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ADRIANA AMANTE
El Chacho, de Ignacio Baz, basado probablemente en una carte de visite muy difundida tras la muerte del caudillo
las ranas 137
Al dotor Julio Schvartzman
El fin
“La trama” tiene, en el centro de su estructu-
ra y de su sentido, una línea de diálogo funda-
mental que se juega en esa articulación entre repe-
tición y diferencia que es tantas veces la literatura
de Jorge Luis Borges. Que va del “¡Tu también, hijo
mío!” que César le arroja a Marco Junio Bruto al
“Pero, che!”, piedra de toque de una traducción
cultural.Verdadero desafío, a su vez, para el pasa- Caricatura de Sarmiento en un folleto anónimo, como respuesta a
la publicación de Recuerdos de Provincia, Carrascal de San Juan, 1851
je del texto a otro idioma; y no me refiero solo a la
incógnita que puede generar el uso argentino de la
interjección, sino también a la economía de la del unitario de Esteban Echeverría que entra al
frase y a la adversativa de reconvención estableci- matadero y se expresa con una sintaxis compleja,
da en ese “pero”. Allí el texto se juega entero. Del llena de hipérbatos, y en un tono declamatorio
Imperio romano al sur de la provincia de Buenos que no decae pese al ofuscamiento y al peligro. Es
Aires, la frase es el centro de una escena cíclica que llamativo que esta sea una versión popular de la
incluye, aunque Borges no elija ese escenario y esos escena. En cambio, y como habitualmente, la per-
personajes, la del asesinato de Ángel Vicente fección borgeana se juega en la síntesis, que hace
Peñaloza en Olta, el 12 de noviembre de 1863. inútil, por pleonásmico, el despliegue explicativo
Algunas de las versiones populares sobre la de la recriminación.
muerte del Chacho proponen a un ahijado suyo
como su asesino, como en el caso del protegido
–“acaso su hijo”– de Julio César o del gaucho del Tres versiones de Judas
sur de Buenos Aires. Los nombres que se barajan La que sí abre con ácida reconvención y argu-
son los de Pablo Irrazábal, por un lado, coinci- mento desplegado es la serie de artículos que José
diendo con las oficiales, pero haciendo del mayor Hernández publica en el mismo mes de noviembre
del ejército su hijo de crianza; y, por otro, los de de 1863 en El Argentino, periódico que edita en
Francisco el Minero y su hijo, hombres de con- Paraná, sobre el cadáver todavía caliente del riojano,
fianza del caudillo riojano, quienes lo habrían para denunciar el “asesinato atroz”: “El General de
entregado (las versiones oscilan, para adjudicarle la la Nación D. ÁngelVicente Peñaloza ha sido cosido
traición, entre el nombre del padre y el nombre del a puñaladas en su lecho, degollado y llevada su
hijo), consiguiendo así que se repita el “Tu quoque, cabeza de regalo al asesino de Benavídez, de los
fili mi!”. Esa variación le hace decir a Peñaloza: Virasoro, Ayes, Rolin, Giménez y demás mártires,
“¡Pero hijo! ¿Es posible que yo siendo tu padre y en ‘Olta’ en la noche del 12 del actual”.2
que tanto te cuidé me acometas de esta mane- Después se lee la prueba, que alguien le man-
ra?”.1 Esta memoria del drama elige para la frase da anónima a Hernández, donde se cuenta otra
una dicción que nos recuerda los largos períodos forma para la muerte: “En la noche del 12 bajo
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una tormenta espantosa, este mismo Vera [o sea: ni Irra-
zábal ni Francisco el Minero; Ricardo Vera: otro nombre
para la actancia de la traición] llega al campo de Peñaloza,
acompañado de unos individuos más que deja en embos-
cada, penetra solo en el campo, engaña a los guardias que
quieren detenerlo diciendo a unos que viene pasado, a
otros que trae comunicaciones para el General mostrán-
doles efectivamente un pliego cerrado, y no tienen la más
pequeña desconfianza de cuanto les decía, pues que sabí-
an que era un hombre a quien Peñaloza le había salvado la
vida hacía pocos días. Este monstruo de ingratitud y de
fiereza, llega así hasta la carpa de Peñaloza, que dormía
con la tranquilidad del hombre de recta conciencia, y allí
en su propia cama lo cosió a puñaladas, como dicen todas
las noticias, y después lo degolló cortándole completa-
mente la cabeza y huyendo con ella para San Juan a lle-
varle sin duda al asesino Sarmiento el testimonio de haber
consumado su horrendo crimen” (p. 14). El anónimo
también prefigura a Borges y dice que esta bala es anti-
gua, que el mismo puñal ya ha degollado a otros federales.
¿Cómo dice Sarmiento la muerte del Chacho Peñaloza?
