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64-80
Fredy Parra C.
Profesor de la Facultad de T e o l o g í a
Pontificia Universidad Católica d e C h i l e
Cabe recordar que la obra de Lacunza fue colocada en el Indice en 1824 y que, casi a mediados
del siglo XX, luego de ser consultada sobre la ortodoxia de esta doctrina, la Sagrada Congre-
gación del Santo Oficio respondió que: "El sistema del milenarismo mitigado no puede ense-
ñarse con seguridad" (Decreto del Santo Oficio, del 21 de julio de 1944 [Cf. DS, 3839 (DZ,
2296)l.
H. DESROCHES,Dieux d'hommes. Dictionnaire des messianismes et des millénarismes de I'ere
chrétienne, Mouton, Paris-La Haya, 1969; N. Cohn, Na senda do Milénio, Presenqa, Lisboa,
1981; J. Seguy, La religiosidad no conformista de Occidente, en, H. Ch. Puech, dir., Las religio-
nes constituidas en Occidente y sus contracorrientes. 11, 2" ed., Historia de las Religiones, Siglo
XXI, México, 1981, vol. 8, pp. 213-301; V. Lanternari, Occidente y Tercer Mundo, Siglo XXI,
Buenos Aires, 1974.
A. F. VAUCHER,Une celebrité oubliée. Le P. Manuel Lacunza y Díaz, Fides, Collonges-sous-
SaRve, 1941 (1" ed.) y 1968 (2" ed.); W. Hanisch, El Padre Manuel Lacunza (1731-1801), su
hogar, su vida y la censura española, Revista Historia 8 (1969). pp. 157-232.
G . MARTINA,La Iglesia, de Lutero a nuestros días. Vol. 11, La época del absolutismo, Cristian-
dad, Madrid, 1974. L. Bergeron y otros, La época de las revoluciones europeas: 1780-1848,
11" ed., Siglo XXI, México, 1986; H.Desroches, Sociologie de I'Espérance, Paris, 1973.
E L FIN DEL MUNDO SEGUN LACUNZA 65
lución Francesa, las guerras del Imperio, el impacto de Napoleón 1, las consiguien-
tes transformaciones sociales, económicas y políticas, el término del Sacro Imperio
Romano Germánico, datado oficialmente por las cronologías modernas en 1806,
fueron algunos de los factores que sin duda favorecieron el estallido apocalíptico
de aquellos tiempos. Ningún país, y desde luego ninguna Iglesia, se vio libre de
estas especulaciones. Masas de gentes estaban convencidas de la inminencia del
retorno de Cristo y procuraban afanosamente leer en los acontecimientos el cumpli-
miento de los signos precursores de la Parusía señalados por la tradición del Nuevo
Testamento.
A. F. Vaucher ha sistematizado suficientemente la biografía y bibliografía la-
cunziana (5); los historiadores chilenos y otros investigadores de la historia de la
Iglesia chilena, han sabido destacar la obra de Lacunza en nuestra cultura (6); espe-
cialmente importantes son los estudios que Mario Góngora consagró al pensamiento
lacunziano y a sus múltiples y complejas relaciones con la Ilustración Católica y con
el pensamiento utópico y escatológico de los siglos XVIII y XIX (7). B. Villegas
dedicó su tesis doctoral a la elaboración de una severa crítica al método exegético
de Lacunza (8). Desde los presupuestos de la escatología posconciliar estudios críti-
cos más recientes vuelven a reflexionar sobre el lacunzismo destacando tanto sus
límites teológicos como sus posibles contribuciones a una teología de la historia en
la actualidad (9).
Por la necesidad de plantear brevemente la tesis fundamental del lacunzismo
para luego detenernos en el punto particular del “fin del mundo” y siguiendo las
distinciones establecidas por el mismo autor, dividiremos el presente estudio en
cuatro puntos principales y algunas conclusiones: 1) Tesis central del sistema
lacunzista; 11) El fin del siglo presente; 111) Fin del Reino Mesiánico y tránsito hacia
la eternidad; IV) La Bienaventuranza eterna y V) Conclusiones.
