cerros, y bosques. Un suave lenguaje humano. «¡Turbulenta e indisci­
calor de luz rosada iluminaba el alegre plinada como eres, bienvenida seas!»
escenario, indicando la gloriosa despedida Tím idam ente puse en sus manos las
del sol poniente. Me levanté impulsivamen­ mías que apretó con cierta fuerza y calor.
te para encaminarme a m irar hacia afuera; En seguida, con prontitud y casi sin darme
pero m e detuve, impedida y obligada a no cuenta, caí de rodillas como delante de un
avanzar por un rápido e imperativo temor. santo, pidiendo en silencio su bendición.
Ya no estaba sola. Tenía a m i frente la Hubo un m om ento de protunda quietud,
elevada y majestuosa figura de un hombre y Asélzion colocó sus manos sobre m i ca­
vestido también de blanco, como m i guía; beza inclinada.
un hombre cuya singular belleza y digno «¡Pobre niña!», exclamó suavemente.
aspecto habrían causado la admiración « Te has aventurado lejos en busca del
aún de los espíritus más rudos e inobser­ amor y de la vida! Duro sería para ti si
vantes. fallaras en tu intento! Que todas las po­
¡Por fin m e encontraba realmente en tencias de Dios y de la Naturaleza vengan
presencia de Asélzion! en tu ayuda!»
Agobiada por esta certidumbre, no po­ Dicho esto, me levantó con una bene~
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volencia infinitam ente cortés, y acercó ahora, en tu estado presente, que es de


para m í una silla al lado de una mesa es­ avance y no de retroceso, has principiado
critorio en que había algunos papeles, n íti­ a adquirir un conocim iento un poco más
damente amarrados unos, otros dispersos amplio, con un poco de más profunda hu­
en aparente confusión. Cuando ambos es­ mildad, de manera que m e siento inclinado
tuvim os sentados Asélzion in ic ió la con­ a tener gran paciencia contigo!»
versación del modo más fá cil y más sen­ Levanté mis ojos, y sen tím e reconfortada
cillo. ante su mirar bondadoso.
«Sabrás, sin duda, que tu visita me ha «Ahora, para principiar», continuó, «d e ­
sido anunciada por uno de mis discípulos, bes saber que aquí no recibimos mujeres,
Rafael Santóris», dijo. «E l te ha estado de acuerdo con las reglas de nuestra Orden.
buscando por largo tiem po; pero, ahora No estamos preparados para recibirlas,
que te ha encontrado, ha sufrido en cierto porque no las necesitamos. Ellas son nada
modo una decepción, porque eres rebelde más que mitades de almas».
y no inclinada a reconocerlo. ¿No es así?». M i corazón dio un salto de indignación;
En ese instante, me sentía ya un poco sin embargo, mantuve m i tranquilidad.
más valiente, y respondíle con prontitud: El mirábame fijam ente, mientras con una
«Y o no soy desinclinada a reconocer al­ mano reunía algunos papeles dispersos so­
guna cosa verdadera. Pero no deseo ser bre su escritorio.
engañada ni engañarme a m í m ism a». «Bien, ¿por qué no me das la obvia res­
Asélzion se sonrió. puesta? ¿Por qué no dices que si las m u je­
«¿No?» preguntó. «¿Cómo sabes que no res son mitades de almas lo son tam bién los
has estado siempre engañándote a ti m is­ hombres, y que las dos mitades deben u nir­
ma desde la gradual evolución de tu v i­ se para form ar una existencia completa?
da subconsciente a tu vida consciente? ¡Pobre niña! No te ofendas al oír la descrip­
La Naturaleza no te ha engañado. La N a­ ción de tu sexo. ¿No es verdad que sois
turaleza actúa siempre con sinceridad; mitades de almas? Lo sois, en realidad; y
pero tú ¿no has procurado en varias faces nuestro principal defecto consiste en que
de tu existencia hacer algo más sabio que pocas veces os dais cuenta de ello, ni procu­
la Naturaleza? Vamos, vamos; no te em o­ ráis formar la perfecta e indivisible unión,
ciones tanto. Tú has hecho únicamente tarea sagrada que está en vuestras manos
lo que los llamados séres razonables hacen realizar. La Naturaleza trabaja sin des­
y creen estar justificados en hacer. Pero canso por unir las correspondientes m i­
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* #
tades. El sér humano procura también vacilado en la unión que le debes; has du ­
sin descanso separarlas; y aun cuando al dado de él, aunque tu propio instinto te
fin se verifica la inevitable unión, como dice que él es el verdadero compañero de
tiene que suceder, no hay para qué poster­ tu alma, y aunque tu propio corazón palpi­
garla por meses o siglos. Vosotras las m u ­ ta por él, como un pajarillo lucha contra
jeres fuisteis destinadas a ser los ángeles las varillas de la jaula en busca de la l i ­
de salvación; pero, en lugar de esto, sois bertad!
la ruina de vuestros propios ideales». Guardé silencio. M i destino parecía estar
No pude contradecir su aserto porque lo en la balanza; pero lo dejé en manos de
consideré verdadero. Asélzion, a quien, si algo significaba su
—Como acabo de decir, continuó, este poder, le era más fácil leer mis pensam ien­
no es un lugar para mujeres. La sola idea tos que a m í expresarlos. Levantóse de su
de que pudieras im aginarte capaz de so­ silla y comenzó a pasearse lentam ente,
m eterte a las duras pruebas de los discí­ absorbido en meditación. Luego se detuvo
pulos, es algo en realidad increíble. U ni­ repentinamente delante de m í.
camente por Rafael he consentido reci­ — Si quieres permanecer aquí, dijo, de­
birte a fin de explicarte cuán imposible bes saber lo que ello significa. Significa
es que puedas perm anecer... que debes habitar en tu cuarto, entera­
— Y o debo permanecer, interrum pí con m ente sola, excepto cuando se te llam e pa­
firm eza. Haced conmigo lo que quieráis; ra recibir instrucciones. A llí se te servirán
ponedme en una celda en calidad de pri­ tus comidas; te sentirás como una crim inal
sionera; hacedme sufrir privaciones, y que recibe más bien castigo que instrucción,
yo las sufriré; pero no me despidáis sin y no podrás hablar con persona alguna si
haberme enseñado siquiera en parte a qué no se te dirige antes la palabra.
debéis vuestra paz y vuestro poder, paz y Luego me hizo señas para que lo siguiese
poder que Rafael posee, y que yo también a otra sala contigua a la en que nos encon­
debo poseer, si quiero ayudarlo y ser suya trábamos. Allí, conduciéndome a una ven­
en todo y para todo. tana, mostróme un escenario m uy d ife ­
Aquí me detuve, agobiada por m i propia rente del paisaje de luz solar y de jardín
emoción. Asélzion m irábam e fijam ente. que acababa de ver: un triste cuadrado de
— ¿Es ese tu deseo?: ayudarlo y ser suya en césped sembrado de cruces negras.
todo y para todo?, preguntó. ¿Por qué no — Estos no son signos de muerte, dijo, si­
lo realizaste siglos atrás? Y aun ahora has no de fracasos. Fracasos, no en el sentido
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mundano de la palabra sino de no haber eos con un profesor a quien ambos am ába­
hecho de la vida la fuerza eterna y creadora mos y honrábamos, y a quien conociste
como es en realidad. con el nombre de Heliobás, tú habías p rin ­
¿Quieres ser uno de ellos? cipiado apenas a vivir en el m undo; desde
— No, contesté inm ediatam ente. Y o no entonces has trabajado con empeño y con­
fracasaré. seguido mucho en tu perfeccionamiento
Asélzion dió un ligero suspiro de im ­ espiritual; pero en tu constante aplicación
paciencia. para vencer las dificultades has echado
— Así han dicho todos cuyos recuerdos de menos varias cosas en tu camino. Doy
están aquí, dijo, mientras indicaba las crédito a tu paciencia y a tu f é ; ellas han
cruces con ademán impresionante. A lgu ­ realizado mucho en tu favor, y ahora te
nos de los hombres que nos han dejado encuentras en el punto crucial de tu ca­
esas muestras son en este m om ento las rrera, cuando tu Voluntad, como el tim ón
más brillantes y prósperas personalidades de un barco, tiem bla en tu mano al surcar
del mundo, ricas, y gozan de gran conside­ profundidades desconocidas en que pueden
ración social; pero sólo ellos saben donde sobrevenir obscuras y pavorosas tempesta­
está la llaga cancerosa, sólo ellos son co­ des. Hay peligro a proa para cualquiera
nocedores de su propia futilidad, y viven alma vacilante, orgullosa o rebelde. ¡Es
a sabiendas de que sus vidas deben condu­ conveniente que te lo prevenga!
cirlas a otras vidas, temiendo el inevitable —No estoy temerosa, dije en voz baja.
cambio que ha de sobrevenirles por ley Guando más, puedo m orir.
eterna, cualquiera que sea la situación —Niña, eso es justam ente lo que no pue­
que hayan conseguido alcanzar en su des hacer. Guarda este concepto firm e­
existencia presente! m ente, de una vez y para siempre: tú no
Su voz era grave y compasiva, y sentí que puedes m orir; la m uerte no existe! Si pu­
m e invadía un débil tem blor de miedo. dieses m orir y haber concluido enteram en­
— ¡Estos eran y son hombres!, continuó te con todos tus deberes, cuidados, trabajos
Y tú, una m ujer, ¿querrías tentar valien­ y perplejidades, el eterno problema resul­
tem ente las aventuras en que ellos fallaron? taría por demás simplificado. Pero la idea
¡Piensa por un m om ento cuán débil e igno­ de muerte es una de las tantas ilusiones
rante eres, y en qué absoluta falta de pre­ humanas. La muerte es una imposibilidad
paración te encuentras! Cuando princi­ en la estructura de la Vida; lo que se de­
piaste por vez prim era tus estudios psíqui- signa con ese nombre es únicam ente un
— 29 —

cambio y una reinvestidura de átomos que pareces tan confundida? ¿Te traigo acaso
no perecen. Las variadas form as sin fin de algún antiguo recuerdo? Vamos, dejemos
este cambio y de esta reinvestidura de áto­ por ahora esta materia, y volvamos a la
mos es el secreto que nosotros y nuestros biblioteca.
discípulos nos hemos propuesto descubrir, y Volvimos allí juntos, y Asélzion tom ó
algunos de nosotros lo hemos dominado su­ asiento nuevamente junto al escritorio,
ficientem ente para controlar la m ateria y volviéndose hacia m í con un aire de tran­
el espíritu que form an nuestra estructura. quila e impresionante autoridad.
Pero el modo de realizar este aprendizaje no — Lo que deseas aprender, y lo que cada
es fácil. Rafael Santóris puede haberte dicho principiante en el estudio de las leyes
que casi fué vencido en las pruebas, pues psíquicas desea generalmente aprender
yo no om ito ninguna; y si tú persistes en antes de todo, es cómo adquirir satisfac­
tu loco intento, no podré tampoco o m itir­ ción y ventaja m eramente personal. Tú
las, ni aun en consideración a tu sexo. deseas aprender tres cosas: el secreto de la
—No pido que om itáis las pruebas con­ vida, el secreto de la juventud y el secreto
m igo, exclamé suavemente. Ya os he dicho del amor. Miles de filósofos y estudiantes
que todo lo soportaré. han iniciado algunas investigaciones en
Una ligera sonrisa cruzó el rostro de este sentido, y tal vez el uno por m il ha
Asélzion. tenido éxito, m ientras todos los demás han
— Así lo deseas, lo creo, respondió. ¡Yo fracasado.
ahora m e doy cuenta perfectam ente del La historia de Fausto tiene perpetuo inte­
m artirio que sufriste en los antiguos días. rés porque trata de estos secretos que, de
T e puedo ver desafiando a los leones en la acuerdo con la leyenda, sólo pueden ser
arena rom an a'an tes que ceder a tu fija descubiertos con la ayuda del demonio.
resolución, aún cuando esta resolución Nosotros sabemos que el demonio no exis­
fuese correcta o errada! te, y que todas las cosas están sabiamente
Mientras hablaba de esta manera, sentí ordenadas por una Inteligencia Divina, de
un estrem ecim iento convulsivo, y la ar­ manera que en las más profundas investi­
diente sangre enrojeció mis m ejillas. gaciones que nos perm itim os hacer no te­
—Te puedo ver, continuó, preparándote nemos que tem er sino a nosotros mismos!
para arrojarte a las aguas del N ilo antes El fracaso es siempre obra exclusiva de los
que ceder a la estúpida superstición y con­ estudiantes, no del estudio en que se en­
vencionalismo de los hombres. ¿Por qué cuentran empeñados, y la razón de esto
— 31 —

consiste en que cuando saben ya un poco para Rafael, el secreto del am or y el poder
creen saberlo todo, de donde resulta que de continuación del amor. Ninguno de
llegan a convertirse en intelectualm ente estos secretos puede enseñarse a los m u n ­
arrogantes, actitud que anula inm edia­ danos, vocablo que aplico a quienes desis­
tam ente el progreso adquirido. El secreto ten en sus determinaciones y se extravían
de la vida es una m ateria comparativa­ por m il asuntos efímeros. N o quiero decir
m ente fácil de entender; el secreto de la que tú seas una de esas personas; pero tú,
juventud, un poco más d ifíc il; el secreto como todos los que viven en el mundo, tie ­
del amor, el más d ifícil de todos, porque el nes tus amigos y conocidos, quienes están
amor genera la perpetuidad de la vida y prontos a reírse de ti y a burlarse de tus
de la juventud. más nobles y elevados anhelos; gente cuya
Ahora, el objeto de tu venida, si bien se delicia sería impedir tu camino hacia tu pro­
considera, es absolutamente personal, no greso espiritual. Y yo me pregunto, ¿eres
digo egoísta porque este vocablo suena bastante fuerte para sufrir la positiva bur­
con repulsión; y he de dar crédito a tu la y la vulgar oposición de la ignorancia?
sincero sentimiento fem enino de que, reco­ Ello puede ser, porque tienes bastante
nociendo en tu propia alma a Rafael San- voluntad propia, si bien no usas de ella
tóris como tu superior y tu maestro y tam ­ rectam ente en algunas ocasiones. Por ejem ­
bién como tu amante, deseas ser digna de plo, deseas adquirir en estas materias un
él demostrando la rectitud y heroísmo de conocim iento aparte e independiente de
tu carácter. Te garantizo que es así. Te Rafael Santóris; no obstante, sin él, eres
garantizo tam bién que es perfectam ente una entidad incompleta. Las m ujeres ac­
natural, y por supuesto correcto, el que tuales siguen esta viciosa política: el an­
desees mantener la juventud, la belleza helo de ser independientes de los hombres,
y la salud por su amor, y aún podría asegu-' lo que im porta el suicidio de la más noble
rar que este deseo es solamente por su m itad de su existencia. Ninguna de ellas
amor. Pero justam ente ahora no estás del es criatura completa sin su más fuerte
todo segura de que así sea. T ú deseas co­ mitad. Las mujeres actuales son como
nocer, para tí misma el secreto de la vida aves deformes con una sola ala, y un vuelo
y el poder de continuación de la vida; el derecho es imposible para ellas.
secreto de la juventud y el poder de conti­ Cuando Asélzion hubo term inado de
nuación de la juventud; y con toda segu­ hablar, lo miré con fijeza.
ridad deseas conocer para ti, como también — Si estoy o no de acuerdo con vos poco
— 32 — — 33 —

im porta, dije. Reconozco todas mis faltas, volviéndose repentinamente, tocó un tim -
y estoy dispuesta a remediarlas; pero ne­ bre que produjo un sonoro y armonioso
cesito aprender de vos todo cuanto m e sea sonido de campanilla en uno de los co­
posible, todo lo que estiméis que yo pueda rredores exteriores. M i prim er guía entró
aprender, y os prometo absoluta obedien­ casi inmediatamente.
cia. —Honorio, dijo Asélzion. Conduce a esta
Una ligera sonrisa ilum inó sus ojos. señorita a su cuarto. Ella seguirá el curso
— ¿Y humildad? de los novicios y estudiantes. (Mientras
Incliné m i cabeza. así hablaba, Honorio me dirigió una m ira­
— ¡Y humildad! da de no disimulado asombro y com pasión).
— ¿Entonces estás resuelta? Al m om ento en que desee irse, se le conce­
— ¡Estoy resuelta! derá para ello toda facilidad. Mientras
Asélzion m editó un m om ento; en se­ permanezca en instrucción, la regla para
guida pareció tom ar una resolución. ella es, como tú sabes, soledad y silencio.
— Así sea, d ijo ; pero tú experimentarás M iré a Asélzion y noté cuán rápidamente
las consecuencias de tu propio in fortu ­ había cambiado la expresión de su rostro.
nio, si algún infortunio sobreviene. Yo Y a no tenía la suave y gentil benevolencia
no tengo responsabilidad. Por tu propia que había m antenido m i coraje; una adus­
voluntad has venido aquí; por tu propia ta sombra lo obscurecía, y sus ojos estaban
voluntad eliges permanecer aquí, donde extraviados. Vi que esperaba que yo aban­
no hay otra persona de tu propio sexo con donase la sala, pero vacilé un m om ento.
quien puedas comunicarte, y por tu pro­ — M e perm itiréis daros las gracias, m ur­
pia voluntad debes aceptar todas las con­ muré, levantando mis manos tím idam en­
secuencias. ¿Convienes en ello? te, de un modo casi suplicante.
La mirada de acero de sus ojos azules Volvióse hacia m í con lentitud, y tom ó
relampagueó con un brillo casi superna- mis manos entre las suyas.
tural al hacerme esta pregunta, por lo — ¡Pobre niña, nada tienes que agrade­
que experimenté un sentim iento de tem or cerme!, exclamó. Conserva en tu espíritu
de que luego m e repuse, y contesté sim ­ como una de tus primeras lecciones en el
plemente : difícil camino que principias a recorrer la
— ¡Convengo en ello! idea de que a nadie tienes que dar las gra­
Dirigióme una aguda mirada que me cias ni a nadie culpar en la confección de
conmovió de pies a cabeza. En seguida, tu propio destino, excepto a ti misma!
2.— CASTILLO
— 34 —
— 35 —

¡Véte, y que puedas conquistar a tu ene­


migo!
— ¿Mi enemigo?, pregunté asombrada.
—Sí, tu enemigo, tú misma, la propia
personalidad! ¡La única potencia contra
la que todo hombre o m ujer ha tenido
siempre y tendrá siempre que luchar!
Dejé caer mis manos, y supongo que de­
bo haber expresado alguna súplica muda al
mirar a Asélzion, porque una débil sombra
de sonrisa vino a sus labios.
«¡Dios sea contigo!» exclamó con suavi­
dad; y luego, con gentil ademán, me sig­
nificó que lo dejase solo. Obedecí inm edia­
tamente, y seguí a m i guía Honorio quien
m e condujo a m i cuarto, donde, sin hablar
una palabra, cerró y echó llave a la puerta,
como lo hizo a m i llegada.
Con gran sorpresa, encontré listo para
m í el equipaje que había dejado en la po­
sada, y en una pequeña consola colocada
en un nicho de la muralla, que yo no había
notado anteriormente, había una bandeja
con frutas, pan añejo y un vaso de agua
fría. Al mirar esta pequeña colación que
era sencilla aunque delicadamente presen­
tada, vi que la consola era en realidad un
pequeño ascensor conectado evidentem en­
te con los servicios domésticos del Castillo,
y llegué a la conclusión de que éste sería el
medio por el cual se me servirían todas
mis comidas. No ocupé, sin embargo, m u ­
cho tiem po en pensar sobre este asunto.
La luna levantóse con majestuosa len ­
titud entre dos franjas de obscuras nubes
que gradualmente adquirían un color pla­
teado ante su luminosa presencia, y un
brillante sector de reflexiones diam an­
tinas principió a invadir en parte el d i­
latado mar. Yo permanecí en la ventana,
pues no sentía inclinación alguna para
volver el rostro hacia la obscuridad de m i
cuarto. Luego comencé a pensar que im ­
plicaba cierta rudeza el haberme dejado
sola y encerrada con llave. |Al menos, de­
bieron haberme provisto de una luz! Pero
en seguida me reproché a m í m ism a por
haber permitido entrar a m i espíritu la
más leve sugestión de una queja, porque,
después de todo, no se me había invitado
en calidad de huésped al Castillo de Asél­
zion, y además, recordé la orden dada con
relación a m i persona: «A l m om ento en
— 38 —
— 39 —

que desee irse, se le concederá para ello armonías, y me sentí maravillada y absorta
toda facilidad». Me sentía mucho más te ­ mientras seguía el ritm o de las deliciosas
merosa de esta concesión para marcharme y ondulantes cadencias.
que de m i actual soledad, y resolví consi­ Gradualmente, mis pensamientos volaron
derar toda m i aventura con corazón ligero, lejos, hacia Rafael Santóris. ¿Dónde se
y aun con cierto estoicismo. Si era m ejor encontraría? ¿En qué pacífica extensión de
que yo estuviese sola, es indudable que la aguas brillantes estaría anclado su fantásti­
soledad resultaría buena para m í; si era co buque? Lo reproduje en m i cerebro hasta
necesario que permaneciera en la obscu­ que casi pude ver su rostro, su ancha fren ­
ridad, sin duda que la obscuridad me sería te, la tierna sonrisa de sus valientes ojos, y
conveniente. pude imaginarme que oía los suaves acentos
Apenas había resuelto aceptar estas con­ de su voz, ¡siempre tan gentil cuando me
diciones cuando m i cuarto fué iluminado hablaba, a mí, que había rechazado la m i­
repentinam ente por una suave y refulgen­ tad de su influencia! Una rápida ola de ter­
te luz, y m e sobrecogí de espanto al no nura invadió m i corazón; toda m i alma vo­
descubrir su origen. No había allí lámparas ló a saludarlo con los brazos abiertos, por
ni ampolletas eléctricas; era algo así como decirlo así; sentí en m i propia conciencia
si las paredes brillaran con alguna lum ina­ que él era más que todo para m í en el
ria superficial. Pasada m i primera sorpre­ mundo, y exclamé en voz alta: «¡M i ama­
sa, m e sentí encantada y feliz ante la con­ do, te amo, te amo!»
fortable brillantez que me rodeaba, lo que Luego m edité cuán insano y fú til era
me hizo recordar el brillo eléctrico de las hablarle al aire cuando había podido hacer
velas del yat «Dream ». esa confesión al verdadero amante de mi
Me aparté de la ventana, dejéla abierta, vida cara a cara, si yo hubiera sido menos
pues la noche era m uy calurosa, y me senté escéptica, menos orgullosa. ¿No era m i
a la mesa para leer un poco; pero después viaje al Castillo de Asélzion un testim onio
de algunos minutos suspendí la lectura de m i vacilante y dudosa actitud? Porque
a fin de escuchar los murmullos de una yo había venido, como bien ahora lo re­
música extraña que llegaba a m is oídos, conocía, en prim er lugar, para estar segura
aparentemente desde el mar, y que me de que Asélzion existía en realidad, y, en
conmovió hasta el alma. Ninguna descrip­ segundo término, para convencerme por
ción podría ser bastante elocuente para m í misma y para m i propia satisfacción
dar una idea de la dulzura de aquellas de que era verdaderamente capaz de co­
— 41 —

municar los secretos místicos de que R a­ Sólo noté algo extraordinario: el agua
fael parecía estar en posesión. fría de que estaba provisto m i baño chis­
Gansada al fin de tanto infructuoso porroteaba, por decirlo así, como si hubiera
pensar, cerré la ventana y m e desvestí para sido efervescente; una o dos veces pareció
ganarme al lecho. Cuando estuve acostada rizarse como una espuma diam antina, y
la luz de m i cuarto se extinguió repentina­ nunca permanecía en reposo. Antes de
m ente, y todo quedó en la obscuridad, bañarme, observé su brillante m ovim iento
excepto la blanquecina y clara luz de la durante algunos m inutos; en seguida, sin­
luna que penetraba por el postigo el cual tiéndome segura de que se encontraba
permanecía abierto por carecer de cortina cargada con cierta clase de electricidad,
para cerrarlo. Por algún tiempo, perm a­ me sumergí en ella sin vacilar, y gocé en
necí despierta en m i dura y estrecha cama, el más alto grado de su deliciosa y vigori­
mirando aquella luz, y rechazando con zante influencia.
firm eza el perm itir que me dominara sen­ Concluida m i toilette, y habiéndome
tim iento alguno de miedo o de abandono. vestido con una sencilla bata de mañana
Cesó la música que tanto m e había ex- de paño blanco, por estimarla más adap­
tasiado, y todo quedó en perfecta quietud table al calor que la negra vestim enta
y tranquilidad. Poco a poco cerráronse mis usada durante m i viaje, me dirigí a abrir
ojos; mis fatigados miembros se despere­ la ventana para dar entrada al aire fresco
zaron, y caí en un sueño absolutamente „del mar, y al mismo tiempo experimenté
profundo. cierta sorpresa al ver una pequeña puerta,
Cuando desperté a la mañana siguiente, abierta en el lado de la torre, a través de
la luz solar invadía m i cuarto como una la cual descubrí una escalera de caracol
lluvia de oro. que conducía hacia abajo. Cediendo al
Levantéme llena de alegría por haber pa­ impulso del m omento, descendí por ella
sado la noche tan apaciblemente, y por no hasta su térm ino donde me encontré ante
haberme ocurrido algo extraño o aterrador, un hermoso pequeño jardín incrustado en
aun cuando no sé por qué hubiese podido la playa. Podía ahora abrir una puerta y
tem er que esto sucediera. Todas las cosas pasearme en la ribera misma del mar. ¡Ya
parecían maravillosamente frescas y her­ no era más prisionera! ¡Podía correr, si lo
mosas ante la deliciosa claridad del nuevo deseaba!
día, y la sencillez misma de m i cuarto era M iré a m i alrededor, y n o pude menos
más fascinadora que el lujo más suntuoso, de sonreírme al ver la im posibilidad de
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escapar. El pequeño jardín pertenecía ex­ viaje listo para este propósito, no deseaba
clusivamente a la torre, y rodeábanlo por que mis relaciones de amistad supieran
todos lados rocas inaccesibles que se ele­ donde yo estaba, y, aun cuando hubiera
vaban casi hasta la altura del propio Cas­ escrito a algunas de ellas, habría sido poco
tillo de Asélzion, mientras el pedazo de probable que hubieran recibido m i corres­
playa en que me encontraba aparecía igual­ pondencia, pues tenía la convicción de que
m ente cercado por enormes peñascos con­ la mística Hermandad de Asélzion no per­
tra los cuales las olas del océano habían m itiría que me comunicase con el mundo
azotado durante siglos sin dejar huellas exterior mientras yo permaneciera allí.
muy visibles. Sin embargo, me sentía feliz No tenía idea exacta de la hora, pues m i
al pensar que se me hubiera perm itido reloj se había detenido. La quietud que me
cierta libertad al aire libre, y por algunos rodeaba habría llegado a ser opresiva si no
minutos permanecí mirando el océano y hubiera sido por el ruido de las pequeñas
gozando con el calor del sol meridional. olas que rompían en el prom ontorio bajo
En seguida volví sobre mis pasos lentam en­ m i ventana.
te, mirando en todas direcciones para ver De repente con grande alegría de m i
si divisaba alguna persona. No se divisaba parte, se abrió la puerta de m i cuarto y
un alma. entró Honorio. Inclinó ligeramente la ca­
Volví a m i cuarto donde encontré m i beza, a manera de saludo, y en seguida
cama tan primorosamente hecha como si dijo en tono breve:
nunca hubiera dormido en ella persona «Os ordenan seguirme».
alguna, y allí sobre la mesa, encontré tam ­ Me levanté con toda obediencia, y estuve
bién m i almuerzo el que se componía de lista. Honorio me miraba intensam ente y
una taza de leche y algunos bizcochos de con curiosidad, como deseando leer m i
harina de trigo que el apetito m e indujo pensamiento. Recordé que Asélzion me
a devorar regocijadam ente. Cuando hube había prohibido hablar, a menos de que
concluido, tom é la taza vacía y la bandeja me hablasen antes, y me lim ité a devolver
y las puse en la consola dispuesta en el n i­ la mirada de Honorio firm em ente y con
cho, la que fué bajada instantáneamente y una sonrisa.
desapareció m uy pronto. «N o os sentís ni desdichada, ni temerosa,
Comencé luego a m editar cómo em ­ ni inquieta», dijo con lentitud. «Ello m ar­
plear m i tiem po. No sería en escribir cartas, cha bien. Os iniciáis de un m odo feliz.
porque aun cuando tenía m i escritorio de Y ahora, cualquiera cosa que veáis u oigáis,
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guardad silencio! Si deseáis hablar, hablad luz solar filtraba en arroyos de color ra­
luego; pero, cuando dejemos este cuarto, diante que proyectaban matices de oro,
que ni una sola palabra se escape de vues­ carmesí y azul sobre el blanco m árm ol
tros labios, ni una sola exclamación. Vues­ del pavimento. Entre cada columna que
tra misión es oír, aprender y obedecer!» sostenía el techo, primorosamente tallado,
Esperó a fin de darme oportunidad de había dos filas de bancos, dispuestas en
decirle algo en respuesta; pero preferí anfiteatro, en que estaban sentadas in ­
m antenerm e muda. En seguida me pasó móviles figuras blancas, hombres vestidos
un velo doblado de m aterial suave, blanco, con el hábito de la misteriosa Orden, y con
fin o y sedoso. sus rostros ocultos bajo sus capuchas.
«Cubrios con esto», dijo, «y no os descu­ La capilla no tenía altar; pero en su ex­
bráis hasta que hayáis vuelto aquí». tremo oriente, donde el altar pudo haber
Desdoblólo y m e lo coloqué rápidamente. sido erigido, se ostentaba una obscura cor­
Era tan delicado como una nube, y me cu­ tina de púrpura alumbrada con brillantes
bría de pies a cabeza, ocultándome ante resplandores por una cruz y una estrella
los ojos extraños, aun cuando podía yo de siete puntas. Los rayos luminosos em a­
m irar perfectam ente a través de él. H o­ nados de aquel elevado Símbolo de un cre­
norio m e hizo señas para que lo siguiera, do no escrito eran tan vivos que casi en­
y así lo hice. ceguecían, y poco les faltaba para eclipsar
M i corazón latía rápidamente a impulso el brillo del mismo sol.
de un doble sentim iento de excitación y Sobrecogida por la extraña y tranquila
expectación. solemnidad que me rodeaba, m e sentía
Recorrimos varios pasajes con in trin ­ feliz de estar oculta bajo los pliegues de m i
cadas vueltas que parecían no tener salida, * blanco velo, aunque luego m e di cuenta
como un laberinto, hasta que al fin me de que me encontraba en una especie de
encontré encerrada en algo semejante a cámara secreta, construida evidentemente
una pequeña celda con una abertura al para el uso de los que eran llamados a pre­
frente de m í y por la que podía contem ­ senciar todo lo que ocurría en la capilla,
plar una extraña y pintoresca escena. Vi sin ser vistos.
el interior de una pequeña y hermosa ca­ Yo esperaba con viva expectación. Luego
pilla gótica, exquisitamente delineada y tembló en el aire el profundo y vibrante
alumbrada por numerosas ventanas de sonido del órgano, aumentando gradual­
vidrio empañado, a través de las cuales la m ente en poder e intensidad hasta que
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un m agnífico torbellino musical salió de por un resorte, pusiéronse de pie, m ien ­