La cuenta al final del libro que escribe tres años después del
hecho, con la distancia temporal y física que lo ayuda a eva-
luar, a responder, y sobre todo a desplegar la estrategia, más
que el argumento.3 “Para llegar a Olta, pequeña y misera-
ble aldea, es preciso descender de la sierra que divide la
costa Baja de la del Medio, por una empinada cuchilla,
cuyas vueltas y revueltas invierten más de una hora. Desde
las puertas de los ranchos se ven descender o subir lenta-
mente los viajeros, y esta circunstancia hacía a Olta muy
seguro lugar de refugio. Pero ese día Dios descargaba una
lluvia harto deseada para los sedientos campos, y nadie vio
descender ni aproximarse a los primeros cincuenta hom-
bres, cuya presencia sorprendió a todos y al Chacho, que
descansaba tranquilo, acaso rumiando nuevos planes.
Llegado el mayor Irrazábal, mandó ejecutarlo en el acto y
clavar su cabeza en un poste, como es de forma en la eje-
cución de salteadores, puesto en medio de la plaza de Olta,
donde quedó por ocho días”.4
Es interesante reparar en varios elementos. Los terrenos
escarpados, propicios a los espíritus rebeldes, como señala
el determinismo del siglo. El punto de vista del viajero, que
le sirve a Sarmiento para la descripción de un espacio
nacional, al que recurrió también en el Facundo cuando dio
con el mejor diseño de la pampa. La tormenta espantosa del
corresponsal de Hernández, que aquí es productiva para la
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tierra pero sobre todo fértil para la muerte. La
conjetura de que rumia nuevos planes el que para
el otro dormía tranquilo con su conciencia; aunque
la cama es la misma y el caudillo está igualmente
desprevenido. Aquí es la lluvia la que no deja ver;
cuando en la versión de Hernández la que no deja-
ba era la confianza. Y, como en la redacción de un
parte de guerra, el ablativo que menciona a
Irrazábal, que nos mete de lleno en la enunciación
de la ley contra un salteador; que llama “ejecución”
a lo que en el texto de Hernández se había ya
(d)enunciado como “crimen” contra un general de
la Nación.
Porque el problema que dirimen estos textos es
el problema de la legitimidad. El de la legitimidad
de las leyes. El de la legitimidad de los actos de
gobierno.
La forma de la espada
¿Fue un acto legítimo de gobierno el asesinato
del Chacho? ¿Era ÁngelVicente Peñaloza un gene-
ral de la Nación, que había hecho un tratado con el
gobierno nacional, y al que había que someter a la
ley a la que se someten todos los generales de la
nación que se reconocen como tales? ¿O era un sal-
teador y la declaración del estado de sitio era una
prerrogativa que tenía un gobernante, y por lo
tanto su ejecución era la acción necesaria, justa y
legítima para acabar con el bandido?
Al Chacho, “último caudillo de la montonera
de los Llanos”, como lo menciona Sarmiento en el
título, celebrando que sea su manifestación pos-
trera, lo configura como “salteador de caminos” y,
por supuesto, lo cuenta entre los “bárbaros” (que
son, además, “oscuros”, adjetivo que en este con-
texto genera un pleonasmo, como sucedía con el
“gaucho malo” en el Facundo). Y considera atina-
do asociarle la palabra “outlaw, fuera de la ley, con
que el inglés llama al bandido, [porque] contiene
Sarmiento en tiempos de la gobernación de San Juan, 1863 todo el procedimiento” (p. 374), lo que no puede
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Fotografía que Sarmiento manda sacar de los prisioneros de Caucete
resultar extraño si tenemos en cuenta que Sarmiento había gran movida. De ahí el despliegue semántico y su insis-
leído a James Fenimore Cooper y que, al momento de tencia. Entonces no se trata solamente de la justificación del
escribir su Chacho, está además en Estados Unidos, repre- acto como legítimo, porque habría estado dentro de lo que
sentando al gobierno de Bartolomé Mitre.5 manda la ley, para quedar bien parado frente al juicio de la
“Vagabundos”, “desertores”, “bandidos”. Alternancia historia. Se trata también de su disputa con el gobierno
de sustantivos o adjetivos que son muchas veces intercam- nacional. Recupero: el gobierno de Mitre consideraba a
biables en sus funciones: “sediciosos”, “vándalos”, “cri- Peñaloza un “general de la Nación” y había hecho un tra-
minales”, “bandoleros”, “ladrones”, “malvados” (al lado de tado con él; y Sarmiento se pregunta: ¿tratado? No le pare-
los otros epítetos, este resalta por su discreción), “desca- ce que sea la forma más adecuada de relación entre el
misados” (sí: descamisados). Son esos y así los actores del gobierno y un bandido, pero tampoco de un gobierno con
