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Juan Sebastián Vargas Ramírez 2150017

“IMAGINARIOS DE LA MODERNIDAD”. FILOSOFÍA POLÍTICA A MEDIADOS


DEL S.XIX. ESTUDIO DE CASO: JOSE EUSEBIO CARO Y EZEQUIEL ROJAS.

INTRODUCCIÓN
El presente no tiene como causa última ser una investigación total, ni un proyecto con grandes
pretensiones académicas, más bien quiere y desea ser un boceto o quizá el sencillo esquema
de una posible investigación futura. Ante lo dicho, es necesario argumentar algunas nociones
previas respecto a los postulados teóricos que servirán como guía.

Así, esta introducción se concentrará en hacer un breve análisis de la primera palabra que
adorna el título de esta ponencia: Imaginarios. Ante este término pueden surgir diversas
preguntas ¿Qué significa hacer un estudio de lo imaginario? ¿Cómo se definen los
imaginarios? ¿Pueden los imaginarios ampliar el terreno de la Historia?
La historia de los imaginarios está completamente vinculada a la historia de las mentalidades,
de esta última depende su surgimiento en el campo historiográfico. Sus estudios inician con
la primera generación del movimiento de los Annales; no obstante, su cumbre llega con la
finalización del periodo Braudeliano en el año 1968. Las mentalidades (y los imaginarios
posteriormente) se levantan contra “la civilización positivista y racionalista que minimiza el
estudio de las imágenes y el mito detrás de ellas” (Durand, 1969). Dada su condición
novedosa, la mentalidad o las mentalidades ha sido un término con debilidad teórica (Cano,
2011) que ha servido de paraguas para muchas investigaciones que no se encontraban
alineadas a los paradigmas investigativos tradicionales. Frente a la dificultad de trabajo de
este concepto surge en la disciplina histórica el concepto de imaginario, el cual sufrió
diferentes transformaciones en busca de una significación transdisciplinar en las ciencias
sociales.

Un imaginario constituye un conjunto de representaciones, bien sean colectivas o singulares,


las cuales se crean a partir de una vasta herencia cultural, unas emotividades propias y una
realidad material e ideológica ante la cual somos sensibles. No es dependiente de criterios
científicos o de verdad, propios de los paradigmas científicos de finales del XIX y comienzos
del XX. Hay que tener siempre claro que una historia de lo imaginario remite al invento, no
como una condición fútil y engañosa, sino ligada al ámbito creativo de la mente, la cual
produce totalidades antes que estas sean delimitadas y puestas en manifiesto.

La delimitación de estos imaginarios a imaginarios de la modernidad política, tal y como se


hace en este trabajo, permite establecer un curso del problema dentro del tiempo histórico.
Así mismo, pese a que este estudio se concentra en tan solo dos intelectuales, se utiliza el

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plural “imaginarios” y no su acepción singular, debido a que cada individuo es hijo de un
contexto compartido. Las imágenes y las representaciones mentales son históricas y
construidas por hombres en sociedad.

Un estudio histórico de los imaginarios, sea en una sociedad o sea en un individuo, permite
dejar de lado una visión de sujetos estáticos y atados a las cadenas de sus circunstancias, sino
que permite verlos como sujetos en potencia, con una capacidad creadora que inventa
historias, las cuales, bajo su decisión, pueden trasladar de un plano mental a uno fáctico.
Para Jacques Lacan (1953), lo imaginario es uno de los tres registros esenciales de la realidad
humana junto con lo real (referido a lo fáctico en nuestro contexto) y lo simbólico. Esta
forma, el imaginario, como entidad abstracta, es el intermedio en el que se inscribe la historia
inconsciente de los hombres, una fuerza histórica que permite el movimiento sin la necesidad
de aparecer en manifiesto en la escena del mundo (Vovelle, 1985).

Teniendo en cuenta lo anterior, este trabajo busca responder en rasgos breves ¿Cómo se
imaginaban el Estado los intelectuales elegidos?, ¿Cuál fue el imaginario de modernidad que
se creó en la época a trabajar?, ¿En qué dista el imaginario de lo moderno del s. XIX y el
actual? ¿Podemos replantear algunos debates del s. XIX a partir del esclarecimiento
conceptual de lo imaginario?

EL DEBATE DE LA MODERNIDAD
A partir del análisis del término modernidad es necesario hacer ciertos esclarecimientos. Si
bien rastrear la historia de este concepto seria tarea ilusoria en este momento, vale la pena
dar luces al respecto de algunas ideas a proponer.

Tal y como sucedió con otros conceptos que terminaron convirtiéndose en grandes categorías
que han servido para estructurar la historia (Antigüedad, Medioevo, entre otras) el concepto
modernidad es una convención y una imposición hecha a los acontecimientos y al pensar del
transcurso de los siglos XV al XIX.

En este corto apartado se promueve hacer una crítica a esta estructuración y categorización
del acontecer. Para comenzar, los años, las décadas, los siglos y otras medidas temporales
fijas, no tienen de por sí ninguna coherencia con el desarrollo de las ideas y de los
acontecimientos, es decir, no se puede caracterizar un pensamiento por el hecho de haber
ocurrido en un siglo, lo justo en este caso sería hablar de tendencias dominantes en ciertos
periodos de tiempo. Los acontecimientos ocurren gracias a un contexto social, político,
cultural, etc. que los rodea y los fomenta. Por tanto, pueden existir ideas ligadas a una
categorización temporal que se repiten como tendencia en ciertos periodos de tiempo, claro
está, sin resultar anacrónicas.

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La palabra modernidad y los siglos que la abrazan se suelen identificar con características
fijas ligadas a las premisas trascendentales de diferentes movimientos intelectuales, tratando
de englobar en ellas todo lo ocurrido en la cotidianidad y en la materialidad de este transcurso
temporal. Pese a ello, haciendo un estudio relativamente mínimo de la temática, es factible
encontrar que durante la modernidad diversas ideas se pusieron en debate sin que ninguna se
convirtiera en hegemónica y sin privilegiar ninguna totalizante, igualmente, el transcurso del
tiempo permitió algunos cambios abruptos a nivel general, como el cambio en el poder
político material en algunos países europeos, surgimiento de una sociedad desligada de las
castas y conexa al concepto de clase, entre muchos otros.

