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unes, 11 de marzo de 2013

LA PRINCESA MÁS BELLA DE


TODOS LOS REINOS
Este es otro de los cuentos que forman parte del libro "JUAN PÉREZ DONNADIE Y OTROS
CUENTOS".

Este cuento tiene un origen curioso. Nació relatado, antes que escrito. Surgió como una actividad
que diseñé para un programa de "Relaciones Humanas" para niños. En realidad, se trataba de un
grupo de actividades que el ISSSTE inventó para tener entretenidos a los niños en las vacaciones
de verano. Resultaba más viable que encerrar a las pequeñas fierecillas en jaulas y que no
interrumpieran el trabajo de sus padres en oficinas gubernamentales. Lo usual, hasta la fecha es
que los hijos de muchas madres trabajadoras en el sector público, acompañan a sus madres
durante todo el horario de trabajo en las áreas laborales generando pequeños caos, porque
convierten las oficinas en áreas de juego.

Fue una experiencia inolvidable, pues resultaba un reto formidable educar en un periodo de dos
semanas a niños de edades desde 4 a 12 años. Unos sabían leer, otros no. No hay espacio para
relatar esta experiencia que bien podría convertirse en un relato corto. Sin embargo, como parte de
dicho programa, me convertí en relator de cuentos y así nació este cuento que después escribí y
ahora se los presento con mucho gusto. Un lector me dijo que aunque es un relato para niños, el
fondo va dirigido a adultos. ¿Ustedes qué piensan?

Espero que lo disfruten.

LA PRINCESA MÁS BELLA DE TODOS


LOS REINOS ©
Rafael Hernández Lemus
DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY © POR EL AUTOR. 2000.Queda prohibida toda reproducción o transmisión total
o parcial de esta obra, bajo cualquiera de sus formas, electrónica, óptica o mecánica sin el consentimiento previo y por escrito de su
autor. SEGUNDA EDICIÓN PRIVADA. 2000

Había una vez un grupo de intrépidos y valerosos marinos que habían


surcado casi todos los mares de la Tierra. Habían navegado armoniosamente,
aunque no sin dificultades, en su barco llamado Skipian. La nave era comandada
por el famoso Capitán Líder.

Habían gozado juntos mil aventuras y ahora se proponían llegar a la Gran


Isla del Éxito. Para ellos, navegar era siempre una aventura y hacerlo juntos les
había dado muchas satisfacciones. Todos tenían algo en común: hacían lo que les
gustaba hacer y encontraban en su trabajo una diversión constante, a pesar de los
problemas que encontraban en su camino. Todos ellos eran profesionales.
Comenzaron a prepararse durante mucho tiempo para su próximo y más
importante viaje, y equiparon su barco con todo lo necesario. Su destino final era
la Gran Isla del Éxito. Toda la tripulación estaba integrada por marinos leales. Entre
ellos estaba el Contramaestre Confianza y los oficiales, cuyos nombres
eran: Pesimismo, Desidia, Responsabilidad, Egoísmo, Cooperación y
Optimismo.

El día de su partida estaban todos muy animados y trabajaban arduamente


en cubierta.

– ¡Eh marineros! ¡Listos para zarpar! Cercioraos de que no falte nada y que
todo esté en orden! – les gritó el capitán a los marineros en cubierta y después se
dirigió al contramaestre:

– Contramaestre, dad la orden de zarpar en cuanto lo consideréis oportuno.

– A la orden mi capitán – contestó el contramaestre, echando una rápida


mirada sobre cubierta.

Todo estaba listo para zarpar, cuando se oyó a lo lejos el galopar de un


caballo, cuyo jinete gritaba:

– ¡Capitán!, ¡capitán! ¡Esperad!

El capitán, al oír los gritos del jinete, ordenó:


–¡Alto, no soltéis las amarras aún!

Al llegar al muelle, el jinete bajó de su cabalgadura y apresuradamente subió


a bordo, diciendo al capitán:

– Capitán Líder, soy mensajero de Su Majestad, la Reina Juana y traigo una


carta para vos.

El capitán tomó la carta, la abrió con gran curiosidad y la leyó atentamente.

He aquí lo que la carta decía:

Capitán Líder:

He sabido que os habéis decidido a viajar con vuestra valerosa tripulación a


la Gran Isla del Éxito.

Sabed que el Gran Oráculo ha manifestado que Vuestra Majestad, la


Princesa Karina, debe viajar a esa Tierra, y si le es propicia, deberá vivir allí para
siempre.

Por tal razón, os pido, valeroso capitán, que tengáis a bien llevar a la Princesa
Karina hasta tan maravillosa Tierra. He escuchado, de boca de osados viajeros, que
la Gran Isla del Éxito es un lugar fantástico que brinda enorme felicidad a quienes
llegan allí.

Sabed capitán, que la princesa Karina es La Princesa más Bella de Todos


los Reinos y de acuerdo al Oráculo, su destino final debe ser la Gran Isla del Éxito.

Mañana por la mañana, llegará la Princesa Karina para abordar vuestra


legendaria nave Skipian. Sé que no es necesario deciros el cuidado que debéis
tener con ella. Os enviaré 200 piezas de oro para sufragar gastos de viaje.

Os deseo mucha suerte y que logréis felizmente vuestro objetivo.

Firmaba Vuestra Majestad, la Reina Juana.

Al terminar de leer la carta, el capitán se sintió sumamente contrariado.


¡Cómo era posible tal infortunio! Ya casi a punto de zarpar y se le ocurría a la Reina
Juana hacerle tal encargo. “Viajar con una mujer, eso sí era mala suerte”. “Pero
además, con una princesa. ¡Que responsabilidad!”, se decía. “Seguramente, como
toda aristócrata, la princesa debía ser una creída e insoportable muchachita a la
que había que tolerar durante todo el trayecto”.
Los marinos se quedaron mirando al capitán, esperando noticias de la carta
real. Por la expresión de su comandante, presentían que no eran buenas noticias.

–¿De qué se trata capitán? ¿Malas noticias?– preguntó Pesimismo.

– En realidad no – dijo el capitán.

– ¡Marinos! – gritó. – Hoy no zarparemos. Tendremos que esperar hasta


mañana. Su Majestad, la Reina Juana, nos encomienda una misión que
cumpliremos, como siempre lo hemos hecho, con lealtad y total entrega – terminó
diciendo en voz alta a todos.

–¡A la orden, capitán! – contestaron todos al unísono.

El capitán se dirigió entonces al mensajero real y le dijo:

– Decid a Vuestra Majestad, que cumpliremos cabalmente con sus


instrucciones y que nos honrará mucho complacerla, como siempre lo hemos hecho.

– Así lo haré capitán Líder – terminó el mensajero y descendió del barco,


para subir a su caballo y regresar por donde había venido.

Durante el resto de ese día, el capitán y su tripulación se dedicaron a revisar


con más cuidado cada detalle, tanto de las provisiones, como de los aparejos,
velamen, jarcia y demás cosas necesarias para el viaje. Por supuesto que el capitán
ordenó adecuar el camarote principal para que fuera usado por la princesa y
también ordenó a su cocinero adquirir más y mejores alimentos para su real
huésped.
El capitán estuvo pensativo, imaginando cómo sería su real pasajera. La
imaginaba un tanto rolliza, como su madre. No creía que tuviera la simpatía natural
y presencia altiva de la reina Juana, y suponía que era insoportablemente aburrida
y con un trato empalagoso.

A la mañana siguiente, dos horas después del amanecer, llegó la comitiva de


Su Majestad. Un enviado real abordó el barco y se acercó al capitán, saludándolo
cortésmente.

– Capitán – dijo. – Por orden de Vuestra Majestad, la Reina Juana, me es


grato traer ante vos a la Princesa Karina para que cumpláis con vuestra misión.
También os hago entrega de estas piezas de oro que envía la Reina – terminó el
enviado real, entregándole una bolsa pequeña de piel que tintineó al tomarla el
capitán.

En ese momento bajó la princesa de su carruaje y abordó el barco por la


escalerilla. Vestía un hermoso vestido aterciopelado de color negro, con vivos
blancos. Al acercarse al capitán, éste quedó fascinado. Jamás había imaginado que
existiera en el mundo una belleza como la que tenía enfrente. Un rostro perfecto,
que era digno de una diosa griega. Sus ojos eran imponentemente hermosos. Las
mismas estrellas, de saber que existía ese par de maravillas, se hubieran apagado
de envidia. Sus cejas eran dos imponentes marcos azabache que enmarcaban sus
ojos y complementaban su esplendor. Jamás, en ningún ser mortal, había existido
tal perfección. No podía dejar de mirar sus labios. De un color rojo intenso, como la
sangre que le fluía en el cuerpo con tal emoción, que sentía su corazón estallar; sus
labios eran frescos y suaves como la primavera, y de forma tan perfecta, que por sí
solos eran una obra maestra de la naturaleza. Su pelo era una prodigiosa cascada
negra que brillaba con tal intensidad, que sus destellos se convertían en reflejos
tornasolados que fluían, cayendo sobre su hermosa espalda y creaban un
espectáculo mágico de luz y color. Su nariz era tan hermosa, que parecía hecha de
porcelana; de líneas tan finas, que su fragilidad aparente le daba el rasgo definitivo
de perfección a su cara. Toda su expresión, mezcla de ternura y sensualidad, era
subyugante. Su porte era realmente majestuoso; irradiaba una simpatía y una
espontaneidad que solamente en sus sueños infantiles había visto.

– Buenos días capitán – dijo la princesa Karina, sonriendo.

– Buenos días Majestad, bienvenida a bordo – contestó el capitán, besando


su mano.

La voz de la princesa era suave y cristalina. Al escucharla, no cabía la menor


duda que era una voz real. Al capitán le pareció escuchar una melodía, como la que
sólo pueden crear los trinos de gorriones o ruiseñores, o los pájaros más finos del
bosque.

Su sonrisa lo había cautivado y al ver de cerca a la princesa, no se le ocurrió


decir nada más. Haber tomado su mano, haber sentido por un segundo su blanca
piel y su suavidad, lo había dejado inmóvil, como una estatua de mármol.
Al darse cuenta de esto, la princesa dejó escapar una amplia y traviesa
sonrisa para decirle al capitán:

– Si no tenéis inconveniente capitán, me gustaría saber el lugar donde habré


de acomodar mi equipaje.

– Ah, sí – contestó el capitán, como despertando de un sueño.

– Contramaestre Confianza, acompañad por favor a la princesa al camarote


principal.

Así lo hizo el contramaestre y varios criados llevaron el equipaje de la


princesa al camarote. Una vez que ella se cercioró de que todo su equipaje estuviera
a bordo, se dirigió al capitán para decirle que podían partir.

Los criados y mensajeros reales abandonaron el barco y entonces el capitán


Líder dio la orden de levantar anclas. Izaron velas y comenzaron su aventura.

Transcurrieron dos semanas sin más novedad que haber atracado en un


puerto para abastecerse de agua dulce y alimentos frescos. La navegación del
Skipian había sido muy tranquila. Lo único diferente que notó la tripulación fue el
cambio de carácter de su capitán, pues cada vez que salía la princesa de su
camarote para gozar de la brisa marina en cubierta, el capitán quedaba como
hipnotizado. El perfume de la princesa ejercía sobre él un efecto casi mágico. Con
su aroma, el mar y todo lo demás dejaba de existir para él. Parecía que solamente
el mundo estuviera habitado por la princesa. Todas esas ideas negativas que tenía
de ella, antes de conocerla, habían desaparecido totalmente. Ante sí, tenía a una
mujer impresionantemente hermosa que le robaba toda su atención.

La princesa se daba cuenta de que la mirada del capitán la envolvía cada


vez que salía a cubierta. De alguna manera, ella comenzaba a sentir una extraña
atracción hacia él. Nunca había conocido a un hombre así. No era muy guapo, pero
sí apuesto y atractivo. Su personalidad imponente, que lo distinguía del común de
los hombres, le resultaba sumamente atractiva. Por primera vez en su vida,
descubría que un hombre atractivo era más que belleza física.

Durante los dos primeros días de viaje, pocas fueron las veces en que
intercambiaron algunas palabras. Sin embargo, siempre había una sonrisa en cada
uno, que manifestaba su agrado mutuo de encontrarse. La simpatía era
completamente natural entre ellos y el capitán deseaba intensamente acercarse a
ella para charlar y poder admirarla.

Al final de la primera semana de navegación, la princesa le solicitó al capitán


que comieran en la misma mesa, a lo que él aceptó encantado. Sin embargo, al
principio se sentía cohibido, pero después tomó mayor confianza y comenzó a
relatar a la princesa sus aventuras. Ella escuchaba siempre con gran atención y
comenzó a surgir una atracción mayor hacia el capitán Líder. A partir de entonces,
comenzó a nacer una bella amistad entre ambos. Ella se daba cuenta que el capitán
la trataba con respeto, pero también con estima, pues no solamente la consideraba
una mujer bonita, sino también una mujer inteligente y con valores. En sus charlas,
el capitán la hacía reír y sentirse más que admirada; la hacía sentirse querida y
aceptada por lo que era, no por lo que representaba. Cuando él la escuchó reír por
primera vez, quedó maravillado. Le pareció escuchar una sinfonía celestial. Se
sentía feliz, viendo feliz a la princesa. Algo estaba pasando en él, pues encontraba
en cada expresión, en cada rasgo y en cada conducta de la princesa, motivos
suficientes para admirarla.

Una mañana, el capitán reunió a su tripulación en cubierta para comentar


algunas incidencias. Comenzó por reconocer el trabajo de cada uno de los
miembros de su tripulación y animarlos a concluir su viaje.

– Marinos – dijo – deseo felicitaros por vuestro excelente trabajo profesional


durante lo que va de esta travesía. Os agradezco su participación y entusiasmo.

El capitán Líder sabía que reconocer el trabajo de su tripulación era muy


importante para motivarlos. Cuando los marineros del Skipian escuchaban el
reconocimiento de su capitán, se sentían halagados y motivados para continuar
trabajando.

– Amigos míos, este viaje es especial – dijo con decisión a sus marinos y
continuó:

– Además del significado que tiene para nosotros este viaje a la Gran Isla del
Éxito, tenemos la enorme responsabilidad y el gran honor de llevar a nuestro
destino, a La Princesa más Bella de Todos los Reinos, a la princesa Karina. Vuestra
Majestad, la reina Juana, nos ha confiado su custodia y cuidado, porque sabe de
nuestra lealtad y profesionalismo. He jurado ante Dios dar mi vida por la princesa,
si es necesario y espero que vosotros asumáis el mismo compromiso que yo.

Se dirigió a su tripulación de una manera tan vehemente, que su expresión


lo delató. El capitán se había enamorado de la princesa. Oficiales y marineros
cuchichearon entre sí.

– Silencio amigos míos – manifestó el capitán. – Ahora voy a compartir con


vosotros algo que solamente pocos viajeros saben. En nuestra ruta a la Gran Isla
del Éxito, afrontaremos varios peligros. A partir de ahora, habrá que estar muy
pendientes de los Islotes del Fracaso.

La princesa había escuchado de manera accidental lo que el capitán había


dicho a su tripulación y por alguna razón, se sintió especialmente elogiada por lo
que el capitán dijo respecto a ella. Su vanidad femenina fue halagada, pues sabía
que su posición real hacía que se le rindieran normalmente. Pero como mujer, era
la primera vez que sentía un halago tan sincero y de tal magnitud.
Se acercó al grupo de marineros y al capitán. Los marineros se dieron cuenta
de su presencia, lo que hizo que todos callaran y el capitán, que estaba frente a
ellos, pero a espaldas de la princesa, volteó sorprendido. Al ver a la princesa, se
levantó respetuosamente para saludarla.

– Majestad, qué agradable sorpresa – le dijo amablemente.

– Gracias capitán. Espero no interrumpir.

– Por supuesto que no, princesa – contestó el capitán.

– Seguid sentados caballeros, por favor – dijo la princesa con una sonrisa y
prosiguió.

