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Salazar señala de modo efectista que “[e]l ministro no tiene capacidad para
ponerse en el lugar de la Paisana Jacinta y de los miles y miles de
espectadores que se entretienen con ese tipo de humor y personaje”.
Nuevamente, el tiro sale por la culata. Porque esto no es un vicio de parte del
Ministro del Solar. Por lo contrario, es una virtud en el ejercicio de su función
pública. Precisamente eso es lo que le toca hacer a él como ministro de un
régimen democrático: ponerse del lado de las minorías que pueden verse
perjudicadas por las prácticas y opiniones de las mayorías. Hace bien, por
tanto, el Ministro del Solar en colocarse del lado de los potencialmente
perjudicados y no “de los miles y miles de espectadores que se entretienen con
ese tipo de humor”. No solo está en su derecho de criticar el racismo que
exhibe el “humor” de la Paisana Jacinta. Es su deber hacerlo. Es un tema de
total incumbencia del Ministro del Solar. Es deber del Estado, y de su cartera
ministerial en particular, velar por el debido y pleno reconocimiento de las
diferentes identidades, lo que incluye poner límites a las prácticas que
conducen a la discriminación cultural y racial. Esto no es imponer valores o
gustos estéticos, como sugiere Salazar; es impedir el daño y el perjuicio a
individuos reales, de carne y hueso. Rechazar por racista y denigrante a la
Paisana Jacinta no es dictar qué valores deben tener los ciudadanos. Salvador
del Solar no nos dice cómo debemos entretenernos; simplemente nos recuerda
que no debemos perjudicar a terceros.