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Este cuento tiene un origen curioso. Nació relatado, antes que escrito. Surgió como una actividad
que diseñé para un programa de "Relaciones Humanas" para niños. En realidad, se trataba de un
grupo de actividades que el ISSSTE inventó para tener entretenidos a los niños en las vacaciones
de verano. Resultaba más viable que encerrar a las pequeñas fierecillas en jaulas y que no
interrumpieran el trabajo de sus padres en oficinas gubernamentales. Lo usual, hasta la fecha es
que los hijos de muchas madres trabajadoras en el sector público, acompañan a sus madres
durante todo el horario de trabajo en las áreas laborales generando pequeños caos, porque
convierten las oficinas en áreas de juego.
Fue una experiencia inolvidable, pues resultaba un reto formidable educar en un periodo de dos
semanas a niños de edades desde 4 a 12 años. Unos sabían leer, otros no. No hay espacio para
relatar esta experiencia que bien podría convertirse en un relato corto. Sin embargo, como parte de
dicho programa, me convertí en relator de cuentos y así nació este cuento que después escribí y
ahora se los presento con mucho gusto. Un lector me dijo que aunque es un relato para niños, el
fondo va dirigido a adultos. ¿Ustedes qué piensan?
– ¡Eh marineros! ¡Listos para zarpar! Cercioraos de que no falte nada y que
todo esté en orden! – les gritó el capitán a los marineros en cubierta y después se
dirigió al contramaestre:
Capitán Líder:
Por tal razón, os pido, valeroso capitán, que tengáis a bien llevar a la Princesa
Karina hasta tan maravillosa Tierra. He escuchado, de boca de osados viajeros, que
la Gran Isla del Éxito es un lugar fantástico que brinda enorme felicidad a quienes
llegan allí.
Durante los dos primeros días de viaje, pocas fueron las veces en que
intercambiaron algunas palabras. Sin embargo, siempre había una sonrisa en cada
uno, que manifestaba su agrado mutuo de encontrarse. La simpatía era
completamente natural entre ellos y el capitán deseaba intensamente acercarse a
ella para charlar y poder admirarla.
– Amigos míos, este viaje es especial – dijo con decisión a sus marinos y
continuó:
– Además del significado que tiene para nosotros este viaje a la Gran Isla del
Éxito, tenemos la enorme responsabilidad y el gran honor de llevar a nuestro
destino, a La Princesa más Bella de Todos los Reinos, a la princesa Karina. Vuestra
Majestad, la reina Juana, nos ha confiado su custodia y cuidado, porque sabe de
nuestra lealtad y profesionalismo. He jurado ante Dios dar mi vida por la princesa,
si es necesario y espero que vosotros asumáis el mismo compromiso que yo.
– Seguid sentados caballeros, por favor – dijo la princesa con una sonrisa y
prosiguió.
– Capitán, he escuchado sin querer algo que decíais respecto a los Islotes
del Fracaso. Si no tenéis inconveniente, me gustaría saber más de ellos.
– Sabed princesa que los Islotes del Fracaso están en la ruta hacia la Gran
Isla del Éxito. Mucho se ha hablado de ellos por otros marinos, quienes cuentan,
que en virtud de que aparecen de manera repentina en el trayecto, son mágicos.
Generalmente es posible advertir su presencia si se está alerta. Sin embargo, el
peligro más grande es, que si no se saben sortear adecuadamente los peligros de
estos islotes, se puede naufragar o bien desviar el rumbo y terminar en laTierra de
la Mediocridad.
– Decidme capitán, ¿cómo es ese lugar que mencionasteis?, ¿es una tierra
deshabitada o hay salvajes en ella?
