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EL TEXTO DIALÓGICO
Estructura y características
Es una forma de interacción directa entre los hablantes y depende de todos los
interlocutores que participan en él. Además, se caracteriza presentan una estructura
formal, la toma de turnos, y una organización del contenido que se manifiesta
mediante el manejo del tema.
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01/01/2018
DEDICATORIA
AGRADECIMIENTO
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INTRODUCCIÓN
El discurso verbal, por lo que se refiere a la emisión, adopta dos formas fundamentales: la del
monólogo y la del diálogo. La primera designa el discurso de un solo emisor; la segunda es una
cadena de intervenciones lingüísticas organizadas en progresivo presente, con dos o más
interlocutores cara a cara, en situación compartida, en funciones alternativas de emisor y
receptor.
Además de estar en el sustrato de otras formas discursivas, el diálogo aparece como secuencia
secundaria o incrustada en otros modos de organización textual. El teatro o el cine toman el
diálogo como forma en que se desarrolla el relato. La novela o el cuento incluyen muy a
menudo fragmentos dialogados. La explicación y la argumentación tuvieron su expresión
primera en forma de diálogos (desde los clásicos griegos hasta el Renacimiento), e incluso la
poesía – además de que es habitual que se dirija a una persona de forma más o menos explícita-
incorpora formas dialogales en sus versos.
En conclusión, dada su naturaleza, el diálogo puede ser analizado bajo tres perspectivas
principales: como un proceso interactivo, que forma parte de las relaciones sociales de la vida
del hombre, y como tal puede ser objeto de la pragmática; como una construcción verbal, objeto
de una investigación lingüística; y como un recurso literario, cuya presencia en el discurso, solo
o alternando con monólogos, está determinado por, y a la vez condiciona a, otras formas que
están en relación con el género, las voces, etc. y que pueden ser objeto de una teoría literaria
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1. DEFINICIÓN Y CUESTIONES PREVIAS
1.1. Definición
La función del diálogo se identifica con lo que Vygotsky señaló para el lenguaje: el diálogo se
define, funcionalmente, como una estrategia de comunicación entre dos personas que comparten
la misma situación comunicativa, es decir, estén presentes en las mismas coordenadas espacio-
temporales.
Además, en el monólogo, donde emisor y receptor coinciden, el diálogo nos sirve para
conceptualizar el mundo e interiorizar nuestras actuaciones sobre él. También es necesario para
demandar información y contactar con otros interlocutores. De este modo, el lenguaje, según
Vygotsky, se hizo esencialmente a partir del diálogo no sólo en la filogénesis sino también en la
ontogénesis.
El diálogo, por tanto, es un bucle del sistema de comunicación, por el que un emisor cifra un
mensaje que descifra el receptor, que, a su vez, pasa a ser nuevo emisor que se dirige al antiguo
emisor, ahora receptor suyo. Es, así, una sucesión de intercambios verbales cuyos significados
se valen de los anteriores.
Frente a las otras formas textuales establecidas por las tipologías comúnmente manejadas
(narración, descripción, argumentación…), el diálogo presenta una apariencia de desorden y
heterogeneidad que ha llevado a poner en duda su existencia como tipo textual. Los argumentos
que apoyan este rechazo son dos: por un lado, el diálogo puede consistir en fragmentos
argumentativos, narrativos, descriptivos, etc.; por otro, en el diálogo intervienen varios
interlocutores, frente al carácter monológico de las demás formas textuales.
Adam (1992) rebate estas objeciones para afirmar la existencia de la secuencia dialógica:
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Por otro lado, el aparente monologismo de las otras secuencias textuales viene siendo negado
por aquellos estudiosos que contemplan la emisión de cualquier texto en su contexto de
enunciación. Jakobson señalaba que “todo discurso individual supone un intercambio”. Los
textos narrativos, descriptivos o expositivos son monológicos sólo en su forma exterior por la
intervención de un único sujeto hablante; sin embargo, su estructura semántica y estilística
revela un dialogismo de base.