– Capitán, he escuchado sin querer algo que decíais respecto a los Islotes
del Fracaso. Si no tenéis inconveniente, me gustaría saber más de ellos.

El capitán Líder dijo entonces:

– Sabed princesa que los Islotes del Fracaso están en la ruta hacia la Gran
Isla del Éxito. Mucho se ha hablado de ellos por otros marinos, quienes cuentan,
que en virtud de que aparecen de manera repentina en el trayecto, son mágicos.
Generalmente es posible advertir su presencia si se está alerta. Sin embargo, el
peligro más grande es, que si no se saben sortear adecuadamente los peligros de
estos islotes, se puede naufragar o bien desviar el rumbo y terminar en laTierra de
la Mediocridad.

La princesa mostró un gesto de incomprensión y de sorpresa, pues nunca


había oído hablar de tales cosas.

– Decidme capitán, ¿cómo es ese lugar que mencionasteis?, ¿es una tierra
deshabitada o hay salvajes en ella?

– La Tierra de la Mediocridad no es una isla desierta; está habitada. Más


ciertamente, no por salvajes – continuó el capitán. – Allí todos están muy tranquilos
y son infelices, aunque sienten que son felices. Todos viven placenteramente y no
se preocupan por hacer algo mejor. Nunca se proponen retos y evitan todo riesgo;
no tienen sueños ni ilusiones. Sólo piensan en su comodidad y en su seguridad; es
lo más importante para ellos. Además, todos quieren ser iguales. Por eso todos
tienen como segundo nombre Mediocre, aunque su primer nombre sea distinto.

– Pero eso no es lo más grave – continuó el capitán. – En realidad, la Tierra


de la Mediocridad es como una enorme prisión. Quienes llegan allí, difícilmente
pueden escapar. Se sienten atraídos a ese lugar a tal grado, que la seguridad que
les brinda el hecho de no correr riesgos, les hace experimentar una sensación de
gran comodidad y de satisfacción. Los habitantes de la Tierra de la Mediocridad
jamás hacen algo trascendente y si alguien quiere ser mejor que ellos, lo hostigan
o lo convencen para que éste vuelva a ser como ellos. Son tan parecidos, que nunca
se encuentran diferencias importantes que los distingan entre sí.

Al saber esto, la princesa sintió un gran temor de llegar a tal lugar. Su gran
miedo, hasta entonces, había sido la soledad; tenía pánico a estar sola. Sabía lo
que era sentirse sola, aunque estuviera acompañada por una multitud. La soledad
más terrible, lo sabía muy bien, era la soledad interna, esa que se siente cuando no
se tiene a alguien a quien amar o cuando no se es amado. El amor hace la diferencia
entre la soledad externa y la soledad interna.

Ahora, a sus miedos, se agregaba uno más: el de vivir en la Tierra de la


Mediocridad. Ella, que desde que nació era diferente, descubría que aun siendo
princesa corría el peligro de ser común, en el sentido de no diferenciarse de los
demás seres humanos en su parte esencial.

Al pensar en esto, la princesa le horrorizó la idea de estar allí. Le impactó a


tal grado la posibilidad de ser parte de la población de esa isla, que se sintió
incómoda y no quiso saber nada más al respecto. Se disculpó ante la tripulación y
su capitán, y se dirigió a su camarote. Sintió la necesidad de orar y pedir a Dios no
llegar nunca a tal lugar.

El capitán continuó entonces hablando con su tripulación.

– Amigos, deben saber que el gobernante de la Tierra de la Mediocridad es


un mago malvado llamado Belial. Nadie ha visto jamás su rostro verdadero, pues
se aparece con diversos rostros e indumentaria. Él es el rey de la Isla de la
Mediocridad y su máximo placer es engañar a las personas para llevarlas a su
dominio. Es más poderoso en la medida en que tenga más súbditos. Por lo tanto,
tened mucho cuidado amigos míos. Habrá que estar muy atentos por si se llega a
aparecer por cualquier medio, en cualquier momento y en la forma que sea, para
descubrirlo y no caer en sus engaños.

Para su desgracia, como veremos después, la princesa no escuchó esta


advertencia.

Mientras tanto, en su camarote, la princesa reflexionaba en lo que había


escuchado de labios del capitán. Durante la mayor parte de su vida había vivido sin
saber exactamente lo que quería hacer de ella. El hecho de pertenecer a la realeza
le aseguraba su porvenir, en lo que se refiere a satisfactores materiales, pero no en
cuanto a su sentido de vida. Tenía una especial habilidad para aprender y era de un
carácter alegre, aunque a veces melancólico. Era alguien que disfrutaba dando a
sus amigos y era apreciada por eso. Otra de sus virtudes era que se le podía confiar
todo, jamás había traicionado a quien le depositaba su confianza. Había tenido un
prometido, un príncipe con el que su padre pretendía casarla para unir los reinos de
ambos. Sin embargo, al morir el rey, el compromiso quedó deshecho. Su relación
con el príncipe había sido solamente una costumbre que duró varios años, hasta
que la Reina Juana decidió enviarla a este viaje. Sabía que había nacido distinta,
aunque no por su estirpe, sino por otras razones. Sin embargo, algo le impedía ser
ella de manera plena y genuina.

Al atardecer del día siguiente, el contramaestre indicó al oficial Desidia que


sería el encargado del timón por la noche.

– Oficial Desidia – dijo el contramaestre, – tomaréis el timón por la noche.


Debéis tener especial cuidado por si aparece algún Islote del Fracaso. Recordad lo
que dijo el capitán al respecto. Así pues, para que estéis en condiciones para
cumplir con vuestra responsabilidad nocturna, id a descansar unas horas.

La idea le pareció excelente al oficial Desidia y se fue a su camarote para


fumar una pipa y tomar un vaso de ron. Se sintió tan bien, que en vez de dormir,
comenzó a cantar y a bailar, recordando su pueblo natal.

El oficial Desidia tomó el timón por la noche, acatando la orden del


contramaestre. Todos los demás se fueron a dormir. La noche era hermosa y había
una luna llena que matizaba de plata el mar en el que navegaba el Skipian.

Unas horas después, el oficial Desidia comenzó a sentir sueño. Se recargó


por un momento en el timón y vio que cerca del palo de la popela, se acercaba
sigilosamente una rata de color pardo. Observó que a la rata le brillaban sus ojos,
que eran de color rojo. Repentinamente se sintió como paralizado. La rata se le
acercó y comenzó a trepar por el timón, siguió por su brazo, hasta que llegó a su
hombro. Era la rata Irresponsabilidad. Comenzó a silbar una melodía a su oído y
después le susurró al timonel que era mas agradable dormir, que estar conduciendo
al barco en una noche tan bella. Esta malvada rata gozaba convenciendo a las
personas de no cumplir con sus obligaciones y compromisos. Feliz por su acción, la
malvada rata Irresponsabilidad se alejó del timonel y desapareció de cubierta.

Cuando reaccionó Desidia, se le ocurrió, que dado que tenían que mantener
un rumbo fijo, no era necesario estar despierto. Bastaba con sujetar el timón con
algo firme para que se mantuviese inmóvil. Tomó una cuerda y procedió a amarrar
el timón a la jarcia más cercana. Se dispuso entonces a dormir y acomodó sobre la
cubierta varios costales vacíos, a manera de cama, a un lado del timón. Sabía que
al no haber centinelas o vigías, nadie vería que descansaba. Además, pensaba que
se merecía ese descanso, pues en todo caso, ser timonel no era su ocupación
fundamental y no creía que hacer el trabajo de otro miembro de la tripulación fuera
realmente justo. “Cada quien lo suyo”, pensó y se acostó sobre los costales que
formaban un mullido lecho.

La noche transcurría plácidamente y el timonel Desidia se quedó


profundamente dormido. Entonces, la malévola rata Irresponsabilidad, regresó a
cubierta y se llevó la brújula, pues le había gustado mucho y consideró que sería un
juguete muy entretenido durante sus viajes.

Desidia consideró que había hecho bien los nudos. Sin embargo, con el
movimiento del barco, la cuerda con la que había atado el timón, comenzó a
aflojarse poco a poco y el timón comenzó a moverse. En un corto tiempo, el barco
cambió de rumbo. Su desviación lo estaba llevando en dirección de la Tierra de la
Mediocridad.

Un movimiento violento de la nave despertó al timonel Desidia. Se dio cuenta


que el timón giraba libremente pues ya no estaba atado. Su rostro palideció de
pánico al ver a unos cien metros de distancia, casi directamente frente a la proa, un
islote, iluminado por una majestuosa luna llena. De inmediato tomó su posición y
viró bruscamente a estribor. Solamente fue cuestión de unos metros para que no
chocaran con el islote. El viento soplaba a velocidad considerable y esto fue lo que
ayudó providencialmente a que la maniobra de evasión tuviera éxito.

El movimiento súbito del barco, provocó que varios marinos cayeran de sus
hamacas y que en los camarotes del capitán y oficiales todo se moviera con tal
brusquedad, que al caer varios objetos al piso, se despertaron.

El capitán Líder se incorporó deprisa y salió rápidamente de su camarote


para ver lo que sucedía. Llamó entonces al contramaestre.

– ¡Contramaestre Confianza! ¡Contramaestre Confianza! ¡¿Qué sucede?!

El contramaestre, sin salir de su asombro, contestó al capitán que no sabía


que pasaba.

– ¡Timonel!, ¡¿Qué pasó?! – gritó el contramaestre, dirigiéndose a la popela,


donde se encontraba Desidia.

– Nos desviamos contramaestre, pero ya tengo controlado el barco.

– ¿Cómo que nos desviamos? ¿Cuál fue la causa?

El timonel Desidia, agachó la cabeza y con el rostro enrojecido por la


vergüenza, confesó al contramaestre que se había quedado dormido y pensó que,
al asegurar el timón a la jarcia, se mantendría el rumbo.

El capitán y los marineros que habían subido a cubierta al despertarse,


alcanzaron a oír la respuesta del oficial Desidia y lo miraron con una mezcla de
sorpresa y disgusto. Por su torpeza y por no cumplir con su obligación, estuvieron
a punto de naufragar.

Arrepentido, Desidia ofreció disculpas a todos y comenzó a relatar lo


sucedido, haciendo mención de la extraña rata que vio. El Capitán Líder comprendió
entonces que la culpa había sido también de la malvada rata Irresponsabilidad.
Como no había estado presente en otras travesías del Skipian, no había
considerado necesario hablar de esto con su tripulación. De alguna manera, se
sintió responsable por no haber advertido a sus marineros de tan malévolo ser.
– Contramaestre, que se queden dos vigías por el resto de la noche y
sustituid a Desidia en el timón. Corregid el curso y mañana por la mañana, quiero a
toda la tripulación reunida en la cubierta principal.

– A la orden capitán – contestó el contramaestre.


– Todos vosotros debéis estar atentos a esa rata malvada de ojos rojos. Si
la veis, matadla sin piedad – ordenó el capitán.

– Sí capitán – contestaron los marinos presentes.

De regreso a su camarote, el capitán Líder se encontró a la princesa Karina,


quien sorprendida preguntó:

– ¿Qué pasó capitán?

– Un accidente, que afortunadamente no ha tenido consecuencias graves.


No os preocupéis princesa, regresad a vuestro camarote a descansar.

– Buenas noches capitán.

– Buenas noches Majestad.

En esta nocturna despedida, sus miradas se cruzaron y trataron de decir


cosas que no podían comunicar hablando.

Al día siguiente, la tripulación se presentó en cubierta por la mañana,


acatando las órdenes del capitán. Con el contramaestre Confianza a su lado, el
capitán se dirigió a la tripulación:

– Amigos míos, debo deciros que este viaje nos reserva muchos peligros.
Anoche vivimos uno de ellos. Desidia fue sorprendido por la malvada rata
Irresponsabilidad, que lo hechizó e hizo que dejara de ocuparse de sus
responsabilidades. No os dejéis sorprender por tan ruin bicho. Cuando la veáis,
aniquiladla sin compasión, porque su hechizo puede ser mortal. Esta vez, por
suerte, salimos bien librados; pero ahora más que nunca debemos estar muy
unidos. Nuestra fuerza reside en nuestra unidad y compromiso por lograr juntos
nuestro objetivo. Todos ustedes son marinos profesionales que conocen muy bien
su oficio. Como bien comprendéis, debemos tener niveles de mando para mantener
la disciplina, pero sabed que todos debemos ayudarnos. Nuestro triunfo en esta
misión depende, en gran medida, de que tan bien lo hagamos todos juntos. Es claro
que enfrentaremos retos, ahora desconocidos, para llegar a nuestro destino: la Gran
Isla del Éxito. Pero juntos habremos de vencer todas las adversidades y hacer
frente, de manera satisfactoria, a todos los retos que afrontemos. Trabajando juntos,
de manera armónica y responsable llegaremos felizmente a la Gran Isla del Éxito.

El Skipian siguió navegando con rumbo hacia su destino final, sorteando


algunos islotes que desde muy temprano fueron avistados.
Para la princesa, hasta ahora, todo era novedoso. El viaje, el mar, la brisa y
la escolta de delfines que frecuentemente acompañaba al barco. Pero sobre todo,
lo que más le robaba su atención era el capitán Líder.

La princesa sentía una extraña atracción hacia el capitán. No sabía


exactamente que pasaba dentro de ella. Tenía unos deseos enormes de estar cerca
de él. Sentía una necesidad de sentirse rodeada de esos brazos fuertes, pero a la
vez tiernos. Le atraían mucho sus manos varoniles y su seguridad en sí mismo.
Estaba muy confundida. No sabía si era amor lo que sentía por él o solamente una
repentina atracción. Ciertamente la confusión no era una novedad para ella. De
hecho, durante casi toda su vida había estado confundida. Desde que murió su
padre, el Rey Antón, sintió que algo muy grande y necesario se le había ido. Sintió
que había perdido su rumbo. La reina Juana le tenía un gran cariño, pero sabía que
su destino no estaba con ella, por esto no dudó en enviarla a la Gran Isla del Éxito,
en cuanto sus adivinos interpretaron en el Oráculo el sino de la princesa.

Unos días después, la princesa se sentó en la cubierta de proa al atardecer.


Se quedó pensando en lo que había vivido hasta entonces.

– ¿Qué tal el mar, Majestad? – preguntó el capitán acercándose por detrás


a la princesa.

Absorta en sus pensamientos, no se percató de la presencia del capitán y


recibió un gran susto cuando escuchó su voz.

El capitán, al darse cuenta que la había asustado, ofreció sus disculpas.

– Os ruego que me perdonéis por mi impertinencia.

– No os preocupéis capitán. Es que estaba distraída viendo el mar y


pensando en ciertas cosas. Por favor, acompañadme unos momentos. Este
atardecer es maravilloso y me sentiría muy halagada con vuestra presencia.

La mirada de la princesa era muy especial. Pero su mirada y su sonrisa


juntas, eran una pareja mágica y letal. Nada podía negárseles cuando actuaban a
la vez. El capitán se sintió subyugado por el gesto de la princesa y se acercó a ella.

– Capitán, he estado pensando en la gente que habita la Tierra de la


Mediocridad y os confieso que me ha dado un temor enorme ser como ellos.

– Princesa, cuando no se quieren asumir los riesgos de ser mejor, cuando


se tiene miedo a arriesgar para crecer, entonces uno puede ser como los habitantes
de ese desdichado lugar. Cuando se tiene un gran sueño, una gran meta por
alcanzar, la vida cobra sentido. Sin embargo, lo que diferencia a los grandes
hombres y a las grandes mujeres de los demás, es cuando ese gran sueño se
orienta a dar, a entregarse a otros.

