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Además de
sus dos hijos,
Mwanamgeni
Abdala se
hace cargo de
menores de
otra familia.
En su modesta
vivienda, sin
ventanas,
duermen siete
personas.
PABLO L. OROSA

Las mujeres kenianas


que vencieron al
estigma del VIH
Las más jóvenes tienen casi el doble de posibilidades que ellos
de contraer el virus, en el cuarto país con más personas afectadas.
POR PABLO L. OROSA - MOROTO (KENIA)

E
n Moroto (Kenia) se ve el mar, pero hay poca Alice, el ángel de la guarda del barrio con cargo de
gente con ganas de mirarlo. Es el mismo mar trabajadora social, acude varias veces por semana a su
turquesa de Mombasa o la isla de Lamu, pero casa, no siempre a tiempo para evitar que se le oscurez-
aquí es más oscuro, casi negro. A Jenipher Akin- ca la mirada. Pero siempre antes de que sea demasia-
yi, ojos negros, piel negra, mirada brillante, le do tarde. Juntas caminan entonces a contracorriente.
gusta vestir ropa de colores. Para burlarse del mar. Qui- Rumbo al mar. Porque Moroto, 50.000 almas que nadie
zá también del futuro. Tiene 55 años y hace siete años nunca contó con exactitud, le da la espalda al Índico os-
que fue infectada por el VIH, aunque es consciente de curo. Las viviendas no tienen ventanas y la propia es-
ello desde hace solo cuatro. Su mari- tructura del barrio, una sucesión de calles estrechas,
«Cuando escuché los do, Barack, se contagió tras una pe- sucias, y tejados de zinc oxidados, se aleja de él. Cuan-
lea en 2011. "El hombre con el que me to más cerca del mercado y más lejos de la ensenada de
primeros rumores ya peleé murió en 2014, entonces fui a Tudor, mejor. La gentrificación ha conquistado también
estaba embarazada. hacerme las pruebas y lo descubrí", las barriadas.
Me dijo que no lo habría cuenta. Jenipher no se lo reprocha. Este mediodía, ya tarde para esa parte de la ciudad
aceptado» Solo llora. Un poco más oscuro cada que tiene algo que llevarse a la boca, hay un grupo de
día. Y bebe hasta que ya no queda chiquillos saltando sobre el agua. Cogen impulso so-
Más de la mitad de la ningún mar que mirar: “Muchas ve- bre unas piedras y se sumergen. Una y otra vez. A este
ces me siento sola, deprimida, en- lado, en el barrizal seco que todavía es dominio del
población seropositiva tonces bebo –principalmente un fer- slum y no del mar, Jenipher y Alice hablan con Pauli-
en Kenia se concentra mento de coco–. Sé que no es bueno, ne Saba, 35 años, otra mujer infectada por VIH. "Yo no
en diez de los 47 menos en mi estado, pero ¿qué pue- sabía que estaba enfermo cuando empecé a salir con
condados del país do hacer?". él. Parece ser que tomaba los antirretrovirales en el
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entre economía y sexualidad –continúa el profesor de la


Universidad de Colorado– afecta también a los hombres
pobres: cuando sienten que están fallando como provee-
dores económicos tratan de apuntalar su masculinidad
teniendo múltiples parejas sexuales”.

