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LA DISCIPLINA DE LA TEOLOGÍA ESPIRITUAL Y SU OBJETO PROPIO

La espiritualidad forma parte de una disciplina teológica y la teología implica la aceptación de la


fe en Dios que se ha manifestado libremente y que entregó a la Iglesia una revelación que abraza
toda la realidad y revela su significado último y cuya certeza como ciencia tiene un doble nivel, el
de la fe y el de la investigación científica y racional llevada a cabo por la filosofía y las mismas
ciencias exactas y humanas. La disciplina de la teología es compleja y ello se muestra claro en la
teología espiritual, pues la vida espiritual que estudia es una vida concreta que participa de la vida
divina e implica no solo la fe, sino una fe vivida que tiene a Dios como protagonista, lo que permite
la precomprensión de las experiencias profundas de Dios.
La teología espiritual tiene un aspecto esencialmente dinámico, no solo describe las
estructuras sobrenaturales, sino que le interesa además la transformación y el desarrollo de la vida
sobrenatural del sujeto que responde a la voluntad de Dios que llama a cada uno a la santidad. El
primer aspecto de la vocación mencionada es la santidad moral, la cual la alcanza el hombre a
través de las virtudes, especialmente de las teologales, pero aquí surge un problema ¿cómo unir las
diversas perspectivas morales, la natural y la sobrenatural?
La ética evangélica nos da la respuesta, en ella la autonomía está subordinada a un momento
de comunión, ya que la vida ética debe integrarse en una dinámica más amplia que dimana de la
caridad sobrenatural, esto nos lleva a reconocer que la vida ética cristiana evoluciona a medida que
progresa la vida de unión con Dios. Otro aspecto aunado a la santidad moral es de tipo ontológico,
pues no pude olvidase que la santidad es participación en la vida de Dios trino, fin último del
hombre al que caminamos por vías diversas según el aspecto teológico privilegiado.
Pero a pesar de los múltiples caminos de la espiritualidad, el mundo divino manifestado
históricamente y según las estructuras transmitidas por la Iglesia, se articula de manera estable y la
permanencia de los condicionamientos naturales y sobrenaturales explica como a través de las
múltiples perspectivas el proyecto espiritual del cristiano es el mismo en esencia.
Al respecto de lo anterior, la perspectiva cristiana parte de la relación misma que existe
entre el hombre y Dios tal como se ha vivido en la Iglesia, destacando la necesidad de la teología
espiritual de apoyarse en la revelación y la comunicación de la vida divina, así como la vida
espiritual de los santos propuestos por la Iglesia, además, debe tener en cuenta el desarrollo
concreto de la vida cristiana, la dimensión experiencial, pues ello hace que la teología espiritual
contribuya al enriquecimiento del pensamiento teológico.
Continuando con lo dicho, la vida espiritual no puede consistir en la especulación, sino que
debe implicar una actitud práctica y es que el conocimiento de Dios por experiencia personal se
distingue del que se adquiere por el estudio doctrinal, así es como la teología espiritual busca una
cierta inteligencia de la vida cristiana vivida en concreto, lo cual nos remite a una noción más
amplia, la de la experiencia religiosa, es decir, la relación viva con una realidad trascendente.
La fenomenología nos dice que la experiencia religiosa y la mística son testigos de un doble
movimiento de trascendencia: de la conciencia respecto a su propia actividad intramundana de
conocimiento y transformación y trascendencia de un mundo divino que se ofrece como absoluto
respecto al sujeto finito. Aún ante lo dicho por la fenomenología cabe la pregunta ¿la experiencia
religiosa no estará siempre condicionada por el sujeto?
Los fenomenólogos han puesto de manifiesto la presencia de muchas estructuras a priori
que condicionan la experiencia religiosa y aparecen también al transmitirlas, entonces, cuál sería
el término que alcanza dicha experiencia. Si la percepción es la relación de la conciencia con el
mundo y al realizarla, la persona lo hace de manera selectiva, guiada por el deseo de realizar la
conjunción e identificación de su propia percepción y sentido de vida y también influye el estado
afectivo según se resienta en los intereses de las personas en las diversas épocas, esto plantea de
forma aguda el problema de su valor objetivo.
Aquí hay que decir que el fundamento propio de la experiencia cristiana que asegura su
validez objetiva es la fe y la comunicación de la vida divina. La fe es don de Dios y gracias a ella
el cristiano se adhiere a la revelación divina y se inserta en el misterio de la salvación, es una
participación de la luz divina que nos eleva por encima de nuestro razonamiento y sentimientos y
que, al estar articulada con la esperanza y la caridad, crea en nosotros un nuevo nivel de conciencia
que penetra hasta la esfera divina. Así, al ejercitar las virtudes teologales, la experiencia cristiana
supera la experiencia religiosa, pues por la gracia recibida voluntariamente las personas son
transformadas y tienen en sí la presencia de las Personas divinas.
La experiencia religiosa se da en función de la cultura, para los cristianos la cultura es el
contenido objetivo de la fe y a la praxis que de ella se deriva, por lo que podemos calificar la vida
cristiana como vida en Cristo. Totalmente cristocéntrica, la experiencia espiritual cristiana se
articula en torno a tres ejes: la trayectoria espiritual seguida en la encarnación (Cristo vivió una
vida concreta), la estructura ontológica de Jesús (su encarnación significa el acceso definitivo se la
humanidad a la esfera de lo divino) y su condición de Hijo en relación con el Padre y el Espíritu
(el Absoluto es relación de personas, relación en la que estamos llamados a participar). Esto es lo
que constituye la singularidad de la fe y experiencia cristianas.
Pero ¿dónde situar la experiencia religiosa concreta? En la oración, en ella el hombre asume
una actitud receptiva de espera y de receptividad a la presencia de Dios confiriendo a nuestras
operaciones espirituales un peso de realidad. El primer momento es ponerse en presencia de Dios,
se trata de la experiencia de la receptividad, disponerse a escuchar y a acoger, lo que da una garantía
de objetividad, en cuanto que es criterio de autenticidad de vida cristiana.
Si la oración introduce en la vida espiritual, la oración mística acentúa este aspecto hasta
conducir a una actitud de pasividad ante la acción de Dios, en ella Dios revela su misterio, aunque
dentro de la oscuridad de un conocimiento inadecuado a su trascendencia. Hay que añadir, por
último, el término de conciencia espiritual, por el que hemos de entender aquella manera especial
de asumir personalmente el don divino de la vida cristiana, pues si bien, la vida espiritual, por ser
sobrenatural depende de Dios, habiendo dado al hombre libertad, Dios precisa de su cooperación.

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