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La Didaché
II. La Didaché”.
El índice del códice en que fue hallada la Didaché cita esta en la forma abreviada: Διδαχή των
δώδεκα αποστόλων, el título completo de la obra es Διδαχή του Κυρίου δια των δοδεκα αποστόλων
τοις εθνεσιν, o sea: “La instrucción del Señor a los gentiles por medio de los doce Apóstoles.” Este
último parece haber sido el título primitivo. El autor no revela su nombre. Pero sería aventurado
suponer, como lo hiciera Duchesne, que el título quiera indicar una paternidad apostólica. El texto no
justifica semejante conjetura en manera alguna. La intención del autor de la obra fue evidentemente
dar un breve resumen de la doctrina de Cristo tal como la enseñaron los Apóstoles a las naciones.
Esto explicaría su título.
A juzgar sólo por el título, uno podría creer que la Didaché contiene la predicación evangélica
de Cristo; vemos, en cambio, que es más bien un compendio de preceptos de moral, de instrucciones
sobre la organización de las comunidades y de ordenanzas relativas a las funciones litúrgicas;
tenemos aquí un conjunto de normas que nos ofrecen un magnífico cuadro de la vida cristiana en el
siglo II.Esta obra viene a ser de hecho, el código eclesiástico más antiguo, prototipo venerable de
todas las colecciones posteriores de Constituciones o Cánones apostólicos con que empezó el
derecho canónico en Oriente y Occidente.
1. Contenido
El tratado está dividido en 16 capítulos, en los cuales se pueden distinguir claramente dos
partes principales. La primera (c.1-10) presenta unas instrucciones litúrgicas; la segunda (c.11-15)
comprende normas disciplinares. La obra concluye con el capítulo sobre la parousia del Señor y sobre
los deberes cristianos que se deducen de la misma.
La primera sección (c.1-6) de la parte litúrgica contiene directivas sobre la manera de instruir
a los catecúmenos. La forma en que están redactadas estas instrucciones es muy interesante. Las
reglas de moral son presentadas bajo la imagen de los dos caminos: el del bien y el del mal. El texto
empieza así:
Dos caminos hay, uno de la vida y otro de la muerte; pero grande es la diferencia que hay
entre estos caminos. Ahora bien, el camino de la vida es éste: en primer lugar amarás a Dios, que te
ha creado; en segundo lugar, a tu prójimo como a ti mismo. Y todo aquello que no quieras que se
haga contigo, no lo hagas tú tampoco a otro (1,1-2: BAC 65,77).
Mas el camino de la muerte es éste: ante todo, es camino malo y lleno de maldición: muertes,
adulterios, codicias, fornicaciones, robos, idolatrías, magias, hechicerías, rapiñas, falsos testimonios,
hipocresías, doblez de corazón, engaño, soberbia, maldad, arrogancia, avaricia, deshonestidad en el
hablar, celos, temeridad, altanería, jactancia (BAC 65,83).
Este recurso de los dos caminos, que se utiliza aquí como método básico para la formación
de los catecúmenos, lleva el sello de una concepción griega conocida desde antaño. Se utilizaba en
las sinagogas helenísticas para instruir a los prosélitos.
Son muy importantes para la historia de la liturgia los capítulos 7-10. En primer lugar se dan
normas para la administración del bautismo:
Acerca del bautismo, bautizad de esta manera: Dichas con anterioridad todas estas cosas,
bautizad en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, en agua viva. Si no tienes agua viva,
bautiza con otra agua; si no puedes hacerlo con agua fría, hazlo con agua caliente. Si no tuvieres una
ni otra, derrama agua en la cabeza tres veces en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo
(7,1-3: BAC 65,84).
Según este pasaje, el bautismo de inmersión en agua corriente, es decir, en ríos y manantiales,
era la forma más ordinaria de administrar este sacramento; se autorizaba el bautismo por infusión en
casos de necesidad. Esta es la única referencia de los siglos I y II acerca del bautismo de infusión.
Oración y liturgia.
La recitación de la oración dominical tres veces al día es obligatoria para los fieles. Los
capítulos 9 y 10 tienen importancia para la historia de la liturgia, puesto que contienen las preces
eucarísticas más antiguas que poseemos:
Se ha propuesto más de una vez la hipótesis de que estas preces no son específicamente eucarísticas,
sino simplemente oraciones o bendiciones de mesa, pero no se puede sostener. La parte referente a
la Eucaristía está íntimamente unida a la del bautismo, señal de que estos dos sacramentos están
también asociados, a no dudarlo, en la mente del autor. Además, los no bautizados están
expresamente excluidos de la recepción de la Eucaristía. El capítulo 10 cita una plegaria que hay que
decir después de la comunión:
Después de saciaros, daréis gracias así: “Te damos gracias, Padre Santo,
A la Eucaristía se la llama aquí claramente manjar y bebida espiritual (πνευματική τροφή και ποτόν)
y el autor añade: “El que sea santo, que se acerque. El que no lo sea, que haga penitencia” (10,6).
