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Confiar o no confiar
“No os fiéis de las tablas podridas”, escribió el dramaturgo inglés
William Shakespeare. Y es lógico, pues antes de saltar al interior de
un bote, por ejemplo, conviene asegurarse de que sus tablas
no estén podridas.
LAS palabras de Shakespeare reflejan bien el sentir de Salomón, el sabio rey del
antiguo Israel, quien unos tres mil años atrás escribió: “El ingenuo cree todo lo que le
dicen; el prudente se fija por dónde va” (Proverbios 14:15, Nueva Versión Internacional).
Solo un ingenuo iría por la vida aceptando ciegamente todo lo que oyera y basando sus
decisiones y conducta en consejos irreflexivos y enseñanzas infundadas. Depositar la
confianza en el objeto equivocado —igual que pisar las tablas podridas de un bote—
podría resultar catastrófico. Por ello, cabe la pregunta: “¿Habrá una guía
que merezca nuestra confianza?”.
Millones de personas confían plenamente en un libro antiguo: la Santa Biblia.
Lo consultan para guiarse en la vida y tomar decisiones y amoldan su conducta a sus
enseñanzas. ¿Pisan estas personas tablas podridas, por así decirlo? La respuesta
depende muchísimo de la contestación a otra pregunta: “¿Existen razones sólidas para
fiarse de la Biblia?”. Este número especial de ¡Despertad! ofrecerá pruebas a su favor.
¡Despertad! no pretende imponer creencias o puntos de vista religiosos, sino que
expone las poderosas razones que han convencido a millones de personas de que la
Biblia es fidedigna. Cuando lea los artículos siguientes, tendrá los elementos necesarios
para decidir si puede o no confiar en la Biblia.
El tema merece más que solo un interés pasajero, dada su importancia. De hecho, si la
Biblia viene en realidad de parte de nuestro Creador, tanto a usted como a su familia les
beneficiará averiguar lo que dice.
Veamos en primer lugar datos relevantes que hacen que sea, como mínimo, un libro sin
igual.
¡DESPERTAD! 2007-11
¡DESPERTAD! 2007-11
1. Exactitud histórica
Sería muy difícil fiarse de una obra que tuviera inexactitudes.
Imagínese que un libro de historia moderna situara la segunda
guerra mundial en el siglo XIX o que llamara rey al presidente de
Estados Unidos. ¿No minaría esto su credibilidad?
NADIE jamás ha podido demostrar que la Biblia sea inexacta en materia histórica. Los
personajes y los sucesos de los que habla son reales.
Personajes.
La crítica puso en duda la existencia de Poncio Pilato, el prefecto de Judea que entregó
a Jesús para que lo colgaran (Mateo 27:1-26). Una prueba de que Pilato gobernó Judea
es la inscripción grabada en un bloque de piedra descubierto en 1961 en la ciudad
portuaria de Cesarea, a orillas del Mediterráneo.
Sucesos.
Hasta hace poco, muchos eruditos dudaban de la exactitud del relato bíblico sobre la
lucha que libró Edom contra Israel en tiempos de David (2 Samuel 8:13, 14).
Argumentaban que Edom era un simple pueblo de pastores que en aquella época aún
no tenía ni el poder ni la organización suficientes para suponer una amenaza contra
Israel. Sin embargo, las últimas excavaciones indican que “Edom era una sociedad
desarrollada siglos antes [de lo que se creía anteriormente], tal como describe la Biblia”,
afirma un artículo de la revistaBiblical Archaeology Review.
Títulos correctos.
Durante los dieciséis siglos que tardó en redactarse la Biblia, hubo muchos gobernantes
en el mundo. Cada vez que la Biblia se refiere a un gobernante, le da el tratamiento
correcto. Por ejemplo, a Herodes Antipas se le llama acertadamente “gobernante de
distrito”, y a Galión, “procónsul” (Lucas 3:1; Hechos 18:12). Esdras 5:6 dice que Tatenai
era el gobernador de la provincia persa de “más allá del Río”, el Éufrates, y una moneda
acuñada en el siglo IV antes de nuestra era lleva una inscripción similar, que indica que
el gobernador persa Mazaeus estaba al frente de la provincia de “más allá del Río”.
La exactitud en lo que parecen ser detalles sin importancia no debe tenerse en poco.
El hecho de que los escritores bíblicos demostraran ser confiables aun en tales detalles
sin duda refuerza nuestra confianza en todos sus escritos.
¡DESPERTAD! 2007-11
Debilidades.
Los escritores bíblicos admitieron sin reservas sus flaquezas. Moisés contó lo caro que
le costó un error (Números 20:7-13). Asaf confesó que por un tiempo envidió la
prosperidad de los impíos (Salmo 73:1-14). Jonás habló de su desobediencia y de la
mala actitud que al principio adoptó cuando Dios fue misericordioso con los pecadores
arrepentidos (Jonás 1:1-3;3:10; 4:1-3). Mateo contó sin rodeos que había abandonado a
Jesús la noche en que lo apresaron (Mateo 26:56).