Al saber esto, la princesa sintió un gran temor de llegar a tal lugar. Su gran
miedo, hasta entonces, había sido la soledad; tenía pánico a estar sola. Sabía lo
que era sentirse sola, aunque estuviera acompañada por una multitud. La soledad
más terrible, lo sabía muy bien, era la soledad interna, esa que se siente cuando no
se tiene a alguien a quien amar o cuando no se es amado. El amor hace la diferencia
entre la soledad externa y la soledad interna.
Cuando reaccionó Desidia, se le ocurrió, que dado que tenían que mantener
un rumbo fijo, no era necesario estar despierto. Bastaba con sujetar el timón con
algo firme para que se mantuviese inmóvil. Tomó una cuerda y procedió a amarrar
el timón a la jarcia más cercana. Se dispuso entonces a dormir y acomodó sobre la
cubierta varios costales vacíos, a manera de cama, a un lado del timón. Sabía que
al no haber centinelas o vigías, nadie vería que descansaba. Además, pensaba que
se merecía ese descanso, pues en todo caso, ser timonel no era su ocupación
fundamental y no creía que hacer el trabajo de otro miembro de la tripulación fuera
realmente justo. “Cada quien lo suyo”, pensó y se acostó sobre los costales que
formaban un mullido lecho.
Desidia consideró que había hecho bien los nudos. Sin embargo, con el
movimiento del barco, la cuerda con la que había atado el timón, comenzó a
aflojarse poco a poco y el timón comenzó a moverse. En un corto tiempo, el barco
cambió de rumbo. Su desviación lo estaba llevando en dirección de la Tierra de la
Mediocridad.
El movimiento súbito del barco, provocó que varios marinos cayeran de sus
hamacas y que en los camarotes del capitán y oficiales todo se moviera con tal
brusquedad, que al caer varios objetos al piso, se despertaron.
– Amigos míos, debo deciros que este viaje nos reserva muchos peligros.
Anoche vivimos uno de ellos. Desidia fue sorprendido por la malvada rata
Irresponsabilidad, que lo hechizó e hizo que dejara de ocuparse de sus
responsabilidades. No os dejéis sorprender por tan ruin bicho. Cuando la veáis,
aniquiladla sin compasión, porque su hechizo puede ser mortal. Esta vez, por
suerte, salimos bien librados; pero ahora más que nunca debemos estar muy
unidos. Nuestra fuerza reside en nuestra unidad y compromiso por lograr juntos
nuestro objetivo. Todos ustedes son marinos profesionales que conocen muy bien
su oficio. Como bien comprendéis, debemos tener niveles de mando para mantener
la disciplina, pero sabed que todos debemos ayudarnos. Nuestro triunfo en esta
misión depende, en gran medida, de que tan bien lo hagamos todos juntos. Es claro
que enfrentaremos retos, ahora desconocidos, para llegar a nuestro destino: la Gran
Isla del Éxito. Pero juntos habremos de vencer todas las adversidades y hacer
frente, de manera satisfactoria, a todos los retos que afrontemos. Trabajando juntos,
de manera armónica y responsable llegaremos felizmente a la Gran Isla del Éxito.
– Entiendo capitán, pero ¿podríais ser más claro en lo último que dijisteis?
– Escuchad princesa. Es muy común que la gente valore a una persona,
primero por lo que tiene, después por lo que hace y por último por lo que es. Esta
es la forma en que los habitantes de la Tierra de la Mediocridad valoran a los demás.
Por esto, aunque algunos tengan muchas cosas materiales que los hagan diferentes
entre ellos, cuando se les valora por lo que son, todos resultan ser iguales. Así es
que una persona valiosa, es aquella que valora a los demás precisamente de la
forma contraria a la que mencioné. Es decir, una persona valiosa, primero valora a
otros por lo que son, después por lo que hacen y por último por lo que tienen. Desde
luego, que para poder ver así las cosas, uno mismo debe valorarse de la misma
manera.
– Bueno, pues porque para ellos su gran sueño, generalmente es algo que
tiene que ver con dar; dar algo de sí mismos para que a quienes den, sean mejores.