él, algo así como cuando una repentina tras otra figura, elevada, im ponente y
tempestad estalla entre las nubes. majestuosa, apareció con paso lento, re­
Lancé un prolongado suspiro de puro corrió la capilla y se detuvo al frente del
éxtasis. Sentía deseos de arrodillarm e y glorioso Símbolo, con ambas manos levan­
de derramar lágrimas de gratitud por el tadas y extendidas, como para invocar una
mero hecho de oír. bendición. Era el Superior, era Asélzion,
]Era una música divina que destruía toda Asélzion investido con tal dignidad y es­
idea de m ortalidad; y el alma aprisionada plendor que parecía un héroe o un dios.
volaba con regocijo hacia arriba, hacia una Su aspecto era de absoluto poder y tran­
vida más elevada, en alas de la luz! quila compostura, y expresaba al m ism o
Cuando el órgano volvió a enmudecer, tiempo seguridad, fuerza y autoridad. L le ­
lo que ocurrió m uy luego, sobrevino un vaba su capucha echada atrás, y desde el
profundo silencio, tan profundo que podía secreto rincón en que me encontraba sen­
oír los rápidos latidos de m i propio corazón, tada podía mirar sus facciones distin ta­
como si yo hubiera sido el único ser vivien­ mente, y el brillo de sus penetrantes y
te en aquel lugar. Volví mis ojos hacia la hermosos ojos mientras los volvía hacia
deslumbrante Cruz y Estrella que con sus sus discípulos.
rayos de fiero brillo en continuo m ovi­ Manteniendo sus manos extendidas, dijo
m iento producía el efecto de algo así como con voz firm e y clara:
si una corriente eléctrica estuviera d iri­ «¡A l Creador de todas las cosas visibles e
giendo mensajes que ningún m ortal, por invisibles ofrezcamos nuestra gratitud y
hábil que fuese, pudiera ser capaz de des­ nuestra alabanza, y así principiemos este
cifrar o de traducir en palabras, pero en día!»
todo caso, mensajes que podían abrirse A lo que un m urm ullo de voces repondió:
camino hasta lo más profundo de nuestras «¡T e alabamos, oh Divino Poder de Am or
conciencias. y Vida eterna!
De pronto se produjo un ligero m ovi­ ¡Te alabamos por todo lo que somos!
m iento en las filas de aquellos hombres ¡T e alabamos por todo lo que hemos
vestidos de blanco que, cubiertos sus ros­ sido!
tros con capuchas del m ism o color, habían ¡T e alabamos por todo lo que esperamos
permanecido hasta ese instante sentados ser!»
y en absoluta quietud, y, com o movidos Siguió un m om ento de im presionante
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silencio. En seguida, los miembros de la el protoplasma y p o r qué, ni de donde vino


Hermandad tom aron asiento en sus sitios el material para la form ación de m illones
respectivos, y Asélzion habló en mesurado de sistemas solares y trillones de organis­
y distinto acento, con el modo fácil y se­ mos vivos respecto de cuya existencia no
guro de un práctico orador: tenemos ni conocim iento n i percepción.
«¡A m igos y Hermanos! Algunos de ellos niegan a Dios; pero la
«Nos hemos reunido aquí para conside­ mayor parte de ellos se sienten obligados
rar en este instante de tiem po las cosas a confesar que debe haber una Inteligencia
que hemos hecho en el pasado, y las cosas suprema y om nipotente que regula el U ni­
que estamos preparándonos para realizar verso. El Orden no puede nacer del Caos
en el futuro. sin una Inteligencia directiva; y el Orden
«Nosotros sabemos que desde el pasado, degeneraría otra vez rápidam ente en Caos
que se extiende hacia atrás por toda la si no existiera esa m ism a Inteligencia d i­
eternidad, hemos hecho el presente; y, de rectiva capaz de sostener su m étodo y su
acuerdo con la Ley Divina, sabemos tam ­ condición.
bién que desde este presente, extendién­ «Partim os, por lo tanto, de la base de
donos hacia adelante por toda la eternidad, que existe esta Inteligencia reguladora o
evolucionaremos para form ar nuestro fu ­ directiva que, como el cerebro humano,
turo. debe ser dual, combinando los atributos
«Estáis aquí para aprender no sólo el masculino y fem enino, pues vemos que
secreto de la vida, sino algo acerca de cómo en esa m ism a form a dual se m anifiesta
vivir la vida; y yo, en m i lim itada capaci­ tam bién en toda la Creación.
dad, estoy únicamente procurando ense­ «La Inteligencia o el Espíritu, si así
ñaros lo que la Naturaleza os ha estado queréis llam arlo, es inherentem ente a cti­
mostrando por miles de siglos, aun cuando vo y debe encontrar una salida o m an i­
no os habéis tomado la m olestia de apren­ festación de su poder, y e l mero hecho de
der sus lecciones. esta necesidad produce el deseo de perpe­
«Profesores sagaces, que a pesar de todo tuarse en varias form as: de ahí nace el p ri­
no son más que niños en su incipiente sa­ mer atributo del Amor. Por consiguiente, el
biduría, os han enseñado que la vida hu­ Am or es el fundam ento de los mundos, y
mana ha nacido del protoplasma—como la fuente de todos los organismos vivos,
ellos creen—pero carecen de la habilidad de los átomos duales de espíritu y m ateria
necesaria para deciros cóm o evolucionó que ceden a la Atracción, Unión y Repro­
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ducción. Si nosotros llegamos a darnos sos de perpetua creación. Tras ellos, com o
cuenta exacta de este hecho, habremos en la naturaleza divina, hay tam bién un
dado un gran paso hacia la comprensión espíritu o inteligencia reguladora, dual en
de la vida». su esencia y de doble sexo en la acción.
Asélzion guardó silencio por un m om en­ Sin el espíritu que la guíe, la constitución
to ; luego avanzó uno o dos pasos; el des­ del hombre es un caos justam ente como lo
lum brante Símbolo a sus espaldas parecía sería el Universo sin la dirección de su crea­
rodearlo literalm ente con sus rayos. En dor.
seguida continuó: «Debemos principalm ente recordar que
«L o que debemos aprender antes de todo así como el Espíritu de la Naturaleza visible
es cómo estas leyes nos afectan como seres es Divino y eterno, así tam bién el espíritu
humanos y como personalidades aisladas. de cada individuo es divino y es eterno, ha
«Para exponer los sencillos principios existido siempre y existirá siempre , y noso­
que deben guiar y preservar la existencia tros marchamos como distintas personali­
humana es necesario evitar toda obscuri­ dades, cada uno o cada una bajo la contro­
dad de lenguaje, y m i explicación será tan ladora influencia de su propia alma, hacia
breve y sencilla como me sea posible. una más y más elevada percepción y pro­
«Aceptada la idea de que existe un D ivi­ greso espiritual. La gran m ayoría de los
no Espíritu o Inteligencia Omnipotente habitantes del mundo viven con m enos con­
que rige la infinidad de átomos vitales que ciencia sobre este punto que las moscas o
en su unión y reproducción construyen los gusanos; forman religiones en que ellos
las maravillas del Universo, nosotros ve­ hablan de Dios y de la inm ortalidad com o
mos y adm itim os que uno de los principa­ los niños, sin hacer el menor esfuerzo por
les resultados de la obra divina es el hombre. comprenderlas manifestaciones de la Esen­
El es—así nos han enseñado— «la imagen cia Divina ni la eternidad de la existencia;
de Dios.» Esta expresión puede ser conside­ y, en cuanto al cambio que llaman m uerte
rada como un verso poético de las Sagradas abandonan esta vida sin haberse tom ado
Escrituras, sin más significado que el de la m olestia de descubrir, conocer o u tiliza r
una poética im aginación; pero, sin em ­ los más grandes dones que Dios les ha con­
bargo, es una verdad. El Hom bre es en sí cedido. Pero nosotros, nosotros que esta­
mism o una especie de Universo; él es ta m ­ mos aquí para estudiar la existencia de la
bién una conglom eración de átomos, áto­ Fuerza O m nipotente que nos da com pleto
mos que son activos, reproductivos y deseo­ dom inio sobre las cosas del espacio, del
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tiem po y de la m ateria; nosotros que sabe­


mos que el hombre puede mantener absolu­ bre a las leyes naturales. En la Naturaleza,
to control sobre los átom os movibles de su todas las cosas trabajan con calm a y cons­
propio universo individual, podemos dar tes­ tancia, y resuelta y directam ente hacia el
tim onio por nosotros mismos de que toda bien. La Naturaleza obedece en silencio
la tierra está sujeta al dom inio del alma las órdenes de Dios. El hombre, por el con­
inm ortal, sí, como tam bién lo están los trario, interroga, argum enta, niega, se
propios elementos del aire, del fuego y del revela, de donde resulta que derrocha sus
agua, porque estos elem entos son única­ fuerzas, y falla en sus más elevados anhe­
m ente ministros y servidores de su auto­ los. Está en su propio poder el renovar su
ridad soberana!» propia juventud, su propia vitalidad; sin
Asélzion detúvose nuevamente, y, des­ embargo, lo vemos descender por su propia
pués de uno o dos m inutos de silencio, culpa hacia la debilidad y la decrepitud, en­
con tin u ó: tregándose, por decirlo así, para ser devo­
«Esta hermosa tierra; este esplendoroso rado por las influencias desintegrantes que
cielo que la rodea; las exquisitas cosas pudo fácilm ente repeler. Porque así como
ofrecidas por la amante Naturaleza, son el directivo Espíritu de Dios gobierna la in ­
elem entos dados al hombre, no sólo pa­ finidad de átomos que form an los mundos
ra satisfacer sus necesidades materiales siderales, así también el espíritu del h om ­
sino para la evolución de su progreso es­ bre puede gobernar los átom os de que él
piritual. De la luz del sol puede sacar nuevo se compone, guiando su acción y renován­
ardor y color para su sangre; del aire, nue­ dolos a voluntad, formando con ellos ver­
vos suplementos de vida; de los mismos daderos soles y sistemas de pensam iento
árboles, yerbas y flores, medios para re­ y poder creador, sin desperdiciar una par­
novar su fuerza; y nada ha sido creado tícula de sus eternas fuerzas vitales. El
sino con la intención de contribuir a su hombre puede llegar a ser lo que quiera ser:
propio placer y bienestar. Porque si la un dios o meramente una masa de unida­
base o fundam ento del Universo es el des embrionarias que vuela de una a otra
Amor, como lo es en realidad, es natural faz de la vida eterna en estúpida indiferen­
que el Am or desee ver a sus criaturas felices. cia, compeliéndose a sí mism o a que trans­
La miseria no tiene lugar en el plan divino curran siglos antes de seguir por algún
de la creación. La m iseria es únicamente decisivo sendero de separada acción in d i­
el resultado de la propia oposición del hom - vidual. La mayor parte de los séres hum a­
nos prefiere ser nada en este sentido; sin
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embargo, todos estamos sometidos a las desesperación. ¿Podéis preguntarlo vos,


consecuencias de nuestra eterna responsa­ que profesáic leer nuestros pensamientos?
bilidad. ¿Cómo la vida m e ha dañado? Siendo ¡in ­
«Si alguno de los presentes desea hablar, justa para conm igo! ¡Desde m i prim er
hacer alguna pregunta o negar alguno de aliento, porque jamás pedí venir al m undo;
mis asertos, que venga aquí a m anifestar desde mis años juveniles cuando todos mis
valientem ente lo que tenga que decir». sueños y aspiraciones fueron destruidos
Cuando hubo hablado así, prodújose por amantes padres, sí, por amahtes pa­
cierto m ovim iento entre los hasta en ton­ dres cuya idea del amor era el dinero!
ces inmóviles m iem bros de la Hermandad. ¡Toda noble ambición frustrada! ¡Toda
Levantóse uno de ellos, y, descendiendo elevada esperanza muerta! Y en m i propio
desde su sitio, marchó con lentitud hasta amor, ese amor de m ujer que es la prin ci­
llegar a pocos pasos de Asélzion; luego se pal ambición del hombre, aún ella fué
detuvo, y echó hacia atrás su capucha, m os­ falsaria e indigna como una m oneda fa l­
trando un fatigado y hermoso rostro en que sificada, y no se preocupó jamás de salvar
una gran pena parecía impresa en form a m i vida, que se arruinó, por supuesto! Pero,
demasiado fuerte para que alguna vez pu­ ¿qué importa? ¡Ahora siento cansancio de
diera ser borrada. todo! ¡Día tras día, el peso del tiem po!;
— ¡Yo no deseo vivir!, exclamó. He veni­ el vivo deseo de tenderme y ocultarm e en
do aquí a estudiar la vida; pero no a apren­ paz y para siempre bajo el confortable
der como prolongarla. La perdería yo gus­ césped, donde ni amigo desleal, ni am or
toso por la más insignificante bagatela. traidor ni bondadosos parientes, alegres
Porque la vida es para m í una cosa amarga, todos ellos de verme sufrir, nunca más
un terrible e inexplicable torm ento! ¿Por puedan señalarme con burla ni desprecio
qué os empeñáis, oh Asélzion, en enseñar­ o volver hacia m í otra vez sus crueles ojos!
nos cómo vivir largo tiempo? ¿Por qué no ¡Asélzion, si el Dios a quien servís es la
nos enseñáis m ejor cómo m orir luego? m itad tan malvado como los hombres que
Los ojos de Asélzion se fijaron en él con El creó, quiere decir entonces que el cielo
grave y tierna compasión. m ism o es un infierno!
— ¿Qué acusación traéis contra la vida? El Hermano hablaba deliberadamente y
preguntóle. ¿Cómo la vida os ha dañado? con ardor. Asélzion lo miraba en actitud si­
— ¿Cómo la vida me ha dañado?, y el lenciosa. El deslumbrante Símbolo de Cruz
infeliz levantó sus manos con un gesto de y Estrella brillaba con extraños m atices co­
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mo un conjunto de m illones de joyas, y sino aquel en cuya alm a fué concebida?


durante algunos m inutos no se in terru m ­ Y en cuanto al amor de aquella m ujer,
pió el profundo silencio en la capilla. De ¿fué ella en realidad vuestra compañera,
súbito, com o im pelido por una fuerza o simplemente una cosa de vanidad y
irresistible, el Herm ano cayó de rodillas. belleza externa? ¿Tocó vuestra pasión su
— ¡Asélzion!, exclamó. ¡Como sois fuerte, cuerpo únicamente, o alcanzó hasta su
tened paciencia con el débil! ¡Como sois alma? ¿Os preocupasteis de investigar si
divino, tened piedad con los ciegos! ¡Como esa alma había despertado alguna vez
os sentís firm e en vuestros conocimientos en ella, u os sentíais bastante satisfecho
espirituales, tended una mano a aquellos con poseer nada más que su hermosura
que pisan en incierta y movediza tem ­ superficial? ¡En todas estas cosas, culpaos
bladera; y si la m uerte y el olvido figuran a vos m ism o; no culpéis a la vida! ¡Porque
entre los dones de vuestra gracia, no m e la vida os da la tierra y el espacio, el tiem po
los rehuséis, porque yo desearía más bien y lo inconmensurable, para alcanzar la fe ­
m orir que vivir! licidad, felicidad en que, salvo por vuestra
Siguió una pausa. En seguida, la voz de propia culpa, jamás debiera existir un solo
Asélzion, tranquila, clara y m uy suave, rasgo de pena!
vibró en m edio del silencio: El arrodillado penitente, pues tal pare­
— ¡No hay muerte!, dijo. ¡No podéis m o­ cía serlo, cubrióse el rostro con ambas
rir! ¡No hay olvido! No podéis olvidar! manos.
¡No hay sino un camino para la vida: — Y o no puedo daros muerte, continuó
vivirla! Asélzion. Podéis daros vos m ism o lo que
Otro m om ento de silencio. En seguida conocéis con ese nombre, si así lo deseáis.
continuó Asélzion con voz firm e y resuelta: Podéis, por vuestra propia iniciativa, re­
— ¡Acusáis a la vida de injusticia! ¡Vos
pentina o premeditada, destruir vuestra
sois el injusto con la vida! La vida os hizo
presente envoltura m aterial; pero ello sería
concebir esos sueños y aspiraciones de que
por un brevísimo espacio de tiem po, el
habláis. ¡En vuestro poder estaba el reali­
estrictamente necesario para que las fu er­
zarlos! N i padres, ni esposa, ni amigos zas de la Naturaleza os construyeran nue­
pueden impediros hacer lo que deseáis ha­
vamente. En todo caso, nada conseguiréis,
cer. ¿Quién frustró la realización de vues­
ya que con un acto semejante no perderíais
tras nobles ambiciones e ideales sino vos ni vuestra conciencia ni vuestra m em oria.
mismo? ¿Quién puede m atar una esperanza
Pensadlo bien antes de destruir vuestra
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- 'e s ­

presente casa-habitación, porque la in ­ tado en vez de dism inuir; gozo de la vida


gratitud alim enta la estrechez, y la nueva más que aquellos que tienen de su parte la
habitación puede ser más pequeña y menos juventud; pero, a pesar de todo, sé que
apropiada para vuestra ansiada paz y llevo sobre m í el peso de setenta años, y
tranquilidad!». yo digo que seguramente es preferible m o­
Con estas palabras, suavemente pronun­ rir que vivir tanto tiem po!
ciadas, levantó al arrodillado penitente, y Asélzion, que permanecía de pie ante la
le hizo señas de que volviera a su lugar. El amplia luz del resplandeciente Sím bolo de
penitente así lo hizo con absoluta obedien­ Cruz y Estrella, m irábalo con bondadosa
cia, y sin proferir una sola palabra, cu­ sonrisa.
briéndose otra vez el rostro con la capucha — Y o también llevo el peso, si así lo lla ­
a fin de que ninguno de los presentes pu­ máis, de setenta años, dijo. Pero los años
diera ver sus facciones. nada significan para m í, como nada de­
En seguida, otro Hermano avanzó hacia bieran significar para vos. ¿Quién os ha
adelante, y se dirigió a Asélzion. pedido que los contéis? ¿Quién os ha orde­
— Maestro, dijo, ¿no sería m ejor m orir nado tomarlos en consideración? En el
que envejecer? S in o existe efectiva muerte, mundo de la Naturaleza agreste, el tiem po
como nos enseñáis,*¿por qué sobreviene la se regula únicamente por las estaciones:
efectiva decadencia? ¿Qué placer hay en la el pájaro ignora su edad; el rosal no cuenta
vida cuando las fuerzas se debilitan y fallan los aniversarios de su nacim iento. Vos, en
nuestras pulsaciones; cuando la ardiente quien reconozco un hombre enérgico y
sangre se enfría y comienza a circular con un paciente discípulo, habéis vivido la
dificultad, y cuando aún aquellas personas vida que los hombres acostumbran llevar
a quienes amamos consideran que hemos en el m undo: sois casado con una m ujer
vivido demasiado? Yo soy viejo, aunque no que jamás se ha tomado la molestia de
estoy consciente de m i edad; pero otros estudiar, ni mucho menos comprender,
están conscientes por m í. Sus miradas, sus los rasgos más destacados de vuestro ca­
palabras, im plican que soy un obstáculo en rácter, y quien ahora es mucho mayor que
su cam in o; que estoy muriendo lentam en­ vos, aunque menor en años efectivos; te­
te como un árbol carcomido, y que el pro­ néis hijos que os consideran exclusivamen­
ceso es demasiado aburridor para su im pa­ te como a su banquero, y que, m ientras
ciencia. Y, no obstante, yo podía ser joven: os fingen afecto, esperan vuestra m uerte
mis potencias para el trabajo han aumen­ con ansiedad a fin de poseer vuestra for-
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tuna. ¡Preferible hubiera sido que nunca reglas aquí únicamente por seis meses, y
hubieseis tenido esos hijos! Conozco todo saldréis de este Castillo con todas vuestras
esto como vos también lo conocéis. Igu al­ fuerzas corporales y espirituales renovadas
m ente sé que m ediante las impresiones en juventud y vitalidad. Pero vos mism o
mundanas, y la influencia de los llamados debéis realizar el m ilagro que, después de
«am igos» quienes desean convenceros de todo, no es m ilagro. ¡Vos m ism o debéis
vuestra edad, ha principiado el proceso reconstruiros a vos m ism o!, com o está
desintegrante; pero este proceso puede obligado a hacerlo todo aquel que desea
ser detenido. ¡Vos mism o podéis detenerlo! vivir una más amplia y noble vida. Si va­
El sueño del Fausto no es una mera fanta­ ciláis; si retrocedéis; si volvéis por m e­
sía, sólo sí que la renovación de la juven­ dio de algún insensato recuerdo o m órb i­
tud no es obra de la mágica maldad sino do pensamiento a vuestros anteriores erro­
del bien natural. Si anheláis ser joven, res en la vida, que ya pasaron, a ella, vues­
dejad el mundo que habéis conocido, y tra esposa, esposa en el nombre, pero jamás
principiad de nuevo; dejad esposa, hijos, en el alma; a vuestros hijos, nacidos de
amigos, todos aquelllos seres que cuelgan animal instinto, pero no de un profundo
como plantas parásitas en un roble, carco­ amor espiritual; a aquellos vuestros «a m i­
miendo su tronco y extrayendo de él su gos» que cuentan vuestros años como si
fuerza, sin comunicarle algún nuevo ele­ fueran otros tantos crímenes, sólo conse­
m ento de vitalidad. ¡Vivid otra vez; amad guiréis detener la obra revigorizante y
otra vez! aniquilar las fuerzas renovadoras. Debéis
— ¡Yo!—y el Hermano echó atrás su capu­ elegir vuestro camino en la vida, y esta
cha, dejando en descubierto un rostro de­ elección debéis hacerla voluntaria y deli­
macrado y surcado de profundas arrugas, beradamente. Ningún sér humano se de­
aunque conmovedor en virtud de los rasgos bilita ni envejece sino mediante su propia
intelectuales que revelaban sus hermosas intención e inclinación hacia ese fin. De
facciones— ¡Yo! ¡Con estos cabellos blancos! igual manera, ningún ser humano m an­
¡Os burláis de m í, Asélzion! tiene o renueva su juventud sin una sim i­
—Jamás m e burlo, respondió Asélzion. lar intención o inclinación. Tenéis dos
Yo dejo las burlas para los insanos que es­ días para pensarlo, y en seguida m e diréis
tim an la vida someramente sin comprender lo que hayáis resuelto.
sus principios reguladores. No m e burlo El Hermano vaciló como si tuviera algo
de vos. ¡Ponedme a prueba! ¡Obedeced mis
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dios, lo que m e produjo un sentim iento


más que decir; pero luego volvió a su sitio,
sucesivo de admiración, de tem or y de
en actitud de profunda obediencia.
terror. Levantando su mano derecha, hizo
Asélzion esperó hasta que se hubo sentado
la señal de la cruz. Los Hermanos descen­
y, después de un breve intervalo, habló una dieron de sus respectivos sitios, y, cam i­
vez más: nando lentamente, llegaron hasta colocarse
—Si todos vosotros aquí presentes estáis en semicírculo frente a su maestro quien,
contentos con vuestras reglas de vida en con voz clara y solemne, exclamó:
este lugar, y con los estudios que proseguís, — ¡Oh, Divina Luz! Somos parte de T i!
y ninguno de vosotros desea irse, os pido y en T i deseamos ser absorbidos! ¡Por T i
el signo acostumbrado. sabemos que somos capaces de obtener una
Todos los Hermanos pusiéronse de pie, vida inm ortal sobre esta graciosa tierra!
y levantaron los brazos por encima de sus ¡Oh, Naturaleza, amante madre, cuyo seno
cabezas. En seguida, después de un segun­ palpita con oculto fuego de vitalidad y
do de tiempo, los dejaron caer otra vez con energía: nosotros somos tus hijos, nacidos
solemne lentitud. de ti en espíritu y en materia; en nosotros
«¡Basta!», exclamó Asélzion, y luego se has derramado tus lluvias y tus rocíos, tus
dió vuelta hacia el Símbolo de Cruz y nieves y tus heladas, tu luz solar y tus tem ­
E s t r e l l a , enfrentándolo ampliamente. pestades! En nosotros has incorporado tu
Asombrada y con cierto terror, observé que prolífica belleza, tu facultad productora,
los rayos procedentes del centro del Símbolo tu poder y tu progreso hacia el bien; y
flameaban tomando una longitud extraor­ más que todo nos has dotado con la pasión
dinaria, rodeando toda su silueta, e inva­ divina del Amor que enciende el fuego con
diendo la capilla con un brillo amarillento que tú has sido creada y de que emana y
como si repentinamente se hubiera pro­ se mantiene nuestra existencia! ¡Protége­
ducido allí un incendio. Asélzion avanzó
nos, oh Luz! ¡Aliméntanos, oh Naturaleza;
derecha y resueltamente hasta el centro
y Tú, oh Dios, Supremo Espíritu de Am or,
de las deslumbrantes llamas; en seguida, cuyo pensamiento es Llama, y* cuyo deseo
y desde cierto punto, dióse vuelta otra vez
es Creación, sé Tú nuestro Guía, nuestro
y miró a sus discípulos. ¡Cómo había cam ­ sostén y nuestro instructor, a través de to ­
biado de aspecto! La luz que lo rodeaba
dos los mundos sin fin, y por toda la eter­
parecía ser parte de su propio cuerpo y de
nidad! ¡Amén!
sus propias vestiduras; encontrábase trans­
Una vez más, la gloriosa música del ór­
figurado en algo parecido a un ángel o a un
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gano se dejó oír en la capilla como una


dos de las ventanas que proyectaban su
tormenta, y yo, temblando en todo m i sér,
luz diversicolor en el blanco m árm ol del
caí de rodillas, sobrecogida por el esplendor
pavimento. Y en aquella quietud, los vivos
de las armonías y por lo extraño de aquella
resplandores de la Cruz y Estrella eran casi
escena. ¡Gradualmente, muy gradualmen­
terribles. Los prolongados y brillantes ra­
te, la música m urió a lo lejos; sobrevino
yos semejaban lenguas de fuego que expre­
un profundo silencio, y, al levantar m i
saban mudamente cosas indecibles. Sen­
cabeza, la capilla estaba desierta! Asélzion
tíam e fascinada al acercarme más y m ás;
y sus discípulos habían desaparecido sin
producir ruido alguno, y como si jamás luego me detuve de improviso al sentir
una especie de vibración debajo de m í,
hubieran estado allí presentes. Solamente
como si el piso temblase. Inm ediatam ente,
la Cruz y la Estrella permanecían aún b ri­
sin embargo, recobré nuevo valor para se­
llando contra el fondo obscuro color púrpura
guir adelante, y poco a poco fu i im pelida
y despidiendo prolongados y trémulos ra­
hacia dentro de un perfecto rem olino de
yos, algunos de m atiz violeta pálido, otros
luz que caía sobre m í por todos lados como
escarlata, otros de delicados tintes del ro­
grandes olas, y con tanta fuerza que apenas
sado y del topacio.
podía darme cuenta de mis propios m ovi­
M iré a m i alrededor, en seguida, tras de
mientos. Avanzaba como a impulsos de un
m í, y con alguna sorpresa vi que la puerta
sueño; mis propias manos parecían trans­
de m i pequeña cámara se encontraba
parentes al extenderlas hacia el m aravi­
abierta. Cediendo a un impulso demasiado
lloso Símbolo, y, al mirar por un instante
fuerte para resistir, me deslicé suavemente
los pliegues de m i blanco velo, observé que
hacia afuera y, marchando en puntillas
brillaban con un pálido tono amatista.
y atreviéndome escasamente a respirar,
Continué avanzando más y más, poseída
encontré m i camino, a través de un bajo
de una idea irresistible de ir tan lejos como
portal abovedado, hasta el interior de la
pudiese dentro de aquel extraño centro de
capilla, y allí permanecí sola. Un positivo
viva luz, y me sentía asombrada de m i pro­
terror hacía latir fuertem ente m i corazón.
pia intrepidez. Paso a paso continué re­
Sin embargo, nada había que temer. Nadie
sueltamente, hasta que de improviso m e
se encontraba cerca de m í a quien yo pu­
sentí aprisionada, por decirlo así, en un
diera ver; pero sentía como si miles de
círculo de fuego que giraba a m i alrededor
ojos me mirasen desde el techo, desde tras
arrojando puntas luminosas tan agudas
las columnas, y desde los vidrios empaña­
como flechas, y que parecían apuñalear m i
3.—C abtiixo
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cuerpo más y más. Luchó por respirar y


procuré retroceder. ¡Imposible! Sentíame
cogida en una red de interminables vibra­
ciones de luz que, aun cuando no despedían
calor, penetraban todo m i sér con tal in ­
tensidad como si procurasen invadir m i
propia alma. Permanecí allí sin poder Ignoro cuanto tiem po permanecí a llí;
articular un sonido, muda, inm óvil, en pero, al recobrar mis facultades, m e encon­
medio de llamas de m il colores, demasiado tré en un sitio tranquilo y sombrío, algo
confundida para darme cuenta de m i pro­ así como una pequeña erm ita con una
ventana que se abría hacia el mar. Y o es­
pia identidad. En seguida, y repentina­
taba tendida en un cojín, cubierta aún
mente, algo obscuro y fresco flotó sobre m í
con el velo, y, al mirar a m i alrededor, vi
como sombra de nube pasajera. M iré hacia
que era de noche, y que la luna extendía
arriba y quise proferir un grito, ¡una pala­
bra de súplica!; en seguida caí al suelo, des­ sobre las olas su red de plateados rayos.
Flotaba en el aire una deliciosa fragancia
mayada, en completa inconsciencia!
proveniente de un grupo de rosas colocado
cerca de m í en un alto florero de cristal.
En seguida, mientras recobraba gradual­
m ente todo el conocimiento de m i propia
existencia, percibí una mesa, y, sentado a
ella, al propio Asélzion leyendo ante una
lámpara encendida. Muy asombrada ante
su vista, permanecí inerte por un m om en­
to, temerosa de moverme, pues estaba casi
segura de haber incurrido en su desagrado,
hasta que súbitamente, con el sentim iento
propio de un niño que implora perdón por
una ofensa, levantóme y corrí hacia él,
arrojándome de rodillas a sus pies.
— ¡Asélzion, perdonadme! m urm uré. ¡He
procedido incorrectamente! ¡Yo no tenía
derecho para ir tan lejos!
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Volvió sus ojos hacia m í, sonriendo, y abierta de acuerdo con m is instrucciones.


tomó suavemente mis manos. Y o deseaba ver lo que harías después. Aún
— ¿Quién te niega el derecho de ir lejos no te formas idea de lo que has hecho; pero
si tienes fuerza y valor para ello? ¡Querida ello no importa. Has realizado una prueba
niña, nada tengo que perdonar! ¡Tú eres con éxito, porque si hubieras permanecido
la autora de tu propio destino! Pero has en tu sitio hasta que alguien hubiese ido
sido atrevida, pues, siendo m ujer, has rea­ a removerte, yo te habría considerado como
lizado lo que pocos hombres intentan rea­ una criatura de voluntad débil que obede­
lizar. Ello es obra de tu amor, ese perfecto ce a impulsos pasajeros; pero tú eres más
amor que rechaza el miedo. Te has aven­ valiente de lo que yo me imaginaba, y por
turado en un peligro que no te ha causado eso he venido esta noche a darte la prim era
daño; has salido de él indemne. ¡Que así lección.
ocurra con cada una de las pruebas a que —¡M i primera lección!—repetí m aravi­
se te someta en lo sucesivo! llada, mientras Asélzion soltaba mis manos
Asélzion puso térm ino a m i postrada para sentarme en una silla que hasta ese
actitud, levantándome suavemente, pero instante había permanecido invisible para
manteniendo siempre tomadas mis manos. mí, por encontrarse en la sombra proyec­
— ¡Yo no pude menos de hacerlo!, excla­ tada por la lámpara.
mé. Vuestra orden para m í es silencio y — ¡Sí, tu primera lección!, prosiguió son­
soledad, y en silencio y soledad me m an­ riendo gravemente. La primera lección acer­
tuve mientras os miraba a todos vosotros, ca de lo que has venido a investigar aquí:
y escuchaba lo que decíais. Y cuando todos la prolongación de tu vida terrenal por
vosotros abandonasteis la capilla, yo habría tanto tiempo cuanto desees, y el secreto
continuado inm óvil en m i sitio, en silen­ de la juventud, fuerza y poder de Rafael
cio y en soledad, si no hubiera sido por la Santóris, como también acerca de su do­
Cruz y la Estrella! ¡Parecían hablarme, m inio sobre ciertas fuerzas elementales.
llamarme, atraerm e; y yo me dirigí hacia Pero ante todo, bebe esto—dijo, m ientras
ellas sin saber por qué, im pelida por una vaciaba de un frasco primorosamente
fuerza extraña! Y en seguida... adornado un vaso lleno de vino de color
Asélzion oprim ió suavemente mis manos. rojo obscuro.—No es una poción m ágica; es
—En seguida la luz reclamó lo que era simplemente una form a de alim ento más
suyo, dijo, y el valor tuvo su recompensa. nutritivo que cualquier m ateria sólida; y
La puerta de tu cámara en la capilla fué como todo el día nada has comido, salvo
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tu ligero almuerzo, bebe todo este líquido Nosotros pensamos que la Vida sólo existe
hasta la últim a gota! para lo que es vivo, y que la M uerte es una
Obedecí. El vino carecía de sabor y de especie de term inación de la Vida en lugar
fuerza, como el agua. de ser una de las más activas form as de la
—Ahora, continuó Asélzion, voy a expo­ Vida. Todo el Universo se compone de estas
ner delante de ti una simple ilustración
dos fuerzas en lucha que llam am os el bien
de la verdad que sirve de base a toda la
y el m al; pero el m al no existe. El m al es
Naturaleza. Si te condujesen a una vasta
únicamente la destrucción de lo que
llanura donde hubiera dos ejércitos opues­
pudiera ser dañoso si se le perm itiese sub­
tos: el uno animado por un sentimiento
sistir. Me explicaré con más claridad: los
de destrucción; el otro m ovido únicamente
millones de millones de átomos y electro­
por el deseo del bien, ¿no es verdad que
nes que componen los elementos eternos
desearías el triunfo de este último?
del Espíritu y de la Materia son duales,
— Sí, respondí sin vacilar.
es decir, de dos clases: los que mantienen
—Pero, supongamos, prosiguió, que am ­
su estado de equilibrio, y los que ejercen
bos ejércitos obraran por el bien, y que el
una acción desintegrante a fin de construir
objeto de la fuerza destructora fuese úni­
nuevamente. Esto que ocurre en el Univer­
cam ente aniquilar lo que era estéril y da­
ñino, a fin de construirlo otra vez con más so, ocurre también en la composición del
sólida y noble estructura, mientras que sér humano. En ti como en m í, existen
el deseo de la otra fuerza consistiera en estas dos fuerzas, y nuestras almas están
preservar estrictam ente y m antener las colocadas en guardia, por decirlo así, entre
ventajas que poseía hasta ese m om ento. ellas. Un ejército de átomos se encuentra
¿Cuál de los dos ejércitos tendría tu sim ­ siempre pronto para mantener el equilibrio
patía? de la salud y de la vida; no obstante, si
Aun cuando pensé un poco, no m e fué por negligencia y falta de vigilancia del
posible contestar inm ediatamente. centinela llamado alma, se perm ite a una
— Hé aquí tu punto de vacilación, con­ parte de ellos convertirse en inútiles y es­
tinuó, y hé aquí el lím ite corriente de la tériles, el otro ejército, cuya m isión es
comprensión humana .Ambas fuerzas actúan destruir todo lo que es falso e inú til con el
para el bien; pero, naturalmente, podemos propósito de renovarlo para darle una m e­
simpatizar nada más que con una de ellas. jor forma, principia a trabajar, y este pro­
A ésta llam am os Vida; a la otra, Muerte ceso desintegrante es nuestra concepción
de decadencia y de muerte. Sin embargo,
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de los seres humanos antes que a las in m u ­


naturalmente, semejante proceso no puede tables órdenes de Dios. Y ahora, separados
aún principiar sin nuestro consentimiento como habéis permanecido, perdidos com o
y complicidad. Podemos retener la Vida habéis estado en los interminables torbe­
durante un largo tiem po en esta tierra; llinos del infinito, os encontráis cerca otra
pero ello sólo puede conseguirse por medio vez, y, aún cuando tu amante ha cesado
de nuestras propias acciones: por nuestro de inquirir, tú no has cesado de dudar.
propio deseo y por nuestra propia voluntad. —¡Yo no dudo!, exclamé súbitam ente y
M iré a Asélzion interrogativam ente. con pasión. ¡Lo amo con toda m i alma!
— Podemos desear y querer muchas cosas, ¡Jamás lo perderé otra vez!
d ije; pero el resultado no es siempre feliz. Asélzion me m iró con ojos interrogantes.
— ¿Esa es tu experiencia?, preguntó, m i­ — ¿Cómo sabes, preguntó, que no lo has
rándome intensam ente con sus penetran­ perdido ya?
tes ojos. Tú sabes, si eres sincera contigo Al oír estas palabras, un repentino sen­
misma, que nada puede resistir ante la tim iento de angustia invadió todo m i sér;
insistencia de una fuerte Voluntad ejer­ un frío sentim iento de vacío y desolación.
cida hacia un determinado fin. Si falla el ¿Sería posible que m i propia rudeza y egoís­
esfuerzo, es porque la Voluntad ha vacilado. mo me hubiera separado una vez más de
¿Qué has hecho de algunas de tus vidas an­ m i amante?—porque así lo llamaba ahora
teriores—tú y tu am ante—por m edio de la en m i corazón— ¿Habíalo separado una vez
vacilación en el m om ento supremo? más de m i alm a por algún desconfiado
M iré a Asélzion con aire de súplica. pensamiento? Agobiada por amargo dolor,
— Si hemos incurrido en errores, ¿cómo me levanté de m i asiento, casi inconsciente,
habríamos podido evitarlos enteramente?, y m e dirigí a la ventana en busca de aire.
pregunté. ¿No parece que siempre hemos Siguióme Asélzion, quien colocó su mano
procurado lo mejor? derecha suavemente sobre m i espalda.
Asélzion se sonrió ligeramente. — ¡No es tan difícil ganar el amor como
—N o; no me parece así, replicó. La fuente m antenerlo! exclamó. El no comprenderse
principal de vuestras existencias anteriores, y la falta de espontánea simpatía, term i­
la ley de atracción que tiende a uniros, ha nan por destrozar los corazones y separar­
sido siempre y es el Amor. Y contra el Amor los. Y esto es mucho peor que lo que los
habéis luchado siempre, como si fuera un mortales llaman muerte.
crim en; y en muchos casos habéis obede­ Ardientes lágrimas caían lentam ente de
cido a las transitorias convencionalidades
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mis ojos. Cada palabra parecía traspasar
¡Oh, cuánto deseaba volar a través de la
m i corazón. Y o miraba con ansiedad la
corta extensión de agua que parecía sepa­
movediza extensión del océano que brillaba
rarnos! ¡Cuánto deseaba estar otra vez en
bajo la majestuosa luna. Recordé aquella el puente, al lado de aquel a quien amaba
noche, escasamente una semana atrás, ahora más que mis propias esperanzas ce­
cuando Rafael estuvo a m i lado, estrechan­ lestiales! Pero sabía que ello era sólo una
do mis manos con las suyas. ¡Cuán largo visión presentada delante de m í por la m a ­
m e había parecido ese corto espacio de gia de Asélzion, magia puesta en práctica
tiem po! Por fin hablé: gentilm ente en provecho m ío, a fin de ayu­
— Querría más bien m orir, si la muerte darme y confortarme en un m om ento de
fuera posible, que perder su amor. Porque tristeza y cordial ansiedad. Y yo observaba,
donde no hay amor, existe necesariamente sabedora de que aquel cuadro debería bo­
la muerte. rrarse, como ocurrió lentam ente, desapa­
Asélzion suspiró. reciendo en seguida como un arco-iris en
— ¡Pobre niña! dijo. Ahora comprendes las nubes.
por qué el alma abandonada vaga de una — ¡Es en realidad un «Sueño»!, dije, son­
existencia a otra hasta encontrar su ver­
riendo débilmente, mientras m e volvía
dadera compañía! De acuerdo con lo que otra vez hacia Asélzion. ¡Ojalá que el amor
acabas de decir, donde no hay amor no nunca fuese tan fugaz.
hay verdadera vida, sino sólo una existencia — ¡Si el amor es fugaz, no es amor! con­
semi-consciente. Pero tú no tienes m otivo testó. Una pasión efímera a que suele
de queja, no por ahora, si te mantienes fir ­ darse ese nombre, es la corriente atracción
me y fiel. ¡Rafael Santoris está sano y sal­ que existe entre hombres y mujeres vul­
vo; su alma se preocupa tanto de ti, y con
gares : hombres que no ven más allá que la
tanta insistencia, como si él mismo estu­ satisfacción de un deseo, y mujeres sin otro
viese aquí presente! ¡Mira! ideal que ceder a tal deseo. Hombres que
Y colocó sus dos manos por un m om ento aman, en el más alto y fie l significado de
sobre mis ojos. En seguida las retiró. Pro­ la palabra, son mucho más raros que las
ferí un grito de éxtasis, porque delante de mujeres. Mujeres hay que se acercan a lo
mí, sobre la superficie del agua alumbrada divino en el amor, cuando el amor despier­
por la luna, divisé el «D ream », con sus velas ta por primera vez en ellas; si después des­
brillantes de luz, y su esbelta figura clara­ cienden a un nivel inferior, ello se debe ge­
mente proyectada contra el horizonte. neralmente a culpa de los hombres.
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—No todos los seres humanos, continuó, libres, se encuentran dirigidas por una po­
han recibido la facultad de dominar y con­ tente voluntad reguladora. Tú, en tu actual
trolar sus propias fuerzas vitales, y esto estado de existencia, eres sim plem ente una
es lo que desearía darte a comprender antes Forma organizada, compuesta de esos áto­
de despedirme de ti esta noche. Puedo en­ mos, y para gobernarlos estás investida del
señarte la manera cómo mantener tu vida poder de la voluntad que es parte de la
libre de todos los elementos desintegrantes; creadora influencia de Dios. Si tú los go­
pero el aprendizaje de la lección depende biernas propiamente, los átomos construc­
de ti misma. tivos y revivificadores que hay en ti obede­
Tom é asiento nuevamente en la silla co­ cen tus órdenes, y, con fuerza creciente,
locada al frente de Asélzion, dispuesta a controlan y subyugan gradualmente a los
oír sus palabras con la más profunda aten­ átomos desintegrantes, sus enemigos, ene­
ción. Había sobre la mesa varias cosas que migos que, después de todo, son únicam en­
no había visto antes, y una de éstas era un te sus servidores, dispuestos a desembara­
objeto circular cubierto con un paño. zarlos de todo lo que es indigno e inútil, al
Asélzion quitó la cubertura y me mostró primer signo de decrepitud. Nada hay más
un globo de cristal que parecía estar lleno sencillo que esta ley que basta poner en
con un extraño fluido volátil, claro en sí práctica para conservar la vida y la juventud.
mismo, pero con innumerables virgulitas Toda ella está contenida en un esfuerzo de
y líneas brillantes que flotaban en él. la Voluntad a que obedece todo en la N a­
— Observa bien esto, dijo, porque aquí turaleza, justamente como un barco bien
tienes una manifestación m uy sencilla de dirigido obedece a la brújula. ¡Recuerda
una gran verdad. Estas virgulitas y líneas bien esto! ¡Yo digo: jtodo en La Naturaleza/
que ves en continuo m ovim iento, constitu­ Este globo de cristal encierra m om entánea­
yen una muestra de lo que ocurre en la mente átomos que no pueden ser dirigidos
composición de cada sér humano. Algunas en este instante por encontrarse aprisio­
de ellas, como ves, se mueven en diversas nados, fuera de toda Voluntad que los go­
direcciones; sin embargo, se encuentran y bierne: pero si los dejase durante unas po­
se mezclan unas con otras en varios puntos cas horas más en el estado en que se en­
de convergencia, y en seguida vuelven a cuentran, su fuerza destrozaría el cristal,
separarse. Son las fuerzas constructivas y y ellos escaparían para seguir nuevamente
desintegrantes de todo el Universo, las que, el camino que les está señalado. T e presento
fija bien tu atención en esto, cuando están todo esto como una lección objetiva, a
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predominio obtenido sobre m illones de se­


fin de probarte que tales cosas existen, que res humanos por unos cuantos dirigen­
ellas son realidades y no sueños. tes y reformadores; las infecciosas locuras
•Tú, como este globo de cristal, estás lle­ que suelen invadir a las colectividades; los
na de átomos aprisionados, átomos de Es­ caprichos de la m oda; las costumbres de la
píritu y M ateria que trabajan juntos para sociedad: todo esto es debido al disperso
hacer de ti lo que eres; pero tú tienes ade­ poder de la voluntad que, si fuera concen­
más la Voluntad reguladora cuya misión trado, podría en verdad «llenar la tierra y
es controlarlos y dirigirlos, ya sea a sostener­ subyugarla». Pero nosotros no podemos en­
te, mantenerte y revivificarte, o bien a de­ señar al mundo, y, por lo tanto, debemos
bilitarte, amenguarte y, finalm ente, anu­ conformarnos con enseñar y entrenar a unos
larte y desintegrarte, a fin de preparar pocos individuos solamente.
para ti la creación de otra form a y faz de •m Ante tu pregunta acerca de si es posible
existencia. Ahora, ¿principias a entender? hacer siempre este esfuerzo de la voluntad,
—Creo que sí, contesté. ¿Pero es posible . yo respondo que sí, que ello es siempre po­
hacer siempre este esfuerzo de la Volun­ sible. El secreto está en resolverse a adoptar
tad? una actitud firm e, y mantenerla con igual
—No hay un m om ento en que tú, conscien­ i firm eza.
tem ente o subconscientemente, no desees -Si tú alientas pensamientos de temor,
algo, c o n testó.Y la suma de fuerza que em ­ vacilación, enfermedad, decadencia, in ­
pleas en desear cosas perfectamente efí­ competencia, fracaso y debilidad, inm e­
meras e insignificantes, podría casi le ­ diatam ente das ím petu a las fuerzas des­
vantar un planeta. Pero consideremos he­ integrantes que hay en ti para que prin­
chos simples, tales como levantar una mano. cipien su obra, y gradiialm ente llegas a
Tú estimas que este m ovim iento es instin­ convertirte en enferma, timorata, y m en­
tivo o mecánico; pero sólo puedes realizar­ guada en tus facultades espirituales y cor­
lo porque así lo deseas. Si tú no deseas le­ porales. Si, por el contrario, tus pensamien­
vantar el brazo, no podrá éste levantarse tos se relacionan con la salud, la vitalidad,
por sí mismo. Esta fuerza tremenda, este la juventud, la alegría, el amor y las facul­
don divino como es el poder de la Voluntad, tades creadoras, estimulas a todos los ele­
es ejercido apenas por la gran mayoría de c mentos revivificantes de tu sistema para
los hombres y de las mujeres. De ahí su que construyan nuevos tejidos nerviosos y
costumbre de vacilar; su fácil condescen­ nuevas células cerebrales, como tam bién
dencia ante esta o aquella opinión; el fácil
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para que te suministren nueva sangre. cas de que se compone tu sér, podrás igual­
Ningún sabio ha descubierto jamás una mente controlar y gobernar todas las fu er­
causa lógica acerca de por qué deben m orir zas atómicas que existen dentro de tu esfe­
los seres humanos, pues ellos están apa­ ra de acción. Esto te proporcionará lo que
rentemente destinados a vivir por un tiem ­ los ignorantes llaman «poder m ilagroso»;
po indefinido. Lo que ocurre generalmente pero no se trata de m ilagros. Ello se debe
es que los seres humanos se suicidan, y nada más que a la actitud del Espíritu que
aún los llamados «accidentes», son casi gobierna a la Materia. T e encontrarás no
siempre el resultado de su propio descuido, solamente capaz de gobernar tus propias
negligencia o falta de atención a las circuns­ fuerzas sino que también podrás extraer
tancias preventivas. de la Naturaleza nuevos elementos de vida.
Y o procuro exponerte todo esto de la m a­ El aire, la luz solar, los árboles, las flores,
nera más sencilla que me es posible. Hay te suministrarán todo lo que ellos pueden
cientos de libros que puedes consultar sobre dar, y nada te será rehusado. «Pide y reci­
esta ciencia; pero están escritos en una fo r­ birás; busca y encontrarás; golpea y se
m a tan abstrusa y difícil que aún la inte­ te dirá». Naturalmente, debes dar a tu vez
ligencia más culta se siente casi impedida lo que recibes, como una m anifestación de
para asimilar las ideas que contienen. amor, generosidad, benevolencia y sim pa­
Lo que te he enseñado es perfectamente tía, no sólo al género humano sino tam bién
fácil de comprender; la única dificultad a todos los seres de la Creación, de acuerdo
se encuentra en su aplicación práctica. Es­ con el precepto bíblico: «Da y se te dará.
ta noche, por lo tanto, y durante todo el Con la misma vara que mides serás m edido» ¿
tiem po que permanezcas aquí, serás some­ Estas frases de nuestro gran Maestro han
tida a ciertas pruebas sobre tu fuerza de sido oídas tan a menudo que mucha gente
voluntad, y el resultado de ellas indicará no les atribuye mayores consecuencias; sin
si eres bastante fuerte para triunfar en tus embargo, ellas encierran una verdad de que
investigaciones acerca de la vida, de la ju ­ no podemos escapar. Aun un acto tan insig­
ventud y del amor. Si eres capaz de m ante­ nificante, al parecer, como una bondadosa
ner la verdadera actitud; si puedes encon­ palabra se paga al que la profirió con un
trar y guardar el verdadero equilibrio cen­ doble interés de bondad; mientras que una
tral de la Divina Im agen dentro de ti, todo palabra cruel o dura lleva en sí su propio
marchará bien. Y no olvides que si aprendes castigo. Las personas que reciben sin dar,
a controlar y gobernar las fuerzas atóm i­ no tienen éxito, generalmente ni en sus v i­
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das ni en sus propósitos; en tanto que las


que dan sin tomar, parecen ser ayudadas que derramaba sus plateados rayos sobre la
superficie del mar. Comenzaba la alta m a ­
milagrosamente por la fam a y la fortuna,
rea, y podía oirse e l solemne ruido de las
lo que no es otra cosa que el cum plim iento
olas que rompían rítm icam ente sobre la
de la ley espiritual.
playa. Asélzion me tom ó de la m ano en si­
—N o deseo fam a ni fortuna, dije. El amor
es bastante para m í. lencio, y me condujo fuera de la pequeña
erm ita hasta el aire libre, donde estuvimos
Asélzion se sonrió.
a pocos pasos del mar. Los rayos de la luna
— ¡Bastante para ti, es verdad! ¡H ija mía,
nos bañaban con un brillo color perla, y,
es bastante para todos! ¡Si tienes amor es
por un m ovim iento instintivo, m e volví pa­
porque has entrado en el secreto espíritu
ra m irar a m i acompañante. Su rostro pa­
de Dios! El amor inspira toda nobleza, todo
recía transfigurado en algo de sobrena­
sufrim iento, todo valor; y creo que tú po­
tural belleza, y por un segundo, y con gran
sees algunos de sus atributos, porque has
sorpresa de m i parte, cruzó m i m ente el
sido valiente en tu prim er ensayo, y es tu
recuerdo de lo dicho por él en la capilla
propia valentía la que m e ha traídoa quí a
acerca de que él llevaba tam bién el peso de
hablar contigo esta noche. Por tu propia
setenta años. ¡Setenta años! Parecía estar
cuenta y sin preparación, has pasado lo
en plena juventud y en todo el esplendor
que nosotros los estudiantes y místicos
de la vida, y la m era idea de edad, relativa
llamamos «el prim er círculo de fuego», y,
a su persona, resultaba absurda. Mientras
por consiguiente, te encuentras lista para
yo lo observaba, sobrecogida de m aravi­
el resto de tu prueba, de modo que te llevaré
llada fascinación, levantó con lentitud am ­
a tu cuarto donde te dejaré, porque debes
bas manos com o en solemne invocación a
soportar y concluir tu prueba enteramente
las estrellas, que brillaban en incontables
sola.
millones sobre nuestras cabezas, y su voz,
M i corazón se abatió un poco; pero nada
profunda y musical, sé dejó oír suave y cla­
dije, y me lim ité a m irar a Asélzion m ien­
ramente en m edio del silencio:
tras tomaba el globo de cristal, lleno de
«¡Oh, Supremo Guía de todos los mundos
líneas y puntos de luz que brillaban como
creados: Acepta esta alma que anhela ser
fuego aprisionado, para levantarlo por un
consagrada a T i! ¡Ayúdala a conseguir
m om ento entre sus dos manos.
todo lo que sea para su sabiduría y progreso
En seguida apagó la lámpara, y perm ane­
espiritual e identifícala con la Naturaleza
cimos juntos ante el pálido brillo de la luna
de donde ella ha nacido! ¡Tú, silenciosa y
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apacible Noche, invístela con tu profunda guridad para volver a tu hogar y a tus la ­
tranquilidad! ¡Tú, brillante Luna, penetra bores habituales; vivirás como viven casi
su espíritu con el resplandor de los sueños todas las mujeres, bien que tal vez en un
sagrados! ¡Particípale de tu fuerza y pro­ grado un poco más alto de pensamiento y
fundidad, oh Mar!; y que ella pueda ex­ de acción, y llegará el tiem po en que consi­
traer de los tesoros del aire toda la juven­ deres tu visita al Castillo de Asélzion como
tud, toda la belleza, toda la vida, toda la una simple locura. El mundo, y sus con­
dulzura, a fin de que su existencia sea una vencionalismos te retendrán fuera de aquí.
dicha para el mundo, y su amor, una ben­ — ¡J a m á s !, exclamé apasionadamente.
dición». ¡Asélzion, yo no fracasaré!
Todo m i sér temblaba con un sentim iento M iróm e vivam ente; en seguida colocó
de vivo éxtasis mientras Asélzion dirigía esta sus manos sobre m i cabeza en ademán de
plegaria para m í. Pude haberme arrodilla­ muda bendición, y me indicó que entrase
do ante él, en señal de gratitud y reverencia, a m i cuarto. Obedecí. Asélzion cerró la puer­
pero calculé instintivam ente que no desea­ ta instantáneam ente; oí la vuelta de la lla ­
ría este acto de homenaje. Preferí guardar ve en la cerradura, y luego, el débil eco de
silencio, y obedecí su suave impulso m ien­ sus pasos al descender la escalera. M i cuar­
tras m e conducía de la mano por un abo­ to estaba ilum inado por una luz m uy tenue,
vedado pasadizo de piedra y en seguida, por de ignorada procedencia. Todo se encontra­
una larga escalera de caracol a cuyo térm i­ ba tal como cuando fu i llamada a la m iste­
no se detuvo, y, tomando una llave de su riosa Capilla de la Cruz y Estrella, y miré
cinturón abrió una pequeña puerta. a m i alrededor, tranquilizada por la quie­
—Este es tu cuarto, hija mía, dijo con tud y sencillez que m e rodeaba. No me sen­
una grave bondad que me conmovió extra- tía dispuesta a dorm ir y resolví escribir de
fíablemente. ¡Adiós! El futuro te lo formarás m em oria todo lo que Asélzion me había
tú sola. dicho mientras permanecía fresco en m i
— ¿No os veré otra vez?, le pregunté con espíritu. Aun m e cubría el velo blanco que
voz algo temblorosa. me habían proporcionado. M e despojé de
—Sí, m e verás otra vez si pasas tu prueba él, y lo doblé, con cuidado, listo para usarlo
con éxito, contestó. No si fracasas. nuevamente en caso necesario. Me senté,
— ¿Qué ocurrirá si fracaso? en seguida, a la pequeña mesa, y saqué de
—No otra cosa que lo corriente, replicó. una carpeta pluma, tinta y papel; no obs­
Abandonarás este recinto en perfecta se­ tante, algo me im pedía fija r m i atención
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en lo que intentaba realizar. £1 silencio a


m i alrededor era más intenso que nunca,
y, aunque la ventana permanecía abierta,
no me era posible oír ni aún el m urm ullo
del mar. Escuché, respirando apenas. No
se oía ruido alguno. Aquel extraordinario
silencio, cada vez más profundo, fué el pre­ SOMBRA Y SONIDO
cursor de una sensación de frío. Sentíame
removida a un lugar apartado, donde no La quietud era solemne. M e parecía po­
podían alcanzarme ni el tacto ni la voz hu- der oír el rápido latido de cada pulsación
• mana, y sentí, como jamás había sentido dentro de m i cuerpo. Un curioso y vago te ­
durante toda m i vida, que, en realidad, me rror principió a invadirme; luché contra
encontraba enteram ente sola. su insidiosa influencia, e inclinando m i ca­
beza sobre el papel que había colocado de­
lante de m í, me dispuse a escribir.
Al cabo de unos pocos minutos, procuré
ejercer algún control sobre mis nervios, y
principié a redactar claramente y con ila ­
ción todo cuanto Asélzión me había dicho,
aun cuando yo sabía que no lo olvidaría tan
fácilm ente. En seguida, me sobrevino una
i repentina sensación que me obligó a darme
cuenta de que algo o alguien se encontraba
en m i cuarto, con la mirada fija en m í.
Mediante un esfuerzo, levanté m i cabeza,
y nada vi al principio. En seguida, y gradual­
m ente, me di cuenta de que una Sombra
obscura e impenetrable, aparecía entre m í
y la ventana. Al principio, semejaba sim ­
plemente una masa inform e de vapor n egro;
pero, poco a poco, asumió los contornos de
una Forma que no parecía ser humana.
Dejé m i pluma, y, sobrecogida de terror,
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observé aquella extraña Obscuridad conden-


sada, por decirlo así, la que impedía entrar samiento dequ e no por cobarde pasividad
los plateados rayos de la luna. Mientras m i­ podría yo esperar vencer mis propios tem o­
raba, la luz de m i cuarto se extinguió ins­ res o el peligro sin nombre que aparentem en­
tantáneam ente. Un grito involuntario se te me amenazaba. Cerré mis ojos para re­
escapó de mis labios, y principió a dom inar­ tirarme, por decirlo así, dentro de m í m is­
m e un sentim iento de verdadero espanto, ma, a fin de descubrir ese equilibrio central
pues, en medio déla obscuridad, la m isterio­ de m i propio espíritu que bien sé debe per­
sa Sombra creció en form a más y más de­ manecer como una fuerza invencible, in ­
finida. El pálido resplandor de la luna, ilu ­ mune ante todo ataque; y m entalm ente
minábala sólo débilm ente, como cuando fortifiqué m i alma con pensamientos de
una nube recibe en sus bordes una mera su­ armada resistencia.
gestión de luz. Aquella Sombra no perma­ En seguida, abriendo otra vez m is ojos,
necía in m óvil; se movía a veces, ya para vi que la Sombra se obscurecía y agrandaba
levantarse hasta adquirir una estatura, más y más, mientras que la luz alrededor
sobrenatural, ya para inclinarse hacia m í de ella era más definida. Esta luz no proce­
o dejarse caer sobre m í como una verdadera día de la luna, sino que era una luz desco­
tem pestad; y mientras yo la miraba todavía nocida, fantasmal, aterradora. No obstante,
miedosamente, atormentada por la inso­ yo había ya recobrado un poco de valor,
portable tensión de cada uno de mis ner­ y en él cifré m i últim a esperanza.
vios, habría podido jurar que dos ojos, Luego me sentí capaz de dirigir preguntas
grandes y luminosos, se encontraban fijos a m i propia conciencia. Porque, después
en m í con intensa e investigadora mirada. de tod o, ¿podría aquel Fantasma, si en rea­
Es imposible describir lo que sentí en aque­ lidad lo era, hacerme algún daño? ¿Podría
llos instantes; me sobrevino un sentim ien­ matarme por medio del terror? En este
to de horror; m i cabeza principió a vacilar, caso, indudablemente, el terror nacería de
y ya no pude proferir una sola palabra. m i propia culpa, ya que no tenía m otivos
Tem blando violentam ente, m e puse de para encontrarme en esa situación de á n i­
pie,, movida por una especie de impulso mo. Siendo como es la Muerte un m ero
mecánico, dispuesta a no continuar en la Cambio de vida, ¿tenía para m í m ayor im ­
espantosa contem plación de aquel Fantas­ portancia el cuándo o el cómo este cam bio
ma inform e, cuando de im proviso, con la se efectuase?
rapidez del relámpago, m e sobrevino el pen. «¿Quién es responsable, me preguntaba
yo, del sentimiento de miedo? ¿Quién es el
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sea para el bien; por consiguiente, no podéis


