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El erotismo y su sombra: El amor como potencia de ser
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El erotismo y su sombra: El amor como potencia de ser

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El título de este libro alude a Freud; el subtítulo toma como referencia el pensamiento de Spinoza. Desde ambas perspectivas, el autor viene trabajando hace años para responder al desafío del psicoanálisis para dar cuenta de nuestra época. Esto lo lleva a rescatar nociones que definen la particularidad de su práctica; pero también, modificar otras a partir de los nuevos paradigmas de nuestro tiempo.
Es la clínica psicoanalítica lo que conduce a la necesidad de modificar algunas conceptualizaciones teóricas que son insostenibles en la actualidad. Desde allí revisa conceptos fundamentales como el Complejo de Edipo, las perversiones y el erotismo y propone nociones propias como la de corposubjetividad, la muerte-comopulsión y el espacio-soporte. Esto permite enfocar de forma original cuestiones fundamentales como las variaciones de la sexualidad humana, la sociedad de consumo, la práctica del psicoanálisis y su lugar en la cultura para desentrañar las relaciones del sujeto con el poder.
Un texto imprescindible para poder enfrentar las situaciones de padecimiento que nos plantea la actualidad. Su trascendencia la señala Juan Carlos Volnovich en su prólogo: "La obra toda de Enrique Carpintero se inscribe en una venerable tradición que se inició con el Freud de Psicología de las Masas y El Malestar en la Cultura, con el interlocutor de Einstein ante el porqué de la guerra; reconoce sus antecedentes en Spinoza y en Marx, en la Escuela de Frankfurt, en la producción de Wilhelm Reich. Aquí, en la Argentina, la cadena pasa por la gesta de los pioneros contra la psiquiatría manicomial hegemónica en la década del 40, por la psicoterapia de grupo y por el psicodrama cuando el psicoanálisis individual se postulaba como el único legítimo, por el grupo Plataforma que partió en dos al psicoanálisis mundial, por los equipos asistenciales de los Organismos de Derechos Humanos y las intervenciones en la fábricas recuperadas, por las nuevas formas de legislar la enfermedad y la salud mental.

En esta etapa gris de la historia, en medio de una comunidad científica donde frecuentemente las instituciones demandan la sacralización de las teorías y donde los maestros exigen una adhesión acrítica; aquí, donde tan a menudo el anatema reemplaza a la controversia y, en su lugar, las guerras de prestigio se desatan para ahogar la reflexión; aquí, entre nosotros, Enrique Carpintero ha sabido construir con arduo trabajo e inteligencia un espacio para la producción teórica original que es, también, un espacio colectivo; espacio que con El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser adquiere una dimensión insoslayable."
LanguageEspañol
Release dateApr 17, 2015
ISBN9789871185719
El erotismo y su sombra: El amor como potencia de ser

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    El erotismo y su sombra - Enrique Carpintero

    amar."

    Parte I

    La subjetividad del idiota

    Normalidad y normalización

    Los hombres no tienen la obligación de vivir según las leyes de un espíritu sano más que un gato de vivir según las leyes del león

    Baruch Spinoza

    Estrictamente hablando, la cuestión no es cómo ser curado, sino cómo vivir

    Joseph Conrad

    Capitulo 1

    La subjetividad del idiota plantea la pregunta

    ¿Cómo inventamos lo que nos mantenía unidos?

    En la novela Cosmópolis de Don DeLillo un joven y arrogante millonario norteamericano viaja a través de New York, recorriendo la ciudad desde una punta a la otra para cortarse el pelo.

    El sueño se abstenía de visitarlo ahora más a menudo que antes, no ya una o dos veces por semana, sino cuatro, cinco incluso. ¿Cómo lo remediaba cuando le sucedía? No salía a dar largos paseos mientras se desplegaba el amanecer. No había amigo o amiga a los que tanto quisiera como para angustiarlos con una llamada a tales horas. ¿Qué le quedaba en firme? Era cuestión de silencios, no de palabras.

    Durante su viaje, que dura todo el día, queda atrapado en varios atascos de tránsito producto de diferentes situaciones: la visita del presidente a la ciudad, el funeral de un ídolo de la música, el rodaje de una película y una violenta manifestación política mientras especula desde su limusina blindada las fluctuaciones del Yen en Japón.

