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Formación y evolución de lo aymara

en el espacio y el tiempo(*)
Xavier Albo

Este breve ensayo es sólo un intento de interpretación de los procesos por medio de
los cuales se ha llegado a lo que actualmente podríamos llamar la identidad aymara. Sin
ser etnohistoriador, sólo puedo partir de datos ajenos, necesariamente esporádicos, y de
interpretaciones en gran parte hipotéticas. Los datos asequibles por el m o m e n t o nos plan-
tean más preguntas que respuestas, sobre todo para las épocas más remotas. La pregunta
central es: ¿cómo se ha ido llegando a formar una identidad aymara en el espacio y en el
tiempo?

1. PRECOLONIA

El punto de partida para nuestros propósitos es la existencia de un espacio en el que


se interdigitan numerosos grupos étnicos. A partir de datos como los recopilados por Tere-
sa Bouysse-Cassagne, podríamos concluir que la distribución espacial de estos numerosos
grupos se asemejaría a un tejido policromático, más que a un mosaico. No se trata de juris-

(*) P o r t r a t a r s e d e u n s i m p l e e n s a y o , f u e r a d e las r e f e r e n c i a s p o r c i t a s d i r e c t a s , se ha evi-


t a d o u n pesado a p a r a t o d o c u m e n t a l y b i b l i o g r á f i c o . Pero q u i e r o d e j a r c o n s t a n c i a de
l o q u e m i i n t e r p r e t a c i ó n , p r i n c i p a l m e n t e e n l o q u e c o n c i e r n e a las é p o c a s m á s a l e j a -
das, debe a los t r a b a j o s y a c o n v e r s a c i o n e s c o n los colegas y a m i g o s T e r e s a B o u y s s e
Cassagne, J o h n M u r r a , T r i s t a n P l a t t , T h i e r r y Saignes, A l f r e d o T o r e r o y N a t h a n
W a c h t e l . P a r a é p o c a s m á s c e r c a n a s , las l e c t u r a s y l o s c o n t a c t o s m á s v i v e n c i a l e s a l o
l a r g o y a n c h o d e l m u n d o a y m a r a s o n d e m a s i a d o s p a r a ser l i s t a d o s .

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co
o M A P A No. 1

TERRITORIO K A R A N K A HACIA MEDIO SIGLO XVI


(reconstrucción a p r o x i m a d a de G. Riviàre)
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P A TÇ A J E 5 . Ti Jíl Pí ÏA

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C A R A N G A S

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C Carangas (Karanka)
P Quillacas (Kiliaka)
A Asanaques (Asanaqi)
U Uruquillas (Urukilla)
Ll P E Z
— frontera internacional
"provincia" Carangas
en la é p o c a c o l o n i a l

