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SILENCIO BASE PARA ASENTAR LA VIDA

«Si todo cuerpo está iluminado, al no haber en él parte alguna oscura, todo él
resplandece» (Lc 11,36)
La vida no es fluida por el ruido que experimentamos. Este afán nos divide como
piezas de un rompecabezas. El hombre tiene muchas piezas y el silencio tiene que
alcanzar a todo lo que somos. La atención a nuestro cuerpo también tiene que darse
porque nuestra corporalidad no se puede excluir en el silencio.

Hay dos silencios corporales: uno de muerte, otro de vida. El de vida se presenta sin
estorbos y todo fluye constantemente. Es maravilloso. Pero el silencio del cuerpo no
siempre tiene fluidez. En el cuerpo van registrados nuestros ruidos, impulsos, afanes...
No se puede disimular. El cuerpo no miente. Revela lo que somos. Todo se refleja en él.
Expresa nuestro fingimiento. Hay que saber silenciar el cuerpo porque este silencio
incide luego en las profundidades del alma.

Nuestros dolores, gestos, posturas.... son expresiones de aquello que tenemos en el


interior. En el cuerpo se pueden ver reflejados gestos de desconfianza. Esta
desconfianza crea un gesto exterior de estar en guardia. Alerta siempre.

Hay una desconfianza ante lo oculto. Este miedo nos impide vivir plenamente. Para
desterrar esta sensación hay que poner los pies en la tierra. Al hacerlo reencontramos
una de las dimensiones básicas de la vida. Si no se pone el pie con firmeza se vive en el
temor. Hay gente que anda de puntillas en la vida. La estabilidad de la tierra es
necesaria aunque luego haya que dejar que el cielo tire de nosotros. Buscar la postura
correcta en la vida. Verdadera. Dejar que la tierra tire de nosotros. Asentarnos sobre la
tierra. Establecernos y descansar en ella sin miedos. No desconfiar de la firmeza de la
tierra. Ella nos sostiene y nos recoge. El temor siempre endurece el cuerpo. La fluidez
de la vida sufre serios atascos. Si notas una postura de temor, reemplázala por otra de
abandono total.

Existe otra desconfianza alojada en nuestro cuerpo. Es la desconfianza ante el mundo


de los sentimientos. De los míos y de los otros. Cuesta admitirlos. Emociones que
desechamos. Otras veces, las buscamos para dejarnos castigar por ellas. Parece ser
que esta desconfianza se localiza en el pecho. Cuando se levanta el pecho y se hunde el
vientre se demuestra desconfianza. El centro no se asienta en el pecho. Todo se asienta
en el bajo vientre. Aprended a sentarse en el bajo vientre. Son las raíces de nuestra
vida. De nuestro árbol. Se desarrollan las raíces en función de la magnitud del árbol.
Son las que alimentan el árbol. El bajo vientre es la despensa de la vida. Asentarse en
él es una manera de encontrar la confianza. La postura corporal ayuda a buscar la
dimensión profunda del ser.

Qué duda cabe de que vivir desplazando nuestro centro hacia otros sitios genera
desequilibrio. Nuestro centro no está en poseer La confianza no la da la posesión. Nace
de otro lado. Por vivir con dependencia, vivimos alterados. No asentarse en nadie. Sólo
en sí mismo.

La alteración se da cuando uno encuentra su centro en otra persona. El trabajo del


silencio es aprender a descansar en uno mismo. Esto es arriesgado. Es una inmensa
felicidad cuando se consigue confiar en nuestro propio centro.

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Otra desconfianza es la que se siente ante el porvenir. Es frecuente. Nadie sabe nada
del futuro. ¿Qué será del siglo? ¿Qué será de nosotros? Todo es imprevisible y se sufre.
Se localiza en los hombros. Las personas que tienen los hombros levantados sufren
esta desconfianza. Dejar caer los hombros ya es un signo de aceptar cosas. Admitir
cosas libera la tensión y el dolor que crea esta desconfianza. Uno se protege
corporalmente con los hombros. El futuro es algo que se nos va a dar pero no se trata
de buscarlo, con miedo, antes de tiempo.

Es necesario que toda nuestra razón entre en silencio. Al igual nuestro discurso,
nuestro raciocinio. El régimen de la razón se idolatra. No es fácil someter la mente a
un silencio.

Hay que entender que la razón no acredita. Nosotros no somos lo que pensamos. Las
ideas maravillosas no sirven. Podemos ser egoístas y violentar. Las ideas son sólo
ideas. No son el fondo de nuestro ser. Observad cómo la razón no ha estado siempre al
servicio de la paz, del amor, de la libertad... Colabora con el mal. A veces, colabora con
la guerra. No hay que idolatrar la razón.

Es difícil, pero bueno, dar silencio a nuestra razón. No nos guía la razón. No es el eje
de nuestra vida. No es una cultura. El eje no es la razón. La cultura es superficial y la
razón es bastante superficial. No sabe responder al misterio de nuestra vida. No puede.
La razón está parcelada. Se ha vuelto especialista. Es un índice de que está dividida.

Uno se hace un favor si silencia la razón. Hay resistencias tremendas. A ideas,


juicios... El hombre es un tanto por ciento de razón v de otras cosas. La maravilla la
hace el hombre cuando no piensa. Es tremendo someter todo a los criterios de la
razón. Eso es un atropello.

El hombre tiene otra parcela que es la imaginación. Es una parcela importante. La


imaginación trabaja mucho. Te ilusionas. A veces haces horas extraordinarias. No deja
de trabajar. Hay que dar descanso. Devolver al silencio la imaginación. Para que luego
pueda ser más creativa.

El mundo de nuestra emoción es otra pieza que hay que hacer descansar. En un breve
espacio de tiempo se está desalentado, animado, furioso, contento... Las emociones
ahogan. Hay que devolver la calma. No excitarlas, darles calma. No nos pueden
estrechar in fatigar. Devolver el silencio a la emoción. Es un quehacer lleno de salud.

Otra pieza que existe en nosotros es la voluntad de desearlo todo. De poseerlo. Es


bueno dar silencio a nuestra voluntad. El deseo nos orienta hacia afuera. No hay que
desear nada. No es preciso. En este campo profundo todo está ya en el hombre. Todos
los recursos están dentro. Hay que tener confianza. Hay que sospechar que los
recursos que necesitamos para vivir están dentro. El silencio es bueno para alejar los
deseos de uno mismo. Si yo vivo deseando algo..., me apoyo en otra cosa. Surge la
agitación. Nos aíslan de nosotros mismos. Silencio en nuestros deseos. Para no
alejarnos de nuestro corazón.

Cuando todas las piezas entran en sosiego puede brotar la intuición. Es una luz
rápida. Se enciende en nosotros y nos anuda a caminar. Cuando algo se ve desde

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dentro, no se necesita ayuda ni respuesta. Nadie puede cambiarnos si la luz se hace
dentro. Nadie puede decirnos nada.

Esta luz sólo se pone en marcha cuando todo se serena. No somos lo que nos
empeñamos ser. Un silencio para permitirse ser. Permitirse vivir.

La intuición es hija del silencio. La presencia del Reino en nosotros se intuye desde el
silencio. El silencio es el espacio para esta intuición, esta revelación. No es callar por
callar. Es callar para permitir que la vida se dilate, se expanda. Son los ruidos los que
tapan esa fuerza interior. Los que nos dividen en mil piezas sin sentido. Acallarlos es
encontrar de nuevo la confianza y la salud.

EL SILENCIO CAPACIDAD DE ESCUCHA

«Oigo en mi corazón una voz que dice: "Busca mi rostro"» (Sal 27)
No escuchamos sólo con nuestro oído. Nuestro cuerpo también escucha. Una palabra,
cuando encuentra un cuerpo abierto, se extiende por el. El silencio crea una
resonancia en la Palabra. Después de hacer silencio se escucha mejor. El silencio es
un vacío y se hace presente una plenitud. Sólo el vacío puede dar resonancia. No se
puede cantar con la boca llena. Es necesaria la capacidad de escucha.

El oído no selecciona. La vista es más selectiva. El oído se entera de todo. Del canto del
pájaro y del silbido del viento. El silencio es necesario para seleccionar la Palabra y
para decir lo que el salmista. Oigo en mi corazón una voz.

Para escuchar es necesario el afecto. Nuestra escucha es inmensamente provocadora.


La escucha inspira al otro. Si escuchas, desatas las vallas del otro y provocas su
palabra.

La Palabra, si nos toca y nos hiere, nos puede acompañar eternamente. Busca la
Palabra que habita en tu corazón. No la busques fuera. De alguna manera ya está
dentro. Escúchala. Lo que hace la Palabra es despertar algo que ya está dentro de
nosotros. Por el silencio uno aprende a escuchar sin anticipación. No adelantarnos a la
palabra es buena cosa. No decir antes de tiempo lo que el otro nos tiene que decir.

La música es después de escucharla. La música se celebra después de que el sonido se


haya consumido. La Palabra es después que ya ha concluido el sonido. La escucha
pide una atención total y llena. No estamos acostumbrados a la escucha porque todo
nos reclama. Y es una pena porque a la música se la profana si no se la escucha.
Hemos de ser pura escucha. La escucha no tiene otra cosa que hacer sino escuchar.
Escuchar sin influir sobre lo que nos llega.

Hay que dejar nadar al pez; volar al pájaro; a la Palabra que suene. Id aprendiendo
esto. ¡Qué bueno es no influir en nada! Como en la respiración. La palabra es toda ella
una acción. La palabra que resuena dentro de nosotros es una presencia llena de
dinamismo. Pero hay que dejarla libre para que resuene.

Dios tiene una palabra sola: Jesús. La simplicidad de Dios es manifiesta. Y es que en
una Palabra pueden florecer las demás. Basta escuchar una palabra para que ella vaya

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madurando. Una palabra que recoja siempre nuestro silencio y nuestra atención. La
Palabra nos buscará a nosotros. No la manipulemos. En el silencio nos puede
encontrar. Una palabra breve es mejor. Una vez encontrada no reflexionemos sobre
ella. Hacerlo es separarse de ella.
EL SILENCIO DE LA PRACTICA

«El Señor Dios formó al hombre de arcilla y sopló en su nariz aliento de vida» (Gén 2,7)
En el Génesis hay un pasaje que nos puede situar ante la práctica del silencio. En su
capítulo 2 se puede leer: «Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del
suelo, sopló su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo».

Aquí se ve cómo el hombre está hecho de arcilla, es decir, tiene un cuerpo, y cómo
recibe un soplo. Este soplo es su espíritu. No existe separación entre lo uno y lo otro.
Todo lo que se vive en el cuerpo se vive en la conciencia. Nuestra arcilla está hecha
para llenarla de vida, para llenarla de Dios. Nuestro cuerpo es nuestro hogar. Todo se
refleja en él. Así pues, en la meditación es necesario atender al cuerpo buscando una
postura justa. Buscando el propio equilibrio. La movilidad del cuerpo habla de nuestra
poca salud. No favorece al Silencio el moverse continuamente. Y luego es necesario
atender a la respiración, al soplo. Estar atentos a este espíritu. Respirar. Uno es según
respira. La atención en la respiración es la atención al gesto de Dios que nos da su
vida. Es cuestión, sólo, de respirar para disfrutar de este don. Cuando se respira con
atención nos damos cuenta de cómo estamos realmente. Se dice: «No tengo tiempo ni
para respirar». En el silencio es lo único que hay que hacer. Sólo esto ya es bastante.

En la meditación hay que estar atentos porque tenemos dos grandes riesgos: fugarnos
hacia arriba pensando, divagando, discurriendo, imaginando, o fugarnos hacia abajo
relajándonos, durmiéndonos, evadiéndonos. Cuando nos demos cuenta de que algo de
esto nos está sucediendo, nos tenemos que volver de nuevo hacia el centro de nuestra
atención, es decir, nuestra respiración. Por último, hay que señalar que no es
necesario manipular, ni dirigir nuestro aliento. Simplemente observar y..., practicar,
practicar...