Ellos mismos son mejores cada día, continuamente, y quieren que los demás
también sean así. Y entonces, sus metas y objetivos se encaminan a lograr ese
gran sueño y disfrutan cada logro obtenido, fincando su felicidad en la satisfacción
que obtienen al lograr sus metas, orientadas por ese gran sueño. Y también por
esto, cada vez que fracasan, siempre vuelven a intentarlo, porque saben que para
obtener o lograr lo que se quiere, muchas veces hay que sufrir y a veces se cae,
pero siempre habrá que levantarse y seguir adelante. Cuando se tiene un gran
sueño, los problemas, sinsabores o decepciones solamente son obstáculos a librar;
de otra manera se perciben como grandes barreras que provocan frustraciones.
– Jamás imaginé que en este viaje iba a aprender cosas tan interesantes.
Os confieso capitán, que cuando estaba ante la aristocracia, me preocupaba mucho
por distinguirme de las demás damas por la belleza física. Quería ser la más bonita
– dijo la princesa mirando al cielo azul en el horizonte.
– Tal vez no seáis la princesa más bonita, pero no me queda la menor duda
de que sois la princesa más bella del mundo. Porque la belleza verdadera no se ve
con los ojos, se ve con el corazón – dijo el capitán de manera firme, pero amable,
mirando tiernamente a la princesa.
– No. Alguna vez una mujer fue dueña de mi corazón y de mis sueños. Pero
me engañó y se fue. Se asustó cuando vio la magnitud de mi amor por ella y no tuvo
el valor de vivir la gran aventura de crecer conmigo. Pero eso fue hace muchos
años.
El capitán quedó helado y mudo. Fue cautivado con su mirada y al mirar sus
ojos, logró, de manera casi mágica, encontrar un pequeño espacio que le permitió,
por un momento, penetrar en el alma de la princesa. Se dio cuenta que era un alma
solitaria que buscaba amor con desesperación, pero que de alguna manera se
sentía estéril para amar.
La princesa lo había cautivado desde que la vio. Sin embargo, no eran sus
ojos, era su mirada; no eran sus labios, era su sonrisa; no era su voz, eran las
melodías que emanaban de sus labios cada vez que hablaba. No era su pelo, era
esa hermosísima cabellera negra que desprendía luceros en mágico desfile, cada
vez que el sol se posaba en ella. Era todo el conjunto de sus atributos y virtudes lo
que lo había seducido. No le parecía al capitán que lo que veía fuera algo cierto,
algo verdadero. Se había preguntado frecuentemente si lo que contemplaba era un
sueño.
– Capitán – dijo por fin la princesa. – Sabed que sois correspondido. Mi alma
se siente plena cuando gozo de vuestra compañía. Mi corazón late apasionado
cuando estoy cerca de vos. He sentido por primera vez en mi vida el amor maduro,
este amor que ha superado las emociones de mi adolescencia. En este tiempo que
hemos compartido tantas cosas juntos, he sentido mi alma unida a la vuestra,
formando una sola entidad. Amadme capitán, os lo pide la mujer, no la princesa.
Se miraron con gran amor y un beso rubricó el ocaso, que significó el más
bello atardecer de sus vidas.
– Amada mía, estos anillos son mágicos. Me fueron dados en uno de mis
viajes por un gran mago; son los anillos del amor. Mientras mi amor por ti esté vivo,
la luz que despide esta piedra preciosa, seguirá brillando. Su brillo corresponderá a
la intensidad de mi amor. Como ves, el brillo de la piedra es enorme ahora, porque
enorme es el amor que siento por ti. Si dejo de amarte algún día, la piedra dejará
de brillar; lo mismo pasará con el otro anillo si tú me dejas de amar. Sé que me
amas, porque la piedra brilla y cuando dejes de amarme, la piedra dejará de brillar.
