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1
Basta ver cuán escasa era, hasta hace algunos años, la producción acerca de Schmitt en Alemania.
2
Cf. I. Staff, Staatsdenken im Italien des 20 Jahrunderts. Ein Betrag zur Carl Schmitt Rezeption. Nomos
Verlagsgesellschaft: Baden-Baden, 1991.
3
Para la aclaración de este punto, cf. mi texto Pensar la política, en AA.VV, Pensar la política, a cargo de
M. Rivero. Instituto de Investigaciones sociales, UNAM: México, 1990, pp. 137-156.
2
político a la racionalidad formal, así como su reaparición, más allá de las diversas
tentativas de despolitización que se han dado mediante la indicación de planos de vez en
cuando considerados objetivos. Asimismo, la comprensión del rol insustituible de la
decisión muestra la imposibilidad de resolver lo político en un juego de reflejos que
tomen su inicio en la voluntad de los individuos y, por tanto, en un proceso que puede
ser controlado mediante una serie compleja de garantías.
La politicidad propia de los procesos de producción de las leyes y el surplus
político presente en el uso del poder según las leyes, hacen ineficaz y obsoleto el
pacífico cuadro de legitimación del poder propio de la conceptualidad moderna 4 en el
cual la personalidad y la cualidad de aquellos que expresan la voluntad general
desaparecen en su función de representante. En fin, el hecho mismo de que la esencia de
lo político se conciba en la relación amigo-enemigo parece ofrecer claves de
comprensión de corte psicológico que muestran cómo funcionan las relaciones entre
grupos y al interior de ellos. Se puede, en efecto, creer difundida la experiencia del
hecho, muy frecuente, de que la cohesión de un grupo se debe a la presencia del
enemigo, mientras que la desaparición de este, abre una conflictualidad interna
insospechada.
Todo esto puede permitir sostener la propuesta de la actualidad de Schmitt y del
uso de su pensamiento para una comprensión realista de la política más allá del
aturdimiento engendrado por las utopías e ideologías y por el engaño producido por
cambiar la política real por aquello que se quisiera que ella fuera. Sin embargo, la
propuesta de una teoría política realista y de la actualidad de Schmitt en esta clave me
parece que se enfrentan a varios inconvenientes referidos tanto al sentido de la época
presente como al modo de pensar la política.
Tal propuesta interpretativa me parece, además, inadecuada respecto de la
comprensión del pensamiento schmittiano, como se ha mostrado por el conjunto de su
obra. Si se plantea tal propuesta desde el punto de vista de una Weltanschauung realista,
se puede ver cómo la relación con lo real ha sido filtrada por una concepción
presupuesta, por un prejuicio que no tiene el carácter de la objetividad y de la
cientificidad. Peligrosa me parece la vía de quienes, también sobre la base del
4
Es necesario recordar la modernidad del problema de la legitimación del poder. Sobre esto, cf. H.
Hofmann, Legitimität und Rechtsgeltung. Verfassungstheoretische Bemerkungen zu einem Problem der
Staatslehre und der Rechtsphilosophie. Duncker & Humblot: Berlin, 1977. En este libro, se recuerda cómo
el problema de la legitimidad del poder está ligado a la absolutización de la voluntad, solo presente
desde entonces en el siglo XVII, encontrando una respuesta (o una formulación del mismo problema) en
la doctrina del contrato social (p.13).
5
5
Una breve síntesis crítica acerca de la literatura crítica respecto de la teología política de Schmitt se
puede revisar en las Vorbemerkungen a la reciente edición de H. Hofmann, Legitimität gegen Legalität.
Der Weg der politischen Philosophie Carl Schmitts. Duncker & Humblot: Berlin, 1995, que es aún hoy una
de las mejores monografías sobre el autor. Una propuesta crítica sobre la teología política, entendida
desde el punto de vista de una respuesta política, ha sido planteada recientemente por J.F. Kervégan, “Le
enjeu d’une “theologie politique”: Carl Schmitt”, en: Revue de métaphysique et de morale, 1995, nº2, pp.
201-220.
6
asumido jurista, pues los conceptos jurídicos del derecho público, de la constitución,
son el objeto de su reflexión.
Sin embargo, él no mantiene estos conceptos políticos como presupuestos, no
piensa simplemente en su contenido, sino que los interroga determinando aquellos
presupuestos, así como la génesis y las implicaciones que estos tienen en su
funcionamiento concreto. Esta manera de pensar los conceptos jurídicos se puede
definir, con todo derecho, como filosófica, si es que con tal término no se entiende una
especulación abstracta guiada por la escisión entre ser y deber ser, o una
Weltanschauung, una concepción del mundo, ni tampoco una propuesta de solución a
los males del mundo, sino más bien un pensamiento radical de lo político y de los
conceptos jurídicos que en la modernidad lo determinan.