“pillaje”, de la “barbarie”, de la “montonera”. Como los un general. Y por eso, entre los documentos que esgrime
bandidos que ha estudiado Eric Hobsbawm, el Chacho de como contraprueba para demostrar que el gobierno des-
Sarmiento se mueve en las encrucijadas de caminos, al mentía en público lo que le había mandado hacer en priva-
acecho. Llanos, travesías, soledades para las andanzas de do, hay una carta confidencial en la que se le indica proce-
esos hombres de a caballo, que se amontonan sin orden y a der con el Chacho y sus montoneros como se procede con
los que les hace contrapunto perfecto la caballería regular los salteadores y bandidos. Son instrucciones privadas y
en la que estaba enlistado el sanjuanino –cuya reorganiza- pudores públicos. Y ahí, entonces, Sarmiento redobla la
ción asumía y deseaba, como herencia sanmartiniana, con apuesta, y se hace cargo. No solo asumiendo la responsa-
particular orgullo–, para encarnar una de las formas prác- bilidad de la muerte del Chacho, sino además reclamando
ticas del enfrentamiento entre la civilización y la barbarie. su autoría: instalando la acción como obra suya.Y es solo un
Porque, ¿cuál es la estrategia de Sarmiento? La de detalle que para esa fecha ya no sea el Auditor o Director de
poner al Chacho en la ilegalidad social y jurídica para la Guerra, precisamente por las intensas discrepancias con
sacarlo del campo de las posibilidades políticas. Esa es su el gobierno nacional. Porque él insiste en que esa obra no se
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Partida de la Guardia Nacional al embarcarse para la campaña de Pavón, Jean-Leon Pallière, 1862
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Izquierda: Retrato de Bartolomé Mitre, Cándido López, 1862
Derecha: Justo José de Urquiza, Carte de visite, 1860
lleva a cabo en un día, y ha empezado mucho antes del día escuchó los ofrecimientos de Sarmiento para ponerse
en que caen sobre Olta.6 El mismo razonamiento le aplica a a su servicio, antes como militar que como político, si-
Sandes, su temerario subordinado, aunque ya ha fallecido no que supo darle lugar y cauce a su voluntarismo de
para noviembre del 63: “[E]l Chacho murió a sus manos, combate y seguramente a sus conocimientos técnicos,
aun después de muerto él mismo; pues sus subalternos fue- para llegar a nombrarlo Director de la Guerra en su
ron simples ejecutores de esta manda testamentaria” (p. presidencia. En carta del 20 de septiembre de 1861 y
350).7 Y al otro al que le reparte dones es a Irrazábal, porque en el paroxismo de su ardor guerrero, Sarmiento le ha
hizo lo que debía hacer, siguiendo su orden expresa, sí, pero dicho: “En la época grandiosa que atravesamos yo no
que era necesario que alguien hiciera del mejor modo, de la me quedaré maestro de escuela, pegado a un empleo,
forma más conveniente, por los “medios ejecutivos que la ni periodista. Me debo algo más”.8
ley ha provisto” (p. 374): porque la ley dice que a un salte- Esta es la carta que ha marcado a fuego la consideración
ador de caminos hay que matarlo y que su cabeza debe ser de Sarmiento por parte de la historia. Hace tres días que ha
exhibida en un poste “en los lugares de sus fechorías” (p. tenido lugar una batalla que cambiará definitivamente la
383), como castigo ejemplar. política de la Argentina: la de Pavón, en la que Mitre, al
Es más que evidente que Hernández no es sarmientis- mando del ejército del Estado de Buenos Aires, derrota a
ta. Pero tampoco mitrista; sin embargo su texto –recorde- Justo José Urquiza, presidente de la Confederación.
mos– empieza diciendo: “El General de la Nación don Sarmiento está particularmente exaltado con el triunfo y le
ÁngelVicente Peñaloza ha sido cosido a puñaladas”. Abre escribe totalmente enfervorizado a ese amigo a quien cele-
con el cargo que el gobierno de Mitre le refrenda, y que bra pero al que de todos modos le pide que no se ensober-
–como vemos– es parte de la disputa y del problema. Si bezca, que tenga cuidado, que se maneje con tino; dándo-
eso, entonces, y en cambio, es lo legítimo, en efecto: le consejos a quien ya ocupa un lugar más central que el
Sarmiento es un asesino bárbaro y atroz. Y así, no sólo hay suyo. También le indica: “No deje cicatrizar la herida de
un problema de legitimidad de la ley, sino también de los Pavón. Urquiza debe desaparecer de la escena cueste lo que
actos de gobierno, que no siempre son lo mismo. Y cuan- cueste. Southampton o la horca”. La síntesis de la violen-
do digo actos del gobierno, digo las acciones concretas cia es evidente: destierro o muerte. “Southampton o la
que se ejecutan sobre el terreno y sobre las personas, pero horca”: una sentencia jacobina, podríamos decir a loViñas.
