Sei sulla pagina 1di 7

Síntomas

de hechicería
El Señor obra de tal manera que
hace que el mal contribuya a desarrollar
el carácter cristiano en nosotros

P ARA TRATAR CON LA HECHICERÍA, tenemos que entender


sus efectos. Como cristianos, debemos ser personas
que ejercitan el don de discernimiento. Examinemos algunos
de los síntomas característicos que se pueden observar
cuando la hechicería ha afectado al cristiano o a una iglesia:

1. Cuando el cristiano está sufriendo los


ataques de la hechicería, llega a un
estado de creciente desorientación o

confusión. Incluso puede demostrar


torpeza, andar como desmañado y no
sentir las cosas cuando las toca. El
diablo quiere nublar su visión para
impedirle alcanzar su destino en el
propósito de Dios. La persona que
está bajo ataque no se puede conectar
con su visión espiritual; o bien
carece de motivación, o ésta ha desaparecido.
2. Cuando alguien es objeto de maldiciones,
se siente emocionalmente exhausto
o debilitado. Todos los que
han sido objeto de maldiciones espirituales
llevan como una nube de oscuridad
en su semblante. Su cuello es
tieso; una opresión sobre su cabeza
se manifiesta en forma de dolor de
cabeza. La persona supone que está
enferma, pero no es gripe sino hechicería.
3. A menudo las maldiciones proferidas
por la hechicería suscitan una cantidad
de excesivos temores que inundan
la mente. El escenario de imaginación
del individuo se convierte en
objetivo: en el centro del mismo,
imágenes grotescas bombardean su
mente. La persona carece de descanso
y de sueño profundo y reparador.
4. Cuando las maldiciones tienen como
objetivo una congregación, la relación
con las demás iglesias experimenta
constantes problemas y distrae al
cuerpo de Cristo de su enfoque y llamado
principal. Los niveles de irritabilidad
son altos y la paciencia es escasa.
Las personas se vuelven
quejumbrosas y recriminadoras entre
sí. El chisme y la murmuración aumentan
en proporción. La rebelión
contra los líderes de la iglesia parece
justificada y la tentación de abandonar
la comunión es fuerte.
Por todo lo anterior, es vital tomar nota de si cualquiera o
todos estos síntomas aparecen; y bueno, la causa quizá no
sea la hechicería. Sin embargo, una vez que estamos ciertos
de que en realidad estamos luchando contra un enemigo
espiritual, la victoria está cerca.
VISTÁMONOS DE CRISTO
Para ganar esta batalla, tenemos que entender en primer
lugar por qué el Señor permite el mal. Desde el comienzo, el
plan de Dios fue crear la raza humana a su imagen, de acuerdo
a su semejanza. Para facilitar su eterno propósito, el Se

ñor adapta el mal para producir un carácter piadoso en nosotros.


En otras palabras, jamás ascenderíamos a las alturas
de un amor semejante al de Cristo, que ama aún a su enemigo,
si no hubiera enemigos para perfeccionar nuestro amor.
Dios no nos puede establecer un corazón puro y un espíritu
recto sin permitir tentaciones y obstáculos reales que
tienen que ser rechazados y superados. La razón por la que
el Señor tolera incluso el mal en el mundo es para producirnos
una justicia que no sólo resista los ataques del enemigo
sino que se acreciente y brille desde su interior.
Por lo tanto, al tratar con la hechicería, debemos entender
que el objetivo primordial del Señor no es remover la
maldad de la sociedad sino transformar nuestros corazones a
la semejanza de Cristo. A medida que somos más como Jesús,
es decir, que amamos a nuestros enemigos y bendecimos
a los que nos maldicen, Cristo mismo se manifiesta de
una manera literal y tangible en nuestros espíritus, y el alma
transformada morará bajo el amparo y la protección de Dios.

La protección de
Dios contra la hechicería
La promesa de Dios no es guardarnos
del conflicto sino estar con nosotros
en medio de la batalla

M IREMOS OTRA VEZ los síntomas que acompañan los


ataques de la hechicería y apliquemos el principio
de transformación:
1. ¿cómo rompemos el efecto de las maldiciones
y la confusión que bloquea nuestra
visión?
Pues bien, bendiciendo a quienes nos maldicen. Aun si
no sabemos específicamente quién nos está dirigiendo una

maldición, oramos pidiendo una bendición para esas personas.


