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Y se armó el tole tole

Nuria Sala I Vila

Cap. IX: Participación en la rebelión de los Angulo y Pumacahua, 1814-1816

La etapa posterior a 1808 estuvo determinada por el triunfo revolucionario de la Junta Tuitiva
de la Paz, defensa de ideas liberales de la Constitución de 1812 o las rebeliones de Huánuco,
Panataguas y Huamalíes en 1812 y Cusco en 1814, dirigida esa última por los Angulo y
Pumacahua, movimiento que tuvo una amplia extensión en el centro sur-andino y hacia el
altiplano paceño y participación de sectores criollos e indígenas, aunque estas alianzas fueron
coyunturales ya que el movimiento derivó en una radicalización indígena campesino.

La participación criolla en la rebelión se debe a un conflicto contra el centralismo limeño, la


lucha contra aquellos que retrasaban la aplicación de la constitución del 12, mientras la
insurrección indígena de 1814 respondió a la restauración del tributo desapareciendo las
vacilaciones indígenas y recurriendo a la insurrección en las áreas que abarca las intendencias
de Huancavelica, Huamanga, Puno, Arequipa y La Paz. Así, cuando se encarcelan a las
autoridades españolas de Cusco, se forma un nuevo gobierno basado en un Triunvirato,
encabezado por Mateo Pumacahua y un mando militar dirigido por José Angulo. La toma de
Cusco, que respondía a la reivindicación del cumplimiento de la Constitución, partió de este
punto hacia ocupar el territorio del sur andino, tratando de envolver a Lima, dirigiendo el
grueso de sus fuerzas a Cusco, luego hacia La Paz y luego, liderado por Pumacahua y Angulo,
hacia Arequipa. Si bien la Paz fue conquistada rápidamente, los ejércitos realistas la
recuperaron posteriormente. Estas tropas cusqueñas se componían de indígenas
principalmente, sin necesidad de que se haya desarrollado una identificación masiva con la
figura de Pumacahua ya que la participación indígena desbordó en lugares que no cubrían su
influencia como Huamanga y Huancavelica.

La rebelión de 1814 en Huancavelica y Huamanga: las noticias de los sucesos de Cusco en la


provincia de Andahuayas, desencadenó adhesiones espontáneas de sus comunidades. En
Huamanga la revuelta popular se enseñoreó en la ciudad, impidiendo la salida de levas de
soldados para la defensa, saqueando comercios y casas, escapándose un grupo de hispanos y
criollos hacia Huanta, a partir de ahora un bastión realista que va a impedir el avance del
ejército cusqueño. En Huancavelica la situación se agravó por la crisis de subsistencia que
imposibilitó la recaudación de impuestos. Si bien en Huamanga se desarrollaron nuevas
revueltas contra los europeos, fue reconquistada por fuerzas realistas, aunque continuó siendo
una zona de insurgencias indígenas. En Huancavelica se desata una revuelta que saquea casas,
con importante participación femenina y dónde se apresa al intendente que luego va a huir a
Lima. Las rebeliones se daban contra las autoridades coloniales más significativas así como
contra grandes hacendados españoles represores del ritual indio, como es el caso de la
revuelta contra Don Juan Bidalón. Estos conflictos se basarán en luchas entre montoneras, con
base comunal que le aportaba conocimiento del territorio, víveres y hombres, se convierte en
la forma de lucha por excelencia y en las guerras de independencia, aunándose las
comunidades contra los símbolos de la dominación fueran intendentes, hacendados, curas e
incluso, alcaldes indios. Así, en Huancavelica y Huamanga los dirigentes fueron alcaldes y de
sectores rurales mestizos, viéndose favorecida esta casta cuando los cacicazgos de sangre son
depuestos, convirtiéndose en los intermediarios de la admn. colonial por su dominio del
castellano, compartiendo incluso una cosmovisión similar con los indios.

A pesar de la derrota de Huanta, los movimientos insurgentes espontáneos continúan. Estos


casos analizados de Huamanga y Huancavelica muestran una importante participación
indígena, aunque también hubo apoyo indígena para las causas realistas en el caso de Huanta o
Lauricocha, siendo zona de haciendas, ya que los indios eran manejados por hacendados.

