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Resumen
El PT sentencia que las fuerzas productivas han cesado de crecer. Caracteriza que ni la
política del New Deal en EEUU ni la de los Frentes Populares en Francia ofrecen una
salida al impasse económico. “Las condiciones objetivas de la revolución proletaria no
sólo están maduras sino que han comenzado a descomponerse” (Trostky, 1938). Sin
revolución social la civilización humana se encamina a la catástrofe. Todo depende del
proletariado y de su vanguardia revolucionaria. Entonces, “la crisis histórica de la
humanidad se reduce a la dirección revolucionaria” (Trostky, 1938). En este sentido, el
obstáculo principal para la transformación de la situación pre-revolucionaria en
revolucionaria radica en el oportunismo de la dirección proletaria, su sesgo pequeño-
burgués y traidor. Ante el ascenso creciente de luchas de millones de hombres, la
principal traba para su pleno desarrollo es el aparato burocrático enquistado en la
dirección. En síntesis, “la orientación de las masas está determinada, por una parte, por
las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición, y de otra, por la política
de traición de las viejas organizaciones obreras” (Trostky, 1938). Esta crisis sólo puede
ser resuelta por la IV Internacional.
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Seminario “Crisis del capital y emancipación”. Nicolás Deambrosi.
Septiembre 2013. UNLP.
El PT se erige como crítica al programa mínimo y programa máximo de la
socialdemocracia. En el marco de un período pre-revolucionario (de agitación,
propaganda y organización) la tarea estratégica es superar la contradicción entre la
madurez de las condiciones objetivas y la inmadurez del proletariado y su vanguardia.
El PT es la herramienta para ayudar a las masas a encontrar el puente entre sus
reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente se
constituye con una serie de reivindicaciones transitorias que conectan las condiciones y
conciencia actual de la clase con la conquista del poder por el proletariado.
La expresión organizativa de base que concentra este puente son los comités o soviets,
dónde se establece de hecho la dualidad de poder. Serían estos soviets la forma de
armonizar las diversas reivindicaciones y formas de lucha, aunque sólo sea en los
marcos locales. Los soviets son espacios abiertos a todos los explotados, dónde
participan y luchan todas las tendencias políticas del proletariado en el marco de una
amplia democracia: “la consigna de los soviets es el coronamiento del programa de
reivindicaciones transitorias” (Trostky, 1938). Aunque los soviets sólo pueden nacer si
el movimiento de las masas entra en una etapa abiertamente revolucionaria. Así, la
dualidad del poder es a su vez el punto culminante del período de transición.
Astarita intenta superar conservando al PT porque reivindica los objetivos que defendió
el trotskysmo ante la hegemonía stalinista y su lucha contra el conciliacionismo, el
nacionalismo y el oportunismo. En esta sección señalaremos y desarrollaremos los
principales puntos de la crítica que hace Astarita al PT, su utilización en contextos no
revolucionarios y la propuesta de volver a la división entre programa máximo y
mínimo.
2.1. Tesis del estancamiento crónico: agotamiento del capitalismo y cese del
desarrollo de las fuerzas productivas como condición para la revolución.
Desde el punto de vista teórico, Astarita crítica la vinculación entre las posiciones
revolucionarias y las tesis del estancamiento crónico del capitalismo. Trotsky introduce
una modificación vital en la consideración de las premisas de la revolución: que el
capitalismo no pueda desarrollar históricamente sus fuerzas productivas es condición
para el triunfo de la revolución. Para Marx, el desarrollo del capital, de sus
contradicciones y sus crisis, se da en un movimiento “en espiral”. Dado que no hay una
crisis última, si la clase obrera no encuentra una salida revolucionaria a las crisis, el
capital relanzará (tarde o temprano) la acumulación, para precipitarse luego en crisis
cada vez más abarcativas.
Trotsky sostiene en el PT que las fuerzas productivas han dejado de crecer no sólo como
diagnóstico de coyuntura ante la crisis del `29 sino en tanto caracterización de una
época. Si bien el revolucionario ruso contempló una eventual recomposición del
capitalismo, nunca analizó seriamente las posibilidades concretas de recuperación del
capitalismo. Estableció así un círculo vicioso que probaba el estancamiento y la
necesidad de la revolución: “el capitalismo estaba agotado porque la revolución rusa
había triunfado, y la revolución rusa había triunfado porque el capitalismo estaba
agotado” (Astarita, 1999, p. 7). En definitiva, Trotsky no fundamentó su tesis del
estancamiento del capitalismo a partir de 1914. Incluso llega a sostener que la ley del
valor ya no gobierna el capitalismo y “el progreso humano se ha detenido en un callejón
sin salida”. No hace referencia alguna a la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, la
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ley más importante para explicar las crisis y también para dar cuenta de por qué no hay
un estancamiento final y exclusivamente económico del capitalismo.
