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Jean Laplanche: un recorrido en Problemáticas1

por Silvia Bleichmar

Artículo publicado en la Revista Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia


para Graduados, Nº 14, 1987.

reeditado en revista: Psicoanálisis: ayer y hoy


http://www.elpsicoanalisis.org.ar/numero3/jlaplanche_un_recorrido_en_problema
ticas3.htm

Tal vez, cuando las pasiones que rodean al psicoanálisis en su emplazamiento dentro
del conjunto de la colectividad científica hayan decantado, y el inconsciente
encontrado su ubicación exacta sin rechazos ni reificaciones, pueda el modelo
freudiano ser rescatado como el aporte más fundamental ofrecido al conjunto del
pensamiento contemporáneo. Para ello, primero deberá hacerlo la sociedad analítica,
entendiendo por tal aquellos que de algún modo, tanto en la especificidad de la
teoría como en sus derivaciones clínicas y en las impasses que una y otra se plantean,
producen las reflexiones que en su totalidad constituyen lo que se llama "el
movimiento psicoanalítico" -con sus tendencias dominantes y marginales, sus grandes
y pequeños sufrimientos, sus compromisos y expectativas, sus diversas éticas y sus
efectos, mayores o menores, sobre la sociedad civil.

Modelo de aproximación al conocimiento que hoy enfrenta, como señala Jean


Laplanche, el tiempo de un inventario. Inventario por hacer y reubicación de la
herencia por recibir de tres grandes dogmatismos en vías de desaparición: la Ego
Psychology, el kleinianismo y el lacanismo, a los cuales aproximarnos no por el placer
de destruir revelando las debilidades y aporías de los sistemas, pero tampoco en el
afán de rehacer un edificio ecléctico, ni en la pretensión de acampar tiritando sobre
las ruinas de toda teoría, envueltos en la delgada tela remendada y llena de agujeros
de la "clínica" (1)

Porque ese inventario quizás surja en un tiempo en el cual no es ya necesario


formular la pregunta de si puede la producción psicoanalítica ser arrancada del
discurso estereotipado al que la compartimentación tendencial la ha llevado, de la
circulación de enunciados que funcionan más como un reconocimiento de identidad
compartida que como una verdadera apertura al conocimiento, del vaciamiento de la
consigna de retorno a Freud en un degradado recurso a Freud que opera más como
cohartada garante de un pseudosaber que se reifica a sí mismo, sino de un tiempo
para retomar la propuesta inicial, de poner a trabajar al psicoanálisis. ¿Y cómo podría
poner trabajar el psicoanálisis, un psicoanalista que no dejara ver, en su propia
producción, los movimientos de captura sintomal en los cuales su pensamiento mismo
corre el riesgo de caer?

CONOCIMIENTO EN ESPIRAL: APRÈS-COUP Y EXIGENCIA

Mi derrotero lo imagino, dice Jean Laplanche, por una espiral, en el sentido de que
soy llevado a redecirme, a retomarme, pero a otro nivel y en principio, antes de
redecirse, antes de retomarse, uno ha redicho y redice a Freud. Lo que entiendo por
espiral -agrega- es que en el mismo punto de pasaje, en la misma vertical, uno espera
encontrarse en una nueva vuelta o a varias vueltas del punto sobre el cual se
proyecta; se insinúa así como una cierta progresión, que parecería ocurrir del mismo
modo cuando abordamos la lectura de Freud en el movimiento mismo que guía su
producción. A menudo su encaminamiento toma un giro con tales características.
Plantea verdades provisorias para, a continuación, destruirlas, modificarlas,
enmendarlas, complicarlas. Más que de una complejidad creciente, se trata de un
verdadero derrotero dialéctico, suerte de espiral donde son retomadas las verdades
primariamente expresadas, pero a un nivel diferente(2).

Más que un proceso meramente acumulativo, vemos surgir el modelo de una


resignificación, de un après-coup simbolizante que ya no se definirá en términos
verdadero-falso, sino que encuentra las determinaciones de lo manifiestamente falso
para reubicar el contenido latente de la verdad que encierra.

En esta misma dimensión es que se puede plantear que no hay pensamiento verdadero
que no deje ver al mismo tiempo cómo marcha. Y, en tal medida, un encaminamiento
a través de verdades elementales, planteadas provisoriamente para ser destruidas,
sigue probablemente mejor el itinerario del verdadero pensamiento que toda
exposición dogmática. El "nosotros" que encontramos frecuentemente en los textos de
Freud, "nosotros vemos ahora...", "nos damos cuenta", no es un artificio de escritura o
de conferencia, es un "nosotros" que invita a hacer, o a rehacer con él, una cierta
experiencia psíquica, eventualmente una cierta experiencia teórica (3).