Hay muchos indicios, pero sobre todo el contexto, que corroboran la opinión de que estas
prescripciones se enderezaban a regular la primera comunión de los que acababan de ser bautizados
en la vigilia pascual. La celebración eucarística ordinaria de los domingos está descrita en el capítulo
14:
Reunidos cada día del Señor, romped el pan y dad gracias, después de haber confesado
vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro. Todo aquel, empero, que tenga contienda
con su compañero, no se junte con vosotros hasta tanto no se ha van reconciliado, a fin de que no se
profane vuestro sacrificio. Porque éste es el sacrificio del que dijo el Señor: “En todo lugar y en todo
tiempo se me ofrece un sacrificio puro, porque yo soy rey grande, dice el Señor, y mi Nombre es
admirable entre las naciones” (BAC 65,91).
La referencia concreta a la Eucaristía como sacrificio (θυσία) y la alusión a Malaquías (1,10)
son significativas.
Confesión
Jerarquía
Elegíos, pues, inspectores y ministros dignos del Señor, que sean hombres mansos,
desinteresados, verdaderos y probados, porque también ellos administran el ministerio de los profetas
y maestros. No los despreciéis, pues, porque ellos son los honrados entre vosotros, juntamente con
los profetas y los doctores (15,1-2: BAC 65,92).
Este pasaje nos da pie para concluir que, además de la jerarquía local, jugaban un papel
importante los llamados profetas. En el capítulo 13,3 leemos acerca de ellos: “Ellos son vuestros
sumos sacerdotes.” Podían celebrar la Eucaristía: “A los profetas, permitidles que den gracias
(ευχαριστεΐν) todo el tiempo que quieran” (10,7). Tenían derecho a las décimas de todos los ingresos:
“Así, pues, de todos los productos del lugar y de la era, de los bueyes y de las ovejas, tomarás las
primicias y se las darás como primicias a los profetas... Igualmente, cuando abrieres un cántaro de
vino o de aceite, toma las primicias y dalas a los profetas. De tu dinero y de tus vestidos y de todo
cuanto poseas tomarás las primicias, según te pareciere, y las darás conforme al mandato” (13,3-7).
El rango que ocupaban los profetas era tenido en mucha estima, pues se decía de ellos que no podían
ser juzgados: “El (el profeta) no será juzgado por vosotros, pues su juicio corresponde a Dios” (11,11).
Sería, en efecto, un pecado contra el Espíritu Santo el criticarle: “No tentéis ni pongáis a prueba a
ningún profeta que hable en espíritu, porque todo pecado será perdonado, mas este pecado no se
perdonará” (11,7).
Son muy interesantes los principios de caridad y de asistencia social expresados en la Didaché.
Se recomienda con encarecimiento el dar limosna, pero al mismo tiempo se insiste también en la
obligación de ganarse la vida con su trabajo. El deber de socorrer las necesidades de los demás
depende de su incapacidad para el trabajo:
Eclesiología.
Como este fragmento estaba disperso sobre los montes y reunido se hizo uno. así sea reunida
tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino (9,4: BAC 65,86).
santificada,
Escatología.
La actitud escatológica destaca mucho en la Didaché. Aparece una y otra vez en las plegarias
eucarísticas: “que venga la gracia y que pase este mundo,” inspira la conclusión final, es decir, el
aramaico Maran Atha, “ven, Señor,” e informa por completo el último capítulo de la obra. La
incertidumbre de la hora la conocen todos los cristianos, pero también la inminencia de la parousia, la
segunda venida del Señor. Es, pues, necesario que los fieles se reúnan con frecuencia para buscar las
cosas que son provechosas para sus almas. La Didaché indica las señales que serán los heraldos de
la parousiay de la resurrección de los muertos: se multiplicarán los falsos profetas y los corruptores,
las ovejas se trocarán en lobos, el amor se mudará en odio; entonces aparecerá el seductor del mundo,
cual si fuera el Hijo de Dios, y obrará signos y portentos, y la tierra será entregada en sus manos.
