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“He
aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la
montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de
subir la escarpada “
(Johnny Welch)
Todo eso es una motivación que nos impulsa, pero una vez
conseguido el objeto de nuestros deseos, este va
perdiendo poco a poco, con el pasar de los días, ese
encanto que tuvo alguna vez, el cual disfrutamos por un
corto periodo de tiempo que varía, proporcionalmente,
según el esfuerzo que nos haya costado conseguirlo.
La ilusión dura lo que nos dura la novedad, lo que dura ese
indescriptible aroma a nuevo, hasta saciarnos de tanto
verlo, que ni parece el mismo con el que soñaste en algún
momento. Es entonces cuando ha llegado la hora de
buscar otro motivo de novedad.
Inconscientemente, nos damos cuenta que nos gusta más
el trayecto que la meta y por ello llenamos la vida de
muchas y variadas ilusiones por conseguir, para darle un
toque de ilusión, creatividad y entusiasmo a nuestras
vidas.
Esto es el resultado o el efecto del consumismo: a más
tener, más querer; un círculo vicioso cuya finalidad es
que nos volvamos insaciables, inconformes con lo que
tenemos, y anhelantes de lo que no tenemos.
Todo lo anterior es la razón por la que postergamos
siempre la felicidad a un plan o proyecto futuro que se
renueva cada vez.
Cuando éramos pequeños creíamos que seríamos felices
cuando fuéramos grandes y pudiéramos tener libertad de
hacer lo que quisiéramos; cuando fuimos grandes y
pudimos hacer lo que queríamos pensamos que seríamos
felices cuando termináramos el bachiller o la carrera, y
la terminamos; luego pensamos que seríamos felices al
encontrar nuestra pareja y casarnos, y la encontramos y
nos casamos; más adelante soñábamos que seríamos
EL PESCADOR...
El pescador le preguntó:
- Pero cuánto tiempo tardaría todo eso.
MORALEJA:
Cuántas vidas desperdiciadas buscando lograr una felicidad que ya se tiene
pero que muchas veces no vemos.
La verdadera felicidad consiste en amar lo que tenemos y no sentirnos mal
por aquello que no tenemos.