f' territorio controlado por


I los K a r a n k a h a s t a p a r t e
\ del siglo XVI
kms . r T.
C
dicciones distintas yuxtapuestas como las piedritas que forman el mosaico. Más bien en
un mismo lugar pueden coincidir varios grupos, y cada uno de ellos reaparece en forma
salpicada en otros varios lugares, dentro del conocido esquema del archipiélago o control
vertical de varias ecologías, tan divulgado desde Murra. Cada etnia sería como el hilo que
aparece, desaparece y reaparece en un tejido. Así, por ejemplo, en la región lupaqa, en la
orilla SO. del lago Titicaca, incluso hasta la época de Bertonio, en los años 1580, había
todavía hablantes de aymara, de quechua, los uru y un grupo de las alturas llamado lari-
lari. V a su vez los lupaqa aparecían en varias otras regiones. Hasta hoy en la ciudad de La
Paz hay un barrio llamado Kupi ( = derecha) Lupaqa . . . El mapa 1,elaborado por Gilles
Rivière, nos muestra el caso menos conocido de la etnia karanka coexistiendo con otras.
Según Tristan Platt, la línea organizativa fundamental del espacio en todo este pe-
ríodo sería la transversal, que va de los valles a la puna y tal vez también a los valles del
lado contrario. Sin embargo, persisten las dudas de si el control simultáneo de la doble
vertiente - h a c i a el mar y hacia la selva- ocurrió ya en tiempos muy alejados o sólo en
tiempos cercanos, si no simultáneos, con el Tawantinsuyii.
Aparte de esta organización espacial-ecológica basica, queda por averiguar cómo so-
bre ella se fue montando la organización social y política propiamente dicha: cómo del
pequeño ayllu o jatha (nombre preferido por Bertonio en la región Lupaqa) - c o n sus ca-
racterísticas de dispersión geográfica, salpicando un espacio relativamente a m p l i o - se
constituye la marka, o quizás un determinado señorío con sus mitades, y de ahí agrupa-
ciones de nivel superior, como las que Platt llama federaciones y confederaciones. Así, si-
guiendo siempre el ejemplo de Platt, una marka, señorío o etnia como Macha, compuesta
a su vez de varios ayllus agrupados en "arriba" y "abajo", llega a formar parte de la fede-
ración Qharaqhara, y ésta a su vez forma pareja con otra federación, Charka.
Dentro de esta temática hay dos aspectos que resultan específicamente enigmáticos.
El primero es el nivel jerárquico y jurisdiccional en que funciona la duplicidad entre arriba
y abajo, que en aymara se llama alasaya/másaya (o variantes) y en quechua anansaya/urin-
saya (o variantes). Platt ha propuesto que tal dualidad está incluso por encima del nivel
del señorío étnico. En realidad, ésta sería la explicación de por qué no aparece un "señor"
absoluto o único en esos señoríos, sino siempre la dualidad de un señor de arriba y otro de
abajo (entendido en sentido de jerarquía social más que de espacio geográfico), resultando
a su vez que el señor de una mitad puede llegar a tener poder sobre otros señoríos, aunque
siempre en forma restringida a su propia mitad.
El segundo es cómo este dualismo se integra con otro, enfatizado sobre todo por
Bouysse-Cassagne: urqusuyu/umasuyu. Una primera lectura de estos dos conceptos es eco-
lógica: el lado árido, agreste, más apto para rebaños vs. el lado acuoso, fértil, apto para la
agricultura. Otra lectura es simbólica: el lado masculino vs. el lado femenino. Nos pregun-
tamos cuál será la lectura socio-espacial. Ciertamente ha habido la tendencia, sobre todo
cerca del lago Titicaca, a que cada señorío tenga acceso a ambos lados. Pero seguimos pre-
guntándonos cuál es la diferencia inicial entre - s a y a (arriba/abajo) y - s u y u (urqu/uma) y
cuáles eran sus niveles y expresiones de autoridad. En la figura 1 reproducimos lo que en
opinión de Platt (en prensa) sería la lectura más adecuada a la concepción precolonial.
La máxima expiesión de este esquema organizativo hacia espacios y grupos sociales
cada vez más amplios habría llegado con la expansión inka y su conformación del Tawan-
tinsuyu, literalmente los 4 suyu unidos. En realidad, se trata de 2 x 2 suyu. Más aún, qui-
zás es más correcto hablar de los dos inka, hasta formar un total de seis parejas cronológi-

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F I G U R A No. 1
LA " S E G U N D A L E C T U R A " D E L ESPACIO SOCIAL A Y M A R A

URQUSUYU UMASUYU

mitades, que se cruzan


Alasaya Majasaya Alasaya Majasaya más allá de federacio-
nes y confederaciones

Qharaqhara Killaka Qharaqhara Killaka ¡d. id. federaciones (1 par . confederación)


maja
(A) (A) (M) (M>

Macha Puquta Macha Puquta id. id.


(A) (A) (M) (M) etnias o señoríos

(Fuente: Platt, en prensa)


cas. La novedad del Tawantinsuyu sería el macro-nivel en el que el esquema previo habí
llegado a riesairollarse, así como la solidez organizativa que, denlro de él, desplegó el gri
po inka dominante. Sigue el esquema de archipiélago, pero éste sirve también para cre<
colonias estatales en las que confluyen muchas etnias, como el Valle Central de Coch;
bamba o quizás Sonqo; o centros ceremoniales como Copacabana; o trasplantes para fine
políticos y militares.
Dentro de nuestro tema central adquiere especial importancia el espacio llamad
Qullasuyu, que, dentro de la policromía étnica subyacente, viene a formar una unidad ei
cierto modo precursora de lo que después - e n forma mucho más r e d u c i d a - será el " m u n
do aymara". Con su proyección desde el Cusco - e l " o m b l i g o " - hacia el SE., y a lo largi
del eje acuático formado por el río Azángaro-lago T i t i c a c a - r í o Desaguadero (Chaka Ja
wira?)—lago Poopó-Salares, el Qullasuyu trasciende el anterior eje transversal, integrán
dolo. El eje organizativo es ahora de NO. a SE., insertando en él - c o m o en un gran " a n t i
cucho" a n d i n o - a una serie de etnias o señoríos que mantienen, cada uno de ellos, el es
quema de organización transversal. Es posible que el anterior esquema uma/urqusuyu, y
quizás incluso las mitades ala/másaya ya fueran un preludio de este nuevo eje no/te-sur
Antes de cerrar esta época, recordemos lo difícil que resulta hablar para ella efe algo
así como cultura aymara, como contrapuesta a otras. ¿Era éste el criterio identificatorio
de los grupos y sociedades que poblaban el actual espacio aymara? ¡Ni siquiera sabemos
quiénes construyeron Tiwanaku! Es evidente que este complejo ceremonial es una especie
de centro -taypi tjala, la piedra central- en pleno eje acuático. Pero un centro, ¿de quié-
nes? Menos sabemos qué idioma se habló en Tiwanaku, ni en qué lugares se hablaba ayma-
ra (o mejor, jaqi aru, la lengua humana), ni en qué momentos. Sí sabemos que el mosaico
lingüístico, como el étnico, era mucho más complejo y entreverado que en la actualidad.
Bouysse-Cassagne (1980) nos ha reconstruido esta complicación tal como persistía aún en
1580, en plena época desestructuradora del virrey Toledo, cincuenta años después del
desembarco en Tumbes. Lo reproducimos en el mapa 2, limitado a la región de Charcas
(audiencia). El aymara aparecería aún por el norte no sólo hasta las puertas del Cusco,
sino incluso - e n forma salpicada- hacia lo que hasta hoy se llama provincia de Aimaraes
(Apurímac) y las alturas de Lima, donde sigue hablándose el ¡aqaru.