    En el recorrido recibe en su auto toda una serie de asesores y varias veces a su mujer. De esta manera va haciendo una cínica reflexión sobre la actualidad de nuestra cultura sometida a las reglas del mercado.

    -¿Cómo sabremos cuándo habrá llegado oficialmente el final de la era de la globalización?

    Aguardó la respuesta.

    -Cuando las limusinas extralargas comiencen a desaparecer de las calles de Manhattan.¹

    La comunidad entrópica

    Para Freud el concepto de cultura es sinónimo de civilización. Ésta remite al momento en que el ser humano se organiza en comunidad, poniendo la naturaleza al servicio de satisfacer sus necesidades y regulando los vínculos recíprocos entre los sujetos. Es así como este espacio de la comunidad se convierte en soporte de la pulsión de muerte.

    Las características de la cultura dependen en cada etapa histórica de los sectores sociales hegemónicos que establecen una organización económica, política y social. Para ello reglamentan normas que se formalizan jurídicamente y que regulan las relaciones entre los miembros de la comunidad cuyo objetivo es reproducir las condiciones de dominación.

    Históricamente la comunidad (Gemeinschaft) fue reemplazada por la moderna sociedad (Gesellschaft). Podemos decir que en los ’60 se inició un proceso donde el espacio comunitario fue cediendo al desarrollo de la internacionalización capitalista.

    Como dice F. Jamenson: el capitalismo tardío en general (y los sesenta en particular) constituyen un proceso en el cual las últimas zonas internas y externas del precapitalismo sobrevivientes -los últimos vestigios del espacio tradicional y no reificado dentro y fuera del mundo avanzado- son finalmente penetrados y colonizados a su turno. El capitalismo tardío por lo tanto, puede ser descrito como el momento durante el cual los últimos vestigios de la Naturaleza, sobrevivientes del capitalismo clásico, son al fin eliminados: es decir, el Tercer Mundo y el inconsciente. Los sesenta, entonces habrán sido el trascendental período de transformación durante el cual tiene lugar esta reestructuración sistémica en escala global.² De esta manera el sentimiento de comunidad comienza a ser reemplazado por el de individuos unidos en sociedades anónimas. Esta perspectiva se afianza en los ’90 con la llamada mundialización capitalista. Por ello la relación social se construye en una unidad paradójica; es decir, una unidad en la desunión que lleva a la incertidumbre y la imprevisibilidad, en definitiva a una vorágine de permanente desintegración y renovación, de ambigüedad y angustia. Su resultado ha sido una cultura que dejó de constituirse en un espacio-soporte de la pulsión de muerte.³ En ella la fractura del soporte imaginario, libidinal y simbólico del espacio comunitario refiere a un mundo perdido. A un mundo que no existe más. Hoy las comunidades son homogéneas. Son comunidades de iguales donde los diferentes están afuera. Ellos son los otros de los cuales hay que protegerse. Es decir, allí no hay comunidad, sino mera cohabitación. Por ejemplo, encontramos barrios privados muy vigilados por policías y medios electrónicos, con viviendas muy caras donde se paga el precio de vivir una intimidad separada del otro. También hay comunidades de iguales que definen su pertenencia en relación a un otro del que es necesario diferenciarse. En este sentido la comunidad como espacio heterogéneo que permite los intercambios libidinales y simbólicos se ha transformado en un lugar homogéneo al servicio de un sujeto solo y aislado. Es decir, una comunidad entrópica que ha dejado de constituirse en un espacio-soporte cuya consecuencia es una subjetividad atravesada por los efectos de la pulsión de muerte: la sensación de vacío, de no salida, la violencia contra el otro y la violencia autodestructiva.

    En este sentido el sueño de una sociedad perfecta, es decir transparente, predecible y carente de contingencias, tiene ahora como objetivo la seguridad de la comunidad del vecindario. Por lo tanto, lo que se vislumbra en el horizonte hacia la comunidad segura es la extraña mutación de un gueto voluntario. Estos guetos voluntarios se diferencian de los guetos reales en que de estos últimos no se podía salir. Por el contrario, en los guetos voluntarios no se puede entrar. Se hacen vallas y muros para que no entren los otros. Por ello el gueto voluntario supone la imposibilidad de comunidad, ya que su objetivo es lograr el aislamiento del mundo exterior donde viven esos nuevos bárbaros que están más allá de sus murallas.