Situando el foco en la filosofía política, tema de interés para el desarrollo de esta ponencia,
la modernidad se ha imaginado bajo premisas que defienden la razón y sobre la religión,
nuevas libertades y derechos de los individuos, una concepción ontológica del hombre como
ser autónomo, la poca intervención estatal en la vida privada del hombre ante una mayoría
de edad mental y demás ideas a fines1. No obstante, la filosofía política moderna no tiene un
marco delimitado en su definición debido a la pluralidad de corrientes del pensar. Así;
mercantilismo, fisiocracia, liberalismo, absolutismo, despotismo ilustrado, conservadurismo
utilitarismo, entre otras, convivieron como modelos económicos y sociopolíticos. Por otro
lado; humanismo, renacimiento, ilustración y romanticismo fueron los dominios intelectuales
que permitieron el surgimiento de las doctrinas ya nombradas.

Tal y como se está dando a entender, la modernidad, en esencia, no representa una idea. A
partir de diferentes teorías políticas actuales, se puede decir que es un significante vacío, esto
es, una palabra significante o palabra material sin significado o sin la posibilidad de crear
una imagen psicológica en cualquier grado de abstracción (Laclau, 2005). No se puede
pretender definirla bajo cualidades fijas ni bajo grados de valor a partir de una comparación
con demás periodos (ya mucho se ha equivocado la historia de, por ejemplo, encasillar de
obscuro al periodo medieval). Significantes vacíos, como la modernidad, son de gran
importancia en diferentes ámbitos, pues se llegan a constituir como hegemonías, definidas
como la unificación de diferentes discursos, fijados como fuerzas antagónicas dominantes en
el plano sociopolítico. De esta forma, se crea una falsa plenitud comunitaria acerca de una
idea que no evoca nada (Laclau, 2005).

Ahora bien, la anterior fue una incipiente crítica a las categorizaciones totalizantes y
hegemónicas que no pasan de ser significantes vacíos, en las cuales no se toman en cuenta
ciertos umbrales temporales, bajo los cuales ocurren revoluciones en el lenguaje. Vale la pena
aclarar que todo cambio social y o político lleva consigo un cambio en el lenguaje.

Una segunda crítica va enfocada a la creación y en la suposición de existencia de unos


imaginarios de la modernidad, tanto en los intelectuales del s. XIX como en la actualidad.

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Ideas provenientes de la filosofía liberal y la Ilustración.

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Partiendo de lo planteado anteriormente, en donde se tomó la modernidad como imposición
convencional propia del siglo XX, cuando en diversos discursos políticos empieza a surgir el
término. Es imposible hablar de la existencia de imaginarios de la modernidad en los
intelectuales políticos del siglo XIX para el caso de la Nueva Granada e inclusive para el
caso europeo. No había una identificación política o una construcción estatal con aires de
modernidad, sino expresada en términos de las corrientes políticas propias de la época, es
decir, no hubo, en el plano temporal a trabajar, ni hombres modernos, ni estados modernos,
ni tiempos modernos.

Está claro que una propuesta tan atrevida debería tener un sustento bibliográfico muy fuerte.
Para hacer una pequeña prueba de esta hipótesis planteada se hará un análisis de los discursos
más importantes en materia política de los intelectuales granadinos José Eusebio Caro (quién
escribió en compañía de Mariano Ospina) y Ezequiel Rojas, buscando en ellos el bagaje
conceptual utilizado para referirse e identificarse con ciertas ideas políticas y filosóficas.

EL DEBATE POLÍTICO EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX


Se pueden caracterizar dos particularidades que dan vida al estudio de la filosofía política a
lo largo del s. XIX en los territorios de la actual Colombia: La falta de decisión a la hora de
construir un sistema estatal estable, duradero y acorde al gusto y necesidad de la mayoría; y,
por otro lado, el flujo de ideas tanto internas como externas. Pese a que hubo generalidades
políticas en la época, primó la diversidad teórica y práctica desde la cual se podrá hacer un
estudio más detallado, bien sea por épocas, corrientes o personalidades.

Para el desarrollo de esta idea es necesario sustentar la convivencia de diversas fuerzas


ideológicas presentes en el territorio granadino tras el abandono, parcial y material, de la
corona española y en los intereses republicanos que pudieran identificar a la antigua colonia
con un territorio “moderno”.
Posterior a la expulsión de las tropas españolas, Simón Bolívar, general del ejército
independentista, ascendió al poder y perduró en el hasta 1830. Durante estos años predominó
la lucha entre las ideas liberales, propagadas por Francisco de Paula Santander, y una
propuesta más conservadora con miras a la monarquía vitalicia, promovida por Bolívar, quien
tenía la idea de una nación latinoamericana, unida bajo una monarquía simbólica (Bushnell,
1994).
Las siguientes dos décadas, consolidada la república, se vivió un periodo de estabilidad
política, producto de un modelo liberal que se encontraba en cabeza de Santander y de la
constitución de 1832, con mayores restricciones en el sistema representativo y mayor
autonomía local. Los años transcurridos entre 1830 y 1845 fueron importantes en la
definición de los bandos políticos que se ponderarán en la historia nacional. Teniendo en
cuenta las ideas dictatoriales bolivarianas, los liberales se dividieron en dos facetas. La

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primera, más radical y autodenominada progresista, no concebía articular a los bolivarianos
dentro de la nueva estructura de poder; por otro lado, la segunda, de carácter moderado,
apoyaba su participación en función de un proceso representativo justo (Bushnell, 1994).

Ambas facciones liberales, pese a sus diferencias, compartían unas mismas orientaciones
ideológicas. Existió un interés en convertir a la Nueva Granada en un territorio donde
predominaran los ideales de la ilustración. Ambos grupos compartían cierto desapruebo del
predominio militar y el fanatismo religioso. Así, entre muchas lecturas compartidas, vale la
pena resaltar las más frecuentes, como Montesquieu, Constant, Tocqueville y Jeremy
Bentham, cuyo caso se tratará con detenimiento en lo posterior (Palacios & Safford, 2002).