Los escritores bíblicos, como Jonás, no escondieron sus
flaquezas
Los redactores de las Escrituras Hebreas pusieron al descubierto las reiteradas quejas y
la rebelión de su propio pueblo (2 Crónicas 36:15, 16). Ni siquiera los líderes nacionales
se salvaron de sus denunciaciones (Ezequiel 34:1-10). Con igual franqueza, los
apóstoles informaron en sus cartas de los problemas graves por los que pasaron varias
congregaciones del siglo primero, así como varios cristianos, incluso algunos que
ocupaban puestos de responsabilidad (1 Corintios 1:10-13; 2 Timoteo 2:16-18; 4:10).
La verdad desnuda.
Los escritores bíblicos no intentaron encubrir lo que algunas personas calificarían de
verdad embarazosa. Por ejemplo, los cristianos primitivos reconocieron abiertamente
que el mundo no los admiraba, sino que los tenía por necios e innobles (1 Corintios
1:26-29). De hecho, escribieron que a los apóstoles de Jesús se los consideraba
“hombres iletrados y del vulgo” (Hechos 4:13).
Los evangelistas no adornaron la verdad para darle a Jesús una imagen más favorable.
Con franqueza contaron que tuvo un nacimiento humilde en el seno de una familia de
clase trabajadora, que no estudió en escuelas prestigiosas y que la mayoría de sus
contemporáneos rechazaron su mensaje (Mateo 27:25; Lucas 2:4-7; Juan 7:15).
No cabe duda, la Biblia ofrece muchas pruebas de que es obra de hombres honrados.
¿No le inspira confianza tal honradez?
¡DESPERTAD! 2007-11
Razones para confiar en la Biblia
3. Coherencia interna
Supongamos que se pidiera a cuarenta hombres de diversos
antecedentes que cada uno escribiera un fragmento de un libro.
La mayoría no se conocen entre sí, y algunos ignoran lo que han
escrito los demás. ¿Se esperaría que su obra fuera coherente?
LA Biblia encaja con esta descripción.* Aunque fue redactada en circunstancias aún
más insólitas, su coherencia interna es extraordinaria.
¿Era el manto de Jesús púrpura o escarlata?
Circunstancias excepcionales.
La Biblia se escribió en el lapso de unos mil seiscientos años. Se empezó en 1513 antes
de nuestra era y se concluyó alrededor del año 98 de nuestra era, de modo que hubo
siglos de distancia entre muchos de sus aproximadamente cuarenta redactores. Estos
tenían oficios muy variados: algunos eran pescadores, otros pastores, otros reyes, y
hubo uno que era médico.
Mensaje coherente.
Los escritores de la Biblia siguieron un mismo hilo argumental: la vindicación del
derecho de Dios a gobernar a la humanidad y el cumplimiento de su propósito mediante
su Reino celestial, que regirá el mundo. El tema central arranca en Génesis y se
desarrolla en libros sucesivos, hasta alcanzar su punto culminante en Revelación o
Apocalipsis (véase “¿De qué trata la Biblia?”, de la página 19).
Tomemos por ejemplo el manto que llevaba Jesús el día de su muerte. ¿Era de
color púrpura, como indican Marcos y Juan, o escarlata, como dice Mateo? (Mateo
27:28; Marcos 15:17;Juan 19:2.) En realidad, ambas descripciones son correctas.
El púrpura es un rojo intenso que tiende al violeta, así que, dependiendo del ángulo de
visión del observador, el reflejo de la luz y el fondo podrían haber matado su intensidad
y haberle dado diferentes tonalidades al manto. *
4. Exactitud científica
La ciencia ha avanzado muchísimo en las últimas décadas: viejas
teorías han cedido el paso a otras más novedosas. Lo que en su día
se admitió como verdad ahora tal vez se considere falso. Tanto es
así que no dejan de revisarse los libros de ciencia.
LA Biblia no es un tratado científico, pero cuando toca aspectos de este tipo se destaca
no solo por lo que dice, sino también por lo que no dice.
¡DESPERTAD! 2007-11
Razones para confiar en la Biblia
5. Cumplimiento de profecías
Pensemos en un meteorólogo que lleva años pronosticando el
tiempo con acierto. Si anunciara lluvia, ¿no sería prudente salir de
casa con un paraguas?
Un caso destacado.