En otras palabras, pedimos que Dios los bendiga con la
misma bendición que experimentamos cuando nos arrepentimos
y vinimos a Cristo. Bendecimos, no maldecimos.
Esto es algo vital. Demasiados cristianos se enojan y se
amargan cuando están en conflictos. Si descendemos a los
niveles del odio, ya perdimos la batalla contra la hechicería.
Tenemos que cooperar con Dios para cambiar el mal que se
nos intentó a través de un mayor bien. Por eso es que bendecimos
a quienes nos maldicen. No es sólo por el bien de
ellos sino para evitar que nuestra alma responda de manera
natural hacia el odio.
Aunque la oración silenciosa es ciertamente una forma
aceptable de comunicación con Dios, nuestra experiencia es
que la oración audible tiene más fuerza y es más eficaz cuando
estamos en guerra espiritual. Un ejemplo típico de oración
contra la hechicería y sus maldiciones es la siguiente:
Padre celestial, Tú conoces la batalla que
se avecina contra mí (nosotros). Oro para que
perdones a quienes están sirviendo al diablo.
Señor, yo sé que dijiste que bendices a quienes
nos bendicen y que maldices a quienes nos
maldicen. Padre, estas personas ya están bajo
tu maldición. Por lo tanto, oro para que derrames
tus bendiciones redentoras, esas bendiciones
que disipan las tinieblas con la luz,
que vencen el mal con el bien, que llevan es

peranza a los desesperanzados, y vida a los


muertos. Te pido estas cosas, Padre celestial,
para que cumplas los propósitos redentores que
revelaste en tu Hijo Jesucristo, y satisfagas así
el anhelo de tu corazón. Amén.
2. ¿cómo derrotamos el poder que debilita
y oprime?
Nos arropamos con el manto de alabanza contra el espíritu
de pesadez. Por definición bíblica, la iglesia es la casa del
Señor, el templo de Dios. El propósito del templo no fue
«albergar» a Dios, porque aun los cielos de los cielos no lo
pueden contener. El templo fue creado para ofrecer adoración
al Todopoderoso, y para proveernos un lugar de acceso
a su habitación.
Por eso, el Espíritu Santo nos une de tal forma que proveemos
un templo vivo donde ofrecemos continua adoración
a Dios. La batalla en nuestra contra procura apartarnos
de ese propósito.
Ahora bien, si usted está soportando un ataque de hechicería,
comience a escuchar música de alabanza en su hogar o
vehículo. Únase a esos cánticos y permita que su corazón
alcance al Señor. Edifique una barrera de adoración en derredor
de su alma. Sea agradecido por todo lo que Dios le ha
dado. La Escritura nos dice que entremos «por sus puertas
con acción de gracias, por sus atrios con alabanza» (Salmos
100:4). Luego podemos elevar esta oración por liberación
de la opresión:

Padre celestial, buscas adoradores que te


adoren en espíritu y en verdad. En medio de
esta batalla escojo ser tu adorador. Entro por
tus puertas con acción de gracias. Gracias,
Señor Jesús, por salvarme, librarme del mal y
por las muchas veces que respondiste mis oraciones
y me proveíste. Gracias por todas las
bendiciones espirituales que ganaste para mí.
Ahora, en el nombre de Jesús, rompo el poder
de la opresión. Oro por los cristianos de mi
iglesia y por todos los de mi ciudad para que
sean libres de esta opresión. Señor, levanta un
ejército de adoradores, un sacerdocio guerrero
que te glorifique en la tierra. Amén.
3. ¿cómo vencemos el temor?
La Escritura nos dice que el perfecto amor echa fuera el
temor (ver 1 Juan 4:18). El Señor no nos dio espíritu de
temor sino de poder, amor y dominio propio (ver 2 Timoteo
1:7). El diablo es mentiroso y padre de mentiras, no puede
decir la verdad. No importa lo que este ser le diga a usted,
no es verdad sino una perversión de la misma. Jesús también
dijo que el diablo es homicida. Cuando le creemos al diablo
en vez de a Dios, esto declina proporcionalmente la calidad
de nuestra vida; algo en nosotros muere, y todo por creer sus
mentiras. Por lo tanto, tenemos que dejar de escucharle y
tan solo hacer lo que el Señor nos manda.
¿Y qué tal si ello me causa mal? Bueno, ser cristianos no
es una garantía de que el mal no nos toque. El apóstol Pedro

