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La iglesia nos enseña que << el acto matrimonial debe quedar abierto a la
transmisión de la vida>> ( Humanae Viate, n. 12). El aborto y la
anticoncepción atacan esta propiedad esencial del matrimonio.
El pecado original debilitó la comunión entre el hombre y la mujer que previó Dios. La biblia
narra cómo se corrompieron las costumbres y la práctica del divorcio se introdujo en el pueblo
de Israel. Jesús enseñó que, debido a la << dureza del corazón>> del ser humano, la ley de
Moisés permitió el divorcio ( Mc 10, 5). Pero recordó sin ambigüedad la voluntad divina sobre
el matrimonio que es la unidad y su indisolubilidad.
Pero además Jesucristo elevó el matrimonio de una liturgia rica en ritos que expresan la
grandeza de este sacramento.
Por eso, el matrimonio cristiano es signo de alianza de amor entre Cristo y la iglesia: Maridos,
amen a sus mujeres como Cristo amó a la iglesia y se entregó así mismo por ella. ( Ef 5, 25 )
La iglesia rodeó siempre la celebración del matrimonio de una liturgia rica en ritos que
expresan la grandeza de este sacramento. No es casual que la celebración tenga lugar
ordinariamente dentro de la Santa Misa. La iglesia quiere unir el momento en el que los
esposos se entregan la vida el uno a otro con la renovación del momento en el que el Señor
entregó su vida por nosotros.
Esta unión se construye sobre el consentimiento matrimonial,con el cual los esposos sellan su
voluntad de entrega mutua en una alianza de amor. El consentimiento tiene que ser
plenamente libre, sin coacción ni presión de ningún tipo.
Los efectos del sacramento del matrimonio en los esposos son: