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ANÁLISIS SEMIÓTICO LITERARIO

La semiótica literaria es una disciplina, dentro de la


teoría de la literatura, que tiene como objeto de
estudio el signo literario y las posibles
interpretaciones que tiene. El signo está en lugar
de algo, su objeto. Representa a este objeto no en
todos sus aspectos, sino con referencia a una idea.

El vocablo Semiótica proviene del griego Semeiotiké, que significa observación de los
síntomas, que corresponde al estudio de los signos.

La disciplina que tiene por objeto estudiar los sistemas de signos se ha desarrollado bajo
dos nombres: semiología y semiótica. Por principio de cuentas, el uso del término
semiótica o semiología remite a un diferente ámbito de origen: la disciplina emanada de
Pierce y desarrollada especialmente en Estados Unidos prefirió el nombre de semiótica;
mientras que la engendrada por Ferdinand de Saussure, más ligada al universo europeo,
prefería el de semiología.

Para Pierce semiótica es “la doctrina de la naturaleza esencial de las variedades


fundamentales de toda posible semiosis”

Para Saussure, se trata de “una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la
vida social”

Pero, en general, se puede decir que durante una parte del siglo XX se mantuvieron los
dos ya usándose indistintamente, y dividiéndose civilizadamente en el campo. Así, se dio a
llamar “semiología”, sobre todo en Francia, a la disciplina que tenía por objeto el estudio
de los signos en sistemas verbales. En cambio, se llamó semiótica ya a la disciplina que se
ocupaba de los sistemas de signos no verbales.

Destacaremos agentes humanos importantes en el proceso de comunicación, el autor y el


lector, el emisor y el receptor, aunque son sujetos exteriores al signo, sin ellos el signo no
existiría. No hay que olvidar que, en cierto modo, un signo no es más que un objeto, y que
sólo una comunidad de individuos puede convertir este objeto en signo al dotarlo de un
significado específico. El sentido, el significado, solo es posible que exista cuando hay
seres humanos capaces de generarlo, identificarlo o transmitirlo, se está
permanentemente introduciendo nuevos tipos de signos y en esto está lo esencial de la
definición de lo que es la cultura humana.

A comienzos del siglo XX la semiótica queda establecida, como una disciplina, como un
campo de estudio y como un método de análisis, y la hace emerger como la conciencia de
todas las ciencias, como una metateoría, que se basa inicialmente en estudios del lenguaje
y la comunicación.

La semiótica se ocupa de signos, procesos comunicativos, funcionamientos lingüísticos,


etc. Por tanto, se ha ocupado de las más variadas cosas: arquitectura, cine, teatro, las
modas, las señales de tránsito, la publicidad, la literatura, el arte, los juegos, las normas de
cortesía, la televisión, los gestos, y demás de esa índole.

La parte de la semiótica que estudia las relaciones entre significantes y significados es la


semántica. Se llama así a la rama de la lingüística que se ocupa de estudiar el significado
tanto de las palabras, como de los enunciados y de las oraciones.

La significación se divide en tres elementos:

a) Lo que se quiere decir (qué).


b) Lo que lo dicho significa (cómo).
c) Lo que hace referencia (acerca de qué).

Un signo puede no tener referencia, pero en ningún caso un signo puede carecer de
sentido. Para que algo sea signo es condición necesaria que tenga sentido
En la creación literaria intervienen los signos lingüísticos, las formas (como la metáfora u
otras figuras literarias) y los símbolos.
Semiosis
La semiosis es un proceso que se desarrolla en la mente del intérprete; se inicia con
la percepción del signo y finaliza con la presencia en su mente del objeto del signo.
Peirce define la semiosis como la acción, o influencia, que es, o implica la cooperación de
tres elementos: el signo, el objeto y el interpretante. Para Peirce la semiótica es una
vertiente de la lógica por lo que todos los contenidos mentales son signos, por ello todos
los procesos mentales son procesos de semiosis.