Experiencia retomada por Laplanche para invitar al lector a acompañar un modo de


aproximarse al conocimiento psicoanalítico. En él, las preguntas son formuladas no
para dejarnos en la ambigüedad de una interrogación permanente, ni en el suspenso
metaforizante e inasible de un inefable siempre ávido de pasiones transferencia les,
sino para abrir guías, surcos a la reflexión. De ahí que la enseñanza no pretenda
seguir los carriles de un dogmatismo que aporte conocimientos registrados y
admitidos de una vez para siempre. Es, como él mismo lo formula, un
encaminamiento personal que invita al analista (lector o escucha) a acompañarlo, en
una espiral que se despliega desde hace años alrededor de ciertos temas que forman
su eje y que se llaman: pulsión, angustia, castración, simbolización, sublimación, el
inconsciente y el ello, trascendencia de la transferencia, la cubeta analítica... Cursos
que se prosiguen desde 1962 en la Escuela Normal y en la Sorbona, y desde 1969 en el
U E R (Unité d'études et recherche) de Ciencias Humanas Clínicas (Sorbona,
Universidad de París VII), y en los cuales expone -como lo señala en su Advertencia a
cada uno de los volúmenes que constituyen sus Problemáticas- en una enseñanza
pública, un derrotero interpretativo que avanza por ciertos ejes principales de la
teoría psicoanalítica.

¿Cómo evitar el "recurso a Freud" cuando, en cada giro espiralado, uno dice que antes
de redecirse, se ha dicho y se redice a Freud? Al ubicar las elaboraciones científicas
de Freud en su trabajo teorético, es decir, en sus elaboraciones científicas, sean
clínicas, teóricas o aplicadas, lo dejamos ir hasta el fin de sus hipótesis, de sus
especulaciones, pero también de sus contradicciones y aporías. Una metapsicología
sometida a la prueba de la angustia es ver cómo juega esta metapsicología sometida
al ataque de lo pulsional. La metapsicología misma, como el sujeto o el yo, debe dar
cuenta de si sostenerse o estallar, perecer o modificarse.

Poner a trabajar a un gran psicoanalista -nos dice- es suponer que es él mismo


trabajado por una exigencia que se refleja tanto en su experiencia teorética como en
su experiencia práctica. ¿Habría entonces que sacar a luz, llevar a la palabra, para
cada psicoanalista digno de ese nombre una exigencia individual, un "deseo" teorético
puramente singular? La existencia, sin embargo, no es el deseo, y si bien al poner a
trabajar el psicoanálisis debemos beneficiarnos de la lección metodológica de la cura,
no se trata, en última instancia, de hacer el análisis del psicoanalista. En toda lectura
de un psicoanalista, y particularmente en la de Freud, podemos encontrar tres
niveles: en un extremo, el de la racionalidad; en otro, el nivel, en última instancia,
del análisis del sujeto mismo -análisis de Freud tal como intentaran reconstruirlo
diversos autores, uno de cuyos ejemplos más ricos lo constituye la obra de Anzieu,
acerca del autoanálisis de Freud-,; y, por último, un nivel intermedio que Laplanche
designa como el de la exigencia.

Exigencia que lleva a Freud, después de veinticinco años de teorización, a reafirmar


el carácter irreductible de la pulsión y del proceso primario, bajo el nuevo término de
pulsión de muerte, o a retomar la seducción (abandonada como teoría a partir de
1897) en su carácter constituyente de toda sexualidad a partir de los cuidados que la
seducción materna imprime al sujeto psíquico de los orígenes. Exigencia misma que
lleva a Jean Laplanche a retomar el Coloquio de Bonneval (veinte años después) para
impulsar hasta sus últimas consecuencias la discusión con el estructuralismo
formalista y recuperar el realismo del inconsciente frente a una fenomenología, ya sin
excusas, no centrada en Politzer como exponente fundamental, sino en la vertiente
de un lacanismo que reduce el inconsciente al mero juego formal del significante,
expulsa la sexualidad del eje constituyente del sujeto psíquico y aniquila la historia
en una homotecia estructuralista.

El realismo del inconsciente pasa, también, por su no reducción al descubrimiento


psicoanalítico. Se nos dice -señala- que el hombre (y no una cierta idea del hombre)
nació en el siglo XVIII y muere en el XX; que la vida (y no la biología) no existía antes
del siglo XVIII o, incluso, que el inconsciente no significa nada con anterioridad a
Freud. Confundir el descubrimiento del inconsciente en el plano de la ciencia con su
existencia misma, no está desligado de considerar a sus formaciones como actos
puramente de lenguaje. Pero, siguiendo a Freud, Laplanche concluye que el sueño no
es en primera instancia diálogo, ni es ante todo el "relato de un sueño", así como el
acto fallido o el síntoma, el sueño es un nudo que se sustrae a la comunicación, y este
nudo es el que nos prueba, cuando lo descubrimos, particularmente en los sueños,
que no fueron soñados para ser analizados ni contados, la existencia de una realidad
inconsciente(4).