¡Guárdeme Dios de tal momento! Sin embargo, te prometo que a partir de hoy, mi
vida se consagrará a cuidarte, apoyarte y hacerte crecer. Mi amor inmenso se
traducirá en mi entrega incondicional para hacerte feliz. Ahora toma este anillo y
colócalo tú en mi dedo.
Así lo hizo la princesa y ambos anillos brillaron con gran intensidad en las
manos de los enamorados. Después, un beso selló el compromiso, que sin decirlo
con palabras, hicieron ante Dios, allí en el mar azul.
Todo amor verdadero implica compromiso. Esto lo sabía bien el capitán, pero
no la princesa.
Juntos vieron ocultarse al sol y juntos sintieron que ambos habían formado
una nueva y bella unidad.
De acuerdo a sus cálculos, el capitán estimaba que faltaba poco tiempo para
arribar a la Gran Isla del Éxito. Sabía que el rumbo no había sido corregido
correctamente, al no contar con la brújula, pero confiaba en que sus conocimientos
y experiencia reorientaran al Skipian en su rumbo original.
Diez días después, se acercó por estribor una nave de velamen extraño.
Parecía que no era un barco de guerra. A unos metros, alguien de la extraña nave
comenzó a gritar algo en un idioma desconocido, hasta que finalmente se escuchó
algo en el idioma que entendían en el Skipian.
– ¡Eh, los del barco! – dijo una voz en la nave que se acercaba. – ¡Venimos
en paz! ¡Mi señor desea subir a bordo y entablar amistad con vuestro capitán!
El contramaestre gritó a los del otro barco que aceptaban la visita, pero que
debían mantener su barco a una distancia prudente y abordar con no más de diez
hombres.
Del barco exótico, soltaron al mar una lancha pequeña. Fueron acupándola
ocho hombres primero y finalmente el que parecía ser el personaje principal.
Remaron lentamente en dirección hacia el Skipian, hasta que finalmente llegaron a
la escalerilla de estribor.
– Soy el príncipe Ícarus, dueño y señor de las tierras a las que estáis próximos
a arribar y os doy la bienvenida a ellas, si venís en paz.
Los ojos del visitante miraron al capitán con cortesía, pero también con un
gesto velado de amenaza. En seguida dijo al capitán:
– Tengo algunos obsequios para vos . Si permitís que mis hombres restantes
aborden vuestro barco, podré haceros entrega de mis presentes. Espero que
aceptéis.
Cooperación era uno de los oficiales más estimados por la tripulación, pues
siempre estaba dispuesto a ayudar a sus compañeros. Muchas veces no era
necesario pedirle su ayuda, pues él mismo se ofrecía ayudar cuando consideraba
que era necesario.
– Decid a vuestro capitán que estaré con él muy pronto – dijo la princesa en
voz alta y sin abrir la puerta.
Primero le dio la enorme flor, que a pesar de ser grande, carecía de aroma y
sus colores eran artificiales, como el mismo príncipe. Después tomó el objeto
dorado. Era un espejo de mano, de oro macizo, que tenía la forma de gato. Estaba
incrustado con piedras preciosas alrededor del cristal reflejante y el mango, que
correspondía a la cola del gato, resplandecía con varios rubíes.
– Bella princesa, sabed que poseo un sillón mágico; es un sillón que vuela a
dónde yo quiera. Os aseguro que volar juntos en mi sillón mágico, será una
experiencia inolvidable.
Sabía que estaba dando resultado su plan. Ahora veía muy cercana la
oportunidad de lograr que la princesa fuera seducida con sus argucias.
– Está bien – contestó ella. – Confío en vos. Debe ser una experiencia
formidable volar en un sillón mágico.
– Ya lo creo – contestó el príncipe. – Ver las cosas desde las alturas no tiene
comparación con nada. Veréis lo mismo que ve un águila o un halcón. Os aseguro
que nadie en vuestra real familia ha visto nada igual. Vamos, ni siquiera este
capitancillo que se dice vuestro protector, pero que no tiene nada con que
defenderos si se presenta el caso. En cambio, yo sí tengo con que hacerlo. Miles
de hombres a mi servicio estarán a vuestros pies si vos lo deseáis.