Estatuto semiótico de la palabra

Las palabras son signos lingüísticos. Al dar cuenta de una convención social, son signos
convencionales, signos de ley o legisignos. No podría insistirse lo suficiente acerca del
valor representativo de la palabra: ya que está en el lugar del objeto que designa, hay que
tener un conocimiento, una experiencia del objeto para comprender su sentido.
Las palabras son los substitutos de las cosas y R. Jakobson, entre otros lingüistas, subraya
las dificultades planteadas por el signo lingüístico ya que raramente tenemos la
posibilidad de tener una relación directa entre la palabra y la cosa. "En todos los casos
substituimos signos con signos".

Como tipo general, legisigno, la palabra resulta de una convención social en una cultura
dada. Su sentido evoluciona, lo que significa que el consenso social alrededor del sentido
de cada palabra está cuestionado en cada una de sus utilizaciones. La significación
adquirida por la palabra en un nuevo contexto puede introducir un alejamiento de las
reglas y de los hábitos.

Clasificación semiótica de las palabras

Las palabras, están clasificadas por la semiótica peirceana como todos los otros signos o
restantes signos, independientemente de su categoría gramatical.

Como semiótica general, la semiótica peirceana clasifica todos los signos. Peirce mismo,
categoriza las palabras de la lengua. Hay signos que califican –los legisignos icónicos- como
los adjetivos calificativos y los adverbios de modo. Hay signos que muestran, que designan
o que establecen relaciones en la frase o el texto -los legisignos indíciales- son: los
nombres propios, los pronombres personales, demostrativos, relativos, indefinidos, los
determinantes definidos, los adverbios de tiempo, de lugar y de modo general todos los
morfemas conectores (conjunciones y preposiciones). Finalmente, hay signos que
nombran clases de seres o de cosas, los nombres comunes y aquellos que nombran las
relaciones entre las clases, los verbos con sus valencias verb
Esta clasificación lleva a observaciones:

Esta forma de clasificar destaca la fenomenología de la palabra. Las categorías


gramaticales sólo toman en cuenta la dimensión sintáctica de esta fenomenología. La
clasificación peirceana toma en cuenta simultáneamente las dimensiones semántica y
pragmática, es decir las relaciones de la palabra con su objeto y su interpretante.
Esta forma de clasificar no tiene en cuenta a las clases gramaticales y cuestiona ciertos
recortes: es el caso del funcionamiento de la palabra con la redefinición del nombre
común por una parte y del nombre propio por la otra. También es el caso de los adverbios,
para los que se reintroduce el "sentido", para unos "calificando", para otros "indicando"
espacios o tiempos.

Es el caso de los pronombres que Peirce divide en dos grupos y ese recorte del campo de
los pronombres puede extenderse al de los determinantes, siguiendo el mismo modelo.
Esta clasificación muestra que la noción de "palabra" es a la vez demasiado general y
demasiado restringida.

Demasiado general porque recubre categorías tan diferentes como la del nombre y la de
los morfemas de ligazón (preposiciones y conjunciones) y porque constatamos que hablar
de "palabra" es a menudo hablar de "nombre".

Demasiado restringida para la metodología peirceana y que prefiere la noción más amplia
de signo: todas las palabras son signos lingüísticos pero no a la inversa. Así una
proposición es un signo (un símbolo dicente), un grupo nominal es un signo (una réplica
de legisigno indicial dicente o rematico según el caso). Finalmente, tres proposiciones
vinculadas lógicamente constituyen un signo (un argumento).
La importancia literaria del nombre propio

El nombre propio tiene una importancia evidente para el análisis textual, dado su
funcionamiento original como signo lingüístico.

R. Barthes "Un nombre propio siempre debe examinarse cuidadosamente, ya que el


nombre propio es, puede decirse, el príncipe de los significantes". Por otra parte, propone
llamarlo el Nombre.

"Su generalidad es de apertura, posibilidad de generación infinita de significaciones"


(Peirce).
Más que su dimensión como índice, son sus dimensiones icónica y simbólica las que
interesan al análisis textual. El nombre propio, de una manera económica, abre "avenidas
de sentido".

El nombre propio es un signo motivado por razones culturales. Cuando se inventa un


Nombre, se lo crea siguiendo modelos fonéticos y gráficos presentes en la lengua. El
Nombre adquiere así una legitimidad histórica al mismo tiempo que se carga de sentido
por el sesgo de esta cultura.