Vaucher, o. c.
J.EYZAGUIRRE, Fisonomía histórica de Chile, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1992. p. 87; J.
Arteaga, Temas apocalípticos y lacunzismo: 1880-1918, en Anales de la Facultad de Teología,
PUCCh, Vol. XXXIX (1988), pp. 209-224, Santiago de Chile, 1990; Cf. J. Noemi, dir., Pensa-
miento Teológico en Chile. Contribución a su estudio. 1. Epoca de la Independencia nacional,
1810-1840, Anales de la Facultad de Teología, PUCCh, Vol. XXVII (1976), c. 2, Santiago de
Chile, 1978, pp. 32, 91, 97, 139, 144-148; J. Arteaga, dir., Pensamiento Teológico en Chile.
Contribución a su estudio. 11. Epoca de la reorganización y consolidación eclesiásticas, 1840-
1880, Anales de la Facultad de Teología, PUCCh, Vol. XXXI (1980), c. 1, Santiago de Chile,
1982, pp. 19-21, 61, 64, 73, 101.
M. GÓNGORA, Aspectos de la Ilustración Católica en el pensamiento y la vida eclesiástica chilena
(1770-1814), Revista Historia 8 (1969). pp. 59-65; Id., La obra de Lacunza en la lucha contra el
“Espíritu del Siglo” en Europa 1770-1830, Revista Historia 15 (1980), pp. 7-65; Id., Estudios
sobre la historia colonial de Hispanoamérica, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1998, pp. 200,
209, 237.
B. VILLEGAS,El milenarismo y el Antiguo Testamento a través de Lacunza, Valparaíso, 1951.
Me permito remitir a F. Parra, El Reino que ha de venir. Historia y esperanza en la obra de
Manuel Lacunza, Anales de la Facultad de Teología, PUCCh, Vol. XLIV, c. 2, Santiago de Chile,
1993; Id., Historia y esperanza en la obra de Manuel Lacunza, Teología y Vida, Vol. XXXV
(1994), pp. 135-152.
66 FREDY PARRA C.
La obra de Lacunza está totalmente orientada hacia el fin de los tiempos. Aquí
es importante observar desde el inicio que para el autor no es lo mismo “fin de
mundo” que “fin de siglo”. Por fin de mundo, solo entiende “el fin de los viadores,
o de la generación y corrupción” porque no admite la idea de un fin de mundo como
una suerte de aniquilación. No acepta “que el mundo, esto es, los cuerpos materia-
les, o globos celestes que Dios ha creado (entre los cuales uno es el nuestro en que
habitamos) haya de tener fin, o volver al caos, o nada, de donde salió -y añade- esta
idea no la hallo en la Escritura, antes hallo repetidas veces la idea contraria, y en
esto convienen los mejores intérpretes” (10). En cambio, el fin del siglo se refiere al
término del día actual de la humanidad, del actual tiempo histórico, o siglo presente.
Luego, Lacunza recuerda que en las Escrituras, especialmente en los evangelios, se
encuenta con frecuencia la expresión ‘consumación del siglo‘ y jamás la idea de
“consumación del mundo”.
Es necesario señalar que la tesis central del sistema lacunzista es que ha de
haber un espacio de tiempo entre la Venida del Señor y la Resurrección y Juicio
universal, condición necesaria para el establecimiento del Reino de Cristo en la
historia. De un modo general, el mismo autor describe la tesis central de su sistema
señalando que “Jesucristo volverá del cielo a la tierra, cuando sea su tiempo: cuando
lleguen aquellos tiempos y momentos, que puso el Padre en su poder (Hch 1,7)...