2.2. Las democracias están liquidadas, por lo tanto: a. toda lucha por demandas
mínimas lleva a la lucha por el poder, b. se subvalora la ideología dominante y su
capilaridad incluso a través de la socialdemocracia, c. sobreestimación exitista del
nivel ofensivo de las masas.
Al mismo tiempo que establece, de manera casi fatalista, la tesis del estancamiento, el
PT abre una línea de interpretaciones subjetivistas de la crisis y del capitalismo, dónde
se cae en explicaciones conspirativas (como p. ej.: que la crisis del ´29 fue organizada
por el capital). En el plano político, por un lado afirma que el sistema ya no puede
conceder la más básica demanda democrática o económica a las masas y, por otra parte,
da a entender que se le pueden imponer reformas profundas con una correlación de
fuerzas favorable a las masas populares. Como “toda lucha por demandas mínimas debe
llevar a la lucha por el poder”, entonces las democracias estarían liquidadas…
Durante las crisis, la burguesía busca aumentar la explotación, lo cual genera miseria,
represión y guerras contra los pueblos o entre facciones de la burguesía. Pero de esto no
deviene que la clase dominante ha perdido toda capacidad de maniobra. El mismo
Lenin, a comienzos de los años veinte (período de intensa crisis) alertaba sobre las
posibilidades de la burguesía de “adormecer” a algunos explotados con pequeñas
concesiones a la vez que reprimía la revolución. Trotsky desestima el dominio
ideológico de la burguesía a través de la “introyección de sus esquemas de dominación
en la conciencia de los explotados, los discursos dominantes y su articulación con el
fetichismo de las relaciones del mercado” (Astarita, 1999, p. 10). Estas problemáticas
que deben enfrentar los revolucionarios están casi ausentes en el PT.
Trotsky exalta las tácticas movilizadoras como único medio para el avance de los
obreros. En este sentido, absolutiza un elemento necesario (lo espontáneo e instintivo
del movimiento) pero no suficiente para la toma de conciencia socialista. Astarita
identifica una sobrevaloración de las virtudes de la agitación movilizadora y una
minusvaloración del rol de la propaganda y del trabajo sobre la vanguardia,
desdibujando la combinación entre lucha política e ideológica.
Trotsky pensaba que tanto los padecimientos y crisis como las concesiones empujarían
al combate. En 1939 llegó a afirmar que las reformas del New Deal radicalizarían a las
masas en vez de apaciguarlas. Esto resultó insostenible, porque en muchas ocasiones
sucede lo contrario: ante las crisis cunde la desesperanza, la descomposición social, el
temor a la desocupación, la disgregación.
Todas estas ideas combinadas desembocan en la tesis de que las democracias burguesas
están “históricamente liquidadas”. Sin embargo ante la supuesta liquidación de las
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democráticas, el fascismo no era la única salida, también surgieron: la negociación, la
democracia burguesa, las semi-concesiones combinadas con la represión.
Por el contrario, la clase obrera debe aprender a determinarse estableciendo, entre otras
cuestiones, direcciones que sean expresión y vehículo de su liberación. Una clase obrera
que se encuentra completamente sometida a los designios de una dirección, es una clase
aún alienada, bajo la cual es imposible una revolución inminente. Astarita propone
restablecer un enfoque dialéctico de las relaciones entre bases y direcciones. Si bien
estas últimas actúan sobre la clase obrera, la influencian y tienen su propia dinámica,
ésta es relativa: también están determinadas por las bases y son, hasta cierto punto, su
efecto1. Este pensamiento deviene en que sólo basta con la “intervención de los
revolucionarios para que el movimiento desate sus potencialidades y crezca con la
fuerza de las avalanchas naturales e incontenibles” (Astarita, 1999, p. 19).
Para Lenin, las reivindicaciones mínimas son aquellas que, en principio, no cuestionan
la propiedad privada capitalista ni su Estado: aumento de salarios, libertad de los presos
políticos, derecho al voto, etc. En cambio, el objetivo de toma del poder, las medidas de
socialización y las proyecciones de transformación social profunda son elementos de
programas máximos. Las consignas transicionales entran en el esquema del programa
máximo.
