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PREFACIO
PLEGARIA PARA HABLAR COMO SE DEBE
Decimos esto, porque las cosas grandes se han de tratar más cautamente, cuanto
que no se pueden corroborar por los testimonios especiales de las autoridades para
que queden clarificadas. Pero como algunas de las santas Escrituras se habían de
buscar por los estudios de las investigaciones, no deben juzgarse superfluas,
mientras fueran reveladas por la verdadera indagación. La autoridad de la verdad
es fecunda y, cuando se penetra en ella, se sabe que procede de ella lo que ella
misma es. Muchas veces se penetra en la verdadera conveniencia que se esconde
en palabras evidentes, y a menudo se insinúa en palabras claras, en las que no se
ha de buscar otro significado que el que tiene, como es que Abraham engendró a
Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos 3. Y otras
semejantes en las que sólo ha de tenerse en cuenta la letra. Pero hay algunas otras
en las que aparecen mezclados la letra y el sentido místico, como por ejemplo en el
paso del mar Rojo, en el maná del cielo, en el tabernáculo de Dios y en el arca de
la alianza, que son figura del bautismo, de Cristo y de la Iglesia. Otras hay que
interpretarlas místicamente, como por ejemplo cuando dice que Dios sopló en la
cara de Adán el hálito de la vida; y sin embargo Dios no tiene ni boca ni manos para
trabajar, como dice el profeta: tus manos, Señor, me hicieron y me modelaron 4.
Las hay también que, aunque se omitan del todo, se creen sin embargo por la razón,
para la cual la misma conveniencia del asunto se toma como guía y rector. Nada se
dice de la justicia del sacerdote del Dios excelso, Melquisedec, pues se sabe que la
precedió una gran alabanza. Nada se confía de la felicidad de la vida de Enoch y de
Elías, después de que fueron raptados, a todos los que saben que ellos viven
santamente. El Señor los quiso raptar conservándoles intactos aquí y en el futuro.
Así pues, ¿qué se ha de decir de la muerte y de la asunción de María, de las que la
divina Escritura nada confía, sino que se ha de buscar por la razón lo que se
corresponde con la verdad, y se haga la misma verdad autoridad, sin la cual la
autoridad ni es necesaria, ni vale? Los que recordamos la condición humana, no
tememos decir que aquella muerte es una muerte temporal, la cual padeció su
mismo Hijo, que es Dios y hombre, por la ley de la naturaleza humana. Y esto,
porque se engendra y nace de su seno.
María, cuya alma fue traspasada por una espada de dolor, soportó la tribulación 10,
pero no multiplicó sus preñeces, ni vivió bajo varón, es decir, bajo la potestad del
marido, la que engendró a Cristo del Espíritu Santo con las entrañas intactas y
permaneció virgen, quedando intacta la integridad de la virginidad. Como le
engendró sin la inmundicia del pecado y sin el detrimento viril de la unión, engendró
sin dolor y sin quedar violada su integridad, permaneció íntegra en el pudor de la
virginidad. Pudo hacer esto de una madre, porque Dios eligió nacer así del hombre.
Así pues, María comparte las tribulaciones de Eva, pero no comparte el parir con
dolor, pues mereció de El esta singular santidad, gracia por cuya aceptación es
extraordinariamente estimada digna de Dios. No escapa inmerecidamente, en virtud
de un aprecio verdadero, a algunas de las cosas que dijo a Eva la que guarda tanta
gracia y realza la prerrogativa de la dignidad. Cuánto puede el poder de Cristo,
muestra la universalidad del mundo; cuánto la gracia, muestra la integridad de
María, la cual es contraria a la naturaleza y, por tanto, a lo usual. Así pues, ¿qué
sucederá si entre tanta diversidad decimos que ésta, de la cual Dios quiso nacer y
compartir la sustancia de la carne, estuvo sometida a la muerte de la suerte humana
y sin embargo no la retuvieron sus cadenas? ¿Acaso será impío decirlo? Pues
sabemos que Jesús, que dice de sí mismo me ha sido dado todo poder en el cielo
y en la tierra 11, lo puede todo.
