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En la Argentina, la cuestión se agudiza porque existen diversos criterios e interpretaciones sobre la

autonomía y autarquía de las universidades nacionales, después de la reforma constitucional de


1994 y de la sanción de la Ley de Educación Superior Nº 24521 de 1995.

Para Taraborrelli, la autonomía se relaciona con el fin y la garantía de la libertad de ciencia y


enseñanza, y requiere una independencia del poder ejecutivo. En cuanto a la autarquía, sostiene
que se trata de un modo de «descentralización administrativa representada por entes que tienen
personería jurídica propia pero que se rigen por normas generales y especiales impuestas por el
poder central. Es decir, estos entes tienen posibilidad de auto administrarse. Asimismo, advierte
que debe enfocarse la autonomía universitaria no sólo desde la finalidad, sino desde la
independencia de las universidades de los poderes políticos que podrían vulnerar la libertad
académica, la libertad de ciencia y enseñanza. Es la capacidad de las universidades de determinar
sus propios órganos de gobierno, elegir sus autoridades, ejercer las funciones de docencia,
investigación y extensión, y las actividades administrativas y de gestión que se desarrollen;
redactar sus estatutos, designar a su claustro docente, autoridades, personal y, para el
cumplimiento de sus fines, adquirir derechos y contraer obligaciones.

Ahora bien, la Reforma Universitaria de 1918, que consagró la autonomía universitaria plena, no
originó una ley universitaria que mostrara tal amplitud. Sin embargo, sus logros fueron
fundamentales en materia de autonomía ya que las leyes sucesivas sancionadas entre 1947 —
cuando se interrumpe la autonomía universitaria— y 1955, la recortaron, a pesar de que el
discurso jurídico de las leyes 13031/47 (Ley Guardo) y 14297/55 caracterizaron las universidades
como autónomas. Sin embargo, se plantea en ellas que el Estado debe tener una presencia activa
para ponerlas al servicio de la nación, a la vez que la pretensión de homogeneización cultural del
país explica que estas leyes fueran verdaderas «leyes-estatuto», que no sólo establecían las reglas
básicas del sistema sino también las normas particulares propias de cada institución. Si bien no se
prevé una disposición sobre la posible intervención del Poder Ejecutivo, ello aparece como casi
obvio dado el espíritu de la ley y el contralor administrativo de la legalidad de los actos, que fue
ejercido ampliamente.

Entre 1955 y 1967 se vuelve a una concepción más amplia de autonomía en la letra, contrariada a
veces por la realidad. Según el decreto-ley 10775/56, «el estatuto de cada universidad será
publicado en el Boletín Oficial y entrará en vigencia a los diez días de su publicación, quedando sin
efecto, desde entonces, frente al mismo, las disposiciones de la ley 1597, del decreto-ley 6403/55
y de cualquier otra disposición legal o reglamentaria que se le oponga» (art. 9). Consistente con
esta idea de autonomía, no hay en esta legislación previsión alguna en materia de intervención y
no se admite el recurso jerárquico. Sin embargo, durante su vigencia se da la llamada noche de los
bastones largos (29 de julio de 1966) cuando la dictadura militar encabezada por Onganía decretó
la intervención de las universidades nacionales, ordenando a la policía que reprimiera a
estudiantes y profesores.

Desde 1967 a 1995 se sucedieron distintos gobiernos: civiles y militares. Cada uno de ellos aprobó
una legislación universitaria. A excepción de la ley 23068 de 1984, la mayoría de las vigentes en
esos veinte años se refieren a la «autonomía académica y docente» y a la «autarquía
administrativa, económica y financiera» (leyes 17245/67, 20654/77 y 22207/80). Sin embargo, en
la realidad la universidad fue avasallada durante los períodos de dictadura por parte del Estado y
hubo represión, persecución y muerte de autoridades, profesores, auxiliares y estudiantes. La
academia se tiñó de sangre y resistencia silenciada.

La Reforma Constitucional de 1994 constituyó un hito significativo en el devenir de la autonomía y


abrió avenidas a la educación pública. La carta concedió un nuevo estatuto jurídico a las
universidades. A través del artículo 75, inc. 19, en las atribuciones del Congreso, se incorpora la
llamada cláusula de la prosperidad o del progreso, ligada al fomento de la educación general y
universitaria, entre otros aspectos. Se concibe la autonomía como académica, científica y
pedagógica, a la par de estatutaria, administrativa y financiera

La Ley 24.521 de Educación Superior de 1995 y vigente en la actualidad retoma el tema de la


autonomía y regula los principios generales de la reforma constitucional de 1994. El artículo 2º
coloca en la tutela del estado la responsabilidad de la educación, a la que caracteriza como
“servicio educativo”.