    De esta manera en el actual proceso de mundialización capitalista el espacio deja de tener sentido para ganar un significado que trasciende las fronteras del estado-nación. La fragmentación mundial se afirma en territorios donde cada uno se atrinchera en sus diferencias. Cada zona, cada ciudad, cada barrio, cada región es un territorio que debe ser defendido de esos bárbaros, que siempre son los otros.

    Esta situación nos lleva a la fragmentación de las relaciones sociales que se intenta solucionar invocando la palabra solidaridad. Pero esta tiene las características de una generalización y ambigüedad que la ha transformado en una palabra vacía. Es decir, refiere a un pragmatismo que oculta diferentes formas de asistencialismo. O, lo que es peor, se la invoca en beneficio propio, en tanto deber de los otros hacia sí mismo y el propio grupo de pertenencia como lo podemos observar en los llamados grupos clientelares. También se la puede concebir como un vínculo corporativo entre unos pocos que se unen en su propio interés frente a los otros (por ejemplo, grupos empresarios que desgravan impuestos). En este sentido, considerar la solidaridad fuera de los límites del pragmatismo implica dar cuenta de su fundamento trascendental donde mi socius esencial; es decir, yo mismo es otro. Ya que yo no soy un simple yo, un yo indivisible, un yo individual. En mí hay una sociedad de individuos que se necesitan el uno al otro, que se dividen entre sí, que hacen la guerra y la paz entre sí. No puedo ignorar al otro porque yo el otro, porque yo me soy extranjero. Puedo reconocer al extranjero en cuanto tal porque yo lo conozco en mí; no podría predicarlo fuera de mí, reconocerlo fuera de mí.

    De esta manera debemos admitir que nuestra condición de ser nosotros es tener al otro en nosotros. Por supuesto no es un otro cómodo a nuestra disposición, sino un otro extranjero con el cual podemos estar en paz o en conflicto.

    …El dinero genera el tiempo. Antes era al revés. El tiempo cronológico aceleró el ascenso del capitalismo. Todo el mundo ha dejado de pensar en la eternidad. Se concentran en las horas, en cantidades de tiempo mensurable, en horas humanas, para emplear con más eficacia la mano de obra…

    …Porque el tiempo es ahora un activo empresarial. Pertenece al sistema de libre mercado. El presente es cada vez más difícil de encontrar. Es algo que resulta succionado del mundo para dejar lugar al futuro de los mercados incontrolados y de un desmesurado potencial inversor. El futuro resulta insistente. Esa es la razón de que algo vaya a suceder pronto, hoy mismo tal vez -dijo, mirándose las manos a hurtadillas-. Se trata de corregir la aceleración del tiempo. Más o menos, de volver la naturaleza a su estado natural…

    Yo, Sociedad Anónima

    Uno de los conceptos de Pierre Bordieu es el de dominación simbólica⁷. Desde el mismo podemos entender la reproducción de un orden social en el reconocimiento y desconocimiento de la arbitrariedad que lo funda. En este sentido la lucha política por la definición del mundo social es uno de los aspectos de la dominación simbólica. Junto a políticos encontramos a periodistas, expertos en opinión pública e intelectuales que pretenden representar la perspectiva desde lo que hay que reflexionar. Para ello se generan problemáticas con sus preguntas, sus respuestas y los límites de lo que está permitido pensar fabricando a la opinión pública como cualquier otra mercancía. Las cuestiones que plantean los políticos, las que expresan los periodistas en nombre de la opinión pública son las mismas preguntas que hacen las empresas encuestadoras para medir esa opinión pública. De esta forma se establece un círculo vicioso donde las preguntas legitiman un modo de interrogación que se impone sin que nadie pueda cuestionar su origen. Las encuestas y los debates en los medios de comunicación confirman el estado de las relaciones de fuerza simbólica al servicio de mantener la cultura dominante. Esta se basa en que no se puede cuestionar el sistema de distribución de los bienes materiales y no materiales ya que no hay salvación por la sociedad, cada uno se debe salvar por su cuenta.