De tal modo, se puede comprender de qué manera el definirse como “jurista” no
está en contradicción con la dirección de su pensamiento que, desde el primer ventenio
de su producción se dirige con fuerza hacia la metafísica y la teología, precisamente
para comprender la verdad de aquellos conceptos jurídicos. Se puede comprender,
mediante la clave filosófica aquí introducida, cómo la constelación de los conceptos
jurídicos modernos, centrados en el binomio soberanía-representación, se abre hacia el
cuadro de la teología política y al aspecto no formalmente estructurado de la decisión.
En efecto, la teología política permite entender qué implican los conceptos en su mismo
aparecer, mientras estos, en la simple formulación de aquello que dicen explícitamente,
no alcanzan a evidenciar estas implicaciones ni a mostrar su movimiento concreto.
La imagen de la lechuza de Minerva aparece oportuna porque nos puede ofrecer
otra sugestión. No solo indica, en efecto, una actitud de comprensión, sino que nos
recuerda también que esta comprensión arriba en la hora del crepúsculo, cuando
precisamente una época está llegando a su fin. En este sentido, podemos hacernos una
interrogación acerca de la actualidad del pensamiento de Schmitt. Podríamos decir no
tanto que es actual por el hecho de que nos ofrece un aparato categorial riguroso que nos
permite entender científicamente las constantes del hacer humano o los movimientos
políticos del presente, sino más bien que es actual como es actual la época que está
muriendo…o que quizás ya está acabada.
Ciertamente, esto no significa que la prestación intelectual extraída de su
pensamiento sea exhaustiva, precisamente porque esta no está (aplanada) sobre la época
sino que es comprensión, como se ha dicho; y también porque, si se asiste a una época
8
que está muriendo, no está aún claro para nosotros lo nuevo en vías de nacer, y,
finalmente, porque son siempre los conceptos de la tradición moderna los que están aún
radicados en nuestro modo de razonar y son utilizados, sea para entender la realidad que
nos circunda, sea para legitimar la relación de obligación política. La lección que
Schmitt nos ha dado es la de no entender nuevas realidades con viejos conceptos.6
3. La forma y el origen
Siguiendo el título de un volumen (collettaneo), que Schmitt ha considerado una
“echte Diskussion” de su pensamiento,7 se puede presentar el problema de la
comprensión de la conceptualidad política moderna en los términos de “lo político más
allá del Estado”. Si el gran intento moderno es entender lo político mediante el derecho
–que entonces es derecho público y, en esta medida, lo político coincide con el Estado–,
la actitud schmittiana es la de interrogarse por la Forma-Estado con la finalidad de
determinar un concepto de lo político que explique el origen de aquella forma y que, por
lo tanto, no se identifique con ella.
Tal itinerario de investigación no implica la apertura de una nueva dimensión
diferente a la estatal, sino que es en el mismo Estado, en la forma, donde encontramos
su origen. Nos podemos preguntar si tal movimiento de pensamiento, radicalmente
filosófico, haya sido llevado hasta sus últimas consecuencias por el propio Schmitt o si,
en este intento de aprehender lo político como origen, él mismo haya quedado
demasiado implicado por el modo moderno de entender la forma política, de suerte que
lo político y el Estado se sitúen sobre un plano de homogeneidad cuyo vínculo es
mucho más estrecho del que el mismo Schmitt haya pensado.
Para entender el significado y el modo en el cual emerge en la historia del
pensamiento aquello que está aquí indicado como forma política,8 es necesario
referirnos al ámbito teórico del iusnaturalismo moderno o de aquella ciencia política
6
Cf. la Introducción de Schmitt a la edición italiana, Las categorías de lo político, cit. p. 22.
7
Me refiero a la carta que Schmitt me envió el 4 de agosto de 1981 en la cual se refiere al volumen La
politica oltre lo Stato: Carl Schmitt, a cargo de G. Duso, Arsenale: Venezia, 1980. La continuación de la
presente reflexión aclarará cómo la interpretación acerca de Schmitt que proponemos, como pensador
radical de los conceptos políticos modernos, requiere un (spostamento) respecto de la óptica de
discusión propuesta en aquel volumen, el cual surgió, por lo demás, de un seminario realizado en la
Universidad di Padova en 1980. Sobre otros aspectos de esta carta, véase la Presentación de C. Galli a la
edición italiana de Catolicesimo romano e forma politica. Giuffré: Milán, 1986, p.3.