A la antigua Babilonia, construida estratégicamente a orillas del río Éufrates, se la ha
llamado “el centro cultural, político y religioso del antiguo Oriente”. Pues bien, cerca del
año 732 antes de la era común (a.e.c.), Isaías puso por escrito una profecía nefasta:
que Babilonia caería. El profeta dio datos precisos, a saber, que el nombre del
conquistador sería Ciro, que las aguas protectoras del Éufrates se secarían y que las
puertas de la ciudad no estarían cerradas (Isaías 44:27–45:3). Unos doscientos años
después, el 5 de octubre del 539, la profecía se cumplió con exactitud. El historiador
griego Herodoto (siglo V a.e.c.) confirmó que la caída de Babilonia aconteció tal como
se había pronosticado.*
La Biblia predijo con exactitud que un rey llamado Ciro
conquistaría la poderosa Babilonia
Una predicción audaz.
Isaías lanzó otra predicción aún más sorprendente sobre Babilonia: “Nunca será
habitada” (Isaías 13:19, 20). Anunciar la desolación permanente de una ciudad próspera
y estratégica como esta sin duda era una predicción audaz, pues lo lógico sería que se
la reconstruyera si algún día llegaba a ser destruida. Aunque Babilonia no fue devastada
inmediatamente después de su conquista, las palabras de Isaías acabaron
realizándose. El lugar donde se alzaba Babilonia “es una zona desolada, calurosa,
desértica y polvorienta”, informa la revista Smithsonian.
Resulta impresionante observar el alcance de la profecía de Isaías. Su predicción
equivaldría a profetizar con exactitud y con doscientos años de antelación de qué
manera una ciudad moderna —como Nueva York o Londres— sería arrasada, y luego
declarar enfáticamente que nunca volvería a ser habitada. Por supuesto, lo que más
impresiona es que las palabras de Isaías se cumplieron.*
En esta serie de artículos hemos repasado algunas de las pruebas que han convencido
a millones de personas de que la Biblia es digna de crédito y una guía segura para
orientar su vida. ¿Por qué no aprende más de ella y así decide usted mismo si merece
su confianza?
LA ATALAYA JULIO DE 2014
PUBLICADO EN
“DIOS es un Espíritu”, es invisible a los ojos humanos (Juan 4:24). Con todo, la Biblia
dice que, en cierto sentido, algunas personas lo han visto (Hebreos 11:27). ¿Realmente
podemos ver al “Dios invisible”? (Colosenses 1:15.)
De igual forma, aunque no podemos ver a Dios con los ojos físicos, sí podemos verlo
con “los ojos [del] corazón” (Efesios 1:18). Analicemos tres maneras en que podemos
hacerlo.
Pensemos por ejemplo en la Tierra. Nuestro hogar está diseñado, no solo para que
vivamos en él, sino para que disfrutemos de la vida. ¿Verdad que nos llena de alegría
sentir una suave brisa o el calor del Sol, saborear una deliciosa fruta o escuchar el
relajante sonido de las aves? ¿No es esto prueba de la consideración, el cariño y la
generosidad de nuestro Creador?
¿Y qué aprendemos al observar el universo? Para empezar, los cielos revelan el poder
de Dios. De hecho, investigaciones recientes indican que el universo se está
expandiendo y que cada vez lo hace más rápido. Mire el cielo nocturno y pregúntese:
“¿De dónde proviene la energía que produce esta expansión?”. La Biblia dice que el
Creador posee “abundancia de energía” (Isaías 40:26). Y la creacióndemuestra que él
es el Todopoderoso; que “es sublime en poder” (Job 37:23).
Jesús ha pasado miles de millones de años al lado de Dios. Veamos algunas de las
cosas que explicó de él:
Ese hombre fue Jesús (Filipenses 2:7). Él nos habló acerca de su Padre y también nos
demostró cómo es. Felipe, su discípulo, le pidió: “Señor, muéstranos al Padre”. Pero él
le respondió: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también” (Juan 14:8, 9). ¿Qué
cosas podemos “ver” de Dios al estudiar la vida de Jesús?
Jesús era afectuoso, humilde y accesible (Mateo 11:28-30). Su agradable personalidad
atraía a la gente. Se compadecía del dolor de las personas y compartía sus alegrías
(Lucas 10:17, 21; Juan 11:32-35). Cuando lea o escuche los relatos de Jesús, use todos
sus sentidos y haga que los sucesos cobren vida en su imaginación. Si medita en cómo
trataba Jesús a los demás, podrá ver más claramente la maravillosa personalidad de
Dios y se sentirá más cerca de él.
Eso fue lo que le sucedió a Job, un personaje bíblico. Al principio habló de cosas que
no entendía del todo (Job 42:3). Sin embargo, tras analizar las maravillosas creaciones
de Dios, reconoció: “De oídas he sabido de ti, pero ahora mi propio ojo de veras te ve”
(Job 42:5).