– Entiendo capitán, pero ¿podríais ser más claro en lo último que dijisteis?
– Escuchad princesa. Es muy común que la gente valore a una persona,
primero por lo que tiene, después por lo que hace y por último por lo que es. Esta
es la forma en que los habitantes de la Tierra de la Mediocridad valoran a los demás.
Por esto, aunque algunos tengan muchas cosas materiales que los hagan diferentes
entre ellos, cuando se les valora por lo que son, todos resultan ser iguales. Así es
que una persona valiosa, es aquella que valora a los demás precisamente de la
forma contraria a la que mencioné. Es decir, una persona valiosa, primero valora a
otros por lo que son, después por lo que hacen y por último por lo que tienen. Desde
luego, que para poder ver así las cosas, uno mismo debe valorarse de la misma
manera.

– Comprendo capitán, ¿pero, porqué decís que los grandes hombres se


diferencian de los demás por la forma en que orientan su gran sueño? – preguntó
la princesa con insistencia.

– Bueno, pues porque para ellos su gran sueño, generalmente es algo que
tiene que ver con dar; dar algo de sí mismos para que a quienes den, sean mejores.
Ellos mismos son mejores cada día, continuamente, y quieren que los demás
también sean así. Y entonces, sus metas y objetivos se encaminan a lograr ese
gran sueño y disfrutan cada logro obtenido, fincando su felicidad en la satisfacción
que obtienen al lograr sus metas, orientadas por ese gran sueño. Y también por
esto, cada vez que fracasan, siempre vuelven a intentarlo, porque saben que para
obtener o lograr lo que se quiere, muchas veces hay que sufrir y a veces se cae,
pero siempre habrá que levantarse y seguir adelante. Cuando se tiene un gran
sueño, los problemas, sinsabores o decepciones solamente son obstáculos a librar;
de otra manera se perciben como grandes barreras que provocan frustraciones.

– Jamás imaginé que en este viaje iba a aprender cosas tan interesantes.
Os confieso capitán, que cuando estaba ante la aristocracia, me preocupaba mucho
por distinguirme de las demás damas por la belleza física. Quería ser la más bonita
– dijo la princesa mirando al cielo azul en el horizonte.

– Tal vez no seáis la princesa más bonita, pero no me queda la menor duda
de que sois la princesa más bella del mundo. Porque la belleza verdadera no se ve
con los ojos, se ve con el corazón – dijo el capitán de manera firme, pero amable,
mirando tiernamente a la princesa.

La princesa Karina se ruborizó y volteó a mirar al capitán.

– Capitán, decidme, ¿alguna mujer es dueña de vuestro corazón?

– No. Alguna vez una mujer fue dueña de mi corazón y de mis sueños. Pero
me engañó y se fue. Se asustó cuando vio la magnitud de mi amor por ella y no tuvo
el valor de vivir la gran aventura de crecer conmigo. Pero eso fue hace muchos
años.

– Qué pena me da eso capitán. Es triste que no os hayan valorado y no


hayan visto vuestro corazón. Qué feliz será la mujer que esté a vuestro lado.
La princesa dijo esto mirando fijamente los ojos del capitán y tomándole sus
manos tiernamente.

El capitán quedó helado y mudo. Fue cautivado con su mirada y al mirar sus
ojos, logró, de manera casi mágica, encontrar un pequeño espacio que le permitió,
por un momento, penetrar en el alma de la princesa. Se dio cuenta que era un alma
solitaria que buscaba amor con desesperación, pero que de alguna manera se
sentía estéril para amar.

La princesa lo había cautivado desde que la vio. Sin embargo, no eran sus
ojos, era su mirada; no eran sus labios, era su sonrisa; no era su voz, eran las
melodías que emanaban de sus labios cada vez que hablaba. No era su pelo, era
esa hermosísima cabellera negra que desprendía luceros en mágico desfile, cada
vez que el sol se posaba en ella. Era todo el conjunto de sus atributos y virtudes lo
que lo había seducido. No le parecía al capitán que lo que veía fuera algo cierto,
algo verdadero. Se había preguntado frecuentemente si lo que contemplaba era un
sueño.

– Princesa, sé que lo que os voy a decir es una osadía y tendréis todo el


derecho de abofetearme por esto. Pero debo deciros que os amo. Que desde que
os vi, sentí que el amor inundó mi ser con tal intensidad que me pareció que
explotaba por dentro cada vez que os veía.

Hubo un silencio, tras del cual el capitán continuó.

– Disculpadme princesa. No soy de cuna real, pero mi corazón no sabe de


aristocracias ni realezas. Se ha llenado de vos y es vuestro, totalmente vuestro,
hasta el fin de la eternidad. Me he enamorado de vos, no solamente por vuestra
celestial hermosura, sino por la intensa belleza de vuestra alma.

– Capitán – dijo por fin la princesa. – Sabed que sois correspondido. Mi alma
se siente plena cuando gozo de vuestra compañía. Mi corazón late apasionado
cuando estoy cerca de vos. He sentido por primera vez en mi vida el amor maduro,
este amor que ha superado las emociones de mi adolescencia. En este tiempo que
hemos compartido tantas cosas juntos, he sentido mi alma unida a la vuestra,
formando una sola entidad. Amadme capitán, os lo pide la mujer, no la princesa.

Se miraron con gran amor y un beso rubricó el ocaso, que significó el más
bello atardecer de sus vidas.

El capitán dijo a la princesa que deseaba que su amor cristalizara en el


matrimonio, pero que esto lo hacía infeliz, puesto que no él era noble.

– Recuerda amado mío, que en la Tierra a la que llegaremos, no existe la


realeza y solamente nos unirá el amor o nos separará la traición.
– Gracias por decir esto. No sabes lo feliz que me haces. Aguarda, te lo
ruego, debo darte algo – dijo el capitán con impaciencia.

El capitán se dirigió a su camarote y abrió el primer cajón de su cómoda


donde se encontraba un pequeño cofrecillo. Lo tomó y regresó con la princesa.

Se sentó junto a ella y abrió el pequeño cofre con cuidado. Dentro de él


estaban dos anillos de oro con unas piedras muy brillantes. Eran parecidas a los
diamantes, pero tenían un brillo muy peculiar e inusitadamente intenso. Cogió uno
de los anillos y tomando la mano izquierda de la princesa, colocó el anillo en su
dedo anular. Entonces le dijo:

– Amada mía, estos anillos son mágicos. Me fueron dados en uno de mis
viajes por un gran mago; son los anillos del amor. Mientras mi amor por ti esté vivo,
la luz que despide esta piedra preciosa, seguirá brillando. Su brillo corresponderá a
la intensidad de mi amor. Como ves, el brillo de la piedra es enorme ahora, porque
enorme es el amor que siento por ti. Si dejo de amarte algún día, la piedra dejará
de brillar; lo mismo pasará con el otro anillo si tú me dejas de amar. Sé que me
amas, porque la piedra brilla y cuando dejes de amarme, la piedra dejará de brillar.
¡Guárdeme Dios de tal momento! Sin embargo, te prometo que a partir de hoy, mi
vida se consagrará a cuidarte, apoyarte y hacerte crecer. Mi amor inmenso se
traducirá en mi entrega incondicional para hacerte feliz. Ahora toma este anillo y
colócalo tú en mi dedo.

Así lo hizo la princesa y ambos anillos brillaron con gran intensidad en las
manos de los enamorados. Después, un beso selló el compromiso, que sin decirlo
con palabras, hicieron ante Dios, allí en el mar azul.

Todo amor verdadero implica compromiso. Esto lo sabía bien el capitán, pero
no la princesa.

Cuando el sol se metía, la princesa comentó al capitán que sus astrólogos le


habían prevenido que su belleza física podría ser el mayor obstáculo para lograr su
felicidad y que tal vez el Oráculo estuviera equivocado respecto a su destino.
Ciertamente, su destino la tenía preocupada, pero la mayor parte de su vida había
evadido esta preocupación, dedicándose a cosas que no la llevaran a preguntarse
sobre el futuro de su vida.

Juntos vieron ocultarse al sol y juntos sintieron que ambos habían formado
una nueva y bella unidad.

De acuerdo a sus cálculos, el capitán estimaba que faltaba poco tiempo para
arribar a la Gran Isla del Éxito. Sabía que el rumbo no había sido corregido
correctamente, al no contar con la brújula, pero confiaba en que sus conocimientos
y experiencia reorientaran al Skipian en su rumbo original.

El oficial Egoísmo no quiso traer su brújula a bordo. El contramaestre se la


pidió antes de partir, por si le pasaba algo a la del barco. Sin embargo, Egoísmo
pensó que sus cosas eran suyas y que no tenía porqué compartirlas con nadie más.
Como veremos después, se arrepentiría de haber actuado así.

Diez días después, se acercó por estribor una nave de velamen extraño.
Parecía que no era un barco de guerra. A unos metros, alguien de la extraña nave
comenzó a gritar algo en un idioma desconocido, hasta que finalmente se escuchó
algo en el idioma que entendían en el Skipian.

– ¡Eh, los del barco! – dijo una voz en la nave que se acercaba. – ¡Venimos
en paz! ¡Mi señor desea subir a bordo y entablar amistad con vuestro capitán!

El capitán Líder escuchó la solicitud y consideró que no habría inconveniente


si tomaban las precauciones del caso. Ordenó a sus hombres tomar sus espadas y
estar alertas por si se trataba de una ardid y en realidad eran piratas que querían
realizar un abordaje sorpresa.

El contramaestre gritó a los del otro barco que aceptaban la visita, pero que
debían mantener su barco a una distancia prudente y abordar con no más de diez
hombres.

Del barco exótico, soltaron al mar una lancha pequeña. Fueron acupándola
ocho hombres primero y finalmente el que parecía ser el personaje principal.
Remaron lentamente en dirección hacia el Skipian, hasta que finalmente llegaron a
la escalerilla de estribor.

Subieron a bordo cuatro hombres desarmados, pero muy fuertes. Después


subió a bordo un hombre ricamente ataviado con indumentaria oriental. Hizo una
reverencia y dijo:

– Soy el príncipe Ícarus, dueño y señor de las tierras a las que estáis próximos
a arribar y os doy la bienvenida a ellas, si venís en paz.

– Yo soy el capitán Líder, comandante de esta nave y os doy la bienvenida,


si venís en paz – dijo el capitán, subrayando la última frase.

Los ojos del visitante miraron al capitán con cortesía, pero también con un
gesto velado de amenaza. En seguida dijo al capitán:

– Tengo algunos obsequios para vos . Si permitís que mis hombres restantes
aborden vuestro barco, podré haceros entrega de mis presentes. Espero que
aceptéis.

– Contramaestre, permitid a los hombres de nuestro distinguido visitante


subir a bordo.
– A la orden capitán – contestó el contramaestre.

Los hombres del príncipe Ícarus comenzaron a subir, trayendo consigo


varias cosas, principalmente frutas frescas, vinos y otros alimentos.
– Capitán Líder, recibid estos obsequios como muestra de mi buena voluntad
y de mis deseos de ser considerado vuestro amigo.

– Os agradezco mucho vuestra gentileza príncipe Ícarus y aceptad mi


invitación para comer en mi barco esta tarde – dijo amablemente el capitán.

– Acepto vuestra invitación. Estaré aquí en unas horas – contestó el príncipe


Ícarus, haciendo una reverencia.

En seguida, el visitante descendió del Skipian y ya a bordo de su lancha, se


dirigió a su embarcación.

Al capitán no le causó buena impresión el príncipe Ícarus. Algo le decía que


no era sincero y que sus intenciones no eran precisamente las que mencionó. Por
otro lado, “¿a qué tierras se refería y de las cuáles era gobernante?”, reflexionó.

El capitán tenía razón, el príncipe Ícarus era en realidad el malévolo Belial,


aquél de quien les había advertido a su tripulación. Belial sabía que la princesa
Karina venía a bordo, pues cuando preguntó a sus brujos quien era la princesa más
bella de todos los reinos, le hicieron aparecer una imagen de la princesa Karina en
la superficie de un gran recipiente lleno de un líquido azul. Desde entonces, Belial
decidió que ella debería formar parte de su harén. Se había convertido en su
capricho más importante y ordenó entonces a sus brujos localizar a la princesa.
Cuando así lo hicieron, le indicaron que viajaba a bordo del Skipian hacia la Gran
Isla del Éxito, por lo que se preparó para interceptar al Skipian durante la travesía.

Por la tarde, llegó el príncipe Ícarus al Skipian y saludó cordialmente al


capitán Líder.

– Agradezco vuestra invitación nuevamente capitán. Es un honor para mí


compartir los alimentos con un marino famoso como vos – dijo hipócritamente el
príncipe Ícarus.

– Espero que disfrutéis vuestra estancia – contestó cortésmente el capitán.

– Capitán Líder, no quisiera ser indiscreto, pero mis embajadores me han


dicho que lleváis a bordo a La Princesa más Bella de todos los Reinos, a la princesa
Karina. Si no tenéis inconveniente, desearía presentarle mis respetos.

– Vuestros embajadores os han informado bien. Nos satisface enormemente


contar con la presencia en el Skipian de la princesa Karina, a quien escoltamos en
misión especial y a quien hemos ofrendado nuestras vidas para protegerla de
cualquier peligro y de cualquier malnacido que pretenda hacerle daño. Mi tripulación
está muy bien armada y no dudaré un instante en matar a aquél que ose poner
siquiera un dedo sobre su real presencia, sin su consentimiento – dijo el capitán en
un tono firme y amenazante, pero diplomático, y continuó.
– Le comunicaré vuestro deseo y si ella no tiene inconveniente, nos
acompañará a comer en unos momentos más – terminó el capitán.

– Os agradezco mucho capitán Líder – dijo el Príncipe Ícarus con un gesto


que no ocultaba su perversa satisfacción.

El capitán acompañó al príncipe al camarote principal, en donde se


encontraba una mesa con viandas y vinos exquisitos. Invitó al príncipe a sentarse y
uno de los marinos del Skipian sirvió vino a ambos.

Después de unos minutos, el capitán llamó a Cooperación, uno de sus fieles


marinos.

– Cooperación, decid a la princesa Karina que tenemos un invitado a comer,


y que si no tiene inconveniente, le agradecería que nos acompañara en cuanto ella
así lo disponga.

– Sí capitán, de inmediato – contestó Cooperación y se dirigió al camarote


de la princesa.

Cooperación era uno de los oficiales más estimados por la tripulación, pues
siempre estaba dispuesto a ayudar a sus compañeros. Muchas veces no era
necesario pedirle su ayuda, pues él mismo se ofrecía ayudar cuando consideraba
que era necesario.

Atendiendo la orden de su capitán, Cooperación tocó la puerta del camarote


de la princesa y al escuchar contestación, le indicó que el capitán la esperaba a
comer con un invitado.

– Decid a vuestro capitán que estaré con él muy pronto – dijo la princesa en
voz alta y sin abrir la puerta.

En pocos minutos, la princesa se presentó ante el capitán y lo saludó con


una coqueta sonrisa. Éste se acercó a ella, besó su mano y la acompañó hasta la
mesa. El príncipe Ícarus estaba de espaldas a la princesa y se levantó. Enseguida
se acercó a ella e hizo una reverencia. Entonces, el capitán dijo:

– Príncipe Ícarus, tengo el gran honor de presentaros a Vuestra Real


Majestad, la princesa Karina.

Cuando lo vio, la princesa quedó impresionada. Nunca había visto un hombre


tan apuesto. El príncipe Ícarus tenía algo que le llamaba la atención. No sabía que
era, pero algo le atraía.

– Princesa, es un satisfacción indescriptible conoceros. Jamás pensé


encontrar a un ángel a bordo de este barco – dijo zalameramente el príncipe Ícarus.

– Es un placer conoceros príncipe – dijo sonriente la princesa, extendiendo


su mano.
Antes de sentarse a la mesa, el príncipe dio tres palmadas y se presentaron
ante él dos de sus hombres. Uno de ellos portaba en sus manos una enorme flor de
pétalos guindas y centro amarillo, del tamaño y forma de un girasol y el otro un
objeto dorado sobre un cojín aterciopelado.

– Princesa – dijo el príncipe. – Permitidme obsequiaros estos presentes,


como un humilde tributo a vuestra majestuosa belleza.

