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Él tuvo que refugiarse en una hacienda campestre de sus ancestros y luego viajar a
Lima. Un día del año 1914 queriendo cumplir una ilusión de leer en la Biblioteca Nacional
del Perú, fue detenido en la puerta y no se le dejó pasar. Al preguntar porqué se le hizo
leer un letrero que colgaba y decía: “Prohibido el ingreso a menores de edad”, siendo
en ese período cuando más hay que cultivar la lectura.
Felizmente era director de esa institución tutelar don Luis Ulloa hijo de José Casimiro
Ulloa, polígrafo, humanista, autor de numerosos libros, y amigo de la familia Basadre,
quien enterado de lo sucedido implementó, para ese niño de once años, un escritorio al
lado suyo, formándose de ese modo este patriarca de nuestra nacionalidad. Por eso,
cuando a su vez ese niño ya adulto asumió el año 1943 la dirección de la Biblioteca
Nacional del Perú, dio un gran impulso a las salas infantiles de lectura y a las bibliotecas
escolares en nuestro país.
¿Pero, cuál es la esencia y razón de ser de las bibliotecas escolares? Son espacios
para dar pábulo a las inquietudes más trascendentes del ser del niño y del joven en las
instituciones educativas, mediante el cultivo de la buena lectura. No necesariamente, ni
de manera principal, su misión es dar apoyo a las tareas escolares, aunque han habido
tendencias a concebirlas de ese modo, como recursos para el aprendizaje.
Sino más bien hay que forjarlas como espacios de recreación y de libertad para
desarrollar el ámbito del espíritu, donde el niño o joven amplíe la lectura creadora y ojalá
pueda encontrar su propio vuelo hacia lo trascendente.
Asimismo, la biblioteca escolar tiene una posición privilegiada para ser el núcleo que
enlace, integre y coordine actividades en relación al Plan Lector que involucre al
conjunto de la institución educativa, separados por divisiones de grados, secciones y
aulas, como de estamentos de estudiantes, docentes y administrativos.
Este rol de punto de enlace es fundamental, como también su carácter permanente, a
fin de unir, conciliar, tender puentes, ejerciendo una función integradora en lo artístico,
científico y cultural, así como para impactar en el niño con las maravillas que hay en los
libros.
Para reflexionar y actuar sobre dicha realidad se ha dedicado en nuestro país un día de
reflexión, que es el 10 de noviembre de cada año.
Y, ¿por qué en esta fecha? Porque hace cerca de 90 años, en 1922, un educador
inquieto, visionario e indesmayable, como fue Ciro Napanga Agüero, organizó en una
fecha como esta la “Fiesta del Libro” con el propósito de dotar de bibliotecas escolares
a los centros educativos del país.
Y luego gestionó y logró oficializar esta fecha con ese nombre: “Fiesta del Libro”,
principalmente a fin de hacer actividades y recaudar fondos para dotar de material
bibliográfico y otros recursos a las bibliotecas escolares.
Esta efeméride, de alguna manera, también está dedicada a la memoria del propiciador
de la “Fiesta del Libro”, que se convirtió en “Día de la Biblioteca Escolar”, debiéndose
en esta fecha realizarse conferencias, debates, certámenes, periódicos murales, como
exposiciones, actividades todas ellas dedicadas a resaltar su significación.
Ciro Napanga Agüero nació el 14 de julio de 1883 en Yauyos, provincia De Lima. Estudió
en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe y en la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, en la especialidad de Ciencias Naturales y Físicas.
En 1966 se le otorgó las Palmas Magisteriales por su prolífica labor educativa como
profesor de ciencias matemáticas y naturales en el Colegio Guadalupe.
5. Temas y asuntos
Ahora bien, el trabajo bibliotecario más que una profesión es un compromiso social, un
arte, una manera de ser frente al mundo.
Es un estado de alma y una militancia en el campo de la cultura, que interesa que todos
los ciudadanos cuidemos su desarrollo y nos interesemos por su destino.
Temas y asuntos que son importantes debatirlos para construir nuestro destino como
individuos y sociedades han sido no solo desplazados, olvidados y marginados.
Esto ocurre así por un defecto radical de la sociedad contemporánea en todo orden de
cosas cual es haber trivializado lo trascendente y convertido en trascendente lo trivial.
De ese modo parecieran hechos ajenos al interés común, por un falso prejuicio de que
sus temas solo son competencia de sus especialistas.
La consecuencia de este equívoco suma a lo que ya señalábamos antes, que los temas
y asuntos triviales se han erigido como aquellos que merecen toda la atención
ciudadana.
Sólo que a este último campo le corresponde no solo desbrozar lo que es propio e
inherente a su ámbito profesional sino coadyuvar a aclarar y hacer evidente lo que
corresponde a otras áreas, como que es útil para el desenvolvimiento de la sociedad en
su conjunto.