Pese a su papel secundario en el ámbito político, es de gran importancia hablar de los


orígenes de las ideas conservadoras y el proceso que llevó la formación de su partido. Durante
la presidencia del General Santander (1832-1837) se formó un partido declarado republicano
y constitucionalista. Sus miembros aspiraban retrotraer una idílica sociedad colonial,
tomando así el sobrenombre de Retrógrados. Se oponían a toda introducción de las nuevas
ideas surgidas en el seno de la ilustración, las revoluciones liberales o cualquier otro
movimiento intelectual europeo que fuese en contra del ideal de una nueva hispanidad.
Defendían el mantenimiento de la tradición y el privilegio de las élites dentro de un orden
social cerrado. Los retrogradas, en busca de lazos que permitieran su ascenso político,
formaron alianza con la facción más anti-santandereanista del movimiento progresista
liberal, formando así el partido ministerial (Melo, 1995).

Estas fueron las tensiones políticas vividas en la primera mitad del s. XIX. El partido
ministerial logro poner en el poder a José Ignacio Márquez, quien afrontará la Guerra de los
supremos, primera guerra civil de este Estado independiente. Pedro Alcántara Herrán,
sucesor presidencial de Márquez, quien también procedía del partido ministerial, pondrá en
manos de Mariano Ospina Rodríguez, líder intelectual del parrido ministerial y ministro del
interior, la redacción de una nueva Carta Magna. La constitución de 1843 será el primer
intento constitucional de la ya consolidada república, de volver a las bases españolas. Se
abolió la libertad de prensa, se censuró la educación y las lecturas liberales y se impuso la
religión católica como única encargada de la dirección formativa del Estado (Posada &
Ibáñez, 1903).

ROJAS Y CARO, INTÉRPRETES DE SU ÉPOCA


A partir de la elección presidencial del General Tomás Cipriano de Mosquera, apoyado por
el partido ministerial, los liberales se tomaron el poder estatal por un prolongado periodo de
tiempo. Tal y como ya se había explicado antes, los liberales, esta vez más fuertes en el poder,
se encontraban divididos en dos facciones, radicales y moderados, ahora rebautizados
Draconianos y Gólgotas.

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Ante el mandato de Mosquera, diversos intelectuales tomaron consciencia de sus labores en
la propagación ideológica. La aparente rivalidad discursiva entre Ezequiel Rojas y José
Eusebio Caro (en compañía de Mariano Ospina Rodríguez), propagada por la prensa de la
época, es el ejemplo más claro de los debates que encerraban a los pensadores colombianos
(o si bien granadinos) de mitades del s. XIX.

Sus amplias formaciones en jurisprudencia no intervinieron en el interés personal de ambos


por la filosofía de la época, caracterizada por el crecimiento exponencial de la doctrina liberal
y sus variantes, propagadas por la Revolución Francesa y sus réplicas. Ante éstas hubo una
resistencia romántica, proteccionista y conservadora, la cual no permeó de la misma forma
el territorio granadino, como se estudiará posteriormente). En el ámbito filosófico, el debate
sobre la moral dará cuerpo a sus propósitos políticos, siendo de gran importancia, en este
punto, la figura de Jeremy Bentham.

Más allá de lo dicho anteriormente, ambos fueron los pioneros en la creación del programa
del partido Liberal y Conservador. El primero fue escrito el 16 de Julio de 1848 en las
primeras páginas del periódico “El aviso”, artículo que llevó por nombre La razón de mi voto,
en el cual se proponía la candidatura de José Hilario López, ante la negativa de Rojas de
asumir la vía presidencial. En respuesta a la fuerza y popularidad obtenida por partido liberal
y a las decisiones tomadas por la ya ejercida presidencia de López (como la expulsión de los
jesuitas), el 4 de octubre de 1849, en el semanario La civilización, editado por Ospina y Caro,
aparece el primer programa del partido Conservador, titulado Declaración política. Ambos
programas serán los discursos a analizar en este trabajo, elegidos por su carácter conciso, por
la cualidad de ser pioneros y por la importancia que tuvieron en su época y que tienen en la
nuestra.

Es posible decir que tanto Rojas como Caro (en compañía de Ospina) fueron los creadores
materiales del partido liberal y conservador, respectivamente. Sin embargo, sigue en debate
la génesis de las construcciones ideológicas de cada partido, las cuales se remontan inclusive
al periodo colonial. Lo que ahora corresponde es ver cómo se representó la imaginación y las
ideas exteriores en esta primera materialidad discursiva, bajo la cual, se hacía efectiva la
existencia de unos partidos importados (Martínez, 1996), en un espacio contextualmente
diferente al presentado en la Europa del mismo siglo.

ANALASIS DEL DISCURSO POLÍTICO

Bajo la metodología del análisis del discurso se pretende hacer un estudio de la fuente
primaria con la que se dispone. Teniendo en cuenta que los discursos a tratar son de un
marcado carácter político, este análisis será específico a la hora de encontrar categorías
pertenecientes al dominio de la política y de las relaciones de poder.

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Como bien es sabido, el análisis del discurso no dispone de una metodología única, cada
analista decide el o los caminos a partir de los cuales pueda llegar a la identificación y
caracterización de lo que considere o no importante en su análisis. En este caso en específico,
se hará un breve aislamiento de los valores e ideologías que se encuentran inmersas dentro
de sistema político a estudiar (Van Dijk, 1999) Se habla de sistema ya que un grupo de valores
debe funcionar de forma estructural uno en favor del otro, así se realza la tesis de que no hay
estructura sin sistema y viceversa.

LOS PROGRAMAS PARTIDARIOS Y LA “MODERNIDAD”: PRIMER


ACERCAMIENTO
Como bien se planteó al comienzo del trabajo, uno de los objetivos es poner en manifiesto
que el reconocimiento de los intelectuales de mediados del siglo XIX como hombres
modernos, o de forma análoga, como constructores de un estado moderno, era una
concepción equivoca. Para desarrollar esta idea es necesario adentrarnos en los discursos de
estos pensadores, razón por la cual se ha delimitado este gran grupo a los ya citados Ezequiel
Rojas y José Eusebio Caro y sus programas de partido, ambos fueron electos por razones ya
clarificadas.