nos dice: «Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la


carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento»
(1 Pedro 4:1). Una cosa es saber que Cristo murió por los
pecados del mundo y otra muy diferente oírle decir: «Ven y
sígueme» (Lucas 18:22). Los temores que nos atan a menudo
son el resultado de la condición de nuestra voluntad vacilante
e indecisa. Una vez que decidimos seguir a Cristo
realmente, superamos la esclavitud del temor.
¿En dónde, pues —pregunta usted—, está el arma o la
protección de Dios? El Señor nunca nos prometió inmunidad
contra el dolor. Habrá ocasiones cuando seremos lastimados.
No obstante, mediante el amor de Cristo nuestro ser
interior saldrá ileso. Jesús dijo que «seréis entregados aun
por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y
matarán a algunos de vosotros; y series aborrecidos de todos
por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza
perecerá» (Lucas 21:16-18).
Dios no prometió guardarnos del conflicto sino estar con
nosotros en medio de éste. Aunque se nos lleve a la muerte,
cada parte de nuestra vida experimentará resurrección, porque
«ni un cabello de vuestra cabeza perecerá».
Ciertamente parte de nuestro armamento contra el diablo
es el conocimiento de que la muerte no nos puede retener.
Además, el diablo no puede atormentarnos con el temor
de morir si sabemos que la muerte no es otra cosa que
el encuentro con Dios, y que nuestra partida de la tierra es
sólo nuestro arribo al cielo.
Oremos una vez más:
Señor Dios, perdona por mis temores. Confieso
que estuve procurando salvar mi vida
cuando Tú, de hecho, me llamaste a perderla
por tu causa. Con el poder de tu Espíritu,
renuncio al temor. No me diste espíritu de
temor. Señor, me rindo a la visión y al coraje
de tu Hijo Jesús para vivir de acuerdo con tu
voluntad, sin importar el costo. También oro
por otros dentro del cuerpo de Cristo que estarán
luchando con excesivos temores e imaginaciones
que los intimidan. En el nombre
de Jesús, ato el espíritu de temor y oro para
que, de acuerdo con tu promesa, liberes a tu
pueblo de todos sus temores. En el nombre de
Jesús. Amén.
4. para terminar el ataque contra la congregación
—las irritaciones constantes,
la división y la contienda entre los hermanos—,
tenemos que sacar a la luz la
obra del diablo.
Miles de iglesias ganaron ventaja en su lucha contra las
tinieblas sencillamente por reconocer que las personas no
son nuestros enemigos reales; ¡el diablo es nuestro enemigo!
Padres, madres, pastores, intercesores y obreros cristianos
de todos los tipos deben tener este conocimiento fundamental
de guerra espiritual y la disposición a ejercer autoridad. Cuando
el enemigo procura llevarnos a una situación de conflicto

o división con una o más personas, tenemos que discernir


esta actividad satánica como un complot para apartarnos de
una bendición que Dios planeó para nosotros. Por eso tenemos
que acudir de forma rápida a la intercesión por esa persona
o iglesia. Esta postura de oración tiene que extenderse
más allá de nuestras relaciones cercanas en la iglesia a todo el
cuerpo de Cristo en la ciudad. Somos guardas de nuestro
hermano o hermana. Tenemos que reconocer que si vamos a
ser efectivos en resistir al enemigo, la iglesia tiene que convertirse
en casa de oración.
Señor, te pedimos que nos concedas el don
de discernimiento. Perdónanos por juzgarnos
unos a otros y por fallar en ver la obra del
enemigo que busca dividirnos. Padre, nos sometemos
a la mente de Cristo. Te pedimos que
nos des tu percepción para que podamos ver
lo que estás haciendo en la iglesia. Señor, también
te pedimos confianza para defendernos
mutuamente de las voces acusadoras que nos
siembran sospechas. Ayúdanos, Señor, a orar
cuando escuchemos un rumor, a ser intercesores
cuando veamos una falta, y a convertirnos
en casa de oración de pacto por la iglesia
en esta ciudad. En el nombre de Jesús. Amén.

Potrebbero piacerti anche