    Esto fue expresado claramente en 2004 durante una de las reuniones del Foro Económico Mundial de Davos. Allí se realizó una sesión titulada Yo, S. A. en la que participaron -entre otros- Jacques Attali y el premio Nobel de la Paz Elie Wiessel. La propuesta fue que el Yo, S. A. refleja que cada uno lleva ahora su vida como una empresa, lo que implica darle una dimensión económica a todos nuestros actos y gestionar la vida propia como si fuera una cartera de valores. Por supuesto aquellos que han sido dejados fuera del sistema se quedaron sin un Yo para cotizar en la bolsa de valores. Por lo tanto, no existen. Deben ser invisibles sociales. Sin embargo, como plantea Jeffrey Weeks: el sentimiento más fuerte de comunidad provendrá de grupos que consideran amenazadas las premisas de su existencia colectiva y que a partir de esto construyen una comunidad de identidad que proporciona un fuerte sentimiento de resistencia y poder. Al sentirse incapaz de controlar las relaciones sociales en las que se encuentra, la gente reduce el mundo al tamaño de sus comunidades y actúa políticamente sobre esa base.⁸ De esta manera estos grupos que generan comunidad proponen espacios políticos, sociales, económicos y culturales que les permiten enfrentar la vulnerabilidad de las identidades individuales y colectivas.

    …El contacto ocular era un asunto delicado. Un cuarto de segundo de una mirada compartida equivalía a una violación de los acuerdos en virtud de los cuales la ciudad era operativa. ¿Quién ha de apartarse para dejar paso a quién? ¿Quién mira o no mira a quién? ¿Qué grado de ofensa constituye un roce, un contacto? Nadie deseaba que nadie lo tocara. Imperaba un pacto de intocabilidad. Ni siquiera en el barrio, en el meollo de las culturas antiguas, táctiles y estrechamente entretejidas con algunos transeúntes ajenos sólo de paso, y compradores pegados a los escaparates, y algún imbécil que ni siquiera sabía adonde encaminar sus pasos, ni siquiera allí se tocaban entre sí las personas…

    En este sentido dar cuenta de la complejidad de problemas que plantea la subjetividad de nuestra época requiere preguntarse: ¿cómo inventamos lo que nos mantenía unidos?

    Para intentar contestar esta pregunta se requiere entender el individualismo contemporáneo. Recordemos que en griego individualismo se llama idiocia, lo cual nos lleva a que uno de los problemas es la importancia que ha tenido la subjetividad del idiota al que sólo le interesa la dimensión de lo propio y el mezquino interés privado. Sin embargo, como dice Massimo Cacciari: El idiota lo es porque en último término no conoce realmente su propio interés. El idiota, hoy en día, desde su total falta de reconocimiento del otro y de los valores de solidaridad, amenaza con destruirse a sí mismo y con llevar la catástrofe a todo su mundo. Que naturalmente también es nuestro mundo.¹⁰

    1. DeLillo, Don, Cosmópolis, editorial Seix Barral, Buenos Aires, 2003.

    2. Jamenson, Frederic, Periodizar los ’60, Alción editora, Buenos Aires, 1997.

    3. El concepto de "espacio-soporte" lo desarrollamos en la Parte II.

    4. . Bauman, Zygmunt, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 2003.

    5. Cacciari, Massimo, Diálogo sobre la solidaridad, editorial Herder, Barcelona, 1997.

    6. De Lillo, op. cit. 1.

    7. Bourdieu, Pierre, Contrafuegos. Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal, editorial Anagrama, Barcelona, 1999.

    8. Jamenson, op.cit. 2.

    9. De Lillo, op. cit. 1.

    10. Cacciari, op. cit. 5.

    Capitulo 2

    La corporsubjetividad

    Las señales que podemos encontrar en nuestra cultura del padecimiento subjetivo son numerosas. Quisiera detenerme en un tema que caracteriza nuestra cultura: el aceleramiento del tiempo subjetivo.

    La época del nanosegundo

    Hace 2.500 años, el filósofo griego Heráclito dejó una gran cantidad de conceptos fragmentarios que han llegado hasta la actualidad. Uno de ellos lo enunció con una metáfora: nunca podemos meternos dos veces en el mismo río porque, cuando entramos por segunda vez, el río habrá cambiado, ya no será el mismo. Lo único constante es el cambio. Sin embargo hoy, el cambio mismo ha cambiado. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que se ha acelerado nuestra concepción del tiempo en la relación con nosotros mismos y con los demás.