– Para amaros, no hacen falta siglos. Sólo unos minutos son necesarios para
enamorarse de una mujer como vos. Miles de mortales deben estar perdidamente
enamorados de vos con sólo haberos mirado – agregó el príncipe con adulación e
hipocresía, y continuó.
Sacó de entre sus ropas una cadena de oro, de la que pendía un anillo, que
engarzaba a su vez, a un gran rubí muy hermoso y refulgente.
– A partir de hoy, yo seré tu dueño y no tendrás ojos más que para mí. El
capitán Líder será para ti únicamente un simple recuerdo y estarás convencida de
que sólo fue una experiencia más en tu vida. Olvidarás lo que le prometiste,
olvidarás que lo amas y te dedicarás hasta tu muerte a mi servicio. No tendrás que
preocuparte por hacer cosas difíciles, pues yo te facilitaré todo lo fácil. Pronto
vendrán por ti mis servidores y no opondrás resistencia. Vivirás conmigo por el resto
de tus días y serás cómoda y trivialmente feliz. Encontrarás la satisfacción que
habías estado buscando y que sólo creíste obtener en tu soledad. Serás para mí,
como esos hermosos árboles que cultivan en el lejano país de Cipango, bellos
árboles pequeños que no se les deja crecer, aunque tengan varios años de edad.
Su hermosura reside en su limitación para crecer y son preciosos objetos de ornato.
Serás como estos árboles a los que llaman bonsai y disfrutarás siendo así.
Aceptarás resignadamente mi desinterés e indiferencia hacia ti cuando comiences
a envejecer y tu hermosura vaya desapareciendo. Y también aceptarás
resignadamente mi interés por jóvenes mujeres, hermosas y atractivas cuando me
aburra de ti.
Belial intentó quitarle el anillo del amor, que tenía en la mano izquierda, para
sustituirlo por su obsequio. Sin embargo, la princesa no se lo permitió y
amablemente le ofreció la mano derecha, en la cual el príncipe le colocó el nuevo
anillo.
– Príncipe, tenéis razón, luce espléndido. Ya merecía una joya como esta –
dijo la princesa observando la nueva alhaja en su mano derecha.
– Buenos días capitán – contestó la princesa con una sonrisa amable, pero
lejana.
– Me temo que no. Ayer se fue sin despedirse siquiera. No sabemos que
sucedió.
– Capitán, es posible que sea cierto lo que decís, pero quiero tener el
derecho a equivocarme. Yo sabré lo que hago. Os suplico no intervenir más en mi
vida.
Esta respuesta, pero sobre todo el tono de ella, sorprendió al capitán. “¿Qué
había pasado?” se preguntó a sí mismo. “¿Qué había pasado con la princesa,
aquélla que le había confesado su amor y de quien se había enamorado
perdidamente?” Realmente se había quedado perplejo. Parecía que tenía ante sí a
otra persona.
Como impulsado por un resorte, el capitán corrió hasta donde estaban los
gnomos.
– ¡Alto malditos! ¡Dejad a la princesa! – gritó el capitán con su espada en la mano.
Los gnomos estaban contentos con su triunfo y sus risas eran tan fuertes que
se escuchaban claramente aunque su lancha estuviera muy lejos del barco.
Todos los marinos comenzaron a golpear fuertemente con sus espadas las
cuerdas de la red, para romperla y así poder librarse de ésta. Su esfuerzo fue inútil,
la red no se rompía. Parecía estar hecha de acero.
– Nunca había tenido una mujer tan bella como tú y fue mi deseo tenerte
conmigo. Conocerás a mis demás mujeres y podrás comprobar lo que te digo.