Vendrá no tan de prisa, sino más despacio de lo que se piensa. Vendrá a juzgar no
solamente a los muertos, sino también y en primer lugar a los vivos. Por consi-
guiente, este juicio de vivos y de muertos, no puede ser uno solo, sino dos juicios
diversísimos, no solamente en la sustancia y el modo, sino también en el tiempo. De
donde se concluye (y esto es lo principal a que debe atenderse) que ha de haber un
espacio de tiempo bien considerable entre la venida del Señor, que estamos esperan-
do, y el juicio de los muertos o resurrección universal” (11). El juicio sobre los
vivos tendrá entonces lugar en el espacio y el tiempo donde se cumplirán las profe-
cías de paz y justicia universal que se anuncian en las Escrituras. Después de con-
vertir en reino propio de Dios a los diversos reinos sociopolíticos existentes, des-
pués de desarrollarse en plenitud el plan de Dios para la historia, Jesucristo podrá
ofrecer su reino en las manos del Padre (1 Co 15, 23-26). En esto reside la principal
diferencia con el sistema ordinario vigente que sostiene que inmediatamente después
de la segunda venida del Señor se seguirá sin ningún intervalo la resurrección uni-
versal y el juicio universal. Pero Lacunza también advierte sobre las diferencias de
alcance cristológico implicadas en su tesis central. Por lo mismo, distingue clara-
mente dos tiempos y dos misiones en el único Mesías. El autor piensa que todo
cuanto hizo Cristo en su primera venida se incluye dentro de los límites de su oficio
(10) M. LACUNZA,La Venida del Mesías en Gloria y Majestad (4 Tomos), Ed. C. Wood, Londres,
1816, 111, p. 394. En las citas siguientes indicaremos solamente el Tomo (1, 11, 111, o IV) y las
páginas correspondientes.
(11) Ibíd., 1, pp. 53-54.
E L FIN D E L MUNDO SEGUN LACUNZA 61
,
70 FREDY PARRA C.
mal” (24). En el pensamiento de nuestro autor parece más verosímil imaginar que
entre la creación y el diluvio universal la naturaleza toda permaneció en un mismo
estado físico. De hecho no consta ningún suceso que pudiese alterar la situación del
globo y su atmósfera. Cuando se habla de las vidas larguísimas (de los Patriarcas)
se puede estar entregando un indicio de la óptima disposición de la atmósfera, por
tanto, de la perfección climática que entonces predominaba en la tierra. La alte-
ración trajo el rigor de los climas. En definitiva, el jesuita chileno propone una
transformación análoga, aunque en sentido inverso, a la que se produjo en tiempos
del Diluvio universal. Inverso, porque se mudará el estado del mundo para mejor.
Al presentar su propio concepto del cambio cósmico futuro, Lacunza profundi-
za un poco más sobre los efectos del Diluvio. Ya ha dicho que es muy probable que
la tierra se transformó entonces, por tanto no está ahora en la misma forma en que
estuvo desde sus principios hasta los tiempos de Noé. Conjetura que esta proposi-
ción se puede probar combinando los datos de la Escritura con las diversas observa-
ciones de científicos, astrónomos y físicos. Concordando con otros autores de su
tiempo, Lacunza piensa que antes del diluvio no había estaciones y que el globo
gozaba de un perpetuo equinoccio (25). Así como el mundo antiguo no pereció en lo
substancial (en el Diluvio) y solo se transformó de bien para mal, así, también, el
mundo nuevo que viene, el cielo y tierra nueva, implicará una transformación del
mundo actual de mal para bien. A Lacunza le parece que este gran cambio debe
comenzar por donde comenzó el cambio cósmico anterior, es decir, por la restitu-
ción del eje de la tierra a aquel mismo sitio donde se encontraba en los principios
de la creación. La verticalización del eje provocará la unión de la eclíptica con el
Ecuador y así volverá el perpetuo equinoccio siendo desterrada la malignidad de las
cuatro estaciones. Solo así se podrá concebir una felicidad natural digna de los
cielos nuevos y nueva tierra, se restablecerán las condiciones naturales para una
buena salud, las vidas serán más largas y perfectas como lo fueron al principio. La
idea de un tiempo uniforme es la manera concreta de salvar esas óptimas condicio-
nes materiales y físicas de vida y bienestar conformes a la perfección del milenio
(26). Aparecerá entonces una nueva tierra y un nuevo cielo “y todo tan bueno a lo
menos, como lo fue en su estado primitivo: digo a lo menos, porque me parece, no
solo posible, sino sumamente verosímil, que por respeto, y honor de una persona de
infinita dignidad cual es un Hombre Dios, por quien, y para quien, como dice San
Pablo ... fueron creadas todas las cosas, se renueve, y se mejore todo en nuestro
orbe, dándosele a este, aun en lo natural (así como se le ha de dar en lo moral) un
nuevo y sublime grado de perfección” (27). De ese modo vincula el milenarismo con
la utopía cósmica.