2. LA COLONIA

Con la llegada de los invasores españoles, con sus nuevos esquemas de dominio y de
explotación de gentes y recursos, el espacio social anterior sufrió serias transformaciones.
Toledo, organizador del nuevo esquema y espacio coloniales, fue el gran desorganizador
del esquema andino precedente.
En primer lugar, las conveniencias de tributación, en gente, especies o dinero y otras
conveniencias paralelas de evangelización llevaron a la creciente concentración de los gru-
pos humanos en jurisdicciones claramente circunscritas a espacios específicos. Así se fue
pasando del ayllu andino al "aillo" o comunidad colonial, de las etnias a los simples pue-
blos reducciones con su jurisdicción de comunidades (y más o menos haciendas) separadas
tal vez en dos "parcialidades", pero cada vez más cristalizadas en un lugar concreto del
mapa. La gente ya no se identificaba por "filiación", sino por "residencia" (Saignes 1978)
En segundo lugar, cabe mencionar que el centro económico de los nuevos intereses
españoles era la mina de Potosí y que el centro político y comercial era el puerto de Lima.

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Así, en torno a ese eje Lima-Potosí se reorganizaron y ampliaron los espacios sociales, po-
líticos y económicas, con prolongaciones que llegaban hasta Tucumán en la actual Argen-
tina. Los comunarios se encontraban juntos, desde el Cusco a Potosí, como mitayos que
cumplían su turno (mit'a) en la gran mina-ciudad colonial. Las haciendas, obiaies y ciuda-
des salpicaban la misma ruta o los valles adyacentes.
En tercer lugar, como consecuencia de todo lo anterior, se fue perdiendo el sentido
de pertenencia a grupos étnicos distintos. Para empezar, todos se encontraban en ese gran
"chayru" llamado Potosí. A l l í eran ante todo mitayos, por mucho que procuiarnn seguir
agrupándose según grupos y lugaies de-origen. Pero, además, en cualquier lugai y ciicuns-
tancia frente a los dominadores recibían otras etiquetas comunes, como naturales, comu-
narios, indios o incluso el colectivo "indiada". Cada vez más se iba pasando de la multipli-
cidad étnica al concepto masificado de casta india. Los yanakuna, transformados en peo-
nes de haciendas y obrajes o sirvientes urbanos, perdían incluso su identidad comunal.
T o d o este proceso tuvo sus variantes locales. Muchos kuraka o señores étnicos se acopla-
ron, por ejemplo, al nuevo sistema colonial, aunque otros mantuvieron viva su identidad
hasta la gran rebelión de 178Ü. En el corazón de la actual región aymara, los españoles
descabezaron a los grupos étnicos de sus señores, con lo que se intentó acelerai el proceso
de masificación; en cambio, más al sur, los charka, al entrar rápidamente en un acuerdo
con el nuevo conquistador, pudieron mantener mejor sus señores y sus identidades parti-
culares, discernibles hasta el día de hoy (Saignes, comunicación personal).
A todo lo anterior se añadió la fijación lingüística. Esta ya venía facilitada por la fi-
jación de la gente en un lugar preciso de residencia, incluyendo su "reducción" a determi-
nados pueblos, su masificación como casta "india" e incluso el encuentro de todos ellos
en Potosí y, en menor grado, en otras ciudades. Pero, además, en este punto concreto las
necesidades de evangelización jugaron un papel unificador muy importante. Desde un
principio los concilios de Lima y la práctica de los eclesiásticos privilegiaron tres lenguas
"generales" o francas para llevar a cabo la intensa labor de predicación: el runa si/ni (pron-
to llamado quichua o quechua), su homónimo semántico ¡aqi aru (que a su vez se llamará
aymara), y el pukina, asociado de una manera aún poco entendida con los uru. Esta últi-
ma pronto pierde importancia, probablemente por tener un status inferior aún al de la len-
gua de los demás "indios", que ahora habían pasado al nivel social bajo.
Al combinarse los diversos factores descritos hasta aquí, cada vez más fueron identi-
ficándose ciertas regiones geográficas con determinados territorios y se fue perdiendo el
antiguo esquema con muchos idiomas en cada lugar. Junto con el pukina se fueron per-
diendo también muchos de los idiomas sólo locales. Además, el aymara fue cediendo te-
rreno frente al quechua, probablemente por razones socioeconómicas como las que ense-
guida explicaremos.
De esta forma, recién en la época colonial podemos hablar con rigor de algo así
como un " m u n d o aymara", circunscrito a un determinado espacio geográfico, con cierta
homogeneidad lingüística, y reconocido social y espacialmente como tal. Aunque eviden-
temente arraigada en una profunda historia precolonial, la identidad aymara, en su senti-
do más rígidamente "aymara" actual, viene a ser una creación o consecuencia de los nue-
vos ordenamientos coloniales. Más evidente aún es el origen colonial de la llamada "cultu-
ra quechua" en el actual espacio boliviano. Ni arqueológica ni lingüísticamente lo "que-
chua" tiene profundidad histórica en nuestro país: los inkas estuvieron en zonas actual-
mente quechuas, como los valles de Cochabamba o Chuquisaca, menos de un siglo, tal