7. Una profesión de fe
El trabajo en las bibliotecas, en todo caso, es una profesión de fe. Una creencia, una
confianza y una apuesta a favor del destino del hombre.
Es una mística de la existencia y una actitud frente a la vida, una vigilancia permanente
puesta en los conocimientos pero más en la sabiduría; y los sueños convertidos en
utopías que deambulan hace milenios por la mente de los hombres. Es una torre de
vigía estremecida que contempla y anima la gran marcha de la civilización humana.
Si fuera una profesión administrativa su mejor realización podría ser gestionar y poner
a punto servicios de lectura a disposición de la comunidad, como son aquellos que se
ofrecen en estos establecimientos, integrando redes y sistemas de información.
Son los bibliotecarios en quienes se ha confiado las llaves que abren y cierran el
tabernáculo del saber y los postigos de las grandes catedrales de las artes y las ciencias.
El nombre de la profesión deriva del vocablo libro y éste de “liber” que significa libertad,
como también “espiga”.
Por eso, en la esencia del ser bibliotecario late y palpita el anhelo más hondo de valores,
verdad, belleza e idealismo.
En ellas se cuenta con recursos de mobiliario y equipamiento. Se las identifica con sus
edificios, su ubicación y la calle donde abren un espacio de luz; con sus letreros, el
nombre emblemático que llevan, con sus bienes muebles e inmuebles.
Cuentan con un público usuario de rutina y otro de personas que se acercan titubeantes
buscando el fulgor de la trascendente, al cual se deben y en razón de quienes se
desvelan abriendo cada día sus puertas y ofreciendo servicios típicos y otros no
convencionales.
Tienen un presupuesto –casi siempre escaso y que no alcanza– pero tienen usos,
costumbres y querencias que las caracterizan formalmente y que hace que su personal
permanezca fiel e imbuidos de altruismo delante y tras los estantes.
Todo aquello poseen, con eso cuentan y hasta pareciera que es aquello que las define
y sustenta.
¡Pero, no! Reflexionemos: ¿Qué es lo primero que las funda? ¿Qué alienta de bendito
y venerable en su base?
¿Qué anima su espíritu? ¿Cuál es su piedra angular y clave secreta? ¿Cuál su cimiento,
su ara o su altar? La respuesta es esta: ¡una esperanza!
Esta idea fundacional de la biblioteca, esta suerte de sueño en la raíz o el cimiento, este
anhelo oculto que alienta y palpita en su centro, hay que hacerlo más evidente para
gestionar apoyo hacia esa piedra talar.
Esta esperanza se grafica, por ejemplo, en el siguiente hecho histórico, cual es en cómo
surge la noción de biblioteca para consolidar la libertad para toda la América del sur, en
la idea inaugural de la Biblioteca Nacional del Perú, insignia suprema de nacionalidad
heroica, consumada y vuelta a revivir en la Guerra del Pacífico. Instituida por el libertador
José de San Martín en base a los libros con que soñara la independencia americana,
robustecida luego por el trabajo paciente y tesonero del clérigo y prócer arequipeño
Mariano José de Arce.
Biblioteca mítica como nuestra libertad, ave fénix destruida y vuelta a construir varias
veces, saqueada, expoliada y convertida en caballeriza, muladar y botín de guerra por
la milicia chilena convertida en horda y ave de rapiña en la guerra de agresión del año
1879.
Igual o mucho más esta llama votiva late y arde en toda biblioteca escolar, esté situada
en el llano costeño o amazónico como en cualquier recodo del contrafuerte andino,
como en la jalca o puna de nuestra serranía.
A estas interrogantes la respuesta es: importa antes que aquello que los libros son
materialmente, de lo que no alcanzaron a ser. De lo que son y está más allá de sus
páginas: en el aire impalpable de la alborada que lo alentó al principio y se esboza al
final.
Y son estos designios los que deben alentar y aletear en el alma del bibliotecario.
El deber ser habita más allá, en el horizonte ideal y en la utopía que queremos construir
a partir de la bibliotecología.
Es mejor buscar su visión, objetivos y fines a partir de los problemas de la gente, pero
mirados con el bagaje de elementos que un área profesional como la bibliotecología nos
prodiga.
Esto significa una toma de posición y absolver la pregunta básica, cual es: ¿Y, todo esto,
para qué? ¿Esto nos salva y redime como humanidad?
Es desde estas cuestiones básicas desde dónde podremos construir cuáles son los ejes
de nuestra acción: Acción que nos justifique ante la vida y ante la historia.
Mundo acosado por la alienación, los intereses espurios, asediada por los inconfesables
intereses, acosada por la superficialidad, los ídolos falsos, la deshumanización.
Hay que pensar entonces que el accionar de una biblioteca: antes que desde los
estantes con los libros augustos, o desde los recursos disponibles, o desde los procesos
informáticos, que siempre entusiasman, hay que hacerlo desde los anhelos y
aspiraciones de la gente.