Así pues, si quiso guardar íntegra a su madre en el pudor de la virginidad, ¿por qué
no quiere guardarla incorrupta del hedor de la putrefacción? Dígalo el que conoce
el sentir de Dios y el que fue su consejero. ¿Acaso no es propio de la benignidad de
Dios, que no vino a abolir la ley, sino a cumplirla 12, guardar el honor de su madre?
Porque así como la ley prescribe la honra de la madre, así también castiga la
deshonra. Es, pues, piadoso creer que el que la honró en vida con la gracia de su
concepción, la honró con una salvación especial a la hora de la muerte. El que
naciendo de ella pudo hacerla virgen, pudo hacerla ajena a la putrefacción y al
polvo, pues la putrefacción y el gusano es el oprobio de la condición humana. Y
como Jesús es ajeno a dicho oprobio, a él se sustrae la naturaleza de María, de la
cual está probado que Jesús tomó la suya. La carne de Jesús es la carne de María
y mucho más especialmente que José lo fue de Judá y del resto de sus hermanos,
a los cuales éste decía: pues es hermano y carne nuestra 13. Aunque fue exaltada
en la gloria de la resurrección y glorificada en la ascensión a los cielos, la carne de
Cristo permaneció y permanece siendo la misma naturaleza de carne, la cual es
tomada de María. Separado de ellos como estaba, lo testifica El mismo después de
la resurrección, cuando dice a los apóstoles: ved mis manos y mis pies, porque yo
soy el mismo 14. ¿Qué quiere decir yo soy el mismo, sino que no soy otro que el que
era cuando padecí?, puesto que podéis saber esto los que reconocéis las heridas
de los clavos en las manos y en los pies. Así pues, el mismo e idéntico subió a los
cielos y llevó sobre los astros la carne que recibió de su Madre, honrando así a toda
la naturaleza humana, y mucho más a la de la Madre. Si, pues, el hijo es de la misma
naturaleza que la Madre, conviene que también la Madre sea de la misma
naturaleza que el hijo, no en lo que concierne a la misma administración, sino en lo
que concierne a la misma recíproca sustancia: es conveniente que sean hombre,
de hombre; carne, de carne; madre, de hijo; hijo, de madre, no para ser unidad de
persona, sino para ser unidad corporal de naturaleza y sustancia. Si pues la gracia
puede realizar la unidad sin que haya una cualidad especial de la naturaleza,
¿cuánto más la realizará allí donde la unidad de la gracia es también un nacimiento
especial del cuerpo? La unidad de la gracia es como la unidad de los discípulos en
Cristo de los que El mismo dice: Padre santo, guárdalos en tu nombre; quiero que
los que me diste sean uno como lo somos tú y yo. Y dice más adelante de todos los
justos: no sólo ruego por éstos, sino también por los que creerán en mí por su
palabra para que todos sean uno como tú, Padre, lo eres en mí y yo en ti 15, es
decir, para que ellos sean por la gracia lo que nosotros somos por la naturaleza
divina. Pero si como creen los sabios no se ha anulado en María la unidad de gracia
que guardan todos los que creen en Cristo, ¿cuánto más la cualidad especial de la
naturaleza hará uno a la madre y al hijo, al hijo y a la madre? Se ha de ver también
que consecuentemente une a los que quiso hacer uno por la gracia, pues dice :
Padre santo, quiero que allí donde estoy yo, estén también conmigo los que me
diste para que vean la claridad que me has dado 16. ¡Oh gran e inestimable bondad
de Dios que quiere tener consigo a los suyos, en la gloria para que gocen de su
claridad, a los que unidos aquí por la fe se les juzga dignos de ser uno con El! Así
pues, si quiere tenerlos consigo, y por esto lo puede el que todo lo puede, ¿qué se
ha de considerar acerca de la madre? ¿Dónde es digna de estar, sino en presencia
del Hijo?