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Si bien en “Clase, partido y dirección: ¿por qué ha sido vencido el proletariado español? (cuestiones
de teoría marxista)” (citado en Astarita, 1999) Trotsky critica a quienes consideran a las direcciones un
simple reflejo de las bases, termina borrando las vinculaciones orgánicas y necesarias entre bases y
direcciones.
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Las reivindicaciones transicionales fueron pensadas para preparar la transición al
socialismo. Aunque no son socialistas, tampoco son compatibles con la sociedad
capitalista: reparto de las horas de trabajo sin disminución salarial, hasta acabar con la
desocupación, obligación de trabajar, anulación de la propiedad privada de la tierra,
anulación del derecho de herencia, abolición del secreto comercial y el control obrero de
empresas, nacionalización de la banca y grandes monopolios y su puesta bajo el control
obrero.
Trotsky pensaba que esa división de programas era propia de la socialdemocracia previa
a la Primera Guerra, y que debía ser dejada de lado en la época imperialista porque ya
ninguna reforma era lograble y las masas estaban a las puertas de iniciar una ofensiva
revolucionaria. Entonces, la etapa exigía que las consignas mínimas se combinen
inmediatamente con las transicionales. Estas consignas transicionales (salvo la
nacionalización de los medios de producción) están concebidas para agitarse sin
especificar la relación que guardan con la toma del poder. El PT reconoce que no
pueden lograrse plenamente bajo el capitalismo, pero en la agitación esta condición no
se hace explicita. La idea es que aparezcan como propuestas prácticas, para que puedan
ser tomadas por los trabajadores y visualizadas como soluciones de sentido común,
aunque los revolucionarios sepan que son impracticables en el capitalismo. Ante las
objeciones sobre la imposibilidad de lograr dichas demandas, el concejo de Trostky a
los militantes es: responder que todo depende de la correlación de fuerzas. “Toda la
cuestión es cómo movilizar a las masas para la lucha” (Trostky citado en Astarita, 1999)
y para lograrlo los revolucionarios deben concentrar la atención en una o dos consignas.
Las consignas transicionales están concebidas como “demandas” o “reivindicaciones”
que se dirigen al Estado o al capital. La toma del poder se presenta como una conclusión
de esa movilización que obligaría a la burguesía a adoptar las medidas transicionales.
La crítica de Astarita al método transicional del PT consiste en que éste se erige, en gran
medida, sobre una imposibilidad lógica (o teórica): convoca a las masas a exigir al
Estado capitalista (o al capitalismo) que aplique medidas de transición al socialismo. No
sólo porque contiene consignas empíricamente desajustadas sino porque éstas se
plantean como demandas al Estado. Para Astarita llamar a demandar al Estado
capitalista que termine con la explotación capitalista (reparto de horas de trabajo, con
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En los debates de la Primera Internacional, ya Marx criticaba la consigna bakuninista de “la igualación
de las clases” por ser “lógicamente imposible”, mientras que la “supresión de las clases” es históricamen-
te necesaria (citado en Astarita, 1999)
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salarios móviles, hasta finalizar con la desocupación) es tan absurdo como exigírselo al
capital. El autor sostiene que las nacionalizaciones o estatización de empresas (en
situaciones dónde los gobiernos se ven obligados a tomar estas medidas que anulan
parcialmente la ley del valor) no son un tránsito al socialismo, sino medidas que toma la
clase dominante en ciertas coyunturas para fortalecer de conjunto el dominio del capital.
Esta linealidad que no tiene en cuenta el contexto, se complejiza más al ser presentadas
las consignas transicionales mínima (una o dos) como “soluciones a las crisis”,
desarticuladas de un programa general de medidas revolucionarias. Una consigna
desacertada en un contexto político y social inadecuado puede bien ser instrumentada
por la burguesía, cumplida parcialmente y desvirtuada. Astarita aquí retoma a Rosa
Luxemburgo, quien no consideraba que la demanda del control obrero pudiera
plantearse en cualquier coyuntura, criticando a los reformistas por plantearla en
situaciones no revolucionarias.
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La minusvaloración de los fenómenos de conciencia, de la incidencia de las ideologías
burguesas sustentadas en la ilusión del avance lineal del movimiento, puede llevar a
postular orientaciones simplistas para superar las falsas ilusiones.