“Si tú lo buscas, [Jehová] se dejará hallar”
Lo mismo puede sucederle a usted. Si busca a Dios, “él se dejará hallar” (1 Crónicas
28:9). Los testigos de Jehová están más que dispuestos a ayudarle a conocer mejor al
Dios invisible.
¿Se interesa Dios por usted?
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Por otro lado, hay quienes creen que no merecen la ayuda de Dios debido a las cosas
que hacen. Por ejemplo, un hombre llamado Jim cuenta: “Siempre le estaba pidiendo a
Dios que me ayudara a controlar mi carácter, pero tarde o temprano, la ira me
controlaba a mí. Terminé creyendo que era tan malo que ni siquiera Dios podría
ayudarme”.
¿Está Dios tan lejos de nosotros que no se da cuenta de que estamos aquí? ¿Qué
siente por los seres humanos imperfectos? Podemos hallar las respuestas a estas
preguntas con la ayuda de Dios. Mediante su Palabra inspirada, la Biblia, él nos asegura
que no es un ser distante y que se interesa por nosotros. Hechos 17:27 dice: “[Dios]
no está muy lejos de cada uno de nosotros”. En los siguientes cuatro artículos veremos
lo que enseña la Biblia sobre este asunto y las maneras en las que Dios demuestra que
se interesa por las personas, entre ellas usted.
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“Los ojos de [Dios] están sobre los caminos del hombre, y todos sus pasos él
ve.” (JOB 34:21)
Cuanto más pequeño es un niño, más atención necesita
POR QUÉ DUDAN ALGUNOS:Según un estudio reciente, nuestra galaxia tiene por lo
menos cien mil millones de planetas. Como el universo es tan grande, muchas personas
se preguntan: “¿Por qué debería fijarse Dios en las cosas que hacen simples seres
humanos en un planeta tan insignificante?”.
QUÉ ENSEÑA LA BIBLIA:Jehová* no nos dio la Biblia y luego se olvidó de nosotros. Él
nos garantiza: “Ciertamente [te] daré consejo con mi ojo sobre ti” (Salmo 32:8).
Pensemos en el ejemplo de Agar, una egipcia que vivió en el siglo XX antes de nuestra
era. Ella le faltó al respeto a Sarai, la mujer para la cual trabajaba, y esta la humilló. Así
que huyó al desierto. ¿Se olvidó Dios de ella por haber cometido un error? La Biblia
relata que “el ángel de Jehová la halló” y la animó diciéndole: “Jehová ha oído tu
aflicción”. Agar le respondió: “Tú eres un Dios que me ve” (Génesis 16:4-13, nota).
Dios también lo ve a usted. ¿En qué sentido? Esta ilustración nos ayudará a entenderlo.
Una madre cuida con cariño de todos sus hijos, pero está más pendiente de los
pequeños, pues son más vulnerables y necesitan más cuidados. Así mismo, Jehová
está más pendiente de nosotros cuando estamos débiles y somos más vulnerables. Él
dice: “En la altura y en el lugar santo es donde resido, también con el aplastado y de
espíritu humilde, para revivificar el espíritu de los de condición humilde y para revivificar
el corazón de los que están siendo aplastados” (Isaías 57:15).
Con todo, puede que se pregunte: “¿Cómo me ve Dios? ¿Se fija solo en mi apariencia,
o ve lo que hay en mi corazón y me comprende?”.
Dios lo comprende
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Ahora bien, ¿cómo usa Dios ese conocimiento que tiene de usted para consolarlo?
Dios lo consuela
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¿Quiénes llegan a las casas de las personas o se acercan a ellas en las calles para
hablarles de Dios?
Dios toma la iniciativa y atrae a las personas sinceras. En el siglo primero envió a un
cristiano llamado Felipe a alcanzar el carruaje de un oficial etíope y a explicarle el
significado de la profecía que estaba leyendo (Hechos 8:26-39). En otra ocasión, dirigió
al apóstol Pedro hasta la casa de un oficial romano llamado Cornelio, quien había
estado orando y esforzándose por servir a Dios (Hechos 10:1-48). Dios también guió al
apóstol Pablo y a sus compañeros hasta un río a las afueras de la ciudad de Filipos. Allí
conocieron a una adoradora de Dios llamada Lidia a quien “Jehová le abrió el corazón
ampliamente para que prestara atención” (Hechos 16:9-15).
En cada caso, Jehová mismo se aseguró de que las personas que estaban buscándolo
tuvieran la oportunidad de conocerlo. Y en la actualidad, ¿quiénes llegan a las casas de
las personas o se acercan a ellas en las calles para hablarles de Dios? Los testigos de
Jehová. Pregúntese: “¿Estará valiéndose Dios de ellos para atraerme?”. Pídale a Dios
que le ayude a aceptar su invitación de acercarse a él.*
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La respuesta que da la Biblia
Dios desea que dirijamos nuestras oraciones a él por medio de Jesús. De hecho, ese es
el único medio que aprueba para orarle. Jesús declaró: “Yo soy el camino y la verdad y
la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Él mismo también les dijo a sus
apóstoles fieles: “Si le piden alguna cosa al Padre, él se la dará en mi nombre” (Juan
16:23).
