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política sin ningún tipo de escrúpulo y con una fría percepción de la realidad, mientras otros la
practican apegados a “la moral”, para exorcizarla de los males del poder. Tal oposición se
inventa a partir de la obra de Maquiavelo, la verdadera bestia negra del pensamiento político,
por diagnosticar la maldad y el crimen en la política, como en los negocios o cualquier otra
actividad humana.
En Latinoamérica existió en el siglo XX detrás de los caudillos y renació como una tendencia en
los años ochenta cuando la confianza entre la ciudadanía y partidos políticos, y entre
ciudadanía y Estado, experimenta un franco descenso, que responde en gran medida a los
efectos generados por el modelo cepalista, desarrollado en toda la región y asumido como
doctrina oficial por las organizaciones partidistas.
Se valora a los partidos políticos como estructuras clientelares con intereses particulares que
en nada promueven el bienestar de la sociedad y cuya dinámica resulta mezquina al dejar de
lado al ciudadano en la conducción de los asuntos públicos. Pero la antipolítica no solamente
se evidencia en conductas que menoscaban y desprestigian el esquema de partidos, sino que
es principalmente una manera de hacer política que, como es natural, persigue el ejercicio del
poder. Emprende prácticas que se enmarcan en el populismo, la despolitización y la
desideologización, factores que afectan la polis.
Se asiste a la inevitabilidad del gendarme necesario de Laureano Vallenilla Lanz, quien dentro
de su tesis del cesarismo democrático, expuesta en el siglo XX, promueve la presencia de una
figura mesiánica y con mano dura para lograr la paz y el desarrollo de la sociedad. Mercedes
Pulido sostiene que “el republicanismo purificador reconoce la democracia como el régimen
ideal de gobierno, sin embargo asume que cuando el deterioro es profundo al punto que niega
la posibilidad de vivir en democracia, se hace necesaria la dictadura restauradora de las
virtudes cívicas ciudadanas”.
Pulido indica que es esa la referencia de las ideas del Movimiento Bolivariano Revolucionario-
200, que tiene receptividad en “los civiles con tradición leninista que se abocan a sustituir la
representatividad por la participación centrada en el poder del pueblo bajo una sola vía:
caudillo-pueblo”. Y de allí inducen la confrontación entre organizaciones partidistas y sociedad
civil, esta última denominada “pueblo”, conjuntamente con el desprecio a la separación de los
poderes y a los partidos políticos.
Cualidades éticas
“Hay diferentes vertientes que abogan por el recorte de competencias de la política”, advierte
Osvaldo Lazzeta, quien señala que la primera se fundamenta en “el descrédito de los políticos
y su ineficacia para resolver los problemas más apremiantes de la gente, lo que conduce a una
demanda de ética y de moralización de la política”. Otra, se enfoca en la despolitización de la
economía, “sin embargo, economía y política, no constituyen mundos disociados, el mundo
real de la economía se entrelaza tozudamente con el de la política y no existe demasiado
margen para aceptar la supuesta autonomía de ambos mundos”.
Con la victoria de Donald Trump, se inició la hora de la antipolítica en los Estados Unidos. El
empresario, que suscitó importantes diferencias dentro del Partido Republicano-con el que fue
a la contienda- representó la opción para desplazar al establisment que buena parte del
electorado responsabilizó de no haber mejorado sus condiciones de vida. Con un discurso
estridente, misógino, racista y nacionalista, el magnate hizo el trabajo.
En Venezuela
Hugo Chávez llegó finalmente al poder en 1998, con el respaldo del Movimiento V República
(MVR), Movimiento al Socialismo (MAS) y Patria Para Todos (PPT), tras un largo recorrido en el
que se desarrollaron acontecimientos determinantes que desalojaron la casa para recibir al
nuevo huésped: el chavismo.
La debacle del sistema político, que había logrado una institucionalidad e impulsado una
movilidad social, había comenzado, aupada por intelectuales, hacedores de opinión,
empresarios, directivos de medios de comunicación y sacerdotes. Replicaban la idea de que el
modelo de aquella democracia civil o representativa ya exigía un reemplazo.
El estallido popular
Para la superstición general, extendida por grupos ilustrados, lo ocurrido el 27 de febrero de
1989 fue una rebelión social frente a la corrupción y el empobrecimiento de la gente, así como
evidencia de un modelo incapaz de responder a las demandas de la mayoría. Comenzaba la
agonía política, la confusión del momento promovió las divisiones dentro del partido de
gobierno (AD) y el resquebrajamiento del esquema de partidos, conformado por AD, Copei y el
MAS. Mientras, en la FAN empezaba el sonido de los sables. Más tarde, con la destitución de
Carlos Andrés Pérez (1993) y el sobreseimiento de Chávez otorgado por Rafael Caldera, la
corrupción y la pobreza de la mano del invento de moda el “neoliberalismo”, se convirtieron
en “la plaga que se propagaba desde los partidos”. El virus había que erradicarlo a como diera
lugar, incluso con sangre.
La remoción de Pérez revistió a Chávez de salvador, y liberado por Caldera y por la Corte
Suprema de Justicia, corrió sin freno como candidato presidencial en medio de una
descomposición integral. La antipolítica había dado el golpe de gracia.
Seductora narrativa
En torno a la crítica y negación de la política, se construye un discurso generalmente populista
y emocional que busca imponer intereses, “comunes y verdaderos”. Prescinde de la
persuasión y la promoción al debate, la discusión y la pluralidad, elementos inherentes a la
democracia. La narrativa de la antipolítica, que no es más que un discurso político, enfila su
artillería contra los dirigentes tradicionales, y sus acusaciones van dirigidas a la existencia de
objetivos personales y a la incapacidad por interpretar la realidad social y actuar en función de
ella. La retórica se edifica a partir de calificativos ajenos a la racionalidad, y al cuestionamiento,
previa revisión de actitudes o condiciones personales del oponente, valoradas como inmorales
o antiéticas. Determina además, la extemporaneidad o caducidad de dirigentes o
“politiqueros” en el juego político, que los obligaría a abrir paso a una nueva generación, a
“liderazgos sin vicios, renovados y frescos”.
Chávez sacó ventaja del descrédito de las instituciones democráticas inducido en las clases
medias y desarrolló un discurso emocional y pleno de promesas para un “pueblo” que tantas
veces prometió reivindicar de las injusticias perpetradas por la llamada IV República. La
aparición del hombre fuerte, el anhelado mesías fue el producto de un malestar aupado por
medios de comunicación, empresarios e intelectuales, precisamente cuando la democracia
intentaba corregir sus fallas.