EL SILENCIO LABOR ARTESANAL

«Levántate y baja a casa del alfarero. Allí te comunicaré mis palabras» (Jer 18,2)
Leyendo el capítulo 18 de Jeremías podremos encontrar un mandato de Dios:
«Levántate y baja a la casa del alfarero y allí te hablaré». Cuando se lee este párrafo se
puede sacar alguna reflexión sobre el arte del alfarero y sus cualidades, que son
iguales a las de Dios. El artesano trabaja con esmero. Su característica es que hace su
trabajo con las manos. Y las manos tienen un lenguaje de amor, de ternura, y también
de energía, de fuerza... En cada obra Dios pone sus manos. Dios me pone las manos.
Poner las manos es poner afecto, amor, atención.

La obra industrializada es funcional. La artesana está llena de detalle, de adorno. Hay


inspiración en cada obra. Hay atención y silencio. Las huellas de la mano del artesano
son su propia firma. La huella no se puede falsificar como la firma. Yo llevo la huella
de Dios. Soy original. Hay diferencia en cada persona. El artesano da culto a la
presencia. La cultura actual no da culto más que a lo rentable, a lo rápido y
productivo. E1 artesano vive en la atención. Su ser es su creatividad.

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El silencio es una tarea artesanal. Cada uno aprende a estar en donde está. Pide de
nosotros la entera atención. Es una especie de entrega y ofrenda a la Presencia.

El secreto del arte del alfarero es que da un centro de gravedad a todo lo que hace y
desde su centro nos regala su esbeltez y hermosura. Y desde allí la vasija se mantiene
en armonía. Todo tiene su eje. Un eje desplazado llevaría a la obra a la caída. Todo en
el cosmos es armonía, equilibrio. El cosmos vive en equilibrio. Baila y danza con su
propio equilibrio. Se dice que el sol es el centro. El broche de oro de la creación. El
centro no se ve, pero todo gira y se mueve gracias a él. ¡Quién sabe si Dios nos ha dado
un centro a nosotros! Importa descubrir mi centro de gravedad. San Agustín dice que
su centro, su peso, es el amor. El amor puede ser un buen centro de gravedad. El
silencio nos puede llevar a encontrar nuestro eje. ¿Dónde busco yo mi centro? Si no
hay sosiego en mi vida, es necesario buscarlo en otro lado.

A veces, el centro de la vida de una persona puede ser el trabajo. Hay una dependencia
del trabajo exagerada en el momento actual. Cuando hay dependencia no existe
libertad y este valor sólo florece en el centro del ser. Se sacrifica la libertad para
acoplarse al ritmo de la sociedad. Se ajusta uno a la colectividad. Nos sometemos a
todo y se pierde el centro. Hay gentes que se confían a todo con tal de no estar en el
vacío. No es fácil vivir al margen de la manada. Ser hombre es vivir en rebeldía. Ser
libre es no entrar en la corriente. El disidente resulta castigado. Descansar en mi eje
implica pagar el precio de la soledad. Pero es preferible. Ser libre es un derecho y un
deber. No hay que ceder en absoluto. La vida es un misterio que alberga el silencio y la
libertad.

El silencio llega cuando mis energías entran en descanso. Nos acoge cuando nuestro
ego entra en paz y en sosiego. Cuando el movimiento de mi vida no sabe entrar en
descanso, no sé vivir. Mi ego no es mi centro de gravedad. Es el centro de todos los
deseos, logros, posesiones y dominios. También de conquista, de tener... Nos
olvidamos de que para ser hombre no hay que llegar a ningún sitio. Hay que retroceder
en la forma de vivir porque la vida nunca es lo que se logra. No es lo que se tiene. La
vida es lo que se es. Por eso en la vida se da lo que se es. Nadie da lo que no es. Dios
da lo que es: luz, soplo, vida... No se puede olvidar que todo lo que se logra se pierde.
Lo que se es, es algo eterno.

Estamos tan contaminados que cuando salimos al exterior, los hombres buscamos
sacar provecho, ganar conocimientos, reconocimiento, cambiar el exterior,
manipularlo... Cuando se va al interior de nuestro corazón también se corre ese riesgo.
Buscar, conseguir, domesticar, adueñarnos de lo misterioso, de lo oculto. Y es que el
ser humano no sabe dar pasos si no es en busca de alguna cosa. Esa tendencia a
adquirir no sirve para el silencio. Así no se está en el centro de la vida. El silencio no
existe si existe el movimiento de nuestra periferia. Yo no soy libre si el ego está
presente. Mi verdadera historia será la de mi corazón, la de mi silencio.

Las tres cuartas partes de la vida se pasan luchando por conseguir algo. En el silencio,
permitíos no buscar nada. La adquisición conduce a la violencia. Es una enfermedad
eso de adquirir. Quizás habrá que vivirla hasta agotarla para poder entrar en el
silencio. Fatiga todo lo que se hace por algo. No fatiga lo que se hace por que sí. El
silencio hay que hacerlo con gratuidad. Haced las cosas por nada. Es la alegría de

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renacer. Se llama nada a lo Innombrable. Siempre que se nombra lo inefable se
deteriora y se empequeñece.

Pero no sólo el alfarero le da a su obra un centro de gravedad, sino que tiene otro
secreto para que su vasija sea perfecta. La hace vacía. Lo que vale de ella es que puede
acoger, ser práctica, útil... Ir al silencio es vaciarse para poder recibir. Por eso la
respiración nos ayuda a encontrar el secreto. Primero se desahoga el pulmón. Sólo al
saciarnos del aire podemos luego recibir el soplo con más fuerza. Para que se despierte
la inspiración hay que espirar y soltar todo hasta quedarnos vacíos. Dios me hace
vacío para poder recibir su soplo. La vida está al margen de nuestra voluntad. Se nos
regala el soplo gratuitamente. Es un don. El soplo que Dios nos da no tiene fin, porque
la última espiración que hagamos será la inundación de otra vida. El soplo no se
agotará nunca.

El silencio es un encuentro, y todo encuentro se produce y se celebra siempre desde el


vacío. Sólo nos damos las manos o nos abrazamos cuando en ellas no tenemos nada.
La oración hay que hacerla desde el vacío. No desde lo que sentimos, sabemos,
decimos... Desde nuestro silencio. El vacío es nuestra plenitud, nuestra salud. No
podemos ir al silencio desde nuestros conceptos. Un encuentro sólo espera el vacío.
Nada para recibir. El silencio es acogedor y por eso debe estar libre de todo
pensamiento y pretensión.

EL SILENCIO PARA ASUMIR LA REALIDAD NO DESEADA

«Él se apartó de ellos como a un tiro de piedra y se puso a orar diciendo: Padre, si
quieres aparta de mí este trago sin embargo, que no se realice mi designio, sino el
tuyo» (Lc 22, 41)
Todo ser humano sufre en su cuerpo muchas molestias y dolores. Pero se sabe que lo
que más duele es nuestra postura en la vida. Cuando ésta no es justa es la que
engendra mayor dolor. Este desequilibrio crea el dolor. Si la postura no es coherente,
honesta, de servicio, de autenticidad..., crea un profundo malestar y esa división se
refleja en nuestro cuerpo. Si hay una postura justa, la vida no duele.

Suele ocurrir que el hombre ahoga continuamente sus sentimientos y sus emociones.
Enmascara sus problemas, no desea vivirlos ni asumirlos... Proyecta un mundo de
ilusión y se evade. Traslada su dolorosa realidad y la tapa con la ilusión de que no
existe. No es capaz de enfrentarse a tanto dolor. Se inventa otros problemas más
asequibles de manejar y de sufrir, se «entretiene» con ellos.

En el silencio puede ocurrir que las horas pasen volando. Cuando uno se aproxima a
la atención, la sensación es que el tiempo no corre. La lucidez del presente es como la
eternidad. Es una vivencia de eternidad. Pero, otras veces, el silencio se te hace
insostenible. El tiempo no acaba de transcurrir. Cuando hay crispación las cosas se
retardan: no llega el autobús, ni el tren... El estrés espiritual también existe y también
daña.

Suele pasar que en el silencio se hacen presentes situaciones, relaciones, personas,


objetivos..., que no están vividos ni asumidos. Da la impresión de que nos esperaban
en el silencio para encontrarse con nosotros. Son episodios que se tenían ocultos

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porque duelen. Creíamos que ya estaban olvidados y nos damos cuenta de que salen a
la luz con más fuerza todavía. Se nos hace presente un pasado que nos pide cuentas y
que desea que le pongamos nombre, que lo afrontemos y que lo concluyamos para
poder diluirse en nuestro corazón.

Los cuentos suelen tener un mensaje profundo. Cuando el hombre intelectual no


puede expresarse con las palabras adecuadas recurre al cuento para decir aquello que
de otra manera, más sofisticada, no es capaz de explicar.

Esto ocurre con una leyenda que cuenta la historia de tres princesas que todos los
días se levantaban y se iban a beber el agua a una fuente. Pero un día, la mayor (al
igual que las otras dos) se encuentra el agua embarrada. ¡Qué sorpresa! Una rana se
asoma en el fango y les dice que si quieren cambiar el agua y volverla limpia, una de
las princesas tiene que acceder a casarse con ella. La pequeña contesta: «Trato hecho».
Desde ese momento, la rana se presenta todas las noches en la alcoba de la princesa,
llama a la puerta y dice: «Aquí estoy». La princesa, muerta de asco, no le permite
dormir en su cama, con lo que la rana tiene que pasar la noche a sus pies. Al
amanecer desaparece. Así ocurre hasta que la princesa deja que la rana duerma
debajo de su almohada; entonces esta se convierte en un príncipe encantador y la
boda se celebra por todo lo alto.

El cuento nos habla de nuestro silencio. En los ratos de silencio se nos hace presente
la rana. Muchas ranas reclamando su sitio en nuestra almohada. De noche, en el
silencio, nos dicen: «Aquí estoy». Los asuntos pendientes de nuestra vida llaman a la
puerta de nuestra alcoba más íntima. El pasado que no se ha vivido vuelve a nosotros
para que lo vivamos. Son asuntos que pasan factura. Nuestras cuentas pendientes. No
se presentan en la actividad del día. En el silencio de la noche se aparecen como la
rana del cuento. Por eso no nos gusta el silencio. Por eso nos llenamos de actividad:
leemos, trabajamos... Cogemos de todo con tal de separarnos de la rana que busca
casarse con nosotros. Que busca que la admitamos en nuestra vida. Todo lo que se
nos presenta en las horas de silencio busca ser vivido por nosotros.

Sólo cuando se vive todo se acaban los residuos y se entra en el país de las maravillas.
El paraíso de cada momento se vive cuando, «desposándose» con todo, uno entra en el
presente. No hay otro camino: casarnos con todo y con todos.

Cuando nos sentamos en el silencio en postura equilibrada y justa, estamos indicando


algo con este gesto de estar bien sentados. Es como decir: «Venga lo que venga, de aquí
no me muevo». El sí desemboca en la comunión con todo.

La oración de Jesús en el huerto que nos narra Lucas es como nuestro silencio. Jesús
tiene delante de sí a la muerte. Se retira un rato y no hace otra cosa que tirarse a
tierra. No para rezar muchos salmos... Para aceptar. Era su rana. Era el
acontecimiento de su pasión. No se escapa. Suda sangre. Es un gesto de
estremecedora aceptación. Y este gesto lo podemos imitar en nuestro silencio. Durante
un tiempo, él se casa con su rana. Con su problema. Cuando se levanta de su silencio
ya es otro Jesús. De alguna manera ya ha vivido su pasión. Se ha desposado con todo.
Luego viene la calma delante de Pilato, una calma que impresiona.

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Nuestro silencio, cuando aceptamos y damos la bienvenida a todo, (sin disimular,
aunque sea entre sollozos) también desemboca en una fuerza que nos levanta y nos
potencia a enfrentarnos con la vida. A vivir en el paraíso como en el cuento de la rana.
Es necesario que sea un silencio que todo lo acepte para que nuestra vida sea una
auténtica transformación y no un mero parche para seguir viviendo. Algo se gesta, se
madura en el silencio. Por eso el silencio es como un nacimiento. Es eso nacer de
nuevo, desde el espíritu del que habla Jesús en su conversación con Nicodemo.
Cuando una situación dolorosa nos visita en el silencio es buena señal. Es el índice de
que las cosas se acercan porque nosotros estamos abiertos para recibirlas. Si vienen a
visitarnos es que estamos disponibles. Es importante que cuando vengan nos
encuentren en casa.