La exigencia puede ser definida entonces como una refracción del deseo al contacto
de una experiencia, enriquecida por una Erlebnis que es precisamente el fondo común
de todos los analistas. El postulado fundamental -de un optimismo moderado- es que,
haciendo trabajar toda experiencia individual auténtica (teorética y práctica), los
analistas podrán reunir en alguna parte el suelo de la experiencia común. De tal modo
podría ser superada la oposición estéril de las escuelas, verdadera plaga del mundo
analítico.

De ningún modo por la vía de un eclecticismo o de una conciliación cómoda, sino


profundizando cada una de ellas en su diferencia, en esa originalidad que las empuja
a decir más allá de lo que pueden probar y que podrá conducir hacia una
convergencia en alguna parte, asintóticamente, de las exigencias(5).

Si la exigencia se determina entre racionalización y autoanálisis, la espiral a la cual


hicimos referencia antes puede ser concebida como la forma de esquematización de
esa exigencia. Espiral (o hélice) que opera como una curva en el espacio y no sólo en
dos dimensiones, sino inscribiéndose, por ejemplo, en un cilindro. Lo que interesa de
esa espiral no es saber si el pensamiento está en expansión o es pura y simplemente
repetitivo, sino la idea de que si se traza una recta que corte la curva (radio vector
de la espiral o generatriz del cilindro) se definen puntos que se proyectan los unos
sobre los otros. Las consecuencias de esta graficación llevan a lo siguiente: por un
lado, todo pensamiento es ciertamente repetitivo y, en el mejor de los casos, está
relativamente en expansión o al menos se desarrolla en planos que, a pesar de todo,
cambian por otra parte, que si uno se sitúa en la vertical de ciertos puntos, es
obligado a tener una suerte de panorama hacia abajo, sobre una, dos, o "n" espirales
precedentes. Desde una perspectiva tal, agregamos, un analista investigador,
productor de teoría, podría ubicar no sólo su propio proceso de elaboración, sino
emplazarlo en la serie de espirales cuyas problemáticas se juegan en la historia del
psicoanálisis. Enfrentarse con esta actitud metodológica a una predominancia en la
escritura psicoanalítica donde parecería que cada analista se ve obligado a reinventar
todo permanentemente, renegando de la serie generacional en la cual
inevitablemente está inscripto, desconociendo tanto la función paterna como su
propia responsabilidad hacia las nuevas generaciones, permitiría tal vez reubicar el
tiempo de un balance en el cual tanto la producción como la transmisión del
conocimiento psicoanalítico no devengan magalomanía o perversión.

DE LA TEORÍA DE LA SEDUCCIÓN RESTRINGIDA A LA TEORÍA DE LA SEDUCCIÓN


GENERALIZADA

Quienes accedimos hace ya más de quince años a ese pequeño texto que se convirtió
en un modelo de lectura freudiana, no dejamos de tener presente en el espíritu el
esquema que marcaba la predominancia de un desarrollo desplegado en dos
direcciones. Vida y muerte en psicoanálisis(6) puso de relieve, por un lado, el
carácter traumático que constituye la seducción originaria como fundante de toda
sexualidad; por otro, el desgajamiento de esa sexualidad del orden vital, el
reemplazamiento de la sexualidad humana por relación a las bases autoconservativas
del ser biológico. Y aún más, la toma a cargo, por parte del yo representación, de esa
misma autoconservación, la comprobación de su insuficiencia.

Sucesivas vueltas de espiral fueron dadas por Laplanche en estos años por relación a
los fundamentos que allí desarrollaba. Cuando él mismo reflexiona al respecto, lo
hace en los siguientes términos(7): se trataba entonces, dice, de un diedro con su
línea de bisagra entre ambos planos: el de la sexualidad y el de la autoconservación,
línea que se especificaba como siendo la del apuntalamiento o la de la fuente. Pero
todo su desarrollo tendía a mostrar que esta noción de fuente pierde su coherencia si
se intenta aislarla del campo del fantasma propio al psicoanálisis, si se la interpreta,
por ejemplo, diciendo que la fuente sería la autoconservación a partir de la cual
surgiría la sexualidad. Si una interpretación restrictiva tal es adoptada, uno se ve
conducido a la idea de una anterioridad, de una autosuficiencia, de una autonomía de
las funciones de autoconservación. Y es a partir de los malentendidos que Laplanche
mismo se ve llevado a ampliar la polémica: la noción de función autónoma no es
ajena al psicoanálisis, y, prosiguiendo con esta metodología consistente en interrogar
las no concordancias como síntoma y no denegar su carácter de existente, afirma que
toda reflexión sobre la teoría de las pulsiones lleva, por lo menos, a interrogarla. El
punto extremo de una posición tal, incluso su caricatura, podemos encontrarlo en una
corriente del pensamiento americano donde las funciones autónomas (entendiendo
por tales las funciones de autoconservación no sexuales) son pura y simplemente
atribuidas al yo -él mismo, yo autónomo–. Se ha glosado mucho sobre este
psicoanálisis americano y sobre estos capitostes que fueron Kris, Hartmann y
Loewenstein, pero se podría también poner en cuestión el relevo actual tomado por
el psicoanálisis inglés. Y la noción de self puesta en primer plano por la escuela
inglesa (Winnicott) sólo se comprende en complementariedad con aquella de un yo
adaptativo y autónomo. La noción del self como imagen identificatoria del sí mismo
serviría así para desembargar un yo adaptativo y autónomo, un yo puro de toda
distorsión en su relación con la realidad (lo cual, como demuestra toda experiencia
psicoanalítica, es imposible) (7).