LA ATALAYA 2008-02-01
No cabe duda de que estas instrucciones ayudaron a los discípulos de Jesús a mejorar
la calidad de sus oraciones. Con todo, Jesús esperó hasta la última noche de su vida
para impartirles la lección más importante sobre la oración.
¡Qué declaración tan extraordinaria! Un diccionario bíblico señala que aquello supuso
“un cambio trascendental en la historia de la oración”. Por supuesto, Jesús no quiso
decir que a partir de ese momento deberían dirigirse las oraciones a él en vez de a Dios.
Más bien, estaba abriendo un nuevo camino para acercarse a Jehová Dios.
Claro está, Dios siempre ha escuchado las oraciones de sus siervos fieles (1 Samuel
1:9-19; Salmo 65:2). Sin embargo, desde que Dios estableció su pacto con Israel, todo
el que deseara que sus oraciones fueran escuchadas tenía que reconocer que Israel era
la nación que Jehová había escogido. Más tarde, a partir de los días de Salomón, había
que aceptar que el templo era el lugar elegido por Dios para que se ofrecieran sacrificios
(Deuteronomio 9:29; 2 Crónicas 6:32, 33). No obstante, este sistema de adoración fue
transitorio. Tal como escribió el apóstol Pablo, la Ley que se dio a Israel y los sacrificios
que se ofrecían en el templo eran “una sombra de las buenas cosas por venir, pero no la
sustancia misma de las cosas” (Hebreos 10:1, 2). La sombra tenía que dar paso a la
realidad (Colosenses 2:17). Por ello, desde el año 33 de nuestra era, tener una relación
personal con Jehová ya no ha dependido de observar la Ley mosaica. Antes bien, hay
que obedecer a Jesucristo, aquel a quien la Ley señalaba (Juan 15:14-16; Gálatas
3:24, 25).
Puesto que todos nacemos en pecado, nada de lo que hagamos ni ningún sacrificio que
ofrezcamos puede borrar esta mancha, ni otorgarnos el derecho a tener una relación
con Jehová, el Dios de la santidad (Romanos 3:20, 24;Hebreos 1:3, 4). Sin embargo,
Jesús expió los pecados de la humanidad redimible al entregar su vida humana perfecta
(Romanos 5:12, 18, 19). Gracias a ello, todo el que lo desee puede disfrutar de una
condición limpia ante Jehová y de “franqueza de expresión” para con Dios, siempre y
cuando ejerza fe en el sacrificio de Jesús y ore en su nombre (Efesios 3:11, 12).
Cuando oramos en el nombre de Jesús, demostramos fe en al menos tres aspectos del
papel que Cristo desempeña en el propósito divino: 1) Es “el Cordero de Dios”, cuyo
sacrificio sienta las bases para el perdón de pecados. 2) Tras ser resucitado por Jehová,
ahora administra como “sumo sacerdote” los beneficios del rescate. 3) Solo él es “el
camino” para acercarnos a Jehová en oración (Juan 1:29; 14:6;Hebreos 4:14, 15).
Al orar en su nombre, honramos a Jesús mismo. Esto es muy apropiado, pues es la
voluntad de Jehová que “en el nombre de Jesús se doble toda rodilla [...], y reconozca
abiertamente toda lengua que Jesucristo es Señor para la gloria de Dios el Padre”
(Filipenses 2:10, 11). Y, aún más importante, orar en el nombre de Jesús ensalza a
Jehová, quien ofreció a su Hijo a favor nuestro (Juan 3:16).
Debemos orar “con todo [nuestro] corazón”, no mecánicamente
Para que percibamos la importancia del puesto que Jesús ocupa, la Biblia le atribuye
varios títulos y nombres. Todos ellos nos ayudan a darnos cuenta de las muchas
bendiciones que recibimos gracias a lo que Jesús ha hecho, está haciendo y aún hará
por nosotros. (Véase el recuadro “El papel crucial de Jesús”.) En efecto, a Jesús se le
ha dado “el nombre que está por encima de todo otro nombre”, es decir, toda autoridad
en el cielo y sobre la Tierra (Filipenses 2:9; Mateo 28:18).*
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AL IGUAL que Marie y Theresa, millones de personas de todo el mundo rezan a sus
santos para pedirles alguna bendición. Según la obra católica El magisterio de la
Iglesia, los santos interceden “en favor de los hombres”, y “es bueno y provechoso
invocarlos con nuestras súplicas y recurrir a sus oraciones, ayuda y auxilio para impetrar
[o suplicar] beneficios de Dios”.