que desconfía del Divino orden del Univer­ estar aquí con algún propósito m aligno!
so hasta dudar de la definitiva intención de
Si he concebido temores ante vuestra pre­
bondad en lo que a primera vista aparece sencia, ellos han sido el resultado de m i
como dañoso? ¿No soy yo únicamente la propia debilidad. Desde ahora, no os miraré
instigadora de m i propia cobardía? ¿Y puede como una cosa que pueda hacerme daño,
este obscuro y mudo Espectro hacer por y, por lo tanto, avanzaré hasta vos, a fin de
m í algo diverso de lo que está ordenado
descubrir quién sois! Me probaréis vuestra
para m i bien futuro?»
composición hasta el m ism o fondo y cora­
Con estos pensamientos, cobré valentía,
zón de vuestra obscuridad. Me revelaréis
y puse fin a m i tem blor nervioso. Principié
ahora a considerar deliberadamente, y todo cuanto ocultáis tras vuestro terrorífi­
quise determinar, que esta misteriosa Som­
co aspecto, porque yo sé que cualquiera
bra, más y más obscura mientras crecía, que sea vuestra intención para conmigo,
no podéis dañar m i Alm a!»
era algún amigo disfrazado. Levanté m i
Mientras decía esto, m e aproximaba más
cabeza en actitud de desafío y de esperanza,
y más al Fantasma, y el borde luminoso
y el hecho extraño de que la única luz que alrededor de él tornábase más y más bri­
veía procediese del brillo sobrenatural del llante, hasta que repentinamente un rayo
luminoso borde alrededor del Fantasma, de deslumbrantes colores parecidos a los
no me amedrentó en m i resuelta actitud. del arco-iris, brilló de lleno ante mis ojos,
Y mientras más me amoldaba a esta actitud,
y en form a tan aguda que me desplomé,
m ayor firm eza adquiría, y con mayor fuerza
m edio ciega por su resplandor. Luego,
crecía m i valor. Con toda suavidad, hice a
m ientras miraba aquella escena extraordi­
un lado la mesa en que había estado escri­
naria, caí de rodillas en mudo terror, por­
biendo, y púseme de pie. En esa situación,
que la Sombra se había cambiado en una
m e sentí más valiente y más segura de m í
deslumbradora Forma de radiantes alas,
misma, y aún cuando la Sombra delante de
una figura y un rostro tan gloriosos que yo
m í parecía más negra y amenazadora que
no podía sino mirarlos con más y más in ­
antes, me encaminé resueltamente hacia
tensidad, y con m i alma absorbida en m a­
ella. Hice un esfuerzo para hablarle, y al
fin pude hacerlo. ravillado éxtasis! Una música deliciosa se
«Quienquiera que seáis», dije en voz alta, dejó oír a m i alrededor, pero no pude escu­
«no podéis existir absolutamente sin la vo­ charla; toda m i alma estaba reconcentrada
luntad de Dios»! Nada ordena Dios que no en mis ojos. La Visión creció en estatura y
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en esplendor, y extendí mis manos hacia rrorizado, hubiese procurado escapar lejos
ella como en actitud de suplicante plegaria, de él. Sin duda alguna, habría encontrado
segura de encontrarme ante la luminosa abiertas las puertas y se m e habría ofreci­
Presencia de algún habitante de más ele­ do toda facilidad para una cobarde retirada,
vadas y celestiales esferas que la nuestra. si tal hubiera sido m i deseo. ¡Y en seguida,
La hermosa cabeza, coronada con una dia­ todo habría concluido! ¡Probablemente,
dema de flores como blancas estrellas, se habría tenido que abandonar el Castillo de
inclinó hacia m í; sus brillantes ojos son­ Asélzion, y, además habría sido tal vez se­
rieron ante los míos, y una voz, más dulce ñalada con una cruz negra en señal de fra ­
que el más dulce canto, m e habló en acen­ caso! Regocíjem e interiorm ente de no haber
tos de conmovedora ternura. cedido hasta entonces ante aquellas duras
«T ú has hecho bien», dijo. «Siempre, co­ pruebas, y luego, rendida por una especie
m o ahora, aproxímate a la obscuridad sin de sopor que empezaba a tom ar posesión
temorl ¡ Luego encontrarás la Luz! ¡Haz fren­ de m i sér, m e desvestí para acostarme, con
te a la pena con absoluta confianza; así m i espíritu perfectamente tranquilo y feliz.
descubrirás un ángel disfrazado! Dios no Después de dormir algunas horas, fu i
piensa mal de ti; no desea daño para ti; despertada repentinamente por un ruido
no tiene castigo almacenado para ti. Con­ de voces que conversaban m uy cerca de mí.
fía te a El, y quédate en paz». En efecto, ellas parecían provenir del otro
La Visión desapareció lentam ente, como lado de la pared contra la cual estaba si­
desaparecen los matices del sol poniente al tuada m i cama. Eran voces de hombres,
mezclarse con el color gris del crepúsculo, entre las que descollaban una o dos de un
y cuando volví de m i aturdim iento, encon­ tono duro e irritable. Había bastante luz
tróme otra vez en com pleta desolación y en m i cuarto, el que se encontraba alum ­
obscuridad, esta últim a m itigada apenas brado ya por el resplandor de las primeras
por la triste luz de la luna que ya desapa­ horas de la mañana. Como las voces con­
recía en el ocaso. tinuaran, m e sentí impelida a escuchar.
Por algunos minutos permanecí incapaz «Asélzion es el más astuto farsante de su
de pensar en otra cosa que en la extraña prue­ tiem po», decía uno. «¡Nunca se siente más
ba a que acababa de ser sometida, y llegué feliz que cuando puede hacer el papel de
a imaginarme qué habría ocurrido si en pequeño dios, y engañar a sus secuaces!».
lugar de avanzar con intrepidez hasta el Estas palabras fueron seguidas de una
obscuro Fantasma que tanto me había ate­ risotada.
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«Es una m aravilla», dijo otro. «Debe ser


descendiente de algún antiguo mago egipcio quilo mar con su color gris plateado en la
que usaba la treta de jugar con fuego. N a­ temprana aurora.
da hay que no pueda hacer en materia de ¡Cuán quieto y tranquilo se veía!
milagros, y, por consiguiente, los que igno­ ¡Qué contraste con la tempestad de duda
ran sus métodos y son crédulos ... y terror que comenzaba a desencadenarse
«Com o la m ujer del lado», interrumpió dentro de m i propio corazón! ¡Ay! Las voces
la primera voz. principiaron otra vez.
«Sí, como la m ujer del lado ¡pobreloca!», «Bien, ahora todo ha concluido, y su teo­
mayor risotada aún.— «Imaginarse amada ría sobre perpetuar la existencia a voluntad,
por Rafael Santóris!». ha tenido un fin desastroso. ¿Dónde se
Me senté en m i cama, aguzando mis oídos hundió el yate?».
ante cada palabra. Quemábanse mis m e ji­ «Lejos de Armadale, en Skye».
llas ; saltábame el corazón, y casi no sabía Por un m om ento, no pude darme cuenta
qué pensar. Hubo silencio durante dos o de lo que decían, y procuré repetir la pre­
tres minutos que m e parecieron siglos en gunta y la respuesta. «Dónde se hundió el
m i vehemente deseo de oir más. yate?» «Lejos de Armadale, en Skye».
«Santóris procuraba siempre divertirse», ¿Qué significaba aquello? ¿El yate? ¿Su­
exclamó una delgada y aguda voz con acen­ mergido? ¿Qué yate? ¡Estaban hablando de
to de burla. «¡Siempre había una o más Santóris, de Rafael m i amado, m i amor, per­
mujeres enamoradas de él; mujeres que dido durante siglos y encontrado nueva­
podía tomar fácilm ente, por cierto! m ente para separarse de m í una vez más por
«¡Y que no son difíciles de encontrar!», causa de m i propia culpa! ¡Por causa de m i
agregó la voz que había hablado por prim e­ propia culpa! Esta idea producíame un
ra vez. «La mayor parte de las mujeres son verdadero horror que no podía considerar
ciegas en lo concerniente a sus afecciones». sino con angustia casi enloquecedora. Me
«¡O a su vanidad!». acerqué rápidamente a la pared a través
Siguió otro silencio. Me levanté de m i ca­ de la cual había escuchado las voces, y
ma, temblando con una sensación de re­ aproximé m i oído contra ella, m urm uran­
pentino frío, y me cubrí con m i bata de ves­ do conmigo misma «¡Oh no! ¡No es posible!
¡No es posible! ¡Dios no sería tan cruel!»;
tir. Acerquéme a la ventana con el propó­
sito de mirar la hermosa extensión del tran­ Nada oí durante algunos minutos, e iba
perdiendo ya rápidamente m i paciencia y
— 97
— 96 — •

cuente atiende a la lectura de una senten­


m i propio control, cuando al fin escuché
que continuaban la conversación: cia cruel.
«Asélzion se lo comunicará a ella, por
«Jamás debió arriesgar su vida en ese
supuesto. D ifícil empresa, ya que tendrá
buque», dijo uno de los individuos en to­ que aceptar que sus enseñanzas no son in ­
no algo más suave. «Era una empresa m a­ falibles. Mucho se hablaba acerca de San­
ravillosa; pero el peligro de toda aquella tóris. Tem o que se haya ahogado; bien que,
electricidad era seguro, sobre todo en una
si hubiera vivido, habría vuelto loca a la
torm enta».
m ujer nuestra vecina».
«Ello ha sido enteram ente comprobado»,
«|Oh! En cuanto a eso, naturalm ente;
dijo otra voz. «Bastó una ligera marejada
pero poco im porta! Sólo ella tendría que
con truenos y relámpagos para que el barco
culparse por haber caído en la tra m p a ».
se fuera a pique con todos los de a bordo».
Me separé de la muralla temblando de
«Santóris puede haberse salvado. Era
espanto. M e vestí mecánicamente y miré
un gran nadador». hacia el dorado sol que derramaba ya sus
«¿En realidad lo era?»; esplendorosos rayos sobre la superficie del
Sobrevino un nuevo silencio. mar. La belleza de la escena no alcanzaba a
Creí que m i cabeza estallaría ante aque­ conmoverme; nada significaba para mí.
lla dolorosa agonía m otivada por la suspen­ La única preocupación de m i espíritu era
sión. Mis ojos quemábanse por la presión la de que, en conformidad a lo que acababa de
interna de contenidas lágrimas. Experimen­ oír, Rafael estaba muerto, ahogado en el mar
té el deseo de destruir la pared que me se­ por cuya inmensidad su elegante barco, el
paraba de quienes proferían aquellas vo­ «D ream », había surcado con tanta rapidez;
ces torturantes, en m i febril anhelo de sa­ y que todo cuanto él me había dicho de
ber lo peor, lo peor a toda costa! ¡Si Rafael nuestro m utuo conocimiento en vidas an­
estaba muerto ... pero n o ... él no podía teriores y del amor que nos había reunido,
m orir! No podía perecer efectivam ente; pero era una m era locura! Me incliné hacia afue­
podía separarse de m í como había permane­ ra desde la ventana, y mis ojos se fijaron en
cido separado antes..., y yo...yo estaría sola la pequeña rosa carmesí que aún permane­
otra vez ... sola, como había estado durante cía contra la muralla en actitud de fragante
toda m i vida! Y en m i loco orgullo habíame confidencia. En seguida, hablé en voz alta,
alejado voluntariamente de él! ¡Era éste casi inconsciente de mis propias palabras:
m i castigo! Renovóse la conversación, y me «¡Es una m aldad», dije, «una maldad de
apronté de nuevo a escuchar, como un delin­ ¿ <Castillo
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Dios el perm itir que nos imaginemos cosas ayudante o secretario. ¿Quiénes, excepto
hermosas que no existen! Es cruel orde­ estas dos personas, podían saber el m otivo
nar que nos amemos, si el amor ha de ter­ que me había llevado hasta allí? Principié
m inar en desengaño y traición! M ejor sería entonces a dudar acerca de la efectividad
enseñarnos de una vez por todas que la vi­ de las terribles noticias que me habían sor­
da ha sido creada para ser vivida en form a prendido tan inesperadamente. Si algún
ruda, sin ternura, sin verdad, antes que d i­ daño le hubiera ocurrido a Rafael, ¿habría-
rigir muestras almas hacia un paraíso de m e dicho Asélzion que se encontraba sano
insanos. y salvo cuando, para m i tranquilidad, ha­
Luego e inopinadamente, recordé el obs­ bía conjurado unas pocas horas antes la
curo Fantasma de la noche y el haberse vista panorámica del yate «Dream » sobre el
transfigurado en la Visión de un Angel. mar alumbrado por la luna? Sin embargo,
Después de luchar contra el terror que me y a pesar de m i más valiente esfuerzo, no
produjera su primera apariencia espectral pude recobrar suficientemente m i calma
y de haberme sobrepuesto a aquel estado ni m i tranquilidad, y en medio de las tri­
de ánimo, ¿por qué perdía ahora el con­ bulaciones de m i espíritu, m iré hacia la
trol de m í misma? ¿Cuál era la causa? ¡Vo­ puerta de la torre que se abría a la escalera,
ces, únicamente! Voces detrás de una m u ­ la que a su vez conducía hasta el pequeño
ralla que hablaban de m uerte y falsedad ... jardín, hasta la misma playa; esa puerta se
voces de personas desconocidas para m í y encontraba herméticamente cerrada, pues
a quienes no podía ver . . . voces mundanas Asélzion, le había echado llave. Pero, con
que se deleitan en referir escándalos y cruel­ gran sorpresa mía, encontrábase abierta otra
dades, y que nunca alaban en igual grado puerta, otra puerta que parecía form ar un
que condenan. ¡Nada más que voces! ¡Oh; solo cuerpo con la muralla, y que comunica­
pero se referían ellas a la muerte de la per­ ba con un pequeño cuarto, una especie de
sona a quien yo amaba, y hablaban, además pequeño relicario cubierto con un gé­
de traición y de locura! ¿Debería yo seguir nero de seda de pálido color púrpura
escuchando? y con todas las apariencias de estar destina­
Y todavía ¿quiénes eran esas personas, si do a guardar algo infinitam ente valioso.
en realidad lo eran, que hablaban de R a­ Entré a él en actitud vacilante, insegura
fael Santóris con tan fácil rudeza? A nadie acerca de si lo que yo hacía era o no correcto,
había encontrado en el Castillo de Asélzion, pero, sin embargo, impulsada por algo más
salvo a Asélzion mism o y a Honorio, su que una mera curiosidad. Al atravesar el
— 101 —

umbral, oí nuevamente las voces detrás de Esta frase parecía obscurecer el recuerdo
la muralla, ahora en tono más elevado y mismo del hermoso rostro y figura del hom ­
amenazante. Detuve mis pasos medio asus­ bre a quien yo había, casi inconscientemen­
tada, bien que deseando conocer cuanto te, principiado a idealizar; esta frase suge­
más pudieran decir, aun cuando para m í ría algo rudo y vulgar en cuanto a él, y m i
no significase otra cosa que miseria y deses­ corazón se hundió, por decirlo así, dentro
peración. de m í, privado de esperanza. ¡Voces, única­
«¡Todas las mujeres son locas!*. Esta co­ mente! Sin embargo, ¡cómo ellas m e tortu­
rriente observación fué hecha por alguien raban! ¡Si pudiera conocer la verdad!, pen­
con acento duro y amargo. «N o es el amor saba yo. ¡Si Asélzion viniese de una vez a
lo que les interesa sino la propia satisfac­ referirm e la triste noticia ...!
ción de ser amadas. Ninguna m ujer puede Permanecí en el pequeño relicario dom i­
guardar fidelidad por largo tiem po a un nada por una especie de estupor, de inde­
hombre m uerto; echaría de menos la es­ cible pena, y comencé a considerar como en
perada correspondencia a su superabundan­ sueño la impiedad y rudeza de aquellas
te sentimentalismo, y se cansaría de es­ voces. ¡Ah, como las voces del mundo! ¡Vo­
perar encontrarlo en el Paraíso—si creyese ces que se burlan, desprecian y condenan!
en tal posibilidad en que no cree la décima ¡Voces que más bien proferirían una false­
parte de las mujeres*. dad antes que una palabra de ayuda y
«Según Asélzion, no hay muertos, dijo consuelo! ¡Voces que se complacen cruel­
otro de los invisibles charladores». «Ellos han mente en decir cosas que hieren y aniqui­
pasado simplemente a otro estado de vida; lan al espíritu que concibe nobles ideales!
y, en conformidad a sus teorías, los amantes ¡Voces que, incapaces de ponerse en arm o­
no pueden separarse durante mucho tiem ­ nía para hablar del amor, producen en el
po, ni aún por lo que llaman m uerte». alma un dejo de amargura! ¡Oh, Dios!, si
«¡Pobre consuelo es lo que dices», y junto todas las voces rudas y calumniosas de la
con estas palabras se oyó una risa de des­ humanidad fueran suprimidas, la tierra se­
preciativa burla. «¡Las mujeres que han ría un verdadero Cielo!
amado a Rafael Santóris difícilm ente te Y sin embargo, ¿quién nos obliga a es­
agradecerían!» cucharlas? ¿Nos alcanza su significado? ¿Es
Estremecíme un poco, como cuando se capaz una opinión casual de mover el alma
experimenta una sensación de frío. «¡Las de su centro? ¿Qué me im porta el que esta
mujeres que han amado a Rafael Santóris!». o aquella persona apruebe o desapruebe
— 102 —
— 103 —

mis acciones? ¿Porqué habría yo de alarmar­


m e por rumores, o de aterrorizarme por flca visión de un Angel, un Angel que había
dicho «Dios no piensa mal de ti; no desea
noticias mal intencionadas?
daño para ti; no tiene castigo almacenado
Absorbida en estos pensamientos, ape­
para ti. Confíate a El, y quédate en paz».
nas me daba cuenta de la paz casi religiosa
Yo, en estas condiciones, sentíame desviar
que me rodeaba, y solamente cuando las
de la Fe que debería m antenerm e fuerte!
voces hubieron cesado por unos pocos m i­
Sobrevínome un sentimiento de vergüenza,
nutos, comencé a observar lo que contenía
y, casi con timidez, me aproximé a la mesa
el pequeño cuarto en que yo había entrado en que se encontraba el libro abierto, y me
semi-inconscien temen t e : una elegante y senté en la silla para leer sus páginas. In ­
primorosa mesa pequeña hecha aparente­ m ediatam ente principiaron otra vez las
m ente de cristal que resplandecía como un voces, en tonos un poco más altos e irrita­
diamante, y, sobre ella, un libro abierto. dos que los anteriores:
Una silla encontrábase colocada en situa­ — ¡Ella se imagina que puede aprender
ción propicia con el evidente propósito de el secreto de la vida! ¡Una m ujer! ¡Qué des­
facilitar su lectura; y mientras me aproxi­ carada arrogancia ante semejante atenta­
maba, al principio con indiferencia y en se­ do!
guida con creciente interés, vi que el libro — ¡No, nó! ¡No es el secreto de la vida lo
abierto ostentaba en su carátula esta ins­ que desea descubrir; es el secreto de la per­
cripción: «A l estudiante fiel. De Asélzion». petua juventud! ¡Para una m ujer eso es el
¿Era yo una fiel estudiante? Me hice a m í todo! ¡Ser siempre joven y siempre hermosa!
m ism a esta pregunta porque me asaltaron ¡Qué m ujer no se aventura por semejante
dudas al respecto. ¡No podía haber «fid eli­ mercadería!
dad», en temores y depresiones! ¡A llí estaba Una estrepitosa carcajada siguió a esta
yo, perdido en parte el control de m í misma observación.
por el mero hecho de oír voces proferidas —Santóris se conservaba bien, dijo una
detrás de una muralla! ¡Yo, después de ha­ voz con suave y tranquilo acento. Cierta­
ber dicho que «Nada ordena Dios que no m ente nadie habría podido adivinar su ver­
sea para el bien», encontrábame repentina­ dadera edad.
m ente dispuesta a creer que El había or­ —Tenía todo el ardor y pasión de la ju ­
denado la muerte del amante a quien Sus ventud, añadió otra voz. El fuego del amor
leyes inmutables habían guiado hacia mí! corría por sus venas tan ardientem ente
¡Yo, a quien había sido concedida la beatí- como si hubiera sido un Romeo. ¡Ni el frío
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ni el apaciguamiento de la edad le afecta­ toda Vida, no puede morir, no podemos en


ban en lo concerniente al bello sexo! nuestro presente espacio de tiem po dudar
Oyóse otra carcajada aún más estrepitosa de nuestra mutua capacidad para el amor,
que la anterior. y para disfrutar del perfecto mundo de
Yo adopté una actitud rígida en la silla belleza que crea el am or».
al lado de la mesa de cristal, y me puse a ¿Por qué me sentía llena de dudas y de
escuchar sin perder una palabra. males imaginarios? ¡Por las voces proferi­
— La m ujer nuestra vecina es la última das detrás de una muralla! Seguramente
víctim a de sus hipnóticas sugestiones, ¿no una causa nim ia para concebir penas! Pro­
es verdad? curé desembarazar m i espíritu de la
—Sí. Uno puede decir su ú ltim a víctima, amarga desesperación en que había caído,
ya que no le será posible producir otra en y a fin de apartar m i atención de mis pro­
lo sucesivo. pios e infelices pensamientos, dirigí una
—Creo que si Asélzion le hubiera contado mirada al libro que permanecía abierto de­
la verdad, se habría ido inmediatamente. lante de m í. Mientras yo lo observaba, leí
—¡Por supuesto! ¿Por qué habría de per­ su títu lo el que impreso con letras de oro,
manecer aquí? Es sólo un sueño de amor lo despedía rayos ante mis ojos como un res­
que la ha traído a este castillo, y, cuando plandor del sol: «El Secreto de la Vida».
sepa que el sueño ha terminado, todo ha­ Una repentina y aguda expectación se pro­
brá concluido para ella. dujo en todo m i sér: doblé la carta de Rafael
¡En verdad! ¡Todo habrá concluido! ¡T o­ y la coloqué nuevamente en su lugar, cerca
do el mundo, un desierto; y el Cielo mismo, de m i corazón; en seguida, acerqué m i silla
sin esperanza! Oprimíme los ojos con am ­ a la mesa, e inclinándome sobre el libro,
bas manos para m itigar y refrescar su que­ di principio a la lectura. Todo a m i alrede­
m ante dolor. ¿Era posible que lo que esas dor se encontraba en perfecta quietud.
voces decían fuera verdadero? La conversa­ Las voces habían cesado. Poco a poco m e di
ción había terminado, y siguió un absoluto cuenta de que lo que estaba leyendo era pa­
silencio. Como una especie de recurso de­ ra m i instrucción, y que el libro m ism o era
sesperado, saqué la carta que me había es­ un obsequio que me hacía Asélzion si yo
crito Rafael Santóris, y leí todas sus pala­ resultaba ser en realidad una «fie l estudian­
bras con viva y anhelosa pasión, especial­ te». Un sentim iento de esperanza y gratitud
m ente el párrafo que decía así: «Nosotros, principió a aliviar la fría pesadumbre de
— tú y yo,— que sabemos que la Vida, siendo m i corazón, y de una vez por todas resolví
— 106 —
\ ) u f > yg • I \ t / yg i i f M f y v f / .'¡I / \ | / V # / f /, ■>!/ V f / V t y : V y „ y t / ■ : * J ' f l \ f /

no escuchar más aquellas voces, aún cuan­


do ellas volviesen a hablar en lo sucesivo.
«¡Rafael Santóris no ha m uerto!», excla­
mé en voz alta y resueltamente. «El no ha
podido separarse de m í de este modo! ¡El
no es traidor! ¡El es sincero! ¡El no está en­
gañándome! ¡El sabe que yo creo en él, y
yo quiero creer en él! ¡M i amor y m i fe no EL LIB R O MAGICO.
serán apagados por meros rumores! ¡No le
daré m otivo para estimarme débil o cobar­ No es posible transcribir aquí sino unos
de! ¡Confiaré en él hasta el fin !». pocos párrafos del libro en que m i atención
Y con estas palabras habladas al aire, se encontraba ahora completam ente absor­
continué leyendo tranquilamente, en medio bida. Estos párrafos han sido seleccionados
de una apacibilidad que repentinamente se por estimarlos de utilidad para aquellas
tornó en fragante con la esencia de invisi­ pocaspersonas,muy pocas, desgraciadamen­
bles flores. te, que desean hacer de sus vidas algo más
que un mero negocio de comprar y vender.
Cuando Paracelsus escribió «El Secreto
de Larga Vida», lo hizo en una form a d ifí­
cil y complicada, con el evidente propósito
de que sus enseñanzas pudieran ser aprove­
chadas sólo por sus más diligentes y per­
severantes discípulos. Pero las instrucciones
dadas en el volumen colocado, así yo lo im a­
i X ginaba, para m i lectura, eran sencillas y
en armonía con muchas realidades descu­
biertas por la ciencia moderna. Mientras
leía más y más, principié a divisar la luz
a través de la obscuridad, y a adquirir una
percepción acerca del medio cómo podría
convertirme en adepta de lo que el mundo
estima milagroso, pero que, después de to­
do, no es sino la aplicación científica del
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sentido común. Para principiar, m e refe­ mada de átomos que se mantienen juntos
riré al siguiente, titulado en cierta form a organizada; pero, dentro
de esta form a organizada, se encuentra un
Sér espiritual capaz de guiar y controlar su
vehículo terrestre, y de adaptarlo a las cir­
«L A V ID A Y SU AD APTACIO N. cunstancias y al medio en que vive. En su
naturaleza dual, el Hombre tiene el poder
«La vida es el ímpetu Divino del Amor. de mantener sus células vitales bajo su pro­
La Fuerza que regula el Universo es el Am or; pio comando; puede renovarlas o destruir­
y del Am or nace el Deseo y la Creación. Así las a voluntad. Generalmente prefiere des­
como un am ante desea apasionadamente truirlas por medio del egoísmo y la obsti­
la posesión de su amada, para que de su nación, los dos principales elementos desin­
m utua ternura nazcan los hijos del Amor, tegrantes de su composición mortal. De
así tam bién el Divino Espíritu, perpetua­ aquí resulta lo que llaman «m uerte», la
mente creador y deseoso de perfecta belle­ que sólo es el inevitable cambio de su exis­
za, posee el espacio con eterna energía, tencia. Si el sér humano supiese de una vez
produciendo millones de sistemas solares, por todas que le es posible prolongar su v i­
cada uno de ellos con diferente organiza­ da terrena, y gozar de juventud y de salud
ción y separada individualidad. El Hombre, durante un período indefinido en que no se
la criatura de nuestro pequeño planeta la cuenten ni los días ni los años, sino única­
Tierra, es nada más que un simple resul­ m ente las «estaciones» o «episodios psí­
tado de la irresistible m anifestación de la quicos», podría pasar de una dicha a otra,
Divina fecundidad. El Hombre es la «im a ­ de un triunfo a otro, con la misma fa cili­
gen de Dios», en cuanto posee razón, vo­ dad con que respira el aire atmosférico.
luntad e inteligencia que lo distinguen de «Siempre se ha considerado de im portan­
la creación puramente animal, y en cuan­ cia el que el hombre mantenga su cuerpo sa­
to ha recibido un Alma, eterna, form ada no y esbelto, y pueda mover sus miembros
para el am or y para todas las cosas que con gracia y facilidad, haciendo ejercicios
crea el amor. físicos para el robustecimiento y desarrollo
«El Hombre puede ser Divino, en el Deseo de sus músculos, y jamás se le ha estimado
y perpetuación de la Vida. Considerado como un loco por los actos de fuerza y des­
en un sentido estrictamente m aterial, él treza que pueda realizar. ¿Por qué, entonces,
no debería entrenar su Alm a para m ante­
es sim plem ente una fuerza corpórea fo r­
— 111 —
— 110 —

nerla tan sana y recta como su cuerpo, de «L A ACCION DEL PENSAMIENTO.