A pesar de las diferencias apuntadas, el hecho de que ambos desarrollen una actividad verbal
con intercambio de roles, nos permitirá tratarlos unitariamente y referirnos indistintamente a
uno u otra. Por otro lado, partiendo de esta distinción, analizaremos la estructura del diálogo
como construcción textual que presenta una serie de características tipológicas generales que
determinan su funcionamiento y que se materializa, de manera más espontánea y natural, en la
conversación cotidiana.
En los estudios sobre la conversación existe un acuerdo respecto a que la estructura dialogal
tiene que describirse atendiendo a una doble perspectiva, a saber, su carácter secuencial y
su carácter jerárquico. Es secuencial en tanto que el sentido de cualquier fragmento o
enunciado sólo se puede interpretar de forma cabal en función de lo que se ha dicho y lo que se
dirá a continuación (por parte de la misma persona o de otra); y es jerárquico en la medida en
que nos muestra la existencia de unidades de diferente rango o nivel imbricadas unas en otras de
menor a mayor en la construcción conversacional, desde la unidad mínima monologal –el acto-
hasta la unidad máxima dialogal –la interacción-. El esquema propuesto por Calsamiglia y
Tusón (1999) para dar cuenta de este orden jerárquico, de menor a mayor, es el siguiente:
Unidades monológales:
b) la intervención de un participante
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c) el intercambio
Unidades dialogales:
d) la secuencia o episodio
e) la interacción.
2.1. El acto
Expresivos. Sirven para expresar el estado psicológico sobre lo que siente o piensa el hablante
(agradecer, felicitar, disculparse, dar la bienvenida, expresar la condolencia, etc.), de acuerdo
con el contenido proposicional: Lamento comunicarles que no han llegado a tiempo.
Directivos. Los emplea el hablante para intentar que el receptor haga algo (mandar, pedir, rogar,
implorar, dar instrucciones, solicitar, etc.): Les ruego que no lleguen tarde.
Comisivos. Expresan el compromiso que adquiere el que lo expresa de que actuará o ejecutará
algo en el futuro (prometer, garantizar, amenazar, apostar, etc.): Iré por la tarde
Representativos. Los emplea el hablante para exponer que lo que declara es verdadero (asegurar,
explicar, describir, explicar, etc.): Les aseguro que no han llegado a tiempo.
Declarativos. Se emplean en las fórmulas civiles y religiosas por medio de las cuales se
adquiere una nueva condición o estado: Yo os declaro marido y mujer.
Adam señala en este sentido que un gesto puede reemplazar a un enunciado verbal, por lo que
prefiere hablar de cláusula para designar una conducta que puede ser verbal o gestual y que
constituye la unidad mínima de acción.
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acción que pone en marcha el emisor. En los diálogos suele haber una intervención iniciativa
que dirige el intercambio y asigna los roles, derechos y deberes a los participantes en la
interacción (petición de información, excusa, oferta…). La intervención puede presentar,
además, varios elementos: un constituyente director, de aparición obligatoria, que da sentido a
la intervención y aporta la fuerza elocutiva, y uno o varios constituyentes subordinados, que
pueden aparecer o no y que refuerzan, justifican o aclaran el acto anterior.
2.3. El intercambio
Entre las unidades dialógicas el intercambio constituye la unidad mínima formada por, al
menos, dos intervenciones marcadas por el cambio de interlocutor. La forma más prototípica es
el intercambio de tipo binario en el que a una intervención iniciativa sucede una intervención
reactiva. Son las llamadas pares adyacentes en los que un turno presupone la aparición
consecutiva del otro. Uno de los ejemplos más típicos son los saludos de inicio o despedida del
tipo:
A. Adiós.
B. Hasta luego.
La complementariedad de las dos partes de estos pares puede verse interrumpida por la
introducción de otras intervenciones:
Las secuencias son series de intercambios que presentan unidad temática o de intención. Adam
distingue dos tipos de secuencias: las secuencias fáticas, que sirven para la apertura y el cierre, y
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las secuencias transaccionales, que constituyen el cuerpo de la interacción. Las secuencias de
apertura y cierre están muy ritualizadas y más estructuradas que las transaccionales.