Pero el retorno de cuestiones ampliamente discutidas y aparentemente resueltas


indica que el proceso teórico refleja, así como ocurre con los modos de repetición del
sujeto psíquico, algo no resuelto, que algún orden de determinación no ha sido
abordado. Y, siendo Laplanche muy crítico respecto a las presuntas "funciones
autónomas" del yo, aclara que atribuírselas al yo es un error totalmente comprensible
en el sentido de que precisamente es el yo el que va a terminar por atribuirse, o
anexarse, los montajes biológicos autoconservativos. Una vez más, lo que es el
movimiento de la cosa misma (el hecho de que el yo retome a su cuenta la
autoconservación) se refleja en un movimiento de la teoría, es decir que la teoría
atribuye al yo -erróneamente- los mecanismos de autoconservación ya que
precisamente él mismo se los atribuye: el yo viene a retomar, en nombre del propio
amor del yo, tales montajes. En el hombre, estos montajes autoconservativos, cuyo
modelo es más evidente en el animal y en ciertas especies mejor adaptadas, son
particularmente precarios, débiles, y se ha insistido desde hace tiempo con Freud
sobre la derelicción originaria del pequeño ser humano, o incluso sobre la noción
ahora tan conocida de la prematuración. La fuente de la pulsión (si hay fuente)
estaría seca la mayor parte del tiempo si el agua no le fuera aportada desde el
exterior.

Sin embargo, la imagen de la autosuficiencia autoconservadora, tan poco satisfactoria


para describir al pequeño ser humano tan poco autosuficiente, esta imagen del huevo
que extrae de sí mismo toda subsistencia, vuelve a aparecer en lo que se llama
corrientemente "fase simbiótica", lo que es una forma de hacer más aceptable, menos
contradictoria, la noción de narcisismo primario. Lo que se olvida, cuando se habla de
simbiosis madre-hijo, es que simbiosis es un término tomado de la biología animal o
incluso vegetal, y que hay no sólo que ser dos para establecerla, sino dos sobre el
mismo plano. Y se olvida también (al menos provisoriamente), al hablar de simbiosis o
de díada, que la madre aporta a la díada algo muy diferente que la mitad o el
complemento, cualitativamente diverso a aquello que aporta el niño. La madre, para
que se pudiera hablar de simbiosis, debería ser ella misma un organismo puramente
centrado sobre la autoconservación (estando tal autoconservación enteramente
recubierta, en el adulto, por la sexualidad) y entra, en la llamada díada, no sólo con
sus elementos autoconservativos, sino fundamentalmente con su erogeneidad
-pensemos en la erogeneidad del pecho, por ejemplo- y, evidentemente, con sus
fantasmas. Si reemplazáramos el modelo biológico de la simbiosis por el de
parasitaje, podríamos revertir la concepción autoconservativa hablando no ya de
parasitaje de la madre por parte del niño, sino del niño por parte de la madre, de la
sexualidad materna. A esto llama Jean Laplanche seducción, intrusión de la
sexualidad materna que hace de inicio estallar la díada y la validez misma de su
hipótesis. La teoría de la seducción es para el psicoanálisis, nos dice, aún más
importante que la del apuntalamiento o, incluso, la que aporta la verdad de la
noción de apuntalamiento.

Las espirales que, desde Vida y muerte en psicoanálisis, propician giros a lo largo de
todo su trabajo, y cuyos movimientos se resignifican sucesivamente a través de los
diversos desarrollos, alcanzan su punto culminante con la Teoría de la Seducción
Generalizada, construida, elaborada, en el interior del modelo de lo que Jean
Laplanche considera el movimiento de hacer trabajar al psicoanálisis. El conocimiento
del psicoanálisis, dirá, como el de todo conocimiento, no se realiza por simple
adjunción. Sólo los empiristas de la clínica, que intentan hoy invadirnos nuevamente,
pretenderían acreditar una acumulación tal. En realidad, el progreso desemboca
sobre una recuperación y un trastocamiento de los fundamentos. "El gesto fundador
del psicoanálisis debe ser nuevamente efectuado. Ese gesto lo describimos, a partir
de los tiempos de Freud, bajo un doble aspecto: gesto teórico, o teorético, y gesto
práctico, aquel mismo que instaura la situación analítica como situación de
transferencia. Ese gesto debe ser rehecho, el psicoanálisis nuevamente
instaurado" (8).