Primero le dio la enorme flor, que a pesar de ser grande, carecía de aroma y
sus colores eran artificiales, como el mismo príncipe. Después tomó el objeto
dorado. Era un espejo de mano, de oro macizo, que tenía la forma de gato. Estaba
incrustado con piedras preciosas alrededor del cristal reflejante y el mango, que
correspondía a la cola del gato, resplandecía con varios rubíes.

La princesa dejó la flor sobre la mesa después de besarla, y al ver el espejo,


quedó maravillada ante tal obra de arte. Sorprendida, agradeció el obsequio y sin
pensar en el capitán, se sentó al lado del príncipe. Durante toda la comida, éste
comenzó a halagarla, haciendo referencia constante a su belleza y contándole
historias exóticas y describiéndole sus riquezas y posesiones. La adulación
comenzó a surtir efecto y la princesa estaba encantada con el extranjero invitado. A
partir de esos momentos, para ella sólo existía el príncipe. El capitán únicamente
era parte de la decoración del camarote.

El capitán no entendía lo que le estaba sucediendo a la princesa. Jamás se


imaginó que pudiese ser atraída por aquél hombre extraño. Ni siquiera se preocupó
por observar su anillo. El brillo de la piedra había menguado.

Al terminar de comer, el príncipe Ícarus solicitó a la princesa que lo


acompañara a cubierta para charlar. La princesa aceptó de inmediato,
obsequiándole con una coqueta sonrisa e ignorando totalmente al capitán. Ante tal
situación, el capitán se sintió bastante incómodo. No entendía la insolente actitud
de quien le había pedido que la amara unos días antes. Se disculpó con ambos y
los dejó.

Cuando estaban solos en cubierta, el príncipe le dijo a la princesa:

– Bella princesa, sabed que poseo un sillón mágico; es un sillón que vuela a
dónde yo quiera. Os aseguro que volar juntos en mi sillón mágico, será una
experiencia inolvidable.

– Me encantaría noble príncipe, pero tengo miedo – dijo la princesa.

– Vamos, no tengáis miedo, soy un experto conductor de sillones voladores


– replicó el príncipe con una sonrisa irónica.

Sabía que estaba dando resultado su plan. Ahora veía muy cercana la
oportunidad de lograr que la princesa fuera seducida con sus argucias.
– Está bien – contestó ella. – Confío en vos. Debe ser una experiencia
formidable volar en un sillón mágico.

– Ya lo creo – contestó el príncipe. – Ver las cosas desde las alturas no tiene
comparación con nada. Veréis lo mismo que ve un águila o un halcón. Os aseguro
que nadie en vuestra real familia ha visto nada igual. Vamos, ni siquiera este
capitancillo que se dice vuestro protector, pero que no tiene nada con que
defenderos si se presenta el caso. En cambio, yo sí tengo con que hacerlo. Miles
de hombres a mi servicio estarán a vuestros pies si vos lo deseáis.

La princesa no replicó ante semejante afirmación. Estaba verdaderamente


impresionada con este hombre. El capitán había dejado de estar en su corazón de
manera repentina.

– Princesa, desde hace mucho tiempo os he estado esperando. Aguardé


tanto tiempo este momento, que mi corazón ansiaba impacientemente vuestra
celestial presencia. Venid conmigo y seréis la reina de mis dominios. Tendréis todo
conmigo.

La princesa escuchó esto sorprendida. No lo esperaba del príncipe.

– Pero príncipe, ¿no os parece precipitada vuestra propuesta? Hace apenas


unas horas que os conozco; además el capitán... – El príncipe no la dejó terminar e
interrumpiéndola, le dijo:

– Para amaros, no hacen falta siglos. Sólo unos minutos son necesarios para
enamorarse de una mujer como vos. Miles de mortales deben estar perdidamente
enamorados de vos con sólo haberos mirado – agregó el príncipe con adulación e
hipocresía, y continuó.

– Además, ese marinerito no es digno de vos, ni siquiera pertenece a la


realeza. Por otra parte, es varios años mayor que vos y vuestra juventud merece un
joven apuesto y vigoroso como yo. Soy más alto, fuerte y bello que él. No se puede
comparar mi energía con la de él, que es casi un anciano comparado con vos.
Comprended que la juventud es más importante que la experiencia y conmigo
gozaréis más tiempo la vida. Os juro consagrar mi existencia a cumplir vuestros más
mínimos deseos y estaré pendiente de vos en todo momento. No os dejaré sola por
un instante. Vamos princesa, no lo penséis más, acompañadme de inmediato, os
juro que no os arrepentiréis.

Belial habló de manera muy convincente y la princesa Karina no advirtió su


hipocresía. El príncipe era muy hábil y reconocía de inmediato la fase más sensible
de su víctima.

A pesar de lo atractivo de la oferta, la princesa dudó. Por un momento


recordó al capitán y esto le hizo reflexionar respecto a su conducta. Sentía que
estaba actuando impulsivamente y se preguntaba si debía hacer caso al príncipe,
el terrible Belial, o considerar lo que estaba sintiendo o había sentido por el capitán.
Belial se percató de la vacilación de la princesa. Entonces se acercó a ella y
se le quedó mirando a los ojos de manera penetrante. Su mirada era tan potente,
que la princesa tuvo que voltear, alejando sus ojos de aquella mirada impresionante.
Al ver esto, recurrió a otro ardid.

Sacó de entre sus ropas una cadena de oro, de la que pendía un anillo, que
engarzaba a su vez, a un gran rubí muy hermoso y refulgente.

– Princesa – dijo – observad esta joya. Es en verdad una gema de gran


hermosura, que solamente podría rivalizar con vuestra belleza. Observad como
brilla con el sol.

La princesa no podía resistir los halagos. Siempre había buscado ser el


centro de atención. Por esto, quedó maravillada con joya tan hermosa y no pudo
quitarle los ojos de encima. Belial, hábilmente, comenzó a balancear la cadena con
el anillo y provocó que la princesa siguiera el rubí con la mirada. Así, logró por fin
hipnotizarla.

Con una enorme sonrisa de satisfacción, se dirigió a la princesa y le dijo:

– A partir de hoy, yo seré tu dueño y no tendrás ojos más que para mí. El
capitán Líder será para ti únicamente un simple recuerdo y estarás convencida de
que sólo fue una experiencia más en tu vida. Olvidarás lo que le prometiste,
olvidarás que lo amas y te dedicarás hasta tu muerte a mi servicio. No tendrás que
preocuparte por hacer cosas difíciles, pues yo te facilitaré todo lo fácil. Pronto
vendrán por ti mis servidores y no opondrás resistencia. Vivirás conmigo por el resto
de tus días y serás cómoda y trivialmente feliz. Encontrarás la satisfacción que
habías estado buscando y que sólo creíste obtener en tu soledad. Serás para mí,
como esos hermosos árboles que cultivan en el lejano país de Cipango, bellos
árboles pequeños que no se les deja crecer, aunque tengan varios años de edad.
Su hermosura reside en su limitación para crecer y son preciosos objetos de ornato.
Serás como estos árboles a los que llaman bonsai y disfrutarás siendo así.
Aceptarás resignadamente mi desinterés e indiferencia hacia ti cuando comiences
a envejecer y tu hermosura vaya desapareciendo. Y también aceptarás
resignadamente mi interés por jóvenes mujeres, hermosas y atractivas cuando me
aburra de ti.

– Ahora, al momento de escuchar una palmada, despertarás y no recordarás


nada de lo que te dije.

Belial dio una palmada y la princesa despertó.

Confundida, dijo al que creía príncipe:

– Disculpadme, repentinamente me distraje y no puse atención en lo que me


decíais.
– No os preocupéis princesa. Os estaba mostrando este anillo que quiero
obsequiaros. Lucirá esplendoroso en vuestra real mano. Es incomparablemente
más bello que ese anillo de vidrio corriente que portáis ahora – dijo Belial, mintiendo
al ver el brillo intenso del anillo de la princesa y reconociendo de inmediato al anillo
del amor.

– Gracias príncipe, es precioso – respondió la princesa.

Belial intentó quitarle el anillo del amor, que tenía en la mano izquierda, para
sustituirlo por su obsequio. Sin embargo, la princesa no se lo permitió y
amablemente le ofreció la mano derecha, en la cual el príncipe le colocó el nuevo
anillo.

El regalo era parte de las alhajas de la ingratitud. Estas joyas, en forma de


anillos, collares, pendientes, gargantillas, aretes o pulseras, eran de uso frecuente
entre los habitantes de la Tierra de la Mediocridad. Quien las usaba se olvidaba de
agradecer lo que debía agradecer. Sus portadores creían que lo que se les daba lo
merecían y por lo tanto no debían agradecer el obsequio, fuera éste material o
inmaterial. Estaban convencidos de que todo se lo merecían y al recibir algo, aunque
lo pidieran, no tenían porqué agradecerlo. Mucho menos, agradecer aquello que no
habían pedido.

La princesa había quedado maravillada con su nueva sortija de la ingratitud


sin prestar atención al anillo del amor que le había dado el capitán, y que seguía
resplandeciendo con gran intensidad.

– Príncipe, tenéis razón, luce espléndido. Ya merecía una joya como esta –
dijo la princesa observando la nueva alhaja en su mano derecha.

Belial se acercó entonces a la princesa y la besó en sus labios. Ella se resistió


por un segundo, pero después aceptó el beso con placer, aunque con un temor
interno indescriptible. Abrazó apasionadamente al príncipe y lo besó con más
intensidad. Entonces sintió una culpabilidad momentánea que la hizo separarse del
príncipe. Una angustia terrible acababa de nacer en ella, angustia que ya no la
abandonaría jamás.

– Disculpadme príncipe. Me siento un poco mal. Me retiraré a mi alcoba,


pero espero veros pronto – dijo la princesa, retirándose a su camarote.

Al alejarse la princesa, Belial no pudo contener una sonora carcajada, que


llamó la atención a más de un marino a bordo.

Satisfecho de su fechoría, se dirigió a la escalerilla del barco y de inmediato


descendió hasta su lancha, ayudado por sus hombres, quienes se fueron con él. Al
darse cuenta de esto, el contramaestre avisó al capitán, que se encontraba en su
camarote.

– Capitán, el príncipe se retira sin dar ninguna explicación.


– ¿Qué decís contramaestre Confianza? ¡Cómo es eso!

El capitán salió inmediatamente de su camarote y se dirigió a babor. En


efecto, la lancha del príncipe se retiraba hacia su nave.

Todo esto le pareció muy extraño al capitán.

– Contramaestre, ¿sabéis que sucedió?

– No capitán – contestó el contramaestre intrigado. – El príncipe estaba


charlando con la princesa en cubierta y después ella se retiró. Enseguida, el príncipe
se dirigió hasta su lancha y se fue.

– ¿Así nada más, sin despedirse o dar alguna explicación?

– Así nada más capitán – contestó resignado el contramaestre. – Pareciera


que algo lo ofendió o que ya no deseaba estar a bordo.

– Qué extraño. Esto no me huele nada bien – dijo el capitán pensativo.

– Perdonad capitán, pero a mí nunca me agradó el tal príncipe. Además, me


dio la impresión de que cortejaba a la princesa – confesó el contramaestre
disgustado.

– La verdad es que comparto vuestro desagrado, pero no lo creo capaz de


tal atrevimiento. Conociendo a la princesa, no creo que se lo haya permitido. Estad
alerta contramaestre. Debemos estar prevenidos contra una trampa. No confío en
las personas descorteses y prepotentes – comentó preocupado el capitán.

El comandante del Skipian quedó pensativo e intrigado. “¿Quién era ese


personaje tan extraño? ¿De que tierras era dueño y señor? ¿De verdad sería
príncipe?” Decidió charlar después con la princesa para averiguar más sobre el
llamado príncipe. Ordenó levar anclas y continuar la navegación. Atardecía y en el
horizonte no se observaron mas islotes.

Al día siguiente el capitán despertó de buen humor. Todo estaba bien a


bordo y el viaje se presentaba tranquilo. Al ver salir a la princesa a cubierta, se
alegró. Verla era suficiente para colmarse de alegría y satisfacción.

– Buenos días amada mía – saludó amorosamente el capitán a la princesa


besándole su mejilla.

– Buenos días capitán – contestó la princesa con una sonrisa amable, pero
lejana.

Algo había en su expresión que inquietó al capitán.

– ¿Qué pasa Karina? ¿Sucede algo malo?


– No, nada malo me sucede. Solamente que he estado pensando en el
príncipe. ¿Vendrá hoy a visitarnos?

– Me temo que no. Ayer se fue sin despedirse siquiera. No sabemos que
sucedió.

– ¡Cómo! ¿No dijo si regresaría hoy? – preguntó la princesa con tristeza y


asombro.

– Como dije, no sé nada de él – replicó el capitán en tono molesto y sin


ocultar sus celos.

– No debéis molestaros capitán, solamente os hice una pregunta y recordad


que me debéis respeto – dijo la princesa en un tono de orgullo y soberbia.

– Karina reacciona, ¿qué te pasa? ¿Qué te dio ese sujeto prepotente y


anodino? – preguntó intrigado el capitán.

– ¡Nada! ¡Por supuesto que no me dio nada! ¡Y no lo llaméis así! – contesto


molesta, levantando la voz.

– Karina, amor mío, piensa por favor. Pareciera como si repentinamente te


hubieras enamorado de ese extraño, olvidándote de lo que sientes por mí.

– Capitán, debéis disculparme, pero creo haberme confundido con vos. Os


tengo aprecio y estimación, pero no creo amaros. Ciertamente, el príncipe Ícarus ha
provocado sentimientos profundos en mí desde que lo vi y creo que a él si lo amo.

– Pero, Karina, no te dejes deslumbrar tan fácilmente. Hombres como él


solamente buscan divertirse por un momento, después te olvidarán. Me parece que
te equivocas.

– Capitán, es posible que sea cierto lo que decís, pero quiero tener el
derecho a equivocarme. Yo sabré lo que hago. Os suplico no intervenir más en mi
vida.

Esta respuesta, pero sobre todo el tono de ella, sorprendió al capitán. “¿Qué
había pasado?” se preguntó a sí mismo. “¿Qué había pasado con la princesa,
aquélla que le había confesado su amor y de quien se había enamorado
perdidamente?” Realmente se había quedado perplejo. Parecía que tenía ante sí a
otra persona.

– Disculpad mi atrevimiento, Majestad. Si en algo puedo serviros, no dudéis


en avisarme. Estoy a vuestro servicio, cumpliendo órdenes de la Reina Juana. Con
vuestro permiso – dijo el capitán en tono grave, haciendo una caravana y
retirándose.
La princesa quedó desconcertada. Ella misma no daba crédito a lo que
estaba pasando. Se había comportado de manera grosera con el capitán Líder, de
quien había recibido sólo cosas positivas: apoyo, confianza, interés, pero sobre todo
amor. Un amor como el que nunca había pensado recibir. ¿Qué le estaba pasando?
El príncipe le había hecho algo, de eso estaba segura. Ahora el capitán no
significaba nada en su corazón, en cambio sólo pensaba en el príncipe Ícarus.
Pensó que la flor que le había obsequiado era la responsable del cambio, por lo que
regresó a su dormitorio por ella y la arrojó al mar. No obstante, todo seguía igual en
ella.

Se encontraba confundida. Recordaba el ofrecimiento del príncipe y le atraía


sobremanera, tanto volar en el sillón mágico, como vivir con ese hombre tan
interesante. Sin embargo, sentía un gran remordimiento por lo hecho al capitán, a
ese hombre que le había atraído tanto, por el que había sentido un cariño inmenso
y que era su mejor amigo hasta entonces. Quería estar segura de que amaba ahora
al príncipe, quien había sido capaz de desplazar al capitán de su corazón.