8
Tal significado de la forma política, típico del pensamiento moderno, no coincide inmediatamente con
aquel que aparece en la obra de Schmitt, Römischer Katholizismus und politische Form. En efecto, este
último se pone a la altura de la teología política que, como intentaré argumentar, es comprensión de
aquello que la forma política moderna implica pero niega; es, en este sentido, comprensión de esta.
9
moderna que nace con Hobbes, al interior de la cual se forman los conceptos políticos
modernos.
Es aquí donde acontece la caída de un cuadro de referencia complejo en el cual se
pensaba la política por una buena parte de la tradición política precedente. Según esta, el
concepto de gobierno y la imagen del piloto que guía la nave eran centrales, imagen
propia del pensamiento clásico griego, de Cicerón, y de los Politiche alemanes del
primer seicientos9. Tal imagen supone un cosmos, un mundo de referencias que son el
cielo, las estrellas, los puntos cardinales, los vientos, las corrientes, las diferentes
cualidades y capacidades de los individuos que hacen que no todos puedan guiar la
nave. Para salir del lenguaje metafórico, se puede decir que la relación política entre los
hombres es pensada en los términos de la idea del Bien y de lo Justo, de la diferencia
entre los hombres, de la relevancia de la virtud para el actuar político, de la voluntad de
Dios y de los ejemplos y enseñanzas de la Escritura, del buen derecho antiguo.
En el origen de la moderna ciencia política, se encuentra la desaparición de todo
este bagaje de pensamiento, a partir de la constatación de que diversas son las ideas del
bien y de la justicia que los hombres tienen, así como diversas son las religiones. Tal
diversidad hace que la filosofía moral y religiosa sea causa no solo de edificación, sino
de guerra recíproca, de conflicto. Entonces, es necesario neutralizar las ideas acerca del
Bien y de lo Justo que cada uno pueda tener y constituir, de manera racional y objetiva,
un orden mediante una forma estable que no sea arruinada por los diversos contenidos
de las ideas que los hombres poseen.
Este es el escenario del contrato social en el cual se constituye y legitima el
concepto de soberanía en sentido moderno como único poder político querido por todos
y poseedor del monopolio legítimo de la fuerza y del derecho de coacción. 10 Tal poder,
en cuanto propio de todo el cuerpo político y producido para la supervivencia de todos
sus integrantes, es absoluto, puesto que no tiene nada de superior, así como no está
vinculado a los contenidos particulares que expresa. La relación que surge como
característica de la obligación política es la relación mando-obediencia que consiste en
una relación formal, independiente de los contenidos del mando. Este está legitimado
por el hecho de que todos se subordinan a él, porque él constituye el poder de todos, de
9
Cf. mi artículo, “Fine del governo e nascita del potere”, en: Filosofía política, VI (1992), nº 3, pp. 429-
462.
10
En el escenario del contrato social, es donde se forma, desde mi punto de vista, la constelación de los
conceptos políticos modernos y su lógica interna. Véase la demostración de esto en el texto editado por
mí, Il contratto sociale nella filosofía política moderna, Franco Angeli: Milano, 1993.
10
todo el cuerpo político, querido por todos, y ejercido por alguien no gracias a sus
cualidades particulares o a sus privilegios, o a su virtud, sino sobre la base de la
identificación de aquel ejercicio con una función representativa de todo el cuerpo
político.
Estos elementos propios de la construcción teórica hobbesiana emergen con
claridad al final del ciclo del Jus publicum europeum. Véase, a este respecto, la
definición de la Herrschaft hecha por Weber, como relación formal de mando-
obediencia, y véase, asimismo, la definición de disciplina, como disposición a obedecer
el mando de quien ejerce el poder11. Weber indica con claridad la formalidad de la
relación: la obediencia no depende de los contenidos particulares del mando, porque
sería entonces inestable y siempre pasible de un juicio negativo por parte de los
ciudadanos que podría determinar una ruptura del orden. La obediencia depende más
bien del hecho según el cual el mando de quien es propuesto al poder es aceptado por
aquellos que están dispuestos a ella como máxima de su comportamiento.