Pero ¿cómo ve Dios el asunto? ¿Le parece aceptable que roguemos a los “santos” que
intercedan por nosotros? Analicemos lo que dice la Biblia.
En la Biblia no hay ni una sola mención de que los siervos fieles de Dios rezaran a los
“santos”. ¿A qué se debe eso? El Diccionario de la Biblia, de W. R. F. Browning, explica
que “las peticiones de intercesión de los santos se encuentran por primera vez en el
siglo III”, es decir, unos doscientos años después de la muerte de Cristo. Por lo tanto, tal
tradición no se originó de Jesús ni de los escritores bíblicos inspirados que
documentaron su ministerio. ¿Cómo lo sabemos?
La Biblia insiste repetidamente en que solo debemos orar a Dios, haciéndolo en el
nombre de Jesucristo. “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta
el Padre, sino por mí.” (Juan 14:6, La Biblia Católica para Jóvenes.) Estas palabras
inequívocas concuerdan con lo que Jesús enseñó en Mateo 6:9-13. Mientras hablaba de
la oración, recomendó a sus discípulos: “Ustedes, pues, tienen que orar de esta
manera: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre’” (Mateo 6:9).
Es obvio que nuestro Padre celestial es el único a quien debemos dirigir las oraciones.
Esta verdad se asienta sobre un principio bíblico fundamental.
Un Intercesor comprensivo
La Biblia dice de Jesús: “Él también puede salvar completamente a los que están
acercándose a Dios mediante él, porque siempre está vivo para abogar por ellos”
(Hebreos 7:25). En otras palabras, Jesús puede interceder de forma comprensiva a
favor de aquellos que ‘se acercan a Diosmediante él’. Eso no significa que debamos
orar a Jesús y que él, por así decirlo, reenviará nuestra oración. Más bien, quiere decir
que oramos a Dios en el nombre de Jesús, reconociendo de esa forma su autoridad.
¿Por qué es Jesús el Intercesor perfecto?
Para empezar, Jesús tuvo la oportunidad de vivir como humano, lo que le permitió
comprender mejor nuestros sufrimientos (Juan 11:32-35). Además, demostró su amor
por la gente curando a los enfermos, levantando a los muertos y proporcionando
alimento espiritual a todos los que se acercaban a él (Mateo 15:29, 30; Lucas 9:11-17).
Incluso perdonó pecados (Lucas 5:24). Esto nos da tranquilidad, pues si pecamos,
“tenemos un ayudante para con el Padre, a Jesucristo, uno que es justo” (1 Juan 2:1).
El amor y la compasión de Jesús son cualidades que queremos imitar. Aunque
no estamos autorizados a desempeñar el papel de intercesor, sí podemos orar por
otros. De hecho, el amor debería motivarnos a hacerlo. Santiago escribió: “Oren unos
por otros [...]. El ruego del hombre justo, cuando está en acción, tiene mucho vigor”
(Santiago 5:16).
Marie y Theresa aprendieron esas hermosas verdades examinando la Biblia por sí
mismas. Los testigos de Jehová lo invitamos a que usted también lo haga. Tal como dijo
Jesús refiriéndose a Dios, “los que lo adoran tienen que adorarlo con espíritu y con
verdad” (Juan 4:24).
LEER
EN
español
El apóstol Juan explica con respecto a las oraciones: “Esta es la confianza que tenemos
para con él, que, no importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos
oye” (1 Juan 5:14). Así es, nuestras oraciones deben estar de acuerdo con la voluntad
de Dios. Por eso, no escucha a quienes piden cosas como ganar la lotería o una
apuesta, ni a quienes oran motivados por malos deseos. El discípulo Santiago previene
contra este mal uso de las oraciones. “Piden, y sin embargo no reciben —dice él—,
porque piden con un propósito malo, para gastarlo en los deseos vehementes que
tienen de placer sensual.” (Santiago 4:3.)
Imaginemos, por ejemplo, que en un partido de fútbol, ambos equipos rezan pidiendo la
victoria. ¿Contestará Jehová Dios sus oraciones? Obviamente no, pues son
incompatibles entre sí. Lo mismo pasa con los conflictos bélicos de hoy día en los que
cada ejército pide la victoria para su bando.
Además, quienes desobedecen las leyes divinas tampoco pueden esperar que Jehová
los escuche. Fijémonos en lo que Dios dijo en cierta ocasión a quienes le servían con
hipocresía: “Aunque hagan muchas oraciones, no escucho; sus mismas manos se han
llenado de derramamiento de sangre” (Isaías 1:15). La Biblia dice sin rodeos: “El que
aparta su oído de oír la ley... hasta su oración es cosa detestable” (Proverbios 28:9).