Dicho esto, Belial lanzó hacia arriba un puñado de polvo rojo, que se
expandió como humo y por un momento lo ocultó. Al despejarse el humo, apareció
el príncipe Ícarus, con la misma expresión e indumentaria con las que lo conoció la
princesa.
La princesa quedó asombrada. Ante sus ojos estaba el príncipe Ícarus.
Parecía como una ilusión óptica. Eso pensó hasta que el propio príncipe comenzó
a hablar.
– No estéis tan seguro de que tenéis mi amor. Ahora me doy cuenta de que
fuisteis sólo una ilusión que me deslumbró y me hizo cometer un gran error. Me
engañasteis vilmente. Dejadme ir de inmediato – dijo la princesa en tono imperativo.
– No dudo que intente rescatarte, pero aunque lograra llegar hasta aquí, tú
no lo acompañarás y te quedarás aquí para siempre.
– Aunque quieras irte, habrá algo más fuerte que te lo impedirá. Algo que te
atará a mí para siempre.
– No sabéis lo que decís. Vos sólo me dais asco. No me inspiráis más que
desprecio y no quiero nada de vos – exclamó la princesa, quitándose el anillo que
le había regalado Ícarus y arrojándolo con fuerza al suelo.
– Tal vez eso sea por el momento, pero en unos minutos será distinto. Pronto
empezará a surtir efecto el brebaje que bebiste hace unos momentos. Entonces tu
conducta cambiará y te volverás mi más fiel servidora.
– Tendrás que perdonarme, pero solamente así pude tenerte conmigo para
siempre.
– Capitán, pienso que lo primero que tenemos que hacer es averiguar donde
se encuentra la princesa. Es decir, es seguro que se encuentra en el palacio de
Belial, pero hay que saber con precisión el lugar donde se ubica ella. Cuando
sepamos en donde está, podremos idear una forma de llegar hasta ella, sin que la
guardia se percate de nuestra presencia. Debemos reconocer que no tenemos la
fuerza suficiente para enfrentar a los hombres del maligno rey que secuestró a la
princesa, pues ellos son varias veces más que nosotros.
– Estás loco – le contestó Pesimismo. – ¿No sabes que los gnomos son como
enanos de largos pies y orejas puntiagudas? Con tu tamaño de ropero, ¿quién te
creería que eres un gnomo?
Astucia era el nombre de un marinero que iba a bordo. Era el más pequeño
de todos, pero era muy inteligente y vivaz.
– Tiene razón – dijo el capitán. – Un gnomo es más pequeño que él. Creo
que debemos descartar ese plan.
Al anochecer todos estaban listos. Hacía dos horas que el sol se había
ocultado y la luna comenzaba a ser más luminosa en su cuarto menguante. Astucia
se despidió del capitán y éste le dijo:
– Astucia, os agradezco vuestra disposición. Recordad que vuestra misión
es ubicar el lugar exacto en el que se encuentra la princesa y estudiar la forma en
que podamos llegar a ella sin ser vistos, y así poder rescatarla. No hagáis nada más
que esto. En cuanto tengáis la información, regresad de inmediato al barco.
Confiamos en vos. Tened mucho cuidado y os deseo la mejor de las suertes.
– Me pareció ver algunos extraños cerca del camino, creo que debéis
cercioraros.
Por la hora, no había gente en los alrededores, así es que le fue fácil ingresar
al palacio. Protegido por la oscuridad, Astucia se internó por un gran pasillo, al final
del cual se veía una intensa luz. Caminó por este pasillo y descubrió que
desembocaba en un amplio salón que parecía ser un comedor, pues había una gran
mesa con manjares sobre ella. En uno de sus extremos había una silla de respaldo
alto exquisitamente labrado. No observó a nadie y se acercó a la mesa. Como tenía
hambre, tomó una fruta de un recipiente y comenzó a comerla. Entonces escuchó
voces y buscó donde esconderse. Vio una cortina que cubría un muro cerca del
pasillo y se escondió detrás de ella.