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vez ni siquiera medio siglo. Su lengua actual se debe quizás menos a la época precolonial
inka y más a los procesos de fijación y evangelización que siguieron a la conquista y domi-
nación española. ¡Nuestra sociedad tiene este tipo de paradojas!

3. NUEVOS ESP A Cl OS "A N DINOS" HA CIA 1780

Hacia fines de la época colonial, la gran sublevación de 1780 nos ofrece un buen
corte cronológico para ver hasta dónde habían llegado procesos como los descritos hasta
aquí. La gran riqueza de material acumulado en torno a la rebelión no ha sido aún muy
explotada para fines como el que nos ocupa. Pero se perciben ya pistas significativas.
Pese a sus limitaciones, el estudio y mapas de Golte (1980) son por el momento una
de las mejores aproximaciones de conjunto a la dimensión espacial de este gran movimien-
to insurreccional. Para empezar, llama la atención una correlación suficientemente suge-
rente entre el área sublevada, el antiguo Qullasuyu (del Cusco hacia el sur) y el área de la
mit'a de Potosí (comparar Mapas 13 y 27 de dicho estudio). La entonces reciente frontera
administrativa de La Raya, entre los virreinatos de Lima y Buenos Aires, significaba aún
m u y poco. Pero dentro de esta tendencia global aparecen nuevos detalles de interés.
Es razonable pensar que hubo cierta correlación entre áreas de liderazgo y una ma-
yor identidad del grupo nuclear que estaba bajo un mismo líder. A h o r a bien, los grandes
liderazgos parten de tres focos geográficos claramente distintos y tienen áreas de expan-
sión propias, con sólo ciertas zonas de interferencia. Estos tres focos son, en orden crono-
lógico de aparición, Charcas (norte de Potosí), Cusco (Canas y Canchis) y La Paz (antiguo
Pakasa).
Cronológicamente, la primera región sublevada es el corazón de Charcas, en el norte
de Potosí, antiguo centro de la federación precolonial de los qharaqhara y charka. El lide-
razgo lo tienen los hermanos Katari de un ayllu de Macha (antigua capital Qharaqhara).
Este foco se fue expandiendo, por una parte, por la región de valles, primero en el mismo
norte de Potosí y de ahí hacia Chuquisaca y Cochabamba; por el otro lado, hacia las punas
de Potosí y Oruro, donde prevalecían los ayllus, varios de ellos con tierras de valle a pesar
de las reducciones toledanas. Desde ahí se expandió posteriormente hacia el norte de
Argentina, hacia las alturas de Arica y Tarapacá (hoy Chile) y hacia La Paz, donde dio ori-
gen al nuevo foco liderado por Tupaq Katari.
En este primer foco sigue habiendo una fuerte articulación entre puna y valle, como
en épocas precoloniales. No llegan a formarse polarizaciones por causas de idioma. El
aymara era ya la lengua predominante (y casi exclusiva) en áreas de puna. Era hablado
todavía por los hermanos Katari, líderes del movimiento, oriundos de la región de Macha,
donde ahora se habla ya quechua; se hablaba aún en regiones como Yura y Lípez, que
actualmente se han pasado totalmente al quechua. Pero el quechua era ya la lengua de los
valles, y también de áreas mineras, como Aullagas, junto a Macha. Sin embargo, no se de-
tectan conflictos que tengan que ver con esa distribución lingüística o con sus correlatos
espaciales. El fin local de la rebelión fue facilitado por rencillas entre los ayllus (o etnias)
Pukwata y Macha, pero ambos en aquel momento eran de habla aymara y tenían acceso
tanto a puna como a valle.
El segundo gran f o c o , y el más conocido, es el de los varios A m a r u , a partir de su
centro en las provincias (y antiguas etnias posiblemente emparejadas) de Canas y Canchis.
Se expande por el norte hasta más allá del antiguo Qullasuyu, cubriendo la mayor parte