Así pues, cuanto considero, cuanto comprendo, cuanto creo, el alma de María
disfruta de la claridad de Cristo y de sus gloriosas contemplaciones. Siempre
sedienta de ver y siempre contemplando, la honra el hijo con la más excelente y
especial prerrogativa, mientras se goza incomparablemente: poseer en Cristo el
cuerpo que ella engendró y que está exaltado a la derecha del Padre. Y si no posee
el cuerpo gracias al cual engendró, sí posee el cuerpo que engendró. ¿Y por qué
no posee el cuerpo, gracias al cual engendró? Si no dice nada en contra una
reconocida autoridad, creo verdaderamente que también posee el cuerpo, gracias
al cual engendró, porque tanta santificación es más digna del cielo que de la tierra.,
El trono de Dios, el tálamo del Señor del cielo, la casa y el tabernáculo de Cristo, es
digno de estar donde está El, pues tan precioso tesoro es más digno de guardarse
en el cielo que en la tierra. Así pues, como no puedo sentir que aquel sacratísimo
cuerpo del que Cristo tomó la carne y unió la naturaleza divina a la humana no
dejando de ser lo que era, sino asumiendo lo que no era, Verbo que se hizo carne,
es decir, Dios que se hizo hombre, sea entregado como alimento a los gusanos,
temo decir que haya seguido la suerte de la putrefacción y del polvo que sigue a los
gusanos. Si no sintiera yo nada más elevado de ello que de lo que es propio del
género humano, no diría nada sino como lo diría de esto propio. Lo que sin aquella
ambigüedad se desvanece con la muerte, es, después de la muerte, futura
putrefacción; después de la putrefacción gusano y después del gusano, como
conviene, abyectísimo polvo. No se puede consentir creer esto de María, pues el
incomparable regalo de la gracia rechaza de lejos pensar esto.
Capítulo 7. LO QUE SE INFIERE DE LA PETICIÓN DE CRISTO POR SUS
MINISTROS. LOS ÁNGELES SERVÍAN A CRISTO EN LA TIERRA
Acerca de esto, me invita a hablar la consideración de muchas cosas, entre las que
sin duda se encuentra aquella que la misma Verdad dijo en una ocasión a sus
discípulos: el que a mí me sirve, me sigue y donde estoy yo, allí también estará mi
servidor 17. Si ésta es la sentencia general de todos los que sirven por la fe y por las
obras piadosas a Cristo, ¿cuánto más y cómo lo será especialmente de María? Todo
el que juzga sanamente, entiende que María sirvió a Cristo mostrando las obras y
por la rigidísima verdad de la fe. Sin duda nació una ayudadora para realizar la obra,
la cual le engendró en su seno y después del parto le sustentó y protegió y, como
dice el Evangelio, le reclinó en un pesebre 18 y, huyendo de Herodes, le escondió
en Egipto 19.Y toda su infancia estuvo acompañada por el afecto de su Madre, de
modo que indudablemente no dejó de seguirle no solamente caminando, como por
reverencia del Señor, sino también imitándole hasta la cruz, en que vio pender a su
Hijo, cuando era ya perfecto hombre. Así pues, María se manifestó por sus
cualidades una ayudadora de las obras especiales de Cristo, así como muy devota.
De este modo fue, sin duda, seguidora de la religión por la fe y de la verdadera
credulidad por la caridad. No pudo sino creer en la divinidad la que supo que éste
no había sido concebido por medio del semen del varón, según el orden natural,
sino por medio de ese divino canal que fue el arcángel mensajero, la que viendo
que acudía a Él la multitud de los ángeles que le servían, como sucedió cuando fue
concebido y nació, que se formó con el ángel la multitud del ejército celestial de los
que claman y ,dicen: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de
buena voluntad 20 y la que, cuando huyó El a Egipto y volvió después, pudo conocer
todas estas cosas con claridad, porque tales complacencias no convienen sino a
Dios. Por eso la anunciación de la estrella y el inesperado viaje de los magos desde
tierras lejanas, constituyó para ella un indicio de la verdad. Igualmente, fue insólito
para ella y para los demás el especial encuentro con la profética dignidad de Simeón
y Ana. Conservando María todas estas cosas, más robustecida por todas ellas en
la fe, las llevaba en un corazón piadoso, en tanto que no vacilante, sino segura de
la verdadera virtud de Dios; dijo cuando faltó el vino en las bodas: no tienen vino 21,
sabiendo plenamente que podía hacer aquello que le concernía completar a Él con
un divino milagro. He aquí, pues, a María ayudadora de Cristo por la fe y las obras,
y devota seguidora suya hasta la muerte, más que por el caminar, como se ha de
creer, por imitarle. Si no estuviera allí donde quiere Cristo que estén sus discípulos,
¿dónde pues estará?; y, si está allí, ¿no estará con igual gracia?; y si está allí con
igual gracia, ¿dónde está el favorable juicio de Dios que da a cada uno según sus
méritos?