En el silencio nadie puede escapar. Es el espacio, quizá, de mayor realismo de nuestra


vida. Dad la bienvenida a todo. Con todo podemos, si lo vivimos. ¿Qué hay que
aceptar? Nos puede ayudar hacer el gesto de Jesús. Abajarse, tirarse a tierra.
Ponernos siempre por abajo. La situación inferior, si es por nuestra iniciativa, es
buena. Nadie nos puede ya derribar. La mano, cuando quiere recibir, se coloca por
debajo.

Los valles son los espacios que reciben todo. Están por debajo. Todo va al valle. Todo lo
acoge. Y, qué ocurre? Que aquello que desciende de las montañas vuelve fértil al valle.
Acogiendo todo, el valle se vuelve fecundo. En cambio, la montaña, en su cresta, es
árida, estéril, infecunda. Aun cuando sobre nosotros caigan cosas no gratas, pueden
ser el abono de nuestra fertilidad. Situarse por debajo, humilde, es estar a ras de tierra
para asumir aquella realidad no deseada. Un silencio que es vacío para aceptar. Para
no tener enemigos. Para no sentirse aplastado por ninguna situación.

Vaciarse para recibir. El silencio desaloja de todo, de cosas para poder recibir. El
silencio no es absurdo. Se hace presente la plenitud, la vida. El que está vacío no se
opone a nada. No tiene enemigos. El vacío no tiene resistencias. En el silencio se baja
la guardia y se queda uno pronto a recibir lo que allí se nos presenta.

En el silencio no hay fecha. Es imprescindible contar con todo el tiempo. No pongáis


fecha a vuestra maduración. El amor no tiene fecha ni historia. El amor es de siempre.
Vivid el silencio con amor. Respetad los ritmos de la vida. No siempre es lo mismo en el
silencio. Vivid cada día lo que hay. No siempre es primavera. No busquéis nada. En el
silencio todo se os va a dar. Hace falta tiempo. Sabed esperar. ¿Qué pensáis de una
mujer que quiera dar a luz a los dos meses de empezar su gestación? No hay ni una
hora inútil en el silencio. Nada es inútil. Es imprescindible saber estar con paciencia.
Esos meses que la fruta está madurando en el árbol para llenarse de vida no son en
vano. Ella madura y sólo entonces nos da su dulzor. Sin prisa.

La paz esta dentro. Pero no se hace presente de repente. Hace falta tiempo. Todo está
ahí. En la semilla está la calidad del truco pero hace falta tiempo y esto es lo natural.
Decía Cicerón: «tres cosas hay en la vida que no se les pueden meter prisa: a la
naturaleza, a un anciano, a la acción de los dioses en tu historia»

Por eso no es importante pedir las cosas enseguida. Eso es un atropello. Es bueno
seguir el ritmo de lo natural. No hay que tener prisa. Tómate tiempo. Es importante.
No aceleres el proceso de tu curación. Ante un resfriado, «métete en la cama, suda y

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bebe agua». Tardarás más tiempo que si tomas antibióticos, pero saldrás, a la larga,
ganando en el cambio.

Sólo viviendo la realidad del presente y asumiéndola, como hizo Jesús, hay posibilidad
de levantarse del silencio en salud y disponibilidad.

EL SILENCIO PARA EDIFICAR DE NUEVO

«Yo los restableceré en la tierra que habré dado a sus padres» (Jer 16,15)
En Jeremías se puede ver que el retorno a Jerusalén es doloroso para aquella gente
porque la encuentran en ruinas, arrasada, desoladas las calles... A veces, la vuelta a
casa nos puede producir una sensación parecida. Mi silencio me puede llevar a ver las
ruinas de mi casa. Murallas quebradas. Puertas arrasadas... Pero esta gente, la de la
lectura que encontramos en el profeta Jeremías, encuentra vigor para iniciar una
restauración. «¡Andando, a reedificar!». Se comienza una vida. Se plantan olivos. Señal
de dinamismo y esperanza. Sembrar trigo es esperar la cosecha. Buena dosis de
esperanza y de futuro.

Es importante ver la diferencia entre una reacción de desánimo y otra de descontento.


Si hay descontento en mi vida es positivo e importante porque es señal de que no estoy
enmohecido. Puedo tener aún impulsos vitales. Sólo se edifica en horas de salud y
vitalidad.

El hecho de introducirse en el silencio ya es un síntoma de vitalidad. El silencio no se


vive en horas de ocaso. Hay que estar muy lúcidos para vivirlo. Son horas cargadas de
dinamismo y de vida. Es la mejor manera de poder regresar a casa.

Podemos recordar en el Génesis, en su capítulo 16, la propia historia de nuestro


corazón. Abrahán tenía una mujer estéril llamada Sara. La segunda esposa, Agar, era
una esclava egipcia que concibió un hijo. Al verse encinta le perdió el respeto a Sara y
la vida se le hizo ya insostenible porque Sara comenzó a maltratarla. Agar se escapó de
su casa y se marchó al desierto. Y el ángel de Dios se le hace presente con dos
preguntas: «¿Adónde vas? ¿De dónde vienes?».

Nuestra situación de ahogo, de malestar, de asfixia..., al igual que la que sufría Agar,
puede inducirnos a salir de nuestra casa. Dios le comunica a Agar que debe volver a
su casa. Sólo en ella se recupera la salud. «Vuelve a casa». Evoca mi propia historia
porque más de una vez yo me fui al desierto escapando de mi casa, del clima de mi
corazón. Es que resulta, a veces, insostenible el ambiente de celos que se respira en
ella y busco escapadas que me lleven a otras sensaciones, a otras emociones, a otros
consuelos. Me equivoco pensando que fuera puedo encontrar el sentido de mi propia
vida. Pero, tarde o temprano, el camino de mis emociones, de mis fiestas, de mis
evasiones, de mis consuelos exteriores..., no me llevan a ningún sitio. Todas las
excursiones «horizontales» desembocan en desierto y desconsuelo, sed y hambre. Dios,
entonces, se hace presente y dice: «Vuelve a casa». El sabe que sólo en tu corazón está
la vida, la salud. Toda la luz. Vuelve a tu origen. El origen de la luz, del gozo, del amor.
El origen de la vida. El silencio es el retorno de todo esto. Todo lo que nace sale de la
luz, de la vida, de un gozo Este es mi origen. En él encontrarás la felicidad. Sólo
incorporándonos a nuestra conciencia podremos encontrar la vida. Por eso es

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importante atender a la hondura o verticalidad. En lo profundo de mi corazón es donde
estoy en comunión con todos, donde puedo relacionarme y acercarme a otros. Allí
desaparece la angustia, el ahogo y la asfixia.

EL SILENCIO PARA VVIIR CON ATENCION

«Tened el delantal puesto y encendidos los candiles... Por eso, estad también vosotros
preparados, pues cuando menos lo penséis llegará este Hombre» (Lc 12, 35-40)
Este pasaje nos invita a vivir atentos. A veces, el silencio es aprender a vivir una
Presencia. Es vivir la eternidad encerrada en el instante. La presencia es todo. Todo
está en cada instante. En un instante uno puede abrirse al todo. La naturaleza es
silenciosa. Sólo los humanos hacemos ruido. Todo el ruido que hace el hombre,
molesta.

Un instante vale para recoger el silencio de las estrellas. Aprender a reconocer ese
momento único es vivir en armonía y sosiego. Es el arte de vivir.

A veces no se vive ese instante porque no está uno acostumbrado a él. Aparece la
desarmonía y el desequilibrio cuando la atención no es lo normal en nuestra vida. Sus
síntomas son: disgusto, impaciencia, desesperanza, desconfianza... Es señal de que las
cosas no están sosegadas.

No es cuestión de ser señor de nadie. Hay que ser señor de uno mismo. Por desatender
el interior:... surge el mal. Atención a lo que se hace. Lo normal es que estemos
pensando en otra cosa mientras se hace algo. Y sentimos la necesidad de recuperar
nuestro presente para poder vivir la única vida. Disfrutar es estar atentos. La atención
da plenitud a cada situación y renueva el día, sacándolo de la rutina. Cada mañana es
distinta y única, pero es necesario estar en ella para descubrir su peculiaridad.

Nada nos separa de la presencia de Dios si estamos atentos. Libres de nuestros


egoísmos y. de nuestra ambición. Hay en la Biblia una frase elogiosa para Noé que dice
así: «Andaba siempre en la presencia de Dios».

Dios no deja de vocear, pero para recoger su llamada es necesario estar atento..., a la
verdad que encierran las cosas. Un proverbio árabe dice: «Busca a la mujer (a la
verdad que hay, en ella) y no a su emoción». Busca la verdad. La emoción se nos da en
la costa y no en alta mar. La emoción se da en lo más exterior. Es frágil y pasajera.
Busca la verdad de todo y no su emoción. Según como esté uno, así nos afectan las
cosas. A un mismo estímulo, diversidad de respuestas. Hay que abrirse a lo que hay de
eterno en las cosas.

Unos monjes del desierto hablaban de la oración y la expresión de uno de ellos fue:
«Cuando vayas a meditar, espía a Dios como el gato espía al ratón».

Es toda una enseñanza magistral. Es una invitación a la vigilancia. Se dice al hablar


de la oración: «Haced como si estuvieseis observando como abre Dios los párpados a
los pájaros en el amanecer».

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Y es que hay que tomar este estilo de atención. Cuando el gato «está ti abajando» da la
sensación de que no hace nada. Así caza al ratón. Está presente, espera atento y ...

La tentación de no hacer es tremenda. ¿Hago algo en el silencio? Queremos hacer algo.


Por eso el silencio es insoportable. Es una maravillosa actividad; no hacer es la
plenitud del hacer.

También es verdad que el gato, para estar atento al ratón, tiene que tener «hambre».
Este elemento es necesario porque es lo que le lleva a hacer la labor. En casa, cuando
se tiene un gato no se le da la comida para que pueda hacer bien el trabajo de buscar
a los ratones.

Por eso el que tiene hambre se decide a hacer silencio. Detrás del silencio siempre hay
hambre. No de saberes, ni de doctrinas. Lo eterno no cabe en doctrinas. A lo eterno le
basta con ser. La doctrina es superficial. Es lo que busca envolver. Pero no se envuelve
a Dios. No hay interpretación de lo eterno.

Cuando estamos atiborrados, no buscamos. Hay una enfermedad: la satisfacción.


Tenemos opíparas comidas de emociones, dogmas, doctrinas, programas, ejercicios...
Pero eso no es bastante para encontrar a Dios. Por eso el silencio nos llama.

Las Bienaventuranzas se proclaman a los insatisfechos. El hambre de tu vida puede


ser señal de salud. «¿Cómo andas de apetito?», pregunta el médico. «¿Bien?». «Si rumia
la vaca es buena señal», dicen los veterinarios. El hambre es señal de salud.

Al igual que el dolor, que puede ser una gracia. Siempre nos pone alerta. Puede ser el
reclamo de nuestro corazón. Nos despierta con su alarma. Y lo malo es que buscamos
anestesiarlo..., para seguir dormidos y amodorrados. El asunto no es buscar la pastilla
que lo calme y lo borre, sino que hay que escuchar al dolor porque en él se puede
encontrar la raíz que lo causa y la curación será total. Los problemas no se resuelven
si no se miran de frente y nos hablan. No se puede echar cemento encima de nuestro
sufrimiento.

Nosotros podemos padecer tres dolores tremendos: el dolor de lo absurdo, el dolor del
aislamiento, el dolor de la muerte.

A estos dolores se les pueden encontrar respuestas en el silencio. Cuanto más silencio,
menos equivocaciones. Hay una función que cumplir en la vida y esa hay que hacerla
bien. Lo importante es que no te confundas con esa función. No buscar el éxito. Esto
es sólo un reconocimiento del exterior. La recompensa viene desde el interior. La
recompensa de afuera nos llevaría siempre a buscar el aplauso. Hay que verse a uno
mismo fuera de la función, ejercerla, pero sin involucrarse con ella. En el corazón, no
se necesitan aprobaciones. El interior es eterno y la aprobación es para identificarte
con lo que se está representando. Sólo sufre el que se identifica con lo que hace.

El que no está atento y su vida su llena de «movilidad» es que tiene poca salud. La
movilidad no favorece. Sólo la atención nos puede dar paso a la presencia de Dios en
nuestra vida.

