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1. Apunte histórico
Como disciplina filosófica más o menos definida, con un nombre propio, la antropología tiene
menos de 100 años que se dejan resumir con cierta facilidad en algunos flashes. Surge en la
filosofía alemana del período de entreguerras, en distintos medios y autores (Gehlen, Scheler,
Plessner, Cassirer) que, entre otras cosas, comparten la filiación kantiana, cuando menos en el
sentido de que la pregunta ¿qué es el hombre?, por un lado, debería ocupar un lugar central en la
empresa filosófica, como nudo de articulación de los intereses teóricos y prácticos de la razón,
mientras que, por otro lado, su concreta ejecución filosófica tropieza con problemas metódicos de
envergadura que no es obvio que seamos capaces de resolver satisfactoriamente.
Tendremos ocasión de volver sobre ello. El caso es que dicho planteamiento, del que seguramente
también participaron, a su modo, Ortega y Gasset y el Heidegger de Ser y tiempo, ocupó una parte
muy visible de la escena filosófica alemana en los últimos años 20 y la década de los 30, pero quedó
después en un discreto segundo plano. ¿Por qué? En Alemania, según algunos, por la influencia de
un Heidegger cuya ontología, siempre centrada en la diferencia ontológica ser/ente y el olvido de
la pregunta por el sentido del ser, fue dejando atrás la preocupación por la analítica del Dasein,
tan decisiva en su primer libro. En el mundo anglosajón, porque nunca llegó a cuajar la idea,
aunque sí haya habido, en las décadas pasadas y también en la actualidad, autores y obras que
bien cabría asociar a la empresa de la antropología filosófica, por más que esta se plantee en el
formato de la teoría del conocimiento (caso de Thomas Nagel, con sus libros sobre Mortal
Questions y The view of Nowhere) o de la psicología moral (casos de Charles Frankfurt o J. David
Velleman). Hablamos, por cierto, de autores y obras que suelen reconocer la importancia filosófica
central de la pregunta por el sentido de la vida.
A pesar de lo dicho, no debe entenderse que en la filosofía continental desapareció la antropología
filosófica tras la II Guerra Mundial. La disciplina pervivió, quizá de forma más modesta, en filósofos
de diversas orientaciones, ya fenomenológica, ya hermeneútica, existencial, personalista o
neotomista. Hablamos de tendencias o movimientos que no cabe separar de manera neta, con un
bisturí, sino que mantienen fuertes lazos de contacto entre sí, como atestiguan —cada cual de una
manera— los nombres de Fink, Marcel, Mounier, Landsberg, Ricoeur, Wojtyla, Lévinas o
Hildebrand. Y, en un sentido bien distinto, la temática antropológica se concitó igualmente en la
relectura humanista de la categoría marxista de alienación llevada a cabo por autores como Gyorgy
Markus y, también, mucho más recientemente, en la novedosa reconstrucción de la idea hegeliana
de reconocimiento que, en las últimas décadas, emprendieran, de modo independiente, Axel
Honneth y Charles Taylor.
En España, las cátedras de antropología comenzaron a aparecer en los años 70, en las secciones o
facultades de filosofía, recogiendo en no poca medida la herencia de la vieja “Psicología
racional”[1]. Es obligado mencionar aquí a Carlos París y Luis Cencillo, y más aún el amplio Manual
de antropología filosóficaque publica Jacinto Choza en 1988, que marca ya la consolidación de la
asignatura en los planes de estudios, al tiempo que plantea con toda claridad alguno de los rasgos
y problemas epistemológicos de la disciplina, como la dispersión de su objeto –comparado con
una hydra de cien cabezas- y el carácter inevitablemente sintético de su método. El caso es que,
mediada la década de los 90, se creará la Sociedad hispánica de Antropología filosófica, que celebra
desde entonces congresos bianuales que se hacen eco, inter alia, de las ideas que más atractivo
están generando hoy. Destaca, a este respecto, la propuesta de Tugendhat de que la antropología
filosófica, recuperando y reformulando la tradición alemana de los años 30, se convierta en la
disciplina filosófica central, asumiendo la herencia de la filosofía primera –nada menos-. Un guante
que Javier San Martín recogió poco después, respondiendo al reto expresamente desde la
fenomenología[2]. Mas tampoco podemos olvidarnos del desafío que, con su claridad
característica, lanzara algunos años antes Gustavo Bueno sobre la viabilidad de una antropología
filosófica (AF) autónoma, que sea algo más que una “ficción” académica o bibliográfica,
… Y no tanto porque una tal disciplina carezca de contenidos, sino porque, por el contrario, los
posee sobreabundantes y tan heterogéneos y opuestos entre sí que su elección y ordenación
no puede llevarse a efecto en un horizonte puramente antropológico. [3]
La hydra de cien cabezas ataca de nuevo. O, dicho de otro modo, es el problema epistemológico
de su objeto el que primero debe abordar una AF que aún se encuentra en una situación “pre-
paradigmática”, si quiere asegurarse, más allá del espacio académico, su propia viabilidad
filosófica. Para ello, comenzaremos repensando la “idea” de AF que está en el origen de esta
tradición, relativamente joven.