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del área de influencia directa del Cusco (incluyendo la zona de la mit'a a Cailloma); por el
sur, llega hasta el lago Titicaca, logiando penetrar hasta los valles de Larecaja y por allí
hasta La Paz. Pero en estas últimas regiones surgirán ciertos conflictos de poder con los
Tupaq Katari, líderes del tercei gran foco.
También en este segundo frente hay articulación entre puna y valles de la vertiente
amazónica. Pero, significativamente, la rebelión no se logra extender hasta la costa, que ha
sido notablemente transformada en su estructura económica y cultural. Lingüísticamente,
la mayor parte de esta segunda región sublevada es ya en ese entonces exclusivamente
quechua. Sólo en su expansión por el sur hacia el Altiplano (ya en territorio de Charcas y
del virreinato de Buenos Aires) llega a pénétrai en área aymara . Pero en esta región la re-
lación ya no es tan armónica como había ocurrido en el primer foco. La región Quechua
(antiguo señorío Quila) y la región Aymara (antiguo señorío Lupaqa) tienen cada una su
propio liderazgo, y aunque llegan a coincidir para determinadas acciones, como los cercos
de Puno, cada grupo mantiene su propia organización y los españoles sitiados procuran
aprovechar desavenencias ancestrales entre ellos. Finalmente, los Amaru penetran por el
norte del lago hacia la región de Umasuyu, que antiguamente había sido lugar de mucha
confluencia étnica tanto en los valles como en las orillas del lago. En el Altiplano de dicha
región ya se había fijado el aymara; en los valles prevalecía el aymara en las partes altas y
el quechua en las bajas. Estas diferencias no parecen haber creado tensiones y, en general,
toda la población parece haber participado en el levantamiento.
Entre tanto se había estado formando el tercer y último gran foco. Inicialmente se
había rebelado a partir de la expansión del foco de Charcas hacia Oruro. Pero pronto ad-
quirió sus propias características gracias al liderazgo de Julián Apasa (Tupaq Katari) y su
gente. Movilizó sobre todo a gente del antiguo Pakasa, toda ella de habla aymara, tanto en
regiones de puna como de valles y yungas, nuevamente con una fácil articulación intereco-
lógica. Se expandió tanto hacia Lupaqa por el sur del lago, como hacia Umasuyu por el
norte. Pero en ambos lugares la expansión chocó con cierta resistencia de los líderes y mo-
vimientos locales, que compartían la misma causa, pero defendían su propia hegemonía.
En el territorio Lupaqa, esta hegemonía era local; en la región de Umasuyu la situación
era más compleja por la presencia de los Amaru, quechuas del área cusqueña y Quila, más
la de diversos líderes locales que se fueron acoplando a los T u p a q Amaru o a los Tupaq
Katari, según el caso.
T a n t o en el cerco de Sorata (valles de Larecaja) c o m o en el más i m p o r t a n t e de La
Paz, A m a r u s (quechua) y Kataris (aymara) colaboraron. Pero - c o m o antes en el caso de
P u n o - cada grupo mantenía su identidad organizativa y espacial. En Sorata, el líder
Andrés T u p a q A m a r u llegó a casarse con la hermana de T u p a q Katari, pese a que en un
m o m e n t o este ú l t i m o había sido hecho prisionero por instigación del p r i m e r o . Pero la fu-
sión no fue plena. Y en los m o m e n t o s ele la d e i r o t a , los A m a r u estuvieron más prestos a
pactar, mientras que Katari siguió desconfiando de ellos. A l l í sí había surgido una diferen-
cia en que la identidad lingüística, j u n t o con su correlato espacial, jugaba un papel impor-
tante. Pero recordemos que en otras paites y circunstancias esto no había o c u r r i d o y que
además había otros factores de t i p o social ( A m a r u s kurakas, c o n poder e c o n ó m i c o , acul-
turados, vs. Kataris del c o m ú n , en t o d o s los sentidos) que a q u í no podemos desarrollar.
En resumen, pues, a fines de la Colonia, después de dos siglos y medio en que estu-
vieron f u n c i o n a n d o factores c o m o los arriba señalados, se h a b r í a n ido f o r m a n d o , cierta-
mente, nuevas identidades, pero 110 puede decirse ni que hubieran quedado ya totalmente

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borradas viejas identidades étnicas como charka, lupaqa o quila, ni tampoco que el factor
idioma fuera la base fundamental para la formación de las nuevas identidades. Con todo,
es precisamente en el tercer foco donde está surgiendo con mayor claridad un grupo cuyo
núcleo central está cohesionado en torno a una unidad precisamente aymara.