Habiendo sufrido la seducción como teoría una suerte de represión y de


desmembramiento, sobre otra línea, por el contrario, aquella de la "factualidad", se
esboza una profundización importante con la introducción de un segundo nivel que se
podría llamar seducción precoz. El padre, personaje mayor de la seducción "infantil"
deja lugar a la madre, siendo la seducción vehiculizada por los cuidados corporales
prodigiados al niño. Tema repetido en Freud que demuestra que no sólo la seducción
no es abandonada, sino que recorre su camino más allá de lo anecdótico hacia lo
esencial. He aquí un paso capital, en la vía que nos hace remontar no sólo en el
tiempo (se trata allí de los primerísimos meses) sino en la categoría de realidad donde
hay que situar los hechos de seducción. Porque ya no está en juego exactamente una
pura realidad factual (Realität), sino una efectividad (Wirklichkeit), categoría que
nos lleva más allá de la contingencia: se trata de una seducción necesaria (musste)
inscripta en la situación misma. Y vemos, aún en 1986, retomar a Laplanche su propio
pensamiento acerca de la seducción materna para enunciar que la confrontación
adulto/niño encierra una esencial relación de actividad-pasividad, ligada al hecho
ineluctable de que el psiquismo parental es más "rico" que el del niño. Pero a
diferencia de los cartesianos, ya no hablaremos de "perfección" más grande, dado que
esta riqueza del adulto puede ser también considerada imperfección a partir del
clivaje del inconsciente.

Seducción originaria será entonces considerada por Laplanche como esa situación
fundamental en la cual el adulto propone al niño significantes no-verbales, tanto
como verbales, incluso comportamientos, impregnados de significaciones sexuales
inconscientes. Lo que él llamará significante enigmáticos de los cuales el pecho
mismo, órgano aparentemente natural de la lactancia, no podría ser descuidado por
relación a su investimiento sexual e inconsciente mayor por parte de la mujer. Podría
suponerse que este investimiento "perverso" no fuera percibido, sospechado, por el
lactante, como fuente de este oscuro cuestionamiento: ¿qué quiere de mí?

La seducción, entonces, como teoría generalizada y ya no restringida al episodio real


vivido por relación a la genitalidad, encuentra un nuevo movimiento en el interior del
psicoanálisis que se abre sobre las grandes cuestiones de la constitución del
psiquismo: el traumatismo y la simbolización por un lado, la metábola y su carácter
fundante del inconsciente por otro. Un modo de funcionamiento del psiquismo donde
lo privilegiado, desde el psicoanálisis, es la sexualidad y, por relación a ella, la
recuperación tanto de sus rasgos simbólicos (significantes) como de sus aspectos
traumáticos (energéticos).

Y DEL COLOQUIO DE BONNEVAL A LA METÁBOLA

Es desde esta perspectiva que algo "significado al sujeto" –que resonará en los oídos
de los lectores que hoy acompañan este texto, no sólo por la impronta que la obra de
Lacan ha dejado en los últimos años, sino porque quizás, para muchos, la primera
aproximación a esta fórmula fue realizada a partir de "El inconsciente, un estudio
psicoanalítico", aquel texto prínceps de Laplanche y Leclaire presentado en 1959 y
que los lectores de habla castellana tuvimos ocasión de conocer en 1970– (9) es
repensado por Laplanche en la Problemática de El inconsciente y el ello. El hecho de
que algo sea significado al sujeto implica que ello permanezca como una secuencia
absolutamente incomprendida. Hay "un" significado sexual en perspectiva, pero lo que
permanece no es más que una cosa o una secuencia de cosas, de representaciones-
cosa. El significado que marca el desplazamiento entre las escenas de seducción es un
significado enigmático, no asumible en un primer tiempo por el lactante que lo
recibe. Ello guarda ciertamente relación con lo que se llama, avanzando rápido, "el
deseo de la madre". Del modo más esquemático, está simbolizado en el pecho, o al
menos será retomado por el inconsciente en la forma de cierto número de elementos
representativos (Vorstellungs-repräsentanz) como lo es el pecho. Pueden ver ustedes
qué sentido -agrega Laplanche- es demasiado fácil y se va demasiado rápido cuando
se dice que el inconsciente es el discurso del otro. El inconsciente del niño no es
directamente el discurso del otro, ni tampoco el deseo del otro. Entre el
comportamiento significante, cargado de sexualidad (lo que se pretende siempre
olvidar), entre este comportamiento-discurso-deseo de la madre y la representación
inconsciente del sujeto, no hay continuidad ni tampoco pura y simple interiorización;
el niño no interioriza el deseo de la madre. Él no conoce el fantasma materno, o no lo
interioriza; o también -para tomar por referencia el aprendizaje del lenguaje verbal,
del cual se dice habitualmente que el niño se desliza en él como en su interior- el
niño no se desliza del mismo modo en el fantasma parental. Entre estos dos
"fenómenos de sentido" que son, por un lado, el comportamiento significativo del
adulto y especialmente de la madre y, por otro lado, el inconsciente en vías de
constitución del niño hay un momento esencial que se debe llamar de
"descualificación". El inconsciente no es el discurso-deseo del otro, es el resultado de
un metabolismo extraño que, como todo metabolismo, lleva consigo descomposición y
recomposición.

