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Parte de este orden simbólico, son las estructuras que subyacen el monopolio de
ciertos campos de estudio y de trabajo, además de la larga lista de actividades donde las
mujeres nos hemos visto al margen. Sin embargo, desde un movimiento político y social
feminista, se ha podido –a través de intensas luchas- integrar muchas áreas e instituciones
que habían sido negadas. Las humanidades, por ejemplo la literatura, faena exclusiva de
hombres como tantas otras. Por consiguiente, nos toca pensar en la restricción como
aquello que conlleva diversos efectos materiales, que moldean , sin duda alguna, la forma
en que se relaciona una sujeta con los medios de producción, con la sociedad y el mundo
público.
1
(Beauvoir, 1946)
Pensar el ingreso paulatino de las mujeres escritoras a la “institución literaria”, nos
exige pensar particularmente en la mujer creadora de obras literarias; ya no más como un
objeto de estudio literario, ni la mujer como lectora. Ahora es ella quien tiene en sus manos
escribientes, la oportunidad iniciar con la reformulación de las formas de expresión, porque
ante todo, la mujer escritora se enfrenta a una realidad social: la monopolización de un arte
y la masculinización de él. Esto la convierte en una voz, una subjetividad disidente en tanto
que su tradición es una incompleta, disgregada. En ese sentido, la escritura de mujeres se
vuelve un acto político contrahegemónico, que resiste a determinadas imágenes de “lo
femenino” que se transmiten bajo la mediación del logos oficial. Así, nos explica Helena
Ramos que “el acceso al logos, a la palabra fundacional y creadora, nos ha estado vedado
desde la más remota antigüedad. Sí hablamos, pero las palabras no nos pertenecen; el
lenguaje nos hace invisibles, nos amasa dentro de lo masculino, que supuestamente es más
universal; la literatura nos impone visiones machistas y estereotipadas, pero ejecutadas con
gran fuerza creadora (…)”2
La entrada a la literatura, con todos los costos que pueda significar, nos hace
adquirir algunos privilegios que no existen quizás en otras disciplinas. Y es en ese seno del
que hablamos ahora, pues, la literatura emerge como un espacio muy rico y libre para la
construcción de una utopía, donde se puede caminar al ritmo de un nuevo camino y otras
estrategias de resistencia, como también, ensayar nuevas formas de relacionarse. Es un
fruto político jugoso para el feminismo, ya que de ese modo articula también “se manifiesta
y se elabora una fracción muy importante del orden simbólico (…) reproduce los códigos
de comunicación. Por otra parte, en la literatura se recogen los datos de la intimidad, de ese
2
Consuelo Meza, 2000, p. 12
mundo privado en el que en mayor o menor grado se confina a las mujeres”3. La
particularidad que nos regala la trama, es la ordenación de sucesos que en la vida real se
encuentran en caos, asimismo, la ordenación de eventos nos permite tener un panorama
más claro de eventos vividos en la experiencia, que nos facilita la conexión de las
respuestas con las preguntas fundamentales que nacen en el camino de la reconfiguración
personal y colectiva. Nos permite deformar representaciones y la figura oficial de la verdad.
3
Consuelo Meza, 2000, p.28
4
Alain Badiou, 2007, p.68
La escritura femenina, una categoría problemática.
“El tema, Las Mujeres y La Novela, puede significar y ustedes pueden querer que
signifique, las mujeres y lo que parecen; o si no, las mujeres y las ficciones que escriben; o
quizá las mujeres y las novelas que se escriben acerca de ellas; o esas tres cosas
inextricablemente mezcladas (…)”5 De la forma más acertada posible, nos aventuraremos
a pensar a la mujer desde las primeras dos claves, mujer escritora y por consiguiente, las
ficciones como parte de ella y de su obra literaria. Para ser precisa, vamos a entremezclar la
figura de la mujer creadora con su escritura, llamada por algunos como escritura femenina.