manera que esté capacitada para tomar
amplia posesión de todos los poderes que «El pensamiento es una efectiva fuerza
su energía natural y espiritual pueda su­ m otriz, más poderosa que cualquiera otra
ministrarle? fuerza m otriz en el mundo. No es la mera
«¡Lectores y estudiantes! Vosotros para pulsación de un conjunto especial de célu­
quienes han sido escritas estas palabras, las cerebrales, destinado a convertirse en
aprended y recordad que la fuerza secreta nada cuando esa pulsación ha cesado. El
de renovación de la vida es la adaptación, pensamiento es la voz del Alm a. Justamen­
la adaptación de los átomos de que se com ­ te, así como la voz humana es transmitida
pone vuestro cuerpo a los mandatos del a través de la distancia por los alambres
Alma. ¡Sed los dioses de vuestro propio uni­ telefónicos, también la voz del Alm a se
verso! ¡Controlad vuestro propio sistema transmite a través de las fibras radiantes
solar, para que os revivifique con el calor conectadas con los nervios del cerebro. El
y la energía de su fuente inagotable! ¡Haced cerebro la recibe, pero no puede retenerla
del Am or la aspiración de vuestra vida, en para sí, pues es transmitida a su vez, m e­
form a que pueda crear dentro de vosotros la
diante su propio poder eléctrico, a otros ce­
pasión de los nobles anhelos, el fervor de la
rebros; y vosotros no podéis guardar un
alegría, el fuego del idealismo y de la fe!
pensamiento para vosotros mismos, como
¡Consideraos como parte del Divino Espíritu
no podéis tampoco mantener el m onopo­
de todas las cosas, y sed divinos en vuestra
lio de un rayo de luz solar. En todas partes,
propia existencia creadora! ¡Todo el Univer­ en todos los mundos, a través del Univer­
so permanecerá abierto a las investigaciones so infinito, las almas están hablando con­
de vuestras almas siempre que el Am or sea tinuamente por el médium material del
la antorcha que alumbre vuestro cam i­ cerebro, almas que pueden no habitar en
no!». este mundo sino en la más lejana estrella
Interrum pí la lectura, pues m e pareció visible al más poderoso telescopio. Las ar­
que disminuía la luz del pequeño cuarto en monías que concibe el músico, pueden ha­
que me encontraba sentada. Procuré es­ ber llegado desde Sirio o desde Júpiter, re­
cuchar las voces que tanto me habían con­ produciéndose en su cerebro terrestre con
fundido y agobiado, pero no percibí ruido espiritual dulzura desde mundos descono­
alguno. Volví las páginas del libro colocado cidos. El poeta escribe a veces casi sin darse
delante de m í y encontré lo siguiente:
— 112 — — 113 —

cuenta, obedeciendo a la inspiración de sus dad, obedecemos Sus leyes y cumplimos Su


ensueños; y nosotros todos, cual más cual deseo.
menos, no somos sino médiums transmiso­ «¡Por lo tanto, para vivir largo tiempo,
res de pensamientos, recibiéndolos primero estimulad pensamientos de felicidad! ¡Evi­
de otras esferas extrañas a nosotros mismos tad conversaciones acerca de enfermedades,
para transmitirlos en seguida a otros cere­ miseria y decadencia, porque estas cosas
bros. son crímenes de los séres humanos, y son
El gran poeta Shakespeare ha dicho: ofensas contra la prim itiva intención divi­
«Ninguna cosa hay buena o m ala; es sólo na de belleza! ¡Impregnaos de luz solar y
el pensamiento el que las hace tales». Y aire fresco; aspirad el perfume de las flores
con esta expresión ha establecido una gran y de los árboles; manteneos lejos de las
verdad, una de las más profundas verdades ciudades y de las m ultitudes; no busquéis
del Credo Psíquico. En realidad, somos lo riqueza que no sea ganada honradamente
que pensamos , pues nuestros pensamientos por vuestras manos o por vuestros cerebros.
se resuelven en nuestras acciones. y, sobre todas las cosas, recordad que los
«En la renovación de la vida y conserva­ hijos de la Luz pueden marchar por la Luz
ción de la juventud, el Pensamiento es el sin temer la obscuridad!».
factor principal. Si pensamos que somos
viejos, envejecemos rápidamente. Si, por el Al leer esta últim a sentencia, algo me
contrario, pensamos que somos jóvenes, hizo detener y m irar a m i alrededor, y nue­
conservamos nuestra vitalidad indefinida­ vamente me cercioré de que mi cuarto se
mente. La acción del pensamiento ejerce iba obscureciendo más y más, y no sólo
su influencia sobre las partículas vitales obscureciéndose sino también achicándose.
que constituyen nuestros cuerpos, de m a­ Los purpúreos cortinajes de seda que cu­
nera que positivamente las envejecemos o brían las paredes se encontraban al alcance
rejuvenecemos según sea la actitud que de m i mano, y recordé que no estaban tan
asumimos. La actitud pensante del Alm a cerca de m í al iniciar la lectura. Invadióme
humana debería ser siempre de gratitud, un temblor nervioso; pero resolví no ser el
amor y alegría. En la Naturaleza Espiritual juguete de m i propia fantasía, y, una vez
no hay cabida para el miedo, el abatim ien­ más, me preparé resueltamente a estudiar
to, la enfermedad o la muerte. Dios quiere el volumen colocado delante de mí. El pá­
que Su creación sea feliz, y, colocando el rrafo siguiente, que atrajo también m i
Alm a y el Cuerpo en armonía con la felici­ atención, se titulaba:
— 114 —
115 —

«SOBRE EL D O M INIO DE LAS FUERZAS usa los medios externos que son adecua­
VITALES» dos a la conservación de su propia existen­
cia; pero olvida los poderes interiores que
Y principiaba así: él posee, y que le han sido concedidos a fin
«Para vivir largo tiempo, debéis ejercer de que pueda «llenar la tierra y subyugarla».
un perfecto control sobre las fuerzas que «Llenar la tierra», es amar cordialmente
engendran la vida. Los átomos de que se a toda la Naturaleza. «Subyugar la tierra»
compone vuestro cuerpo están en perpe­ es dominar los átomos de que se componen
tuo m ovim iento; vuestro Ser Espiritual de­ vuestros organismos, y mantenerlos con-
be guiarlos en su camino, pues, de lo con­ pletamente bajo vuestro control, de tal
trario, ellos semejarían a un ejército sin manera que, gracias a este dominio, puedan
ser igualmente controlados todos los demás
organización ni equipo, que fácilm ente
movimientos atómicos y fuerzas vitales
puede ser derrotado al primer asalto. Si los
mantenéis bajo vuestras órdenes espiri­ sobre este planeta y la atmósfera que lo
tuales, ellos permacerán prácticamente l i ­ rodea.
bres de toda enfermedad. La enfermedad «Mucho se ha hablado de los rayos de luz
no puede entrar a vuestro organismo sino que transpasan la m ateria sólida como si
en virtud de vuestra propia negligencia. fuera una masa de a ire; sin embargo, este
«Podéis perecer a causa de algún acciden­ descubrimiento no es sino el principio de
te, sea por culpa ajena, sea por vuestro verdaderas maravillas. Hay rayos que de­
propio descuido. Si por vuestro propio des­ nuncian la presencia de los metales; y los
cuido, debéis culparos a vosotros mismos; tesoros de la tierra, el oro, la plata, las jo ­
si por culpa ajena, debéis atribuir el acci­ yas y piedras preciosas que permanecen
ocultas bajo su superficie y en el fondo de
dente a una orden previa de la Divinidad
los mares, pueden ser vistos por medio de
a fin de que paséis a otra esfera de vida.
la penetrante luz de un rayo todavía des­
«Vuestro Espíritu, llamado Alm a, es una
conocido por muchos, salvo por los adeptos
criatura de Luz, y puede suministrar in ­
del Credo Psíquico. Ninguno de estos adep­
cesantemente rayos revivificantes a cada
tos es jamás pobre; la pobreza no puede
átom o y a cada célula de vuestro cuerpo.
existir donde se mantiene un perfecto con­
Es una fu en te inagotable de radium ,, de
trol de las fuerzas vitales. Alegría, paz y
la que vuestras fuerzas vitales pueden ex­
abundancia acompañan siempre a las a l­
traer perpetua nutrición. El sér humano
mas que están en armonía con la Naturale-
— 116 — — 117 —

za, y la vida se perpetúa siempre por el m e­ estar segura de que este suplicio atroz no
ro deleite de vivir. fuese practicado entre los miembros de
«Por lo tanto, ¡oh paciente discípulo! aquella misteriosa Hermandad dedicada a
Procura siempre que la fuerza radiante de estudiar el secreto de la vida ?
tu alma controle cada nervio y vaso sanguí­ Hice un esfuerzo por levantarme. Aun
neo de tu cuerpo, y aprende a ejercer dom i­ podía mantenerme de pie. Frente a m í se
nio sobre todas las cosas buenas con aque­ encontraba la puerta por donde yo había
lla energía que compele a la obediencia. No entrado a esta pequeña cámara interior.
inútilm ente habló el Supremo Hacedor a Parecíame fácil escapar por ella, y, no obs­
su apóstoles cuando les dijo que bastaría tante, me sentí impedida por una barrera
que su fe fuese como un grano de mostaza invisible. Con el corazón palpitándome
para que pudiesen ordenar a una montaña ^ nerviosamente, permanecí inmóvil, pen­
sepultarse en el mar, y serían obedecidos! sando en cuál sería el peligro que me am e­
¡Recordad que el Espíritu que habita en nazaba. Casi involuntariamente, mis ojos
vuestra materia es Divino y de Dios, y que se fijaron una vez más en el libro abierto
para Dios todas las cosas son posibles!». delante de mí, y pude leer lo siguiente, en
Levanté m i cabeza de su situación inclina­ una especie de despierto sueño:
da sobre el libro, y respiré ampliamente. «Para el alma que no estudia las necesi­
Algo me oprimía, me sofocaba. M iré hacia dades de su naturaleza inmortal, la vida
arriba y hacia los lados, y pude darme cuen­ misma es como una estrecha celda. Toda
ta de que el pequeño cuarto, con sus corti­ la creación de Dios está dispuesta a sum i­
najes de suave color púrpura, se contraía, nistrarle cuanto le pida; sin embargo, ella
se reducía más y más en todo sentido, a muere de hambre, por decirlo así, en medio
tal punto de que ya casi me impedía m o­ de la abundancia. El miedo, la sospecha, la
verme. Parecíame estar algo así como en­ desconfianza, la cólera, la envidia y la falta
clavada en m i silla. El cielo del cuarto des­ de sentimiento, paralizan su sér y destruyen
cendía manifiestamente. Sobrecogida de su acción. El amor, el valor, la paciencia,
espanto, vino a m i memoria el antiguo su­ la bondad, la generosidad y la simpatía,
plicio practicado por la Inquisición, cuando constituyen efectivas fuerzas vitales, tan­
la desgraciada víctim a era obligada a obser­ to para ella como para el cuerpo en que ha­
var cómo se estrechaban paulatinamente bita. Todas las influencias del mundo social
las paredes de su celda hasta causarle la actúan contra ella\ todas las influencias
muerte más horrorosa. ¿Cómo podía yo del mundo natural actúan a favor de ella.
— 118 — — 119

Nada hay de pura Naturaleza que no obedez­ tino, tomé el libro, lo cerré y lo mantuve
ca su mandato, lo que sería suficiente pa­ aferrado con ambas manos. Mientras hacía
ra su existencia feliz. La pena y la deses­ esto, una densa obscuridad me rodeó opre­
peración son el resultado de la errada direc­ sivamente; un ruido semejante al del true­
ción de la Voluntad, causa única de toda tr i­ no estalló en mfs oídos, y sentí que todo el
bulación y de toda inquietud». cuarto temblaba y vacilaba como para su­
¡Errada dirección de la voluntad! repetí mergirse en un caos. Se hundió el piso y
en voz alta. Luego continué m i lectura: yo me hundí con él a una gran profundidad,
«¿Qué es el Cielo? Un estado de felicidad tan rápidamente que no tuve tiem po de
perfecta. ¿Qué es la felicidad? La unión pensar en lo que m e ocurría, hasta que la
inm ortal de dos almas en una sola, de dos sensación del descendimiento se detuvo de
criaturas de la eterna luz divina que parti­ improviso. Encontróme entonces en un es­
cipan de mutuos pensamientos, de m utua trecho sendero verde, del todo sombreado
alegría, y que crean un verdadero encanto por amplias ramas de árboles en form a de
en form a y acción por su mutua sim patía bóveda.
y ternura. La edad no les alcanza. La Apenas pude darme cuenta de lo que me
muerte nada significa para ellas. La vida rodeaba, divisé a Rafael, a Rafael Santóris
palpita en ellas y las tempera comunicán­ en persona que se dirigía, hacia m í; pero...
doles calor y brillo, así como la luz solar no solo! Reprim í el vehemente impulso
calienta y colorea los pétalos de la rosa. de correr hacia él. Permanecí inmóvil, pues
En sí mismas, ellas constituyen un mundo, me invadió un frío m ortal. ¡Venía acompa­
y crean involuntariamente otro mundo al ñado de una m ujer!., .una m ujer joven y
pasar de una faz a otra de producción m uy hermosa. Traíala abrazada, y observa­
y de dicha. Porque no hay una obra buena ba su rostro con apasionada ternura.
si es realizada sin am or; no hay triu n ­ «¡Am or m ío», exclamó con voz cariñosae
fo que se alcance sin am or; no hay fam a, infinitam ente tierna, «te llam o así, como
no hay conquista obtenida sin amor. Los siempre te he llamado durante muchos
que aman a Dios son amados de Dios; su períodos de tiem po. ¿No es en realidad
pasión es divina, no conoce cansancio, ni extraño que aún el anhelante espíritu, de­
saciedad, ni fin. Porque Dios es el Supremo seoso de encontrar a su predestinada com ­
Amante, y no hay cosa más grande que el pañera, esté sujeto a error? Creí haberla
Am or!» encontrado antes que a ti, y alcancé a con­
Aquí, obedeciendo a un impulso repen­ cebir por ella un pequeño amor; pero ello
— 120 — 121 —

fué únicamente una ceguera momentánea. era suave com o terciopelo, mientras una
Tú eres la única que he buscado en el tras­ ligera brisa que soplaba entre los árboles
curso de los siglos; tú eres la sola y única refrescaba m i dolorida cabeza. Aun m an­
a quien yo amo, ¡Prométeme no apartarte tenía entre mis manos el libro titulado «El
de m í jam ás». Secreto de la Vida», ¡Cuán inútil era ya pa­
«T e lo prom eto», contestó ella con un ra mí! En efecto, ¿qué significa la Vida
murm ullo, suave como un suspiro. si el Am or es falso?
Continuaron avanzando en esa actitud El sol enviaba sus brillantes rayos a tra­
de verdaderos enamorados, y, cuando es­ vés de los tupidos arbustos entrelazados
tuvieron cerca de mí, me les interpuse en encima de mí, y los pajarillos trinaban ale­
su camino para que Rafael Santóris al m e­ gremente. Pero tanto la belleza del paisaje
nos me viese, y supiera que yo me había como el armonioso cantar de éstos no lla ­
aventurado, por su amor, a someterme a maban m i atención. Concentrábase única­
tan duras pruebas en el Castillo de Asélzion, mente m i pensamiento en que el amante
y que hasta ese momento había triunfado que había declarado amarme con amor eter­
en ellas. no, no me amaba más!
Con el corazón angustiado, lo vi aproxi­ ¡Parecióme desolado el mundo, y el Cielo
marse; sus ojos azules miráronme con indi­ mismo careció para m í de interés! ¡Mi único
ferencia, y en sus labios se dibujó una fría deseo era morir, y nada más que morir!
sonrisa. Su hermosa acompañante m e m iró En seguida principié a caminar lentam en­
como a una extraña, y ambos, estrechamen­ te, con dificu ltad; mis miembros estaban
te unidos, siguieron su marcha hasta per­ lánguidos y había perdido en absoluto m i
derse de vista. valentía. Si hubiera podido encontrar el
Aun cuando lo hubiese intentado, no me camino para llegar hasta Asélzion, le ha­
habría sido posible articular una sola pa­ bría dicho: « Es suficiente! ¡No necesito
labra. M i impresión fué tal que m e hizo en­ conocer ni el secreto de la vida ni el secreto
mudecer. ¡Las pruebas habían sido inú­ de la juventud, desde que el Amor me ha
tiles, pues Rafael Santóris había encontra­ abandonado!»
do otro espíritu fem enino que someter a Luego comencé a pensar más coherente­
mente. Hacía poco, había escuchado voces
su influencia!
detrás de una pared que afirmaban la
Aturdida, avergonzada, con m i cerebro
muerte de Rafael Santóris, ahogado en su
lleno de confundidos pensamientos, pro­
propio yate «lejos de Armadale, en Skye».
curé caminar unos cuantos pasos. El suelo
— 122 — — 123 —

Si esta aseveración era efectiva, ¿cómo ha­ gustia. Parecíame haber sido poseedora
bía podido él llegar hasta allí? En vano me hasta entonces de una joya de inestimable
repetía a m í misma una y otra vez esta m is­ valor cruelmente arrebatada por el Destino.
ma pregunta, hasta que acumulé la fuerza Meditando todavía en solitaria tristeza,
suficiente para recordar que el Amor, el principié a reflexionar acerca de la extra­
verdadero Am or, jamás cambia. ¿Debía yo ña casualidad que me había llevado a aquel
creer en el Am or de m i amado, o dudar de paraje, sin pensar jamás que toda aquella
él? ¡Tal era el punto sometido a m i consi­ aventura pudiera ser el resultado de algún
deración! Pero, ¿no tenía yo el testim onio plan preconcebido.
de mis propios ojos? ¿No era yo misma tes­ Un ruido de pasos lentos llamó m i aten­
tigo de su espíritu versátil? ción. Vi a un hombre anciano que se en­
Absorta en estas tristes meditaciones, caminaba hacia m í apoyado en el brazo de
divisé un asiento rústico bajo uno de los una m ujer de graciosa y arrogante aparien­
árboles más umbrosos. Sentéme en él, y cia. La mirada de ambos personajes era bené­
noté que m i atribulado espíritu se tranqui­ vola, e inspiraba confianza a primera vista,
lizaba gradualmente. ¿Por qué, m e pregun­ y los observé venir con una especie de segu­
taba yo, había sido llevada tan repentina y ridad en que ellos podrían tal vez explicar
tan forzadam ente a ese sitio sin m otivo m i presente dilema. El venerable aspecto
alguno, al parecer, salvo para que viese a del anciano m e atraía de un m odo m uy
Rafael Santóris en compañía de otra m ujer especial, y mientras se me acercaba, y al
a quien parecía preferir antes que a mí? ver que evidentemente tenía intención de
Debía ello establecer alguna diferencia en hablarme, levantéme de m i asiento y avan­
m i amor hacia él. En amor, si el amor es cé uno o dos pasos para encontrarlo. In cli­
amor verdadero, si el amor es recíproco, la nó su cabeza cortésmente y me sonrió con
fe y la deslealtad jamás pueden ser poten­ aire grave y compasivo.
cias iguales; son términos que se excluyen «Celebro m ucho», dijo en tono fam iliar,
total y absolutamente: la deslealtad en al­ «que no hayamos venido demasiado tarde.
go, significa falta de fe en todo. Si la felici­ Tem íam os, ¿no es verdad?—aquí m iró a su
dad de aquel a quien yo amaba era obteni­ compañera a fin de que confirmase sus pa­
da por otros medios ajenos a m i persona, labras—temíamos que hubieras sido irre­
¿debería yo codiciarla? m isiblem ente víctim a de algún engaño án-
A pesar de todo, m i corazón padecía en tes de que pudiésemos venir en tu rescate».
esos instantes de amarga y desolada an­ «¡Ay! Eso habría sido terrible!», exclamó
— 125 —

la m ujer con acento de profunda conmise­ ducta, y que realizas tus propios deseos;
ración. pero, en realidad, no eres sino esclava de
Completamente aturdida, dirigí una m i­ Santóris desde que lo conociste. Eres un
rada a ambos. Hablaban de rescate. ¿Res­ mero instrumento suyo». Y se volvió al an­
cate de qué? «Irrem isiblem ente víctim a de ciano con ademán suplicante: ¿«No es ver­
algún engaño». ¿Qué significaba esta frase? dad?».
Desde que había visto a Rafael Santóris en El anciano inclinó su cabeza en señal
compañía de una m ujer a quien llamaba de asentimiento.
«Am or m ío», habíame sentido casi inca­ Por un instante, un torbellino de ideas
paz de hablar; pero ahora recobré súbita­ invadió m i fatigado cerebro. ¿Sería verdad
m ente esta facultad. lo que ellos decían?
«N o os comprendo», dije con tanta clari­ Su aspecto era sincero y no demostraba
dad y tanta firm eza como me fué posible. objeción sino bondad al prevenirme un
«A qu í estoy por m i propio deseo, y no he daño futuro. Procure ocultar m i torturante
sido víctim a de engaño. ¿Por qué necesita­ ansiedad, y pregunté tranquilam ente:
ría ser rescatada?». «Si tenéis suficiente m otivo para afir­
El anciano movió su cabeza compasiva­ mar lo que aseveráis, ¿qué me aconsejáis
mente. hacer? Si estoy en peligro, ¿cómo puedo es­
«¡Pobre niña», dijo.— «¿No te encuentras capar de él?
prisionera en el Castillo de Asélzion?». La m ujer me observó con curiosidad, y
«En virtud de m i propio consentimiento», sus ojos brillaron con repentino interés.
contesté. Su venerable compañero contestó m i pre­
Levantó sus manos el anciano en una es­ gunta :
pecie de suplicante asombro. «Por ahora, es muy fácil escapar. Te
«No es así», profirió la m ujer, sonriendo bastará seguirnos para llevarte fuera de
tristemente. «T e encuentras en un grave este bosque y conducirte a un sitio seguro.
error. Estás aquí por la malvada voluntad En seguida, puedes volver a tu casa y olvi­
de Rafael Santóris, un hombre que no ten­ dar . . .
dría rem ordim iento en sacrificar cualquie­ «¿Olvidar qué?», le interrum pí.
ra existencia para probar sus locas teorías! «Toda esta tontería», contestó con bené­
Te encuentras bajo su influencia, tú, po­ vola seriedad. «Esta idea de vida eterna y
bre criatura, tan fácil de ser engañada! de amor eterno que el artificioso brujo
Piensas que sigues tu propia línea de con­ Rafael Santóris ha inspirado a tu m uy sen-
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sib ley crédula im aginación; esta fantásti­


ca creencia acerca de la inmortalidad e sacrificando tu nombre y reputación por
individualidad del alma. El amor, en la fo r­ una simple fantasía!».
ma concebida por él, no existe. El secreto de Su mirada y sus modales habían cambia­
la vida tampoco existe. En lo relativo al se­ do en absoluto, e inm ediatamente me puse
creto de la juventud . . . ». en guardia.
«¡Ah!», exclamé con vehemencia. «Hablad- «Sólo a m í me concierne defender m i
me sobre este particular, y especialmente nombre y m i reputación», repliqué con
de la espléndida juventud de Asélzion, no frialdad.
obstante su avanzada edad!». El anciano avanzó algunos pasos hasta
Por primera vez en el curso de esta en­ tom arm e de un brazo. Sus ojos brillaban
trevista, noté en los recién llegados un aire con m anifiesta cólera.
de confusión que me valió para recobrar «¡Debemos salvarte!», exclamó con acen­
la confianza en m í misma. to imperioso. «¡Debes venir con nosotros
«¿Por qué?, proseguí, habéis venido con quieras o no quieras! Hemos visto ya tantas
estas advertencias respecto de aquellos a víctimas del artificioso Asélzion que es­
quienes Dios o el Destino ha hecho inter­ tamos resueltos a librarte del peligro que
venir en el camino de m i vida? Podréis de­ te amenaza».
Hizo un esfuerzo por atraerme hacia él;
cir tal vez que habéis sido enviados por Dios;
pero, ¿acaso la Divinidad se contradice? pero m i espíritu recobró en ese instante
Jamás he sufrido daño alguno ni de Rafael toda su energía, y lo rechacé con violencia.
Santóris ni de Asélzion. Me siento apenada, «¡No, no iré con vosotros!», exclamé ar­
perpleja y torturada por lo que he oído y dientemente. «Sólo Dios me librará de daño,
he visto; pero tan£o m i oído como m i vista si en realidad algún daño puede sobrevenir­
pueden ser engañados. ¿Por qué debería me. No creo una sola palabra de lo que ha­
yo creer en malas intenciones si éstas no béis dicho contra Rafael Santóris o contra
fuesen debidamente comprobadas?» Asélzion. Am o al uno, y confío en el otro!
La mujer me m iró con repentino desdén. ¡Dejadme en paz!».
«¡De manera que permanecerás aquí, en­ Apenas había pronunciado estas pala­
gañada por tus propios ensueños y senti­ bras, el anciano y la m ujer se lanzaron so­
m ientos», dijo con evidente desprecio. «Tú bre mí, y, tomándome por fuerza, procu­
una m ujer, continuarás en una comunidad raron arrastrarme hasta lejos de aquel sitio.
de hombres que son reconocidos impostores, Yo les opuse la mayor resistencia de que
fu i capaz, sosteniendo todavía estrecha-
— 128 —
wmm/MMJMM/w/s/mm/Mm
m ente con una mano el libro «El secreto de
la Vida». Pero sus combinados esfuerzos
principiaron a vencerme, y, sintiéndome
por momentos más y más débil, grité en
voz alta, en un rapto de desesperación:
«¡Rafael! ¡Rafael!»
En un instante me encontré libre. Mis
aprehensores me soltaron, y yo me abalan­ SUEÑOS DENTRO DE UN SUEÑO.
cé lejos, sin saber adonde, corriendo, co­
rriendo y corriendo siempre, temerosa de Detúveme en aquella orilla a fin de to ­
ser perseguida, hasta que de improviso me mar un obligado descanso. Desde allí veía
encontré a la orilla de una negruzca exten­ sólo la negra masa de agua que ondulaba
sión de agua que se dilataba hasta confun­ lenta y confusamente, apenas iluminada
dirse a lo lejos, en fría obscuridad, con un poruña débil y perlina luz. Miré hacia atrás,
horizonte invisible. temerosa de que mis perseguidores fueran
en m i seguimiento, y vi que una espesa ne­
blina impedía distinguir los objetos aún
a corta distancia. Parecía ser de noche,
aun cuando poco antes había visto la luz
solar. En extremo fatigada, m e senté en
el suelo cerca de un obscuro arroyo casi
invisible para m í. La tranquila y profun­
da obscuridad ejercía un efecto calmante
i X en mis sentidos, y en medio de m i exte­
nuada languidez pensaba yo: «¡Cuán feliz
sería si se me permitiese descansar aquí
por tiem po indefinido!»
«Ahora comprendo», decíame a m í m is­
ma, porqu é hay gentes que desean m orir,
que ruegan e imploran por la muerte como
una gran bendición! Han perdido el Amor,
y sin Am or la vida carece de importancia.
Vivir, y vivir durante largos períodos de
5 .— C a s t il l o
— 131 —
— 130 —

tiem po en mundos en que no se encuentra en la dirección indicada, y proferí un gri­


ni simpatía, ni amistad, ni esperanza, ni to de éxtasis. Brillando en la ondulante
obscuridad, como una visión en un país de
consuelo, es el infierno, no el Cielo!»
hadas, se encontraba el «Dream », resplan­
«¡Elinfierno, no el C iclo», repitió una voz
deciente de proa a popa con luces que cen­
cerca de mí.
tellaban como millones de diamantes.
En extremo sorprendida, vi a m i lado una
«¡Vuestro sueño de am or!», exclamó.
figura de contornos indefinidos, una m u ­
«¡Miradlo por últim a vez!».
jer en negra vestimenta de larga cola, cuyo
Llena de ansiedad y con el corazón palpi­
rostro brillaba con una pálida belleza en
tante, vi que el yate comenzaba a sumer­
la indecisa luz de aquel lugar.
girse lentam ente en aquella masa de agua
«¡De manera que al fin has encontrado
obscura, hasta que sólo sus mástiles que­
tu camino hasta aquí!», dijo con suavidad. daron visibles. En seguida, cobré fuerzas
«¡Aquí donde todas las cosas terminan y na­ para dominar m i tortura y para no ceder
da principia!». a la agonía que amenazaba sumergirse en
Póseme de pie a fin de mirarla frente a la más angustiosa desesperación.
frente. «¡Este es un fantasma de la pena! dije;
«¡Donde todas las cosas term inan!», re­ pero nada significa. El amor que guarda
petí. «Seguramente donde existe la vida m i corazón es m ío propio; es m i vida, m i
no existe el fin », agregué. alma, m i sér! ¡Es eterno como Dios mismo,
Me dirigió una fugaz sonrisa. y a El lo encomiendo!».
«La vida es un sueño», dijo, «y las cosas Proferí estas palabras en voz alta, m an­
de la vida son sueños dentro de un sueño. teniendo el libro «El Secreto de la Vida»
Nada real existe. Os imagináis verdades aferrado a m i pecho, y alcé m is ojos con­
que son únicamente meros engaños». fiadam ente hacia la densa obscuridad que
Aturdida y asombrada, la m iré con dete­ a manera de cielo se extendía sobre m í. Lue­
nim iento. Era hermosa, y la apacible tris­ go una mano femenina tom ó la m ía con
teza de sus ojos expresaba compasión y suavidad.
ternura. ¡«Ven!» dijo dulcemente.
«¿Entonces es m entira la Creación?», Divisé entonces un pequeño bote que se
pregunté. dirigía hacia m í guiado por una m ujer cu­
Ella no dio respuesta alguna, sino que se yo rostro estaba oculto tras negro velo.
lim itó a levantar una mano y a señalar M i compañera me hizo señas de que la
hacia la obscura extensión de agua. M iré
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siguiese. Su aspecto tenía algo de impera- * de poder. Por m í valientes corazones han
tivo que me im pelía a obedecer. Entramos sido destrozados, y brillantes espíritus han
a la pequeña embarcación. Recorrimos la sido condenados a la desesperación! ¡Soy
obscura superficie durante un tiempo que nada más que una som bra; pero el mundo
me pareció largo, hasta que comencé a cree que soy una substancia. No soy sino
sentir extraños sonidos de lamentaciones y un aliento pasajero; pero los hombres me
conmovedores gritos de súplica. En segui­ consideran como una estrella fija!».
da, destacáronse en medio de aquella lo ­ «¡Y o soy el Fantasma del Orgullo!», decía
breguez algunas pálidas figuras luminosas una tercera voz. Por m í la humanidad es­
que en cierto modo parecían tener form a cala las alturas de la ambición. Por m i cau­
humana. sa, reyes y reinas ocupan tronos vacilantes
«¿Qué son éstos?», murmuré. y se rodean de guardias, pompa y m ajes­
M i compañera me tom ó una mano como tad. Por m í los hombres m ienten y dañan
para fija r m i atención. a sus semejantes. Por m í son destruidos
«iEscucha!», contestó. muchos hogares que deberían ser felices.
Y poco a poco, de entre aquel clamor de Por m í se dictan falsas leyes, y la maldad
llantos y doloridas quejas, oí voces que pro­ triunfa sobre el bien. No soy sino una som­
ferían cosas distintas. bra; pero el mundo me considera como un
«¡Y o soy el Fantasma de la Riqueza», de­ Sol! Soy nada más que un efím ero rayo de
cía una. «¡Por m í los hombres y las naciones luz; no obstante los hombres me toman por
se lanzan a la destrucción! ¡Por m í sacrifi­ un día esplendoroso!».
can la felicidad y se desvían del camino que Algunas otras voces escuché en torno mío,
conduce hacia Dios! ¡Por m í se engaña a la y, soltando la mano de m i compañera, p ó ­
inocencia, y se sacrifica el honor. No soy si­ seme de pie en el bote, y grité:
no una sombra; pero el mundo me sigue «¡Todos vosotros sois únicamente fan­
ansioso como si yo fuese una luz. Soy única­ tasmas! Decidme, ¿dónde está el Amor?».
mente un áureo polvo terreno, y, no obs­
tante, los hombres m e consideran como un Cesaron las voces. Las extrañas figuras
resplandor del Cielo!». movedizas se desvanecieron más y más has­
«¡Y o soy el Fantasma de la Fama!», decía ta desaparecer en la obscuridad, y una luz
otra. «¡M e presento con música y dulces dorada y maravillosa comenzó a brillar en
promesas. Floto ante los ojos del hombre, medio de aquella escena de desolación.
pareciéndole un Angel. Hablo de triunfo y «Hemos estado soñando», dijo m i com ­
— 134 —