4. LA EPOCA ACTUAL

Han transcurrido doscientos años desde los eventos que acabamos de citar. En el
ínterin han nacido dos países y Estados independientes: Perú, con la parte central del
antiguo virreinato del mismo nombre, y Solivia, que - c o n las desmembraciones de todos
conocidas- abarca aquella región que había pertenecido al mismo virreinato primero y
después al de Buenos Aires, pero quiso desprenderse de ambos siguiendo su propia perso-
nalidad charqueña. Al descender el límite septentrional hasta la línea del río Desaguadero,
el mundo de habla aymara, que en 1 7 8 0 quedaba casi totalmente en territorio de Charcas,
ha quedado ahora partido entre dos Estados. La línea del Desaguadero separa exactamen-
te al viejo reino Lupaqa para el lado peruano y al de Pakasa para Bolivia. La vieja y múlti-
ple región de Umasuyu queda partida en dos, con la parte de Huancané para el Perú y el
resto para Bolivia.
A esos cambios geográficos se sumaron los sociales. Si la sociedad colonial se basaba
en gran parte en el indio tributario y mitayo, sólo parcialmente transformado en yanaku-
na, la nueva sociedad republicana una vez consolidada intentó deshacer también este es-
quema. Para los nuevos amos liberales (pese a sus etiquetas de "conservadores"), la comu-
nidad y el ayllu eran una traba para el progresa y la modernización. Lanzaron la excusa
del derecho de todos a la propiedad privada y así fueron ellos quienes privatizaron las anti-
guas comunidades para convertirlas en fundos ganaderos en el Perú o agrícolas en Bolivia.
El feudalismo rural se consolidó así bajo la máscara de liberalismo modernizante. El indio
de tasa pasó a ser pongo de hacienda. Posteriormente, las nuevas reformas agrarias a mitad
de este siglo introdujeron nuevas modificaciones sociales. En Bolivia intentaron borrarlas
últimas huellas de las comunidades ya no a favor de las haciendas, sino de las pequeñas
parcelas familiares, para de ahí liberar la fuerza de trabajo para la deseada modernización
e industrialización del país. En el Perú, este mismo objetivo de liberación de fuerza de tra-
bajo rural debía pasar por las grandes empresas agrícolas de tipo cooperativo o colectivo.
En uno y otro caso el proyecto parecía pasar por la modernización y, con el tiempo, por
la desaparición, de una identidad étnica y cultural distinta de la nacional. El indio, el que-
chua, el aymara ya sólo serían campesinos y, con el tiempo, migrantes anónimos en las
ciudades.
Estos nuevos enfoques dejaron indudablemente su impacto. En la mayor parte de
los casos han desaparecido ya las antiguas identidades étnicas, dejando paso, a lo más,
sólo a los parroquialismos o pequeñas identificaciones localistas en torno al lugar o pueblo
de origen. Sólo en áreas periféricas hacia el sur de Bolivia, las viejas etnias o ayllus mantie-
nen aún cierta vigencia como identificadoras del grupo. A un nivel global, la identificación
social como "campesino" se ha ido abriendo también un campo importante. Pero no ha
logrado desplazar totalmente aquella vieja clasificación de "indio", en que se mezcla el
sentido colonial de casta y el sentido republicano de "raza". Este a su vez ha ido dando
paso a una identificación más cultural, expresada sohie todo a partir del idioma del gru-
po: "aymara" y, con menor fuerza, "quechua". A su vez, el proceso de migración a las

38
MAPA No. 3
EL MUNDO A Y M A R A A C T U A L
versión actualizada, 1984

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• Pnnapajet pueblo*
A Mina*
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Oropela.

Cochabamba

QUECHUA

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^ V»PDJP0

[VI,.»)