Se le ha llamado por algunas autoras, escritura femenina a las obras que están
hechas por mujeres, con el fin –creo- de mantener la diferencia respecto de lo masculino en
la literatura. Se convierte entonces en una categoría que reúne a toda la producción de
cierto tipo; en efecto, el concepto de lo femenino aplicado a la escritura de mujeres, no
hace sino tipificar esta actividad particular. Esta organización de tipos, responde a un orden
específico del pensamiento, que según Helene Cixous, es un funcionamiento por
oposición6. Así, el esquema de ordenamiento tradicional se construye bajo dicotomías
como Finito/Infinito, Racional/Irracional, Masculino/Femenino, Activo/Pasivo y un largo y
contundente etcétera, que no hace sino reproducir un conjunto de sistemas simbólicos que
en el caso –que es el que nos interesa acá- de Masculino/Femenino, se acopla a una
jerarquía de la diferencia sexual que en torno a la literatura también construye su propia
categoría: la escritura femenina. En torno a este esquema jerárquico es que lo femenino
debe atender a una respuesta por la ontología, ¿qué es?
5
Virginia Woolf, 1993, p.7
6
(Cixous, 1995)
siquiera la exclusi6n es una exclusión”7 Es pues, hablar de lo femenino hablar de Lo Otro
en algún sentido. He aquí el tropiezo más delicado que podemos sufrir cuando nos
introducimos al mundo de la llegada de la mujer a la literatura. Pues, como dije más arriba,
no hemos de negar el acto transgresor que significa la conquista de nuevos espacios. Sin
embargo, a partir de ahí pueden enarbolarse y también nuevo conceptos y nombres que
tienen efectos y significancias que vale la pena mirar críticamente. Uno de ellos,
efectivamente, es el concepto de lo femenino en la categoría de escritura femenina.
7
Helene Cixous, 1995, p.25
8
Consuelo Meza, 2000, p.34
9
Concepto acuñado por Patricia Meyer Spacks en The female Imagination (1975)
10
Consuelo Meza, 2000, p. 23
sexuado en base a un esquema de oposición que reafirma –sin que nos demos cuenta al
primer vistazo- la dicotomía jerarquica del pensamiento de Cixous.
Para la autora chilena Nelly Richard, “la escritura femenina designa un conjunto de
obras con una firma que tiene una valencia sexuada, conjunto y pluralidad de voces que
pertenecen al género mujer y que expresan la experiencia femenina como un grupo
marginal de la cultura dominante”11 En efecto, creo que es un deber considerar la
producción literaria de mujeres por si significación política contrahegemónica, como un
movimiento contracorriente que se forja desde la resistencia al poder dominante masculino.
Sin embargo, también debemos hilar lo más fino posible; puesto que estamos refiriéndonos
a un gesto político y no a una valencia ontológica, más bien a la construcción de una
percepción como efecto de relaciones con otras sujetas y sujetos y con el entorno.
“Daniela Eltit defino lo femenino como aquello que desde los bordes del poder
central pretende generar una pluralidad de voces (femeninas y masculinas) en el quehacer
literario, generando con ello sentidos trasnformadores del universo simbólico dominante”12
En este sentido, la tradición de literaria femenina se caracteriza por un proceso de
adquisición autoconciencia en tanto reformula su propio proyecto en torno a nuevas formas
propias de expresión que la sitúan por fuera del discurso dominante. Este proceso, se
vincula con la propia percepción, que en una mujer puede estar permeada por cánones que
11
Consuelo Meza, 2000, p.33
12
Consuelo Meza, 2000, p.25
le han impuesto y roles que le han apropiado, que han surgido de ideas preconcebidas de
“cómo debe ser”. Asimismo, la feminidad se instaura como un valor en relación con la
identidad sexuada. Apoyados en la biología, parece que la vagina guarda secretos que
prefiguran nuestro despliegue en el mundo, antes de que este sea material, aquello
femenino es la marca bajo la que se registra nuestro quehacer y todos los modos de ser.
13
Consuelo Meza, 2000, p.36
14
Teresa de Lauretis, 1989, p.16
15
ídem
literatura “está hecha”, para instalar unos nuevos, unos que no se conforman con los
cánones masculinos, que por el contrario, buscan fijar criterios que se ajusten a un modo de
ser que no se construya por medio de la opresión sistemática. Ciertamente, una obra
literaria escrita por una mujer, no necesariamente desmontará los planos de la realidad.
Puede que una escritora sí sea gozosa de identidad femenina y que lo reafirme; no obstante,
corremos el riesgo de que esa reafirmación de lo femenino, sea la reafirmación de un
género estereotipado y que propague, quizás sin saber, un constructo que anule la potencia
de la sujeta y de sí misma, sin adquirir elementos que la deconstruyan en una mujer
autoconciente.
Bibliografía