Sin embargo, respecto de la modalidad con la que la obediencia se ejerce, Weber
indica también cuál es el verdadero fundamento de legitimación de esta relación de
obligación política en el mundo moderno: quien obedece lo hace en cuanto asume el
mando de quien está autorizado a expresarlo –a hacer así la ley– como si fuese producto
de su propia voluntad.12 ¿Cómo entender la voluntad de quien ejerce el poder político
como voluntad propia si no se entiende aquella primera voluntad como una voluntad
representativa? Aquel que detenta el poder, lo ejerce legítimamente en cuanto es
considerado como aquel que no expresa su propia voluntad y su propia acción, sino más
bien la voluntad y la acción de todo el cuerpo político. Esta es la estructura del hacer
representativo en el cual todos son autores de las acciones que el actor, el representante,
realiza.13
Así, solo en el contexto del Jus publicum europaeum se puede hablar en sentido
propio de Estado en tanto Forma-Estado. Al centro de esta construcción está el vínculo
entre dos conceptos, soberanía y representación,14 que se aclaran mutuamente y no
11
Cf. Max Weber, Wirtschaft und Gesellschaft, hrsg. J. Winkelmmann, Mohr: Tübingen, 1976, Bd. I, p. 28
y 121.
12
Idem, p. 123.
13
Cf. “Tipi del potere e forma política moderna in Max Weber”, en: La rappresentanza un problema de
filosofía política, Angeli: milano, 1988, pp. 72 ss.
14
Téngase presente que con el término rappresentazione intento indicar la representación política. No
existiendo, en la lengua italiana, la distinción entre la representación en el derecho privado y la
representación política (tal distinción en la reflexión alemana entre Schmitt y Leibholz surge en los
diversos términos de Represäntation y Vertretung), uso frecuentemente el término “rappresentazione”,
11
que no solo reproduce el término alemán Repräsentation, sino que también tiene la ventaja de mostrar
el aspecto activo y (famativo) de la representación política que no es evidente en el uso del término
italiano “rappresentanza”, pues este sugiere, por lo común, una dimensión pasiva reflejo de las
voluntades existentes.
12
15
El intento de interrelacionar la representación política con la temática del pluralismo presenta una
dificultad teórica debido a que entender, en sentido plenamente político, las partes y grupos implica
poner en discusión el cuadro teórico del Estado moderno y el concepto de representación implicado en
él; los cuales , a su vez, están determinados por la función de la unidad política. Sobre este tema, cf. A.
Scalone, Rappresentanza política e rappresentanza degli interessi, Franco Angeli: Milano, 1995.
13
función formante, de algo que la excede y que no es pensable de modo formal. Esto se
refiere tanto a la constitución como forma del Estado, la cual requiere un momento
constituyente no resoluble en la constitución misma, como a la ley como norma, que
exige para su producción aquello que no es pensable por la norma misma.
En la construcción de lo político como forma, según la racionalidad jurídica,
emerge entonces un concepto completamente diferente como es el de decisión. Este no
forma parte de los contenidos que la teoría moderna transmite, es decir, de su aparato de
legitimación. La misma soberanía muestra una especie de alma que excede el aspecto
formal. Según esto, ella es el poder impersonal de todo el cuerpo político y requiere de
una persona (o un grupo) aceptada por todos para su ejercicio. Soberano es quien
decide en el estado de excepción, dice Schmitt, y el estado de excepción es decisivo
para la misma norma, para el estado normal.
Toda la construcción formal y objetiva del poder revela entonces, para su génesis
y su funcionamiento, una especie de alma constituida de subjetividad y de decisión que
no está inmediatamente determinada en esta racionalidad formal, pero que constituye
aquello que hace esta racionalidad posible, aquello que hace posible hablar de norma y
de normalidad.
Asimismo, el concepto de representación, una vez comprendido, hace surgir una
naturaleza a primera vista insospechada. En efecto, de una parte el hacer representativo
del poder sirve para cortar las diferencias subjetivas y para entender el poder como
aquello que pertenece al cuerpo político entero y es, por esta razón, impersonal. De otra
parte, sin embargo, aquél no es mera dependencia de los representantes y de su
voluntad, sino que implica una actividad formante que viene desde lo alto.
Así, una vez más, aparece de manera decisiva la comprensión del proprium de la
representación moderna. Esta no es representación de partes o de individuos privados,
sino de la unidad política. La voluntad única del pueblo, en cuanto voluntad
determinada, no precede al hacer legislativo (que no sería entonces necesario), sino que
es el producto de la representación. De esta manera, el hacer representativo muestra
también un elemento de decisionalidad no resoluble en los términos de una racionalidad
formal, sino más bien una función concretamente formante. No es, por tanto, un hacer
que dependa o se deduzca de la forma, sino un hacer que produce forma.