Astucia observó que se acercaba un individuo ricamente ataviado,
acompañado por un ser pequeñito de grandes pies y orejas puntiagudas; era
barbado y de nariz afilada. Su voz no correspondía a su tamaño, pues era más bien
grave. Por fin había visto personalmente a un gnomo. En cuanto a la otra persona,
pronto se dio cuenta de que era Belial. Su personalidad tenía algo de sobrenatural
y su apariencia era muy distinta a la del príncipe Ícarus. Incluso su voz era muy
distinta, sonaba como hueca, como surgida de un abismo.
Astucia esperó a que el rey terminara de cenar. Cuando esto pasó, Belial se
dirigió a las escaleras que llevaban al primer nivel y subió por éstas, para dirigirse
seguramente hasta sus habitaciones. Ahora Astucia conocía muchas cosas
importantes, sólo faltaba ubicar de manera precisa la alcoba de la princesa. Sabía
que estaba en el primer nivel y cerca de las escaleras. Necesitaba llegar a ellas y
luego subir. Aparentemente no sería difícil hacerlo. Estaba saliendo de su escondite,
cuando aparecieron dos sirvientes que se dirigieron a la mesa para retirar los platos
y la comida sobrante de la cena. Los minutos que tardaron en realizar su tarea, le
parecieron siglos. Por fin se retiraron y después de unos momentos, al asegurarse
de que no había nadie más en el salón, se encaminó a las escaleras y comenzó a
subir sigilosamente.
Al llegar al primer nivel, se acercó a la primera puerta que encontró y trató
de abrirla, pero tenía echado el cerrojo. Fue inútil su esfuerzo por abrirla y no intentó
forzarla, pues consideró, por lo que había dicho el gnomo a su amo, que allí no
estaría la princesa. Caminó cautelosamente por el ancho pasillo hasta una segunda
puerta. Se acercó y accionó la manija, sin encontrar resistencia. Abrió la puerta muy
cuidadosamente, sólo lo suficiente para asomar primero su cabeza y observó a su
alrededor, no viendo a nadie. Sin embargo, el perfume de la princesa era
inconfundible. Estaba seguro de que, al menos, allí había estado ella, pero se dio
cuenta de que la cama estaba vacía y decidió penetrar en la habitación. No la veía
por ningún lado. Entonces se acercó a una pequeña puerta que estaba entreabierta.
Era la puerta que daba al balcón. Cuando se asomó, pudo ver a la princesa de perfil.
Se quedó maravillado con el cuadro que tenía ante sí. La luna iluminaba tenuemente
su rostro, y se veía triste y melancólica, pero su belleza no menguaba. Su perfil se
dibujaba sobre un plata intenso de la luna, y comprendió entonces porqué el capitán
se había enamorado de aquella mujer.
Entonces escuchó la voz de la princesa y pensó que había alguien con ella,
por lo que se espantó. Cuando recobró la calma, se acercó más y se percató de que
no había nadie. La princesa hablaba sola.
– Ojalá pudiera decirte cuanto te amo capitán Líder y cuan arrepentida estoy
de haber hecho lo que hice. Me siento tan sola, que sólo me consuela saber que
me amas y quisiera hacer hasta lo imposible por conservar tu amor. Me doy cuenta
que es tan difícil que alguien ame tan profundamente, que lamento no haberte
valorado.
Se acercaron un poco más a las olas y dos de los hombres regresaron por
donde vinieron, mientras que el resto se quedó en la playa. En pocos momentos
regresaron los dos hombres que se habían ido, con una antorcha, varias ramas y
troncos. Hicieron una fogata y permanecieron sentados cerca de ella. Era claro que
tenían la intención de hacer guardia en ese lugar por toda la noche.