    A lo largo de la historia, el tiempo fue una de las variables importantes en las relaciones humanas, aunque no siempre se lo midió de la misma manera. Hasta el Medioevo a nadie le importaba medir el tiempo en horas y minutos. Recién fue en el siglo XVI, con el inicio del capitalismo incipiente, que las campanas de Nüremberg comenzaron a sonar cada cuarto de hora. En la actualidad podemos caracterizar nuestra época por el nanosegundo. Éste es una unidad de tiempo que se usa en la física cuántica, equivalente a la mil millonésima parte de un segundo. Pareciera que no alcanza para medir el tiempo con las horas y los segundos. Debemos medirlo en nanosegundos. Todo debe ser ya y cuando llegó es tarde. Tenemos la impresión que los días pasan a la velocidad de un nanosegundo. Sin darnos cuenta finaliza un año en el que nos quedaron muchas cosas sin hacer. La sensación de velocidad produce la paradoja de crear impaciencia, de hacernos sentir que no hay tiempo que alcance. Por ello, la ansiedad es uno de los síntomas de nuestra época.

    Es que nuestra subjetividad esta construida en una cultura donde el aceleramiento es adecuado para consumir en el mercado de compra y venta en que se ha transformado nuestra sociedad. No es importante lo que se compra, lo que interesa es comprarlo. La consigna es compre ya. Puede ser un sacacorchos automático, un curso acelerado de yoga, diez sesiones para curar una fobia, un psicofármaco de última generación, o un Viagra para tener más relaciones sexuales. Lo importante es no detenernos. No detenernos para encontrarnos con el otro. No detenernos para pensar. No detenernos para conocer nuestro deseo. Algunos dirán: para qué detenernos si hay un sistema que nos ofrece todo lo que necesitamos. En realidad éste es el problema: no es que necesitemos lo que nos ofrecen, sino que porque lo ofrecen lo necesitamos.

    El escritor Don DeLillo sitúa el comienzo de este aceleramiento subjetivo del tiempo en la década del noventa. Ésta es la década en que se afirmó mundialmente la hegemonía del capital financiero. Es la década del pensamiento único de este capitalismo llamado neoliberal. El objetivo era obtener ganancias rápidas y fáciles. Pero también fue la década del dinero virtual, de las empresas PuntoCom. Internet se transformó en el medio para invertir dinero a través de agencias que cotizaban en la bolsa de valores. Para ello, era necesario tener datos que cambiaban continuamente. Se ganaba y perdía dinero rápidamente sentado cómodamente frente a una computadora. Por supuesto, cuando explotó la burbuja virtual, pocos ganaron y muchos perdieron.

    Esta cultura de la velocidad abarca el conjunto de las relaciones cotidianas donde lo único importante es un futuro permanente. En la perspectiva del capitalismo tardío el pasado no tiene más importancia; todo es viejo y pasado de moda. Como dice Don DeLillo siempre hay que ir para adelante, nunca atrás. La duda que nace de la experiencia del pasado ha sido eliminada. Su resultado es haber inventado una nueva teoría del tiempo. Ésta es la amnesia del futuro. Un lugar sin memoria.

    Sin embargo la memoria aparece. Lo que no queremos recordar interrumpe nuestra velocidad y nos detiene. Allí aparecen los síntomas característicos de nuestra época. Síntomas que dan cuenta de la singularidad de una subjetividad que se construye en la relación con el otro en el interior de una cultura.

    Esto nos lleva a definir que entendemos por subjetividad.

    La corporsubjetividad: la producción de subjetividad es corporal

    La noción de subjetividad se ha tornado compleja porque no es un dato dado, no se hereda. Tampoco se limita al campo de la conciencia como pretende la filosofía a través de escuelas que diferencian el par idealismo-materialismo y las relaciones sujeto-objeto. Desde la psicología se explica a la subjetividad y lo subjetivo como perteneciente a lo psíquico. En la mayoría de los desarrollos psicoanalíticos se comparte esta posición, aunque debemos recordar que es un concepto que nunca fue utilizado por Freud.

    Sin embargo lo dilemático de esta propuesta es dejar de lado las relaciones que se establecen entre los ámbitos objetivo y subjetivo. De allí que, para salir de este problema, se enuncia que el ser humano es bio-psico-social. Pero esta posición encubre que, los que la enuncian, establecen una prioridad en toda producción de subjetividad al sostener un reduccionismo que puede ser biológico, psicológico o sociológico.