Se puede intentar entender de otro modo la representación según otra manera de
entender el cuerpo político, por ejemplo, como conjunto de partes diversas y desiguales
14
1789 et l’invention de la constitution, sous la direction de M. Tropeur et L. Jaume, Bruylant: Paris, 1994,
pp. 263-274. Se comprende así que la representación de la que se habla en el texto no se reduce a la
representación institucional y, por tanto, a la necesidad que se determina a partir de la forma política,
pero es una necesidad existencialmente necesaria para la producción misma de la forma política.
18
Cf. C. Schmitt, Der Begriff des Politischen, p. 61; tr. it. Le categorie del politico, p. 146. Schmitt habla
aquí precisamente de “todas las teorías políticas en sentido propio (alle echten politische Theorien)”.
19
Cf. sobre esto, mi “Libertà e Stato in Fichte: la teoria del contratto sociale”, en: Il contratto sociale, p.
285 y R. Schottky, “La “Grundlage des Naturrechts” de Fichte et la philosophie politique de l’Aufklärung”,
en: Archives de philosophie, V (1962), pp. 441-485.
16
comprobar que, sobre la base de la amistad entre los hombres, no es necesaria –ni
justificada, y por lo tanto no deducible– la construcción del monopolio de la fuerza
coactiva. El típico orden de la modernidad, basado en el azzeramento de un orden
interno a la naturaleza de las cosas, implica necesariamente el concepto de conflicto
para deducir la Forma-Estado. Luego, a partir de esta construcción, establecer, en
primer término, un sentido de la conflictualidad entre Estados soberanos no resoluble en
un posterior monopolio mundial de la fuerza; y, en segundo lugar, otro entendido como
violencia necesaria para la eliminación del opositor interno.
Mediante el problema del origen de la forma y del modo concreto en el que esta
última opera, se puede aclarar el sentido de aquella comprensión de los conceptos
políticos modernos de la que aquí se ha estado está hablando. Igualmente, puede
aclararse el sentido de la Wirklichkeit a la que Schmitt se refiere y que consiste en el
conjunto de la realidad de lo político y del movimiento concreto de los conceptos
modernos más allá de aquello que está expresamente dicho y de las intenciones que
mueven la construcción de la ciencia política moderna. Pero para entender más
completamente el sentido del pensamiento radical de Schmitt, es necesario reflexionar
posteriormente sobre la estructura teorética al que el problema de la forma y de su
origen conduce. Es necesario así reflexionar sobre la esencia de la teología política. La
interpretación de la teología política que retomo20 se inscribe en la propuesta aquí
mencionada. Según esta, la importancia del pensamiento schmittianno consiste en una
reflexión radical sobre conceptos políticos modernos no solo en cuanto la teología
política es vista a la luz del concepto fundamental de la representación, que constituye
el núcleo de la forma política moderna, sino porque, con la conciencia de la estructura
teorética que emerge en la teología política, el modo moderno de configurarse de la
forma política muestra sus aporías.
individuales se identifican. La naturaleza ideal del pueblo queda siempre como tal. Así,
cuando se hace presente mediante la representación, este no está simplemente presente,
sino que queda por su naturaleza ausente. Su presencia se manifiesta en la forma de la
ausencia, de manera que aquello que está presente y determinado es la imagen que ha
tomado forma mediante la representación. Es precisamente la distancia de la idea del
pueblo respecto de su presentificación la que continuamente deja abierto el espacio para
la crítica y el cambio.
Es debido a este quedar siempre ausente de la idea del pueblo –a pesar de que
una voluntad determinada se haga presente para otros a través de la representación
política– que existe el típico proceso del control y del cambio del cuerpo representativo
en las democracias parlamentarias modernas. Por esta misma razón, siempre es posible
sostener que la voluntad del pueblo no ha sido correctamente entendida o respetada y
que se ha perpetrado el típico crimen, que emerge en cuanto tal desde los orígenes, de la
moderna conceptualización relativa al Estado: el hecho según el cual los representantes
hacen pasar sus intereses y voluntad privados por intereses comunes y voluntad general.
En relación a esto, el llamado de Schmitt a la naturaleza ideal de la unidad
política nos hace advertir el hecho de que esta pretendida verificación, que está a la base
del control, se basa sobre el presupuesto de que existe una inmanencia implícita
expresada en la idea de que la voluntad el pueblo, que se declara traicionada, es
empíricamente real, determinable, visible. Por el contrario, la indicación de su
naturaleza ideal nos muestra cómo, en la misma crítica y cambio o inversión de la
representación, sobre la voluntad del pueblo queda siempre algo de ideal que no existe
por sí misma y no puede llegar a manifestarse fuera de la mediación y de la
responsabilidad propia del hacer representativo, en cuyos productos hay siempre una
brecha respecto de aquella idea que se intenta hacer presente.