Sucede que los nuevos cielos esperados y la nueva tierra serán un lugar donde
también mora la justicia (2 P 3,13). Es decir, el tiempo nuevo que se inicia implica
una transformación no solo cósmica, sino también política, social y religiosa. El
reino de Cristo comporta muevas estructuras sociales y nuevas instituciones, nuevas
leyes y nuevas formas de convivencia social. En general, esta nueva sociedad se
caracterizará por una experiencia universal de justicia.
El autor de 2 P 3, 13 ha dicho que esperamos “según sus promesas” los nuevos
cielos y nueva tierra donde habitará la justicia. Lacunza se pregunta en qué lugar de
la Escritura constan estas promesas de Dios así formuladas y que han sido recogidas
por 2 P y también por Ap 21. Ahora bien, si se registran todas las Escrituras no
se encontrará otro lugar que 1s 65 y 66. Por lo cual es fácil deducir que a este lu-
gar nos remiten los autores neotestamentarios. Lacunza procede, entonces, a analizar
1s 65, 17-25 para poder continuar con la correcta interpretación de los cielos
nuevos y tierra nueva anunciados como nueva creación a partir del v. 17. Revisando
los aportes de los diversos doctores e intérpretes, Lacunza no puede sino encontrar
nuevos intentos de espiritualización eclesiocéntricos. El texto de Isaías se resiste a
todo intento presentista porque, insiste Lacunza, está mirando hacia el futuro, hacia
otro siglo, otro tiempo en que sí se podrán cumplir las promesas de liberación y
restauración del pueblo de Israel. Recalca nuestro intérprete que el mismo autor de 2
P entendía mejor estas cosas al poner los nuevos cielos y nueva tierra en un momen-
to posterior a los actuales cielos y tierra, por tanto, futuro. Por otra parte, la profecía
tampoco se acomoda a una situación posterior a la resurrección universal pues en-
tonces no habrá muerte ni pecado ni nuevas generaciones ni necesidad de plantar
viñas ni edificar casas, etc., cosas todas expresas en el texto de 1s 65 (28). En esta
profecía de Isaías, Lacunza ve diseñados los trazos esenciales del reino de Cristo, de
los siglos indeterminados de felicidad y armonía universal en que el hombre estará
reconciliado consigo mismo, con los otros y con la naturaleza. En resumen, piensa
Lacunza, “los nuevos cielos, y nueva tierra, o el mundo nuevo que esperamos des-
pués del presente debe ser sin comparación mejor que el presente; y esto no sola-
mente en lo moral, sino también en lo físico y material” (29).