    En este sentido la noción que tengamos de subjetividad tiene implicancias no solo teóricas, sino también en la práctica clínica. Por ejemplo, cuando hablamos de interdisciplina nos estamos refiriendo a una perspectiva epistemológica que rompe con visiones cerradas para entender el padecimiento subjetivo.¹ Esta complejidad es la que alude Freud cuando crea el concepto de series complementarias para explicar la multiplicidad de factores endógenos (hereditarios, constitucionales y primeras experiencias infantiles) y exógenos (la situación actual desencadenante) que intervienen en la producción de un síntoma. Estos factores son complementarios, pudiendo cada uno de ellos ser más débil cuanto más fuerte es el otro. Ambas series varían entre sí en razón inversa: para que se desencadene un síntoma puede ser un trauma actual mínimo en el caso de un factor endógeno intenso y viceversa.² Por otro lado en obras como El malestar en la cultura (1930) y Psicoanálisis de las masas y análisis del yo (1921) da cuenta de la relación entre el ámbito subjetivo y objetivo. En forma errónea se las denomina sociológicas, cuando en realidad a Freud no le interesaba analizar los problemas sociales que describía, sino como éstos se inscriben en un aparato psíquico sobredeterminado por lo inconsciente y como éste produce efectos en lo social.

    De esta manera vamos a describir la producción de subjetividad dando cuenta de sus múltiples determinaciones en la cual no la reducimos a entenderla como sinónimo de manifestación psíquica. Para ello nos apoyamos en el modelo pulsional freudiano³ y en la filosofía spinoziana que, al romper con la división que hace Descartes entre mente y cuerpo, establece que ambos forman parte de una sola sustancia que se expresa en los modos pensamiento y extensión. Es decir, de cuerpos que afectan y son afectados en el interior del colectivo social.⁴ Como dice Julia Kristeva: "Tras su periodo lingüístico, el psicoanálisis de nuestros días, y sin duda el del futuro, vuelve a prestar atención a la pulsión, a causa de la herencia freudiana y bajo la presión de las neurociencias. En consecuencia, descifra la dramaturgia de las pulsiones más allá del significado del lenguaje tras el que se oculta el sentido pulsional. Los indicios de este sentido pulsional pueden ser translingüísticos. Tomemos, por ejemplo, la voz; sus intensidades, sus ritmos manifiestan a menudo el erotismo secreto del deprimido que ha cortado lazos del lenguaje con el otro, pero que no obstante ha enterrado el afecto en el código oscuro de sus vocalizaciones, en las que el analista irá buscando un deseo menos muerto de lo que parece."⁵

    Desde esta perspectiva proponemos delimitar la constitución de la subjetividad en su complejidad evitando los reduccionismos señalados anteriormente.⁶ Para ello creamos el concepto de corposubjetividad que alude a un sujeto que constituye su subjetividad desde diferentes cuerpos. El cuerpo orgánico; el cuerpo erógeno; el cuerpo pulsional; el cuerpo social y político; el cuerpo imaginario; el cuerpo simbólico. Cuerpos que a lo largo de la vida componen espacios cuyos anudamientos dan cuenta de los procesos de subjetivación. Pero también, cuerpos que producen signos -como plantea Spinoza- que son pasiones: efectos de acciones sobre los cuerpos, cuerpos que actúan sobre otros cuerpos; es decir, cuerpos que afectan y son afectados en el colectivo social.

    El psicoanálisis establece que el sujeto debe dar cuenta de un aparato psíquico sobredeterminado por el deseo inconsciente. Pero este aparato psíquico se construye en la relación con un otro humano en el interior de una cultura. Es decir, hablar de subjetividad implica describir una estructura subjetiva como una organización del cuerpo pulsional que se encuentra con una determinada cultura.

    En este sentido, definimos el cuerpo como el espacio que constituye la subjetividad del sujeto. Por ello, el cuerpo como metáfora de la subjetividad se dejará aprehender al transformar el espacio real en una extensión del espacio psíquico. El carácter extenso del aparato psíquico es fundamental para Freud, ya que éste es el origen de la forma a priori del espacio: "La espacialidad acaso sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico. Ninguna otra deducción es verosímil. En lugar de las condiciones a priori de Kant, nuestro aparato psíquico. Psique es extensa, nada sabe de eso."