En el inicio hay una especie de mensaje enigmático -este "significado al sujeto"-,


juicio o comunicación que se oculta detrás de un comportamiento, juicio que se
puede tomar en su sentido más kafkiano, ya que de eso "comunicado al sujeto", éste
no conoce ni los alcances ni el verdadero sentido. Sólo es el veredicto, como en
Kafka, lo que pasa. Y en este caso el veredicto es la energética pura. Un mensaje tal,
que sólo vehiculiza excitación, es -por naturaleza- traumatizante, y es en ese sentido
que la madre, necesariamente y no sólo debido a sus características contingentes, es
"mala", o "insuficientemente buena". Y siendo el mensaje necesariamente
traumatizante, el holding no debe ser negligentemente tratado, ya que constituye el
fondo que permite que este traumatismo no sea pura y simplemente
desestructurante. En ello constituye la enseñanza de Freud cuando señalamos el
carácter disruptor de la sexualidad, cuando decimos que en última instancia la
"verdad" de la sexualidad es la pulsión de muerte, dado que lo es porque tiende a
conmutarse en energía pura, en pura excitación. Y a partir de ello vemos surgir la
compulsión de repetición como una tentativa de dar un sentido: retornar a lo
traumático para dar un sentido a ese mensaje. Descualificación y traumatismo son
necesarios, y ello no en razón de alguna característica metafísica, sino en función de
desigualdades del desarrollo. Lo designado de este modo, da cuenta no de la
desigualdad de desarrollo entre el adulto y el niño, sino de una desigualdad de
desarrollo interna, en el niño mismo, que redobla la disparidad niño-adulto.

Y esta disparidad no puede ser entendida sino en el marco del clivaje del
inconsciente, y correlativo a ella, de la represión, la cual, a diferencia del lenguaje
algorítmico y del lenguaje poético, creador, no simplifica nada y, por otra parte, no
crea sentido. La represión no simplifica sino que, por el contrario, conserva, como
embalsamado, tal cual, lo que pasó "por debajo". Lo que lleva, inevitablemente, a
modificar la fórmula de la represión -metáfora-, ofrecida por Laplanche en el
Coloquio de Bonneval, por aquella de la metábola, previo pasaje por la discusión con
la estructura lenguajera del inconsciente. Si el inconsciente es un fenómeno de
sentido, su relación con el lenguaje está en cuestión: él nace de un lenguaje
(considerando tal no sólo el lenguaje articulado de la madre, sino todos sus
comportamientos significantes y significativos, es decir, considerando lenguaje todo
medio capaz de hacer pasar un mensaje) y puede tal vez volver a ser lenguaje. Puede
redevenir mensaje que es tal vez imposible salvo de una manera indefinida,
asintótica. Porque el inconsciente es también lo que se ha cerrado al sentido, para
convertirse en una manera de metabolizar, a lo largo de vías asociativas poco
diferenciadas, con la ayuda de representaciones primitivas que son y permanecen
cosas -representaciones-, cosa, una energía que es sólo el resto energético de un
significado enigmático; un significado perdido, pero ello sin apelar a un pathos de la
pérdida (10).

Cada uno de los conceptos expuestos puede, en una lectura espiralada de las
Problemáticas, incluso en una lectura après-coup, ser retomado a otro nivel. El
traumatismo, la energética del inconsciente, reencontrar los desarrollos de la
angustia: la angustia como el afecto menos psíquico, aquel que es la traducción de un
movimiento energético, como modelo de lo más puramente afectivo en el afecto;
cantidad desgajada de la representación que, siendo la traducción de un fenómeno de
descarga cuantitativa, expresa la percepción de la pulsión de muerte (de la
sexualidad desligada) a nivel de la tópica psíquica: el embate, por parte del
inconsciente -o del ello- a un yo siempre presto a conservar su unidad imaginaria, en
riesgo de perderla. Y no es fácil arreglar cuentas con lo imaginario. ¿Arreglar cuentas
dónde? ¿En la cura? ¿En la historia? En la teoría al menos, la teoría de la angustia
muestra (en la medida en que pone en juego una tópica que, como sabemos, es
impensable sin un yo y las relaciones que éste sostiene con las partes-extra partes
que constituyen el aparato psíquico) que no es fácil arreglar cuentas con el yo, ya que
éste permanece como el centro para una concepción de la angustia (11).