pañera. «Entre tanto, tú buscas la reali­ — 138 —

dad ».
Me sonreí. De súbito, invadió m i sér una m ar; mas, muy pronto, recobrando valor y
doble sensación de fuerza y de autoridad. tranquilidad, comencé a pensar en que tal
«¡M e indicaste que mirase por últim a vez vez aquella aventura había sido preconce­
m i sueño de Am or!», dije, «no obstante de bida y realizada como una prueba de m i
que sabías que eso era imposible, pues el fortitu d y de m i fe.
Am or no es un sueño!». ¿Había yo fallado en esta prueba? Se­
El dorado brillo se hizo más y más inten­ guramente que nó, por cuanto no había
so hásta convertirse en un perfecto resplan­ dudado ni de la verdad de Dios ni del poder
dor, y nuestro bote deslizábase ahora so­ del amor. Sólo una cosa m e preocupaba en
bre un mar am pliam ente iluminado. Co­ grado sumo: el recuerdo de las voces tras
m o si se tratase de una visión, la extraña una pared, voces que habían hablado de la
figura que dirigía su rum bo se tornó lu m i­ traición y muerte de Rafael. No podía yo
nosa, y el negro velo cayó dejando su rostro librarme de la ansiedad que ellas habían
despertado en m i espíritu, aun cuando ha­
en descubierto. Ojos de Angel me miraron.
bía procurado resueltamente no ceder ante
Labios de Angel me sonrieron. En seguida,
ningún sentim iento de tem or o de sospecha.
encontróme repentinamente sola en la pla­
Sabía que, después de todo, son las voces
ya de una pequeña bahía, azul como un del mundo las que ocasionan mayor daño
zafiro, que reflejaba el color tam bién azul al Amor, y que ni la pobreza ni la pena pue­
de un cielo purísimo. La obscura extensión den cortar los lazos de afecto entre los aman­
de agua que había parecido tan triste e im ­ tes con tanta rapidez como la falsedad y la
pasable había desaparecido, y con mucho calumnia. Sin embargo, experimentaba yo
asombro de m i parte, reconocí la misma pla­ una vaga inquietud sobre el particular, y
ya cerca del jardín rodeado de rocas que se no podía recobrar m i perfecta tranquilidad.
extendía inm ediatam ente debajo de m i La puerta de la escalera espiral que con­
cuarto de torre. ducía a m i cuarto en la torre permanecía
M iré en todas direcciones en busca de la abierta, y m e aproveché de este tácito per­
m ujer que había estado conmigo en el bo­ miso para volver allí. Encontré todas las
te, del bote mismo y de su extraño guía; cosas como las había dejado; pero, al bus­
pero no había de ellos la menor huella. car la misteriosa y pequeña cámara tapi­
No podía imaginarme hasta dónde ha­ zada con purpúrea seda, donde yo había
bía yo vagado en aquel pavoroso y negro comenzado a leer el libro titulado «El Se­
creto de la Vida», un libro que durante to­
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— 137 —

da m i extraña aventura había procurado sobre la mesa el libro «El Secreto déla Vida»
guardar siempre conmigo, noté con sor­ Abrílo nuevamente al azar y leí el siguiente
presa que había desaparecido. Las paredes párrafo:
del cuarto eran sólidas, y en ninguna parte «Una vez que poseáis el inestimable te­
soro del Amor, recordad que todos los es­
se veía la menor huella de abertura.
fuerzos posibles serán puestos en práctica a
Tom é asiento al lado de la ventana, y
fin de arrebatároslo. Nada envidia tanto el
principié a reflexionar acerca de m i situa­
mundo como un alma feliz.
ción. Ante mis ojos aparecía el mar, tran­
«Los que han sido vuestros amigos más
quilo, iluminado por la amplia radiación
queridos se volverán contra vosotros, por­
de un sol brillante y majestuoso. ¿Había
que poseéis una dicha de que ellos no par­
estado yo ausente por mucho tiempo de
ticipan; se unirán con vuestros enemigos
este cuarto? No podía decirlo. El tiem po pa­
para haceros descender de la altura de vues­
recía no existir para mí. M i único deseo,
tro Paraíso; vuestros más tiernos senti­
m i única preocupación, era saber si Rafael mientos serán desdeñados y ridiculizados;
Santóris vivía aún, y si aun poseía yo el venenosas mentiras y crueles calumnias
tesoro de su amor. En caso de haberlo per­ circularán con relación a vuestra persona,
dido, ni Dios m ism o podría consolarme, y todos estos vedados arbitrios tendrán por
ya que se habría roto m i esencial lazo de único fin sumergiros en la obscuridad y en
unión con las cosas divinas. el caos, a fin de que no continuéis en el
Poco a poco invadióme una suave quietud, círculo de luz. Si queréis manteneros firmes,
y principió a disiparse la nube de abatim ien­ debéis permanecer valientem ente dentro
to que se cernía sobre m i espíritu. Recordé del torbellino de bajas pasiones que se fo r­
m i reciente experiencia con el anciano y ma en torno vuestro; si deseáis conservar
la mujer que habían procurado rescatarmet la tranquilidad de vuestra Alma, debéis
como ellos decían, y cómo cuando, en mantener en su sitio el fiel de la balanza.
frenética desesperación, yo había llamado Los radiantes e inmortales átomos que cons­
«¡Rafael, Rafael!», habían ellos desapa­ tituyen vuestro cuerpo y vuestro espíritu,
recido al instante y dejádome absoluta­ deben estar bajo vuestro directo control y
m ente libre. Sin duda alguna, era ésta una completa organización, como un ejército
prueba suficiente de que yo no había sido bien disciplinado; de lo contrario, las fuer­
olvidada por quien había profesado amarme zas desintegrantes puestas en juego por
por toda la eternidad. las influencias malignas de quienes os ro-
Al entrar a m i cuarto, yo había colocado
— 138 —

deán, no sólo combatirán vuestra felicidad


sino vuestra salud, debilitarán vuestra ener­ me resueltamente a leer algunos párrafos
gía y destruirán vuestra paz. El Am or es la que transcribo a continuación para quienes
gloria única de la vid a; el corazón y el pulso deseen practicar las lecciones que ellos en­
de toda la creación; un bien negado a los señan.
más grandes conquistadores de la tierra;
un talismán que descubre todos los secre­ «LIB RE VOLUNTAD.
tos de la Naturaleza; una Divinidad cuyo
poder es ilim itado, y cuya bendición pro­ «El ejercicio de la Voluntad no reconoce
porciona belleza, dulzura y amplia felici­ lím ites. Es absolutamente libre, de mane­
dad. Fijad todo esto en vuestra memoria, ra que podemos hacer nuestra propia elec­
y jamás olvidéis que el gran bien del Am or ción de vida y elaborar nuestro propio des­
es envidiado por los que carecen de él», k? tino. La voluntad puede ejercer su dominio
Al term inar la lectura de este párrafo, una sobre todas las cosas, menos sobre el Amor,
luz ilum inó m i cerebro. La extraña e inex­ porque el Amor es de Dios, y Dios no está
plicable experiencia a que acababan de so­ sujeto a autoridad. El Am or debe nacer en
m eterm e, ¿no tendría por objeto apar­ el alma y del alma. Debe ser una pasión
tarm e del Am or y destruir el ideal acaricia­ dual, es decir, debe encontrar su compa­
do por mí? Entre tanto, ¿había yo cedido a ñera en otra alma predestinada que le ayu­
la tentación? ¿Había yo fracasado? de a realizar los más nobles y elevados fines
Habiendo abandonado m i asiento cer­ de la existencia. Mediante su fuerza, se
ca de la ventana, vi que el pequeño ascensor genera y mantiene la vida; sin ella, la vida
incrustado, por decirlo así, en la pared, vuela hacia otras faces de la existencia eter­
había subido silenciosamente con la acos­ na en busca otra vez de su amor. Nada es
tumbrada provisión de frutas, pan y de­ perfecto, nada es duradero sin la luz y el
liciosa agua fresca, y aun cuando no había fuego de esta pasión dual.
sentido ni hambre ni sed durante m i ex­
traña marcha por lugares desconocidos, «PODER.
encontrábame m uy dispuesta a comer, lo
que hice con apetito devorador. Una vez «El poder sobre todas las cosas y sobre to ­
que hube concluido, volví a m i precioso li­ dos los hombres se obtiene por medio de la
bro, y, habiéndolo colocado sobre la mesa, organización, es decir, poniendo la propia
apoyé m i cabeza en míe dos manos, y páse­ casa en orden. La «casa» es el cuerpo en que
el Alm a tiene su habitación transitoria.
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Cada átomo del cuerpo debe estar en orden cosa viva debe vivir para siempre. Cada cosa
a fin de que pueda trabajar saludablemen­ viva ha vivido siempre. Lo que se llama
muerte es, por ley eterna, imposible. La
te y sin confusión. En seguida, es fácil al­
vida está cambiando perpetuamente de
canzar lo que se desea. Nada en el Universo
formas, y cada cambio lo llamamos «m u erte»
puede resistir la fuerza de una fija y perse­
porque a nosotros nos parece una term ina­
verante resolución; lo que realmente bus­
ción de la vida, siendo que es simplemente
ca el Espíritu debe, por ley eterna, conce­
una renovada actividad. Cada alma aprisio­
dérsele, y lo que el cuerpo necesita para rea­
nada hoy día en forma humana ha vivido
lizar los mandatos del Espíritu le será igual­
antes en form a humana, y cada rosal que
m ente concedido en virtud de esa misma
hoy florece ha florecido también antes en
ley eterna. La fuerza que emana de la luz
este mundo. El espíritu de cada individuo
solar, del aire y de las cosas ocultas del es­
conserva su individualidad y, hasta cierto
pacio se encuentra en continua renovación;
punto, su memoria. Durante su período
y todo en la Naturaleza está dispuesto a se­
de desarrollo únicamente le es permitido
cundar al Alm a resuelta en la realización
recordar m uy pocos de los m illones de inci­
de sus aspiraciones. Nada hay en el círculo
dentes y episodios que están almacenados
de la Creación que pueda resistir su influen­
en su cerebro psíquico. Cuando ya alcanza
cia. Exito, riqueza, triunfo sobre triunfo,
la m ayor altura de capacidad espiritual,
acompañan siempre a todo sér humano
y es bastante fuerte para ver, conocer y en­
que diariamente pone su casa en orden;
tender, sólo entonces será capaz de recor­
a quien nada puede desviar de su fijo inten­
dar todo desde el principio. Nada puede ser
to; a quien ni la malicia, ni el desprecio,
jamás olvidado, puesto que el olvido im plica
ni la tentación pueden alejar del curso que
desgaste, y no puede haber desgaste en la
se ha señalado, y que resiste a la malevo­
sabia estructura del Universo. Cada pen­
lencia y a la calumnia. Porque el Espíritu
samiento es guardado para usarlo; cada pa­
de los seres humanos es en su mayor parte
labra, cada suspiro, cada lágrim a es recor­
como las movedizas arenas del mar, y sólo
dada. La vida misma, en nuestro lim itado
gobierna su propio universo quien consigue
conocim iento de ella, puede ser continuada
establecer el Orden en medio del caos».
por largo tiem po en nuestro planeta si usa­
mos los medios que se nos han dado para con­
«V ID A ETERNA.
servarla y renovarla. La conservación y pro­
longación de la existencia terrena era fácil
«La vida es eterna. No puede morir. Cada
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encaminado hacia el Progreso, la Belleza


en los primeros días de la aurora del mundo, y la Perfección, y no hay defecto alguno en
por decirlo así, porque la Tierra encontrá­ el majestuoso esplendor del Plan Divino
base entonces más cerca del Sol. En la épo­ que procúrala felicidad de toda la Crea­
ca actual, nuestro planeta está volviendo ción».
a una posición en los cielos que estim u­ «La alegría, no la pena, debe ser la clave
la y mantiene la vid a; y los seres humanos de la existencia. El mundo no es un «valle
viven más tiem po sin saber por qué, sin de lágrim as» sino un jardín lleno de flores
pensar que ello es el resultado de la actual iluminado por la luz solar y por la benévola
situación de ambos cuerpos celestes. La mirada del Creador.
Tierra no está hoy donde se encontraba «Lo que se designa con el nombre de «pe­
en los días de Jesucristo; ha recorrido el cado» es obra exclusiva del hom bre; Dios
espacio durante dos m il años, y, sin em bar­ no tiene parte en él. Por orgullo los ángeles
go, el género humano ignora que su situa­ cayeron. Por orgullo el hombre retarda
ción de hoy en dicho espacio es diversa de la su eterna dicha. Cuando presume ser más
que ocupaba entonces y que, con esta d i­ sabio que su Creador; cuando procura con­
ferencia, resultan alteradas las leyes que d i­ trariar la organización de la Naturaleza,
cen relación con el clim a, con las costum­ e inventa a su modo una especie de Código
bres y con la vida misma. No es el hombre natural y moral, es entonces cuando so­
quien modifica su m edio am biente; es la N a­ breviene el desastre. La regla de una vida
turaleza, cuyo orden no puede ser alterado. pura y feliz consiste en recibir con gratitud
El hombre cree que el desarrollo de la cien­ y moderación todo lo que Dios nos envía:
cia y lo que él llam a su «progreso» es única­ el placer de los sentidos, el amor a nuestros
m ente el resultado de su propia habilidad; semejantes, los goces intelectuales, los
por el contrario, es el resultado de un cam ­ éxtasis del alm a; y no encontrar faltas en
bio en su éter atm osférico que no sólo lo que es y debe ser perfecto. Oímos decir
presta ayuda a las explicaciones y descu­ a veces de sabios y filósofos que suspiran
brimientos científicos, sino que tiende a ante las penas y sufrimientos del mundo,
darle mayor poder sobre los elementos, sin considerar que las penas y sufrimientos
como también a prolongar su vida y su ca­ son obra exclusiva del hombre y de la cruel­
pacidad intelectual. En el Universo infinito dad del hombre para con sus semejantes.
no hay descanso: cada átomo, cada orga­ Del culpable descuido del hombre en cuan­
nismo está haciendo algo o se dirige hacia to a las leyes de la salud provienen todas las
alguna parte. Nada se detiene. El todo va
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enfermedades, así como del egoísmo, des­


lealtad y amor propio del hombre han na­
cido todos los crímenes imaginables».
Aquí detuve m i lectura porque comenzaba
a obscurecer, y no me era posible continuar
en ella pues no veía m uy claramente. M i­
ré hacia la ventana, pero escasa luz entra­
ba del exterior. Una obscuridad más y
más densa invadió todas las cosas visibles. M i sueño fué tan profundo y tranquilo
Luego me form é la más firm e resolución que no tengo idea de su duración; sin em ­
de no ceder jamás ante los fantásticos te­ bargo, al despertar, sobrevínome una sen­
rrores a que pudieran someterme ni aban­ sación del más vivo y espantoso terror. Cada
donar m i cuarto, aunque viese otra salida nervio de m i cuerpo parecía estar paraliza­
aquella noche. Con esta determinación, do. No podía moverme ni gritar. Invisibles
me desnudé apresuradamente y me fu i ligaduras, más fuertes que el fierro, m an­
al lecho. En el instante de apoyar m i cabe­ teníanme prisionera en m i cama, y sólo
za en la almohada sentí una especie de podía m irar hacia arriba, horrorizada, co­
frío en el aire que me hizo tiritar un poco mo una víctim a ante la cruel mirada de
y experimentar una sensación misteriosa. sus verdugos. Una figura elevada, corpu­
Cerré mis ojos, dispuesta a descansar, y lenta y vestida de negro, encontrábase a
obtuve tal éxito al ordenar a todas mis facul­ m i lado. Aun cuando no veía su rostro, ex­
tades hacia este fin, que en pocos minutos perimentaba yo la sensación de que sus
estuve profundamente dormida. ojos me miraban inquisitivam ente, de una
manera fría, silenciosa, penetrante, como
si me form ularan alguna pregunta que se
contestara por sí misma, sin palabras. Aque­
llos terribles ojos, penetrando en lo más
tt i tt recóndito de m i sér, hacíame el efecto de
un cuchillo disector que cortaba cada pen­
samiento de m i cerebro y cada emoción de
m i alma para exponerlos a la inspección
exterior.
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Las palpitaciones de m i corazón reper­
cutían insistentemente en mis oídos. Yo sin saber adonde. No hubo obstáculo en
permanecía quieta, y procuraba ejercer nuestra marcha; puertas, paredes y ven­
control sobre m i angustiado espíritu. De tanas se fundían hasta convertirse en nada
pronto, experimenté una sensación de a li­ mientras pasábamos. De súbito, llegamos a
vio cuando por fin observé que la misteriosa una empinada y estrecha escalera de pie­
figura abandonaba su rígida actitud y me dra de form a espiral que se elevaba en el
hacía señas de un modo lento e imperioso centro mism o de un pináculo rocoso, el
con un brazo extendido, desde el cual la que, a su turno, alzaba su más elevada cum ­
fúnebre vestidura colgaba como densa nu­ bre en la obscuridad de un cielo tachonado
be. Mecánicamente, obedeciendo al llam a­ de m illones de estrellas. La siniestra figura
do, procuré incorporarme en el lecho, lo se detuvo, y una vez más sentí que me que­
que ahora pude hacer con facilidad, y me maba la interrogante luz de sus ojos invi­
senté temblando, con la vista fija en aque­ sibles. En seguida, como satisfecha con su
lla form a terrorífica que se alzaba sobre breve inspección, principió a subir por la
m í. En seguida, procurando mantenerme escalera espiral. Yo la seguí paso a paso.
de pie, aunque de un modo vacilante, me La ascensión fué larga y d ifíc il; causábanme
preparé mudamente a seguirla hasta donde vértigos las continuas vueltas que parecían
quisiera llevarme. Púsose en marcha, y yo no tener fin. A veces tropezaba y casi me
la seguí, compelida por un secreto poder caía; a veces buscaba apoyo al tiento con
avasallador contra el cual no me atrevía manos y rodillas. Siempre se veía delante de
a rebelarme. M uy luego, cruzó m i cerebro m í la figura vestida de negro que avanzaba
el vago pensamiento “ Esta es la muerte sin preocuparse, al parecer, acerca de si yo
q u em e llama lejos” ; pero a continuación obedecía bien o mal a su llamado.
de este pensamiento me sobrevino el re­ Y ahora, mientras trepaba, toda clase de
cuerdo acerca de que, en conformidad con extraños recuerdos principió a deslizarse
las enseñanzas que yo estaba recibiendo, por m i cerebro y a confundirm e con preo­
no existe la Muerte, sino un fantasma cupaciones e incertidumbre. Principalm en­
im aginario a que damos este nombre. te vinieron a m i memoria las crueldades, las
Lenta y suavemente, con una indescrip­ crueldades practicadas por los seres hu­
tible majestad en sus movimientos, la manos unos a otros, en especial las cruel­
negra figura se deslizó delante de mí, y yo, dades morales, que son mucho peores que
sobrecogida de espanto, seguí sus pasos cualquiera tortura física. M edité sobre los
juicios errados que las gentes suelen em itir
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con relación a los hombres superiores; có ­


mo, aun cuando procuramos hacer bien a gaña a sí mism o en la creencia de que el
otros, nuestras más bondadosas acciones mal prosperará y de que su falsedad será
son meramente estimadas como diversas aceptada como verdadera si puede fin gir
formas de egoísmo, de interés personal; una cierta ostentación de fe religiosa para
cómo nuestros supuestos “ mejores am i­ engañarse y engañar a sus semejantes en
gos” nos ocasionan daños y escuchan cré­ el plano ascendente de la Historia. El hom ­
dulamente cuentos inventados con el pro­ bre, el autor, el inventor del pecado, ha
pósito de arruinar nuestra dignidad; cómo inventado igualm ente un dios especial pa­
aún en el Amor, la más etérea y, no obs­ ra perdonarlo, pues no existe el pecado en
tante, la más poderosa de las pasiones, una el Universo natural. La Ley Divina no pue­
ruda palabra, un inm erecido menosprecio, de perdonar, porque es inviolable, y no so­
pueden separar por toda la vida a aquéllos porta que sea violada sin castigo.
cuya unión pudo haber sido perfecta. Así meditaba yo mientras seguía subien­
Y todavía el negro fantasma hacíame do, con mis ojos fijos en la Figura, la que,
señas de que lo siguiese. Y todavía yo tre­ habiendo alcanzado el térm ino de la esca­
paba absorbida en mis pensamientos. lera espiral, comenzó lentam ente a trepar
Luego principié a considerar que subien­ el más elevado pico del rocoso pináculo que
do a una altura desconocida e invisible en se alzaba hacia las estrellas. Principió a
medio de aquella profunda obscuridad esta­ soplar un viento helado. Con mis pies des­
ba yo, después de todo, realizando algo más nudos, ligeram ente vestida con m i bata de
sensato que vivir en el mundo con las cos­ noche y un blanco pañuelo de lana con que
tumbres del mundo que en su mayor parte me había cubierto al dejar el cuarto para
son meramente hipócritas y encaminadas seguir al Fantasma, tiritaba más y más en
a sobrepasar y eclipsar a nuestros semejan­ aquella lobreguez, en aquella atmósfera
tes, costumbres de moda, de sociedad, de de intenso y penetrante frío. Sin embargo,
gobierno, que son nada más que transito­ continuaba yo avanzando resueltamente.
rias; mientras que la eterna e invencible N a­ De pronto, m iré hacia atrás el camino re­
turaleza continúa su señalada ruta siempre corrido. ¡ La escalera espiral no existía; había
con el mism o innato propósito, a saber, des­ desaparecido, y sólo podía ver en todas d i­
truir el mal y conservar únicamente el b ien . recciones el negro y vacío espacio!
Y el sér humano, el único autor del mal, Aquel extraño fenóm eno m e aterrorizó
el único que se opone al Divino Orden, se en en tal form a que por un instante perdí el
aliento, y víme obligada a detener mias-
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«¡Hasta aquí; y aún no bastante lejos!


censión. Inm ediatam ente observé que la ¿Hasta qué fin te aventurarías en obsequio
Figura se volvió hacia m í con gesto amena­ del amor?»
zador, y parecióme que un segundo más
«Hasta ningún fin, sea el que fuere»,
de vacilación bastaría para hacerme per­
contesté con valentía, «sino por toda la
der todo apoyo y resbalar hacia un profun­ Eternidad!».
do e insondable abismo. Haciendo un es­
fuerzo extraordinario, recobré el control Nuevamente el obscuro ropaje del Fan­
de m í misma, y forcé a mis temblorosos tasma apareció iluminado.
miembros a obedecer m i voluntad, y así, «¿Qué harías por el Amor?», me preguntó.
poco a poco, reasumí m i marcha ascen- «¿Soportarías todos los sufrimientos, todas
sional, sobrecogida por angustiosos te­ las incomprensiones, todos los engaños y
mores y helada hasta el propio corazón. todas las crueldades, manteniendo, no
Luego sentí un ruido atronador, como si obstante, tu alma iluminada con la llama
olas enormes rompieran en amplias y pro­ de la fe? ¿Escalarías los cielos para lanzarte
fundas cavernas, form ando ecos prolonga­ al más profundo infierno en obsequio del
dos, solemnes, majestuosos. sér a quien amas, sabedora de que tu amor
El espectro detuvo su marcha. El lúgubre lo identificaría contigo el día prefijado por
ropaje que lo cubría mostraba ahora un la voluntad Divina?».
contorno de brillante luz. Impulsada por M iré a la extraña Figura, procurando
una súbita esperanza, avancé por aquel inútilm ente ver su rostro.
difícil sendero hasta colocarme al lado de «H aría todo eso», respondí. «Todo lo que
m i extraño conductor. Arriba de mí, el m i alma pueda sufrir m ortal e inm ortal­
cielo cubierto de estrellas; abajo, un obscuro m ente lo soportaré en obsequio del amor!».
abismo profundo del que se levantaba el Otra vez brilló la luz en la negra vesti­
form idable y turbulento ruido de un mar dura del Fantasma. En seguida exclamó
agitado. A llí permanecí estática, temerosa rudamente, en tono de siniestra adverten­
de moverme; un paso en falso podría lle­ cia:
varme a m i total destrucción. Sentíme «¡Tu amante es falso. Ha pasado a otra
inclinada a buscar apoyo tomándome de esfera de la existencia eterna, y no lo en­
la nebulosa vestimenta del Espectro; pero contrarás durante varios períodos de tiem ­
en ese mismo instante volvió hacia m í su po! ¿Crees esto que te digo?».
velada cabeza, y me dijo en tono lento, Una helada agonía oprim ió m i pecho;
profundo e infinitam ente suave:
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sin embargo, no quice ceder a ella, y con­
testé resueltamente: un modo más definido y brillante. Luego
«¡Nó! ¡No lo creo! ¡No ha podido m orir un brazo y su correspondiente mano, que
sin m i conocimiento, y sin que yo sienta resplandecía como viva llama, fué apa­
separarse su alma de la m ía!». reciendo de entre su obscura indum en­
Hubo una pausa durante la cual sólo se taria, y, después de extenderse con lentitud,
oía el rumor del invisible mar debajo de indicó fijam ente hacia el pavoroso abismo.
nosotros. En seguida continuó la voz: «¡Si tu amor es tan grande», exclamó,
«¡Tu amante es falso! Su amor por ti fué «si tu fe es tan profunda; si tu confianza en
un capricho pasajero; ya se arrepiente, ya Dios es tan firm e y perfecta, desciende hacia
se cansa de pensar en ti! No te ama! ¿Lo allá!».
crees?». Sin dar crédito a mis propios oídos, miré
Sin pensar un instante, contesté sin va­ a m i am ortajado interlocutor, y en especial
cilar: el brazo que imperativamente señalaba la
«¡Nó! Porque si no m e ama su Espíritu destrucción de m i cuerpo m ortal. Por un
m iente, y ningún Espíritu puede m entir!». m om ento, sentíme sobrecogida de terror
Sobrevino otra pausa. Luego preguntó y sin saber qué hacer. ¿Era esta espantosa
la v o z : sugestión una prueba o una tentación?
«¿Crees verdaderamente en Dios, tu Crea­ ¿Debería yo obedecer?
dor, el Autor del Cielo y de la tierra?». Procuré recobrar en lo posible m i tran­
Levantando hacia el estrellado cielo una quilidad, reunir todas mis fuerzas, asegu­
mirada de esperanza y de súplica, respondí rarme de m i propia voluntad y hacerme
con vehemencia: responsable de mis propios actos. Todo lo
«¡Creo en El con toda m i alma!». que era puramente m ortal en m í temblaba
Después de un expectante silencio, la al margen de lo desconocido. Una mirada
voz habló una vez más: hacia arriba descubría un suave, apacible y
«¿Crees en el amor, el generador de la purísimo cielo tachonado de millones de
Vida, la Causa m otriz y el Espíritu de estrellas; una terrorífica mirada hacia aba­
todas las cosas creadas?». jo, perdíase en la profunda obscuridad de
Nuevamente respondí: donde emergía la atronadora turbulencia
«Con toda m i alm a». de un rugiente mar! Junté mis manos en
La Figura se inclinó ligeram ente hacia actitud de suplicante desesperación, y miré
mí, y la luz ilum inó sus negros vestidos de una vez más al majestuoso y solemne Es­
pectro.
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gran masa de agua turbulenta, salpicada