Van Dijk (1978), tomando como objeto de análisis la conversación cotidiana, distingue las
siguientes categorías:
a) Apertura. Está formada por una serie de turnos cuya función es situar la conversación para no
empezar in medias res. Las fórmulas típicas son las del saludo (hola, me alegro de verte, qué
tal…). La apertura es un indicador del medio social en el que se desarrolla la conversación.
b) Orientación. Incluye la serie de turnos que tienen como función preparar el tema de la
conversación. Con ellos se pretende despertar el interés del interlocutor o constatar que ese
interés existe. A esta categoría pertenecen giros estereotipados como ¿Sabes lo que me pasó
ayer?
d) Conclusión. Es una serie de turnos cuya función es la terminación del tema. Puede ir
acompañada de oraciones de síntesis (Nunca me había pasado algo así) o de expresiones del
otro que exigen la pronta terminación del tema (bien, bueno, vale…). La conversación no
necesariamente tiene que terminar con la conclusión, sino que un hablante puede sentir la
necesidad de iniciar otro tema y comenzar de este modo otra conversación, por lo que la
secuencia Orientación-Objeto de la conversación-Conclusión sería también recursiva.
Todos los estudiosos de la conversación están de acuerdo en señalar que las estructuras son
propuestas son esquemas más o menos prototípicos, pero en ningún caso rígidos o de
cumplimiento obligado, ya que la interacción verbal, más aún que en otros tipos textuales, está
sujeta a toda suerte de factores contextuales, psicológicos y de diversa naturaleza que alteran,
interfieren o modifican el desarrollo del evento comunicativo.
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3. FORMAS DISCURSIVAS DEL TIPO DIALÓGICO
Van Dijk enumera una serie de rasgos que permiten definir las distintas formas de interacción
dialogal: a) la secuencia de actos de habla; b) la categoría de los participantes y sus
contribuciones; c) la situación social (privada, pública o institucional); d) el grado de
convencionalizarían; e) el objetivo social de la interacción; f) las normas, reglas y convenciones
que rigen en la interacción. Así, por ejemplo, una asamblea se define como una serie de actos de
habla de diferentes interlocutores, entre los cuales uno, por su rol de presidente, organiza las
intervenciones, su duración, el tema del diálogo, etc. Puede ser más o menos formal e
institucionalizada, y el objetivo perseguido suele ser la toma de decisiones colectivas.
Una primera división de las manifestaciones dialogales parte de la situación en que se produce
la interacción, según se trate de un diálogo en situación directa de comunicación o bien de
un diálogo reproducido. En el primer caso, el diálogo es una exigencia de la situación
comunicativa: hay un diálogo cuando dos o más personas están presentes en el momento mismo
de la comunicación e intercambian alternativamente los papeles de emisor y receptor, y lo
significativo es que, en cada intervención, cada uno de los interlocutores que participan decidirá
narrar, exponer, describir o argumentar algo. En el segundo caso, el diálogo responde a la
intención del autor, que puede presentar determinada información “como si” fuera un diálogo
que mantienen dos o más personas. En estos casos, el diálogo se opone a la narración, a la
descripción, a la exposición y a la argumentación de opiniones, ya que es un modo de organizar
el propio discurso (el del autor).
Se pueden diferenciar dos tipos de diálogos según el grado de planificación que presentan: la
conversación y los diálogos organizados.
La conversación es un tipo de discurso oral, de carácter dialógico, que se caracteriza por rasgos
como los siguientes:
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El carácter abierto del diálogo, esto es, los turnos de habla o de palabra se articulan de forma
libre, sin normas prefijadas, incluso con la yuxtaposición de intervenciones.
El carácter “multitópico”, esto es, los hablantes pueden introducir nuevos asuntos en el curso
del diálogo ya que, en cierto modo, la acción de conversar supone aceptar la introducción de
tópicos no previstos en el arranque del discurso.
