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Ahora bien, la Reforma Universitaria de 1918, que consagró la autonomía universitaria plena, no
originó una ley universitaria que mostrara tal amplitud. Sin embargo, sus logros fueron
fundamentales en materia de autonomía ya que las leyes sucesivas sancionadas entre 1947 —
cuando se interrumpe la autonomía universitaria— y 1955, la recortaron, a pesar de que el
discurso jurídico de las leyes 13031/47 (Ley Guardo) y 14297/55 caracterizaron las universidades
como autónomas. Sin embargo, se plantea en ellas que el Estado debe tener una presencia activa
para ponerlas al servicio de la nación, a la vez que la pretensión de homogeneización cultural del
país explica que estas leyes fueran verdaderas «leyes-estatuto», que no sólo establecían las reglas
básicas del sistema sino también las normas particulares propias de cada institución. Si bien no se
prevé una disposición sobre la posible intervención del Poder Ejecutivo, ello aparece como casi
obvio dado el espíritu de la ley y el contralor administrativo de la legalidad de los actos, que fue
ejercido ampliamente.
Entre 1955 y 1967 se vuelve a una concepción más amplia de autonomía en la letra, contrariada a
veces por la realidad. Según el decreto-ley 10775/56, «el estatuto de cada universidad será
publicado en el Boletín Oficial y entrará en vigencia a los diez días de su publicación, quedando sin
efecto, desde entonces, frente al mismo, las disposiciones de la ley 1597, del decreto-ley 6403/55
y de cualquier otra disposición legal o reglamentaria que se le oponga» (art. 9). Consistente con
esta idea de autonomía, no hay en esta legislación previsión alguna en materia de intervención y
no se admite el recurso jerárquico. Sin embargo, durante su vigencia se da la llamada noche de los
bastones largos (29 de julio de 1966) cuando la dictadura militar encabezada por Onganía decretó
la intervención de las universidades nacionales, ordenando a la policía que reprimiera a
estudiantes y profesores.
Desde 1967 a 1995 se sucedieron distintos gobiernos: civiles y militares. Cada uno de ellos aprobó
una legislación universitaria. A excepción de la ley 23068 de 1984, la mayoría de las vigentes en
esos veinte años se refieren a la «autonomía académica y docente» y a la «autarquía
administrativa, económica y financiera» (leyes 17245/67, 20654/77 y 22207/80). Sin embargo, en
la realidad la universidad fue avasallada durante los períodos de dictadura por parte del Estado y
hubo represión, persecución y muerte de autoridades, profesores, auxiliares y estudiantes. La
academia se tiñó de sangre y resistencia silenciada.
Ahora bien, se dictó el decreto 72/2018 en donde la SIGEN será la encargada de la designación y
remoción de auditores internos, para determinar las pautas de conformación de estructura e
integración de las Unidades de Auditoría Interna (UAI) y respecto del funcionamiento de los Comités
de Control Interno como herramienta esencial para el fortalecimiento del sistema de control.
Además, establece la creación de una carrera de especialización con el fin de lograr una mayor
profesionalización de los Auditores Internos Gubernamentales.
Por otra parte, modifica el procedimiento de designación y remoción de los auditores Internos al
establecer que esas medidas serán tomadas por el Síndico General de la Nación, asimismo, limita la
permanencia en el cargo con el fin de favorecer la renovación de funcionarios, prevenir actos de
corrupción y asegurar la imparcialidad de los auditores internos.
Alberto Gowland (Subsecretario de Gestión Económico Financiera y de Administración de Recursos
del Ministerio de Educación del GCBA/Síndico General de la Nación) sostuvo que “este decreto
deja a las claras el compromiso con la transparencia y el control de los organismos del Estado que
lleva adelante el Presidente Macri. Se trata de una herramienta fundamental para que desde esta
nueva etapa que llevamos adelante en la SIGEN, podamos velar por el correcto desempeño de
cada una de las áreas de gobierno”.