NUEVOS FUNDAMENTOS

¿Serían las Problemáticas, tanto su metodología como su contenido, una vía de


apertura posible para una re-fundación del psicoanálisis? En principio, no cabe duda
de que las consecuencias de una propuesta de este orden no se definen sólo en el
plano teórico, sino que hacen a esa preocupación cara a Jean Laplanche que
constituye la teorética: nuevos fundamentos, no sólo para repensar y ensamblar de un
modo distinto las contradicciones e impasses de la obra freudiana, sino también para
la clínica. El psicoanálisis, a partir de la definición del significante enigmático y la
metábola, no restaría sólo como un espacio de recuperación o reconocimiento de lo
reprimido, ni tampoco como un lugar sólo de rellenamiento de las lagunas mnésicas.
Se inauguraría la posibilidad de que, considerado como un verdadero espacio de
simbolización, redefiniera técnicamente tanto la interpretación como el silencio. Se
abriría para el análisis, y por ende para el analista, la posibilidad de desembargarse
tanto de la renuncia a la palabra, a la cual queda en ciertos casos sometido, como del
intento de reemplazar las reinterpretaciones siempre abiertas, por un abrochamiento
a una verdad única en la cual se deja capturar a veces.

Una propuesta teorética que intente constituir al psicoanálisis como objeto de


enunciados que conservan su especificidad, sin ir a buscar una pseudocientificidad del
lado de las matemáticas trascendentes o de la lógica formal, es decir del lado de todo
lo que florece, en algunos lugares, bajo el intitulado programático del matema no
puede, tampoco, dejar de plantearse los límites y destinos del análisis. Si la
sublimación abre la cuestión de interrogarse acerca de un posible destino no-sexual
de la pulsión sexual, pero al mismo tiempo un destino que no fuera del orden del
síntoma, si ella nos es propuesta como modelo de un destino no-defensivo de la
pulsión, todos los ejemplos implican, a pesar de ello, la represión de lo sexual en su
origen (12). Y si bien sería ilusorio buscar una sublimación que no estuviera ligada a
una represión, de todos modos no podríamos dejar de preguntarnos si existirá un
destino no defensivo de la pulsión, un destino que no siendo directamente sexual,
conservara algo de lo sexual en la actividad creadora. Relaciones entre sexual y no
sexual ya no al nivel de la autoconservación, sino de la producción de la cultura y, por
qué no, de los destinos del análisis.

Destinos del análisis que remiten también al de la castración: ¿sería el psicoanálisis


capaz de desatrapar al sujeto de la fatalidad que el destino de castración parecería
imponer, a partir de extender mediante simbolizaciones cada vez más logradas en el
proceso analítico mismo, no sólo el desanudamiento de las simbolizaciones fallidas,
sino el surgimiento de otras nuevas, plausibles de inaugurar nuevas fuentes a la
sexualidad, nuevos caminos de sublimación, ampliar los márgenes de libertad? Ésta
sería una vía posible para pensar la ruptura de una oscura línea que se desliza desde
la necesaria instauración del juicio de condenación a una ideología moralizante y
religiosa de la renuncia.

A las elaboraciones que las problemáticas de Jean Laplanche abre, se agregan las
enseñanzas mayores que ellas nos ofrecen. Implican, en primer lugar, que
aproximarse al trabajo teórico con la misma metodología analítica somete al analista
a las mismas leyes que guían su escucha en el interior del consultorio: será sacudido
en sus propias certezas, deberá dejar en suspenso sus propias pasiones, se verá
obligado a callar cuando prematuramente quiera obturar con lo que ya sabe la
molestia irritante a la cual nuevos campos de conocimiento lo exponen. Y necesitará
creer en el análisis, en su potencialidad simbolizante y curativa, para abordar el
conocimiento despojándose de la petulancia con la cual el dogmatismo de las diversas
escuelas tienden a capturarlo, así como de su novela familiar-institucional de
formación, para extraer las sucesivas resignificaciones que el movimiento de
perlaboración instaura (13).

Descapturarse de la posición de sujeto implica, para un psicoanalista, el


reconocimiento de la tópica de sus determinaciones. Porque, en última instancia, si
toda tópica es imaginaria, lo imaginario tiene su consistencia y sobre todo su razón de
ser, de lo cual Freud ha mostrado que es coextensivo a nuestro inacabamiento
biológico. Y, como Lapanche mismo expone en su problemática de La angustia,
"cuando Lacan nos invita a 'arreglar cuentas con el ojo del cíclope', preguntémonos si
se puede fácilmente arreglar cuentas con lo imaginario, con la psicología o incluso
con la ideología... [porque] Predicar el fin del yo no basta para percibir ni siquiera su
crepúsculo, o para poder evaluar de qué se trata" (14). Es desde esta perspectiva que
el dogmatismo, como el abrochamiento a las certezas yoicas, no constituye sino el
índice de debilidad de un estallido siempre temido pero, en última instancia, siempre
anhelado.
Descriptores: Conocimiento / Metábola / Metáfora / Proceso Psicoanalítico / Psicoanálisis /
Represión

Resumen

Este texto desarrolla las ideas fundamentales del recorrido espiralado que Jean
Laplanche produjera a lo largo de sus Problemáticas.