(M. Góngora, ed., Manuel Lacunza, La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, Ed. Universita-
ria, Santiago de Chile, 1969, nota 8, p. 115). Por otra parte, en cuanto se refiere a Cosmología, fí-
sica y astronomía, Lacunza demuestra una serie de conocimientos que evidencian su inclinación e
interés por estas materias y su vinculación con la Ilustración católica en lo concerniente a la nue-
va imagen del mundo. Ya en la Primera Parte de su obra, Lacunza ha aludido a la invalidez del
sistema de Tolomeo. (Cf. Lacunza, o. c., 1, Prólogo, LXIX y p. 46). Aparte de su propia expe-
riencia en la observación inmediata de los fenómenos y del cosmos, su instrucción en estas áreas
venía de las obras de Pluche, Espectáculo de la Naturaleza, ya mencionada, y la Historia del cielo
(1735, 1742). Estas obras, de amplia difusión en el siglo XVIII, constituían la primera versión des-
tinada al público, de los resultados de la Ciencia moderna de la Naturaleza. A través de Pluche le
llegó a Lacunza la idea de un clima uniforme, sin estaciones, que estaba presente en Thomas Burnet
(1635-1715). La nueva Ciencia se mezclaba con la utopía cósmica. (Cf., Góngora, M., Aspectos de
la “Ilustración Católica” en el pensamiento y la vida eclesiástica chilena: 1770-1814, Rev. Histo-
ria, 8 (1969), pp. 60-62. Cf. A. F. Vaucher, Une celebrité oubliée. Le P. Manuel Lacunza y Díaz (1731-
1801), Fides, Collonges-sous-Saleve, 1”ed. (1941), p. 72 y nota 318 y en la 2“ ed. (1968). pp. 75-76).
(28) Ibíd., IV, pp. 59-62.
(29) Ibíd., IV, p. 81. El destacado es mío.
12 FREDY PARRA C.
Ibíd., IV, pp. 328-334. Cf. IV, pp. 341-342. Sobre el proceso de corrupción que sufrirá la humani-
dad, el autor añade las siguientes reflexiones: “...imaginémonos, digo, que depués de muchísimos
siglos de paz, de inocencia, de justicia, y fervor, empieza a entrar en las gentes, ya en este país,
ya en el otro, cierta especie de distracción en lo que toca al servicio de Dios, a esta distracción
deberá seguir naturalmente un poco de tibieza, a esta tibieza, no poco amor a la comodidad y
sensualidad: a esta comodidad y sensualidad seguirá naturalísimamente el amor al lujo o a la vana
ostentación: a esta, un poco de avaricia: a esta avaricia, no pocas injusticias: finalmente, a todos
estos males, para que no se adviertan, deberá seguir una grande, y bien estudiada hipocresía”
(Ibíd., IV, pp. 336-337). Este es por lo demás, el orden con que siempre ha crecido el mal moral
en la historia.
Ibíd., IV, pp. 66, 337-338, 341.
Ibíd., 1, pp. 214-226; IV, pp. 24-25.
EL FIN DEL MUNDO SEGUN LACUNZA 13
universo mundo, y todos los cuerpos innumerables que lo componen, sin excepción
alguna, aun entrando en este número nuestro [...] orbe terráqueo: luego deberá ser
indeterminadamente todo lugar”. A partir de San Pablo, Lacunza deduce datos esen-
ciales sobre la bienaventuranza eterna: Cristo está constituido por su Padre heredero
de todo lo creado, pues por él y para él se ha hecho todo lo creado (Hb 1, 2; 2,lO; cf.
Jn 1, 3). Ha de llegar un día en que todo lo creado se sujete entera y perfectamente
al Hijo de Dios; entonces Cristo, “como cabeza de todos los justos, y causa de su
justicia, se sujetará junto con todos ellos, y haciendo un mismo cuerpo, a su divino
Padre, que sometió a él todas las cosas, para que este sea eternamente todo en
todos” (1 Co 15, 28; Hb 2, 8; 1 Jn 3, 2) (40). En fin, todos los hijos adoptivos de
Dios serán asimismo herederos de Dios y coherederos con el Hijo mayor (Rm 8, 17).