En cuanto a los diálogos organizados, son intercambios que están sujetos a una previa
planificación: el momento y el lugar están fijados, y a veces incluso se determina con antelación
el tema y el objetivo que los provoca. En la mayoría de los casos están programados
unilateralmente y los participantes intervienen según el rol que desempeñan en esa situación
concreta y esa función está asignada en virtud de factores profesionales, sociales, etc. Además,
los turnos de intervención suelen estar establecidos de antemano y uno de los participantes,
llamado generalmente moderador, introduce el tema, controla su desarrolla coherente, y regula
el reparto y orden de los turnos. Entre los textos orales no espontáneos se encuentran las
siguientes:
El debate es un diálogo con carácter polémico que tiene la finalidad de intercambiar opiniones
sobre un determinado tema. Está basado en la argumentación de la tesis que se defiende, de
modo que las personas que intervienen pueden defender un determinado planteamiento y rebatir
los de otros con argumentos. Está dirigido por un moderador que introduce el tema, regula el
tiempo de las intervenciones y los turnos de réplica y al final resume las principales ideas
expuestas.
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La tertulia es una discusión informal entre varios interlocutores sobre uno o varios temas.
Supone un intercambio entre distintos interlocutores que se encuentran en un lugar y hora
determinados para hablar de temas de actualidad. El moderador de la tertulia, si lo hay, suele
limitarse a iniciarla, a introducir los cambios de tema y a darla por finalizada.
En realidad, los elementos dialogísticos aparecen en las obras literarias de maneras muy
diferentes: bien pueden constituir la estructura básica de enunciación del texto en su totalidad,
en los géneros dramáticos o en el género histórico del diálogo expositivo; bien puede
virtualmente insertarse en cualquier forma literaria, tal como sucede en los principales
subgéneros narrativos.
En cualquier caso, el diálogo sufre una serie de transformaciones al incluirse en los diferentes
tipos literarios. Por ello conviene tener siempre presente que el hecho de configurar o formar
parte de una “representación” literaria es lo que convierte el diálogo en un instrumento o
elemento de construcción del universo imaginario de la obra de ficción. De hecho a través del
diálogo literario queda impreso un complejo contexto de índole extraverbal, que incluye el
modo de enunciación, la actitud de los personajes, sus gestos, movimientos, distancias, etc.
Teniendo en cuenta lo expuesto, revisaremos a continuación los modos distintivos del diálogo
en los géneros literarios en que aparece como constituyente importante.
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realidad, el hecho de que a través de una sucesión de réplicas de los personajes deba darse
cuenta de un universo imaginario completo, en el que obviamente se incluyen numerosos
aspectos de índole no conversacional, es un factor de constitución del diálogo dramático,
sometido a una manipulación que lo aleja de los diálogos comunes. Además, a ese componente
de carácter verbal hay que añadir la recreación de la situación extralingüística en la que se lleva
a cabo el diálogo, lo que supone la aparición en el texto teatral de otras secuencias no
dialógicas.
El diálogo como género literario. El diálogo constituye el elemento fundamental del género
didáctico-ensayístico que lleva su nombre. Su cultivo, asociado desde la Antigüedad a la
exposición de conocimientos e ideas, ha llegado hasta nuestros días, en los que, aunque resulte
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menos familiar que otras formas de ensayo, sigue siendo un óptimo y ameno instrumento de
exposición intelectual.
Es muy importante el elemento de la ficción conversacional, que tiende a hacer ver el diálogo
literario como reflejo de la conversación real. Para ello se introducen procedimientos teatrales
(acotaciones, apartes, monólogos) y una serie de interrupciones digresivas, que aligeran la
marcha temática de la conversación.
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4. CARACTERÍSTICAS PRAGMÁTICAS
Es un proceso que se desarrolla con la alternancia de turnos regulada por una normativa
social y, en consecuencia, tiene la forma de discurso fragmentado.
De estos tres rasgos se derivan sus características y normas pragmáticas más importantes:
El diálogo es una actividad regida por normas que regulan la conducta de los hablantes, como
todas las actividades sociales que se desarrollan por turnos. Quizá la norma previa más amplia
para el diálogo es la que reconoce a toda la dialogante libertad de intervención y las mismas
posibilidades de uso de los turnos, independientemente de que su situación social fuera del
diálogo sea de desigualdad, pues no admite jerarquías.