Esta ley creó la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU),


organismo de aplicación que no genera su propia normativa. La ley en su conjunto y, en particular,
los artículos que se referían a la comisión fueron motivo de acerbas disputas. Se pensaba que la
comisión iba a cumplir una función de policía e identificar niveles de calidad institucional y de
carreras para establecer premios y castigos, y condicionar la atribución de fondos públicos desde
un enfoque mercantilista. Además, se creía que de esta forma se pondría limite al acceso masivo a
la universidad pública y también se favorecería la creación de universidades privadas para
sostener las ofertas académicas. Lo cual no prospera por actores universitarios; ya que la discusión
se desplegó en medio de una relación universidad-estado que había quedado como suspendida en
su manifestación liminal, básica, con escaso avance en otros órdenes. En definitiva se estaba en los
comienzos de una transición entre una autonomía entendida como el aislamiento y rechazo a
cualquier injerencia externa, y una autonomía como conditio sine qua non para la participación
universitaria en las políticas y en los sistemas de evaluación y acreditación de la propia calidad.

Ahora bien, se dictó el decreto 72/2018 en donde la SIGEN será la encargada de la designación y
remoción de auditores internos, para determinar las pautas de conformación de estructura e
integración de las Unidades de Auditoría Interna (UAI) y respecto del funcionamiento de los Comités
de Control Interno como herramienta esencial para el fortalecimiento del sistema de control.
Además, establece la creación de una carrera de especialización con el fin de lograr una mayor
profesionalización de los Auditores Internos Gubernamentales.

El Decreto N° 72/2018 jerarquiza los Comités de Control Interno asegurando el cumplimiento de


objetivos y establece la obligatoriedad de que sesionen al menos dos veces al año y toda vez que se
produzca un cambio de la autoridad máxima del organismo.

Por otra parte, modifica el procedimiento de designación y remoción de los auditores Internos al
establecer que esas medidas serán tomadas por el Síndico General de la Nación, asimismo, limita la
permanencia en el cargo con el fin de favorecer la renovación de funcionarios, prevenir actos de
corrupción y asegurar la imparcialidad de los auditores internos.
Alberto Gowland (Subsecretario de Gestión Económico Financiera y de Administración de Recursos
del Ministerio de Educación del GCBA/Síndico General de la Nación) sostuvo que “este decreto
deja a las claras el compromiso con la transparencia y el control de los organismos del Estado que
lleva adelante el Presidente Macri. Se trata de una herramienta fundamental para que desde esta
nueva etapa que llevamos adelante en la SIGEN, podamos velar por el correcto desempeño de
cada una de las áreas de gobierno”.

En relación al Decreto del Poder Ejecutivo Nacional 72/2018 “ADMINISTRACIÓN FINANCIERA Y DE


LOS SISTEMAS DE CONTROL DEL SECTOR PÚBLICO NACIONAL” incorpora MODIFICACIONES al
sistema de control interno público que podrían resumirse de la siguiente manera:

– La conformación y funcionamiento de Comités de Control será obligatoria y deberán sesionar al


menos dos veces al año.
– La designación del Auditor Interno Titular la realizará el Síndico General de la Nación y tendrá
una permanencia máxima en el cargo de 4 años, pudiendo extenderse a 8 años a pedido del
Síndico General de la Nación.
– En los próximos seis meses posteriores a la promulgación de este decreto, la Sindicatura General
de la Nación a través del INSTITUTO SUPERIOR DE CONTROL DE LA GESTIÓN PÚBLICA deberá
definir el diseño curricular de una carrera de Especialización en Auditoría Gubernamental para ser
dictada en dicho instituto.

Entendemos que la designación del personal es potestad de la universidad, según la Ley de


Educación Superior y los estatutos universitarios por lo cual el decreto vulnera o podría ser tildado
de inconstitucional ya que dicha ley como anteriormente mencionamos, es potestad únicamente
de las Universidades por el revestimiento que le otorga la Constitución Nacional en su autonomía.
Además lo encontramos contemplado en el art. 29 donde en adhesión a constituir que las
instituciones universitarias tendrán autonomía académica e institucional, agrega en su inc i) la
potestad de designar y remover al personal, contemplado así de manera explícita.

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