Clasificación semiótica de las palabras

Las palabras, signos lingüísticos, están clasificadas por la semiótica peirceana como todos
los otros signos o restantes signos, independientemente de su categoría gramatical.
Como semiótica general, la semiótica peirceana clasifica todos los signos. Peirce mismo,
categoriza las palabras de la lengua. Hay signos que califican –los legisignos icónicos- como
los adjetivos calificativos y los adverbios de modo. Hay signos que muestran, que designan
(como lo haría un dedo indicador) o que establecen relaciones en la frase o el texto -los
legisignos indíciales- son: los nombres propios, los pronombres personales, demostrativos,
relativos, indefinidos, los determinantes definidos, los adverbios de tiempo, de lugar y de
modo general todos los morfemas conectores (conjunciones y preposiciones). Finalmente,
hay signos que nombran clases de seres o de cosas, los nombres comunes y aquellos que
nombran las relaciones entre las clases, los verbos con sus valencias verbales; se trata
entonces de simbolos.

Esta clasificación lleva a observaciones.

Esta forma de clasificar destaca la fenomenología de la palabra, es decir el efecto que


produce en una mente. Las categorías gramaticales sólo toman en cuenta la dimensión
sintáctica de esta fenomenología, es decir relaciones de la palabra con las otras palabras
sobre el eje sintagmático del lenguaje. La clasificación peirceana toma en cuenta
simultáneamente las dimensiones semántica y pragmática, es decir las relaciones de la
palabra con su objeto y su interpretante. (por un lado, lo que significa y por otro, de qué
modo lo significa).

Es el caso de los pronombres que Peirce divide en dos grupos y ese recorte del campo de
los pronombres puede extenderse al de los determinantes, siguiendo el mismo modelo.
Esta clasificación muestra que la noción de "palabra" es a la vez demasiado general y
demasiado restringida.

Demasiado general porque recubre categorías tan diferentes como la del nombre y la de
los morfemas de ligazón (preposiciones y conjunciones) y porque constatamos que hablar
de "palabra" es a menudo hablar de "nombre".

Demasiado restringida para la metodología peirceana y que prefiere la noción más amplia
de signo: todas las palabras son signos lingüísticos pero no a la inversa. Así una
proposición es un signo (un símbolo dicente), un grupo nominal es un signo (una réplica
de legisigno indicial dicente o rematico según el caso). Finalmente, tres proposiciones
vinculadas lógicamente constituyen un signo (un argumento).

Una restricción interpretante en la literatura son índices clasificables según tres niveles:
nivel sintáctico, semántico y pragmático. Dan cuenta de técnicas narrativas, de la retórica,
de la intertextualidad y, en gran medida, de lo que Roland Barthes llama códigos
socioculturales.
El texto actualmente es dotado de una naturaleza diferente de la frase, y no una
concatenación de frases, es un conjunto que da cuenta de una estructura diferente. Se
estima que el texto tiene una organización autónoma y compleja cuyo sentido se
construye en el acto de lectura.

En cuanto a la semiótica en el acto de lectura, el sentido no es inmanente al texto, se


elabora en el transcurso del proceso de lectura y depende de la comprensión del lector.
En la semiótica peirceana, es el resultado de un proceso (semiosis) que considera
diferentes niveles de lectura para un lector dado. Sin embargo, la pluralidad de las
significaciones posibles está limitada por las restricciones interpretantes. En el acto de
lectura, construir la significación de un texto es establecer una relación entre los signos
lingüísticos y sus objetos por medio de un conjunto de interpretantes. La lectura literaria
se caracteriza por la aplicación de determinados interpretantes que superan ampliamente
los de la lectura puramente informativa centrada en el objeto del texto. Ya no se trata
simplemente de buscar un objeto correcto, sino de analizar y entender las formas y
medios a través de los cuales el texto produce emociones, efectos de realidad, la
actualización de conceptos, leyes o hábitos y como los combina. Es una lectura centrada
en el interpretante. Por una parte se confronta con la subjetividad y por otra con las
limitaciones de las restricciones objetivas de su ejercicio.

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