11
EL SILENCIO PARA VIVIR EN LA PRESENCIA DE DIOS

«Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20)


Esta expresión de san Pablo es muy conocida. Quiere decir que al morir algo de él
puede entrar Cristo en su corazón. «Cuando salgo yo, entra Dios». Cuando algo muere,
Dios se presenta.

El silencio es para hacer presente a Dios. Es tener la experiencia de lo eterno en


nuestra vida. Cuando algo está presente no lo tenemos que imaginar. Estamos
acostumbrados a pensar e imaginar. Hay que sentir y no pensar. Así nos pasa con el
mundo de Dios. Lo pensamos pero no lo sentimos como presencia.

El silencio puede hacer que Dios se haga evidente. Sin intermediarios. Sin detener la
posibilidad de un encuentro lleno de vivencia.

Las personas nos conocemos por nuestras acciones, por nuestros objetivos. Pero, ¿y en
la «no acción»...? Nuestro conocimiento lo basamos en los pensamientos y deseos,
pero..., ¿nos conocemos sin ? Nos asusta conocernos sin nada. Nos asusta quedarnos
sin nada.

En la vida se disfruta con la comunicación, con el encuentro, con el diálogo. El silencio


debe formar parte de esta relación. Primero se habla pero luego el silencio es
primordial. Con respecto a Dios, pasa lo mismo. Al principio, se siente la necesidad de
decir algo porque si no parece que no se reza. Pero luego, hay que quedarse en silencio
porque Dios tiene algo que decir. El silencio es para dar paso a Dios. Es dar luz verde
para que Él se haga presente. Este silencio es la muestra de nuestra apertura. Abiertos
y acogedores.

La verdad es que cuando hablo estoy pendiente de mí, no salgo de mí y no puede darse
un encuentro profundo y puro. Normalmente estamos excesivamente pendientes de
nosotros, excesivamente enganchados en lo que queremos y deseamos.

En el silencio nosotros no somos los protagonistas. Es Dios quien tiene que serlo.
Celebramos tan solo su presencia. Y conviene recordar que «si no os hacéis como
niños...», no entramos en el silencio. Hay que aprender de ellos a no «hacer nada».
Absoluta dependencia. Yo no puedo hacer. No sé hacer. Aprender a callar, a no hacer.

Nuestra cultura es la que nos enseña a creer que sólo vivimos cuando hacemos. En la
medida en que realizamos cosas creemos ingenuamente que vivimos. En la oración, a
veces, queremos decir. Aprender a vivir sin hacer..., no es fácil.

Un jesuita de gran acción tuvo un accidente y se quedó inválido. Se quejó a Dios de su


inutilidad y su indigencia. Y Dios le contestó: «Pero yo no tengo necesidad de que
hagas nada. Sólo necesito que sonrías siempre».

El silencio desemboca en la presencia del Señor y la respuesta vendrá siempre. Esto es


como un artículo de fe en el mundo del silencio. No hay que marcar un plazo porque la
respuesta llegará inesperadamente. No depende de nosotros ni de nuestras
previsiones.

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Por otro lado esa respuesta no es única para todos. El amor tiene todos los colores y
Dios tiene todos los sabores: libertad, orden, paz... A Dios no se le confina en una
única experiencia. Dios se hará presente en cada uno. Como la respuesta es sutil,
requiere atención para descubrirla. Un instante es sutil. La respuesta de Dios no es
aparatosa. El encuentro puede estar lleno de equilibrio sin llamar la atención.

En el libro primero de los Reyes, en su capítulo 19, podemos leer que Elías estaba
esperando la visita de Dios. Recordemos la lectura: «El Señor le dijo: «Sal y ponte en
pie en el monte ante el Señor. ¡Dios va a pasar!».

Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas; pero
Dio no estaba en el viento. Después vino un terremoto; pero Dios no estaba allí. Vino el
fuego y Dios no estaba en él. Después del fuego se oyó una brisa tenue; al sentirla,
Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la
cueva. Entonces oyó una voz... ».

Aquí se ve que Dios habita en la brisa suave Hay una traducción bíblica que dice
textualmente: «silencio abismal». Y es que en ese silencio se hace presente Dios.

Todos estos acontecimientos ponen de manifiesto las actitudes por donde nosotros
pasamos. A veces, somos terremotos con nuestras agitaciones. Nuestra violencia es
como un vendaval. En esos momentos no nos podemos encontrar con nadie. Hacemos
daño. Decía Neruda: «Apártense de mí, que voy cargado de metralla». (Ya es una virtud
darse cuenta de la agresividad que transporta en su alma).

Nadie está excluido de la experiencia de Elías. El tuvo, quizás, que calmarse para
darse cuenta de que pasaba una brisa tenue. Los hombres que buscan lo eterno en su
corazón reciben el contacto del leve roce de la brisa de Dios.

Jesús quiso descubrir esto a sus gentes «Buscad primero el Reino...». El silencio no es
otra cosa que la búsqueda de ese Reino. Y el Reino está dentro. Al hacer silencio no
nos separamos de la vida. La abrazamos. Jesús da prioridad a esta búsqueda y a este
contacto.

Y es que él sabía que en la medida en que entramos en contacto con Dios, los
problemas que nos atosigan en la vida se diluyen. Abrirse a lo eterno cura en un
instante. Lo eterno sana del desamparo. Se deshielan los temores y las inseguridades.
El sol disipa las brumas. La presencia de Dios en nuestro corazón lo diluye todo.

Igual pasa cuando llueve: aparecen mil montañas. Todo se hace nítido en la tierra.
Todo queda transparente. En el silencio aparece otro horizonte. Todo ha cambiado.
Todo aparece nuevo desde dentro. Al hacerse familiar el silencio, la vida cambia.

Una característica que conlleva el silencio es la liberación. Jesús no buscaba que la


gente se atara a él. No ocurre igual cuando vamos al médico: «Vuelva usted dentro de
un mes...». Jesús va diciendo: «El Reino está dentro de ti». La salvación está dentro de
ti. Y el hombre sigue buscando fuera respuestas y llenando de dependencias (incluso
religiosas) sus pasos. No hagas caso de mensajes falsos que prometen la salvación por
otros caminos. Por eso san Pablo expresa: «Es Cristo quien vive en mí». Ya no vivo yo.
Me he familiarizado con su presencia en mi corazón. Ya ha habido encuentro.

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Algo tiene que aquietarse. Algo tiene que morir en ti para que Cristo viva. Hay un dicho
árabe que dice: «No bajes al jardín. El jardín está dentro de ti». Si en ti hay una fuente,
¿por qué buscar otra fuente?, ¿otro pozo? El manantial está en ti. El silencio es para
buscar el agua de ese pozo.

El presente es siempre tan humilde, tan poco llamativo, que no le damos importancia.
Pero es nuestra felicidad. Normalmente la alegría no la consideramos en el presente. O
es una promesa o es una satisfacción recordada. El presente es un abrir y cerrar de
ojos. Lo rehuimos. Vivimos de promesas o de recuerdos. El presente es humilde. No es
fácil vivirlo porque nuestras costumbres son otras. No nos hemos acostumbrado a la
alegría de cada instante.

Nuestro objetivo en la vida no es vivir el presente. Estamos inadaptados para vivir esta
sencillez. Estamos inadaptados para vivir el silencio. Somos adictos a no vivir el día
presente. ¡Qué costoso es desacostumbrarse! Saber que no tenemos necesidad del
exterior tanto como sospechamos. De repente, en el amor, nos vemos invadidos por la
vieja costumbre del egoísmo.

Sin duda alguna, encontraremos resistencia al silencio, pero no podemos prestarle


demasiada atención porque nuestros enemigos se envalentonan ante nuestra mirada.
No haciendo frente a ellos se evaporarán poco a poco.

EL SILENCIO RETORNO AL PARAISO

«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1)


Todo el capítulo 21 del Apocalipsis es para demostrar, entre otras cosas, el encanto de
la nueva ciudad, la nueva Jerusalén, la ciudad santa. Brillaba como una piedra
preciosísima parecida a jaspe claro como cristal. Existe una gran diferencia con mi
casa, con mi ciudad. Las puertas interiores están siempre blindadas. Mi casa es opaca
y blindada. No se vive tan a la buena de Dios. Se vive con temor, a la defensiva.
Protegiéndose siempre de todo y de todos. Somos opacos y la luz de dentro no se deja
ver. Hay presencia, pero no tiene resonancia ni trascendencia.

En san Juan las puertas son de perlas y transparentes. No recibe luz ni del sol ni de la
luna porque dentro todo es silencio; se vive en la confianza de que dentro hay luz. El
secreto está en la Presencia, en la luz que reside dentro y se ve.

A veces, el silencio es sólo purificación. Hay horas en donde hay que purificarse, pero
siempre existe la garantía de que dentro hay vida. Es imprescindible la limpieza si
queremos tener una ciudad transparente como la del Apocalipsis. Cuando hay
intoxicación necesito un drenaje.

Drenar un cuerpo no es tarea de un solo día.

Hay que soltar todo para recuperar la salud. Mis impurezas las puedo dejar en mi
silencio. Tengo que recobrar la vida aunque las horas de silencio sean duras. Pero
alcanzar la raíz es bueno. Todo ha de salir en el camino del silencio. Quedarse en
carne viva duele. El dolor purifica. El drenaje limpia.

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Cuenta una leyenda que en un reino se convocó un concurso de pintores y que, al
quedar dos estupendos artistas como finalistas, los pusieron en una gran sala para
que hicieran la última fase de la prueba. Dicha sala estaba dividida por un lienzo
enorme para que tapara el uno al otro y así no se pudieran copiar.

Uno de ellos comenzó rápidamente su faena y pronto se vio cómo avanzaba en su


creación artística. El otro, en cambio, ante el asombro del rey y los demás
espectadores, comenzó a limpiar la pared en la que tenía que plasmar su pintura. Y no
hizo otra cosa en todo el tiempo que duró la prueba. Limpiaba, limpiaba... Cuando se
dio por finalizado el tiempo y quitaron el lienzo que los separaba se quedaron todos
admirados. Resulta que la pintura de uno de ellos era perfecta... Pero, en la pared de
enfrente se reflejaba con tal nitidez que no se sabía cuál de las dos era la verdadera. La
pared era un espejo tan limpio que copiaba la obra del otro pintor.

A veces nuestra vida es sólo eso: un continuo purificar, limpiar Y eso es


tremendamente importante para nuestra obra.

Hay una estación en la naturaleza, el otoño, que se parece a nosotros. Es arrasador.


No perdona nada. Todo se cae. Ingresa en un período de muerte, pero es una estación
buena. El árbol se deja ver. No es de muerte sino de vida. Ingresa en el invierno y este
luego se alarga hasta la primavera. Se gesta, se fermenta. El silencio puede ser un
otoño en donde todo se cae. Son horas de vida también porque cuando me purifico, mi
salud se recobra y yo me siento de manera distinta.

Lo que importa en el silencio es lo de dentro, como la ciudad del Apocalipsis. En el


Corán se dice: «Haz tu casa de modo que no provoques la envidia de tu vecino por la
fachada». Jesús, tampoco era amigo de las «fachadas». Tienes que ser como esos patios
de Córdoba que no dan imagen de nada pero dentro están repletos y cargados de flores
con olor y color. La hermosura está dentro. La fachada, simple y lisa.

En realidad, mi casa tiene que ser un paraíso. En la creación bíblica, Dios coloca al
hombre en un paraíso. En un jardín no se pueden poner tapias. La tristeza es una
tapia, es una separación. Si me separa la emoción, las ideas..., me impide vivir la
relación con los demás. Hay que traspasar las barreras para la comunión.

Las flores de mi casa no tienen una razón de su existir. Son flores sin un porqué. Nos
pasamos la vida buscándole sentido. Las flores me dicen que no hay un porqué. ¿Tiene
por qué la sonrisa, la alegría, la luz...? En su verdad, la flor, no desea ni crecer. No
padece tensión. Ella no desea ni florecer. No desea ni ser vista, ni ser admirada. En las
montañas florece porque sí. Por el gozo de ser, no por el de ser vista.

En torno de esta vida de paraíso, Dios coloca al hombre entre flores. Yo estoy hecho
para vivir y estar en el jardín. Todos los porqués se desencadenan, gritan, se rebelan,
cuando estamos fuera del corazón, en la superficie. No hay que tender hacia nada
porque todo lo importante se fermenta allí dentro. En mi corazón no hay porqué.
Dentro está la luz y está ausente la tristeza. El silencio es para retornar al paraíso.