Un primer análisis de dichas obras devela la inexistencia del concepto modernidad dentro de
los términos usados en su construcción. No se habla ni del hombre moderno, ni del estado
moderno, así como tampoco del tiempo o la época moderna. Expiado este concepto del
discurso y de la imaginación de estos intelectuales (o por lo menos en el plano representativo
al cual se nos permite acceso), es necesario hacer una revisión de sus ideas y lograr identificar
que sistemas, valores e ideologías políticas inundan el lado implícito del contenido de sus
discursos.
Así, teniendo en cuenta que no se reconocen como hombres modernos, sino que ésta es una
categoría que se les ha asignado, vale hacerse la pregunta ¿Cómo se identifica el hombre en
estos discursos?

“Pero, se pregunta, ¿qué es lo que quiere el Partido Liberal? ¿Cuáles son sus deseos? ¿Cuál
es la teoría que quiere ver realizada? (…)”

“Quiere que todos los granadinos sean (…)” (Rojas, 1848).

Estos dos cortos fragmentos permiten apreciar, en primera medida, que el emisor, pese a
dejar en claro que es Ezequiel Rojas (al final de la publicación), pretende hablar a unísono
de la institución del partido liberal. Así mismo, se busca que el receptor no sea otro sino todos
los granadinos, sin disgregar entre ellos.

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“El partido conservador es el que reconoce y sostiene el programa siguiente: (…) Sea del
católico contra el protestante y el deísta, o del ateísta, el jesuita y el fraile (…) por los comunistas,
los socialistas, los supremos (…) El conservador condena (…)” (Caro & Ospina, 1849).

Igual que en el ejemplo anterior, el emisor se camufla bajo la totalidad del partido
conservador; no obstante, el público dirigido se debe reconocer como “conservador”, no
obstante hay una identificación del hombre en cuanto a su valoración religiosa y en cuanto a
sus ideales políticos.

A modo de síntesis, ambos discursos permiten comprender que dentro de sí, existen diversos
tipos de hombres, liberales, conservadores, socialistas, comunistas, supremos, entre otros.
Esta idea, además de debatir el germen del hombre moderno, revela en la imposición de
modernidad, lejos de unas características fijas de la representación de un hombre, un choque
o debate entre variedades discursivas.

Dado que no son justas con esta historia las periodizaciones universalistas, tales como
modernidad, lo que podemos llegar a identificar son diferentes ideologías políticas y
facciones dentro de ella, esto es, particularidades que entran en continuo debate
enriqueciéndose y resignificándose. Para el siguiente ejercicio se estudiará como el
liberalismo, con su facción utilitaria, y el conservadurismo, poseen presupuestos que
identifican a los hombres de la época y que enriquecen su discurso, identificándose como
singularidades y no como universalidades. De aquí se seguirá un estudio que permita
encontrar la relación entre estas teorías y la puesta en materialidad de los discursos de ambos
programas, los cuales, bajo su identificación onomástica, deberán por mínimo ser fieles a
algunos de los siguientes principios.

SISTEMAS, PARTICULARIDADES Y ANÁLISIS

LIBERALISMO
LA FILOSOFÍA LIBERAL CLÁSICA
En su sentido natural y originario, es decir, bajo los presupuestos presentes en los Dos
ensayos sobre el gobierno civil, escrito por John Locke en el siglo XVII, el liberalismo se
fundamenta como una doctrina filosófica y política que aboga por los siguientes principios.

El liberalismo se levanta contra el poder absoluto del Estado y de la autoridad eclesiástica, a


su vez, protesta contra los privilegios políticos y sociales de cualquier agrupación, con el fin
de generar el desarrollo de la libertad del individuo en los ámbitos propios de su diario vivir.

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Omitiendo en contexto histórico que permitió el surgimiento del liberalismo europeo, vale la
pena decir que el carácter cristiano de las ideas de John Locke, primer ideólogo de este
sistema y los siguientes valores, es de gran importancia para el estado granadino que, aunque
quería limitar las relaciones y el poder dado entre el Estado y la Iglesia, no abandonaba su fe
cayendo en el ateísmo ni en el materialismo absoluto.

En su primer capítulo, Locke destaca que los hombres son criaturas de Dios y propiedad de
éste, por lo cual, no pueden ser sometidos ante el poder de ningún otro hombre. “Los hombres
todos, se hallan en el estado de la perfecta libertad para ordenar sus acciones, disponer de las
personas y sus bienes como lo tuvieron bien, dentro de los límites de la ley natural” (Locke,
1991, p.6). No obstante, argumenta el empirista inglés, que pese a esta libertad, el hombre no
es libre de destruirse a sí mismo, ni siquiera a criatura alguna. “(…) que siendo todos iguales
e independientes, nadie, deberá dañar a otro en su vida, salid, libertad y posesiones” (Locke,
1991, p.7). Es decir, se debe preservar a toda costa el derecho a la vida. Vida y libertad son
junto con la propiedad, esto es, todo fruto de su obra y trabajo, derechos individuales e
inquebrantables del hombre.

Debido a que estos tres derechos son dados por una ley natural, no es posible asegurar su
respeto por parte de otros hombres. En busca de garantizar su seguridad, los hombres hacen
un convenio o un contrato en el cual renuncian a ciertos poderes para entregarlos a la sociedad
civil, fundamentando las bases para el surgimiento de la República. Los poderes de este
convenio son los poderes a los cuales lo individuos renuncian. El poder legislativo, el cual
surge gracias al abandono individual de salvaguardar los derechos naturales, consolidándose
como el poder que decreta las normas para una debida estabilidad; y, por otro lado, el poder
ejecutivo, el cual surge al abandonar el poder del castigo ante la corrupción a los derechos
individuales.