Para comprender mejor el sentido de esta estructura “teológica” de la
representación y su relevancia para el significado determinado de las categorías
fundamentales del pensamiento schmittiano y, especialmente, del concepto de decisión,
frecuentemente mal entendido, es necesario retomar las primeras obras de Schmitt. En
ellas, en efecto, emerge progresivamente esta estructura teorética que expresa el
significado de la teología política y que encuentra sucesivamente su expresión en el
concepto de Repräsentation.
20
25
Cf. la Introducción a la segunda edición de Gesetz und Urteil, München 1969, p.V.
26
C. Schmitt. Der Wert des Staates und die Bedeutung des Einzelnen, Mohr, Tübingen, 1914.
27
Ibid. P. 53.
21
28
Schmitt, Der Wert des Staates, p. 75.
22
29
Si efectivamente semejante estructura teorética aparece en las primeras obras schmittianas, entonces
es necesario corregir las interpretaciones que vinculan estas últimas a una suerte de dualismo
metafísico: de un lado, la idea de un mundo de las normas, de otro, el plano de la realidad y de la fuerza.
Como he intentado sostener, ninguno de los dos términos del llamado dualismo alcanza en efecto a
presentarse independientemente uno del otro: la mediación no constituye entonces la relación entre
dos términos separados, sino más bien el terreno en el cual se dan tanto la idea como la realidad
empírica del Estado. Esto implica una introducción teorética de la misma afirmación de la trascendencia:
si, en efecto, esta se resuelve en la afirmación de algo trascendente, esto significa que la estructura
descrita aquí es traicionada dándose paso a una contradicción, en cuanto que, como objeto de nuestro
pensamiento y de nuestro discurso, lo trascendente se pierde en cuanto tal y queda atrapado en la
inmanencia. La idea no es, por lo tanto, real como objeto trascendente, sino que consiste en aquel
movimiento de trascendencia propio de la política que implica, para ser real, aporéticamente la idea. Un
discurso análogo se podría hacer para la inmanencia que puede, a su vez, colocarse (por ejemplo,
cuando se sostiene que el pueblo está realmente en el fundamento de la función representativa) solo
mediante un movimiento de trascendencia que implica la idea o la unidad política (en tal caso el pueblo)
wue no está empíricamente presente (no corresponde a la suma de individuos singulares empíricamente
presentes).
30
Es singular que en todo el afanarse de las interpretaciones schmittianas que colocan en primer plano el
concepto de decisión no se tenga en cuenta el modo en el cual este concepto viene a la luz ni las
relaciones que, explícitamente indicadas por el mismo Schmitt, origen de este concepto tiene con la
estructura teorética de hacer visible aquello que es invisible. Véase un extracto significativo en Der Wert
des Staates, p. 81: “Sobald irgendwo das Bestreben einer Verwirklichung von Gedanke, einer
Sichtbarmachung und Säkularisierung aufritt, erhebt sich gleich neben den Bedürfnis nach einer
konkreten Entscheidung, die vor allem, und sei es auch auf Kosten des Gedankens, bestimmt sein muss,
das Bestreben nach einer in derselben Weise bestimmten undunfehlbaren Instanz die diese
Formulierung gibt.” La tesis que estoy exponiendo no puede encontrar una respuesta más obvia: el
presente del movimiento tendente a hacer visible la idea requiere necesariamente el concepto de
decisión. Los discursos que se hacen sobre la decisión schmittiana no pueden extraerla de este origen
lógico que el mismo Schmitt también, en la madurez, recuerda. En relación a la estructura teorética del
Sichtbarmachen, toma un significado importante la instancia de infalibilidad a la que Schmitt se refiere
cuando habla del Papa indicando la aporía de Fichte. Esta no consiste en fundar la decisión en una
verdad absoluta, sino que, más bien, indica el imprescindible aspecto de fe que emerge en el ámbito
político. Ciertamente, la fe positiva que caracteriza a la religión, y de modo determinado a los fieles en
torno a la figura del Papa, no está inmediatamente relacionada con la estructura de la política, sino que
el elemento que une a los dos ámbitos es el conocimiento de estar en la fe. Desde este punto de vista, la
infalibilidad no está fundada en la posesión de la verdad, sino más bien en la invisibilidad de aquello que
es trascendente. Esto indica la imposibilidad de una verdadera y exacta verificación y comporta, por lo
tanto, el inevitable riesgo de la decisión.