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EL SILENCIO LLEVA A TU ORIGEN

«En la casa de mi Padre hay sitio para todos» (Jn 14,2)


En el capítulo 14 de san Juan se puede leer «En la casa de mi Padre hay muchos
aposentos...». A través de toda la Biblia se puede encontrar repetidamente esta
palabra. Los significados de la palabra «casa» pueden ser variados, pero en la
revelación se observa cómo es objeto de inmenso cariño. Es un espacio en donde Dios
se da a conocer. Se ve cómo Dios mismo tiene casa. Es un ser con una casa. Nosotros
mismos somos una casa. Cada uno somos casa «No soy digno de que entres en mi
casa». Se dice tanto...

La casa donde se vive es algo más que un espacio. Tiene todo un sentido de vida. En la
casa valen los metros «habitables». Los espacios habitables son los espacios vacíos. Por
eso una sala es hermosa cuando está libre de cosas. Ahí se da el encuentro y es
posible la reunión y la acogida.

Una casa no se improvisa. La casa se va decorando poco a poco. Es más, no se debe


nunca terminar la decoración porque debe tener siempre un espacio libre para poner
algo nuevo. Cuanto más vacía, más decoración, más detalles puede recibir.

La casa es un lugar donde uno es esperado. Se es feliz cuando uno sabe que le esperan
en casa. Quizás no entre en mi casa porque no sé si me esperan.

Dios está en mi casa. Espera siempre en mi corazón. El hombre es una casa habitada
por Dios. A veces no lo sabemos y no queremos introducirnos dentro de la casa porque
incorporarse a espacios vacíos da estremecimiento. Por eso nos lanzamos
frenéticamente a la acción, por eso el movimiento exterior ejerce tanto y tan poderoso
atractivo. El vacío puede asustar, angustiar. Pero sólo cuando se deja todo y se entra
en casa es cuando se sabe que alguien está en ella esperándote.

Para entrar en el corazón es imprescindible soltar nuestras ramas. Recordemos aquel


relato en el que una persona cae al precipicio y en su desesperación se agarra a una
rama que sobresale. Y, en esa situación, pregunta a Dios si existe. «Si existes, sácame
de aquí». Le contesta Dios: «Muchos me han dicho lo mismo. Suelta la rama y lánzate
sin miedo».

Ese es el secreto: suelta la rama. Es decir, no intentes entrar en tu casa sin soltar
antes tus objetivos, tus pensamientos, tus deseos, tus sensaciones... Sólo se suelta
uno cuando sabe que allí, abajo, le esperan las manos de su Dios. El vacío es la
presencia del Invisible, es la presencia del que no se va. Nosotros vivimos como
náufragos antes de volver a nuestra casa, antes que crear el vacío.

Y es que nos olvidamos de que volver a casa es volver al calor, a los abrazos de los que
nos aman y queremos. Recordemos la persiana echada en la hora de calor, el pan en la
mesa, la manta que protege del frío de la noche... Se siente uno protegido al amparo de
todo peligro. Volver a casa, a nuestro corazón es volver a los brazos del que nos ama.
Vivir sin casa es vivir de espaldas a Dios. Hallar la casa es hallar el gozo, el contento,
la tranquilidad...

16
También hay que recordar que cuando se construye una casa siempre tiene que ser
pensando en los demás. Es para los demás. El silencio también es para los demás. No
es para mí solo sino para compartir. No es un gesto de egoísmo. Mi corazón es para
Dios y para los otros. La casa la hacen los que viven en ella. Mi casa la hace Dios y los
que habitan conmigo.

¿Qué misterio es este de la casa? Cuando uno agoniza fuera siempre suplica: «¡Que me
lleven a casa!». Este es también mi misterio. Todo busca el retorno a su origen.
Incorporarse a su principio. Somos igual que el agua. Ella sube a las nubes. En la
cumbre de la sierra luce como nieve, pero luego se deshace para buscar su origen, su
fuente, su manantial... Nosotros vamos a la casa. Echar a andar a la casa es buscar el
camino de regreso. No es bueno estar aquí como huésped. Soy casa. No es que tenga
casa. Es que soy casa. Soy eterno. Por eso duele tanto vivir fuera de casa. Estar sin
casa es estar como nómada. El silencio te lleva a casa.

Siempre nos gusta oír expresiones así: «Quiero que te sientas como si estuvieras en tu
casa». Eso mismo nos dice Dios en el silencio: «Siente la paz en tu casa. Siéntete bien
en tu casa. Las puertas están abiertas para ti». La llave de mi casa, de mi corazón es el
silencio. El encanto del silencio es que nos hace vacíos, nos hace habitables. Vacíos
para vivir, para compartir...

En el Deuteronomio se dice que la ley que Dios pone no está en el mar que haya que
bucear para buscarla, ni en el cielo que haya que alcanzarla. Es más fácil y se puede
cumplir porque es la esperanza hecha amiga y compañera. Es algo así como: «Está en
tu boca». Es como si lo mejor de Dios estuviera tan cerca de nosotros que ni siquiera
nos damos cuenta. Recordad aquello del enamorado que gritaba: «Amada, ¿dónde
estás? Te busco por todos los sitios. Dime; si eres monte me haré liebre para correr en
tu busca. Si eres árbol me haré pájaro para llegar hasta ti y si estás en el mar, pez
para buscarte...». Y la amada contesta: «no corras, no vueles, no nades... Estoy contigo.
En tu corazón». Así de fácil es todo. En la casa se encuentra la clave. El silencio nos
hablará de todo esto. Por otra parte hay que recordad otra lectura del evangelio de
Juan. Es aquel episodio en que María derrama el caro perfume de nardo en los pies del
Maestro. Y dice luego que toda la casa se llenó de perfume. Es así como ha de ser
nuestro gesto. Mi perfume tiene que impregnar toda la casa y tiene que darse por
entero para que sea eficaz. Mi vida, mi silencio, tendrá así sentido y mi casa quedará
perfumada. No bastan unas gotas; es todo. Pero Judas, a la vez reniega del gesto. En
nuestro interior puede haber muchos judas impidiendo nuestro derroche nuestro gesto
de amor. No basta, por tanto tener casa. Es necesario derramar en ella el perfume de
nardo para que toda la casa tenga olor de vida. Impregnar las casas con la presencia
del Otro. Tiene que tener olor a bondad, a tolerancia, a acogida sin juicio, sin
reproche...

EL SILENCIO, BÚSQUEDA Y ENCUENTRO CON DIOS

«Uno que me ama hará caso de mi mensaje, mi Padre lo amará y los dos vendremos
con él y viviremos con él» (Jn 23, 24)
Un cristiano sabe que Dios está con él porque desde muy pequeño se lo han dicho. Son
las primeras cosas aprendidas en el catecismo. Luego se olvidan y se recuerdan otras,
menos importantes, que son las que presiden la vida.

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Se aprende que la vida es dura y hay que luchar en ella. La consigna de lucha, de
rentabilidad, de prestigio..., toman a la persona al asalto y esta vive con el programa
para siempre. Todas las consignas prevalecen para poder estar siempre por encima de
los demás y poder sobrevivir. Lo demás, lo más importante, queda en segundo plano.
Se olvida que Dios está con nosotros y que su mensaje es el único que nos da vida.

La celebración cristiana gira en torno a este pensamiento de que Dios está presente en
lo escondido de mí. A pesar de todo, no estamos familiarizados con el pensamiento de
que Dios vive en nuestra propia raíz. ¿Dónde buscar el origen de nuestra vida? Está
oculto. Sufrimos de amnesia con respecto a nuestro origen. Es justo conocerlo porque
es algo imprescindible para nuestra vida.

Un judío cuenta que un día llegó a casa su hijo llorando. «¿Qué te pasa?», le preguntó
el padre. Y le contestó el niño: «Estábamos jugando al escondite y a mí nadie me
buscaba».

Eso es lo que le pasa a Dios. Se ha escondido y nadie le busca. El silencio se vive con
la convicción de que alguien se oculta en nosotros.

La vida no se reduce a las noticias que nos dan del exterior. Se busca información de
la vida en los diarios. Saludamos a la gente preguntando: «¿Qué hay de nuevo?». En el
silencio la mejor noticia nos la damos nosotros: «He encontrado a Dios». Nuestra tarea
es darnos la mejor noticia. Lo mejor está dentro. La noticia más veraz y menos
contaminada está dentro. La vida es también lo que se oculta en cada uno de nosotros
y no hay peor cosa que ahogar o estrechar algo.

Por eso, no se puede vivir el silencio sin al menos sospechar que algo está escondido
en nosotros. La vida es algo más de lo que vemos en los acontecimientos exteriores.

Hay que recordar también que las cosas esperan más atención de nosotros cuanto más
frágiles sean. Las cosas más escondidas esperan más de nuestro silencio. El gesto de
oler una rosa es un gesto de cerrar los ojos. Se inspira. Como si fuera la única manera
de poder recoger su olor sutil. Hay rosas tan suaves que su olor reclama nuestro gesto
de atención. Hay que cerrar los ojos para percibir su aroma. Cuanto más frágil, más
atención. El mundo divino es tan sutil y tan suave que nuestro silencio es
imprescindible. Nuestra atención va rescatando de todas las cosas su hermosura. No
para apropiarnos de ella. Hemos de ser generosos. Hay que ver las cosas y dejarlas.

La luz, al amanecer, despierta la creación entera. El milagro de la luz es ese: despierta


todo. Todo se embellece y resucita.

Nuestra atención es una luz que va favoreciendo todo lo que mira. Saca a la superficie
la belleza de las cosas. Estas, al mirarlas, nos obsequian con su mensaje de armonía.
Todo existe gracias al silencio. Nuestra atención da existencia a las cosas. Nuestra
atención es un acto de amor. Cuando uno mira con atención las cosas no nos mienten.
Ve mejor el que ama que el que es indiferente.

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Pasar por las cosas sin enterarse es una tragedia. Vivir con uno mismo sin enterarse
es una tragedia. Al mirar todo con amor, todo se nos revela y nos ofrece su misterio y
su secreto. Es necesario mirar desocupándose de todo lo demás.

Cervantes dice en el Quijote que necesita a un lector desocupado para poder ofrecerle
la lectura de su libro. A veces, el silencio es esto: desocuparse para sumergirse en algo
que habita en nosotros.

Siempre nos ocupamos. ¿Para qué? Para saber, para... Se ocupa uno en objetivos que
están al margen de nosotros. Las ocupaciones nos desplazan, nos aíslan de nosotros.
Pendientes de los resultados y conclusiones de nuestros objetivos no sabemos ni
respirar. «No tengo tiempo ni de respirar». Esta frase que se dice mucho es muy
significativa. ¿Qué sacaremos de esto? ¿Qué resultado obtendremos? Son preguntas
que nos hacemos antes de efectuar cualquier ocupación. Estamos cogidos por algún
afán de conclusión o resultado. Y nuestra urgencia es desocuparnos. Lo mejor de la
vida no se logra. Lo mejor de la vida es ella misma. La vida no es el resultado de un
esfuerzo. La vida llega a nosotros porque sí. No es un logro ni una conquista. No es el
resultado de nuestro afán. Tenemos que seleccionar los campos de nuestra atención.
Seleccionar los campos de los impulsos que rigen nuestra vida. Nuestra idea
equivocada nos obliga a vivir con una prisa enfermiza.

Y corriendo de afán en afán, no vemos que en lo pequeño se ve la vida. Se ve a Dios.


En lo más insignificante. Dios y la vida se revelan en todo lo que vemos. Dios está en
todo. Tomar contacto con las cosas con pureza y con atención es otra forma de
encontrar a Dios.

Hay que ir al silencio en la confianza (un rasgo que hoy no se da) de que algo se oculta
en mí. Pero, la desconfianza, en el conjunto de la historia humana, va pareja al vivir
del hombre. Y se dice, sospechando, que el silencio es un riesgo de intimismo, de
evasión... No desconfiéis. No lo sospechéis. Estamos llamados a traspasar las capas de
nuestra sensibilidad o emoción para que se dé un encuentro con Dios en el silencio.