Además, la participación de los hablantes debe ser activa. No es suficiente que uno hable y el
otro escuche: es norma regulativa del diálogo que sus sujetos intervengan como hablantes y
como oyentes, de modo que tan descortés es no hablar como no escuchar.
Por otro lado, el sujeto en sus turnos de oyente ha de mostrar mediante signos no verbales que
está escuchando y demostrar en sus turnos de hablante que ha oído y entendido las
intervenciones de los demás, pues rompe las normas regulativas del diálogo el hecho de
intervenir fuera de contexto, ya que supondría impedir el avance hacia la unidad de fin. Los
dialogantes no pueden limitarse a asentir, o a estar presentes para que el interlocutor disponga
de un tú, ya que esta situación es típica del monólogo, pero no la del diálogo, que es un proceso
interactivo.
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B) Los cambios de turno.
C) El principio de cooperación.
La conversación es, por tanto, un medio de interacción humana para convencer, admirar,
solicitar, ordenar, etc. Al ser un intercambio, dependerá estrechamente de la intención y de los
propósitos de los participantes, lo que supone que cada vez que entablemos una conversación,
necesitaremos determinar el propósito de la misma para no caer en una situación de
incomprensión.
Toda conversación se rige, además, por una serie de “normas” que establecen su regulación
social. Grice parte del supuesto de que para que una conversación se lleve a cabo con éxito es
necesario, al igual que en cualquier otra acción de carácter colectivo, que quienes participen en
ella lo hagan de forma cooperativa. Por ello propone una serie de principios no prescriptivos
aceptados por los participantes en una conversación que conforman lo que denomina principio
de cooperación.
Este principio general se desglosa en cuatro máximas de menor rango a las que Grice da
importancia si se quiere tener éxito en la interacción:
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Manera o modo: la emisión ha de ser clara, breve y ordenada.
Otro tipo de acciones de carácter no verbal que garantizan la coherencia lineal entre los turnos.
Se trata de aspectos como el contacto visual, los gestos, la mímica o la distancia entre los
interlocutores, que no sólo condicionan y posibilitan la correcta interpretación de los
enunciados, sino que pueden ser también condiciones o consecuencias de otros actos de habla.
Los análisis lingüísticos del diálogo se han centrado con preferencia en su naturaleza de
discurso directo y en su forma de discurso segmentado.
Por un lado, los rasgos lingüísticos con los que se suele caracterizar el diálogo tienen uso
también fuera de él, pero su índice de frecuencia es más alto en el discurso dialogado y le
confieren una relativa especificidad. Los índices caracterizadores del discurso dialogado son los
siguientes:
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El predominio de índices de dirección al receptor: frases interrogativas, exhortativas,
exclamativas, etc., con las que se requiere el conocimiento, la acción o la atención del
interlocutor; y el modo imperativo.
Mientras que los medios gramaticales de conexión son dictados por la competencia lingüística
de los hablantes, la coherencia del diálogo depende, por tanto, de su competencia lógica y
discursiva. Hay quien habla correctamente, pero “se pierde” en ideas o en esquemas; hay quien
verbaliza mal, o construye mal, pero no pierde de vista los esquemas subyacentes, e interviene
oportunamente en el dialogo. El diálogo exige para su coherencia que todos lo hablantes se
atengan a las normas gramaticales, pero también que sepan por dónde se está discurriendo.
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6. CONCLUSIÓN
El diálogo, al ser un discurso formado por enunciados segmentados en partes que emiten dos o
más interlocutores, representa mejor que ningún otro la naturaleza social de la lengua. Además,
como variedad de discurso cuenta entre sus múltiples manifestaciones con la forma más natural
y espontánea de uso del lenguaje: la conversación. Esta constituye la base de las relaciones
sociales, por lo que es necesario abordar su estudio desde múltiples perspectivas que permitan
dar cuenta de su complejidad e importancia para el mantenimiento del tejido social.
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BIBLIOGRAFÍA
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