    Desde aquí hablamos de corposubjetividad donde se establece el anudamiento de tres espacios (psíquico, orgánico y cultural) que tienen leyes específicas al constituirse en aparatos productores de subjetividad: el aparato psíquico, con las leyes del proceso primario y secundario; el aparato orgánico, con las leyes de la físico-química y la anátomo-fisiología; el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales.

    Entre el aparato psíquico y el aparato orgánico hay una relación de contigüidad; en cambio, entre estos y el aparato cultural va a existir una relación de inclusión. En este sentido el organismo no sostiene a lo psíquico ni la cultura está sólo por fuera; la cultura está en el sujeto y éste, a su vez está en la cultura: el cuerpo se forma a partir del entramado de estos tres aparatos donde la subjetividad se constituye en lo intrasubjetivo (al dar cuenta de aparato psíquico y orgánico), en la intersubjetividad (en la relación con el otro) y en la transubjetividad (en la relación con la cultura).

    Este cuerpo delimita un espacio subjetivo donde van a encontrarse los efectos del interjuego de las pulsiones vida, Eros y las pulsiones de muerte. Allí la pulsión va a aparecer en la psique como deseo, en el organismo como erogeneidad y en la cultura como socialidad (Ver gráfico 1).

    Creemos necesario señalar que esta perspectiva la podemos encontrar en los recientes aportes de la neurobiología donde muestran, como la plasticidad de la red neuronal permite la inscripción de la experiencia.

    Veamos brevemente. La idea de que la experiencia produce una huella es lo que sostiene Freud con el concepto de huella mnémica que deja la percepción en sus diferentes niveles de inscripción en el aparato psíquico, ya sea consciente o inconsciente. En términos neurobiológicos, la huella es dinámica y sujeta a modificaciones ya que los mecanismos de su inscripción confieren a la red neuronal gran plasticidad. De este modo sobre la base de la experiencia se constituye una realidad interna que puede ser consciente o inconsciente. Las huellas se inscriben, se asocian, desaparecen, se modifican a lo largo de la vida por medio de la plasticidad neuronal. Estas huellas inscriptas en la red sináptica determinarán también la relación del sujeto con el mundo exterior.

    Lo importante es destacar que la constitución de esta realidad interna inconsciente fundada sobre los mecanismos de la plasticidad, no son exclusivamente un fenómeno de orden psíquico, sino involucra al cuerpo. Las percepciones de la experiencia que deja una huella en la red sináptica se asocia a lo que Antonio Damasio llama marcadores somáticos.¹⁰ Estos refieren a que la percepción esta asociada a un estado somático y el recuerdo del estado somático asociado con una percepción contribuyen a producir la emoción. El recuerdo, por sistemas neuronales particulares, del estado somático asociado a la percepción o a las huellas que esta última ha dejado en la red sináptica sería un elemento determinante de la experiencia emocional subjetiva del sujeto. El concepto de pulsión, definido por Freud como un concepto límite entre lo psíquico y lo somático, permite establecer las relaciones entre la realidad interna inconsciente con los estados somáticos asociados (Ver gráficos 2 y 3).

    El concepto de plasticidad neuronal cuestiona la antigua oposición entre una etiología orgánica y una etiología psíquica del padecimiento subjetivo. Lo mismo ocurre con respecto al concepto de epigénesis. Este plantea que el nivel de expresión de un gen dado puede estar determinado por la singularidad de la experiencia. Es que en el funcionamiento de los genes existen mecanismos que intervienen en la realización del programa genético y cuya función es reservar un lugar para la experiencia; al fin de cuentas, es como si el individuo se revelara genéticamente determinado para no estar determinado.¹¹ Esto lleva a una integración compleja entre una determinación genética; una determinación ambiental y psíquica. El genotipo de un lado, y la experiencia del otro constituyen dos dimensiones heterogéneas de la plasticidad.¹² (Ver gráfico 4).

    Desde lo que venimos planteando podemos decir que los procesos de subjetivación devienen de los múltiples anudamientos de los tres espacios que, en el caso de la producción de un síntoma, requiere delimitar la complejidad del entramado que lo causa. Por ello entendemos que la práctica del psicoanálisis no se realiza exclusivamente sobre la realidad del mundo interno (intrasubjetivo), tampoco sobre los comportamientos del mundo externo (inter y transubjetivo). Se realiza en el lugar de encuentro en que la realidad externa constituye al sujeto y éste con sus determinaciones inconscientes a dicha realidad. Este lugar lo denominamos un entre. En este entre la subjetividad no es ni pura interioridad, ni pura exterioridad.