La vida se cumple en cada instante. Lo que cuenta en la sociedad es el pasado. Y pesa


tanto... Influye negativamente. El silencio no es pasado. No tiene tradición. Es la
oportunidad de vivir sin ropaje ni impureza. La vida no es lo que producimos nosotros.
Ningún producto es Dios. No se puede buscar en fórmulas preparadas ni en la
inquietud que rodea nuestro vivir.

EL SILENCIO, OCASIÓN PARA EL DESCANSO

«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo y descansad un poco» (Mc 6, 31)


Eso es lo mismo que hacemos nosotros cuando nos introducimos en el silencio. Es un
aparte para descansar un poco. Jesús lo ve necesario. La actividad nos cansa tanto
que nos dispersa de nosotros mismos. Nos separa de nuestro corazón. Nos hace
extraños a nosotros mismos. La actividad que llevamos es demasiada y nos distorsiona
hasta rompernos.

Por eso la actividad del silencio no es un deber más. Es una libertad.

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Es una fatalidad de la persona representar un papel determinado en la vida y no poder
hacer otra cosa para salirse de ese guión establecido e impuesto desde el exterior.
Tiene que dar prueba de sí mismo. En cambio, en el silencio no hay que probar ni
demostrar nada. Todo es libertad.

El trabajo desquicia y nos saca de nuestro verdadero ser. Una puerta que no está en
su quicio, chirría continuamente. Así estamos cuando no estamos en nuestro justo
sitio. La vida que llevamos tiene el poder de «desquiciarnos».

En el silencio, uno puede ser él mismo. Es regresar a nuestro terreno. Para ir a esta
provincia hay que franquear bastantes distancias. El instante hay que vivirlo ahora
mismo, porque de lo contrario no se vive el silencio. Ni el antes ni el después sirven
para estar en el silencio.

Lo importante es no escaparse del instante, del silencio. Escaparse de él es escaparse


de sí mismo. Se impone arrancar y romper el ritmo acostumbrado para poder darse
cuenta de las cosas con toda claridad y lucidez.

Cuando hay un terremoto te hace caer en la cuenta de la firmeza de la tierra. Si no


fuera así, lo que hay de firme no se percibiría. el silencio es darse cuenta, con claridad,
de lo que hay en el momento y de vivirlo sin más.

Para vivir el silencio sin ninguna asistencia hay que retirarse al desierto. La aventura
hay que vivirla sin nada. Sin taller, sin gasolina, sin teléfono. Sin asistencia de un rito,
de una actividad, de un libro, de un sentimiento, de una emoción, de una
conversación... Sin diálogo y sin monólogo, sin reflexión... Hay que separarse para
encontrarse con uno. La asistencia alimenta nuestra superficialidad.

En el desierto no hay referencia. La única asistencia soy yo. ¡Ya es bastante! Pero
nosotros queremos ir siempre seguros de algo: de una mano, de un gesto... Nos
olvidamos, al entrar en el desierto del silencio, que allí todo es desamparo, soledad...

Hay que tener en cuenta que las asistencias que aparecen en nuestro caminar no sólo
se buscan, sino que además nos vienen ofrecidas. ¡Atención! No os enganchéis a
ninguna rama. Dejad que vuestra audacia interior se ponga en circulación. A cada uno
le basta la fuerza de sí mismo, el dinamismo de su propio ser.

El silencio es desierto porque la revelación no se da cuando hay una asistencia. Se


reconoce el susto que se puede padecer en esta aventura, pero se atreve uno a vivir el
silencio con energía y, entonces, es un puro goce. Se sabe que de la nada brota la
plenitud y que nada florece si nosotros no nos quedamos en el vacío. Aparece una
alegría que está más allá de las que proporcionan las ramas. Estas asistencias que nos
llenan suelen ser fugaces. Sólo desde dentro brota la luz que no se apaga.

La dificultad primera nos hace detenernos y volvemos a ocuparnos de otras cosas que
dan más entretenimiento. Pero sólo en el otro lado, casi al límite, está el encuentro.

No nos atrevemos a quedarnos sin nada porque sin ocupación uno se pierde. Nos
agarramos a cosas, a acciones..., para no sentir la dolorosa soledad. Y sin embargo, la
soledad puede ser una inmensa gracia y en ella se salta a la libertad, a la paz, al gozo.

20
Se puede comprobar que en el silencio todo se armoniza y reconcilia, y se siente uno
como en su casa.

Puede ocurrir que se tenga la sensación de escapada y de insolidaridad hacia todo. Es


una sensación tan solo, porque el auténtico silencio hermana y une. La insolidaridad
se da en la superficie, no dentro. En el fondo del corazón todo se acoge, se acepta, se
armoniza. No nos separa de nada el silencio. Toda separación llega desde la superficie.
Todas las separaciones tienen su origen en la exterioridad: cultura, religiones, gustos,
creencias, costumbres... Si en tu camino excluyes a alguien tienes que replantearte tus
pasos porque no te llevará al auténtico silencio. En él, todo se encuentra en comunión.
Desde el silencio uno no se expulsa y no es expulsado. Nunca seremos mal recibidos
en el silencio.

En el silencio es únicamente donde el hombre se halla y se encuentra. Es el espacio en


donde se revela. Otro espacio no tiene para descansar. Jesús decía que el Hijo del
hombre no tiene donde apoyar su cabeza. Alude a que no hay otro sitio en la tierra que
no sea su corazón. El camino del silencio no se anda desde la superficie. Es un camino
que pide lo más sano de nuestro corazón, de nuestra calidad. Lo mejor de nuestro ser
y con todo esto se une.

Por otra parte, el silencio no gira en torno a objetivos. No esperamos nada de nosotros
y tenemos ese derecho. Nos pasamos la vida pidiendo y esperando. Nosotros queremos
ir al silencio con nuestras ideas con tal de no sentir el dolor de nuestro vacío. Con tal
de no soportar la devastación de nuestro corazón. No es bueno agarrarse a nada. No
vale usar «drogas».

Puede haber cultos religiosos, ceremonias o ritos que sean opio. En nuestro culto
actual puede haber «cocaína» para separarnos de nosotros mismos. Esto es cierto,
como un artículo de fe: a Dios no le encontramos fuera de nuestro corazón. Cuando
más me encuentro, más encuentro a Dios. Dios y el hombre no se contraponen. Si uno
va a Dios llenándose de cultos no lo hallará. Está de moda la religión y proliferan los
cultos externos. No es buena señal, porque las tradiciones y costumbres culturales
sólo hacen distraer al hombre y colaborar en que la persona se desentienda de ella
misma. A Dios se le adora y celebra desde el corazón, como dice san Juan cuando
escribe el episodio de la samaritana. Ella es una mujer que intenta distraerse de sí
misma y habla un lenguaje externo: que si se le adora a Dios en el monte o... Y Jesús
la centra en su propio ser. Dice: «Créeme, que ha llegado la hora de no adorar así a
Dios». A partir de ahora al Padre se le adora en espíritu y en verdad. En el silencio, El
Padre busca estos adoradores. Y es que Jesús no pierde nunca ocasión de llevar al
hombre hacia su corazón. Y nosotros aún seguimos de «rama en rama».

Recobrarse a sí mismo es buena cosa y el silencio ayuda pidiendo que no nos


enajenemos con más opio. El mundo no nos favorece gran cosa. En las horas de
silencio, eliminamos las toxinas que intoxican nuestras vida y recuperamos la salud.
Si nos queremos ayudar de cosas externas, puede que nos entretengamos pero no
podremos rehacernos, recuperarnos ni reconfortarnos. Y todo esto es necesario para
recuperar nuestro sitio. El corazón conduce muy bien. Es cuestión de dejarnos
conducir sólo por él.

21
EL SILENCIO, RESPUESTA AL DOLOR HUMANO

«Aunque hable no cesa mi dolor» (Job 16, 6)


E1 dolor no se demuestra. Siempre se vive sin más. E1 hombre tiene dolor. Donde hay
un hombre hay un conflicto. Somos conscientes de nuestros propios sufrimientos.
Somos los que vivimos en el dolor.

Job es el símbolo del hombre sufriente. Se queja de haber nacido, de padecer violencia,
injusticia, de tener que morir...; le pide cuentas a Dios y Dios le hace caer en la cuenta
de que está llamado a la eternidad. Eso le calma. «Me voy a fiar de ti».

Edipo, otro personaje, también sufre. Su perspectiva es distinta. Su dolor le llega por
desconocimiento y exclama: «¡Si hubiese sabido...!». Por no conocer... El
desconocimiento de sí mismo le hace vivir trágicamente. «¿Cómo a mí?».

El silencio nos brinda la ocasión de tomar contacto con nosotros mismos. Ayuda a
conocernos sin racionalizar. Se conoce lo que se padece. Muchas veces se vive para ser
prisioneros de anhelos, deseos, agitaciones... Y generamos crispación y actitudes
defensivas. Vivimos para estar en guardia y el corazón se asfixia.

Cuando yo comprendo o intuyo que no puedo vivir más de espaldas a mí mismo,


entonces me acerco al silencio. Es que me reclama el mundo que está dentro de mí. Ya
no puedo vivir más a merced de otras aspiraciones. Y ese paso lo doy en solitario
porque la administración no se preocupa de nuestro interior. El sistema no inventa
ningún partido político que en su programa electoral nos ayude a atender el mundo
íntimo.

Cuando este mundo se encuentra desatendido, algo ocurre. Uno se siente mal... A
veces, acudimos al médico: «Tengo un no sé qué.... Es difícil curar el mal con
medicamentos y el médico se ve impotente ante la cantidad de síntomas que ha de
tratar.

El silencio es para encontrarse con uno mismo. No se recibe información de nosotros


desde el exterior. E1 silencio es la ocasión de encontrarnos con la verdad de lo que uno
es. Es tocar la tierra de nuestro corazón.

Generalmente andamos enredados en las sombras de las ideas de nosotros mismos y


no nos vemos tal como somos. Cuando opinan de nosotros no ven nuestra propia
verdad.

Para ver hay que ir a la luz. A pleno sol no hay sombras. A pleno silencio, en el extenso
silencio, la sombra desaparece. Sólo entonces podremos buscar la verdad interior.

El silencio es algo inédito. No se puede definir. Tampoco se puede empujar, por lo que
la paciencia es necesaria para su práctica. No hay nada que adelantar en él. Como es
desconocido para nosotros es un espacio para la sorpresa, para la revelación. Ingresar
en el silencio es dar un paso hacia lo esencial de nuestra vida. En el silencio la única
preocupación es estar atentos, simplemente.

22
Y es que un instante puede valer para ver. A1 igual que una gota de agua contiene
todo el sabor del océano, así puede suceder en el silencio. Vivirlo al cien por cien es
estar atento.

La atención que requiere el silencio nos puede llevar a que la experiencia sea costosa.
El camino hacia nosotros mismos es el más costoso. Hay viajes turísticos que ofrecen
promesas de pasarlo bien. El silencio no promete nada y además no existe ruta ni
mapa para recorrerlo. Es virgen. No precisa la ceremonia ni el ritual.

El conocimiento de mí mismo es la experiencia directa de lo que soy y sobran los


demás conocimientos adquiridos con la mente. La acumulación de información es
estorbo y tenemos que atrevernos a despojarnos de muchas cosas que hemos ido
fabricando. El silencio es fruto de todo despojo. No es fácil. ¡Es tan fuerte experiencia
de acumular conceptos, ideas...! Y el hombre es más que todas las ideas.

De todas maneras el viaje del silencio puede estar lleno de alicientes y es una buena
experiencia cuando uno penetra en el mundo inédito y virgen del corazón.

Lo que sí está claro es que las expectativas hay que llenarlas de silencio porque no
sirven hay que ir a él sin nada donde agarrarse. La cosas que imaginamos o esperamos
interfieren con lo que en realidad se nos da. No esperar nada. Admitir todo. No juzgar
con la mente, sin más. Entonces, el silencio podrá responder a nuestro
desconocimiento que engendra tanto dolor.

FRASES DESDE EL SILENCIO

«Bueno es esperar en silencio el socorro del Señor» (Lam 3,26)


Escribir todos los diálogos que se establecen entre el grupo que hace silencio no es
posible. Su riqueza y diversidad hacen imposible trasladarlos a los apuntes. Lo que a
continuación se detalla son frases que han tenido resonancia y que tienen sentido por
sí mismas, sin necesidad de desarrollar las preguntas que las precedieron.