De donde se sigue que siendo Cristo heredero y Señor de todas las cosas, deberán
serlo a proporción todos los coherederos. Y, no obstante la diversidad que habrá
entre los herederos, reinará entre ellos una caridad tan perfecta que “no habrá, ni
podrá haber entre tantos hijos de Dios aquella fría palabra, mío, y tuyo, sino que
será tuyo lo que es mío, y mío lo que es tuyo; lo que es de todos será de cada uno, y
lo que es de Cristo, será de todos, y Dios será todo en todos” (41). Lacunza distin-
gue en la única experiencia de la gloria dos aspectos esenciales: el que llama acci-
dental, que corresponde a la contemplación y gozo vital de la naturaleza, y el subs-
tancial, que corresponde a lo que normalmente se entiende por visión de Dios, la
fruición de Dios.
4.1. Extensión y grandeza material del Reino de Dios o Reino de los cielos:
(gloria accidental) y comunión eterna con Dios (gloria substancial)
“Para que podamos hacer algún digno concepto de la grandeza y extensión del
reino de los cielos, o del reino de Dios, y de su felicidad (por ahora incomprensible),
aun mirando solamente su accesorio, accidental y material”, Lacunza convida a que
contemplemos el cielo estrellado y apreciemos su inmensidad y belleza admirable.
Imposible retener una cantidad de estrellas pues son infinitas y las que se han con-
tado no son sino como tres gotas en el inmenso océano del universo. Luego de
observar atentamente el universo no cabe sino concluir que estamos frente a dimen-
siones incomprensibles e inconmensurables. Cuando pensamos haber penetrado en
lo profundo, quizás estamos solo en la superficie y en el umbral de distancias
prodigiosas e infinitas (42). Expone que cada estrella es un sistema solar y planeta-
rio, rodeada de muchos cuerpos que necesitan de su luz y calor. Lacunza comenta
que todo esto no se opone a nuestra fe en Dios, ni a la razón natural; todo lo con-
trario, “hace formar un concepto magnífico del Creador de todo” (43). Respecto a la
4.2. Nuestra tierra transfigurada constituida en centro del reino eterno de Dios
Aun concediendo que el reino de Dios sea el universo entero, es preciso admi-
tir algún lugar determinado, físico y real, entre todos los innumerables orbes, donde
resida normalmente el Supremo Rey, de donde salga eternamente la luz hacia todos
los lugares del reino definitivo. Para Lacunza, el Rey Supremo y el centro de unidad
de un reino tan extenso estará en este orbe privilegiado que ahora habitamos, es
decir, en la tierra. Argumenta que Jesucristo es de esta tierra, aquí nació, aquí se
hizo hombre, aquí enseñó su evangelio, aquí padeció muriendo en una cruz. Y lo
mismo se puede decir de los coherederos: aquí, en esta tierra, padecieron por él y
sufrieron por causa de la justicia, aquí fueron, por lo mismo, atribulados y persegui-
dos. Luego aquí mismo deberán gozar eternamente el fruto más que céntuplo de
todo lo que supieron sembrar (50). Más adelante, el autor recuerda las palabras del
salmista: “mas los que aguardan al Señor, ellos heredarán la tierra ... Mas los man-
sos heredarán la tierra y se deleitarán en muchedumbre de paz” (Sal 37 (36), 9-11),
y luego añade “a lo cual aludió el maestro bueno del monte, diciendo: Bienaventuru-
dos los mansos, porque ellos poseerán la tierra (Mt 5 , 4)” (51). En definitiva, el
fundamento último de toda Esperanza es el amor del Dios Creador: “hay evidente-
mente -dice Lacunza- un Supremo Ser, eterno e increado, de quien ha recibido su
ser todo cuanto es, él nos hizo, y no nosotros a nosotros. Hay un Dios infinito en
todo, Creador, y Señor del cielo y de la tierra, de todo lo visible y de lo invisible.
