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Después de Adorno: repensando la sociología de la música

Daniel Román Rodríguez.

El texto de Tia Denora aborda el trabajo sociológico y musicológico de Adorno desde


una visión crítica. Esboza un destino posible, una continuidad, a partir de los aportes más
significativos del filósofo alemán en el campo de la sociología de la música.
La primera crítica que Denora expone sobre su pensamiento es la inseparabilidad
entre música y sociedad. Para el musicólogo alemán, como marxista ortodoxo y parte de una
generación que sufrió el exilio y la persecución racial, la sociedad posindustrial es sinónimo
de barbarie y, como tal, produce objetos culturales que simplemente reafirman su violencia.
Es necesario recordar que vivió en carne propia los hechos más brutales del siglo XX
y, por lo tanto, la visión que tenía del proyecto de la modernidad fue inamovible. Adorno
declaró: “No se puede escribir poesía después de Auschwitz”, sentenciando así, que el arte y
la música no escapan incólumes del aparato criminal de la sociedad. No estaban entonces las
condiciones de recepción para ninguna expresión artística, ni tampoco habría una comunidad,
en el sentido clásico del término, que la pudiera justificar ni menos habilitar.
Adorno diría que la separación entre música y sociedad es real e ilusoria. Real porque
la separación sería una forma operativa de estetización del arte para fines ideológicos y una
estrategia política más del fascismo. Ilusoria, porque como buen pensador posmarxista, la
separación entre estructura y superestructura es mera ficción.
Recordando las ideas de la escuela de Frankfurt, son los medios materiales los que
posibilitan y condicionan cualquier actividad humana y la música sería sólo un ejemplo de
aquello. Para Denora esta actitud ortodoxa, de comprender lo musical como expresión de lo
social, es entendida como un academicismo que no interroga sobre la música como forma de
vivir y ser. Adorno, sostiene Denora, inconscientemente rechaza el dualismo de música y
sociedad por alguna razón que no es explícita en el texto. El apego a la dialéctica justifica
que música y sociedad sean idénticas y no idénticas, en tanto es una estrategia metodológica
característica del pensamiento marxista.
Para Denora, su mayor aporte fue justamente develar el rasgo social de la música. Fue
el primer teórico moderno en considerar seriamente a Platón y fue también capaz de
relacionarse con la música no solo como una mera expresión estética, sino que, desde el
análisis, develar relaciones de poder y elementos extra-musicales.
Como modelo composicional y político, el pensador alemán aborda la obra de
Schoenberg en tanto ejemplo de la relación inseparable entre música y sociedad. Para él la
“nueva música” era la única capaz de subvertir el proyecto estetizante y estandarizado que
propone la música de masas. Veía en la disolución de la tonalidad y en la igualación arbitraria
de la serie utilizada en la música dodecafónica, un modelo político a menor escala operando
discursivamente. De igual manera, “la nueva música” exigiría una escucha de naturaleza
distinta a la de la música masiva y, por lo tanto, tangencialmente, demandaría otro sustrato
de recepción.
La estructura composicional de Schoenberg se transforma en una estructura modélica
para su pensamiento filosófico. Desde una mirada musicológica y práctica, consiste en
identificar analíticamente y desde la partitura, elementos que dan cuenta de la realidad social.
Así, la introducción en una sinfonía de Mahler puede representar el horror y la decadencia
de una sociedad administrada en la sonoridad tétrica de los violines.
Lo “underground” y abstracto de sus escritos parecen ser un desajuste corregible
mediante sencillas correcciones. De esta manera Denora propone el camino intermedio en el
cual se puede compartir el análisis del discurso musical y el análisis de la acción musical. Su
formula consistiría en volver lo general particular, es decir, no evaluar a la sociedad en su
conjunto, sino que analizarla en campos específicos de acción. Y lo particular, a saber, el
análisis musical, abordarlo de un modo general. De esta manera, traducir de algún modo la
especificidad de los análisis musicales a materiales con los cuales uno pueda sentir, hacer y
ser. Para De Nora las interrogantes debieran ir dirigidas a como las personas hacemos cosas
con la música y a la superación de la dicotomía música-sociedad.
El concepto de “Evento musical” tomado de John Cage, funciona como el “más allá”
propuesto para la superación del pensamiento adorniano. Conceptos como holístico y lo que
la música nos hace a nivel afectivo y emocional, se inscriben dentro de lo propuesto y nos
llevan a comprender la música como un entorno en el cual nos desarrollamos y, en
consecuencia, a considerar un mayor numero de elementos en el análisis musical.
El “evento musical” acuñado por Cage y ampliado por Denora, comprende la música
como un acontecimiento que se vuelve objeto de análisis con un sinnúmero de elementos que
participan de la recepción musical y que son parte de la experiencia ampliada de la escucha.
En este sentido, es un medio de acción social y nos da entornos y herramientas para hacer
vida social. Los estudios sociológicos de la música no deben enfocarse en como la sociedad
se encuentra en ella, sino simplemente entender que es una manera en la cual hacemos lo que
finalmente llamamos acción social. De esta forma y citando a Adorno, el oyente es el objeto
de la música no de manera contemplativa sino práctica, como un sujeto activo de experiencia
y acción.

Algunas reflexiones.
Desde mi perspectiva, Denora olvida que las mayores aportaciones del musicólogo
alemán son en el campo de la filosofía y, como filósofo, sus interrogantes se sostienen, por
una parte, en un riguroso método dialéctico de interpretación y, por otra, en una mirada crítica
de la sociedad.
Los ajustes propuestos por Denora parecen más un intento superficial orientado a una
re- significación dulcificada que a una reflexión seria sobre el espesor de la obra del pensador
alemán como sociólogo de la música. Me parece que Adorno, desde el marxismo y la
dialéctica, interpreta el mundo y lo denuncia para dar cuenta de la “vida dañada” en cada una
de sus manifestaciones por insignificantes que nos parezcan. “Hasta el árbol que florece
miente, al momento en que percibimos su florecer sin la sombra del espanto”, nos señala en
“Mínima moralia” con absoluto rigor.
De Nora lo usa para dar cuenta de una falta, de un sesgo en la mirada adorniana, para
ampliar el espectro de los estudios de la música sobre la base de un pensamiento que olvida
su soporte crítico y político. La separación entre forma y contenido no es plausible y el
enfoque metodológico propuesto por Denora oblitera el soporte filosófico que en Adorno es
sustento del análisis musical. La música es una expresión más en la cual la barbarie se
expresa. Desde ella e incluso en ella, operan los mecanismos de administración ideológica
sobre el hombre. No es por lo tanto la música necesariamente un repositorio estético, ni un
dispositivo portador de belleza, sino un medio a través del cual denunciar los mecanismos de
dominación. El invaluable aporte de Adorno no está en su recorrido musicológico, ni en la
supuesta neutralidad científica del sociólogo que era, sino en el imperativo ético de la
filosofía crítica, develando los mecanismos culturales en los que actuamos, lamentablemente
y desde su perspectiva, como víctimas y victimarios.

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