Sin embargo, Jehová sí escucha las oraciones de quienes se esfuerzan por servirle de
acuerdo con Su voluntad. Claro, esto no quiere decir que siempre acceda a todas sus
peticiones. Veamos algunos ejemplos bíblicos que así lo demuestran.
Pensemos en el caso de Moisés. Él tenía una estrecha relación con Dios; aun así,
también tenía que orar “conforme a su voluntad”. En una ocasión, le suplicó que lo
dejara entrar en la tierra de Canaán: “Déjame pasar, por favor, y ver la buena tierra que
está al otro lado del Jordán”. Pero su petición era contraria a la voluntad de Jehová,
quien tiempo antes lo había castigado por un pecado prohibiéndole entrar en la Tierra
Prometida. Por eso, Dios no le dio lo que pedía y le dijo: “¡Basta ya! Nunca me vuelvas a
hablar de este asunto” (Deuteronomio 3:25, 26; 32:51).
Otro caso es el del apóstol Pablo. Él pedía a Dios que lo librara de lo que él llamaba
“una espina en la carne” (2 Corintios 12:7). Puede que esa “espina” fuera un problema
crónico de la vista o el acoso constante de enemigos y “falsos hermanos” (2 Corintios
11:26; Gálatas 4:14, 15). Pablo cuenta: “Tres veces supliqué al Señor que esta se
apartara de mí”. Pero Jehová sabía que si Pablo seguía predicando pese a esa molesta
“espina en la carne”, se demostrarían el poder de Dios y la confianza que el apóstol
tenía en Él. Así pues, en vez de quitarle esa “espina”, le dijo: “Mi poder está
perfeccionándose en la debilidad” (2 Corintios 12:8, 9).
En efecto, Jehová siempre vela por nuestro bien. Por eso, nos concede solo aquello que
nos conviene y que está en armonía con su amoroso propósito registrado en la Biblia.
¿Es esa la razón por la que usted aceptó esta revista? ¿Está buscando a Dios? En tal
caso, puede que esta sea la respuesta a sus oraciones.
ES DIFÍCIL encontrar una cultura o una religión en que la gente no ore. Varían los
lugares —iglesias, sinagogas, mezquitas, pagodas o santuarios— y los instrumentos —
rosarios, devocionarios, iconos, alfombras, tablillas y cilindros de oraciones—, pero en
cualquier caso, solos o acompañados, todos oran.
Y es que la oración diferencia a los seres humanos de cualquier otra forma de vida
sobre la Tierra. Al igual que los animales, necesitamos comida, agua y oxígeno.
También nacemos, crecemos y morimos (Eclesiastés 3:19). No obstante, solo el hombre
ora. ¿Por qué?
Porque lo necesitamos. La oración sirve de puente entre las personas y el mundo
espiritual; es un modo de entrar en contacto con lo que consideran sagrado y eterno.
Según la Biblia, ese interés por lo espiritual forma parte de nuestra naturaleza
(Eclesiastés 3:11). Jesús lo expresó así: “Felices son los que tienen conciencia de su
necesidad espiritual” (Mateo 5:3).
Solo esa necesidad espiritual explica la multitud de templos y objetos religiosos que
existen y las incontables horas que se dedican a orar. Claro, algunas personas tratan de
llenar ese vacío buscando en su interior o recurriendo a otros seres humanos. Sin
embargo, ¿no le parece que siempre se quedan cortos los intentos del hombre de
satisfacer por sí mismo esa necesidad? Los seres humanos somos frágiles y fugaces, y
nuestra visión del mundo es incompleta. Únicamente alguien eterno, más sabio y
poderoso, puede darnos lo que precisamos. Pero ¿cuáles son esas necesidades
espirituales que nos motivan a orar?
Por ejemplo, ¿se ha enfrentado a cuestiones para las que nadie ha podido darle la guía,
los consejos o las respuestas que necesitaba? En momentos difíciles, como al morir un
ser querido, al tomar una decisión crucial o al cometer un grave error, ¿ha sentido que
no le bastaba el consuelo, la dirección o el perdón que recibió?
Pues bien, la Biblia —la fuente de información más confiable sobre este tema— indica
que la oración puede satisfacer estas necesidades. De hecho, contiene multitud de
oraciones de hombres y mujeres fieles que pidieron consuelo, dirección y perdón, así
como respuestas a preguntas muy profundas (Salmo 23:3; 71:21; Daniel 9:4,
5, 19; Habacuc 1:3).
Todas estas peticiones tenían algo en común. Quienes las hicieron conocían un
elemento clave para que fueran escuchadas, un elemento que —consciente o
inconscientemente— se suele pasar por alto hoy día: sabían a quién dirigir sus
oraciones.