Sería ilusorio pensar que las ideas liberales que influenciaron a los intelectuales del siglo
XIX granadino, se agotan en las consideraciones de Locke. Se nutren no solo de unas teorías
políticas sino también económicas. De esta forma, clásicos como Adam Smith y demás
propagadores del liberalismo económico, según el cual, la intervención del Estado debe ser
nula en los diversos procesos de venta y cambio mercantil (Rugiero, 2005).

Análisis del discurso a partir de los valores expuestos por el liberalismo clásico: La
razón de mi voto, Ezequiel Rojas, 16 de julio de 1848, Semanario el aviso, número 26.

Así, expuestas las ideas más importantes del movimiento liberal clásico, es requerido analizar
el discurso de Rojas y encontrar en él la influencia directa de dicho sistema.
“República quiere el Partido Liberal; quiere sistema representativo, real y
verdadero, y no apariencias como las que existen.” (Rojas, 1848).

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Valores: República, Sistema Representativo.

Las frases que abren el discurso liberal pueden dar luces sobre el proyecto imaginado. Se
quiere república en el sentido comunitario donde el hombre no regule sus libertades sino que
lo haga un ente superior. Se cuida Rojas de la palabra democracia ya que no se busca los
poderes directos del pueblo, caso ilusorio para la época y para un territorio con medios de
comunicación paupérrimos, por ende utiliza la frase “sistema representativo”.
“Quiere que los derechos individuales y sus garantías sean realidades y no
engañosas promesas, y quiere esto porque hoy los que ejercen los poderes públicos pueden
hacer impunemente cuanto quieran, y pueden disponer de la vida de los hombres y de los
intereses de la nación a su arbitrio; porque las instituciones no contienen freno alguno de
prevenir estos atentados.” (Rojas, 1848).

Valores: Derechos individuales, seguridad, vida, en contra de privilegios sociopolíticos.

Queda explicita en este apartado la influencia del liberalismo clásico. Habría que agregar la
interpretación que da Rojas sobre la defensa del derecho natural a la vida, la cual no es
irrespetada por otro individuo sino por la corrupción del ente supremo por el cual se unió la
sociedad.
“Quiere que sólo la voluntad de la ley sea la que disponga de la suerte de los
hombres, y que los funcionarios, tanto del orden ejecutivo como del judicial, se contraigan a
ser un órgano fiel de ella; y se quiere esto porque las instituciones actuales no proporcionan
este beneficio; y porque cuando la voluntad de la ley es sustituida impunemente por la
voluntad de los encargados de su cumplimiento, hay un absolutismo, tanto más detestable
cuanto mayor es el número de los que lo ejercen.” (Rojas, 1848).

Valores: autoridad de la ley, en contra de privilegios políticos y el absolutismo.


La coherencia entre liberalismo clásico y este fragmento recae en que solo la ley puede
decidir sobre un hombre, ya que hace parte de las libertades que se le entregan al Estado; no
obstante, según el liberalismo clásico las decisiones de la ley, al juzgar, no pueden atentar de
lleno contra los derechos naturales, en especial contra la vida. Este fragmento se levanta
contra el absolutismo, enemigo principal del liberalismo clásico.
“Que las leyes den libertad y seguridad y que no pongan obstáculos de ninguna clase
a la producción y a la circulación de las propiedades, y entonces los particulares harán lo
demás, porque el deseo de la riqueza no es necesario inspirarlo.” (Rojas, 1848).

Valores: Libertad económica, propiedad, seguridad.


Este apartado presenta muy bien los intereses del liberalismo económico clásico, el cual bebe
de la libertad económica y la no intervención del Estado en el intercambio comercial, lo cual
no le quita la responsabilidad de proteger y asegurar la propiedad y la libertad de quienes en
mutuo acuerdo se unieron para su creación.

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“Conferirlos [los destinos públicos] por dar renta a las personas pobres, cuando
no hay aptitudes y tal vez falta probidades prevaricar, es ejercer actos de beneficencia con
los bienes ajenos.” (Rojas, 1848).

Valores: en contra de “leyes de pobres”.

Estos cortos renglones denotan la oposición clara que hacen los teóricos del liberalismo
económico clásico (Malthus, Smith, Ricardo) a la asistencia social, la cual, es un principio
en contra a la igualdad y fortalecedor de la pereza y del aumento demográfico.

EL UTILITARISMO BENTHAMISTA
“la naturaleza puso al género humano bajo el dominio de dos señores soberanos: el
dolor y el placer (...) Al trono de esos dos señores está vinculada, por una parte, la norma que
distingue lo que es recto de lo que es errado y, por otra, la cadena de las causas y de los
efectos”.

“el principio que establece la mayor felicidad de todos aquellos cuyo interés está en
juego como la justa y adecuada finalidad de la acción humana, y hasta la única finalidad justa,
adecuada y universalmente deseable”

“Aquellos cuyo interés está en juego” siempre componen una “comunidad”. ¿Qué
es una comunidad? “Si la palabra tuviese un sentido, sería el siguiente. La comunidad
constituye un cuerpo ficticio, compuesto por personas individuales que se consideran como
sus miembros. ¿Cuál es, en este caso, el interés de la comunidad? La suma de los intereses
de los diversos miembros que integran la referida comunidad” (Bentham, 2000, p.23)

Bajo estos tres cortos fragmentos extraídos de la obra de Bentham, se hayan los principios
generales de la utilidad, caracterizada por la búsqueda de la mayor felicidad Así, las acciones
tienden a ser juzgadas como correctas e incorrectas en la medida en que pueden o no
ocasionar felicidad y bienestar a una comunidad. Estas mismas nociones son adecuadas en la
evaluación de un Estado y su legislación. Esta aceptación de la teoría utilitarista presupone
un rechazo a las doctrinas del liberalismo clásico. La aceptación de la libertad como derecho
natural implica que los hombres no pueden ser sometidos a ninguna privación, por lo cual,
ninguna forma de gobierno sería posible. Ante esto Bentham concebía que no se puede hablar
de derechos frente al poder de un gobierno, sino de seguridades contra un mal gobierno
(Rugiero, 2005). El ideal de gobierno de Bentham era intervencionista y capacitado con un
gran poder administrativo; no obstante, esto no arremetía de forma perversa contra la libertad
de los individuos, ya que estos tendrían vías por las cuales defenderse del poder superior. La
libertad permitida será entonces aquella que no hace daño a la comunidad en conjunto.