Consideradas estas cosas universales, también por la verdadera razón, creo que se
ha de confesar que María está en Cristo y con Cristo. En Cristo, porque en El
vivimos, nos movemos y existimos. Con Cristo está gloriosamente asunta, para
gozar de las alegrías de la eternidad; está aceptada por la benignidad de Cristo la
más apreciada de entre todas las criaturas, la que El honró aquí con la gracia antes
que al resto de ellas. Y no es llevada después de la muerte a la común humildad de
la putrefacción, del gusano y del polvo, la que engendró a su Salvador y al Salvador
de todos en cuyo poder, si está el que no perezca un cabello de la cabeza de los
santos, está también el poder guardar intactos aquel cuerpo y aquella alma. Si
ningún eclesiástico duda de que no pueda guardar a su Madre incorrupta para
siempre, ¿por qué se ha de dudar que quiera lo que tiene reservado para la gracia
de tanta benignidad? Si la voluntad divina quiso por la sola gracia no sólo conservar
ilesos los cuerpos de los jóvenes de las crepitantes llamas del intenso fuego, sino
también conservar intactos sus vestidos, ¿por qué niega para su propia madre lo
que quiso para el vestido ajeno? Yendo más allá de lo natural, quiso, por la sola
misericordia, conservar incorrupto a Jonás en el vientre del cetáceo 22. ¿No
conservará incorrupta a María por la gracia, yendo más allá de la naturaleza? Daniel
fue guardado de la inmoderadísima hambre de los leones 23. ¿No se ha de guardar
a María, obsequiada de dignidades por tantos méritos? Como sabemos que lo que
hemos dicho no observa las leyes de la naturaleza, no dudamos que en el caso de
la integridad de María puede más la gracia que la naturaleza. Lo que hemos dicho
es obra de la divinidad, y es posible, porque lo realiza la omnipotencia. Cristo es la
Virtud de Dios y la Sabiduría de Dios. Suyo es lo que es del Padre. Lo es, todo lo
que es querer, pero querer lo que es justo y digno. Por eso se ve que María se
alegra dignamente con inenarrable alegría de alma y de cuerpo en el propio Hijo,
con el Hijo propio y por el Hijo propio, y no se ve que ninguna tribulación propia de
la corrupción deba acompañar a la que hasta tal punto no acompañó ninguna
corrupción de la integridad al dar a luz, que es siempre incorrupta: la que fue llena
de tanta gracia, es Íntegramente viviente, la que engendró a la vida íntegra y
perfecta de todos, está con aquel al que engendró en su seno, está junto a Él María,
la Madre de Dios, la nodriza de Dios, la auxiliadora de Dios, la cual le engendró, le
cuidó y le alimentó, y de la que, como ya dije, puesto que no me atrevo a sentir de
otra manera, sospecho no poder hablar sino como he hablado.
Así pues, tome este sentido vuestra caridad fraterna, según lo que ha inspirado el
Espíritu de Cristo. Se ha mostrado en parte lo que me animó a hablar así. Si alguien
se opusiera a ello y quisiera decir que Cristo no pudo hacerlo, muestre por qué no
conviene que lo quiera y, por lo tanto, que no exista. Y si manifiesta haber conocido
el consejo de Dios sobre esto, comenzaré a creer que va dirigido a él lo que no
sospeché sentir en caso contrario, y me asombrará que haya investigado la
grandeza del consejo divino, que a mí, con el Apóstol, me parece que debe ser
admirado con digna reverencia, y que dice: ¡Oh grandeza de las riquezas de la
sabiduría y de la ciencia de Dios, qué inescrutables son sus juicios y qué
insondables sus caminos! 24 Y, como según el mismo Apóstol, en parte conocemos
y en parte profetizamos 25, aunque de esto no lo dije todo, lo dije, sin embargo, como
creí que debía decirlo. Si pues lo que escribí es verdadero, te doy gracias, Cristo,
porque no pude sentir de la Virgen santa, tu Madre, sino lo que se ve que es piadoso
y digno. Así pues, si lo dije como debo, apruébalo tú y los tuyos. Pero si no,
perdóname tú y los tuyos. Que con Dios Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por
todos los siglos de los siglos. Amén.