A decir verdad, la Palabra de Dios muestra que muchas oraciones no se dirigen a quien
es debido. Tiempo atrás, cuando se escribió la Biblia, era habitual dirigir plegarias a los
ídolos. Sin embargo, Dios advirtió en repetidas ocasiones a su pueblo que no lo hiciera.
En Salmo 115:4-6 se dice que los ídolos “oídos tienen, pero no pueden oír”.
Es imposible ser más claro: ¿qué sentido tiene orar a un dios que no puede oírnos?
Para enfatizar esta idea, analicemos el impactante relato bíblico en que el fiel profeta
Elías propuso una prueba a los sacerdotes de Baal: Elías oraría a su Dios y ellos orarían
a Baal, y aquel que respondiera demostraría ser el Dios verdadero. Los profetas de Baal
aceptaron el reto y empezaron sus ruegos. Durante horas clamaron intensamente, pero
“no hubo quien respondiera, y no se prestó ninguna atención” (1 Reyes 18:29). ¿Le
pasó lo mismo a Elías?
Al contrario: tan pronto como terminó de orar, Dios envió fuego del cielo para consumir
la ofrenda del profeta. ¿Cuál fue la diferencia? La respuesta se halla en la propia
oración de Elías, registrada en 1 Reyes 18:36, 37. En esta breve oración —de unas
treinta palabras en el hebreo original— llamó tres veces a Dios por su nombre: Jehová.
¿Qué tenía esto de especial? Tomemos en cuenta que Baal (literalmente “dueño”, o
“amo”) era el nombre del dios de los cananeos y que este tenía muchas variantes
locales. Sin embargo, el nombre de Jehová es singular, pues se aplica a un único Ser
en todo el universo. Él mismo dijo: “Yo soy Jehová. Ese es mi nombre; y a ningún otro
daré yo mi propia gloria” (Isaías 42:8).
Pues bien, ¿sería lógico esperar que la oración que hizo Elías y las que hicieron los
profetas de Baal llegaran al mismo dios? Imposible. El culto a Baal incluía sacrificios
humanos y ritos de prostitución idolátrica, que denigraban y pervertían a las personas.
En cambio, la adoración a Jehová era digna y no obligaba al pueblo a realizar ningún
tipo de práctica degradante. Es obvio que las oraciones a Jehová no podían llegar a
Baal. Sería como mandar una carta a un amigo muy respetado y que le llegara a alguien
con otro nombre y de muy mala reputación.
Como bien demostró Elías, no todas las oraciones llegan a Dios
Quienes oran a Jehová están orando al Creador, el Padre de todos los seres
humanos.* “Tú, oh Jehová, eres nuestro Padre”, dijo el profeta Isaías en una oración
(Isaías 63:16). A él se refería Jesús cuando dijo a sus seguidores: “Asciendo a mi Padre
y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes” (Juan 20:17). De modo que si Jehová
es el Padre de Jesús, también es el Dios a quien Jesús oró y a quien tenían que orar
sus discípulos (Mateo 6:9).
Pero ¿manda la Biblia orar a Jesús, a María, a los santos o a los ángeles? No, solo se
debe orar a Jehová. Veamos dos razones. Primero, porque la oración es una forma de
adoración y, según las Escrituras, debemos adorar solamente a Jehová (Éxodo 20:5).
Segundo, porque él es el “Oidor de la oración” (Salmo 65:2). En efecto, aunque ha
delegado muchas de sus responsabilidades, hay una que no ha cedido a nadie:
escuchar nuestras oraciones.
Así pues, para que Jehová oiga nuestras oraciones, hay que dirigírselas a él. La Biblia
dice: “Todo el que invoque el nombre de Jehová será salvo” (Hechos 2:21). ¿Significa
eso que él escucha absolutamente todas las oraciones, con tal de que estén dirigidas a
él? ¿O hace falta algo más?
a oración: ¿Cómo orar?
A DIFERENCIA de lo que hacen numerosas religiones, la Biblia no da mucha
importancia a la postura, las palabras y los aspectos ceremoniales de la oración. Más
bien, se centra en cuestiones más importantes.
Porque, justo antes de enseñarla, él mismo dijo: “Al orar, no digas las mismas cosas
repetidas veces” (Mateo 6:7). Jesús no iba a contradecirse enseñando después una
oración que tuviera que memorizarse y repetirse palabra por palabra. Lo que Jesús
quería enseñar era cuáles debían ser los temas prioritarios al orar. Así pues,
analicemos en detalle ese modelo de oración, que aparece en Mateo 6:9-13.
“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu
nombre.”
Para empezar, Jesús les recuerda a sus discípulos que las oraciones deben dirigirse
únicamente a su Padre, Jehová. Pero ¿por qué dice después que su nombre ha de ser
santificado?
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Así y todo, muchos escépticos se preguntan hoy día si la oración de veras sirve para
algo. Es posible incluso que usted también se lo pregunte.