El silencio no se comprende, se practica.

El silencio se resiste a que se le razone.

El evangelio no busca ser comprendido sino practicado.

El silencio es acción.

El silencio descubre la maravilla de vivir.

Si hay un sendero para ir hacia uno mismo, ese es el silencio.

Preocuparse es ocuparse antes de tiempo.

El silencio no aleja de la vida.

El aburrimiento no está en la vida.


Está en nosotros.

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Callar es bueno...,
cuando la palabra no sirve.

La palabra es buena si brota del silencio.

Dios no se esconde de ti.


Eres tú el que toma distancia.

Si te has encontrado contigo,


lo demás no importa.

Saber estar va es bastante.


Es la mejor comunicación.

Sé tú mismo. A todos llegará tu clamor.

El silencio es una acción sin interés.

En el silencio no existen comparaciones.

El silencio se vive cuando algo está deseoso de nacer en nosotros.

El silencio es ir quitando obstáculos a la vida para no ahogarla.

No hay nada que excluir. Vivirlo todo.

Lo desatendido, lo olvidado,
se nos puede volver a presentar:

El silencio le ayuda a hacer bien las cosas.

Que nadie ni nada


te sorprenda sin tu silencio.

-La atención es lo bastante sabia


como para encontrar la respuesta.

Cree en tu silencio.

Cree en tu sabiduría.

Se puede sufrir; pero nada ni nadie puede dañar tu interior

No pasa nada.
Tú estás más allá de tu violencia.
Tú estás siempre más allá de tu error.

Si eres pacífica, tú poseerás tu tierra.


Serás la dueña de tu vida.

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-Si sufres algún dolor
es que está en la superficie.

El barco se agita mucho cerca del puerto.


Mar adentro es una balsa.

La lucidez del silencio


te evita pagar precios demasiado altos.

Cree en tu luz. En ti mismo.

Si estás atento se te disparará el gesto más apropiado.

Que no te reclamen las cosas.

Vivir es ejercitarse en cada pisada.

No busques el pretexto para no estar contigo.

El silencio es para intimar contigo.

Vivir con uno mismo


es la única oportunidad de ser feliz.

Buscar a los demás es un riesgo.

Admitir lo inadmisible es una alegría.

Cuando hagas algo,


presta atención a lo que haces.

Cada cosa a su tiempo.

El tiempo no es para hacer muchas cosas,


sino para disfrutar de la calidad de lo que se hace.

No hay que ganar nada en la vida.


La vida nos gana a nosotros.

-Tu descanso eres tú mismo.

Los objetivos no se buscan. Se dan.

EI silencio no da nada cuando lo buscas.

-Hacer varias cosas al mismo tiempo


no es el ritmo propio de la naturaleza.
Eso no es saludable.

25
Imita a la naturaleza.

Si algún objetivo cabe en la vida


es ser uno mismo.

-Si uno se propone algo v no lo cumple


se siente culpable. No busques resultados.

El compromiso no es necesario
cuando se actúa desde el corazón.

El silencio no es para buscar «escapismo»

Si intentas..., Nunca haces nada.

El futuro no se debe vivir en el silencio.


Tu miedo es el resultado de pisar tu futuro.

La paciencia abre la puerta de la eternidad.

La eternidad es vivir el momento al cien por cien.

Conformismo es acoplarse a algo exterior.

La aceptación es maduración interior.

Es una habilidad falsa esperar tiempos mejores.

El olor se esparce cuando la flor está hecha.

El exterior no hay que cambiarlo.

Agobia el exceso.

El límite lo pones tú.


Lo limitado es apariencia.

Siempre hay que ir más allá de lo que se ve.

Creer es admitir lo imposible.

En la creencia, todo está medido y pesado.

La fe es apertura. La creencia es cerrazón.


Se expresa en ideas y conceptos.

Las instituciones no sirven para cambiar al hombre.


El silencio es el espacio para nuestra creación.

El consumo social no puede crear.

26
El silencio ayuda a buscar otros estilos.

Dos exterioridades se rozan


pero no pueden unirse.

El enfrentamiento está en el exterior.

Anda la vida con tu propio pie.

No te quedes en la superficie de tu egoísmo.

Un camino tiene síntomas de validez


si no excluye a nadie.

Tu decisión no establece diferencias con los demás.


Busca una sintonía común.

LA ORACIÓN DE JESÚS A TRAVÉS DEL CUERPO

«Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habita en vosotros, y que habéis
recibido de Dios. Glorificad, pues, a Dios con vuestro cuerpo» (1Cor 6, 19-20)
Estamos poco acostumbrados a utilizar el cuerpo para expresar nuestra oración. Y no
es que nosotros tengamos un cuerpo, es que ¡somos cuerpo! A Dios se puede ir
también con nuestra corporalidad. A veces, se gana mucho en la oración si el cuerpo
también nos acompaña en este encuentro.

El padrenuestro es la oración de Jesús. La experiencia de rezarlo con todo nuestro


cuerpo puede ser muy rica si se practica con libertad y con apertura. Se puede rezar
así:

Padre nuestro que estás en el cielo.


(A la vez que su habla se alzan los brazos como para encontrarnos con nuestro Padre.
No es que lo busquemos en las alturas. Dios está en todas partes pero hacemos, en
realidad, un gesto de ascender buscando también nuestro origen, que siempre esta
como «más allá» de nosotros. De Dios somos. A él evocamos, invocamos y tendemos).

Santificado sea tu Nombre...


(Se cruzan, al decirlo, las manos en el pecho. Se respira en él la vida que bulle en
nuestro ser y allí se santifica su presencia cercana).

Venga a nosotros tu Reino..


(Se ponen los brazos en cruz, abiertos y desarmados, esperando el reino sin barreras
ni trabas, sin resistencia ni obstáculos. Con ganas y en una auténtica actitud de
acoger, de abrazar, de encontrar..., todo lo que la vida nos vaya dando. En disposición
indefensa de auténtica apertura. Sin nada que nos impida la acogida del Reino).

Hágase tu voluntad en la tierra...


(De rodillas, se toca con el dorso de las manos la tierra, el suelo. Sabedores de que la
tierra soy yo. De que en mi tierra, en mi vida, (así como es ahora) se tiene que cumplir

27
su ley y su voluntad. En esta tierra concreta se tiene que hacer patente el programa de
vida que él desea para rní. Su voluntad y no la mía. En cl suelo, doblada la rodilla, así
como mi voluntad. Todo lo que recite debe hacerse desde abajo. Abajarse ante la vida
para no resistirla. Asumirla desde lo bajo para no dañarme. Para que yo no me
enorgullezca de nada. Para reconocer, en el gesto, que él es el Rey y Señor, mi Dios y
mi creador. Y yo me abajo paca dejar mi orgullo que hace rígida mi vida. Y me pongo
de rodillas para acoger con amor y sumisión su voluntad. Para no sufrir más la
violencia de la resistencia, de la queja y del porqué).

Como en el cielo...
(En la misma postura de rodillas, se elevan los brazos, como queriendo tocar el cielo
con ellos).

Danos hoy nuestro pan de cada día...


(De rodillas se ponen las manos juntas, una encima de la otra y extendidas hacia
afuera en un gesto de pobreza. Las manos han de estar vacías para pedir. Hay que
haberlo dado todo antes para pedir más. Sería necio pedir con las manos ocupadas,
porque así nada se nos dará.

Pedimos el pan de todo aquello que alimenta: ternura, cariño, comprensión... Un pan
nuestro de cada día para ponerlo en la mesa, para que los nuestros se alimenten
también de él. Un pan que dé comida de amor a los que nos rodean. El pan está para
ponerlo sobre la mesa y que vaya «rodando» por todas las manos. Asequible a todos.
Un pan para compartir con los de casa como alimento principal del día).

Perdona nuestras ofensas...


(También de rodillas, se inclina el cuerpo hasta tocar con la frente el suelo y sentir la
necesidad de ser perdonados en todo aquello que necesitemos).

Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden...


(Se abren, a continuación de sentir nuestro perdón, los brazos a la derecha,
izquierda... como si en ese gesto pudiéramos abrazar a todos. Es un acto de
reconciliación con todos, con la creación entera).

No nos dejes caer en la tentación...


(De pie, con los brazos protegiendo la cara, se adelanta un pie al otro para buscar una
postura de fuerza y estabilidad para que los empujones no nos derriben. Sabiendo que
es Dios quien nos está protegiendo desde el exterior y que nuestra fuerza esta en él).

Y líbranos del mal...


(Se levantan los dos brazos, como si se sostuviera entre ellos un cáliz, v se mantienen
así, como queriendo ofrecerlo todo a Dios. Cuando se sube el cáliz de nuestra vida
como ofrenda ya no nos puede dañar nada. Todo está bien si es ofrecido y todo cobra
un significado positivo. Todo lo ofrecido es bueno).

Amén
(Los brazos se dejan caer en una actitud de descanso, a lo largo del cuerpo. Cuando se
reza con el corazón, el hombre encuentra sentido a su «amén» y descansa sereno en
actitud de abandono. Sabe que es querido, perdonado, protegido, escuchado.... y
descansa sereno. Es así como tenemos que sentirnos después de estar con Dios).

28
NECESIDAD DEL SILENCIO

«Prestad oído y venid a mí; escuchad y vivirá vuestra alma» (Is 55,3)
Presentar el silencio no es fácil. Hablar es un sin sentido porque el silencio es una
práctica. Hay que ir por este camino de las no palabras sin adelantos, sin previsiones.
Se puede decir, incluso, con ingenuidad, con pereza.

Lo primero que hay que tener es una clara aceptación de la realidad del momento.
Aceptar todo es lo importante para que aparezca la posibilidad del encuentro. Esto
dará pie a que fluya lo que tiene que fluir.

El silencio es una gran rebelión contra nuestro propio desorden. Es una rebelión
contra el mundo interior. Se habla de rebeldía porque sospechamos que puede ser
posible. Es una esperanza. Buscamos nuestra propia transformación atendiendo a
nuestra propia profundidad íntima porque si Dios está dentro el reencontrarlo es
nuestra tarea, nuestro derecho, nuestro deber.

En mi propia aventura puedo advertir cómo las cosas del exterior me hipnotizan. Es
posible que descubra cómo me dejo absorber por la superficie dejando la fuente
interior desatendida.

En el silencio se pueden romper los muros que nos separan de la vida. El silencio no
es prisión. Es respirar libremente. Tengo que contactar con mi verdad interior porque
todavía no sé lo que soy. En el silencio se puede disfrutar de uno mismo y gustarse.

Pero puede ser costoso estar en rebeldía porque lo cotidiano es el constante


movimiento y estar inmóvil nos resulta insoportable. Estamos llenos de gestos, de
ruidos... Sólo el sospechar que se puede uno detener, sobresalta. Parar la actividad
física y mental suele traer y crear un vacío insostenible. Cuando el silencio se hace
presente se tiene la tentación de llenarlo cogiendo un libro, escuchando música... Todo
con tal de no abrazar al silencio. Pero el silencio sólo es eso. Y es tan simple que
aparece para vivirlo.

Por lo tanto, no es cuestión de leer ni de buscar soporte alguno que nos ayude a
encontrarlo. Hay que enmudecer no solamente con la palabra. El reposo es absoluto.
Una inmovilidad hasta celular. Nuestro cuerpo también tiene que permanecer quieto;
así es como puede ocurrir lo impensable.

Nuestro propio desorden ofrecerá resistencia al silencio. Tremenda resistencia. Ese


sendero de nuestra agitación puede ser un camino precioso para el silencio. Es
cuestión de saberlo de antemano y de no asustarse ante esta realidad porque desde
ella misma encontraremos el camino. La mejor manera de pacificarse es dejar agotar
nuestra agitación.

Incorporar nuestro cuerpo al silencio es necesario porque nos llevará al reposo interior
y a la paz. Muchas veces nuestro dolor físico se opondrá al silencio. Es bueno sentirlo
porque este dolor puede ser el índice de nuestra falsedad, mentira, desasosiego,
desamparo...

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El gesto hacia el silencio tiene que brotar cada día desde el corazón. Sin tensión, sin
obligación, sin esperar ni tender a nada. Sólo así podremos ver cómo el silencio es
nuestra verdad y nuestra salud.