Preocupada, pasó todo el día en su camarote, sin siquiera salir de él para


comer. Estaba muy confundida. Extrañaba mucho a sus mejores amigas:
laDuquesa Inseguridad y la Condesa Trivialidad. A ellas siempre les consultaba
lo que debía hacer y hacía siempre lo que le aconsejaban, aunque no fueran
acertados sus consejos. Ahora ella tenía que decidir por sí misma y no estaban sus
amigas para consultarlas. Sentía una afinidad muy especial con ellas porque
siempre le apoyaban con una salida fácil y cómoda, cuando necesitaba una
respuesta para evitarse problemas. No se daba cuenta de que sus amigas serían
dignas habitantes de la Tierra de la Mediocridad. Por supuesto que ellas le habrían
recomendado que se olvidara del capitán y que se fuera con Ícarus, ¡precisamente
por las mismas razones que le había dado el príncipe antes de hipnotizarla!

Por su parte, el capitán se hallaba terriblemente triste. No lo podía creer. La


mujer que había idolatrado, se había convertido en alguien extraña. Más bien se
comportaba como una niña caprichosa, que al ver un juguete bonito, tiraba el
juguete que decía preferir sobre los demás.

Esta situación hizo que el capitán perdiera la concentración en el mando de


la nave. Absorto en sus pensamientos y decepcionado, el capitán se fue a su
camarote. Desconcertado y triste se quitó su anillo y lo guardó en el pequeño cofre
que antes lo había contenido, esperando por años a quien darlo. Finalmente regresó
el cofrecillo a un cajón de su cómoda.

El contramaestre se dio cuenta de la situación del capitán y se hizo cargo del


Skipian.

Por no tener brújula, el Skipian había desviado su rumbo; se acercaba


peligrosamente a la Tierra de la Mediocridad y el contramaestre hacía cálculos para
retomar el rumbo. No quiso comentar con el capitán la situación, hasta no estar
seguro de la nueva posición del Skipian. De cualquier manera estimaba que con la
llegada del nuevo día, podría orientarse mejor.
La noche transcurría tranquila y el viento había dejado de soplar, por lo que
el barco casi no se movía. La quietud era casi total. Sin embargo, de forma casi
imperceptible se escucharon ruidos en el agua, como de remos. El timonel no prestó
mucha atención a estos ruidos, pues supuso que se trataba de los delfines que
nadaban cerca del barco.

Por babor, comenzaron a subir pequeños hombrecitos con las orejas


picudas, grandes pies y algunos con barbas. Eran los terribles gnomos, los
servidores más fieles de Belial, que habían venido a secuestrar a la princesa. Todos
los gnomos se llamaban Miedo y se distinguían por su segundo nombre. Subieron
a bordo del Skipian, los cinco gnomos más queridos por el rey de la Isla de la
Mediocridad: Miedo a Ser, Miedo a Crecer, Miedo a Amar, Miedo a
Comprometerse y Miedo a Intentar. Estos malvados enanos de las profundidades
terrestres, eran los más perversos y los más eficientes para atrapar a quienes
habitarán la Tierra de la Mediocridad. Cuando actuaban, no dejaban escapar a
nadie. Eran extraordinariamente eficientes y todo aquél que atrapaban, era llevado
a vivir a la Tierra de la Mediocridad; a vivir allí felizmente mediocre.

Sigilosamente se movieron por cubierta hasta llegar al camarote de la


princesa. Como tenía echado el cerrojo la puerta, tuvieron que golpear fuerte para
romperlo. La princesa se despertó, pero no gritó, como resultado de la hipnosis de
Belial. Los gnomos la tomaron de las manos y la condujeron hasta cubierta, para
llevarla hasta la lancha en que habían llegado. Un gnomo llevaba consigo una bolsa
con cosas personales de la princesa, obedeciendo la orden de su amo.

El capitán no podía dormir pensando en su amada y cuando escuchó el ruido


que hicieron los gnomos para romper la puerta del camarote de la princesa, se
levantó de su cama y rápidamente tomó su espada. Cuando salió a cubierta observó
que dos hombrecillos ayudaban a la princesa a descender del barco hasta una
lancha que se encontraba en estribor.

Como impulsado por un resorte, el capitán corrió hasta donde estaban los
gnomos.
– ¡Alto malditos! ¡Dejad a la princesa! – gritó el capitán con su espada en la mano.

En ese momento el timonel gritó:

– ¡Alarma, alarma! ¡Hemos sido abordados!

El capitán se lanzó sobre los gnomos y alcanzó a ver a la princesa cuando


abordaba la lancha. Parecía como sonámbula, pues no ofrecía resistencia. Se
movía muy dócilmente. No sabía si iba por su voluntad, pero ella le dirigió al capitán
una mirada angustiosa y desesperada. Esta fue la última imagen que vio el capitán
de la princesa, antes de perder el conocimiento, como resultado de un golpe que
recibió en la cabeza por la espalda. Tres gnomos, subidos uno encima del otro, se
habían acercado al capitán y el que estaba hasta arriba lo golpeó fuertemente con
un mazo de madera.

Una gran confusión se produjo a bordo. Los marineros se habían despertado


con los gritos y los ruidos, y salieron a cubierta. El contramaestre Confianza
reaccionó tarde. Cuando se dio cuenta de la situación, la lancha con los gnomos y
la princesa ya se encontraba lejos del Skipian.

Repentinamente, el barco fue sacudido por un fuerte impacto. Una enorme


red cayó sobre el Skipian. Fue realmente asombroso lo que sucedió y nadie daba
crédito a lo que veía. Pareciera como si un pescador gigante hubiera echado sus
redes sobre el barco. La red estaba hecha de gruesas y fuertes cuerdas e inmovilizó
la nave por completo. Había viajado por los aires, desde el palacio de Belial hasta
el barco, impulsado por fuerzas poderosas y maléficas de los brujos del falso
príncipe Ícarus.

Los gnomos estaban contentos con su triunfo y sus risas eran tan fuertes que
se escuchaban claramente aunque su lancha estuviera muy lejos del barco.

Todos los marinos comenzaron a golpear fuertemente con sus espadas las
cuerdas de la red, para romperla y así poder librarse de ésta. Su esfuerzo fue inútil,
la red no se rompía. Parecía estar hecha de acero.

Pesimismo dijo entonces:

– Es inútil, nos quedaremos atrapados para siempre. Mejor no hubiéramos


salido de nuestra tierra. Sólo vamos al encuentro de la muerte.

Estas frases impresionaron a los demás marineros quienes comenzaron a


dejarse caer sobre la cubierta. Entonces, el oficial Optimismo les dijo:

– Amigos, escuchad. Nadie puede modificar el pasado. Así es que cuando


decimos hubiéramos, estamos desperdiciando nuestro tiempo. Nada podemos
hacer respecto al pasado. Pero siempre podemos hacer algo por el futuro, y el futuro
que queremos está en la Gran Isla del Éxito. Por lo tanto, no nos desanimemos. Lo
que tenemos que hacer es redoblar esfuerzos para librarnos de esta red y después
ver la manera de salir de este lío.

Sus compañeros se animaron y comenzaron nuevamente su tarea.


Entonces, el capitán Líder recobró el sentido y pronto se dio cuenta de la situación.
La enorme red con que estaba atrapado el Skipian era de cuerdas fuertes y gruesas.
Vio a sus hombres esforzándose para cortarlas, sin obtener resultados.

Era la Red de la Incertidumbre. Esta red inmoviliza y muchas veces


desespera. La red estaba hecha de cuerdas que los brujos de Belial habían
hechizado. No podían ser cortadas por espadas comunes, por muy afiladas que
estuvieran. Sólo espadas hechas con el acero de la fe en los demás y templadas
con la seguridad en uno mismo, podían cortar la red mágica.
De toda la tripulación, únicamente el capitán tenía una espada de esa
naturaleza. El capitán tomó su espada y golpeó con fuerza los cables de la red.
Comenzaron a romperse algunas cuerdas, pero aun así, éstas eran muy duras y el
capitán pronto se cansó de tanto golpear con su espada a la red. Así es que los
demás marineros empezaron a ayudar. Con todas sus fuerzas golpeaban las
cuerdas de la red y cuando alguien se cansaba, otro lo sustituía. Finalmente
rompieron las suficientes cuerdas como para librarse de toda la red. Esta maniobra
les llevó mucho tiempo. Mucho más tiempo del que los gnomos necesitaron para
llevar a la princesa hasta el palacio del malévolo Belial.

Por fin, el Skipian se hallaba libre de la mágica red. Amanecía ya y la


tripulación estaba exhausta. Después de descansar unas horas y comer algo, el
capitán reunió a la tripulación en cubierta.

– Amigos, como han podido ver, ha sucedido algo terrible. La princesa


Karina fue secuestrada.

– ¿Quién pudo ser, Capitán? – preguntó Optimismo.

– Solamente pudo ser el maldito Belial.

– ¿El rey de la Tierra de la Mediocridad? – preguntó a su vez Cooperación.

– El mismo. Estoy seguro que el príncipe Ícarus y Belial son la misma


persona. También estoy seguro de que hechizó a la princesa. Solamente así me
puedo explicar su conducta. Pobre princesa Karina – terminó con voz triste.

Optimismo dijo entonces:

– Capitán no os pongáis triste. Hagamos algo para rescatar a la princesa.


Tengo la certeza de que juntos podemos elaborar un plan para rescatarla. ¡Ánimo
capitán!, veréis como pronto estará de regreso.

El capitán cambió su semblante y dijo con determinación:

– Tenéis razón, buen amigo. Pensemos juntos y elaboremos un buen plan


de rescate.

Entretanto, la princesa se encontraba ya en el palacio de Belial. Los gnomos


avisaron a su amo que habían cumplido su misión. La princesa estaba
desconcertada. Todo parecía haber sido un sueño del cual no podía despertar aún.
La habitación en la que se encontraba era lujosa y confortable, tenía a su disposición
varios sirvientes que le proporcionaron ropa nueva y escogió un vestido muy
elegante, que destacaba su figura y se lo puso. Se vio en el espejo y estuvo
conforme como lucía. Su atención estaba fija en el espejo y reflejado en él,
repentinamente, apareció el terrible Belial. Mayúsculo fue el susto que se llevó la
princesa, pues no lo había escuchado entrar en su habitación. Al verlo, se
sorprendió. Era un hombre que jamás había visto, con un rostro barbado que no
reflejaba una edad precisa, pero que irradiaba antipatía y prepotencia. Indignada se
dirigió a él.

– ¿Quién sois vos y que hacéis aquí?

– Bienvenida a mí reino princesa. Yo soy tu amado príncipe.

– ¡Mentís farsante! Quien me trajo aquí es el apuesto príncipe Ícarus, que


es muy distinto a vos – replicó la princesa molesta.

– No te alteres bella princesa – dijo sereno Belial. Dio dos palmadas y en


seguida apareció un sirviente que llevaba una charola de plata, sobre la cual había
una jarra y una copa, ambas de oro. Tomó la jarra y sirvió en la copa algo que
parecía vino. Asió la copa y se la ofreció a la princesa.

– Toma princesa, debes tener sed. Toma y escúchame. Te lo ruego.

La princesa, molesta y asombrada, tomó la copa y bebió su contenido.


Ciertamente tenía un sabor a vino, pero distinto a los que antes había probado.

– El príncipe Ícarus y yo, Belial, rey de la Tierra de la Mediocridad, somos la


misma persona. Soy un hombre magnífico que ha obtenido grandes poderes
durante los más de mil años que tengo de existir. Estos mismos poderes me han
permitido vivir los años que he vivido y los que me faltan por vivir. También me
permiten adoptar varias apariencias, según mi agrado. Así es que, bajo la apariencia
del príncipe Ícarus, me presenté ante ti. Sabía que mi apariencia física y mi
arrogancia sería el mejor atractivo para una mujer como tú – dijo Belial con firmeza,
y continuó:

– Nunca había tenido una mujer tan bella como tú y fue mi deseo tenerte
conmigo. Conocerás a mis demás mujeres y podrás comprobar lo que te digo.

– No puede ser posible esto. Os estáis burlando de mí. Llamad


inmediatamente a mi amado príncipe Ícarus y agradeced que no os mando decapitar
por vuestra osadía.

Belial comenzó a reír con sonoras carcajadas. Le había causado gracia el


desplante de la princesa.

– Bella princesa, aunque quisiera, no puedo ordenar mi propia decapitación


y menos por un capricho tuyo. Enseguida demostraré lo que te dije.

Dicho esto, Belial lanzó hacia arriba un puñado de polvo rojo, que se
expandió como humo y por un momento lo ocultó. Al despejarse el humo, apareció
el príncipe Ícarus, con la misma expresión e indumentaria con las que lo conoció la
princesa.
La princesa quedó asombrada. Ante sus ojos estaba el príncipe Ícarus.
Parecía como una ilusión óptica. Eso pensó hasta que el propio príncipe comenzó
a hablar.

– Ante vos, princesa adorada, se encuentra Ícarus, vuestro admirado


príncipe – dijo irónicamente Belial, con la misma voz y gestos del hombre que
maravilló a la princesa Karina.

– No puede ser posible esto. Si sois en realidad Belial, rey de la Tierra de la


Mediocridad, ¿por qué no os presentasteis como tal ante mí?

– Porque con mi apariencia no hubiera resultado atractivo para ti. En cambio,


como Ícarus, logré llamar tu atención y hasta obtuve tu amor, ¿no es cierto? – le dijo
sonriendo y en tono sarcástico.

– No estéis tan seguro de que tenéis mi amor. Ahora me doy cuenta de que
fuisteis sólo una ilusión que me deslumbró y me hizo cometer un gran error. Me
engañasteis vilmente. Dejadme ir de inmediato – dijo la princesa en tono imperativo.

– Mucho me temo que no será posible mi querida princesa. Te deseo sólo


para mí. Este ha sido mi capricho desde que vi tu rostro en la imagen que me
mostraron mis brujos. Es una satisfacción personal muy especial tenerte en mi
harén con mis otras mujeres. Todas son muy bellas, y provienen de todos los
lugares de la Tierra, pero ninguna es como tú. Mientras dure tu belleza y juventud,
serás mi preferida.

– No lograréis vuestro propósito. Afortunadamente el capitán Líder me ama


y estoy segura que vendrá a rescatarme.

Una espontánea y estruendosa carcajada salió de la boca del malvado


Belial.

– No dudo que intente rescatarte, pero aunque lograra llegar hasta aquí, tú
no lo acompañarás y te quedarás aquí para siempre.

– Os equivocáis. En cuanto se aparezca, tened la certeza de que me iré con


él.

– Aunque quieras irte, habrá algo más fuerte que te lo impedirá. Algo que te
atará a mí para siempre.

– No sabéis lo que decís. Vos sólo me dais asco. No me inspiráis más que
desprecio y no quiero nada de vos – exclamó la princesa, quitándose el anillo que
le había regalado Ícarus y arrojándolo con fuerza al suelo.

Repentinamente, el capitán volvió a estar en su mente y en su corazón.


Ahora, sin el anillo de la ingratitud, reconocía lo que él había hecho por ella y todo
lo que le había dado en el lapso en el que se conocieron y se enamoraron, y en el
que construyeron una hermosa amistad.
– Aun sin tenerlo a mi lado, en estos momentos siento que amo al capitán
Líder más que a nadie en el mundo. Ahora me doy cuenta de lo tonta que fui y que
sólo me dejé llevar por un arrebato pasional. Me doy cuenta que mi amor por el
capitán Líder está más firme que nunca y sólo quiero estar con él para entregarle
todo mi amor – dijo de manera categórica.

– Tal vez eso sea por el momento, pero en unos minutos será distinto. Pronto
empezará a surtir efecto el brebaje que bebiste hace unos momentos. Entonces tu
conducta cambiará y te volverás mi más fiel servidora.

La princesa recordó el vino que había tomado en la copa de oro.

– ¡Malvado, me habéis engañado nuevamente! – le gritó la princesa con


evidente desprecio.

– Tendrás que perdonarme, pero solamente así pude tenerte conmigo para
siempre.

– Malvado, os arrepentiréis de esto – dijo resignada la princesa.