En ese sentido, la política que propone Astarita no es exigir al gobierno sino apuntar a
que las masas desplieguen su iniciativa ya que donde hay poder (p. ej.: donde las
comunas tienen posibilidad de hacerse cargo de la tierra) la consigna se efectiviza. El
programa transicional sí tiene importancia en tanto presentación de las tareas que
asumiría un gobierno revolucionario de los obreros y campesinos.
“Cuando se agota la fase histórica de las ganancias defensivas, el trabajo, como el antagonista
estructural del capital, sólo puede hacer avanzar su causa –aunque sea mínimamente- si pasa a
la ofensiva, concibiendo como su meta estratégica la negación radical y la transformación
positiva del modo de reproducción metabólico social también cuando lucha por la realización de
objetivos más inmediatos. Porque solamente a través de la adopción de una estrategia general
visible se puede convertir en acumulativos los pasos parciales” (Mészáros, 2011, p. 832).
Mészáros caracteriza al sistema del capital como un modo de control metabólico social
definitivamente incontrolable que impone su criterio tanto a empresas transnacionales
como a pequeñas unidades del micrososmos. A la vez que es totalizador,
paradójicamente pierde el control sobre los procesos de toma de decisiones. Así, el
sistema de capital divorcia la esfera de la producción respecto de la esfera de control.
“El capital es por sobre todas las demás cosas un orden de control, antes que ser él
mismo controlado -en un sentido más bien superficial- por los capitalistas privados (o
más tarde por los funcionarios del estado de tipo soviético)" (Mészáros, 2011, p. 49).
Al mismo tiempo el sistema de capital, para funcionar como modo totalizador de control
metabólico social, debe tener una estructura de mando históricamente única y apropiada
para sus funciones principales. El sometimiento de la sociedad al capital se produce en
base a la división en clases sociales, la conformación del estado moderno y la división
social jerarquizada del trabajo. Si bien el Estado es parte integrante de la propia base
material del capital, al mismo tiempo hay una ausencia de un “Estado global del
capital”. Esta contradicción contribuye a una creciente dificultad para asegurar el
dominio del capital sobre el trabajo a través de una estructura de mando sin sujeto. Ante
esta ausencia, el capital necesita del sujeto trabajo por más que lo cosifique. Se visualiza
la tendencia a una creciente socialización de la producción transfiriendo objetivamente
ciertas potencialidades de control a los productores. Se vive entonces en la
contradicción entre el internacionalismo de las condiciones precarias de la clase y la
fragmentación la clase.
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Las conclusiones a las que llega Mészáros son: 1. paso del ejercito industrial de reserva
a la explosiva fuerza laboral superflua, 2. creciente demanda de igualdad sustantiva, 3.
tendencia a determinación crecientemente política en los desarrollos económicos del s.
XX (en contraposición a las previas determinaciones económicas), 4. mayor
involucramiento del Estado en los procesos socioeconómicos (proteccionismo regional),
5. reedición del debate sobre la estrategia socialista.
“La lucha de género puede ser integrable: su realización no” (Mészáros, 2011)
2. Reestructurar “de arriba a abajo” todo el edificio social que no pueda ser derrumbado
para los fines de la reconstrucción total.
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reproducción metabólica social establecida. Son una ilusión las ganancias defensivas en
el camino de un capital en expansión.
Se plantean así como desafíos mayores para los movimientos sociales: enfrentar al
desempleo estructural y eliminar la separación entre lucha económica y lucha política.
Habría una tensión entre una disputa local sin proyección revolucionaria y una
proyección revolucionaria sin disputa local y sin sujeto. Mészáros crítica tanto a la
visión universalista (que no se preocupa por el sujeto) y a la visión inmediatista (propia
del movimiento de mujeres, de negros y demás). La complejidad insuperable puede ser
contrastada por una fuerza material alternativa viable en la práctica que sustituye lo
dominante.
Sin embargo, habría una etapa intermedia dónde se mantienen algunos rasgos
importantes del marco parlamentario heredado "mientras se completa el largo proceso
de la reestructuración radical en la escala globalizadora requerida" (Mészáros, 2011, p.
781). La apuesta apremiante es reorientar radicalmente la sabiduría parlamentaria para
la retroalimentación de los objetivos socialistas.