23
35
Cf. C. Schmitt, Römischer Katholizismus und politische Form, Theatiner Verlag: München, 1925, p. 41.
36
Ibíd. p. 25.
25
38
Acerca del vacío sobre el cual se suspende la representación del Estado, a diferencia del de la Iglesia,
ha insistido precisamente C. Galli en la Presentación de la edición italiana de Cattolicesimo romano, p.
18.
39
Cf. C. Schmitt, Ex captivitate salus, Greven Verlag: Köln, 1950, p. 66.
27
42
Considérese la referencia a la idea, no a su posesión, no a su uso como modelo racional que
pudiéramos tener delante de nuestros ojos y, por tanto, “ver”. Se trata, por tanto, de una idea que
permite poner en crisis cualquier pretendido saber y cualquier respuesta definitiva respecto del
problema de la justicia.
29
El bien y lo justo no son más un problema, no son más la idea implicada que se
necesita arriesgar representar, como sucede con el filósofo de la República de Platón
que diseña, cancela y retoca el propio diseño dando forma a una polis que no puede ser
la copia de un modelo desde el momento en que el arquetipo no es visible. 43 Se da lugar,
al contrario, a una solución formal y objetiva, perfectamente diseñada y geométrica de
la justicia, que pretende no implicar ninguna excedencia o trascendencia y, por tanto,
ningún riesgo. De esta manera, las ideas que son representadas (pueblo, nación, etc.) son
entendidas como realidades presentes, esto es, de modo inmanente.
Precisamente en la inmanencia del movimiento y en el círculo de la voluntad
individual y de la voluntad general, consiste la legitimación que los conceptos modernos
tienden a dar de la obligación política. Por tanto, se puede sostener que esta misma
legitimación entra en crisis en el momento en que tal movimiento complejo –de
implicación de la trascendencia y de su negación– propio de la conceptualidad política
moderna, es comprendido.
La teología política es por tanto el corazón pulsante de la teoría política moderna
y es, sin embargo, negada por ella. Pero podríamos preguntarnos, en este punto, si el
mismo Schmitt ha sido fiel a esta estructura teorética que emerge en su itinerario de
pensamiento, es decir, no a esta teología política entendida como fundación, sino como
estructura siempre abierta hacia lo alto. Si consideramos la reflexión contemporánea de
Benjamin parece que debemos responder negativamente,44 porque precisamente el modo
en el que esta misma estructura es vivida como abierta por Benjamin nos hace
reflexionar sobre el alineamiento schmittiano al orden positivamente producido que
caracteriza al Estado moderno.
Así como en el caso de la Iglesia, Schmitt acentúa el aspecto institucional y
formante al cual da lugar la representación; asimismo para el Estado, Schmitt mantiene
el aspecto ordenador, es decir, la cristalización de la idea de la justicia en derecho
43
Cf. la Premessa de 1924 a Politische Romatik, Duncker & Humblot: München u. Leipzig, 1925, p.23.
44
La crítica radical de la representación por parte de Rousseau está destinada al fracaso en cuanto queda
atrapado en el problema que da cuenta del mecanismo lógico de la representación moderna, es decir, la
exigencia de expresar la unidad del cuerpo político a partir de un cuadro en el que son pensados los
individuos en su infinita multiplicidad. La voluntad general aparece entonces como algo empíricamente
no presente en la unidad que la debe connotar. Por esta razón, tiene necesidad de la mediación de una
persona que la exprese, que exprese las leyes fundamentales del Estado, que cumpla entonces la acción
típica del soberano en sentido rousseauniano: constituir el Estado y dar forma al cuerpo político. Esta es
la problemática en la que emerge la figura aporética del gran legislador en el Contrato Social. Aún más,
es precisamente reflexionando sobre la identidad que caracteriza al concepto de unidad política que
aparece claro cómo la identidad de la que se habla en la Verfassungslehre no pueda constituir, como por
el contrario Schmitt parece proponer, un principio al lado del de la representación (Cf. La
rappresentanza: un problema, pp. 97-107).
30
positivo. Por lo tanto, no obstante que lo político está “en el Estado más allá del
Estado” y que Schmitt asume el crepúsculo de los Estados, aún se resiste a asumir como
pasajera a esta forma.45
45
Cf. mi “La rappresentazione e l’arcano dell’idea”, en: La rappresentanza, pp. 45 ss.
46
Cf. S. Ganis, “L’ordine della redenzione. Benjamin e il político”, en: Trimestren, 24 (1991), nº 1-2, pp. 85-
86.