«¡Si tu amor es tan grande!», repitió en
de blanca espuma.
tono lento e impresionante, «¡Si tu fe es «¡El cambio que llaman muerte, pero
tan profunda! ¡Si tu confianza en Dios es que es Vida!».
tan firm e y perfecta!». Este fué el único pensamiento que de un
Sobrevino un m om ento de intensa quie­ modo claro atravesó como relámpago m i
tud, un m om ento en que la vida pareció cerebro mientras me deslizaba rápidam en­
alejarse de m i sér. te hacia el desierto mar.
En m i desesperada angustia, un sollozo M i últim a impresión fué de total obscu­
se escapó inconscientemente de mis labios, ridad y absoluto silencio.
y mis ojos llenáronse de ardientes lá gri­
mas. En actitud de súplica, me volví una
vez más hacia la rígida Figura cuya mano *
* *
indicaba todavía hacia abajo, y me pareció
oír nuevamente las palabras: Una delicada y tibia luz como el resplan­
«¡Si tu amor es tan grande! ¡Si tu fe es dor de rayos solares a través de un cristal;
tan profunda! ¡Si tu confianza en Dios es un am biente de fragantes rosas; un arm o­
tan firm e y perfecta!». nioso sonido musical semejante al del
En seguida recobré repentinamente la arpa: a todas estas sensaciones fu i desper­
tranquilidad de m i alma, cim iento efectivo tada gradualmente mediante una suave
de m i actual existencia, y, manteniéndome presión en mis sienes. M iré hacia arriba,
firm e en ese plano de fuerza imperecedera, y proferí un profundo suspiro de éxtasis
tom é una inmediata resolución. que alivió m i corazón. ¡Era el propio Asél-
«¡Nada puede destruirm e!», me dije a zion quien estaba inclinado ju nto a mí,
m í misma. ¡Nada puede dar muerte a la Asélzion cuyos graves ojos azules m irá­
parte inm ortal de m i existencia, y nada banme con viva e impaciente solicitud!
puede separar m i alm a del alma de m i Yo le sonreí en respuesta a su muda pre­
amado! ¡Ni en toda la tierra ni en todo el gunta acerca de cómo me sentía, y hubié-
Cielo hay motivo alguno de temor! rame levantado, pero me significó im pe­
Sin vacilar más, cerré mis ojos. Luego, riosamente que permaneciese quieta.
extendiendo mis brazos y con las manos «¡Descansa!», díjom e en voz baja y tierna.
juntas, me arrojé hacia adelante para su­ «Descansa, pobre niña! ¡Has conseguido
m ergirm e en la obscuridad. ¡Abajo, abajo; más de lo necesario!».
siempre abajo!... y vi el mar a mis pies, una
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Otro suspiro de perfecta felicidad se es­ «D ecidm e», murmuré, «¿he fracasado?».
capó de mis labios, y estiré perezosamente Asélzion apretó ligeram ente m i mano
mis brazos como quien acaba de pasar por como para envalentonarme.
un estado de larga y calmante som nolen­
«N o,» respondió. «Casi has triunfado del
cia. Mis sensaciones eran ahora exquisitas todo».
en grado sumo; una fresca y radiante vida
parecía circular por mis venas. El cuarto ¡Casi, Unicamente «casi»! M uy asombrada,
en que me encontraba era nuevo para mí. recostóme otra vez en el lecho. Asélzion
El hermoso colorido de su interior, y la pro­ permanecía a m i lado en absoluto silencio.
fusión de fragantes flores que lo ador­ Después de un breve instante, la tensión
naban, hacíanme la impresión de encon­ del suspenso llegó a ser insoportable.
trarm e en un relicario, por decirlo así, «¿Cómo he escapado?», pregunté. «¿Quién
ubicado en el centro de un pequeño tem ­ me salvó en m i caída?»
plo de belleza. No sentía deseos ni de m o­ Asélzion sonrió gravemente.
verme ni de hablar. Toda preocupación, «De nada has tenido que escapar», con­
toda dificultad, había desaparecido de m i testó. «Y nadie te ha salvado porque no has
espíritu, y yo m iré a Asélzion como so­ estado en peligro».
ñando, mientras acercaba una silla para «¡No en peligro!» exclamé con asombro.
sentarse al lado de m i lecho. En seguida, «¡Nó, excepto de ti m ism a!»
tom ándom e una mano, examinó m i pulso Y o lo m iré llena de terror. El, por su par­
con un aire de suma atención. te, m e dirigió una bondadosa y tranquili­
Sonreí nuevamente. zadora mirada.
«¿Todavía late m i corazón?», pregunté, «¡Ten paciencia!», dijo en tono suave.
recuperando m i facultad de hablar. «Con «Todo te será explicado a su debido tiempo.
seguridad se ha ahogado en el m ar». Mientras tanto, este cuarto es tuyo por el
Manteniendo aún tomada m i mano, resto de tu permanencia aquí, que ahora
miróme Asélzion con fijeza. no será de larga duración. He ordenado
«N i el miedo por las aguas tormentosas traer tu equipaje desde el cuarto de prueba
ha podido extinguir el am or», dijo suave­ en la torre, de manera que no serás m oles­
mente. «Querida niña, tú has comprobado tada nuevamente por sus escénicas trans­
esa verdad». form aciones». Aquí sonrió una vez más.
Incorporándome en m i lecho, estudié «T e dejaré a fin de que disipes los terrores
su grave rostro con viva atención. porque has pasado con tanta valentía. Des­
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cansa y tranquilízate enteramente, pues


nada más tienes que temer. Cuando lo sobre una pequeña mesa, como tesoro co­
hayas conseguido, toca esto», e indicó una locado aparte.
cam panilla; «oiré el llamado y vendré in ­ M e bañé y vestí con prontitud, sin darme
m ediatam ente ». tiem po para pensar en ningún punto ex­
Antes de que yo pudiera decir una pala­ traño o confuso de mis aventuras, sino
bra, retiróse Asélzion y me dejó sola. entregándome a la dicha de una nueva y
M e levanté del lecho, y la primera im ­ feliz vida. Un espejo colocado en la pared
presión que tuve fué la de una singular mostraba m i propio rostro, placentero y
quietud de espíritu y agilidad corporal, radiante; mis ojos, brillantes y sonrientes.
una sensación de fuerza y bienestar que Ninguna preocupación parecía haber deja­
resultaba en realidad deliciosa más allá de do huellas en mis facciones, y sentíame
toda expresión. La apacible belleza de aquel poseedora de una vigorosa y perfecta salud.
cuarto producíame un verdadero encanto. Luego estuve lista para recibir a Asélzion,
Las ventanas estaban provistas de rosados y toqué la campanilla que él había indicado
cortinajes de seda. A l abrir una de ellas, com o señal. En seguida m e senté al lado
m i vista se recreó ante un balcón de m ár­ de la ventana, a fin de contem plar la her­
m ol cubierto de rosas trepadoras. Este, a mosa perspectiva que se extendía delante
su turno, dejaba ver una exquisita perspec­ de m í. ¡Qué esplendoroso es el mundo!, pen­
tiva de hermosos jardines y de un azulado saba yo, ¡cuán lleno de perfecta belleza!
y tranquilo mar. Anexo a aquel lujoso de­ El cielo azul que a lo lejos se confundía con
partam ento había un igualm ente lujoso el m ar; los tiernos matices de las rosas
cuarto de baño, provisto de todas las co­ trepadoras que se destacaban de entre el
modidades concebibles. El baño era de verde fo lla je; la agradable y viva luz que,
m árm ol, y el agua bullía de su centro como como polvo de oro, filtraba a través del aire
una fuente natural, chispeando al apare­ ¿no eran todas estas maravillas motivo
cer en la superficie. M is vestidos, libros y suficiente para dar gracias al Sér Supremo?
demás objetos de m i pertenencia encontrá­ ¿Y puede haber desdicha efectiva mientras
banse dispuestos con cuidado, y en form a nuestra alma se encuentre en consonancia
de que yo pudiera fácilm ente alcanzarlos, con la perfecta armonía de la Creación?
y con gran júbilo vi que el libro «El Secreto Habiendo sentido pasos detrás de m í,
de la Vida», que imaginaba haber perdido púseme de pie, y con placentera sonrisa
en m i últim a peligrosa aventura, estaba extendí mis manos a Asélzion, quien aca­
baba de entrar. El las tom ó en las suyas y
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las presionó con suavidad. En seguida, deados por ondas de pensamientos que
acercó una silla y sentóse al frente m ío. Su fluyen de sus propios cerebros y de los ce­
rostro expresaba cierta gravedad, y, al d i­ rebros de aquéllos que los rodean; y esta
rigirm e la palabra, lo hizo de un modo len­ es la razón por qué si ellos no son suficien­
to y suave. tem ente fuertes para encontrar y m ante­
«¡Tengo mucho que decirte!», exclamó; ner el equilibrio de sus almas, son influen­
«pero seré tan breve como pueda. Has ve­ ciados por costumbres y maneras de pen­
nido aquí a experimentar ciertas pruebas sar que jamás habrían sido suyas si hubie­
psíquicas, y has pasado por ellas con todo ran podido mantener intacto el ejercicio
éxito; por todas, excepto la últim a. Sobre de la propia voluntad. Si un alma puede
esto hablaremos más adelante. Por ahora, resistir las impresiones ejercidas sobre ella
estás bajo la impresión de haber pasado por por fuerzas extrañas; si puede permanecer
ciertos episodios de más o menos penosa e sola, libre de obstáculos, ante la luz de la
intrincada naturaleza. Así ha sido; pero Divina Im agen, únicamente entonces ha­
no en la form a que tú piensas. Nada abso­ brá adquirido el dom inio sobre todas las
lutam ente te ha ocurrido, salvo en tu es­ cosas. Pero conseguir esta situación es tan
píritu. Tus aventuras han sido de una na­ difícil que, por regla general, resulta im ­
turaleza exclusivamente m ental: la acción posible. Las influencias extrañas se dejan
de varios cerebros que operaban con el tuyo, sentir por todas partes en torno nuestro;
y te compelían a ver y oír lo que ellos de­ hombres y mujeres con grandes y nobles
seaban. ¡Vamos; no te alarmes tanto!», propósitos en la vida son obligados a de­
exclamó al observar que yo m e ponía de sistir de sus intenciones mediante la des­
pie y profería una interjección involunta­ alentadora influencia que sobre ellos ejer­
ria. «T e explicaré todo claramente, y pronto cen sus am igos; valientes empresas son
lo entenderás». obstaculizadas por la sugestión de temores
Hizo una pausa, y yo tom é asiento otra que en realidad no existen, y el diario de­
vez al lado de la ventana, m uy sorprendi­ rroche y pérdida de fuerza psíquica que se
da, en maravillada expectación. efectúa por la acción disturbadora de las
«En este m undo», continuó con len titu d, ondas cerebrales de los demás, bastaría
«n i el clim a, ni el natural circunam biente para convertir el mundo en un perfecto
afectan tanto al hombre como las influen­ Paraíso si fuesen encaminadas a este fin ».
cias que sobre él ejercen sus semejantes. Asélzion detúvose un m om ento; luego,
En realidad, los seres humanos viven ro ­ m irándom e fijam ente, continuó:
6.—C astillo
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«Es innecesario decirte que tú has vivido no han existido, salvo en tu espíritu. Cuan­
antes en este planeta, y que en varias oca­ do te conduje a tu cuarto en la torre, te
siones has sido puesta en relación con la sometí a m i influencia y a la de otros cuatro
otra predestinada m itad de ti misma, esa cerebros que actuaban en conjunción con
Alm a de Am or que, después de buscarla el m ío. Tom am os entera posesión de tu
ciegamente, has rechazado al encontrarla, mentalidad. La prueba consistía en ver
no por acto propio, sino simplemente a si tu alma podía mantenerse firm e y ven­
causa de haber cedido a las influencias cer nuestras sugestiones. A primera vista,
ejercitadas sobre ti. Ahora, en esta faz podrás creer que hemos recurrido a un
posterior de tu existencia, se te ha presen­ m ero juego para nuestro exclusivo entre­
tado otra ocasión, otra oportunidad. Es tenim iento; pero no es así. Hemos procu­
m uy posible que si no hubieras venido a rado sencillamente poner en práctica la
mí, hubieras perdido una vez más tu eterna más poderosa lección en la vida, a saber,
dicha, y ha sido esta consideración la que LA RESISTENCIA Y CONQUISTA DE LAS
me ha hecho recibirte, aún contrariando INFLU ENCIAS EX TR AÑ AS, que consti­
las reglas de nuestra Orden. Tu prueba tuyen las fuerzas más perturbadoras y ener­
habría sido más larga si no hubieras reali­ vantes con que tenemos que luchar».
zado por ti misma el atrevido avance al Principié a comprender con claridad la
entrar en nuestra capilla. El brillo de la enseñanza de Asélzion, de manera que yo
Cruz y Estrella te condujo, y tu alma obe­ seguía escuchando sus palabras con viva
deció a la atracción de su principio funda­ y creciente atención.
mental. Si te hubieras opuesto a su designio «T e basta m irar a tu alrededor en el
mediante dudas y temores, tu aprendizaje m undo», continuó, «para comprender la
habríase retardado por mayor tiempo. Pero verdad de m i aserto. Diariamente puedes
diste el prim er paso con extraordinaria va­ encontrar alguna alma cuyo poder de triu n­
lentía; lo demás es comparativamente fá ­ fo en la vida sería extraordinario si no fuera
cil». por las influencias restrictivas ante las
Detúvose de nuevo, y en seguida prosi­ cuales ella se deja arrastrar y sucumbir.
guió: ¡Cuán a menudo oyes decir de un hombre
«Y a te he dicho que te encuentras bajo o de una m ujer de brillante genio que se
la impresión de haber pasado por ciertas torna incom petente a causa de las influen­
aventuras o episodios que en cierto modo cias adversas que reciben de los demás.
te han aturdido y acongojado. Estas cosas ¡Considera los miles de hombres errónea­
— 164 — — 165 —

mente casados, cuyas propias mujeres e Iba yo a interrum pirle con una im pa­
hijos matan en ellos todo sentimiento de ciente pregunta; pero un ademán suyo me
triunfo o de noble ambición! ¡Considera los significó que guardara silencio.
miles de mujeres a quienes se induce a «T u destino», continuó, «dentro de una
unirse con hombres cuya deficiente esti­ norma psíquica, que es la única actitud
mación por ellas las degrada hasta un nivel necesaria porque es la única actitud eterna,
desde el cual les es casi imposible levantarse! es el de que seas puesta en comunicación
Esta es la obra de las «influencias», corrien­ con la otra mitad de tu sér espiritual e in ­
tes magnéticas de otros cerebros que, ejer­ m ortal, lo que significa la posesión de un
ciendo su m aléfica acción sobre el nuestro, perfecto amor y de una perfecta vida. Y
ocasionan la mitad de los daños y tribula­ porque este es un don tan grande y tan
ciones del mundo. ¡Ni una alma en cien enteram ente Divino, se juntan las influen­
m il tiene fuerza o valor para resistirlas! cias opositoras a fin de que el alma pueda
El hombre acostumbrado a vivir con su hacer su elección VO LU NTARIAM ENTE.
esposa quien, sin hacerle ningún otro daño, Por lo tanto, cuando yo y los otros herm a­
simplemente mata su genio, por el mero nos cuyos cerebros actuaban con el mío
hecho de su contacto diario, no hará es­ te pusimos bajo nuestro poder, te im pre­
fuerzo para levantarse de la apatía que le sionamos con las ideas que más influyen
ocasiona su influencia, sino que caerá en en el espíritu fem enino: dudas, celos, sos­
pasiva inacción. La m ujer unida a un pechas y todos los temores que estas des­
hombre que insiste en considerarla inferior graciadas emociones engendran. Te suge­
a sí mismo, llega a convertirse en una mera rimos las ideas de traición y m uerte de
máquina doméstica, sin mayores designios Rafael Santóris; imaginaste oír voces pro­
que los relativos al orden y manejo de los feridas detrás de una pared; pero no eran
asuntos caseros. El amor, la milagrosa
voces, sino únicamente una mera insinua­
piedra angular de la existencia eterna, es
ción de voces en tu espíritu. Viste extraños
arrojado fuera del círculo de la Vida en
términos que la vida misma se cansa de su fantasmas y sombras que no existían, y
presente estado, y se apresura a buscar que te sugerimos nada más que para pre­
otro estado de existencia más conforme sentarlos ante tu visión m ental. Vagaste
con su propia naturaleza. por lugares desconocidos, así te lo im agi­
De ahí procede lo que llamamos vejez, y naste; pero, en realidad, jamás abando­
lo que llamamos m uerte». naste tu cuarto!».
166 —
— 167 —

«¡Jamás abandoné m i cuarto!», exclamé, poseído de una dulce y apacible tranqui­


«¡Oh, eso no puede ser!» lidad.
«¡Puede ser porque es!», replicó Asélzion, «Y o, o m ejor dicho nosotros, porque
sonriendo con gravedad. «Lo único REAL cuatro de mis hermanos estaban profun­
en tu experiencia fué haber encontrado el damente interesados por ti en virtud del
libro «El Secreto de la Vida», en el relicario coraje que habías demostrado, te conduji­
color púrpura. Aquí está», y lo tomó de mos al más alto grado de resistencia en
sobre la mesa en que se encontraba, «y si lo cuanto a terrores mentales, y, con gran pla­
hubieras hojeado un poco más adelante, cer nuestro, encontramos tu alma bastante
hubieras encontrado esto», y leyó en voz fuerte para sobreponerse a la últim a su­
alta: gestión de la muerte misma. Te mantuvis­
te en la firm e convicción de que la muerte
«Toda acción es el resultado material
no existe, y, con esta certidumbre espiri­
del pensamiento. Toda pena es el resulta­
tual, todo lo aventuraste por el amor.
do de pensar en cosas tristes. Toda enfer­
Ya te hemos libertado de nuestra fascina-
medad es la consecuencia de pensar en
nación», agregó dirigiéndome una mirada
cosas débiles o decrépitas. Cada emoción
llena de bondad, «y necesito ahora saber
es el resultado del correcto o errado pen­ si te das cuenta ampliam ente de la im ­
samiento, con una sola excepción: el amor.
portancia de la lección que te hemos en­
El amor, si bien se considera, no es una
señado».
emoción sino un principio, y, como gene­
«Creo que sí», repliqué fijando mis ojos
rador de la vida, invade todas las cosas, y es
en su investigadora mirada. «¿Queréisdecir
el todo en la Creación. El pensamiento,
que yo debo permanecer sola?»
obrando dentro de este principio, crea las
«¡Sola, pero no sola!», contestó, y su her­
cosas bellas y eternas. El pensamiento que
moso rostro se transfiguró en luz emanada
obra fuera de este principio, crea ideas de
de su propio e intenso sentim iento y auto­
temor, duda, confusión y exterminio. El
ridad. «¡Sola con el Amor!, lo que equivale
amor es el único secreto de la vida; el único
a decir sola con Dios, y, por lo tanto, ro ­
elixir de la juventud, y la única fuente de
la Inm ortalidad!». deada por todas las cosas divinas, revivifi­
cantes y eternas. Volverás desde este lugar
Asélzion pronunció las últimas palabras al mundo de los convencionalismos, y en­
con suave e impresionante énfasis, y, m ien­ contrarás un m illón de influencias que
tras lo escuchaba, sentíase m i espíritu procurarán desviarte de la senda que has
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escogido. Opiniones, censuras, calumnias y aún la amistad decae, se desconcierta y


y torcidas incomprensiones se aprestarán se torna celosa ante una más elevada e
contra ti, como enemigos en pie de guerra. irresistible virtud».
Si les hablas de tus investigaciones acerca Yo proferí un ligero suspiro.
de la vida, de la juventud y del amor, y de «Tengo pocas amistades», dije. «Cierta­
las pruebas a que aquí te hemos sometido, m ente ninguna que se haya preocupado de
serás blanco de sus burlas y menosprecio. conocer la parte espiritual de m i existencia.
Si dices una palabra de tu amor con Rafael Casi todas ellas se contentan con ser mis
Santóris, miles de esfuerzos se pondrán amigos o amigas si yo adopto SUS costum­
en acción instantáneamente a fin de sepa­ bres; si elijo una propia norma de conducta,
raros y destruir la felicidad que habéis su amistad llega a ser para m í una mera
ganado. ¿Cómo soportarás esta prueba? desavenencia. Pero hablo de elegir una
¿Cuál será el procedimiento que adoptes?» norm a propia. ¿Cómo puedo elegirla desde
Yo medité un instante, y en seguida con­ luego? ¿No habéis dicho que m i prueba
testé : aun no lia concluido?»
«El mismo que he procurado practicar
«Concluirá esta noche», y tengo absoluta
aquí: dar crédito únicamente a las in for­
esperanza de que pasarás por ella resuelta­
maciones bien intencionadas; no a las fa l­
mente. ¿Has tenido noticias de Santóris?»
sas».
La pregunta me causó un pequeño es­
Asélzion me m iró inquisitivamente.
trem ecim iento de sorpresa.
«Recuerda», prosiguió, «cuanta fuerza
encierra en sí una tempestad de opiniones. «¿Noticias de él? No, repliqué. «Jamás
Los más fieros huracanes que derriban v i­ m e sugirió la idea de escribirm e.»
gorosos árboles y destruyen las habitacio­ Asélzion se sonrió.
nes de los hombres, son un mero susurro «Se encuentra demasiado cerca de ti para
comparados con la furia de los espíritus necesitar otra clase de correspondencia»,
humanos dispuestos a aniquilar un alma contestó. «Estásano y salvo», Ninguna des­
que desea elevarse a planos superiores de la gracia le ha sobrevenido».
existencia. Piensa en las abominables m a­ «¡Gracias a Dios!», murmuré. «Y s i..»
quinaciones que los faltos de amor traman «Si él ya no te am a», continuó Asélzion;
contra quienes han conseguido la paz de «si ha incurrido en un error de selección»
sus conciencias. Todo esto tendrás que so­ como dirían los hombres de ciencia, y si
portar, porque el mundo es envidioso; aun no está seguro de su predestinada
— 170 — 171 —

compañera cuyo amor ha de elevarlo a la guida, me indicó que saliera al balcón.


más alta realización de sus anhelos, ¿qué «A qu í hay rosas que trepan en su forma
entonces...?». acostumbrada», dijo. «Inclínalas hacia ti
«Entonces debo someterme a m i destino», por un simple esfuerzo de voluntad».
contesté con lentitud. «¡Puedo esperar aún M uy confundida y asombrada, m iré fija ­
durante otros m il años!» m ente a Asélzion quien, con ademán im ­
Prodújose un silencio durante el cual perativo, repitió:
sentí sobre m í los ojos de Asélzion. En se­ «Por un simple esfuerzo de voluntad».
guida continuó en tono más suave: Y o obedecí. Levantando mis ojos a las
«Hablemos por ahora de lo que el mundo rosas que trepaban hacia arriba y alrede­
designa con el nombre de milagro. Creo dor del balcón, les ordené m entalmente
que ya justamente te encuentras consciente que se volvieran hacia mí. El efecto fué
de perfecta salud, y de un efectivo placer instantáneo. Como impulsadas por el so­
por el mero hecho de vivir. ¿No es así? plo de una suave brisa, todas ellas se incli­
Sonriendo, incliné m i cabeza en señal naron, y algunas pusiéronse en contacto
de asentimiento. con mis manos.
«Entendido entonces», prosiguió, «que «Los ignorantes podrían creer que se trata
mientras mantengas el control de tus fu er­ de un m ilagro», continuó Asélzion; «pero
zas vitales mediante el poder del espíritu, lo que acabas de ver no es otra cosa que la
esta perfecta salud y este efectivo placer fuerza psíquica de los magnéticos rayos
continuarán. Y más que esto: cada cosa de luz que hay dentro de tu sér, los cuales,
en la Naturaleza te ayudará a este fin. Te concentrados por un solo esfuerzo, compe­
bastará ordenar a tus servidores, y ellos len a las rosas a obedecer tu voluntad. En
te obedecerán. Pide el sol su calor y su bri­ esto no ha habido más m ilagro que el del
llo, y te los concederá con prontitud. Pide conocido imán que durante siglos ha esta­
a la tempestad, al viento, a la lluvia, sus do procurando inútilm ente enseñarnos lec­
poderes de pasión, y te los otorgarán. Pide ciones acerca de nuestras propias fuerzas
a la rosa su fragancia y su color, y su propia vitales. Ahora, relaja tu voluntad».
esencia se infiltrará en tu sangre. Todo lo Así lo hice, y las rosas, m uy suavemente,
que busques te será concedido. Ensaya tus tomaron su prim itiva posición.
potencias ahora m ism o». «Esta ha sido una lección objetiva para
Al decir estas últimas palabras, púsose ti», dijo Asélzion, sonriendo. «D ebescom ­
de pie y abrió un poco la ventana. En se­ prender que ya te encuentras en una sitúa-
— 172 — 173

ción espiritual que te perm ite manejar sometida al últim o terror. No creo que
cada cosa tan fácilm ente como has mane­ retrocederás ante él; espero que no. Deseo
jado esas flores. Tú puedes atraer los gér­ ardientemente que conserves tu coraje
menes de la salud y de la vida, y mezclarlos hasta el fin ».
y confundirlos con tu sangre, o puedes de M e aventuré a tocar su mano. «¿Y des­
igual manera atraer los gérmenes de en­ pués?», pregunté:
fermedad y desintegración. De la luz solar «Después», contestó sonriendo, «la vida
puedes extraer nuevo combustible para tu con todos sus secretos, y el amor, estarán
cerebro y para tus nervios; del aire, el sus­ contigo».
tento complementario que necesites; de
las cosas bellas, su belleza; de las cosas sa­
bias, su sabiduría; de las cosas poderosas,
su fuerza. Nada es capaz de resistir la ener­
gía que irradia tu propio sér si recuerdas
COMO emplearla. En cada acto, esa ener­
gía debe ser concentrada en un punto de­
terminado* sin dispersarla ni perturbarla.
Mientras más se ejercite, más poderosa y
más subyugadora llega a ser. Pero jamás
olvides que esa energía debe ser puesta en
práctica dentro del creativo principio del
amor, no fuera de él».
Sentóme absorta y casi abismada «¿Y
esta noche?», pregunté con suavidad.
Asélzion se levantó de su silla, y m antú­
vose un instante de pie, mostrando su
elevada y majestuosa figura. Luego replicó,
dirigiéndome una mirada de compasiva
benevolencia:
«Esta noche mandaremos en tu busca.
Te presentarás ante los hermanos como
quien ha experimentado la misma prueba
mental por que ellos están pasando. Serás
— 175 —

al lado de la ventana, principié a meditar


de qué naturaleza podría ser el últim o te­
rror a que Asélzion se había referido. ¿Por
qué mencionaría la palabra «terror» siendo
que no había motivo para experimentar
terror de ningún género? El terror sólo
puede nacer de un sentim iento de cobar­
día, y ésta es hija de la debilidad. Sin duda
que m i fuerza psíquica no había sido pro­
bada a entera satisfacción de Asélzion,
Cuando hube quedado sola una vez más, quien aún pensaría que posiblemente al­
entreguéme a la encantadora sensación guna debilidad oculta en m i espíritu podría
de perfecta felicidad que ahora parecía estar evidenciarse en una prueba posterior. T o ­
en posesión de todo m i sér. El mundo de la mé entonces la inquebrantable resolución
esplendorosa Naturaleza mostraba un as­ de actuar en form a de que si tal era su idea
pecto de brillante hermosura que- no podía se equivocaría en absoluto. Juré en el sen­
ser obscurecido por ningún temor o pre­ tido de que nada podría desviarme en mi
sentimiento. Era un espejo en que yo veía camino, y que ni todo el mundo levantado
reflejarse el Espíritu Divino. Nada en l£ en armas contra m í me im pediría avanzar
creación era capaz de aterrorizar ni aún hacia el perfeccionamiento de m í misma
desanimar al alma progresista que había en el amor de m i amado.
llegado a tener conocim iento de sus propias Ya he dicho que no había reloj visible
facultades, y que, en virtud de las leyes en la casa de Asélzion. La hora solamente
que la gobiernan, está destinada a levan­ bodía deducirse de la m ayor o menor am ­
tarse a la mayor altura del Supremo Poder. pliación o debilitam iento de la luz del día;
Y o había ligeramente adivinado esta ver­ pero la tarde iba a dar paso al crepúsculo,
dad ; pero sólo ahora me encontraba segura pues la ventana ante la cual encontrábame
de ella. Ahora reconocía que cada cosa sentada se abría hacia el poniente, y desde
ella contemplaba yo el majestuoso descen­
obedece y debe obedecer a esta fuerza in ­
so del sol en medio de franjas doradas,
terna que existe para «llenar la tierra y
purpurinas, rojizas y celestes. Al mirar
subyugarla», y que nada puede impedir
la consecución de su resuelta voluntad. extasiada aquella maravilla de colores y
Mientras tomaba asiento nuevamente matices diversos, sentí que m i espíritu
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era atraído como para absorberse en ella, cer con las cosas visibles de la Naturaleza
y que todo mi sér encontrábase en armonía podría igualm ente hacer con las invisibles.
con los torrentes de luz anaranjada que Una sensación de poder vibraba en m í (1):
inundaba el im ponente mar y la fecunda poder para mandar y poder para resistir;
tierra de aquel amplio panorama. poder para destruir toda vacilación, duda
En seguida me puse de pie y salí al jardín. o incertidum bre; poder que, al ser conec­
Sentíame como un espíritu desencarnado; tado mediante las corrientes físicas y es­
tan ligeros, libres y alegres eran mis propios pirituales con este planeta, la Tierra, y
movimientos, tan perfectamente al uníso­ con la atmósfera que lo envuelve, atrae
no con todas las cosas de la Naturaleza. El hacia sí todo lo que desea, y rechaza lo que
sol poniente me bañaba con su rojiza y no ha menester.
purpúrea magnificencia, y levanté mis ojos Al regresar lentamente a través del jardín
al Cielo, exclamando casi inconscientemen­ observé que, al inclinarme sobre alguna de­
te: «¡Gracias a Dios por la Vida! ¡Gracias a terminada flor, ésta se levantaba hacia mí,
Dios por el Amor! ¡Gracias a Dios por todo como atraída por un imán. No sentía de­
lo que la Vida y el Am or pueden ofrecerme!» seos de tom ar ninguna de ellas para m i
Una gaviota, en demanda de tierra, pasó exclusivo placer, como tampoco habría
volando sobre m i cabeza, profiriendo un podido m atar un pajarillo después de oír
suave graznido. Mediante un impulso re­ su melodioso canto. Una oculta simpatía
pentino, extendí una mano para tom arla: habíase despertado en m í para con estas
El esfuerzo tuvo éxito. Lentam ente, y como hermosas creaciones.
impedida por algún obstáculo que sentía, Cuando hube llegado una vez más a m i
pero que no podía ver, principió a dar vuel* cuarto,encontré la acostumbrada colación:
tas, en círculos descendentes y, por último,
frutas frescas, pan y agua, única clase de
se dejó apresar por mí. Mantúvela prisio­ alim ento de que se me perm itía disfrutar.
nera por un momento. M iróm e con sus Erame del todo suficiente, pues aun no
ojos de color rubí castaño que brillaban a había experimentado la sensación del ham ­
a la luz del sol. Luego la solté a fin de que bre.
volviese nuevamente a respirar el aire de
su propia libertad, y desapareció después de (1 ) L a filo s o fía d e P la tó n e n s e ñ a q u e e l h o m b r e , o r ig in a ­
describir uno o dos círculos más. Sentíme r ia m e n t e , g r a c ia s a l p o d e r d e la D iv in a I m a g e n d e n t r o d e s í
entonces como poseída de un feliz ensueño m is m o , te n ía in m e d ia t o d o m in io s o b r e to d a la N a tu r a le z a ;
p ero q u e p oco a p o c o p e r d ió e s ta fa c u lt a d p o r s u p r o p ia
al darme cuenta de que cuanto podía ha­ c u lp a .
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— 179 -