La trampa del matrimonio


Este contexto, de pobreza y machismo, se traduce al fi-
nal en una brecha de género y clase en la transmisión de
la enfermedad: del más de millón y medio de población
seropositiva en Kenia –el cuarto país del mundo con más
personas afectadas, según las cifras de Avert–, 800.000
se concentran en diez de los 47 condados del país. Así,
mientras la tasa estatal de nuevas infecciones cayó más
de un 20% desde 2013, ciudades como Nairobi o Mombas-
sa han visto cómo los porcentajes aumentaban alrededor
de un 50%. Dentro de ellas, barriadas paupérrimas como
trabajo. Cuando escuché los primeros rumores ya esta- Más de 50.000 Kibera o Moroto, acaban siendo el refugio último de las
ba embarazada (…) Cuando supe que yo también estaba personas personas afectadas. Mwanamgeni Abdala, cuerpo loza-
infectada me encaré con él. ‘¡¿Por qué no me lo dijiste?!’. residen en no, mirada cansada, tiene el alma demasiado castigada
‘No me habrías aceptado, antes de estar contigo se lo dije Moroto, una de para seguir creyendo en cuentos de hadas. Como casi to-
a otras mujeres y todas me dejaron’, me contestó”. las barriadas das las mujeres que hoy conocen la frontera de los 40, ella
Este modelo de comportamiento conforma la pauta más deprimidas también confió en lo que le decían cuando era joven y las
social mayoritaria en el país. La prevalencia de VIH al- de Mombassa. campañas de prevención contra el VIH, allá por el año
canza el 6,9% (910.000 personas) entre las mujeres adul- P. L. O. 2000, se centraban en la monogamia y la fidelidad en el
tas y el 4% (550.000 personas) entre los hombres. O lo matrimonio, dejando a un lado el uso del preservativo o el
que es más llamativo, apunta la organización especiali- propio empoderamiento de la mujer. El resultado de esta
zada Avert: que entre la población joven, grupo que su- estrategia, insiste el profesor de la Universidad de Colo-
pone el 51% de los nuevos contagios en Kenia, las muje- rado, “no detuvo a los hombres en su idea de tener múlti-
res tengan casi el doble de posibilidades de adquirir VIH ples parejas sexuales, sino que simplemente hizo que las
que los hombres: de los más de 71.034 nuevos casos re- ocultaran más”.
gistrados en 2015, el 16% correspondieron a varones de Cuando el hombre al que cada mañana le vendía cha-
entre 15 y 24 años frente al 33% (23.312 casos) de mujeres patis –una torta de pan habitual en la región– se le acer-
de la misma franja de edad. có para invitarla a salir, Mwanamgeni Abdala no dudó
“Los conceptos tradicionales de masculinidad y femi- en aceptarlo, aunque lo había visto enfermo en más de
nidad están ligados a la propagación del VIH en África una ocasión. Estar con aquel hombre era su mejor opción
del Este. Aunque la región cuenta con un importante mo- para prosperar socialmente. Lo que no sabía era que aquel
vimiento en defensa de los derechos de las mujeres, la hombre tenía VIH.
autoridad de los hombres como cabeza de familia sigue –"¿Por qué no me lo dijiste?", le inquirió, años des-
intacta en la mayoría de los lugares”, argumenta el pro- pués, a la salida del hospital donde pasaba cada vez más
fesor asociado de la Universidad de Colorado y autor de temporadas.
AIDS and Masculinity in the African City, Robert Wyron. No supo darle una respuesta. Solo le contestó que esta-
Lastradas por la falta de oportunidades laborales y por el ba cansado de tomar las pastillas y que ya no quería más
peso de la tradición, muchas jóvenes “se ven atrapadas” tratamiento. “Ni siquiera el matrimonio es un refugio con-
en la necesidad de buscar “relaciones con hombres” que tra la infección por VIH en África del Este. Dada la persis-
las ayuden económicamente. tencia de los privilegios masculinos a la hora de tener más
Aun sabiendo que había sido él quien le había contagia- parejas sexuales, las mujeres casadas están a menudo ex-
do la enfermedad, Pauline continuó viviendo con aquel puestas a un gran riesgo de infección. Incluso si saben que
hombre en una casa sin ventanas. “No tenía más alterna- su pareja tiene encuentros sexuales fuera del matrimonio,
tiva, no teníamos nada. Muchas veces, cuando me quedo a las esposas les resulta muy difícil enfrentarse a ellos: co-
sola, todavía pienso, ¿por qué lo hice?”. Él terminó mar- rren el riesgo de que las abandonen a ellas y a los niños o
chándose, no porque Pauline, embarazada por cuarta que simplemente dejen de aportar económicamente a la
vez, se lo pidiera, sino porque encontró otra mujer con la casa”, traduce Wyron. Un informe del año 2012 reconoce
que casarse. A la que probablemente tampoco le desveló que solo el 48% de las mujeres kenianas conoce el resul-
su condición. tado de los test de VIH de sus compañeros sentimentales.
“En esta región de África existe una intensa compe- Semanas después de aquella discusión, el hombre de
tencia entre hombres para demostrar que son económi- Mwanamgeni murió. Poco después lo hizo uno de los hi-
camente exitosos y una de las formas de hacerlo es te- jos que tenían en común. El milagro que ha llevado a re-
niendo múltiples relaciones sexuales. Esto se traduce ducir en casi un 50% desde 2013, según datos del Ministe-
en varones polígamos o en hombres con una sola esposa rio de Salud, la transmisión del virus de madres a hijos en
pero con varias compañeras ‘secretas’. Esta interrelación Kenia llegó demasiado tarde para ella.
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Cuando se cansó de llorar, Mwanamgeni Abdala des-