En términos generales no lineales, podríamos decir que Aldo Casas es una expresión del
pensamiento de Mészáros en Argentina. Para inaugurar esta última sección resulta
interesante retomar las críticas que le hiciera Ernesto Manzana (s/d) al libro de Casas
(2011) Los Desafíos de la Transición. Socialismo desde abajo y poder popular.
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Según Manzana, la tesis principal de Casas-Mészáros es que el capitalismo transita una
época histórica de crisis civilizatoria (total y completa) por lo que todo entra en
transición o en procesos de cambios profundos, tanto la teoría y la política
revolucionaria pero en particular el programa de la revolución social. Manzana critica
los dos aspectos de esta tesis: 1. que asistimos a una crisis sistémica y 2. que ya está
abierta la necesaria transición al socialismo. Manzana no está de acuerdo en que
estamos en una época dónde objetivamente asistamos al final del capitalismo y menos
aún que este estado de crisis y destrucción generalizado implique una época de
transición del capitalismo a la sociedad poscapitalita.
Siguiendo a Mészáros, Casas no habla de crisis cíclica como las vividas por el
capitalismo durante el siglo XX, sino de una crisis sistémica iniciada en los `70 que abre
una fase de decadencia inexorable del modo de producción capitalista. Para criticar a
Casas, Manzana apela a dos argumentos: los datos empíricos y el enfoque teórico
general acerca del derrumbe objetivo del capitalismo como inexorable por su propia
naturaleza. Los datos empíricos demuestran que si bien la crisis de los `70 fue fuerte, no
fue permanente, ni siquiera el período posterior fue de estancamiento crónico. Por el
contrario, asistimos a una expansión cuantitativa y cualitativa de la economía capitalista
y no la imagen que presenta Mészáros de límite, retroceso y estancamiento. Es
innegable que en los últimos treinta años ha habido crisis cíclicas importantes o
retrocesos regionales que duraron varios años, pero “la tendencia general de la etapa ha
sido claramente alcista” (Manzana, s/d)). En los últimos 30 años se evidencia un ciclo
de expansión capitalista expresado en el crecimiento de China (y en general de toda el
área de Asia-Pacífico), lo cual produjo un alza importante de los commodities en la
última década permitiendo tasas altas de crecimiento económico en regiones como
Latinoamérica. Este ciclo parecía frenarse con la crisis de 2008 (una de las más grandes
que ha vivido el capitalismo luego de la Segunda Guerra Mundial), aunque en la gran
mayoría de los países latinoamericanos se superó sin mayores sobresaltos. Este
“crecimiento económico explica la estabilidad burguesa que se vive en la región y la
fortaleza de varios de los gobiernos nacionales” (Manzana, s/d). El capitalismo produce
así fuerzas productivas y fuerzas destructivas al mismo tiempo.
La otra afirmación que caracteriza a la época actual como “de transición” implica caer
no sólo en el “catastrofismo” sino también en un “fatalismo optimista” en el sentido de
que el triunfo del socialismo es inexorable. Este punto se enlaza con la otra gran crítica
a Casas: que minimiza o directamente ignora “la crisis de alternativa”, es decir el
problema de la “subjetividad” de las masas o el “nivel de conciencia” según el
marxismo clásico. La crisis de alternativa se expresa en la creencia del capitalismo
como único sistema posible y la imposibilidad o inconveniencia del socialismo.
Desmerecer este punto es infravalorar o negar la importancia que tiene para el
desarrollo y fortalecimiento del movimiento anticapitalista.
Nos queremos referir ahora a una última polémica de Manzana con Casas: la
concepción de prefiguración. Casas afirma que la transición al socialismo comienza
antes de la revolución política-social, es decir la transición se inicia en el propio
capitalismo. Si bien a lo largo del texto Casas se estaría refiriendo a la noción clásica de
transición (como el período abierto a partir del triunfo de la revolución político social,
es decir de la toma del poder por parte de las clases oprimidas), esto se contradice con el
adelantamiento de los tiempos de la transición al socialismo al propio período de
dominio burgués. Manzana señala que dicha contradicción sobre el momento de la
transición requiere de una elaboración más clara y extensa, dado que podría ubicarse al
planteamiento de Casas en la vereda de los teóricos y militantes revolucionarios que
plantearon en los `90 el “antipoder” o “contrapoder” 3. Pero al mismo tiempo Casas
rechaza estas posturas autonomistas “puras”.