Si no hay pensamiento verdadero que no deje ver al mismo tiempo, cómo marcha,
Jean Laplanche, con la misma metodología que sustenta el proceso analítico, propicia
un movimiento de perlaboración que lo hace retomarse, redecirse, plantear verdades
provisorias que serán posteriormente desconstruidas, profundizadas, revisadas. Desde
una perspectiva tal, a partir del Coloquio de Bonneval, donde iniciara la discusión con
la fenomenología con vistas a rescatar el realismo del inconsciente, arriba, veinte
años después, a la desconstrucción del concepto de metáfora en la fundación de la
represión, para proponer su reemplazo por el de metábola (métabole): movimiento
de descomposición y recomposición de los significantes enigmáticos, sexuales,
traumatizantes, a los cuales el ser humano de los orígenes está expuesto a partir de
los cuidados que propician la seducción materna. Un proceso de estas características
no sólo genera condiciones para que el psicoanálisis se plantee hoy la salida definitiva
de una homotecia estructuralista que lo condena a un ahistoricismo radical, sino
también la instauración de nuevos fundamentos teoréticos (tanto clínicos como
teóricos).

¿Sería el psicoanálisis un lugar donde, a partir de simbolizaciones siempre abiertas,


fuera posible no sólo la recuperación de lo reprimido, sino su perlaboración, es decir,
su apertura hacia nuevos modos de resignificación no traumáticos, de simbolizaciones
logradas, no fallidas, no embalsamantes, como la represión produce? Y más aún,
¿podría él llegar a ser, a través de su movimiento mismo, un espacio donde nuevas
fuentes de la sexualidad se inauguraran en ese proceso que hace al ser humano un
productor autosimbolizante? Una teoría en espiral, un procesamiento analítico
abierto, en ello consiste, para Jean Laplanche, el trabajo del psicoanálisis.

Notas:

1. Jean Laplanche: "Prólogo a En los orígenes del sujeto psíquico (del mito a la historia)", de Silvia
Bleichmar, Buenos Aires, Amorrortu, 1986.
2. Cf. Jean Laplanche, Problemática III. La sublimación, "Seminario del 4 de noviembre de 1975" (en
prensa en Amorrortu). Edición francesa en PUF, París, 1980. (Hemos decidido, para comodidad del
lector de habla castellana, hacer las referencias por fecha del seminario, lo cual permitirá encontrarlas
posteriormente sin dificultad en la edición castellana).
3. Cf. Problemática ll. Castración, simbolizaciones, "Seminario del 5 de noviembre de 1974" (en prensa
en Amorrortu). Edición francesa en PUF, París, 1980.
4. Cf. Problemática IV. El inconsciente y el ello, "Seminario del 20 de diciembre de 1977" (en prensa en
Amorrortu. Edición francesa en PUF, París, 1981.
5. En Jean Laplanche, "Editorial", Trabajo del Psicoanálisis n. 1, México, 1981.
6. Jean Laplanche, Vida y muerte en psicoanálisis, Buenos Aires, Amorrortu.
7. Cf. Problemática III, La sublimación, "Seminario del 6 de enero de 1976" (en prensa en Amorrortu).
8. Jean Laplanche, "De la teoría de la seducción restringida a la teoría de la seducción generalizada",
Conferencia realizada en México el 19 de febrero de 1986 con el auspicio de Trabajo del Psicoanálisis y
de próxima aparición en el número 9 de dicha publicación.
9. "El inconsciente, un estudio psicoanalítico", en El inconsciente, Coloquio de Bonneval, México, Siglo
XXI, 1970. Edición agotada. Este texto ha sido agregado, al igual que en la edición francesa de la
Problemática IV de Jean Laplanche, a la edición castellana de próxima aparición. Es en razón de
encontrarse agotada la edición originaria que se decidió incluirla, al igual que en la edición francesa,
en la castellana.
10. Véase en particular la primera parte de Problemática IV, seminarios del 24 de enero, y 7 y 14 de
febrero de 1978.
11. Cf. "Seminario del 11 de enero de 1972", en Problemática l. La angustia, donde J. Laplanche
desarrolla el tema "qué implica una tópica".
12. Problemática III. La sublimación, "Seminario del 16 de noviembre de 1976".
13. Silvia Bleichmar, "Prólogo a la edición castellana", en Jean Laplanche, Problemática IV. El
inconsciente y el ello (en prensa en Amorrortu).
14. En Problemática I. La angustia, "Seminario del 30 de mayo de 1972".

Revista "Psicoanálisis: ayer y hoy"


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