cubrió lo que más duele del VIH. Que no quieran sentarse
a tu lado. Que no quieran compartir mesa. Que prefieran
negarte la conversación. “Que las discriminen”, resume
Alice. Tras saber lo que había pasado con su familia, el
negocio de comidas de Mwanamgeni se arruinó. “Nadie
quería comprar chapatis de una mujer enferma”, confie-
sa sin dejar rastro de reproche en sus palabras. Quizá
ella también lo hubiera hecho. Encontró una salida la-
vando ropa en un barreño de plástico que ya está descolo-
rido, pero al que logra sacar 250 chelines (algo más de dos
euros al día). Con eso, y con lo que recauda comerciando
con zapatos, tiene que alimentar a sus dos hijos. Y pagar
el tratamiento de su hija de seis años, también portadora
del virus. Para lo que ya no llega es para escolarizarlos. “El
mayor está ya en secundaria, pero no siempre tenemos
dinero para pagar la matrícula y los materiales”, cuenta.
Así que hay trimestres que cambia el colegio por cual-
quier empleo con el que ayudar en casa. confiesa Amina, 19 años más joven que Mary, pero con el
mismo drama a su espalda. Si acaso incluso peor: tiene una
Cooperativa contra el estigma hija de siete años infectada. Y otro bebé ya enterrado: “A ve-
Hay un hombre parado a un lado de la vereda sucia –sucia ces tengo problemas para conseguir comida porque estoy
de plásticos, de pisadas, de gente perdida– que conduce a demasiado débil para lavar ropa”.
Moroto. Lleva una caja roja de la que faltan ya varias so- Es un círculo mortal. Como están demasiado débiles
das. Cada hueco son 30 chelines (25 céntimos) de alivio. no pueden trabajar y como no trabajan no pueden cos-
“Aquí no hay trabajo, hay que sobrevivir de alguna mane- tearse el desplazamiento al hospital –alrededor de un dó-
ra”, se presenta a sí mismo mientras borra el sudor de su lar por trayecto de ida y vuelta–, por lo que están dema-
cuerpo con un mano. Alice pasa primero. Detrás de ella, siado enfermas para trabajar. Y sin trabajo no hay comida
Jenipher, Pauline, Mwanamgeni y otra media docena de ni escuela. “Mi hijo tiene 13 años y estudia con niños de
mujeres. Caminan rumbo al mar. Al mar que los demás siete. Los otros tres están en casa. No puedo permitirme
no quieren mirar. más”, se lamenta Pauline. En la mesa de su casa solo hay
“Aquí la vida no es fácil. Los tanques de agua fresca vie- comida una vez al día: ugali –un preparado a base de ha-
nen dos días a la semana. Eso cuando vienen”, señala una rina de maíz y agua– y acelgas.
de las mujeres que conforman el Tove Women Support Ella es consciente de que dada su condición debería co-
Group, una pequeña cooperativa creada en el barrio. Hoy mer más. A ser posible hasta cuatro veces al día. “Pero
no es martes ni viernes, así que no hay agua fresca. Pero lo que tengo lo necesito para pagar el alquiler, la electri-
donde quienes ven un motivo más para quejarse por el cidad y el colegio”. “A mí el casero ya me ha amenazado
abandono histórico que sufre Mombassa –especialmente varias veces: ‘si no tienes para pagar, vuelve a tu tierra’.
sus barriadas más pobres–, este colectivo de mujeres ha Pero allí no puedo volver, no hay manera de conseguir el
encontrado su oportunidad. Ven- tratamiento”, interviene otra de las mujeres. Están senta-
der agua es uno de sus pequeños das en una habitación abigarrada: hay una litera y varios
negocios. Como los jabones que colchones, dos sofás, una maleta con ropa y cables colga-
elaboran. O el alquiler de sillas de dos del techo. Hay también un televisor apagado. Eso es
plástico. Lo que ganan, lo repar- algo que pocas casas sin ventanas de Moroto pueden per-
ten entre todas. Es la única mane- mitirse. Una de ellas ha ido a buscar leche. Hoy es un día
ra de salir adelante. especial. Mientras, las demás siguen hablando: de las di-
“Tratamos de sobrevivir. Yo soy ficultades económicas, de lo que les duele que les hayan
vieja, estoy sola y me cuesta con- dado la espalda.
seguir comida porque estoy enfer- “Aquí, con ellas, me siento libre. Podemos ser nosotras
ma. Nadie quiere emplearme”, re- mismas, sé que ellas me aceptan. El resto de la sociedad
lata Mary, 54 años, los siete últimos no lo hace: nos han abandonado”, asegura Jenipher. Algu- Desde 2013,
frente a la ensenada de Tudor. Aquí nas de sus compañeras asienten. Otras piden la palabra Kenia ha
llegó con un trabajo como emplea- para contar su historia: “Si mostramos nuestro estado conseguido
da de hogar del que la echaron al médico no nos dan trabajo”, insiste Muly. “Estamos mar- reducir la
enterarse de que había contraído la cadas”, añade otra voz desde el fondo. transmisión
enfermedad. Un hombre con el que Por eso, el trabajo más importante del Tove Women del virus
estaba saliendo la contagió. “Cuan- Support Group no son los jabones. Ni el agua. Ni las sillas. del VIH de
do acudes a buscar trabajo como Es el de conseguir que las mujeres de Moroto no se dejen madres a
empleada doméstica te piden tu es- vencer. Ni por ellas mismas. Ni por los demás. Después hijos en más
tado médico: nadie quiere cuidan- de todo, sentencia Amina, “la gente es más difícil que la de un 55%.
do de sus hijos a alguien con VIH”, enfermedad”. ! PABLO L. OROSA

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