La rebelión de 1814 en la intendencia de Arequipa: se reproduce la dicotomía entre


absolutistas y constitucionalistas, siendo el grupo liberal arequipeño apresado. La facción
constitucionalista se reunió para establecer la lista que triunfaría en la elección del
ayuntamiento, levantándose los gritos patrióticos contra los absolutistas. La radicalización se
este movimiento, lo llevó a unirse con las filas cusqueñas expandiéndose a todos los pueblos
arequipeños, que se proclamaron defensores de la patria y controlaron los gobiernos locales.
Los pueblos altos se suman en 1814, reproduciendo movimientos similares a los de Huamanga
y Huancavelica, contra alcaldes no constitucionales y movimiento contra europeos y blancos.
Durante este movimiento predominaba la frase “la patria ha de reinar”, que ocasionaba el
descontento de los realistas luego de apresado su líder Casimiro Ángel de Figueroa.

La derrota de Umachirí y la radicalización de la rebelión de 1814: la idea de que no había rey


fue aceptado durante toda la rebelión. Ya que la Corono había sido vendida por los indignos
europeos, se decía que los europeos querían gobernar con el subterfugio de que seguía vivo,
pero para Pumacahua era oportunidad de independencia. Ya que el rey había muerto, se debía
pagar una contribución voluntaria que a diferencia del tributo, ese quedaba en tierras
americanas contribuyendo a su riqueza. Este discurso era coherente con los criollos ya que
atacaba al reformismo borbónico que favorecía el crecimiento económico metropolitano,
mientras que para el indígena liberarse del pacto de vasallaje no debía tributo a nadie, sólo
luchar contra quienes lo oprimían. Sin embargo, la batalla de Umachiri en marzo de 1815
acabará con el último reducto de la insurgencia cusqueña, frente a un ejército realista de
oficiales experimentados. Esto derivó en una importante represión del movimiento,
fusilamiento de los quíntuplos y de los líderes cusqueños y el indulto del resto de los indios.

Esta experiencia demuestra que si bien hubo alianzas entre comuneros y caciques o indígenas y
criollos, existían intereses que los separaban más allá de la reivindicación de la constitución del
12, por tanto los indígenas encontraron en estos criollos una base firme para extender
posteriores levantamientos contra autoridades y la recaudación excesiva de tributos, cuestión
que en las zonas dominada por la rebelión cusqueña nunca fue suprimida, ya que el cobro del
tributo era lo único que mantenía a las tropas, de ello deriva un descontento generalizado.

La fase radical indígena de la rebelión: las derrotas anteriores no finiquitaron el movimiento


indígena. Fragmentado, pero continuó radicalizándose hasta los primeros meses de 1816.
Diversas montoneras continuaron bajo la dirección de capitanes de partidas. En la zona de
Titicaca, escaparon a la influencia realista como el pueblo de Capachica que, ante el intento de
una conquista, sus comuneros atacaron a los ejércitos realistas, cuestión que dio pie a una
rebelión en Puno, que obliga a su intendente. Los levantamientos del altiplano puneño se
expandieron hacia las provincias altas cusqueñas. Si bien reconquista Puno, los alzamientos en
sus distintas regiones continuaron siendo la zona de Titicaca una región ampliamente indígena
y por ende, un centro privilegiado de rebelión, persistiendo los conflictos sobre la base de
guerrillas o montoneras. Después de Umachirí, serán los caudillos quienes dirijan los
movimientos, como fue Leandro Bustios, sin embargo no existió ejército estable en esa última
fase. Se recurrían a intermediarios como mandones, alcaldes o los mismo ayllus para reclutar
gente, contando además con un número limitado de armas. Mientras tanto, sus dirigentes se
constituían como desertores de los antiguos ejércitos, conociendo el mando militar. Las luchas
comenzaron a tornarse cada vez más violentas, radicalizándose el aspecto de las matanzas
contra todos los españoles y europeos “para que sólo queden indios en las tierras”. Las
propuestas también se radicalizaron, proponiéndose la abolición completa de los tributos,
proyectos de base similar a los liberales. Sin embargo, no se puede hablar de un frente único
indígena., ya que algunos se levantaban para recuperar el poder de sus comunidades, otros
ligados al comercio acusaban contra los repartos forzosos, otros sectores comuneros que se
oponían al resto de los sectores, y por último los representantes de sectores económicos
eclesiásticos y autoridades coloniales contra todo proyecto liberal.