39
ciudades u otros centros industriales ha sido intenso, sobre todo en el Perú, donde la cos-
ta con su gran centro de Lima, ya tiene más población que la sierra. Esta urbanización
implica un alto ritmo de castellanización, sobre todo en el Perú; pero se deja sentir tam-
bién en Bolivia, donde además hay otro proceso complementario de traslado a tierras ba-
jas, donde va surgiendo un nuevo tipo de campesino más propenso a minimizar su identi-
dad cultural.
El mapa 3 muestra la actual distribución de la lengua aymara. En él se observarán
notables contrastes con el anterior mapa 2, de principios de la época colonial. Aparte de
la consolidación de dos áreas, una quechua y la otra aymara, tanto espacial como lingüís-
ticamente, nos será útil analizar las zonas en que un idioma ha avanzado a costa del otro.
En casi todas ellas, el aymara ha sido el perdedor frente a la avalancha del quechua. Así
ocurre en Puno al norte, en el este desde Cochabamba hasta más allá de la ciudad de
Oruro y por el sur, de modo que este avance ha logrado aislar diversos enclaves de habla
aymara. Sólo en el norte de La Paz es el aymara el que avanza a expensas del quechua,
que allí forma un bolsón casi aislado del resto. La zona de avance quechua por el sector
de Puno viene de la época colonial y se vincula probablemente a la antigua ruta comer-
cial de la costa a Potosí. Ha afectado fundamentalmente al viejo señorío Quila. La doble
cuña del quechua por el sur y el este está también claramente vinculada a nuevos flujos
de comunicación, aunque allí su impacto parece ser más moderno. La presencia quechua
empezó por la región de los valles y allí pronto se consolidó, probablemente junto con el
avance de la hacienda colonial y la pérdida de contactos de la nueva población (yanaku-
na) con los ayllus de origen. Lo mismo ocurrió con la población yanakuna o "vaga" esta-
blecida en minas, incluso en Potosí. Pero este último proceso quedó definitivamente con-
solidado con la minería moderna, ya en la era republicana, con los fuertes flujos de mano
de obra y comercio preponderantemente cochabambino. Es clarísima la correlación entre
las áreas de avance quechua y la existencia de minas con los correspondientes ferrocarriles
y la expansión comercial. De esta forma se impone el idioma (y con el tiempo la identi-
dad) ligado a las actividades de mayor prestigio. Algo parecido ocurre en el norte de La
Paz, pero allí el idioma que acompaña al prestigio (en este caso, comercial) es el aymara.
A la luz de esta evolución lingüística adquiere mayor coherencia el hecho ya señala-
do de que en el sureste (lingüísticamente menos estable) pese más la identidad por ayllu,
mientras que el centro de los actuales movimientos de identidad aymara esté por La Paz
hacia el lago, donde no hay tal inestabilidad y donde, al mismo tiempo, es más fácil que
algunos aymaras lleguen a posiciones de cierto prestigio relativo.
En el ú l t i m o siglo ha habido un nuevo cambio dentro de Bolivia en cuanto al eje
organizador del espacio socioeconómico. Hasta principios del siglo X X incluso dentro del
nuevo Estado boliviano se había mantenido el eje norte-sur, La Paz-Potosí, incluyendo las
principales minas de plata, primero, y de estaño, después (ya en el siglo X X ) . Pero con la
revolución del MI\IR en 1952 reapareció el viejo eje transversal. Fue política de aquel go-
bierno expandn ei país real hacia las tierras bajas del oriente, y así ha surgido el nuevo eje
La Paz-Cochabamba-Santa Cruz. Esta orientación facilitó que en los años 50, por primera
vez en la historia, el liderazgo de las movilizaciones campesinas no lo ejercieran ya los
campesinos más libres de las comunidades de puna, sino más bien los de los valles y ha-
ciendas cochabambinas. A s i m i s m o , a nivel nacional ha surgido el fuerte movimiento regio-
nalista liderado por la nueva burguesía de Santa Cruz.
Sin embargo, desde los años 70, en f o r m a menos previsible, ha surgido a nivel cam-

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pesino otro cambio. Los aymara de La Paz, y en menor medida de Oruro, han vuelto a
tomar las riendas del movimiento campesino nacional, liderando lo que ya se conoce como
movimiento katarista, por evocar la memoria del revolucionario Tupaq Katari de 1780.
Pese a sus posteriores expansiones, es un movimiento conscientemente aymara. Sin entrar
aquí en mayores análisis de los factores que han llevado a este cambio, nos fijaremos sólo
en uno: la continuidad temporal-espacial. En efecto, el foco principal de este movimiento
katarista se halla en lo que hoy se llama provincia A r o m a , entre La Paz y Oruro, y que
antiguamente había sido pleno territorio Pakasa. Esta región está junto al viejo Taypi o
Eje Acuático Aymara, dentro del señorío Pakasa, que, según Bertonio, era el corazón de
la "nación" aymara y una de las pocas regiones que, como muestra el mapa 2, tenía ya
unidad lingüística. Por allí pasaba posteriormente todo el eje articulatorio de la sociedad
colonial (Cusco-Potosí), facilitando que fuera precisamente allí donde surgiera el líder
indio y aymara Tupaq Katari. N o perdió esta centralidad tampoco con el advenimiento de
la República. Cabalmente allí se libraron los combates principales cuando, sin que se mo-
dificara el eje, el centro de gravedad del país pasó del sur (Sucre) al norte (La Paz) duran-
te la guerra federal de 1899. No es tampoco casual que en esa ocasión desempeñaran un
papel tan importante las comunidades de la región, bajo el liderazgo de Zárate Willka. Fi-
nalmente, con el cambio al eje La Paz-Cochabamba-Santa Cruz, es precisamente la provin-
cia Aroma la que no queda desplazada, siguiendo en una posición central, sobre el camino
carretero y la línea férrea que siguen articulando las ciudades centrales del nuevo eje. Y
ahí cabalmente surge, una vez más, el katarismo, cuando el modelo clientista del M N R va
quedando obsoleto. ¿Será casualidad tanta coincidencia?