“Entonces la humanidad sufrirá la prueba del fuego.” Aunque se escandalizarán y se perderán
muchos, los que perseveraren en su fe serán salvos. Entonces el mundo verá al Señor que viene sobre
las nubes del cielo y todos los santos con El. Por eso se advierte a los cristianos: “Vigilad sobre vuestra
vida; no se apaguen vuestras linternas ni se desciñan vuestros lomos, sino estad preparados, porque
no sabéis la hora en que va a venir vuestro Señor” (16,1).
2. Época de su composición.
La evidencia interna ayuda más a determinar la fecha en que fue compilada la Didaché. Por su
contenido se ve claramente que la obra no data de la era apostólica, pues ya apunta en ella la oposición
contra los judíos. El abandono progresivo de las costumbres de la sinagoga está en marcha. Además,
una colección de ordenaciones eclesiásticas como ésta presupone un período más o menos largo de
estabilización. Ciertos detalles diseminados por la obra indican que la era apostólica no era ya algo
contemporáneo, sino que había pasado a la historia. El bautismo por infusión está autorizado; el
respeto a los profetas de la nueva Ley va cediendo y hay que inculcarlo de nuevo. Por otra parte, hay
pormenores que indican un origen cercano a la era apostólica. La liturgia descrita en los capítulos 7-
10 es de la más absoluta simplicidad: el bautismo en agua corriente, es decir, en los ríos, es lo normal.
El bautismo por infusión está permitido, pero sólo a modo de excepción. Además, no hay vestigios de
una fórmula universal del Credo, ni de un canon del Nuevo Testamento. Los profetas siguen todavía
celebrando la Eucaristía, y es preciso recalcar que los verdaderos ministros de la liturgia, los obispos
y los diáconos, tienen derecho al mismo honor y respeto por parte de los fieles. Todos estos hechos
nos mueven a afirmar que la Didaché debió de ser compilada entre los años 100 y 150. Muy
probablemente fue escrita en Siria. Sin embargo, E. Peterson ha demostrado recientemente que el
texto publicado por Bryennios parece ser de fecha más tardía y teológicamente tendencioso.
Apoyándose en esta crítica de las fuentes, Audet concluye que la Didaché fue compuesta entre
los años 50 y 70 de la era cristiana. Como lugar de origen se ha de suponer Siria o Palestina. Audet
llega a creer que la Didaché debió de originarse en Antioquia; al menos, sostiene esta posibilidad.
Poco antes de que apareciera la obra de Audet, A. Adam rechazó esta última posibilidad. Adam cree
que laDidaché fue compuesta entre los años 70 y 90 en la Siria oriental, quizás en Pella. Audet se hace
cargo del carácter hipotético de sus afirmaciones. Si la Didaché se compuso efectivamente en
Antioquía en una época tan remota, antes de que se escribieran los evangelios sinópticos, es extraño
que las cartas de San Pablo y de San Ignacio, obispo de Antioquía, no revelen absolutamente ningún
conocimiento de laDidaché. Sin embargo, me parece que las investigaciones de Audet, Glover y Adam
suministran, en conjunto, la prueba de que la Didaché pertenece al siglo I.
Audet opina que las oraciones de los capítulos 9 y 10 no provienen ni de una celebración
eucarística ni de un ágape, sino de una “liturgie de vigile,” que solía preceder a la celebración
eucarística y a la cual podían asistir también los no bautizados. El capítulo 10,6 contiene un “rituel de
passage” entre la liturgia de vigilia y la “eucharistie majeure” propiamente dicha. Esta celebración
dominical, que se describe en el capítulo 14, pertenece a D 2. La penitencia que precede a la
celebración eucarística dominical (14,1) Audet la considera también, con razón, como “confession
commune et liturgique.”
Latinas: Se conservan dos fragmentos de una antigua traducción latina que debió de hacerse en el
siglo ni. El más corto de los dos, de un códice de Melk del siglo IX o X, contiene los capítulos 1,1-2 y
2,2-6,1. Recientemente se ha encontrado en un papiro (927) del Museo Británico una parte
considerable (c.10,3b-12,2a) de una traducción copta del siglo V. Según este fragmento, a las
plegarias eucarísticas seguía una oración que hay que decir sobre el óleo de la unción (μύρον). El óleo
en cuestión es, probablemente, el crisma que se usaba en la administración de los sacramentos del
bautismo y de la confirmación. Además de los mencionados manuscritos tenemos fragmentos de
traducciones siríacas, árabes, etiópicas y georgianas.