Al ver esto, Astucia se dirigió a sus compañeros y casi susurrando les dijo:
Regresó corriendo hasta donde estaban sus compañeros y les dijo que era
el momento de partir. Cuidadosamente, arrastraron la lancha hasta la playa y
comenzaron a remar con fuerza hacia el Skipian.
Una vez reunidos todos los oficiales del Skipian, el contramaestre les dijo:
– El capitán Líder nos ha ayudado cada vez que hemos necesitado y ahora
él nos necesita. Lo apoyaremos y colaboraremos para rescatar a la princesa.
– Astucia, ¿decís que la princesa bebió un brebaje y que esto hizo que
cambiara su comportamiento?
– Perdóname por favor, Líder. He sido muy tonta y me dejé llevar por lo
superficial. No te merezco, pero te amo. Perdona mis ofensas; sé que te he hecho
daño y me arrepiento sinceramente de ello.
– Sabe horrible.
– ¡Soltadme! – exclamó.
La princesa continúo gritando, pues sintió que estaba siendo detenida. Veía
a los gnomos Miedo a Crecer, Miedo a Comprometerse y Miedo a Amar que la
tenían fuertemente asida de las manos.
– ¡Karina cálmate, no hay nadie!, ¡es sólo una ilusión! ¡Por favor reacciona!
– Capitán es inútil, os lo dije, vámonos antes de que nos capturen. Por favor
pensad en vuestra tripulación.
–¡Alto! ¿Qué os sucede? ¿No sabéis que no debéis entrar aquí sin mi
consentimiento? – dijo indignada a los guardias que habían penetrado en la
habitación.
– Escuché tus gritos. Todo mundo los escuchó y pensamos que estabas en
peligro.
– Nada de eso – dijo la princesa.– Lo que sucede es que tuve una pesadilla.
Soñé que seres monstruosos me lastimaban. Eso fue todo.
– Que bueno que sólo fue una pesadilla. De cualquier manera, hoy estarán
dos guardias cuidando de ti, apostados en la puerta de tu habitación. Que
descanses princesa. Buenas noches – terminó Belial y se retiró.
– ¡Mi vida por ti, Karina, La Princesa más Bella de Todos los Reinos!
Sus hombres caminaron hacia la playa y antes de partir con ellos, el capitán
quedó solo en un montículo, desde el cual se alcanzaba a ver el palacio de Belial.
Triste miró hacia los balcones y se despidió mentalmente de la princesa. Caminaba
hacia la playa para abordar la lancha, cuando sintió un agudo dolor en el tobillo
derecho. Miró hacia abajo y vio que una serpiente de color amarillo intenso con
motas negras le había mordido y permanecía aún asida a él. Sin gritar, tomó su
espada y partió en dos a la serpiente. Entonces, ésta soltó a su presa y con lo que
le quedaba de cuerpo, comenzó a reptar hacia un hoyo en la tierra. El capitán se
sentó y revisó su herida. Había dos pequeños agujeros en la parte superior de su
tobillo derecho y de inmediato se quitó la camisa. Ayudándose con su daga, la
desgarró para hacer un torniquete que aplicó de inmediato, abajo de la rodilla.
Cooperación volvió la vista hacia donde estaba el capitán y lo vio sin camisa
y sentado. Sospechó que algo no andaba bien y corrió para asistir al capitán.
– Estoy bien, estoy bien, amigos – intervino el capitán para tranquilizar a sus
hombres – No os preocupéis; que este inconveniente no nos quite la satisfacción de
nuestro triunfo. Partamos ya al Skipian.
– Bien capitán, como vos digáis, pero si debéis atender vuestra herida –
contestó respetuoso Cooperación.
– ¡Rápido oficial, dadme esa caja que está junto a la cómoda! – dijo el
capitán, apresurando a Cooperación.
– ¡Sí capitán!
Toda la tripulación gritó de contento y ese día celebraron juntos. Tres días
después avistaron Tierra. La Gran Isla del Éxito estaba próxima.