Este Dios vivo y verdadero, por suma bondad, se ha dignado desde los días anti-
guos, de entrar en sociedad, en alianza, en comercio con los hombres habitadores
de este grande orbe, y señores de todas sus riquezas. Se ha dignado de revelarles a
ellos, de revelarles su modo de ser inefable e incomprensible, esto es, un Dios en la
Trinidad, y la Trinidad en la unidad, de revelarles fuera de sí mismo otros muchos
misterios, y de hacerles millares de promesas. Se dignó después de esto de unirse
con nuestra naturaleza en la persona de su hijo de un modo tan estrecho, e indisolu-
ble, que podemos, y debemos decir con suma verdad: Dios es hombre, hijo de Adán,
y el hombre hijo de Adán es verdadero Dios: Porque de tal manera amó Dios al
mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él,no perezca,
sino que tenga vida eterna (Jn 3 , 16)” (52).
(50) Cf. Ibíd., IV, pp. 419-422; 423-426. Cf. Sal 36,28-39; Mt 5,4. A este respecto cita a Tertuliano
para apoyar su idea de que será la tierra el centro del reino eterno y de felicidad de los justos.
(Tertuliano, lib. 111, adversus Marc., cap XXIV). No podemos dejar de citar el párrafo más
significativo en el cual expresa Lacunza su fundamento crisrológico: “El Hombre Dios, Cristo
Jesús, nuestro Señor, o el Rey supremo, heredero de todo ... por quien son todas las cosas, y para
quien son todas las cosas, es de este misma tierra, que dio Dios a los hijos de los hombres. Aquí
se hizo hombre siendo Dios: aquí se unió estrechísima e indisolublemente con nuestra pobre,
enferma y vilísima naturaleza: aquí se anonadó a sí mismo tomando forma de siervo, hecho a la
semejanza de hombres, y hallado en la condición como hombre: aquí nació de la Virgen María
de la estirpe de David según la carne: aquí predicó, aquí enseñó, aquí padeció la mayor afrenta y
el más injusto deshonor que se ha visto jamás, muriendo desnudo en una infame cruz, como uno
de los hombres más inicuos; y con los malvados fue contado. Luego aquí mismo se le debe
restituir plena y perfectamente todo su honor. Luego aquí mismo se debe manifestar plena y per-
fectamente su inocencia, su justicia, su bondad, su dignidad infinita y todo cuanto puedan com-
prender estas dos palabras: Hombre Dios. Del mismo modo discurrimos de los coherederos;
principalmente de los mayores y máximos. Estos padecieron aquí por El: aquí padecieron perse-
cución por la justicia: aquí fueron perseguidos, deshonrados y atribulados, y muchísimos hasta la
muerte: aquí obraron en justicia en medio de la general iniquidad y corrupción: aquí no amaron
sus vidas hasta la muerte: ...Luego aquí mismo, como en el lugar de su paciencia, de su justicia y
de sus tribulaciones por Cristo, deberán gozar eternamente el fruto más que céntuplo de todo lo
que aquí sembraron: A la verdad es justo y digno de Dios (como decía Tertuliano), exaltar a los
siervos allímismo donde fueron afligidos por su nombre” (ibíd., IV, 421-422).
(51) Lacunza, o. c., IV, p. 426.
(52) Ibíd., IV, pp. 415-416.
b
.
EL FIN DEL MUNDO SEGUN LACUNZA 79
un drama que compromete al mismo Dios; por ello es, finalmente, un acon-
tecimiento de Gracia. La voluntad de Dios es el poder determinante de la historia,
ya que El es el único Creador, origen de la vida y de la historia, y El mismo es el
poder consumador que llevará la historia a su plenitud dando cumplimiento a sus
promesas.
3) Sin embargo, no asume positivamente el movimiento histórico actual
(el siglo presente es solo oposición). Se evidencia aquí una gran ambigüedad: por
una parte se observa una gran valorización de lo mundano-terrestre, pero no se
interpreta suficientemente lo histórico. En el fondo, afirma el mundo, pero relativiza
radicalmente la historia.
4) Es evidente la relación con el profetismo y la apocalíptica, por un lado,
y con el pensamiento utópico, por otro. Esta doble y crítica relación genera otra
crucial ambigüedad en su interpretación. Considerado desde el profetismo bíblico,
el milenarismo lacunziano podrá ser visto como transgresión ilícita por su fuerte
componente apocalíptico. Asimismo, analizado desde el racionalismo utópico mo-
derno podrá ser identificado como una forma “primitiva y mítica”, donde la libertad
lúdica y la fantasía del pensamiento utópico aún no han conquistado su plena eman-
cipación (55).