La hipótesis de Manzana es que Casas está pensando no en una transición “por abajo”,
sino en un proceso “por arriba” o combinación de ambos. Ante una “época de crisis total
del capitalismo” el sistema está tan debilitado que permite fisuras incluso en la escala de
los Estados-nación. Por lo que podría haber países en Latinoamérica (como Venezuela o
Bolivia) dónde algunos gobiernos puedan llegar a realizar una “metamorfosis en su
carácter de clase”, es decir “que si bien originalmente sean gobiernos burgueses se
transformen, mediante un proceso, en proletarios” (Manzana, s/d).
a)- Reiteradamente Mészáros afirma que no estamos ante una crisis cíclica más, sino
ante una crisis estructural y civilizatoria. Esta concepción adquiere un carácter más bien
“catastrofista” y en ese sentido se acerca al enfoque del Programa de Transición.
3
En tanto cambio social producido por un proceso de avances en los “intersticios” del capitalismo me-
diante la conformación de prácticas autogestionarias. Son concepciones de un “nuevo anticapitalismo”
que argumentan la posibilidad y necesidad de “prefigurar” la sociedad futura en la práctica cotidiana
(Holloway, Negri y Hardt)
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b)- Otro elemento también discutible es si cualquier lucha de género o ambiental
trasvasa los límites de contención del capital. Más bien podríamos decir que estas luchas
pueden ser incluidas en agendas reformistas y justificadas hegemónicamente para
mantener la formación económico social capitalista. Que toda lucha rebasa los límites
del capital pareciera ser, una vez más, “resabios” del Programa de Transición y no da
cuenta de la capilaridad del dominio burgués y su cada vez más compleja construcción
hegemónica.
d)- Cuando propone reestructurar “de arriba a abajo” todo el edificio social que no
pueda ser derrumbado para los fines de la reconstrucción total, nosotros planteamos la
importancia del protagonismo popular, la construcción de hegemonía proletaria y la
toma del poder como un momento más (no el final) de la lucha por el socialismo.
f)- Cuando señala que la complejidad insuperable del capital puede ser contrastada por
una fuerza material alternativa viable en la práctica que sustituye lo dominante, nosotros
hablamos de construir “poder popular”.
f)- La propuesta en torno a la cuestión organizativa que plantea Mészáros es poco clara.
Si bien coincidimos en el espíritu general de Manzana y Casas-Mészáros 4, solamente
hacen mención a la necesidad de un movimiento pluralista socialista pero sin explicitar
cuál sería el papel de los partidos, de las organizaciones de masas, de las organizaciones
defensivas de la clase, de las corrientes sociales y políticas y demás agrupamientos.
Mientras todo el planteo de Mészáros tiene un carácter dinámico y dialéctico, la
cuestión organizativa aparece como algo in-forme, estático y sólo adquiere firmeza para
distanciarse del “caduco partido leninista”. El argumento que usa el autor para no
explicitar en demasía cuál sería la herramienta organizativa es que sólo cuando estén
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Manzana y Casas coincidirían sobre la forma organizativa. Ambos ven la necesidad de modificar tanto
la estrategia política como las formas de organización (básicamente la concepción “leninista” como
paradigma dominante del siglo XX), apuntando a fortalecer la acción autodeterminada de los
trabajadores, una profunda democracia obrera, el “socialismo desde abajo”, el anti-estatalismo, la
necesidad de hacer política sin dejar de hacer una crítica radical a ésta y demás. También ambos toman
distancia en torno a la organización de la vanguardia revolucionaria tanto en su forma partido
(puntualmente su variante sectaria) como del autonomismo “puro” y antipolítico.
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desarrolladas las condiciones objetivas en escala global en función de la meta de
construir conciencia comunista a escala de masas, recién ahí podrá ser concebido un
modo realista de articulación práctica de los órganos de la ofensiva requerida.
Coincidiendo en general que es necesario un momento de alza de masas con conciencia
socialista para delinear propuestas organizativas, al mismo tiempo consideramos que es
posible ir avanzando parcial y estratégicamente en este sentido hoy mismo. Quedará
como tarea para el movimiento práctico y teórico-político de quienes luchamos y
construimos socialismo todos los días.
Bibliografía
CASAS, Aldo: 2011: Los desafíos de la transición. Socialismo desde abajo y poder
popular. Colección Cascotazo. Ediciones Herramienta.
MÉSZÁROS, Istvan: 2011: Más allá del capital. Hacia una teoría de la transición.
Vadell Hermanos Editores. Caracas, Venezuela.
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