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Hay una diferencia fundamental entre la intención primaria de la misión de Jesús y el resultado práctico
de la misma. La intención primaria de Jesús fue y es la paz entre el hombre y Dios, y entre hombre y
hombre. Jehovah es el Dios de paz (Rom. 15:33; 16:20). Él mandó a su Hijo al mundo para traer paz (Luc.
2:14). Jesús se conoce como el Príncipe de paz (Isa. 9:6); él anunció paz para los hombres; él es nuestra
paz; él logró nuestra paz con Dios en la cruz (2 Cor. 5:19). Sin embargo, el resultado práctico de su
venida al mundo, y de su venida al hogar, es a veces lo opuesto a su intención.
Jesús sigue advirtiendo a sus discípulos del precio de ser sus discípulos. Cuando un miembro de una
familia decide seguir a Jesús, dándole lealtad absoluta como él demanda, y si los demás miembros
deciden no seguir a Jesús, o no seguirle en ese nivel de consagración, inevitablemente se produce
disensión. Unos procuran seguir al Señor, y otros siguen a otros señores. Es como si una espada cayese
sobre la familia: produce división.
El pecado aún existe en el mundo y mientras permanezca sobre la tierra, Dios dice que no habrá paz
para los malvados. Por causa de la predicación del Evangelio se han dividido familias y se han separado
hermanos. Hay unidad entre los creyentes, pero esa misma unidad marca una división entre ellos y el
mundo no salvado.
37 Elque ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la
hija más que a mí, no es digno de mí.
Un costo del discipulado es el amar supremamente a Jesús (v. 37). El discípulo tiene el deber de honrar
y amar a todos los semejantes, comenzando con los familiares (Ex. 20:12; Ef. 5:25). Pero el honrar y
amar a Dios en primer lugar es una demanda categórica. A menos que hayamos comprometido nuestra
vida a Cristo, pagando el precio de darle la prioridad en nuestra vida, no podemos hablar mucho sobre
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Lección 8 Vivir cuando morir es ganancia 3 de Junio 2018
La cruz, naturalmente, era un medio de ejecución. Tomar la cruz y seguir a Cristo significa vivir con tal
consagrado abandono a Él que incluso la muerte misma no sea un precio demasiado elevado. No se
demanda de todos los discípulos que pongan sus vidas por el Señor, pero todos están llamados a
valorarlo a Él hasta tal punto que no consideren sus vidas preciosas para sí mismos.
El seguirlo a él conduce por el camino que lleva a la cruz donde él entregó lo más precioso que tenía en
este mundo; su vida. Esto lo hizo a favor de nosotros. El que no está dispuesto a ese nivel de amor y
lealtad no es digno (v. 37) de él, es decir, no merece su gracia en la salvación, ni emplear su nombre y
llamarse "cristiano".
39 El que ha hallado su vida, la perderá; y el que ha perdido su vida por mi causa, la hallará.
Cristo estaba poniendo en contraste la vida presente que tenemos aquí con nuestra naturaleza física y
sus limitaciones, con el don de la vida eterna, que se recibe por la fe en el Señor Jesucristo. La tentación
es a aferrarse a la propia vida intentando evitar el dolor y la pérdida de una vida de entrega total. Pero
éste es el peor desperdicio de la vida —malgastarla en la gratificación del yo—. El mayor uso de una
vida es gastarla en el servicio de Cristo. Quien pierde su vida en consagración a Él la hallará en su
verdadera plenitud.
En nuestra vida debe de haber un compromiso radical con Jesús frente a todo vínculo terrenal, un
cambio de mente y corazón que pone a Dios como nuestro centro. Involucra más que repetir una
oración o una decisión inicial, demanda todo lo que somos y tenemos. Lo hacemos por amor a Su
nombre, en gratitud a Su sacrificio para perdón de nuestros pecados. Es lo menos que podemos hacer.