también lo que se dice o se oculta en documentos oficiales Pero aunque a que también es brutal, no será ese el
o no oficiales. pasaje más recordado de esa carta, sino aquel que senten-
la rúbrica (“Peñalosa”, firmaba), lo que le permite asumir tor Lucio Victorio Mansilla le dictaba las causeries a un
la autoría de los documentos que emite, convalidando secretario. Pero al Chacho los “tinterillos” no sólo le pres-
para Sarmiento su estado de barbarie irredimible, porque tan las formas, agrega Sarmiento: también el contenido. Por
la adquisición de técnicas caligráficas es una de sus preo- lo que los amanuenses se convierten, además, en ideólogos.
cupaciones pedagógicas: cree que su aprendizaje es la base Concreta y conceptualmente: le dan letra.12
de la formación del ciudadano.11 Serían una especie de lacra semiletrada en un mundo de
Así, el “tinterillo” –la herramienta nombra al sujeto y barbarie del que se aprovechan y del que obtienen preben-
su función– es, por un lado, el amanuense, el que presta su das. Sarmiento sabe rastrear marcas para convertirlas en
mano para registrar por escrito lo que se le dicta, como el indicios: “No sería fácil decir si estos conceptos de la canci-
copista medieval. Que no asombre; esa costumbre podían llería de Guaja, el rancho del Chacho [nótense la burla y el
compartirla iletrados y letrados: no olvidemos que el escri- desprecio], eran suyos o del amanuense. Hay, sin embargo,
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una palabra cuyo origen es curioso recordar. El 313, subrayado en el original). Filologías argentinas.
adjetivo venturoso no entra en la común parlanza de Pero no sólo el gaucho es ignorante, lo son
la gente llana. Rivadavia, en sus conversaciones, se también “los tinterillos que escribían por él” (p.
extasiaba al arrullo de la esperanza del venturoso por- 321). Y dado que la ortografía de los papeles fir-
venir que aguardaba al país. Sus enemigos hicieron mados por el Chacho es deficiente, entre el tinte-
de esta frase un apodo de ridículo, y el que esto rillo y el caudillo ágrafo la diferencia no es muy
escribe la oyó en 1829 andando de boca en boca grande, porque los asistentes del caudillo monto-
entre los parciales de Quiroga. ¡Triste cosa! Después nero compartían con él las condiciones desfavora-
de treinta años de desastres, en lugar del venturoso bles del medio.13
porvenir anunciado, encuéntrase la frase en el fondo La escritura de Peñalosa lo perturba. ¿Más
de los Llanos, en boca de uno de los bárbaros que que sus actos? Antes que sus actos (no en un sen-
alejaron ese porvenir con sus violencias […]” (p. tido temporal sino lógico), porque ese que así (no)
escribe “pudo desquiciar toda la República”:
“Porque en todas las provincias donde [el movi-
miento] se extendió, no hubo manifestaciones
escritas ni más racionales ni más inteligibles que
esta” (pp. 320-321). La escritura enrevesada del
caudillo (“embrollada” es la palabra que usa
Sarmiento) es peligrosa, pero además inauténtica.
“Documentos fraguados”, “notas falsificadas”,
“documentos falsificados”. Infamias, falsificacio-
nes, mentiras, confabulaciones. Eso es también lo
que denuncia el texto de Hernández, pero en este
caso no es el héroe popular sino Sarmiento el inau-
téntico. Aparte de denunciar ante todo el alevoso
asesinato del Chacho, Hernández insiste en centrar
el problema en una cuestión de fechas: “Hemos
dicho que el asesinato de Peñaloza no ha tenido
lugar el 12 como dicen todos los partes y docu-
mentos que acabamos de transcribir, sino que ha
sido perpetrado con anterioridad a esa fecha y que
si ha estado oculto, ha sido porque los asesinos se
ocupaban de fraguar el plan de notas y comunica-
ciones, que debería servirles para encubrir el cri-
men” (p. 23). Por eso los primeros artículos de la
publicación seriada que hace en El Argentino des-
pliegan el aparato discursivo para demostrar que no
es el 12 sino el 8 la fecha de muerte.
Se trata de lo que Susan Stewart considera
crimes of writing, que ponen en juego una trama de
“relaciones entre subjetividad, autenticidad, escri-
tura, discurso y ley”.14 Entre ellos figuran la falsi-
ficación como una forma de la impostura literaria,
el testimonio del falsario, el plagio, el apócrifo.
Son prácticas ilegales ejercidas y realizadas por
Carte de visite con firma del Chacho Peñaloza