La felicidad se encuentra constituida por dos partes: el placer y la seguridad, el papel del
estado es proporcionar la seguridad para que el hombre, en su libre desarrollo (libre en sus

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restricciones), pudiese bajo metas individuales alcanzar sus placeres con el mínimo margen
de dolor. (Santos, 2016)

Análisis del discurso a partir de los valores expuestos por el utilitarismo: La razón de
mi voto, Ezequiel Rojas, 16 de julio de 1848, Semanario el aviso, número 26.
Al ser exiliado del país por los hechos ocurridos durante la conspiración septembrina, en la
cual Rojas participó, empezó su viaje por Francia e Inglaterra antes de volver al país con la
muerte del ‘libertador’. Si bien, es en este viaje donde adopta sus primeras posiciones
utilitaristas, estas no son maduras aún. Su incursión discursiva se puede ver más en sencillos
conceptos que en largas arengas.
“La sociedad para sus servidores: tiene derecho a que se le sirva bien, porque de
ello depende su prosperidad y bienestar; debe, pues, emplearse a los hombres que prestar
buenos servicios con fidelidad, sea cual fuere el partido político a que hayan pertenecido o
pertenezcan.” (Rojas, 1848).

Valores: prosperidad, bienestar.

Ambos valores, pese a ser pilares del utilitarismo, son peticiones de muchos otros sistemas,
no obstante su uso dentro del discurso liberal obedece directamente al pensamiento
Benthamista. El nivel de rectitud de las cosas se puede medir teniendo en cuenta el bienestar
que producen, en este caso, ante la unión de diversos individuos, el interés está en un
bienestar común donde se garantice que la felicidad individual de uno no perjudicará la del
otro.

“leyes claras, precisas y terminantes para que con facilidad pueda el común de los
hombres conocer sus deberes y sus derechos. Quiere esto porque no existe: la legislación de
la Nueva Granada es un caos; lo han reconocido y repetido todos, siendo ésta una de las
causas de que la responsabilidad de los funcionarios públicos sea ilusoria; de que todo
derecho se haga litigioso; de que no se cumplan las obligaciones que se contraen; de que no
haya seguridad de ningún género y de la desconfianza general” (Rojas, 1848).

Valores: claridad

Afirma Jeremy Bentham que “El hombre natural puede raciocinar con exactitud y con
sencillez, pero el hombre artificial no sabe hacerlo, sino valiéndose de sutilezas, de
suposiciones y de ficciones. El hombre natural puede encaminarse a su objetivo por el
sendero derecho; mas el hombre artificial no sabe llegar al suyo sino por medio de rodeos
infinitos” (Bentham, 1825, p.19). La sencillez y la claridad del lenguaje son de suma
importancia en las leyes. Es directo, tal y como lo dice (Santos, 2016) un guiño de ojo al
filósofo inglés.

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“Quiere que todos los granadinos sean ricos” (Rojas, 1848).

En este sencillo renglón se analiza la defensa del bienestar para el mayor número.

“Quiere el Partido Liberal que no adopte la religión como medio para gobernar: las
dos potestades deben girar independientemente, cada una dentro de su órbita, puesto que
cada una tiene su objeto y fin distinto. Emplear la religión y sus ministros como medios para
hacer ejecutar las voluntades de los que gobiernan los negocios temporales, es envilecerla,
desvirtuarla y separarla del fin con que la instituyó su divino fundador. (…) La pretensión
de presentar al gobierno temporal haciendo causa común con la religión, sólo tiene por
objeto fabricar un escudo al abrigo del cual puedan obrar discrecionalmente y disponer de
la sociedad, de sus individuos y de sus intereses; nunca el absolutismo es más poderoso que
cuando el gobierno temporal adopte la religión como instrumento.” (Rojas, 1848).

Valores: Estado laico.

El utilitarismo da un giro radical a la concepción de la moral, la cual abandona su carácter


religioso para ir en busca de la felicidad. Se resume el pensamiento anterior en que el hombre
ya no tiene por qué obedecer normas para religiosas para conseguir una felicidad supra
material, si puede conseguirla en su paso por la tierra. Dios, entonces, deja de proveer el agua
para una fuente moral y legislativa del Estado, primando el hombre en su libertad y la
búsqueda de su bienestar.

CONSERVADURISMO
Resulta complicado identificar la influencia de las ideas conservadoras europeas en el
surgimiento del conservadurismo colombiano. A diferencia de las ideas liberales, las ideas
conservadoras en ambos continentes surgen casi de forma coetánea. En Europa la revolución
francesa fue el punto de surgimiento de las primeras ideas conservadoras, sin embargo, estas
no maduraron hasta entrado el s. XIX; en el caso colombiano, las independencia del Imperio
español es ese punto de quiebre. Así, teniendo en cuenta las diferencias contextuales y
estructurales entre el Imperio francés y el Imperio Español son lo suficientemente amplias
para que los dogmas de cada sistema ideológico varíen.

Si analizamos onomásticamente al partido conservador, encontramos su causa final, ésta es,


conservar, mantener, guardar y proteger; ante esto, es primordial preguntar ¿Qué se desea
conservar? ¿Ante quién se conserva o protege? Las preguntas anteriores son de difícil
respuesta ya que habría que analizar todas y cada una de las instituciones, los roles sociales,
los acopios culturales, etc. y demás partes que conformaban la estructura del ethos hispánico.
No obstante, en el plano discursivo podemos analizar qué valores quería conservar el partido

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conservador en su primer programa y ante quien o quienes los protegía, ciñéndonos
únicamente a lo manifiesto en el papel. Lo anterior se llevará a cabo, no sin antes dar unas
breves generalidades.

Según Robert Nisbet, (1995) las ideas conservadoras, en un sentido general pueden resumirse
en los siguientes valores: Historia, Autoridad y Religión.