Cap. X: Retorno del absolutismo, 1814-1815

Los discursos políticos liberales antipeninsulares continuaban mientras la administración


colonial basculó entre la profundización del proyecto liberal y el regreso del absolutismo,
siendo la política del virrey Abascal vista como una de las más absolutistas. La política agraria
discutida por las cortes gaditanas van a ser fundamental para la metrópoli así como para las
colonias, referidas a la distribución de tierras o las respectivas recaudaciones públicas.

Las medidas económicas tomadas por la Corte, van a ser aplicadas en el Perú ante el
importante déficit fiscal que lo lleva a buscar recursos económicos y medidas para obtener
ingresos, por la guerra y el fin del tributo. La restauración de este último fue una de las
medidas tomadas en cuenta. Esto llevó al virrey Abascal a aplicar la ley que establecía un tercio
adelantado de la contribución directa y por otro lado, la privatización de las tierras comunales
indígenas, desapareciendo ésta propiedad comunal y convirtiéndose los indígenas en
pequeños propietarios, aunque su alcance no es claro. De la misma forma, se había creado un
incipiente mercado de tierras cuando muchas fueron dadas a sueldos, y otras dadas a los
soldados del ejército realista para pagar sus servicios.

Sin embargo, todas estas medidas desinadas a evitar la restauración del tributo, cayeron en
desuso de la misma forma que la Constitución de Cádiz cuando se restaura el absolutismo con
Fernando VII, volviéndose a los misma situación del antiguo régimen como la diferenciación
colonial sobre base étnica, salvando en cierta medida la pérdida de las tierras comunales a los
indígenas, aunque la real cédula de 1815 restaura los tributos antes de 1808, por tanto, se
reinstaura el tributo, pero con una nueva denominación “La contribución personal”, emitida
esa por el virrey Abascal a todas las intendencias ese mismo año. En el centro y sur andino,
esta restauración coincide con los avances de pacificación de las zonas rebeldes del ’14.
Aunque en muchas zonas los cobros se van a retrasar, desatándose huidas contra la
recaudación pero la verdadera resistencia la presentan los gremios cusqueños, negándose a
pagar el impuesto doble por su condición de indígena y artesano.

Esta situación coincidió en varias provincias cusqueñas con períodos de escasez y epidemias,
ocasionando crisis de subsistencia y por tanto, una baja recaudación fiscal. La zona de escasez
se ve en la región de aymaraes. Después de la rebelión de los Angulo y Pumacahua, esas
regiones insurgentes se hicieron difícil la recaudación. Sin embargo, a estos focos de
insurgencia cusqueña no se sumaron ni Huamanga ni Huancavelica ya que en estas zonas no se
recaudaron tributos indígenas desde 1814. Estas dificultades de restaurar el cobro del tributo
se acentuaron en pueblos que se resistían a acatar y jurar fidelidad al rey. Así, la reimposición
del tributo en la zona centra marchó al unísono por el proyecto pacificador iniciado por el
intendente de Huancavelica en ese momento. Por eso, como en Angaraes, pacificación, jura a
la Corona, indulto y reintroducción de obligaciones fueron de la mano. Muchos indígenas que
habían apoyado la causa realista en el ’14, reclamaban beneficios por su actuación. Sin
embargo, la regiones del Norte todavía mantenían su oposición a la existencia de una
fiscalización diferenciada. Sin embargo, muchos vieron en la restauración del tributo un respiro
en la defensa de sus intereses o del acceso a la tierra, ya sean comuneros o caciques. Pero las
protestas anti absolutistas persistían y muchos movimientos locales estuvieron ligados al
accionar de las tropas de San Martín. Esto es posible de ver en 1818 cuando circuló en amplias
zonas del sur andino el temor ante un estallido inminente de amplia base. Las zonas de Lampa,
Aymaraes y Andahuaylas son ejemplo de esa difusión de un proyecto pro independentista y
defensor de la Patria, que refleja el amplio consenso indígena en su oposición al tributo. Recién
en 1821 se proclama la independencia del norte, pero se van a seguir reprimiendo
movimientos insurgentes, una resistencia indígena contra la herencia colonial que suponía vía
tributo o coacción, mantener formas cautivas de trabajo indígena que fueron resistidas
violentamente.

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