NOTAS
[1] Choza, J., y Vicente Arregui, J., La antropología filosófica en España, Actas del V Seminario de Historia
de la filosofía española, Separata, Salamanca, 1988.
[2] Tugendhat, E. (2007). Antropología como filosofía primera. Thémata. Revista de filosofía(39), 39-47;
Sobrevilla, D. (2006). El retorno de la antropología filosófica. Dianoia, LI/ 56, 95–124; San Martín, J.
(2010). La antropología filosófica en la actualidad. Daimon. Revista internacional de filosofía(50), 37-
156; Bonet Sánchez, J. (2015a). La antropología como filosofía primera, después de Tugendhat. Daimon.
Revista internacional de filosofía(66), 95-108.
[3] García Sierra, P. (ed.). Antropología general/filosófica. En Diccionario filosófico. Manual de
materialismo filosófico. Revisado por Gustavo Bueno, nov. 1999 (Recuperado en diciembre de 2016 de :
http://www.filosofia.org/filomat/df263.htm)
[4] Bonet, J. (2015b). Guerra y antropología en Tugendhat, Thémata.Revista de Filosofía(51), 411 421.
[5] Bonet (2015a).
[6] Kant, I. Lógica; un manual de lecciones, ed. M. J. Vázquez, Madrid, Akal, 2000, pp. 90-94.
[7] Kant, I. Crítica de la razón pura, Madrid, Alfaguara, 1996, pp. 629-639 y 647-658.
[8] Williams, B. (2000). Philosophy as a Humanistic Discipline. Philosophy(75), 477-496.
[9] Kant (1996: 658; 2000: 93).
[10] Russell, B. (1985). Ensayos impopulares. Madrid: Edhasa; y Russell, B. (1988) El panorama de la
ciencia. Chile: ed. Ercilla, Prefacio.
[11] Sobrevilla (2006: 122).
[12] Kittay, E. F. (2005). At the Margins of Moral Personhood. Ethics(116), 100-131; Bonete, E.
(2009). Ética de la dependencia. Madrid: Tecnos.
[13] Vega Encabo, J. (2010). El “estado de excepción” de la filosofía. Análisis filosófico, XXX/1, 61-88.
[14] Albert, M. Ordo amoris: una gramática de los sentimientos, Jornadas sobre Emoción, Empatía y
Compasión, Universidad Católica de Valencia “San Vicente de Mártir”, Valencia, 2016 (febrero).
Resumen en http://proyectoscio.ucv.es/articulos-filosoficos/ordo-amoris-una-gramatica-de-los-
sentimientos-por-marta-albert/ (diciembre 2016)
[15] Frankfurt, H. (april 2004). Taking Ourselves Seriously. The Tanner Lectures on Human Values,
delivered in Stanford University, accesible en http://tannerlectures.utah.edu/_documents/a-to-
z/f/frankfurt_2005.pdf[dic. 2016], p. 169.
[16]Fromm, E. (1965). Ética y psicoanálisis. México: F.C.E., 1965, p. 55.
[17] Fromm, E. (1964). Psicoanálisis de la sociedad contemporánea (6ª ed.), México: FCE, , p. 34.
[18] Véase Bonet, J. (2016). Un alma en dos cuerpos. Del amor y la antropología. XII Congreso interna-
cional de antropología filosófica, Zaragoza (en prensa).
[19] Murdoch, I. (2001). Sobre “Dios” y “el bien”, en La soberanía del bien. Madrid, Caparrós: 2001, p.
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