Para los conservadores, la historia no es más sino experiencia, la cual va mucho más allá que
el pensamiento abstracto y los ideales sociales y políticos planteados por la filosofía liberal.
La autoridad, en contraste con los liberales, redefine los conceptos de libertad e igualdad, ya
que propone que el hombre además de rendirle cuentas a la república, tiene responsabilidades
con otras instituciones, como la familia. La libertad y la igualdad son principios
incompatibles, ya que la igualdad cohíbe la libertad individual. Por último, todo sistema
conservador promueve la defensa de la religión y la moralidad judeocristiana.

Análisis del discurso conservador: Declaración Política, José Eusebio Caro y Mariano
Ospina, 4 de octubre 1849, Semanario “La civilización”.
De carácter más sencillo, sin recurrir a grandes argumentos o al uso frecuente de figuras
literarias que aporten un carácter retórico al texto, el programa del partido conservador es
claro en sus máximas:

“(…) El orden constitucional contra la dictadura;” (Caro, J. & Ospina, M., 1849)

Valores: Orden.

Queda explicito lo que pide. Esta dictadura que aqueja el partido conservador se puede ver reflejada
igual en las peticiones del partido liberal en contra del absolutismo. La idea de orden, general dentro
de la ideología conservadora, aboga por una estructuración más grande que la presentada por el
partido liberal. Los conservadores consideran que las relaciones de poder van más allá del simple
ejercicio de ciudadanía, llegando a configurarse en otros ámbitos, religiosos, familiares, etc.

“La legalidad contra las vías de hecho;” (Caro, J. & Ospina, M., 1849)

Valores: legalidad.

Este artículo da fuerza al anterior en la petición de un orden constitucional. El estado debe cumplir
con sus labores de forma honrada sin caer en perversiones.

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“La moral del cristianismo y sus doctrinas civilizadoras contra la inmoralidad y las
doctrinas corruptoras del materialismo y del ateísmo;” (Caro, J. & Ospina, M., 1849)

Valores: Cristiandad.

La idea de la cristiandad y la conservación de su tradición es uno de los bastones del partido


conservador y quizá su gran y principal diferencia con el partido liberal.

“La libertad racional, en todas sus diferentes aplicaciones, contra la opresión y el


despotismo monárquico, militar, demagógico, literario,

La igualdad legal contra el privilegio aristocrático, oclocrático, universitario o


cualquiera otro;

La propiedad contra el robo y la usurpación ejercida por los comunistas, los


socialistas, los supremos o cualesquiera otros;

La seguridad contra la arbitrariedad de cualquier género que sea;” (Caro, J. &


Ospina, M., 1849)
Valores: la libertad, la igualdad, la propiedad y la seguridad.

Sin necesidad de presentar a fondo, debido a que la sencillez de los artículos hace explicita su
intención, se puede notar que los valores aquí perseguidos por el partido conservador no varían en
cuanto a las pretensiones máximas del liberalismo, punto que será tocado posteriormente.

“La civilización, en fin, contra la barbarie (…)” (Caro, J. & Ospina, M., 1849)

Valores: La civilización

Al nombrar “la civilización” (que por cierto, es también el nombre del semanario de José Eusebio
Caro y Mariano Ospina donde es publicado este programa) se hace referencia a los estados y las
naciones europeas cristianas.

ANÁLISIS COMPARATIVO DE DISCURSOS


Yendo un poco más allá, a la hora de comparar los valores que se reivindican en cada uno de
los discursos, podemos notar que las similitudes abundan y las diferencias son muy escazas.
En ambos discursos existe un párrafo sintetizador que reúne lo dicho de forma previa
utilizando palabras claves. Mediante la comparación de esos dos breves párrafos se puede
llegar a diversas conclusiones.

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“(…), quiere el Partido Liberal que se organice un gobierno en beneficio de los
gobernados; quiere República, sistema verdaderamente representativo, Congreso
independiente, Poder Ejecutivo que no pueda hacer sino lo que la ley le permite,
responsabilidad positiva y para ello tribunales independientes, buenas leyes, una política en
el Poder Ejecutivo eminentemente nacional y americana, justicia imparcial con todos, que
en sus actos no se tenga en cuenta otra consideración que el bien público. Y quiere todo esto
para que los que obedecen no sean esclavos de los que gobiernan; para que haya verdadera
libertad; para podernos librar del gobierno teocrático; para que los granadinos realmente
tengan aseguradas sus personas y sus propiedades; y para que las garantías no sean
engañosas promesas.” (Rojas, 1848)

“El conservador condena todo acto contra el orden constitucional, contra la


legalidad, contra la moral, contra la libertad, contra la igualdad, contra la tolerancia, contra
la propiedad, contra la seguridad y contra la civilización, sea quien fuere el que lo haya
cometido.” (Caro, J. & Ospina, M., 1849)

Así, es justo desmitificar que, por lo menos en el marco de esto primeros programas, el
partido conservador produce su discurso como una resistencia ante la hegemonía de unas
ideas liberales. Los valores predicados son, omitiendo cierta profundidad que posee el escrito
de Ezequiel Rojas, los mismos; los pocos cambios que hay, son a fin de cuentas secundarios,
eximiendo la defensa de la moral del cristiano, inclusive hace críticas contra otros sistemas
políticos no mencionados en las querellas partidistas.