– Que descanses princesa, pronto tendrás la satisfacción de servirme –


terminó irónicamente Belial y se retiró sonriendo.

La princesa comenzó a llorar desconsolada y poco a poco comenzó a sentir


una extraña necesidad de permanecer en el lugar donde estaba. El brebaje mágico
comenzaba a surtir efecto. Se encontraba ya en el lugar en el que tanto temía estar:
la Tierra de la Mediocridad y curiosamente, no sentía la necesidad de abandonarla.

Mientras tanto en el Skipian, el capitán y sus marinos elaboraban un plan


para rescatar a la princesa. Muchas ideas surgieron de todos ellos, pero ninguna
parecía muy realizable. Finalmente el contramaestre dijo:

– Capitán, pienso que lo primero que tenemos que hacer es averiguar donde
se encuentra la princesa. Es decir, es seguro que se encuentra en el palacio de
Belial, pero hay que saber con precisión el lugar donde se ubica ella. Cuando
sepamos en donde está, podremos idear una forma de llegar hasta ella, sin que la
guardia se percate de nuestra presencia. Debemos reconocer que no tenemos la
fuerza suficiente para enfrentar a los hombres del maligno rey que secuestró a la
princesa, pues ellos son varias veces más que nosotros.

– Estoy de acuerdo con vos contramaestre, es lo más conveniente. Sin


embargo, ¿cómo haremos para llegar hasta el palacio sin ser vistos? – preguntó el
capitán.

– Creo que yo sé cómo – dijo el oficial Optimismo.

– Hablad – le apremió el contramaestre.


– Podemos enviar a uno de nosotros hasta el palacio donde se encuentra la
princesa, disfrazado de gnomo, para que pueda llegar hasta ella.

– Estás loco – le contestó Pesimismo. – ¿No sabes que los gnomos son como
enanos de largos pies y orejas puntiagudas? Con tu tamaño de ropero, ¿quién te
creería que eres un gnomo?

– Esperen, nunca dije que yo me disfrazaría. Solamente uno de vosotros


podría ser el indicado – replicó Optimismo.

– ¿Quién? – preguntaron todos.

– Creo que... ¡Astucia! – respondió Optimismo, señalando al aludido.

Astucia era el nombre de un marinero que iba a bordo. Era el más pequeño
de todos, pero era muy inteligente y vivaz.

Sorprendido, el marinero Astucia exclamó:

– Aguardad, ciertamente soy pequeño, pero no sé si mi tamaño sea el de un


gnomo. Nunca he visto uno.

– Tiene razón – dijo el capitán. – Un gnomo es más pequeño que él. Creo
que debemos descartar ese plan.

– No capitán – interrumpió Optimismo. – Si Astucia va de noche y le


colocamos unas puntas de zapato en sus rodillas, cuando vea que alguien lo puede
observar, se hincará y así su estatura se reducirá y hará creer a quien lo vea que
está de pie, porque las puntas de los zapatos en sus rodillas, parecerán sus pies.

– Tenéis razón. Me parece magnífica la idea. ¡Manos a la obra! – exclamó


entusiasmado el capitán.

Varios marinos ayudaron en la elaboración del disfraz. Como no tuvieron


forma de lograr que las orejas de Astucia parecieran puntiagudas de manera natural,
hicieron un gorro que le tapara las orejas. También hicieron unas barbas postizas
de las de otro marino, que tuvo que sacrificar las suyas para un noble fin. Astucia
se probó el disfraz y después de varios arreglos, quedó listo. Hincado parecía un
gnomo y el capitán estuvo satisfecho con la apariencia de Astucia

Entretanto, el Skipian se acercó la Tierra de la Mediocridad lo suficiente para


que una lancha pudiera llegar a ella sin dificultad en poco tiempo. Al atardecer
bajaron una lancha y la mantuvieron atada al barco, para que en la noche pudiera
ser abordada por Astucia y un par de remeros.

Al anochecer todos estaban listos. Hacía dos horas que el sol se había
ocultado y la luna comenzaba a ser más luminosa en su cuarto menguante. Astucia
se despidió del capitán y éste le dijo:
– Astucia, os agradezco vuestra disposición. Recordad que vuestra misión
es ubicar el lugar exacto en el que se encuentra la princesa y estudiar la forma en
que podamos llegar a ella sin ser vistos, y así poder rescatarla. No hagáis nada más
que esto. En cuanto tengáis la información, regresad de inmediato al barco.
Confiamos en vos. Tened mucho cuidado y os deseo la mejor de las suertes.

– Gracias capitán. No os preocupéis, regresaré lo más pronto posible.

La lancha comenzó a avanzar en dirección de la Tierra de la Mediocridad y


tras media hora, arribaron a una playa que se encontraba en una pequeña bahía.
Astucia bajó de la lancha y corriendo, se internó en la maleza. Mientras tanto, los
marineros que iban con él arrastraron la lancha tierra adentro y la ocultaron muy
bien entre varios arbustos. Ellos tenían que esperar a Astucia para regresar juntos
al Skipian.

Después de unos minutos, Astucia reconoció mejor el terreno y se dio cuenta


que había un sendero ancho que parecía conducir a un lugar importante. Comenzó
a caminar y después de varios minutos de caminata pudo ver a lo lejos un gran
palacio iluminado por varias antorchas. Calculó que en una hora estaría allí.

Cuando llegó cerca de la gran puerta del castillo, se detuvo a pensar en la


forma de burlar a los guardias. Se aproximó a unos cinco metros de ellos y de
inmediato se hincó. Revisó que sus barbas postizas estuvieran bien puestas y que
el gorro le tapara sus orejas. Entonces gritó:

–¡Eh guardias! ¡Venid pronto!

Los guardias voltearon a verlo y se acercaron corriendo a él. Señalando


hacia el camino, Astucia les dijo:

– Me pareció ver algunos extraños cerca del camino, creo que debéis
cercioraros.

Los guardias se alejaron hacia el camino, portando sus lanzas y dejaron la


puerta principal libre. Entonces Astucia se levantó y corriendo, se internó en el
palacio. Aunque Astucia lo desconocía, los soldados obedecían a los gnomos, por
ser éstos los preferidos del Rey.

Por la hora, no había gente en los alrededores, así es que le fue fácil ingresar
al palacio. Protegido por la oscuridad, Astucia se internó por un gran pasillo, al final
del cual se veía una intensa luz. Caminó por este pasillo y descubrió que
desembocaba en un amplio salón que parecía ser un comedor, pues había una gran
mesa con manjares sobre ella. En uno de sus extremos había una silla de respaldo
alto exquisitamente labrado. No observó a nadie y se acercó a la mesa. Como tenía
hambre, tomó una fruta de un recipiente y comenzó a comerla. Entonces escuchó
voces y buscó donde esconderse. Vio una cortina que cubría un muro cerca del
pasillo y se escondió detrás de ella.
Astucia observó que se acercaba un individuo ricamente ataviado,
acompañado por un ser pequeñito de grandes pies y orejas puntiagudas; era
barbado y de nariz afilada. Su voz no correspondía a su tamaño, pues era más bien
grave. Por fin había visto personalmente a un gnomo. En cuanto a la otra persona,
pronto se dio cuenta de que era Belial. Su personalidad tenía algo de sobrenatural
y su apariencia era muy distinta a la del príncipe Ícarus. Incluso su voz era muy
distinta, sonaba como hueca, como surgida de un abismo.

Estos personajes se acercaron a la mesa y apareció entonces un sirviente


que retiró un poco la silla de respaldo alto para que se sentara Belial. El gnomo
permaneció a su lado de manera respetuosa. Entonces éste se dirigió a su amo y
le dijo:

– Mi señor, disculpadme, pero he notado que la princesa no tiene guardia


en su habitación y aunque está en el primer nivel, ¿no sería prudente apostar un
par de guardias para impedir que huya? Sobre todo, considerando que su alcoba
está cerca de las escaleras – preguntó el gnomo Miedo a Ser.

– No hay ningún problema, mi fiel servidor. No es necesaria ninguna guardia.


La princesa no intentará escapar. Se siente muy bien aquí y no le falta nada.
Además, si intentaran un rescate esos tontos del barco, difícilmente pasarían de la
playa, pues tengo más de cien hombres vigilando en distintos puntos. Y en el remoto
caso de que pudieran pasar, la guardia del palacio es suficiente para aniquilarlos
antes de que pusieran un pie dentro.

– Pero mi señor, y si no tratan de llegar a descubierto, sino por medio de


alguna artimaña, ¿qué haremos?

– No me preocupo, la princesa ha tomado un brebaje que prepararon mis


brujos y aunque ella quiera, no podrá irse. No tiene voluntad propia ahora.
Inconscientemente opondrá resistencia, sentirá que es detenida, y solamente
muerta o sin sentido se la podrían llevar. Como ves, es casi imposible que pudieran
rescatarla. Ahora te puedes retirar, voy a cenar.

– Si mi amo, con vuestra anuencia – dijo el gnomo al retirarse.

Astucia esperó a que el rey terminara de cenar. Cuando esto pasó, Belial se
dirigió a las escaleras que llevaban al primer nivel y subió por éstas, para dirigirse
seguramente hasta sus habitaciones. Ahora Astucia conocía muchas cosas
importantes, sólo faltaba ubicar de manera precisa la alcoba de la princesa. Sabía
que estaba en el primer nivel y cerca de las escaleras. Necesitaba llegar a ellas y
luego subir. Aparentemente no sería difícil hacerlo. Estaba saliendo de su escondite,
cuando aparecieron dos sirvientes que se dirigieron a la mesa para retirar los platos
y la comida sobrante de la cena. Los minutos que tardaron en realizar su tarea, le
parecieron siglos. Por fin se retiraron y después de unos momentos, al asegurarse
de que no había nadie más en el salón, se encaminó a las escaleras y comenzó a
subir sigilosamente.
Al llegar al primer nivel, se acercó a la primera puerta que encontró y trató
de abrirla, pero tenía echado el cerrojo. Fue inútil su esfuerzo por abrirla y no intentó
forzarla, pues consideró, por lo que había dicho el gnomo a su amo, que allí no
estaría la princesa. Caminó cautelosamente por el ancho pasillo hasta una segunda
puerta. Se acercó y accionó la manija, sin encontrar resistencia. Abrió la puerta muy
cuidadosamente, sólo lo suficiente para asomar primero su cabeza y observó a su
alrededor, no viendo a nadie. Sin embargo, el perfume de la princesa era
inconfundible. Estaba seguro de que, al menos, allí había estado ella, pero se dio
cuenta de que la cama estaba vacía y decidió penetrar en la habitación. No la veía
por ningún lado. Entonces se acercó a una pequeña puerta que estaba entreabierta.
Era la puerta que daba al balcón. Cuando se asomó, pudo ver a la princesa de perfil.
Se quedó maravillado con el cuadro que tenía ante sí. La luna iluminaba tenuemente
su rostro, y se veía triste y melancólica, pero su belleza no menguaba. Su perfil se
dibujaba sobre un plata intenso de la luna, y comprendió entonces porqué el capitán
se había enamorado de aquella mujer.

Entonces escuchó la voz de la princesa y pensó que había alguien con ella,
por lo que se espantó. Cuando recobró la calma, se acercó más y se percató de que
no había nadie. La princesa hablaba sola.

– Ojalá pudiera decirte cuanto te amo capitán Líder y cuan arrepentida estoy
de haber hecho lo que hice. Me siento tan sola, que sólo me consuela saber que
me amas y quisiera hacer hasta lo imposible por conservar tu amor. Me doy cuenta
que es tan difícil que alguien ame tan profundamente, que lamento no haberte
valorado.

Astucia se percató de que el anillo que tenía la princesa en su mano


brillaba, intensamente. Lo había ocultado con su mano, pero al quitarla de éste, el
anillo parecía de fuego. No entendía qué clase de gema era esa que tenía luz propia.

Pensó en acercarse a ella y decirle que pronto la vendrían a rescatar. Incluso


pensó, por un momento, llevársela él mismo. Sin embargo, recordó lo que había
dicho Belial respecto al hechizo y prefirió no hacerlo. Tenía ahora la información que
necesitaba el capitán. Era momento de regresar al Skipian.

Estaba dispuesto a retirarse, cuando escuchó a la princesa sollozar y oyó


un extraño ruido. Era como si cayeran al suelo fragmentos de cristal. Intrigado, se
volvió a acercar cuidadosamente y observó varios diamantes esparcidos en el piso.
Sorprendido, vio que las lágrimas de amor que derramaba la princesa caían al suelo
en forma de diamantes. Entonces se tendió en el piso y de manera hábil, recogió
varios de esos diamantes sin que la princesa se diera cuenta y los guardó en su
bolsa.

Descendió silenciosamente las escaleras y se dirigió al pasillo por el que se


había internado al salón. Al llegar al final del pasillo, escuchó voces. Se quedó
paralizado e intentó regresar por el mismo camino, pero oyó más voces de alguien
que se acercaba precisamente en esa dirección. Si regresaba, quedaría atrapado a
la mitad del pasillo, por lo que avanzó hasta el final de éste, hacia la salida, y en un
área sombreada se hincó. Se aproximaron tres guardias armados, charlando
animadamente. Al verlo, lo saludaron con una reverencia y continuaron su camino.
Astucia respiró profundo y secó gruesas gotas de sudor que perlaban su frente.

Rápidamente se retiró del pasillo y se dirigió a la puerta principal. Ahora el


problema era distraer a los guardias de la puerta. Afortunadamente habían
cambiado la guardia y no estaban los mismos hombres a los que había engañado
a su llegada. Decidió recurrir a la misma estratagema que usó con los otros, pues
se dio cuenta de que los gnomos tenían poder sobre los guardias; así es que
nuevamente se aproximó y cerca de ellos, se hincó y les dijo:

– Guardias, acudid con vuestro capitán al salón. Yo vigilaré la puerta hasta


que envíen relevos.

Los guardias cumplieron la orden de inmediato y cuando vio que se alejaban


lo suficiente, emprendió la carrera por el sendero que lo conducía a la playa. Cuando
llegó a ella, sus compañeros estaban dormidos cerca de donde habían ocultado la
lancha. Los movió para despertarlos y uno de ellos dejó escapar un sonoro grito
cuando despertó y lo vio.

– Calla impertinente, nos van a descubrir. Soy yo, Astucia.

– Perdona compañero, pero es que, disfrazado, no pareces humano. Estás


muy feo – le contestó asustado el marinero.

– Apresurémonos a salir de aquí – dijo Astucia.

Cuando se disponían a sacar la lancha de su escondite, escucharon algunos


ruidos. De inmediato se escondieron los tres entre los arbustos, observando cómo
se acercaba un grupo de hombres armados. Éstos se dirigieron a la playa y cerca
de las olas se detuvieron unos momentos, observando el mar. Astucia y sus
compañeros no escucharon bien lo que decían, pero seguramente su presencia
obedecía al grito que lanzó el marinero cuando se asustó.

Se acercaron un poco más a las olas y dos de los hombres regresaron por
donde vinieron, mientras que el resto se quedó en la playa. En pocos momentos
regresaron los dos hombres que se habían ido, con una antorcha, varias ramas y
troncos. Hicieron una fogata y permanecieron sentados cerca de ella. Era claro que
tenían la intención de hacer guardia en ese lugar por toda la noche.

Al ver esto, Astucia se dirigió a sus compañeros y casi susurrando les dijo:

– Tendremos que esperar a que se vayan. No podemos exponernos. Son


cuatro veces más que nosotros y están armados. Aguardaremos hasta que se vayan
o hasta que se presente una mejor oportunidad.

Llegó el amanecer y los soldados seguían haciendo guardia en la playa. Dos


horas después, se presentó otro soldado. Algo les dijo a los demás y se retiraron
todos. Esperaron unos momentos y Astucia se acercó hacia donde se habían ido
los soldados. Observó que se dirigían a otro lugar alejado de ellos.