5. CONCLUSION

Este rapidísimo recorrido, más lleno de hipótesis que de conclusiones suficiente-


mente probadas, nos lleva a subrayar los siguientes aspectos como pistas centrales para
una futura reflexión:
a) Si consideramos el problema desde una dimensión histórica, la identidad profunda
es más "andina" que aymara. En cierta manera, el apelativo "colla", de uso tan co-
rriente en el lenguaje boliviano contemporáneo, sigue reflejando esta constatación.
b) Dentro de esta identidad ancestral andina siguen articulándose diversas identidades
locales, ahora geográficamente circunscritas. En áreas menos transformadas por la
sociedad dominante, estas identificaciones mantienen aún ciertas características de
ayllu-etnia ancestral.
c) Al mismo tiempo, tanto la identidad profunda andina como sus variadas expresio-
nes locales se encuentran radicalmente marcadas por las posiciones que estos grupos
tienen dentro de la sociedad global. Los grupos andinos son también desde hace si-
glos los grupos explotados. En sus movilizaciones sociales operan ambos elementos
con fuerza. De esta forma confluye actualmente en ellos su identidad ancestral, ét-
nica y de clase, sin que pueda excluirse ni operativa ni vivencialmente ninguna de
ellas. El reciente surgimiento de un fuerte movimiento katarista muestra que los
esfuerzos del M N R para reducir el problema a una simple dimensión "moderna"
(clase campesina) no tuvieron éxito. Asimismo, el débil arraigo de corrientes pura-
mente indianistas, más urbanas y elitistas que movilizadoras, muestra que tampoco
es viable hacer la simplificación por la otra vertiente.

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Basar la identidad social y cultural en el hecho de ser " a y m a r a " es un proceso cuyas
raíces son hondas en el pasado, pero cuya expresión " a y m a r a " es reciente. Se inició
probablemente antes de la dominación inka con los intentos de agrupar ayllus en
señoríos y éstos en confederaciones hacia el complejo quizás nunca logrado del
u r q u / u m a s u y u . Pasó después por la nueva identidad Qullasuyu dentro del Estado
inka. Pero lo " a y m a r a " sólo llegó c o m o tal a un primer plano (a partir sobre todo
del componente lingüístico) con las fijaciones coloniales y republicanas. Tal identi-
ficación hasta el m o m e n t o ha adquirido solidez, sobre t o d o en el área nuclear cen-
trada en la ciudad de La Paz, con expansiones hacia Puno y Oruro. Pero es débil aún
en otras áreas periféricas y lingüísticamente menos estables.
Los puntos anteriores nos recuerdan que la identidad social, histórica y cultural per-
cibida por un determinado grupo en un determinado lugar y tiempo no suele surgir
de la asimilación conciencial de una clase magistral de historia, ni de etnohistoria, ni
siquiera de sociología o economía política. Es un proceso que va rehaciéndose cons-
tantemente con sus importantes dimensiones e innovaciones subjetivas. La identi-
dad grupal en parte viene dada por la historia y la sociedad y en parte se va creando
y modificando gracias a la dinámica y liderazgo del grupo. Estos cambios, claro está,
están í n t i m a m e n t e vinculados con las nuevas formas con que los miembros del gru-
po se van sintiendo interpelados frente al resto de la sociedad. Pero estos nuevos de-
safíos llevan, a su vez, a la conformación de ideologías que pueden incluir ficciones
movilizadoras aunque no siempre coincidentes con la realidad histórica y social.
Esta constatación no debe sorprendernos. Siempre ha sucedido así, tanto en las his-
torias oficiales c o m o en las contra-historias de los nuevos grupos emergentes, i Va
ocurría así en las diversas versiones bíblicas de un mismo hecho o mito!
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