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Leyenda de Cantuña

Esta primera leyenda del Ecuador, hace referencia


a un indígena al que todos en su pueblo lo conocían como Cantuña. La historia comienza en
una época en la que los monjes franciscanos ya se habían establecido en Ecuador.

De hecho, fueron ellos los que le encomendaron al nativo que iniciara la construcción de un
templo católico en la ciudad de Quito. Cantuña aceptó de muy buena gana e inclusive aseguró
que lo tendría listo en un semestre.

Como única condición solicitó que, al término de su trabajo, le fuera entregada una gran cantidad
de dinero. Ciertamente los franciscanos dudaron de la palabra de ese individuo, pues pensaron
que, aunque sus compañeros lo socorrieran a edificar el templo, tardaría mucho más tiempo de
lo señalado en concluir con las obras.

Pasaron varios meses (en total cinco) y la construcción no iba ni a la mitad. Desesperado por
esta situación, a Cantuña se le pasó por la mente, el hacer un pacto con el diablo en el que él
le entregaría su alma, a cambio de que “Satanás” concluyera con la tarea en el plazo estipulado.

Lucifer aceptó el trato y puso a trabajar a varios de los demonios del infierno para poder llevarse
el alma del indígena a los confines del infierno. Sin embargo, cuando Cantuña observó que la
Iglesia estaba casi terminada, pensó en un plan para no perder su alma.

Se acercó al lugar en donde estaban las piedras que se estaban utilizando para construir el
último muro y en una de ellas talló la siguiente inscripción: “Aquel que coloque esta losa en su
lugar, reconocerá de inmediato que Dios es mucho más poderoso que él”.

Dos días más tarde, el diablo tomó la piedra entre sus manos y al mirar el mensaje, de
inmediato ordenó a su séquito que regresaran junto con él de inmediato al infierno.

De esa manera, el astuto indígena Cantuña no solamente había conseguido conservar su alma,
sino que también concluyó a tiempo la construcción de la Iglesia, con lo cual los monjes
franciscanos le tuvieron que pagar las monedas que habían acordado.
El padre Almeida

El padre Almeida es un personaje de las leyendas


ecuatorianas del cual se dice que le gustaba salir por las noches sin ser visto para poder tomar
un trago de aguardiente.

La manera en la que abandonaba la Iglesia, era un tanto extraña, ya que subía hasta lo alto de
una torre y luego se descolgaba hacia la calle. Lo que no todos sabían es que, para arribar a
ese lugar, tenía que pararse encima de una estatua de Jesucristo de tamaño natural.

Una noche que planeaba salir a “saciar su sed” se posó encima del brazo y cuando estaba a
punto de irse, alcanzó a escuchar una voz que le decía:

– ¿Cuándo será la última vez que hagas esto padre Almeida?

El sacerdote creyó que la voz había sido producto de su imaginación y sin más le contestó:

– Hasta que vuelva a tener ganas de tomar otro trago.

Luego de decir eso, se dirigió a la cantina clandestina en donde bebía y no salió de ahí hasta
que estaba completamente borracho.

El cura iba dando tumbos por la calle, hasta que chocó de lleno con unos hombres que llevaban
un féretro en camino hacia el cementerio. El féretro cayó a media calle, ocasionando que la tapa
se rompiera.

El padre Almeida no podía creer lo que veían sus ojos, el hombre que estaba dentro del ataúd
era el mismo.

Sobra decir que de inmediato recobró la sobriedad y en cuanto llegó a su Iglesia le juró al Cristo
de la torre que nunca volvería a probar una gota de vino. Desde ese entonces, la gente afirma
que el rostro de dicha imagen cambió completamente y que aún hoy en día se puede ver que
esboza una sonrisa de satisfacción, pues una de sus ovejas volvió al redil.
El gallo de la catedral

Esta leyenda corta también se originó en la capital


de Ecuador, es decir en Quito. Don Ramón Ayala y Sandoval era un sujeto que tenía mucho
dinero y que además le encantaba la vida nocturna.

Entre sus aficiones preferidas destacaba el tocar la guitarra y desde luego el beber acompañado
de sus amigos. Se decía que su corazón le pertenecía a Mariana, una joven que vivía en las
cercanías de su hacienda.

La rutina diaria de don Ramón no cambiaba en absoluto. Se levantaba a las 6:00 de la mañana
y después se disponía a desayunar. El almuerzo consistía en un bistec asado acompañado de
papas y huevos fritos. Todo eso acompañado de una taza de humeante y espumoso chocolate.

Luego de saciar su apetito, se dirigía a la biblioteca, en donde disfrutaba leyendo un rato.


Posteriormente, regresaba a su habitación para tomar una “merecida” siesta.

Después se levantaba de la cama para bañarse, pues debía estar listo para salir por la tarde.
Don Ramón paseaba por las calles, hasta llegar al local de vino de Mariana (a quien apodaban
la Chola).

Ya con unas copas encima, el hacendado una noche se topó con un gallo de pelea, al que retó
a un duelo.

El ave aceptó el enfrentamiento y pronto le dio un picotazo en la cabeza. El hombre se asustó


tanto que le pidió perdón enseguida al gallo, a lo que éste le respondió:

– No vuelvas a beber, ya que, si lo haces de nuevo no tendré clemencia y te mataré.

Don Ramón cumplió el juramento que le había hecho a ese gallo de pelea. Duró muchos años
sin volver a tomar, hasta que uno de sus camaradas lo invitó a un convivió en el que no pudo
sucumbir al deseo de volver a probar el licor.

Después de eso, no se sabe que ocurrió con el hacendado, pues nadie lo volvió a ver.
Leyenda del Chuzalongo

En la región costeña del Ecuador, un hombre que se


dedicaba a la agricultura, tenía a su ganado pastando en el monte. De repente, el cielo se
ennegreció anunciando una terrible tormenta.

El sujeto preocupado por sus animales, les pidió a sus hijas que condujeran al ganado al
granero. Las muchachas hicieron lo que su padre les pidió y en pocos minutos, encerraron a las
reses en la bodega.

En eso, se dieron cuenta de que junto a ellas se encontraba una extraña criatura de baja
estatura, nariz larga exacta, orejas puntiagudas y una larga cabellera de color gris.

Las muchachas gritaron con todas sus fuerzas, aunque desgraciadamente nadie acudió para
ayudarlas. Luego de varias horas y al percatarse de que sus hijas no habían vuelto a la casa, el
granjero salió acompañado de su escopeta a buscarlas.

El pobre agricultor se encontró con una horripilante escena. Sobre el pasto halló los cuerpos
destrozados de sus hijas. A lo lejos pudo divisar como una diminuta criatura se iba alejando
poco a poco en dirección hacia el horizonte.

Otra variante de la leyenda del Chuzalongo, es la que dice que este tipo de duende enfrenta a
los hombres en el bosque, cuando por alguna razón estos lo logran ver desnudo, pues es
demasiado pudoroso.

Existe otro relato en el que se asegura que el Chuzalongo sólo se deja ver en el momento en el
que desea medir su fuerza con otra especie, sin importar que se trate de seres humanos o de
animales).

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