Regresó corriendo hasta donde estaban sus compañeros y les dijo que era
el momento de partir. Cuidadosamente, arrastraron la lancha hasta la playa y
comenzaron a remar con fuerza hacia el Skipian.

Mientras tanto, el capitán se encontraba muy triste en cubierta. El


contramaestre se dirigía a él, cuando escuchó que su capitán hablaba solo.

El contramaestre se estremeció al ver a su capitán tan afligido y


desconsolado. Sintió una rabia enorme de impotencia. ¿Qué hacer por su capitán y
amigo? Pensó que aunque rescatara a la princesa, tal vez ella lo rechazaría y esto
sería un golpe mortal para su amigo. Respiró hondo y se acercó a él.

– Capitán... – dijo el contramaestre con voz tímida.

Cuando volteó a verlo, el contramaestre observó unas lágrimas en el rostro


del capitán. Esto fue impactante. ¡Jamás lo había visto llorar! En todos los años que
llevaban navegando juntos, jamás había visto una lágrima en los ojos de su capitán.
“Esto sí que es grave”, pensó. “Es necesario ayudarlo a mantener la calma. Ahora
es cuando más necesita de sus amigos y él, que tanto nos ha dado, necesita de
nuestro apoyo”.

– Capitán, la lancha vuelve.

– ¡Qué bien! – exclamó el capitán cambiando su rostro de aflicción por uno


de esperanza.

El capitán se dirigió a babor, por donde venía la lancha. Casi toda la


tripulación se acercó a la borda y recibieron a sus compañeros expedicionarios con
júbilo.

Astucia subió gritando:

– ¡Misión cumplida capitán! Os traigo buenas noticias. La princesa está viva


y creo que se encuentra bien, aunque debo deciros algo en privado. Por lo demás,
sé con precisión donde se encuentra y la forma de llegar a ella.

– Bienvenidos amigos – contestó el capitán con alegría. – Me da gusto que


regresen con bien. Debo confesaros que me preocupé al ver que no retornaron
anoche, pero veo que todos están bien. Tomad un descanso y comed algo. Astucia,
cuando terminéis, os espero en mi camarote. No tardéis, porque es muy importante
vuestra información.

Una hora después, Astucia se presentó ante el capitán y le relató su


aventura. También le comentó lo que había escuchado de la princesa. Esto reanimó
al capitán, quien de inmediato se levantó de su silla y comenzó a caminar de un lado
a otro, pensativo. Repentinamente se detuvo y le dijo a su acompañante:
– No sabéis cuanto os agradezco vuestro servicio. Estoy en deuda con vos.
Ahora necesito estar solo para pensar, os podéis retirar.

Astucia se retiró y al salir del camarote del capitán se encontró con el


contramaestre, quien le preguntó:

– ¿Estáis seguro del lugar en el que se halla la princesa?

– Sí contramaestre, pero creo que no será fácil rescatarla. El rey la ha


hechizado y tendremos que ser muy hábiles para sacarla de allí – contestó Astucia.

– Bien, decid a los oficiales que nos reuniremos en seguida, en el camarote


que dejó la princesa.

– A la orden contramaestre Confianza.

Una vez reunidos todos los oficiales del Skipian, el contramaestre les dijo:

– Amigos, el capitán está atravesando por el momento más difícil de su vida.


Ahora, más que nunca necesita de nuestra ayuda y apoyo. Como podéis suponer,
su interés por la princesa va más allá del compromiso con la reina Juana. Esto hace
que tenga dificultades para pensar fríamente al actuar. Debemos entonces ser muy
perceptivos y aguzar nuestra inteligencia para apoyarlo. ¿Estáis de acuerdo?

Todos contestaron afirmativamente y Cooperación agregó:

– El capitán Líder nos ha ayudado cada vez que hemos necesitado y ahora
él nos necesita. Lo apoyaremos y colaboraremos para rescatar a la princesa.

– Bien, esperemos las instrucciones del capitán y mientras, preparémonos


para entrar en acción pronto – concluyó el contramaestre.

Entretanto, el capitán mandó llamar a Astucia a su camarote.

– A vuestras órdenes capitán – saludó Astucia.

– Astucia, ¿decís que la princesa bebió un brebaje y que esto hizo que
cambiara su comportamiento?

– Bueno, como os dije, Belial mencionó que le había dado un brebaje


mágico, pero no os podría asegurar si se comportaba de manera extraña. Cuando
la vi, no noté nada fuera de lo común salvo que hablaba sola, como dirigiéndose a
vos y que... – calló entonces y sacó su pequeña bolsa de piel.

– Había olvidado deciros que la princesa estaba llorando y al hacerlo, sus


lágrimas se transformaron en esto.

Astucia vació el contenido de su bolsa en las manos de capitán.


¡Diamantes! El capitán quedó sorprendido. Esto quería decir que la princesa
no era mala ni insensible. ¡Solamente las lágrimas de amor de una mujer podían
convertirse en diamantes! Entonces, el capitán pensó que todavía era posible que
ella lo amara. Ahora estaba seguro de que algo estaba pasando en el interior de la
princesa y sospechaba que un torbellino interno la había arrastrado a actuar de
manera extraña. De no haber tenido una gran confusión interna, Belial no hubiera
podido hechizarla.

– Gracias Astucia, ahora creo saber qué hacer.

– Con vuestro permiso capitán y disculpad mi olvido – dijo el marinero,


saliendo del camarote.

Después de haberse retirado Astucia, el capitán sacó de su cómoda una


caja de madera con asas a los lados. Ésta contenía varios frascos, cajitas con
sustancias en su interior y un libro en el que había escritas recetas para preparar
diversas pócimas. Durante su estancia en un lejano país, recibió educación de unos
poderosos magos blancos que le llamaban “hermano” y que se dedicaban a
construir templos a las virtudes y cavar pozos profundos a los vicios.

Reflexionó y concluyó que la princesa se hallaba hechizada por fuerzas


poderosas. No había duda de esto. Pero al no saber qué tipo de brebaje había
tomado, preparar un antídoto eficaz contra éste, se dificultaba enormemente. No
obstante, pensando en los síntomas que presentaba su amada princesa Karina,
localizó en su libro la fórmula de una pócima mágica que debía resultar efectiva
contra el hechizo del maldito Belial.

Se aprestó entonces a preparar la poderosa Pócima de la Esperanza.


Tomó varios frascos y recipientes de la caja, y comenzó a elaborarla. Mezcló polvos
de “Comprensión” con algunas hojas de “Apoyo” y “Tolerancia”; tomó algunas
semillas de “Ternura”, de “Empatía” y de “Entusiasmo”, y las agregó a los demás
componentes. Todo esto lo mezcló muy bien y lo molió perfectamente en un
mortero; posteriormente agregó la mezcla a un recipiente que contenía un líquido,
que tomó de una botella que decía “Confianza en uno mismo”; completó su
preparación agregando a dicho recipiente un líquido de color azul cielo que tomó de
otra botella que decía “Cariño”, del cual puso gran cantidad. Hecha la mezcla, la
vació en una botella de vidrio color ámbar, la cerró muy bien y la agitó muchas veces
con fuerza. Estaba lista la mágica pócima de la Esperanza. La colocó entonces en
una bolsa de piel con una correa resistente.

El capitán reunió a sus oficiales y les comunicó que había preparado un


antídoto contra el hechizo del que había sido víctima la princesa y que por la
madrugada iría Astucia con él a rescatarla. A los oficiales les pareció muy temerario
el plan, pero sabían que cuando no tenían algo mejor que proponer, no debían
criticar. Su capitán les había enseñado que cuando no se tiene una mejor opción o
propuesta, una crítica se vuelve destructiva. Criticar es una de las actividades más
fáciles que existen y cualquiera puede realizarla. De hecho, esta es una de las
ocupaciones principales de los habitantes de la Tierra de la Mediocridad.
De esta manera, en la madrugada, el capitán abordó la lancha junto con
Astucia y dos marineros más. Llevaba colgada al hombro su bolsa de cuero, con la
pócima mágica de la Esperanza en su interior, una daga y su espada. También
llevaba una cuerda de gran longitud, pues pensó que podían necesitarla. Se
dirigieron a la misma playa que el día anterior y desembarcaron sin percances. El
capitán ordenó a los marineros que esperaran su regreso y que se ocultaran bien y
partió en compañía de Astucia.

Cuando llegaron cerca de la entrada principal del palacio, Astucia,


aparentando ser un gnomo, ordenó a los guardias que esperaran a otros gnomos
en el camino. Éstos obedecieron y dejaron libre la entrada. El capitán se había
escondido en un resquicio cerca de un gran arco que enmarcaba la entrada principal
y al no haber nadie cerca, ambos se dirigieron al pasillo largo. Cuando llegaron a la
entrada del comedor, Astucia comenzó a “caminar” sobre sus rodillas, observando
al mismo tiempo a su alrededor, para ver si no había nadie. Al encontrar el camino
despejado, hizo una seña al capitán y éste comenzó a avanzar hacia las escaleras.
Juntos las subieron calladamente, hasta la puerta de la habitación de la princesa y
cautelosamente abrieron la puerta; el capitán se acercó a la cama donde dormía la
princesa mientras que Astucia se quedó cuidando la entrada de la habitación.

El capitán se acercó con gran delicadeza a la princesa y se quedó admirando


su rostro. Dormía profundamente y volverla a ver lo llenó de felicidad. A pesar de
estar dormida, su expresión era de intranquilidad. Cómo ansiaba poder darle la paz
que tanto necesitaba ella en esos momentos. Viendo su rostro amorosamente, la
besó en los labios con gran ternura. La princesa abrió sus ojos y sorprendida se
incorporó. No lo podía creer, el capitán estaba allí.

La princesa se le quedó mirando por un momento y finalmente le dijo:

– Abrázame fuerte por favor– abrazando al capitán cariñosamente, la


princesa Karina le dijo:

– Perdóname por favor, Líder. He sido muy tonta y me dejé llevar por lo
superficial. No te merezco, pero te amo. Perdona mis ofensas; sé que te he hecho
daño y me arrepiento sinceramente de ello.

La princesa besó al capitán con intensidad y acariciando su pelo se le quedó


mirando. Entonces, el capitán se separó cariñosamente de ella y abrió su bolsa.
Sacó el frasco color ámbar que contenía la pócima mágica de la Esperanza y
mirándola a sus ojos, le dijo:

– Karina, no necesito decirte cuanto te amo. Tu anillo lo dice por mí. – La


princesa miró su anillo y comprobó que resplandecía con gran intensidad. El capitán
le dijo entonces: – No tenemos mucho tiempo. Bebe el contenido de este frasco, es
la pócima mágica de la Esperanza que preparé para ti. Debe liberarte del hechizo
de tu captor. Bebe rápido, por favor.
La princesa comenzó a beber, pero se detuvo haciendo una mueca de asco
y dijo:

– Sabe horrible.

– No importa, no todo lo que nos hace bien es dulce. Bebe rápido, te lo


ruego. Confía en mí.

La princesa terminó de beber, haciendo gestos de repugnancia.

– Ahora acompáñame, saldremos silenciosamente.

Cuando la princesa estaba dispuesta a salir, sintió que alguien la apresaba


de las manos.

– ¡Soltadme! – exclamó.

El capitán volteó y desenvainó de inmediato su espada. Pero, ...¡no vio a


nadie junto a la princesa!

La princesa continúo gritando, pues sintió que estaba siendo detenida. Veía
a los gnomos Miedo a Crecer, Miedo a Comprometerse y Miedo a Amar que la
tenían fuertemente asida de las manos.

– ¡Dejadme enanos, quiero irme! – gritaba con desesperación, forcejeando


con sus invisibles captores.

El capitán, confundido, veía a la princesa tratando de zafarse de algo invisible


que la detenía y no sabía qué hacer. Pensando que los gnomos se habían hecho
invisibles, comenzó a lanzar su espada hasta donde se suponía que estaban estos
malvados seres. Hizo esto rápido y con gran precaución para no lastimar a la
princesa. Sin embargo, nada logró. No había nadie, pero la princesa seguía
gritando. La tomó entre sus manos y le gritó:

– ¡Karina cálmate, no hay nadie!, ¡es sólo una ilusión! ¡Por favor reacciona!

Los gritos provocaron que varios guardias acudieran hasta la puerta de la


habitación en la que se encontraba la princesa. Incluso el mismo Belial despertó. Al
ver que se acercaban varios hombres, Astucia entró a la habitación y cerró la puerta
con llave. A los pocos momentos comenzaron a tocar la puerta fuertemente. En la
confusión, el capitán volvió a tratar de hacer que reaccionara la princesa.

– Por favor Karina, reacciona.

Era inútil, la princesa no reaccionaba. Se movía desesperadamente, tratando


de liberarse de alguien que la estuviera deteniendo, sujetándole sus manos.

Ya sin oponer resistencia a sus aparentes captores, la princesa le dijo al


capitán.
– Huye capitán Líder, yo jamás podré salir de aquí. Mi destino es vivir aquí
por siempre. Huye, te lo ruego. Sálvate tú y recuerda que siempre te amaré.

– ¡No! – gritó con desesperación el capitán. – ¡Te sacaré de aquí o moriré en


el intento!

Astucia intervino entonces y le dijo:

– Capitán es inútil, os lo dije, vámonos antes de que nos capturen. Por favor
pensad en vuestra tripulación.

El capitán tampoco reaccionaba. Sentía una rabia enorme y una gran


impotencia. Entretanto, la puerta seguía siendo azotada por fuertes golpes que
intentaban derribarla.

– ¡Capitán! – gritó Astucia – ¡Pensad en vuestra tripulación, os lo suplico.


Ellos necesitan de vos. Si no regresáis, ellos morirán, pues no se moverán hasta no
veros. Serán fácil presa del rey de la Tierra de la Mediocridad. ¡Capitán, vámonos
por favor! – exclamó suplicante Astucia.

El capitán pensó en sus hombres y en el objetivo final de su viaje: la Gran


Isla del Éxito. Se preguntó si tenía derecho a sacrificar a los demás por algo que
sólo era importante para él. La respuesta lo hizo reaccionar. Con lágrimas en los
ojos, se acercó a la princesa, la besó y le dijo:

– Adiós Karina, La Princesa más Bella de todos los Reinos. Perdóname. No


pude llevarte conmigo a la Gran Isla del Éxito. Fracasé contigo, pero te amaré
eternamente, más de lo que jamás puedas imaginar.

El capitán, ahora dueño de sí mismo, se dirigió rápidamente al balcón y ató


su cuerda a uno de los balaustres de la barandilla y dejó caer la cuerda. Entonces
le dijo a Astucia:

– Venid conmigo. Bajaremos juntos. Subid sobre mi espalda.

El tamaño y peso de Astucia no dificultó mucho el descenso de ambos por la


cuerda. Mientras bajaban, la puerta de la habitación cedió y penetraron al interior
varios soldados armados. La princesa entonces dijo:

–¡Alto! ¿Qué os sucede? ¿No sabéis que no debéis entrar aquí sin mi
consentimiento? – dijo indignada a los guardias que habían penetrado en la
habitación.

Belial entró en la habitación, e intervino:

– Escuché tus gritos. Todo mundo los escuchó y pensamos que estabas en
peligro.
– Nada de eso – dijo la princesa.– Lo que sucede es que tuve una pesadilla.
Soñé que seres monstruosos me lastimaban. Eso fue todo.

– Que bueno que sólo fue una pesadilla. De cualquier manera, hoy estarán
dos guardias cuidando de ti, apostados en la puerta de tu habitación. Que
descanses princesa. Buenas noches – terminó Belial y se retiró.

La princesa había logrado engañarlos, pues no sospecharon de la presencia


del capitán en su habitación. Cuando salió el capitán, sus captores imaginarios
desaparecieron. La princesa se resignó a tenerlos como sus eternos guardianes.