    Es decir, no es como la entiende un subjetivismo cognitivo que promete curar un síntoma en diez sesiones. Pero tampoco es la de una psiquiatría biológica que interpreta la subjetividad desde la exterioridad del aparato orgánico donde el padecimiento psíquico se reduce a neurotransmisores.

    De esta manera entendemos que toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización histórico- social. Es decir, toda subjetividad da cuenta de la singularidad de un sujeto en el interior de un sistema de relaciones de producción. Pero lo social como marca en nuestros cuerpos no lo debemos entender como una imposición, sino como el resultado de un conflicto que comienza desde la niñez. Este conflicto tiene los avatares de la castración edípica, que desempeña un papel fundamental en la estructuración de la personalidad y en la orientación del deseo humano.¹³

    Por ello todo síntoma debe ser entendido desde la singularidad de aquel que lo padece. Pero también en todo síntoma vamos a encontrar una manifestación de la cultura. Si el paradigma de la sociedad victoriana era la sintomatología histérica, en la actualidad el paradigma es el paciente límite. Este es producto de lo que denominamos un exceso de realidad basado en la fragmentación de las relaciones sociales.¹⁴ El cual lleva a un vaciamiento subjetivo cuyas consecuencias son la sensación de fracaso, la despersonalización, la locura y la muerte. Por ello en todo tratamiento es necesario dejar hablar al cuerpo en sus fantasías, en sus sueños, en sus actos fallidos, en sus gestos, en sus movimientos, en definitiva en sus manifestaciones lingüísticas y translingüisticas. Allí podemos escuchar la corposubjetividad donde forma y sentido están relacionados con la afectividad, que también forma parte de su estructura.

    1. Para un desarrollo de las diferentes conceptualizaciones acerca del concepto de subjetividad ver Guinsberg, Enrique, Subjetividad, revista Topía Nº 40, abril de 2004 en www.topia.com.ar

    2. Freud, Sigmund, Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), tomo XV, Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1978.

    3. Ver Parte II, capítulo 8.

    4. Spinoza cambió la perspectiva que heredó de Descartes cuando dijo, en la parte I de la Ética, que el pensamiento y la extensión, aunque distinguibles, son, sin embargo, atributos de la misma sustancia, ya sea Dios o la Naturaleza. La referencia a una única sustancia sirve a la finalidad de afirmar que la mente es inseparable del cuerpo, habiendo sido creados ambos, de alguna manera, del mismo material. La referencia a los dos atributos, mente y cuerpo, reconocía la distinción de dos tipos de fenómenos, una formulación que preservaba un dualismo de completamente sensible, pero rechazaba el dualismo de sustancia. Al poner en el mismo rasero pensamiento y extensión, y al unir ambos en una única sustancia, Spinoza deseaba superar un problema al que Descartes se enfrentó y no supo resolver: la presencia de dos sustancias y la necesidad de integrarlas. Ante esto, la solución de Spinoza ya no requería que mente y cuerpo se integraran o interactuaran: mente y cuerpo surgían en paralelo de la misma sustancia, imitándose mutuamente y de manera completa en sus diferentes manifestaciones. En sentido estricto, la mente no causaba al cuerpo y el cuerpo no causaba a la mente. Damasio, Antonio, En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos, editorial Drakontos, España, 2005.

    5. Kristeva, Julia, Las nuevas enfermedades del alma, editorial Cátedra, Madrid, 1995.

    6. Esta idea de trabajo la venimos desarrollando en anteriores textos. Ver Carpintero, Enrique, Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, editorial Topía, Buenos Aires, 1999 y La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, editorial Topía, Buenos Aires, segunda edición, 2007.

    7. Freud, Sigmund, Conclusiones, ideas y problemas (1938), Amorrortu ediciones, tomo XXIII, Buenos Aires, 1976. También realiza una mención sobre la espacialidad del aparato psíquico en Esquema del psicoanálisis (1938), Amorrortu ediciones, Tomo XXIII, Buenos Aires, 1976.

    8. Enunciamos algunas conceptualizaciones sobre la plasticidad neuronal para encontrar resonancias entre dos disciplinas epistemológicas diferentes como son la neurología y el psicoanálisis. En este

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