Complementando el punto anterior, ya otros autores (Bushnell, 1994) han mencionado que
en las alteraciones de gobiernos liberales y conservadores existían continuidades en los
puntos en que se creían más opuestos, casos tales como la dualidad proteccionismo-
librecambismo y federalismo-centralismo.
No obstante es innegable las querellas entre ambos partidos representadas en especial debido
al papel que debía tomar la iglesia en el poder y en las vidas de los individuos, motivo de
fuertes disputas y punto central del odio entre los dos partidos.
“Quiere el Partido Liberal que no adopte la religión como medio para
gobernar: las dos potestades deben girar independientemente, cada una dentro de su órbita,
puesto que cada una tiene su objeto y fin distinto. Emplear la religión y sus ministros como
medios para hacer ejecutar las voluntades de los que gobiernan los negocios temporales, es
envilecerla, desvirtuarla y separarla del fin con que la instituyó su divino fundador. (…) La
pretensión de presentar al gobierno temporal haciendo causa común con la religión, sólo
tiene por objeto fabricar un escudo al abrigo del cual puedan obrar discrecionalmente y
disponer de la sociedad, de sus individuos y de sus intereses; nunca el absolutismo es más
poderoso que cuando el gobierno temporal adopte la religión como instrumento.” (Rojas,
1848)

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“La moral del cristianismo y sus doctrinas civilizadoras contra la
inmoralidad y las doctrinas corruptoras del materialismo y del ateísmo” (Caro, J. &
Ospina, M., 1849)

Me aventuro, para concluir este apartado, a argumentar que la pugna bipartidista de mediados
de siglo sustentó su existencia en los roces leves entre sus ideologías. Ningún discurso se
consolidó como hegemónico ante otro, así como el ascenso al poder de un partido no
amenazaba con la desaparición de su “rival” (hasta el periodo estudiado, ya que no se puede
hablar al respecto de los discursos póstumos a estos). En este punto es muy claro el partido
conservador identificando sus oponentes directos bajo el uso la preposición “contra”,
oponentes que a nivel general no son los liberales, tal y como se vio en el apartado anterior.

1. CONCLUSIONES
Con la limitada autoridad que otorga el análisis hecho y reafirmando la tesis planteada en un
inicio, es justo recalcar que el hombre moderno no existió, es un invento actual, con el cual
se ha creído identificar el pensamiento de algunos intelectuales. La historiografía colombiana
(Jaramillo, 1994) suele identificar junto a la variable “modernidad” una que se le antepone:
“tradición”, la cual especulo igual de errada a la primera por los mismos motivos; no obstante,
su desarrollo requeriría, en respeto de su complejidad, otro trabajo a detalle. En lugar de estas
categorías, como ya se dijo, se deben identificar las particularidades políticas, que más que
influenciar se resignifican al entrar en contacto con el contexto social granadino. En este
ejercicio se identificaron algunas de éstas, no así, inconformes, la historia del libro y de la
práctica lectora, la investigación de archivos personales y el análisis minucioso del discurso
social y político, permitirán encontrar muchas más. Ante el problema anterior, según el cual
la modernidad es un significante vacío, la historia puede tener dos opciones, a menos que
esta conclusión no sea tan solo una vaga ilusión: la primera es buscar otro u otros
significantes, como se propuso, para identificar al hombre y a la política de mediados del
siglo XIX; o, en caso contrario, agregarle un contenido a ese vacío.

Como bien se sabe, ninguna investigación llega a finalizar por completo. Durante el
desarrollo de este trabajo y en la revisión de la fuente elegida surgieron, entre muchos, tres
interrogantes principales a los cuales no se les dio respuesta en virtud de conservar una
coherencia interna, sin embargo, es justo darles una pequeña mención en este apartado.

En la fase analítica del programa conservador se encontró el siguiente fragmento, el cual


causa curiosidad al hablar del comunismo siendo el año de 1849, teniendo en cuenta las
publicaciones de Marx al respecto llevan menos de cinco años circulando:
“La propiedad contra el robo y la usurpación ejercida por los comunistas, los socialistas,
los supremos o cualesquiera otros;” (Caro, J. & Ospina, M., 1849)

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Lo importante no es cuestionar la velocidad con la cual llegan las ideas, pues inclusive ha
quedado claro como los viajes de Ezequiel Rojas y el encuentro directo con los pensadores
más importantes del liberalismo del siglo XIX permitieron el flujo casi que inmediato entre
las ideas de los intelectuales de un territorio y los de otro. Las preguntas a hacerse, en
cuestión, deben ir ligadas a la consolidación de un imaginario del miedo político ante ideas
que sí tenían la capacidad para romper el ideal de república, de sistema representativo y de
orden constitucional que estos dos partidos se planteaban. Vale también preguntarse e indagar
si estas acusaciones se dieron por algunos ejemplares de la obra de Marx que llegaron al
territorio, por algún pregonero recién llegado o si tan solo constituían un temor ficticio al
enterarse de la situación revolucionaria europea.
Por otro lado, el desarrollo de este artículo también permitió indagar en la vida y obra de los
intelectuales trabajados, encontrando en Ezequiel Rojas a una figura muy controversial. A lo
largo de su vida sostuvo dos grandes querellas en defensa de las ideas utilitaristas, que pese
a defender no sin ciertas contradicciones, sirvieron para educar a una generación de juristas,
economistas y políticos nacionales. La primera de estas querellas es precisamente a la cual
se le dio aquí un breve apartado; no obstante, en la década de los setenta del mismo siglo,
este debate vuelve a ser retomado por Miguel Antonio Caro (hijo de José Eusebio), el cual,
a corta edad, debatía las ideas políticas y morales planteadas por Rojas. Estas querellas
requieren, según mi posición un estudio más detallado pues fueron de carácter importante en
el desarrollo de la dirección ideología de la política colombiana en el siglo XIX, ya que ambos
autores fueron los grandes focos ideológicos, alrededor de los cuales, otros intelectuales
construían sus discursos.

Por último, la lectura a detalle del programa del programa del partido liberal permite observar
la construcción del imaginario de república que tenían Rojas y sus colegas allegados en
materia. Sin embargo, la constitución de esos ideales como propuesta pragmática más allá de
ser imposibles, eran ilusorios y pertenecientes a un registro lejano a la realidad circundada
por las relaciones humanas. Teniendo en cuenta, así mismo, lo planteado por David Bushnell
en La regeneración y su secuela: una reacción positivista y conservadora (1885-1904) las
influencias filosóficas y sociológicas del positivismo en Rafael Núñez y cierto círculo de
intelectuales de intensión nacionalista, llevarán a cierto pragmatismo. En esta medida, urge
una investigación fuerte que analice y explique, sin perder del enfoque las ideas, el paso del
proyecto de un Estado imaginario a una Nación pragmática a lo largo del s. XIX.

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