5) La esperanza futura se mantiene intacta y vigente. El evangelio aún es
promesa y, a diferencia de otros sistemas, Lacunza piensa que la muerte y la resu-
rrección de Jesucristo no son cumplimiento ni transfiguración de las promesas, sino
confirmación clara y concreta de la esperanza. La esperanza futura no se disuelve en
un encuentro de las almas con la divinidad después de la muerte ni en una glorifi-
cación espiritualizada que suprime todo espacio y tiempo. A pesar de los elementos
sobrenaturales que implica la intervención directa de Dios y su poder en ese tránsito
histórico y cósmico, el reino del Mesías continúa perteneciendo a este mundo. El
Mesías establece una equivalencia entre felicidad, justicia y armonía con la naturale-
za y al mismo tiempo asegura la finalidad humana del universo material.
6) A pesar de su perfección, el reino mesiánico es finito, acabará en un mo-
mento del tiempo. Dicho reino es, según Lacunza, un interregno hasta el adveni-
miento del reino verdaderamente eterno y glorioso de Dios, donde cesada toda
generación y corrupción, los bienaventurados gozarán eternamente de la contempla-
ción del universo material, transformado y mejorado, y de la comunión eterna con
Dios mismo.
RESUMEN
El artículo presenta el pensamiento milenarista del jesuita chileno Manuel Lacunza (1731-
1801) en torno al fin del mundo. S e indaga la visión del autor sobre el fin del siglo, el fin del
milenio y su concepto de bienaventuranza eterna. El lacunzismo sostiene que antes del final de
la historia se espera un reino terrestre del Mesías Jesucristo en el cual tendrán pleno cumpli-
miento las promesas de vida y justicia que Dios ha hecho a la humanidad. E n este contexto se
(55) Cf. Ulpiano Vázquez Moro, Novo Mundo e Fim do Mundo, mimeo, Belo Horizonte, 1991
80 FREDY PARRA C.
explica que para Lacunza el reino mesiánico (milenio) comienza con una transformación de la
naturaleza que transita a una etapa de mayor perfección y que el mundo nuevo que adviene es
mejor que el presente no solamente en lo moral sino también en lo físico y material. Asimismo,
el universo renovado, acabada toda generación y corrupción, participará de la plenitud eterna y,
tras la resurrección universal, los bienaventurados gozarán juntos eternamente de la contem-
plación del mundo transfigurado y de la comunión con Dios. Siempre se trata de una transfor-
mación de la materia de mal en bien, o de bien en mejor. Se excluye, clara y expresamente, la
idea de un “fin del mundo” como aniquilación del mismo.
ABSTRACT
The article presents the millienarist thought of the Chilean Jesuit Manuel Lacunza (1731-
1801) regarding the end of the world. It looks into the author’s views on the end of the century,
the end of the milliemium, and his concept of eternal beatitude. Lacunza affirms that an earthly
kingdom of Jesus Christ the Messiah will come before the end of the history, in which al1 the
promises of life and justice made by God will have full accomplishment. Within this context, it is
easy to undestand that for Lacunza, the messianic kingdom (Millenium) starts with a
transformation of nature, which moves onto a stage of greater perfection, and that this coming
renewed world, is much better than the present one, not only in the moral aspect, but also in the
physical and material aspects. Likewise the renewed universe, where generation and corruption
will be over, will also take part in the eternal plenitude, and after the universal resurrection, the
blessed will bliss on the contemplation of the transformed world and on the communion with
God. This is a transformation of the matter, from bad into good, or from good into better. There
is a clear and explicit exclusion of the idea of the end of the world as the annihilation of it.
. .
78 FREDY PARRA C
V. CONCLUSIONES