47
Acerca de la renuencia de Schmitt a entender el Estado como forma contingente y transeúnte, no
obstante la ulterioridad de lo político en relación con el Estado, véase G. Miglio, “Oltre lo Stato”, en: Il
político oltre lo Stato, pp. 41 y 46; asimismo, véase L. Ornaghi, “Lo Stato e il político nell’etá moderna”,
Quaderni fiorentini, 1986, pp. 721-741.
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político entendido como relación amigo-enemigo más que una estructura originaria para
entender la praxis del hombre y el significado de lo político, como un término absoluto
válido para todos los tiempos y contextos, es un presupuesto de lo político moderno y
del modo en el que el orden es entendido. En la visión schmittiana, tenemos el alcance
de un pensamiento notable consistente en la comprensión de los conceptos políticos
modernos, pero no la aprehensión de una dimensión cuasi ontológica del obrar humano.
Desde este punto de vista, Brunner justamente ha entendido el concepto
schmittiano de lo político como el punto final de una doctrina del Estado 48que
comprende la raíz, el presupuesto y la crisis de este. Por otro lado, no me parece
consistente la crítica al hecho según el cual Schmitt habría dado mayor relevancia a la
relación con el enemigo que al vínculo que está en la base de la amistad. En este punto
Schmitt tiene razón, pues es precisamente en la relación con el enemigo donde la teoría
política moderna, en conjunto con la determinación del orden interno, ha introducido el
elemento discriminante y decisivo del vínculo presente en la Forma-Estado.49
Aquello que determina el vínculo y que reagrupa la comunidad política es
ciertamente relevante en otro contexto conceptual, especialmente, y de modo diverso, en
las distintas tradiciones y modos de pensar lo político antes y fuera de la ciencia política
moderna. Lo político como relación amigo-enemigo no es entonces algo originario, sino
la condición que permite pensar y deducir la forma política moderna y, por lo tanto, es
un presupuesto jurídico respecto del Estado.
Pero, como se ha dicho, la época de la estatualidad ha llegado a su fin para el
mismo Schmitt. Su misma comprensión de la conceptualidad moderna ha contribuido, a
pesar suyo, a poner en evidencia la crisis. Los conceptos de individuo, igualdad,
representación, que caracterizan las mismas constituciones formales, es decir las cartas
constitucionales, no parecen estar en grado de comprender la constitución efectiva de la
realidad política ni la legitimación de la obligación política. Asimismo, en relación a
Schmitt, es necesario tener presente su lección de no hablar de cosas nuevas con
conceptos viejos, aunque siempre resulte indispensable para entender, la génesis, la
lógica y las aporías de aquellos conceptos. Con ello, evitamos también correr el riesgo,
como se hace en la actualidad, de usar una parte de aquella conceptualidad contra otra,
como en la oposición entre los derechos de los individuos y la centralidad del Estado.
48
Cf. E. Voegelin, “Die Verfassungslehre von Carl Schmitt. Versuch einer konstruktiven Anlyse ihrer
staatsheoretischen Prinzipien”, en: Zeitschrift für öffentliches Recht, XI (1931), pp. 89-109.
49
Es necesario poner atención
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De esta manera, perdemos de vista cómo los diversos lados de la teoría están ligados
entre sí por una lógica férrea y cómo, si se intenta partir de los derechos y de la igualdad
de los individuos, no surge más que la fuerza inmanente del Estado.
La obsesión schmittiana por la unidad política debe ser resaltada con respecto a
la comprensión de esta lógica. En este punto no es criticable. Sin embargo, si en la
actualidad es necesario pensar la diferencia, la unión de diversas voluntades y formas de
agrupamiento, la dimensión política de los hombres más allá de la escisión público-
privado producto de la representación moderna, el sentido real y constitucional de
términos como consenso y participación, entonces debemos ir más allá de Schmitt.
Pero esto sólo es posible teniendo en cuenta su lección (…)
Para entender todo aquello es necesario afinar nuevos instrumentos sin usar,
como valores y banderas, conceptos que han sido la base de esta doctrina, como
individuo, igualdad, derecho, intentando superar la construcción teórica que lleva al
Estado y al Estado de derecho. Es atravesando el camino transitado por Schmitt que se
puede tratar de entender en conjunto el sentido radical del problema de lo originario (la
idea de lo justo y del Bien) que emerge en el actuar humano. Desde ahí es posible
encontrar significados de la política diferentes de aquellos de origen moderno centrados
en la forma, en el poder y en conflicto, así como de realidades superiores a aquella, no
eterna, del Estado.