Mientras tanto, el capitán y Astucia corrían sobre el sendero principal hacia


la lancha. Al ver que no eran seguidos, descansaron un momento. Entonces Astucia
dijo al capitán:

– Capitán, lo siento mucho. Me apena que no hayáis podido salvar a la


princesa. Pero si os sirve de algo, quiero deciros que me siento muy orgulloso de
que seáis mi capitán. Os habéis sacrificado por vuestros compañeros. Vuestra
valentía y entrega son encomiables.

– Os agradezco vuestros conceptos Astucia, pero yo soy el que me siento


apenado por haber puesto en peligro vuestra vida al tratar de salvar a una mujer
que solamente a mí me importa.

– Estáis equivocado capitán. También a mí y a vuestros compañeros de la


tripulación nos importaba. Es la mujer que amáis y eso es suficiente para que nos
importé también a nosotros.

– Gracias de nuevo. Ahora, habrá que llegar a la lancha y continuar nuestro


viaje. Sigamos adelante.

Habiendo descansado unos momentos, continuaron caminando hacia la


playa. Faltaban unos veinte metros para llegar a ella, cuando se aparecieron cuatro
soldados y les gritaron:

– ¡Alto! ¡¿Quiénes sois?!

El capitán no contestó y desenvainó su espada. Dijo entonces a Astucia:

– ¡Rápido corred hacia la lancha y salvaos!

Astucia obedeció la orden y rodeando a los soldados se dirigió a la lancha.

Los soldados no tomaron en cuenta Astucia y se abalanzaron sobre el


capitán con sus respectivas espadas. Él los repelió hábilmente y pesar de ser tres
más que él, su destreza le permitió hacerles frente con fortuna. Manejando
magistralmente la espada, logró dar estocadas mortales a dos de los soldados.
Ahora sólo luchaba contra dos, pero en su pensamiento estaba la princesa Karina.
Aun cerca de la muerte pensaba en ella. La rabia de su impotencia por no haberla
podido salvar, fue como una inyección de energía que canalizó hacia su espada y
las víctimas de esta rabia fueron sus atacantes quienes cayeron en su ataque.
Cansado, se dirigió hacia la playa. En ese momento, una docena de soldados
apareció frente a él. Iluminaba el amanecer el camino y un olor a muerte inundó el
ambiente. Pensó en su tripulación, pero se consoló sabiendo que Astucia se había
salvado y que el contramaestre Confianza llevaría a salvo a sus amigos hasta la
Gran Isla del Éxito. A su mente volvió la imagen de la princesa Karina y al ver llegar
a sus oponentes, gritó:

– ¡Mi vida por ti, Karina, La Princesa más Bella de Todos los Reinos!

Dispuesto a morir, tomó su espada con ambas manos, esperando a su


primer enemigo. En su rostro se dibujó un rictus de furia y proyectó una
determinación impresionante para cobrar muy cara su vida. En ese momento, se
escucharon gritos a las espaldas de sus enemigos. Eran sus hombres. Los oficiales
y otros marinos venían a su encuentro, blandiendo sus armas. Sabiendo que el
capitán podría necesitarlos, bajo las órdenes del contramaestre Confianza,
desembarcaron en la playa unas horas antes y cuando Astucia los encontró y les
dijo que el capitán luchaba por su vida, fueron corriendo a su encuentro para
auxiliarle.

Los soldados se desconcertaron al ver llegar a los marineros con furia


indómita y dispuesta a todo. De manera desorganizada, trataron de hacer frente a
los marineros del Skipian, que venían corriendo como un huracán. Aprovechando la
confusión, los hombres del capitán Líder vencieron fácilmente a sus enemigos.

Solamente Egoísmo había sido muerto en el combate. Al tratar de huir de


regreso hacia la playa, para salvarse, se encontró con un soldado rezagado que le
dio muerte, hundiendo su lanza en el pecho del infortunado marino. En su agonía,
Egoísmo pensó en la brújula que dejó en su casa y que no había querido compartir
con sus compañeros del Skipian. Ahora ni a él ni a nadie le serviría más. De haber
contado con ella, no se habrían desviado hacia la maldita Tierra de la Mediocridad
y hubieran llegado felices a la Gran Isla del Éxito. Arrepentido de esto y de otras
acciones similares, Egoísmo expiró.

Los soldados sobrevivientes fueron atados de manera tal, que se


encontraban de espaldas entre ellos. Tendrían que caminar de esa forma para llegar
a algún lado en el que fueran liberados.

Los marineros y el capitán sepultaron a Egoísmo cerca de la playa. Le


rindieron honores a su compañero y tomaron las armas de sus enemigos para
llevarlas a bordo.

Sus hombres caminaron hacia la playa y antes de partir con ellos, el capitán
quedó solo en un montículo, desde el cual se alcanzaba a ver el palacio de Belial.
Triste miró hacia los balcones y se despidió mentalmente de la princesa. Caminaba
hacia la playa para abordar la lancha, cuando sintió un agudo dolor en el tobillo
derecho. Miró hacia abajo y vio que una serpiente de color amarillo intenso con
motas negras le había mordido y permanecía aún asida a él. Sin gritar, tomó su
espada y partió en dos a la serpiente. Entonces, ésta soltó a su presa y con lo que
le quedaba de cuerpo, comenzó a reptar hacia un hoyo en la tierra. El capitán se
sentó y revisó su herida. Había dos pequeños agujeros en la parte superior de su
tobillo derecho y de inmediato se quitó la camisa. Ayudándose con su daga, la
desgarró para hacer un torniquete que aplicó de inmediato, abajo de la rodilla.

Cooperación volvió la vista hacia donde estaba el capitán y lo vio sin camisa
y sentado. Sospechó que algo no andaba bien y corrió para asistir al capitán.

– ¿Qué sucede capitán? – preguntó preocupado Cooperación.

– Una serpiente me ha mordido

– ¡Vive Dios! ¡Compañeros, compañeros! ¡Venid pronto! – gritó Cooperación,


tratando de llamar la atención a sus compañeros que estaban en la playa.

– Estoy bien, la serpiente no es muy venenosa, creo reconocer el tipo de


serpiente que es. No os preocupéis, solamente ayudadme a caminar.

El capitán comenzó a caminar apoyado en Cooperación y cuando los demás


compañeros, alarmados por los gritos, los alcanzaron, se tranquilizaron al ver que
su capitán estaba bien.

– Al capitán lo mordió una serpiente, tenemos que apresurarnos para curarle


– les dijo Cooperación.

– Estoy bien, estoy bien, amigos – intervino el capitán para tranquilizar a sus
hombres – No os preocupéis; que este inconveniente no nos quite la satisfacción de
nuestro triunfo. Partamos ya al Skipian.

– Capitán, permitidme sacar el veneno o lo que sea de vuestra pierna – le


dijo Cooperación al capitán.

– Os lo agradezco, pero ya os dije que no es muy venenosa. Debo haberla


molestado sin querer cuando caminaba y lógicamente me mordió. Además el
torniquete ayudará a que el destilado de la serpiente no pase a la sangre.

– Bien capitán, como vos digáis, pero si debéis atender vuestra herida –
contestó respetuoso Cooperación.

– Partamos pronto, pues de lo contrario, podremos ser atacados por los


soldados del rey Belial – les dijo imperativo el capitán a sus hombres.

Victoriosos, los hombres del capitán Líder regresaron al Skipian remando en


sus lanchas. Fueron recibidos con gran júbilo por sus compañeros que quedaron a
bordo.
El capitán dio instrucciones al contramaestre Confianza para retomar el
rumbo hacia la Gran Isla del Éxito. Levaron anclas e izaron velas, y el Skipian
comenzó a navegar por aguas tranquilas hacia su destino.

Mientras tanto, el capitán fue ayudado a entrar en su camarote. Se recostó


en su cama y Cooperación limpió la herida con agua limpia. Después apretó un poco
la herida y junto con la sangre, manó por ella un líquido azulado. Cuando dejó de
salir este líquido, Cooperación vació un vaso de ron en la herida y le quitó el
torniquete a su capitán. Colocó después un trapo limpio sobre la herida.

– Gracias Cooperación, os lo agradezco. Dadme ese libro con


encuadernación roja, por favor.

– ¿Este? – preguntó Cooperación tomando un libro de la cómoda del


capitán.

– Si, muchas gracias. Creo reconocer el tipo de serpiente que me mordió.


Solamente quiero cerciorarme.

El capitán comenzó a buscar en las páginas del libro y finalmente dijo:

– Aquí está. Amarillo con negro...se trata de la Serpiente del Desaliento.


¡Me equivoqué! Esta es una serpiente muy peligrosa. Sus efectos pueden ser tan
peligrosos como el más letal veneno – dijo para sí mismo.

– ¡Rápido oficial, dadme esa caja que está junto a la cómoda! – dijo el
capitán, apresurando a Cooperación.

– ¡Sí capitán!

Cooperación tomó rápidamente la caja y se la dio al capitán.

– Gracias. Ahora dejadme solo y volved en una hora. Decidle al


Contramaestre que tome el tiempo con un reloj de arena. No volváis antes ni
después. En una hora, Cooperación, no lo olvidéis.

– Así lo haré capitán – contestó Cooperación y salió del camarote.

El capitán Líder sabía que los efectos de la mordedura de la Serpiente del


Desaliento eran muy peligrosos. En su libro se describían estos efectos como un
abandono de los objetivos y metas trazados, un sentimiento profundo de frustración,
ausencia de entusiasmo y deterioro de la confianza y fe en uno mismo, hasta la
anulación de la autoestima. Tenía que actuar rápido, pues no tardarían en aparecer
los síntomas. Gracias a Cooperación, parte de la secreción que le inyectó la
serpiente con sus colmillos, fue sacada de sus venas, pero definitivamente algo
había quedado y no tardaría en surtir efecto. Tratando de guardar la calma, buscó
en el libro de recetas mágicas que estaba junto a su cama, un antídoto contra la
mordedura de la Serpiente del Desaliento. Finalmente la localizó y comenzó a
preparar el antídoto.
La receta decía que había que tomar tres medidas de esencia de “Confianza
en uno mismo” y mezclarlas con una medida de “Loción de Reconocimiento de
Logros Alcanzados”. Localizó el frasco de “Confianza en uno mismo”, pero estaba
vacío. Lo había agotado cuando preparó la Pócima de la Esperanza para la
princesa. Se alarmó por esto y comenzó a resignarse, pensando en que aunque no
había funcionado la pócima, la había utilizado por amor. Sin embargo, reaccionó y
recordó que sus magos maestros le habían dicho que la Fe en Dios es equivalente
a la Fe en uno mismo, por lo que buscó el frasco de “Fe en Dios” y vació tres
medidas en un recipiente, para mezclarlas con la loción. Posteriormente, de acuerdo
a la receta, agregó polvo de “Perseverancia” y polvo de “Disciplina” a la mezcla
anterior y revolvió muy bien; en seguida agregó una medida de pasta de “Certeza
en lo que se quiere” y dejó reposar. Al cabo de media hora debía estar listo el
antídoto contra la mordedura de la Serpiente del Desaliento.

Sintiéndose un poco mareado y débil, guardó todos sus materiales y


sustancias en la caja de madera. Comenzó a sentir que había fracasado en su meta
de liberar a la princesa, se sintió impotente y comenzó a insultarse a sí mismo. Se
sentía el ser más despreciable sobre la faz de la Tierra y el más inútil de todos. “¿De
qué me sirvió toda mi experiencia y conocimientos si no fui capaz de liberarla?”,
pensaba angustiado.

Cumpliendo sus órdenes, Cooperación entró junto con el contramaestre


Confianza y lo encontró al capitán sollozando, desesperado e insultándose a sí
mismo, diciendo que no le importaba nada en la vida y le ofreció su espada al
contramaestre para que lo degollara porque fue incapaz de lograr su meta.

El Contramaestre Confianza vio un pequeño tazón con una sustancia en su


interior sobre la cómoda. Por lo que le había contado Cooperación, el contramaestre
comprendió que debía ser el antídoto, por lo que le pidió al capitán que lo tomara,
pero éste se negó. Entonces le solicitó a Cooperación que lo sujetara, para que él
le hiciera tragar el antídoto, tapándole la nariz. Así lo hicieron y el capitán se
convulsionó después de tomar la mezcla, para posteriormente quedar flácido y con
la mirada perdida. Cooperación y Confianza se asustaron, pues pensaron que
habían dado muerte al capitán; sin embargo, en unos minutos el capitán reaccionó,
volviendo a la normalidad. Se acomodó sobre su cama, se quedó mirando a sus
acompañantes y les dijo:

– Gracias amigos. Tengo mucho sueño. Me siento agotado.

Inmediatamente después de decir esto, el capitán se quedó profundamente


dormido. Optimismo se quedó haciendo guardia en la puerta del camarote. Pasaron
dos días y el capitán no despertaba. Cuando el contramaestre estaba decidido a
despertarlo, el capitán se levantó optimista y entusiasta.

– Contramaestre, ordenad que me preparen mi tina, necesito un baño con


urgencia.
– A la orden capitán – contestó Confianza muy contento.

Mientras preparaban su baño, el capitán reflexionó sobre lo sucedido. Se


sentía mucho mejor y estaba seguro que arribarían con bien a la Gran Isla del Éxito.
Estaba satisfecho con su tripulación e incluso su tristeza por la princesa se atenuó
mucho. Se resignó a tenerla como un recuerdo.

Cuando estaban ausentes sus valientes compañeros, un marinero localizó


a bordo a la malvada rata Irresponsabilidad jugando con la brújula. Entretenida con
su juguete, la rata no se percató de la presencia del marinero y éste la aplastó sin
piedad con un garrote. En unos segundos la rata se convirtió en un líquido verdoso,
espeso y maloliente que se secó pronto, convirtiéndose en una costra repugnante
que el marinero tomó y arrojó por la borda. Por fin habían recuperado la brújula y se
había deshecho de la peligrosa rata Irresponsabilidad.

Ya recuperado del todo y muy optimista, el capitán reunió a toda su tripulación


y les dijo desde la barandilla de popa:

– Amigos míos, os felicito a todos vosotros. Os habéis comportado


dignamente. Llegaremos pronto a la Gran Isla del Éxito gracias a nuestra unión y
entrega. Hemos comprobado una vez más, que ayudándonos unos a otros, es más
fácil alcanzar una meta. Juntos es mejor que solos. Más que una tripulación, somos
un equipo de profesionales y amigos, y creo que nuestra mayor recompensa es la
gran satisfacción de haber hecho bien nuestro trabajo y que a pesar de las
adversidades, nuestra fe y nuestra confianza nos permitieron lograr nuestros
objetivos Muchas gracias a todos ustedes. Hicieron un gran trabajo.

Toda la tripulación gritó de contento y ese día celebraron juntos. Tres días
después avistaron Tierra. La Gran Isla del Éxito estaba próxima.

El capitán estaba satisfecho, porque junto con su tripulación, había alcanzado


su objetivo fundamental. El trabajo en equipo les permitió alcanzar sus metas y
salvar los obstáculos que se les presentaron, pero también se encontraba triste.
Mirando sobre su mano los diamantes que habían sido lágrimas de su amada, sabía
que jamás la volvería a ver. Sabía que ya nada podía hacer, su amor por ella nada
pudo hacer para recuperarla. La pócima mágica había fallado. El mago que le
enseñó a prepararla, no le había dicho que el poder de la pócima mágica de la
Esperanza era inútil con aquellos que no saben lo que quieren. Finalmente, se
resignó a que su amor por ella se convertiría sólo en un recuerdo, que lo
acompañará durante toda su vida.

En la Tierra de la Mediocridad, a la princesa Karina no le faltaba nada


material. Vivía tranquila y falsamente feliz. Solamente sentía la angustia
insoportable de haber dejado ir el verdadero amor. Seguiría creyendo siempre, que
los gnomos que la detuvieron cuando quiso huir con el capitán Líder, eran
verdaderos. Y así, la princesa más bella de todos los reinos, vivió tranquilamente en
la Tierra de la Mediocridad, por el resto de sus días, acompañada por su soledad.
Publicado por RAFHELE en 22:41

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