Luego principié a pensar cuánto tiem po sectarios quienes hablan de muerte, y los
habría yo estado de novicia en la casa de débiles de espíritu quienes hablan de edad.
Asélzion. No habría podido decir si días o El hombre que se deja hundir en decrepitud
semanas. Díme cuenta entonces de la gran y apatía nada más que porque trascurren
verdad de que el tiem po no existe con re­ los años, demuestra cierta debilidad m en­
lación a las cosas del infinito, y recordé tal o espiritual que no puede vencer por
los versos de un antiguo salm o: acto de su propia voluntad; y la mujer
«A thousand ages in T h y sight que sufre al ver que su belleza decae y se
Are like an evening gone, m archita a causa de lo que ella o sus más
Short as the watch that ends the night queridas amigas gozan con llamar «edad»
Before the rising sun». m anifiesta estar desprovista de control
espiritual. El alma es siempre joven, y su
Y mientras mis pensamientos se desli­ propia radiación puede conservar la ju ­
zaban de esta manera, abrí el libro «El ventud del cuerpo en que habita. La vejez
Secreto de la Vida», y como en respuesta y la decrepitud sobrevienen a aquéllos para
a mis cavilaciones encontré lo siguiente: quienes el alma es un factor desconocido.
El alma constituye la única barrera con­
«L A ILUSION DEL TIE M PO » tra las fuerzas desintegrantes que destru­
yen las sustancias débiles o gastadas y
que preparan al cuerpo para el cambio que
«El tiempo no existe fuera de nuestro
la humanidad designa con el nombre de
planeta. La Humanidad cuenta sus años»,
«m u erte». Si la barrera no es bastante re­
sus días y sus horas por el sol; pero más
sistente, el enemigo tomará la ciudad. Estos
allá del sol hay millones y trillones de otros
hechos son simples y verdaderos; de­
soles más grandes, comparados con los
masiado simples y demasiado verda­
cuales el nuestro resulta m uy pequeño.
deros para ser aceptados por el mundo.
En el espacio infinito no hay tiempo, sino
Las gentes van a misa, y piden a la divini­
únicamente eternidad. Por lo tanto, el
dad que salve sus almas, mostrando en
alma, sabedora de que ella misma es eterna,
todas sus contumbres sociales y de gobier­
debe asociarse con cosas eternas, y jamás
no una completa falta de creencia en cuan­
contar su edad por años. Para su existencia
to a la existencia del alma misma. H om ­
no puede haber fin ; por consiguiente, ja ­
bres y mujeres fallecen cuando aun debie-
más envejece y jamás muere. Son los falsos
ornhaber vivido. Si examinamos la causa
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— 181
de sus muertes la encontraremos en su
de que ES obra, y como tal debe ser bien
manera de vivir. El amor propio y el egoís­
ejecutada, y ningún trabajador debe im a­
m o han muerto más seres humanos que
ginar que le es lícito desperdiciar las fuerzas
cualquiera otra plaga. La blasfemia de los
físicas y espirituales con que ha sido do­
impostores y falsarios ha insultado la
tado. Porque no es permitido n i el derro­
majestad del Creador mucho más que
che de tales fuerzas, ni la indolencia, ni
cualquiera otra form a de pecado. El sér el egoísmo. La actitud del egoísta es pura
humano que asiste a un ritual o ceremonia
desintegración: un microbio destructor que
en que no cree con sinceridad, nada más
desmigaja y desmorona todo su propio
que para seguir la costumbre social, se
sér, arruinando no sólo su cuerpo, sino
burla manifiestamente de su Creador; y
tam bién su alma, y causando frecuente­
el sacerdote que gana su vida de un ritual
m ente verdaderos estragos en la misma
semejante está sencillamente comerciando
riqueza que ha sido tan ávidamente
con las cosas divinas. Es menester enseñar
guardada. Porque la riqueza es efímera
a los seres humanos que ellos viven no en
como la fama. Sólo el amor y el alma son
el tiempo sino en la eternidad; que sus
las cosas duraderas de Dios, los autores de
pensamientos, palabras y acciones son re­ la Vida y los reguladores de la Eternidad».
cordados m inuto a m inuto con toda exac­ Aquí term iné m i lectura. En seguida,
titud, y que cada individuo está en la obli­ dejando a un lado el libro, púseme a escu­
gación de contribuir a la general belleza char. Música solemne y exquisitamente
y ornamento del divino plan de perfec­ armoniosa llegó a mis oídos desde la dis­
ción universal. Cada hombre, cada m ujer, tancia. Parecía vibrar a través de la ven­
debe dar de sí lo m ejor para conseguir ese
tana como en un dóble coro, levantándose
fin. El artista debe dar su más noble arte, desde el mar y descendiendo de los cielos.
no porque le proporcione ganancia o re­
Desliciosas armonías tremolaban en el aire,
nombre sino por lo que debe a los demás suaves como la llovizna al caer sobre las
en cuanto al perfeccionamiento estético. rosas, y con su penetrante ternura, miles
El poeta debe ofrecer sus más elevados de sugestiones, miles de memorias vinie­
pensamientos, no por buscar alabanza, ron hacia mí, todas ellas infinitam ente
sino por amor a la humanidad. El propio dulces. Principié a pensar en que si aun
artífice o artesano debe hacer su m ejor Rafael Santóris llegara a separarse de m í
y más resistente obra, no por el dinero que por cualquiera fatalidad o desgracia, ello
recibe en pago de ella, sino por el hecho no me afectaría demasiado mientras yo
— 182 —

alimentase en m i propia alma mi amor solutamente contraria a los mandatos di­


para con él. Nuestra pasión era de natu­ vinos. Cuando hube pensado en todo esto
raleza más elevada que la meramente m a­ principié a m editar cuán diferente sería
terial; era m aterial y espiritual al mismo este mundo si los seres humanos aspirasen
tiempo, pero predominaba lo espiritual, a la realización de los más nobles ideales,
constituyendo así la única pasión verda­ y pusieran siempre de m anifiesto la oculta
dera. ¿Qué importaban unos pocos años fuerza y grandeza que hay en sus almas;
más o menos si estábamos predestinados si ellos gobernasen realmente su propio
a unirnos al fin en virtud de las leyes eter­ universo sin perm itirle descender al caos.
nas que nos gobiernan? ¡Cuán dichosa llegaría a ser la vida!¡Cuán
La música continuaba en varios capri­ repleta de salud y de felicidad! ¡Qué pa­
chos de suave armonía, y m i espíritu, raíso se crearía en torno nuestro! ¡Cuán
como nube flotante, deslizábase perezo­ innumerables bendiciones recibiríamos del
samente sobre las ondas sonoras. Llena de Sér Supremo!
compasión, pensé en los miles de seres
inquietos y descontentos que se dedican Gradualmente, mientras permanecía sen­
a los más insignificantes designios en la tada y absorbida en mis propios ensueños,
vida; gentes para quienes la pérdida de un la tarde declinó en crepúsculo?, y al cre­
mero artículo de falsa ostentación es más púsculo sucedió la noche. Una estrella,
im portan te que una dificultad nacional; como grande y luminoso diamante, apa­
gentes que dedican todas sus facultades a reció por sobre un claro de nube, y una
fin de progresar en sus miras exclusiva­ suave obscuridad comenzó a invadir el cielo
m ente egoístas; gentes que discuten tri­ y el dilatado mar. Luego abandoné m i asien­
vialidades hasta que la discusión se agota, to al lado de la ventana;, y comencé a pa­
los oídos se cansan y el cerebro se fatiga; searme lentam ente por el cuarto en m a­
gentes que, presumiendo ser religiosas y ravillada expectación. La música aun con­
regulares asistentes a las iglesias, ejecutan tinuaba, pero en form a más calmada y
las más bajas acciones y no tienen escrú­ solemne, semejante a las armonías de un
pulos para chism ear y hacer daño a los grande órgano tocado en alguna catedral.
demás hasta q u e consiguen romper am is­ Aquella música me impresionaba con un
tades y destruir e 1 a m o r; gentes que hablan doble sentim iento de plegaria y de alaban­
de Dios como si fuera un amigo íntim o y za, más de alabanza que de plegaria porque
que, sin embargo, proceden en forma ab­ nada tenía yo que pedir, pues Dios me ha­
— 184 —
— 185 —

bía dado m i propia alma, que para m í era globo o en un aeroplano, y dirigim os nues­
todo. tra vista hacia abajo, a una muchedumbre,
Cuando la obscuridad se hizo más pro­ todos los seres humanos que la com po­
funda, una apacible luz difusa alumbró nen nos parecerán iguales: una masa
el cuarto, y pude notar que eran las pro­ obscura de pequeñas y movedizas unidades:
pias paredes las que brillaban en esta fo r­ Pero, al descender entre ellas, vemos cada
ma tan delicada. Toqué con m i mano la rostro y cada figura totalm ente diferentes,
pared más próxima y la encontré entera­ a pesar de haber sido creados con los m is­
mente fría. Yo era incapaz de comprender mos principios materiales. Sin embargo,
cómo podría producirse aquella luz tan hay quienes argumentan y afirm an que,
hermosa; y mientras continuaba paseán­ aun cuando es muy marcada la indivi­
dome, observando los graciosos y artísticos dualidad personal en cuanto a los cuerpos,
objetos que adornaban el cuarto, distin­ no existe personalidad individual en las
guí un caballete que sostenía un cuadro almas; que la Naturaleza se preocupa tan
cubierto con una cortina de terciopelo a la ligera del espíritu inteligente que ha­
negro. Movida por la curiosidad, hice a un bita una form a mortal, que ella lim ita la
lado la cortina y m i corazón dio un repen­ individualidad a lo que está sujeto a cam­
tino salto de alegría. ¡Era un retrato de bio, sin tom ar en cuenta lo que en él es
Rafael Santóris, admirablemente pintado! eterno. Esta hipótesis es absurda, ya que
Mirábanme sus grandes ojos azules, y una es el alma la que im prim e personalidad
sonrisa se dibujaba en su firm e y hermosa al cuerpo.
boca. El retrato entero me hablaba, y pare­ La personalidad individual de Rafael
cía preguntarme «¿Por qué motivo has Santóris, aun expresada en su retrato,
dudado?». Permanecí icontemplándolo du­ parecía la de un sér a quien yo hubiera
rante varios minutos, dándome cuenta de amado tiernamente durante largo tiempo.
lo que puede impresionar aún la im itada No había reservas en sus facciones, sino
presencia de un rostro amado. Y luego co­ únicam ente una adorable fam iliaridad. En
mencé a pensar acerca de cuán extraño es épocas remotas, en siglos que pueden esti­
que jamás parezcamos en disposición de marse como meros días en el trascurso del
adm itir la insistente manifestación de la tiempo, su alma me había mirado con
Naturaleza en lo relativo a la personalidad amor por intermedio de sus bellos ojos
e individualidad. Si nos remontamos a azules. Reconocí su tierna, semi-suplicante
considerable altura en la barquilla de un y se m i-im perativa mirada, y su ligera son­
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risa que tanto expresaba. Sentí que el es­ Obedeciendo a los impulsos de mi im a­
forzado y ambicioso espíritu de este hom ­ ginación, extendí ambos brazos hacia el
bre había buscado el mío para ayudarlo y retrato de m i amor, y llenáronse de lágri­
completar el suyo, y que yo, sin compren­ mas mis ojos. Me sentí la más débil íde las
derlo, me había separado de él en la opor­ criaturas ante el súbito recuerdo de la d i­
tunidad decisiva en que debíamos unirnos. cha que pude haber alcanzado largo tiempo
Una y otra vez estudié su retrato encareci­ atrás si yo hubiera sido oportunamente
damente, tan conmovida por su aspecto cuerda.
que me sorprendí hablándole con ternura, Una puerta abrióse con suavidad a mis
como en presencia de un sér efectivo: espaldas, y volvíme al instante en esa d i­
«¿Te encontraré nuevamente?», m urm u­ rección. Era Honorio, el mensajero de Asél-
ré. «¿Vendrás a mí, o iré a ti? ¿Cómo nos zion. Lo saludé con una sonrisa, a pesar
encontraremos? ¿Cuándo podré decirte que de mis ojos llorosos.
eres m i único am or; el centro de m i vida; «¿Habéis venido a buscarme?», pregun­
el verdadero manantial de mis mejores té. «Estoy lista».
pensamientos y acciones; el Dios de Honorio hizo una ligera reverencia.
m i universo de cuyo amor nace la luz «N o estáis enteramente lista», respon­
y el esplendor de la Creación? ¿Cuán­ dió. Y al decir estas palabras puso en mis
do te veré otra vez para decirte lo que mi manos un vestido doblado y un velo. «D e­
corazón desea expresarte? ¿Cuándo podré béis vestiros con esto. Os esperaré al lado
arrojarme a tus brazos, y vivir en paz, cons­ afuera».
ciente de haber ganado el pináculo de m i Cuando me hubo dejado sola, procedí
ambición en el amor de nuestra perfecta con toda rapidez a cambiar m i vestimenta
unión? ¿Cuándo pondremos nuestras vidas por la que Honorio me había traído, y que
én consonancia con esa cuerda sensible consistía en un largo vestido blanco algo
que deja oír sus armónicos sonidos dulce­ pesado, de suave seda, y un velo igualm ente
m ente por toda la eternidad? ¿Cuándo nues­ blanco que me cubría de pies a cabeza.
tras almas form arán una sola, pletórica de Term inada esta operación, la que realicé
luz, en que el poder y bendición de Dios en pocos minutos, toqué la campanilla que
vibren como fuego vivo, creando dentro de antes me había servido para llam ar a Asél-
nosotros la belleza, la sabiduría, el valor y zion. Honorio entró inm ediatam ente; su
la celestial felicidad? Necesariamente, este aspecto mostrábase grave y preocupado.
será nuestro fu tu ro; ¿pero cuándo?». «Para el caso de que no volváis a este
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cuarto», dijo con lentitud, «¿tenéis algún encontramos en nuestra marcha pudimos
mensaje, alguna comunicación que deseéis ver el cielo tachonado de estrellas. Llega­
enviar a vuestras relaciones?». mos al espacioso hall donde jugaba la fu en­
M i corazón dio un salto repentino. ¿Ha­ te, y lo encontramos iluminado con la
bría algún peligro efectivo reservado para misma extraña y penetrante luz que yo
mí? había notado en ocasión anterior. El her­
«N o tengo», contesté sonriendo, después moso brillo, al caer sobre la fuente, hacía
de m editar un m om ento, y agregué en que el delicado follaje de los heléchos y
seguida: «Podré atender después por m í palmeras y los diversos matices de las flo ­
misma todos mis asuntos personales». res, semejasen en su conjunto algo así
Honorio me m iró con atención. Su hermoso como un sueño de hadas.
y austero rostro mostrábase grave hasta la Habiendo pasado el hall, seguí a Honorio
melancolía. por una estrecha galería. De repente me
«N o estéis tan segura», dijo en voz baja. encontré sola. Guiada por la armoniosa
«Aun cuando no me corresponde hablar, y solemne música del órgano, continué
debo deciros que pocos triunfan en la prue­ avanzando. Pronto observé un amplio to ­
ba a que pronto seréis sometida. Solamente rrente de luz que emergía por la puerta de
dos han pasado por ella en diez años». la capilla. Entré sin vacilar un instante.
«¿Y uno de esos dos fué . . . »? En seguida me detuve. El símbolo de Cruz
Por toda respuesta indicó el retrato de y Estrella resplandecía frente a m í, y por
Santóris, confirmando así m i instintiva todos lados hombres vestidos de blanco,
fe y esperanza. con sus capuchas echadas sobre sus espal­
«¡No tengo m iedo!», exclamé, «y estoy das, permanecían en silenciosas filas. A qu e­
ahora dispuesta a seguiros a donde quie- llos hombres mirábanme con sumo interés.
ráis lle v a rm e »... M i corazón latía rápidam ente; estreme­
Sin hacer otra advertencia, volvióse y cíanse mis nervios. Yo temblaba al andar,
dirigió sus pasos hacia afuera del depar­ m uy agradecida por el velo que algo me
tam ento. ocultaba ante aquella m ultitud de ojos
Y o seguí tras él. Descendimos varias es­ que me miraban admirados, pero con be­
caleras y pasamos por algunas galerías, nevolencia; ojos que mudamente me d iri­
tristem ente alumbradas unas, otras con gían preguntas que jamás serían contes­
m uy escasa luz. La noche había ya avanzado, tadas; ojos que parecían decir: «¿Por qué
y a través de una o dos de las ventanas que estás entre nosotros, tú, m ujer como eres?
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¿Cómo has vencido dificultades que nos­ tam ente, sin perm itirm e a m í misma ni
otros tenemos todavía que vencer? ¿Es or­ aun pensar en el peligro.
gullo o ambición de tu parte, o es amor?». ¡En seguida vi a Asélzion, a Asélzion
Sentí m il influencias que se ejercían a transfigurado en un sér de sobrenatural
m i alrededor; el poder de muchos cerebros belleza m ediante la radiación de la esplen­
escrutaban en silencio m i espíritu como dente luz que lo envolvía!
si procuraran examinar a un testigo pre­ Con ambas manos me llamaba hacia él
sentado en defensa de alguna gran causa. y, al aproximármele, caí de rodillas. La
Con todo, resolví no ceder ante la abrumado­ música cesó repentinamente, y prodújose
ra nerviosidad y repentino sobresalto de m i un absoluto silencio. Aun cuando no podía
propia situación que amenazaba debilitar ver de un modo amplio, sentía que los ojos
el control de m í misma. Fijé mis ojos en el de todos los presentes se encontraban fijos
esplendoroso símbolo de Cruz y Estrella, en m í. Luego habló Asélzion:
y proseguí avanzando con lentitud. Sin «¡Levántate!», dijo con voz clara e im ­
duda, parecía yo una extraña criatura en perativa. «¡No es aquí donde debes arrodi­
blanca vestimenta, como víctim a destinada llarte; no es aquí donde debes descansar!
al sacrificio, encaminándose enteramente ¡Levántate, y anda! ¡Has ido lejos; pero el
sola hacia aquellos ardientes y penetrantes camino es aún más largo! ¡La puerta de la
rayos de luz que envolvían toda la capilla ú ltim a prueba se encuentra abierta! ¡Que
en un brillo casi enceguecedor. El órgano Dios sea tu guía!».
dejaba oír aún sus potentes y majestuosos Levantéme, obedeciendo a su mandato.
acordes, y me pareció escuchar el canto de Un deslumbrante destello de luz hirió
lejanas voces que de ellos em ergía: mis ojos, como si se hubiese abierto el
Cielo. El resplandeciente símbolo de Cruz
«In to the Light, y Estrella se dividió en dos porciones sepa­
Into the heart of the fire! radas, descubriendo algo parecido a un
T o the innermost core of the deathless hall de vivo fuego en que llamas de todos
fíam e. colores subían y bajaban sin cesar. ¡Era
I ascend, I aspire!». una especie de horno de fundición en que
todo debía ser consumido!
M i corazón palpitaba con extraordinaria M iré a Asélzion en silenciosa interroga­
violencia; todos mis nervios temblaban. ción, y en respuesta igualm ente silenciosa
Sin embargo, continué avanzando resuel­ me indicó hacia la luminosa bóveda. Com ­
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prendí al instante, y, sin vacilar, avancé adelante con mayor valentía. Al principio
hacia ella. Como en sueños, oí una especie m e sentí bañada por delicados rayos de
de m urm ullo tras de mí, y reprimidas ex­ color topacio; luego, de hermoso color
clamaciones de los estudiantes y discípu­ violeta y sus diversos matices; en seguida,
los de Asélzion quienes en su totalidad se de celeste, semejante al colorido de un cielo
encontraban reunidos en la capilla; pero estival. Y mientras más avanzaba, más
no puse atención en todo esto, pues mi am plia y más brillante era la luz que me
alma estaba preocupada de la últim a prue­ envolvía. Sentíala penetrar por cada poro
ba a que debía ser sometida. Avancé paso de m i cutis, y, al observar mis manos, las
a paso, y al enfrentar a Asélzion murmuré vi transparentes en medio de aquellos finos
sonriendo: «¡Adiós! ¡Nos encontraremos rayos luminosos. En seguida, cobrando
otra vez!». valor, eché atrás m i velo, y respiré en m e­
En seguida me encaminé hacia las llamas. dio de aquel resplandor como se respira al
Sentí su fuego en mis m ejillas. El aire aire libre. Tan liviano sentía m i cuerpo que
caliente levantaba mis cabellos a través m e parecía flotar en vez de andar. Las bri­
de los pliegues de m i velo. Luego concebí llantes llamas se convirtieron pronto en
la idea de que por alguna u otra causa iba hermosas flores y hojas que se arqueaban
yo a experimentar el «Cambio que los seres sobre m i cabeza como ramas de frondosos
humanos llaman Muerte », y que por este árboles. Luego divisé a lo lejos una figura
medio encontraría a m i amado en otro como de ángel que m e esperaba con ojos
plano de vida; y con su nombre en mis la ­ vigilantes y con los brazos extendidos.
bios y una súplica apasionada en m i co­ Aunque esta visión duró sólo un momento,
razón, me interné en el resplandeciente alcancé a darme cuenta de lo que ella sig­
fuego. nificaba. Continué m i marcha con crecien­
A l hacerlo, desapareció de m i vista Asél­ te empeño, deseosa de alcanzar al compa­
zion, la capilla, y todos aquellos que ob­ ñero de m i alma quien me esperaba con
servaban mis m ovim ientos, y víme rodeada tierna paciencia. La luz en torno m ío se
por todos lados de penetrantes puntas de convirtió luega en ondas de intenso brillo
luz que, en lugar de chamuscarme y se­ que se precipitaron sobre m í como olas del
carme como una hoja desprendida por la mar, y m e dejé llevar por ellas sin saber
tempestad, hacíanme el efecto de una fresca a donde. De súbito, vi una elevada columna
y fragante lluvia que caía sobre mí. M uy de fuego que parecía interceptar m i ca­
asombrada por esta circunstancia, seguí mino. Detúveme por un mom ento, y ob­
7.—Cantillo
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servé que dicha columna se dividió en dos m ina nuestras blancas velas que luego se­
partes para form ar la Cruz y la Estrella. rán plegadas; y nosotros, Rafael y yo, nos
En extremo maravillada, m iré hacia arriba; sentamos juntos, y vemos a la noche ex­
sus resplandecientes rayos parecían pene­ tender en torno nuestro su tenue y obscuro
trar mis ojos, m i cerebro, m i propia alma! crespón. Unas tras otras, aparecen las es­
En aturdida confusión, me lancé hacia trellas en el firm am ento como diamantes
adelante, exclamando: «¡Que este sea el bordados en terciopelo de negro color púr­
fin !». pura; escuchamos el gentil murm ullo de
Alguien m e tom ó en sus brazos; alguien las olas que rompen al pie de un rocoso
me estrechó en su pecho, manteniéndome prom ontorio en la playa lejana, y la noche
así como si yo hubiera sido la más cara po­ pondrá térm ino a un día de paz yfelicidad,
sesión de su vida, y una voz infinitam ente uno de esos hermosos días que, como pro­
tierna exclamó: cesión de ángeles, nos traen una nueva
«¡No el fin, sino lo infinito, querida mía! y cada vez más perfecta dicha!
¡Mía al cabo, y m ía para siempre, en triu n­ Ha trascurrido más de un año desde m i
fo, en victoria, en felicidad perfecta!». «Noviciado» en el Castillo de Asélzion,
Y entonces me di cuenta de que había desde que nosotros, Rafael y yo, nos arro­
encontrado m i am or; que era el propio dillam os delante del Señor para recibir su
Rafael Santóris quien así me tenía en es­ bendición en nuestra unión perfecta. En
trecho abrazo; que yo había cumplido mi ese breve tiem po he perdido todos mis
deseo de probar m i fe ; que había ganado amigos y conocidos mundanos, quienes,
todo lo que me era menester en este m un­ puedo decirlo, han llegado a sentirse tem e­
do y en el venidero, y que nada podría se­ rosos de m í porque poseo todo lo que el
parar nuevamente nuestras almas. mundo puede darme, sin su consejo y sin
su ayuda, y no sólo temerosos sino ofendi­
*
*
*
dos por cuanto he encontrado al com pa­
ñero de m i alma a quien ellos desconocen
en absoluto. Me consideran «perdida para
Escribo estas últimas palabras sobre el la sociedad», y no pueden imaginarse que
puente del Dream, al lado de Rafael. El sol m i pérdida es una verdadera ganancia.
se está poniendo majestuosamente en m e­ Mientras tanto, Rafael y yo, vivimos
dio de un resplandor rojizo. Vamos a anclar nuestra radiante y feliz vida en amplia
en aguas tranquilas. Una luz rosada ilu ­ posesión de todo aquello que convierte la
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existencia en hermosa y apacible, sin de­ ción. No existe el perdón de los pecados,
sear cosa alguna que nuestras propias pues cada infracción de la ley moral lleva
fuerzas secretas no puedan sum inistrar­ en sí su propio castigo. No hay necesidad
nos. La riqueza es nuestra, uno de los más de plegarias, desde que cada justa aspira­
pequeños dones que la Naturaleza otorga ción del alma le es concedida sin pedirla.
a aquellos de sus hijos que saben donde De lo que hay necesidad, y mucha, es de
encontrar sus inagotables tesoros; y go­ alabar a Dios y darle las gracias, ya que el
zamos tam bién de la perfecta salud que alm a vive y se perfecciona en la m agn ifi­
acompaña siempre a la constante afluencia cencia de su Creador.
de una inextingible vitalidad. Ciertos actos
que conseguimos realizar pueden parecer Todo el secreto de la Vida Eterna y de la
«m ilagros» para los demás, de manera que Felicidad Eterna está contenido en la am ­
aún cuando aceptan ayuda y beneficio de plia posesión y control del Divino Centro
nuestra parte, ellos fruncen el entrecejo y de nosotros mismos, de esta llam a viva que
mueven sus cabezas ante la actitud que habita en nuestras almas y que debe ser
asumimos en cuanto a las hipocresías y DUAL para que sea perfecta, y que, una
vez perfeccionada, aconstituye una fuerza
convencionalismos sociales; pero, no obs­
tante, podemos crear tales «influencias» eterna que nada puede resistir ni nada
en torno nuestro, que nadie llega cerca de puede destruir. Toda la Naturaleza arm o­
nosotros sin sentirse más fuerte, m ejor y niza con su acción, y de la propia Natura­
más contento, y este es el máximum que leza extrae su creciente energía y su per­
se nos perm ite hacer en favor de nuestros petua subsistencia.
semejantes, ya que ninguno quiere oír ra­ Para Rafael y para m í el mundo es un
zones ni seguir consejos. La más fervorosa jardín del Paraíso, lleno de encantadora
alma que haya vivido en humana form a no belleza. Vivimos en él como una parte de
puede conducir a otra alma por el camino su encanto. Aprovechamos para nuestros
de la vida eterna y de la felicidad eterna propios organismos el calor de la luz solar,
si esta últim a rehúsa seguirla. Y es una el brillo de sus diversos matices, el dulce
verdad absoluta la de que cada hombre y canto de las aves, la fragancia de las flores
cada m ujer se form a su propio destino, y las exquisitas vibraciones del aire y de la
tanto en ésta como en la otra vida. Esta luz. Nuestras vidas suenan como dos notas
verdad es una ley inm utable que jamás armónicas en el teclado del In fin ito, y
puede experimentar la más ligera varia­ sabemos que esa armonía será más dulce
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y más perfecta a medida que avance la roso obstáculo en el eterno perfecciona­


eternidad. m iento de nuestras almas; pero nada debe
Si alguien me preguntara acerca de la importarnos lo que otros digan o piensen
necesidad de experimentar las pruebas si el altar de nuestra propia espiritualidad
psíquicas a que me sometió Asélzion, yo se m antiene libre e inmaculado para que
le respondería: ¡Observad el mundo, y de­ en él brille la llama DUAL del amor y de
cidme francamente si las costumbres de la vida.
los seres humanos son adecuadas para en­ No m e im porta que alguien rechace mis
gendrar felicidad! ¡Fijaos en la sociedad; creencias; ni perderé m i felicidad al saber
fijaos en la política; fijaos en el comercio, que personas que viven en planos inferio­
y veréis en todas partes meros designios res m e consideren una insana por el hecho
de provecho egoísta! Y más que todo, m i­ de elegir una existencia más elevada. Bás­
rad la impostura de la moderna religión. tam e experimentar la m uy grata satisfac­
¿No constituye ella m uy a menudo una ción de que en un siglo tan egoísta y m a­
mera blasfemia y una afrenta a la M ajes­ terial como el en que vivimos tiene toda­
tad Divina? Y estos errores contra la N a­ vía Asélzion sus adherentes y discípulos;
turaleza, estas ofensas contra la Ley eterna, un puñado de hombres, es cierto, pero su­
¿no son el resultado de la propia «influ en­ ficiente para sostener la hermosa verdad
cia» del hombre que se ejerce en oposición de que las potencias del alma pueden m a­
a los mandatos de Dios que él desobedece nifestarse en form a útil y provechosa.
aun cuando reconoce que ellos existen? Para quienes han estudiado las enseñan­
El punto principal de la enseñanza de zas de Asélzion y las han dominado sufi­
Asélzion es la prueba del cerebro y del alma cientem ente a fin de practicarlas en el
contra las «influencias», las opositoras camino de la vida, ésta se les presenta
influencias de los demás, las cuales cons­ como un constante manantial de dicha, y
tituyen el principal im pedim ento de todo les ofrece diarias pruebas de que la muerte
progreso espiritual. El cobarde sentimiento no existe. La juventud se m antiene donde
del m iedo nace m ediante la influencia de hay amor, y la belleza se nutre con la salud
personas timoratas, y es generalmente el y la consiguiente vitalidad. La decadencia
m iedo del «qué dirán» o «qué pensarán» y la destrucción son cambios que nacen de
lo que nos retrae de llevar a efecto muchas la apatía de la voluntad y del desconoci­
nobles acciones. Es ya del todo sabido que m iento de las facultades del alm a; y la
las influencias extrañas son el más pode­ m ism a ley que concede al alma su sobera­
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nía suprema, trabaja por libertarla de las práctica, sin preocuparse de las - influen­
substancias estériles, gastadas e inactivas. cias» que puedan ejercerse a fin de impedir
A quienes me pregunten cómo puedo m an­ su acción. Cada uno debe descubrir el
tener y guardar los tesoros de la vida, del equilibrio central de sus fuerzas vitales y
amor y de la juventud que la mayor parte adherir firm em ente a él. Este equilibrio
del género humano está perdiendo para determ ina la criatura inm ortal de cada
siempre, les contestaré que no puedo decir sér, cuyo destino es realizar eterno progre­
más que lo que he dicho, y que la lección so y perfeccionam iento a través de inter­
que todos deben aprender está contenida minables faces de vida, amor y belleza; y
en lo que he escrito. Es infructuoso discutir una vez conocida y aceptada la efectiva
con quienes ningún argum ento puede con­ existencia de este centro inm ortal, nos
vencer, o procurar enseñar a quienes no daremos cuenta de que con él todas las
desean recibir lecciones. cosas son posibles, salvo el cambio que
Nosotros, Rafael y yo, en virtud de la llaman «m u erte». Irradiando hacia afuera,
manera en que vivimos nuestra existencia, puede conservar indefinidamente la salud
podemos probar la efectividad del absoluto y la juventud del cuerpo en que habita,
dom inio del alma sobre todas las fuerzas hasta que en virtud de su propio deseo
elementales, materiales y espirituales. Todo busque un más elevado plano de acción.
cuanto habernos menester para nuestro Irradiando interiorm ente, constituye una
perfeccionamiento se nos otorga con sólo irresistible fuerza atractiva que conduce
pedirlo. La ciencia nos sirve como lámpara hacia sí las potencias y virtudes del planeta
de Aladino, proporcionándonos todas las en que habita, y que somete a su voluntad
dichas imaginables. Para nosotros el amor, y mandato todas las fuerzas visibles e in ­
considerado por muchos seres humanos visibles de la Naturaleza. Esta es una de
como la más variable y transitoria de las aquellas grandes verdades que el mundo
emociones, es el principio m ismo de la vida, niega, pero que está destinado a conocer
la esencia misma de las ondulaciones en lo futuro.
etéreas que ayudan a nuestra existencia.
Todos pueden alcanzar una felicidad se­
m ejante a la nuestra; pero no hay sino un F 1N
medio de alcanzarla, y la clave de este m e­
dio se encuentra en el alma del individuo.
Cada cual debe encontrarla y ponerla en

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