Cuando uno se sumerge en el silencio lo primero que, a veces, nos ocurre es que
vemos desfilar sin parar las inquietudes de nuestras angustias. Nuestras
complejidades, agresiones, luchas, errores...; pero no pasa nada, porque más allá
estamos nosotros a salvo, puros y sin contaminación. Mi propia verdad habrá que
recuperarla dentro. Estará esperándome en mi corazón. No hay nada que asuste. Todo
es un sendero que se irá abriendo para llegar a nuestro corazón. Es necesario no dar
marcha atrás en el silencio porque hay que llegar hasta el final. En esa tierra neutra se
está bien, y ningún obstáculo me puede detener. Porque en realidad tengo que llegar a
Dios y a mis propios y auténticos compromisos con la vida. Todo ello se consigue si
labro mi propio corazón sin mirar atrás, sin pararme, sin detenerme.

PARA ROMPER MODELOS DE CONDUCTA

«Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios,
con todo el corazón » (Dt 6,4)
El silencio es para encontrarse con la propia verdad. En la vida, poco a poco, se ha ido
cambiando la sabiduría por dogmas y ahora decimos: «Estoy de acuerdo». Pero no se
trata de estarlo sino de sentirlo. Lo importante es verlo desde dentro. Las verdades
nunca se han podido transmitir desde fuera. Si uno no se aproxima a ellas desde
dentro...

El pasaje del Deuteronomio declara mucho del mundo interior. Sugiere que todo se
desarrolla desde dentro. El exterior nunca nos mejora ni nos hace crecer. Es como la
semilla. Todo está dentro. Todo el árbol va en la semilla. En esta semilla interior va
todo: el amor, la energía... Esta energía se desarrolla venciendo resistencias. «Ama
incluso a los enemigos». Sólo ejerciendo la fuerza del amor se desarrolla. No os importe
vencer resistencias. Así, sí se crece

Cuando se tiene una escayola en una pierna y se quita, al principio duele. Hay que
recuperar el músculo con ejercicio. Si no vences la resistencia, la pierna no se
recupera. Nadie os va a desarrollar la capacidad de hacer silencio. La tarea del silencio
es un ejercicio para el amor. Esa es nuestra delicia: amar. Si espero a que me amen...
La recompensa del amor es la felicidad. Todo esto es una obra del interior porque la
verdad de nuestra vida, el reino, la semilla..., está dentro. Buscar en la exterioridad es
llevarse desengaños. Cuanto más conciencia del reino dentro, menos necesidad del
exterior. Menos dependencia, más plenitud, equilibrio y armonía.

Todo esto del silencio no es fácil porque siempre surgen estorbos. Es la costumbre de
vivir afuera dependiente de todo. Hay que observar la vida. ¿Qué situación hay en mí
que me engancha? Verlo, tomar conciencia y ponerse a salvo. Vamos a tomar
conciencia porque este es otro obstáculo que tenemos a la hora de hacer silencio. Sólo
el silencio te devuelve la conciencia observando la vida sin hacerse cómplice de ella.
Sin enganches. En el silencio sobran los manuales. Bastan ojos para mirar y atención
para darse cuenta. Darse cuenta ya es alegría.

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Jesús no da modelos de comportamiento: «Con todo tu corazón, con toda tu alma...».
Aquí no hay formularios de conducta. Los modelos siempre están fuera de nosotros.
Crear modelos es ser dictador. Para que los demás se adapten a ellos.

El modelo creado por Jesús es interior. Es una fuerza que engendra vida, sin
adaptación previa. No hay imposiciones. Es más acertado descubrir el reino dentro. Y
este reino nos dirá cómo atender, amar, querer, ser... Pero preferimos que se nos diga
y dirija para nuestra comodidad y para no poner nada de nuestra parte; nada más que
nuestro: amén. Y lo más curioso es que no existe la paz porque nos la expliquen. «Una
cosa es pintar a la paloma y otra es abrirle el pico y darle de comer».

Repetir que la vida viene desde dentro nunca es demasiado. Si te acomodas al exterior
te fatigas y te anquilosas y no te desarrollas. El evangelio me habla de vivir sin
profanar a nadie. Siempre que se impone algo se puede violentar.

PARA VIVIR LA REBELIÓN INTERIOR

«Y no os amoldéis al mundo este...» (Rom 2,2) :


El silencio es precisamente una sublevación ante lo establecido. Lleva consigo romper
con muchas cosas. Parece que no hace nada, pero exige romper con un modo de vivir,
con una cultura, con una costumbre... Es lo más real, el silencio. Es para vivir lo que
hay en este instante.

En el Quijote, está Sancho en camino y se para en una posada. La señora del mesón se
le acerca y él pregunta: «¿Qué hay para comer?». Ella responde: «¡Lo que traiga mi
señor!».

En el silencio hay lo que nosotros llevamos. Se nos va haciendo presente y en la


medida que nos soltamos somos libres para vivir lo que en ese momento se nos pueda
dar. Es realismo. No son proyectos, ni añoranzas. No hay que calificarlo. Ni qué
alegría, ni qué desastre. Se rompe el silencio cuando se califica lo que pasa en él.
Aprender a vivirlo ya es bastante. Aprender a ver las cosas tal como son. Viviendo así,
las cosas se pueden conocer. No mirando sus reflejos. El pasado se refleja en nosotros
y podemos confundirlo con nuestro propio ser.

En un cuadro aparece un mono en un árbol. Refleja en un lago la luna. El mono alarga


la mano hacia el agua para coger la luna. Eso nos pasa a nosotros. Y la verdadera luna
se toma mirando la luna, no su reflejo. Mi propia vida se ve reflejada casi siempre. No
nos entretengamos en el reflejo sin verdad. Todo el pasado no es más que un reflejo
que nos entretiene.

No conformarse con este mundo es igual a estar en vanguardia. No en retaguardia, que


es cuando se vive en el pasado. Jesús va a la cabeza. Va abriendo brecha en la historia
humana. Sin amparo. Vive lo que hay en cada momento.

El silencio es también como un romance de amor con el ahora. Sin huir ni separarnos
de nadie. No se debe escapar de nada. Vivir el día como un auténtico romance.

Una rebelión no es igual que una revolución. El silencio hay que vivirlo en estado de
rebelión y no de revolución. Esta última tiene resonancia social porque afecta a un

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cambio de estructuras y de sistemas sociales. Es no estar de acuerdo con el gobierno,
etc. Se implanta otro sistema cuando se quita el anterior. Cuando se crea un modelo
se impone una especie de dictadura. En cambio, una rebelión es una actitud personal.
En este gesto no se está en desacuerdo con los demás. Es un desacuerdo conmigo. Mi
rebelión contra mí mismo. Cada uno tiene que vivir su propia rebelión. Cada pétalo de
una flor tiene su color y así somos nosotros.

El silencio no es un sistema social, es una actividad individual. Se muestra en


desacuerdo con uno mismo. Hay que acogerla con una voluntad receptiva y abierta.
Cuando san Pablo habla a los atenienses en el areópago les dice que se ha fijado en un
altar con una inscripción que decía: «Al Dios desconocido». Y por ahí, les comienza a
anunciar el mensaje que llevaba para ellos. Atenas, al levantar un monumento a un
Dios que no conocen se muestra como una ciudad abierta y receptiva. Es síntoma de
que puede acoger algo nuevo. Así tiene que ser la fe. Ella es apertura o no es. La
persona ha de estar abierta a lo desconocido. Las creencias cierran. Atan a conceptos,
ideas, palabras... Vemos que lo nuevo no cuadra con nuestra creencia, ni siquiera lo
oímos. Ser hombre de fe y estar cerrado es una contradicción. La fe nos lleva a la
confianza. Es acoger lo más extraño, lo más desconocido. Así hay que entregarse al
silencio, porque no sabemos lo que vamos a encontrar o recibir en él. Es un espacio
para encontrarse con lo desconocido. El paso hacia el misterio se hace en el silencio.
Ese paso hay que darlo para llegar al mundo de Dios. Y para que ese paso se dé de
verdad, hay que vivir el silencio sin ninguna idea, sin ningún concepto...

De lo que se trata, entre otras cosas, es de aprender a ser pura mirada. Sabiendo que
todo existe porque nosotros lo miramos. Pero sin confundirnos. Nosotros
acostumbramos a ver: juzgando, comparando, nombrando... En realidad, mil
estructuras nos relacionan con un mundo de ilusión. Con ese mundo vivimos.

Atender a ser sólo pura mirada es sencillamente: ser, unos ojos, un oído... Eso es el
silencio. Ver una flor, mirar una flor y decir: «es flor», me separa de la flor. El silencio
es verla sin mencionarla. Pura mirada en la vida. Es nuestro afán de poseer el que nos
hace apropiarnos de lo que vemos. Todo aparece ante nosotros para que lo vivamos,
pero no para que lo retengamos Recibir lo desconocido es aprender a vivir el silencio
con esta capacidad, con esta disponibilidad. Es vivir existencialmente.

Cuando no se acapara nada, ni lo bueno ni lo malo del instante, se vive con plena
libertad y sin tensiones. Es bueno tener una visión clara de la realidad sin
distorsiones. Si tu ojo está limpio, todo está limpio en ti.

El silencio se vive en confianza. En la Biblia se nota que promueve a la interioridad y


desea que aprendamos a vivirla con confianza. En el libro de los Jueces podemos leer:
«Vete con la fuerza que hay en ti mismo». Seria un buen mensaje para ir al silencio.
Libres, con autonomía. Sin orgullo ni vanidad. Llevando sólo la fuerza de Dios que es
nuestra alegría y nuestro descanso.

Cuando uno se sumerge en el silencio, comprende que no es para un rato. No se trata


de hacer silencio sino de serlo. No se trata de hacer el amor sino de amar. Sed silencio
siempre y esta manera de vivir se notará en todo. Nuestras relaciones cambiarán
porque el silencio no interfiere el crecimiento de nadie y, al igual que la rosa, tiene su
propio color. Así veremos a las personas. Cada ser humano tiene que ser él mismo. El

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silencio no manipula a nadie y el respeto lo envuelve todo. Es bueno que los demás
tengan que ser ellos mismos.

También el silencio es creativo. El paso de lo conocido a lo desconocido tiene que darse


en el silencio. Lo importante de esta sociedad es que sea consumista y este rasgo la
define en la actualidad. Y lo realmente importante es que sea creativa. Es mayor esta
felicidad. Pero la creatividad tiene que surgir desde el silencio, al igual que la intuición
(que también hemos olvidado) porque lo nuevo tiene que tener espacio para crecer. Si
me ato a lo conocido me empobrezco. Dar oportunidad a lo insospechado es un
ejercicio que hoy se hace poco.

Por otra parte, el silencio da a la vida un sentido de alegría, de humor , de cierto juego.
Es una inmensa disposición para la fiesta. Se vive sólo bajo la influencia de producir,
de trabajar, de ganar... Eso cansa. Dios no se fatiga nunca. Tiene una gran dosis de
humor. Lo que nos agobia y extenúa es el deseo de conquista, de lograr algo. Nuestra
codicia es nuestro cansancio y nuestra perdición. Todo lo que se quiere conquistar,
fatiga. Pero si se aprende a vivir de otra manera se descansa.

Cuando se trabaja como gesto de amor, de colaboración, de sintonía con el mundo...,


el trabajo es festivo, creativo y ligero. Trabajar para comer no cansa. La fatiga se
despierta y no nos deja cuando ponemos nuestro afán en tener. Tendríamos que
recordar una oración de un pueblo indígena que rezaba así: «Danos, Dios, la sabiduría
de recoger de la naturaleza solamente los frutos que necesitamos para vivir». Si
tuviéramos esa actitud ante la vida, esta nos daría su fruto sin sufrir la violencia que
ahora tiene en sus entrañas.

El silencio no es popular porque existen serias dificultades para ejercerlo. La sociedad


no permite que seamos uno. Es tiránica. Quiere que vayamos al mismo paso. Que
seamos rebaño. El silencio necesita separarse para ser uno mismo. Es costoso porque
no vamos a encontrar respaldos ni apoyos. Atreverse a ser uno mismo se paga caro y
la travesía nos lleva a una soledad a la que no estamos acostumbrados. Pero es bueno
empezar a ir caminando consigo mismo. Con él se viene abajo el esquema de que todo
tiene que venir de fuera y la sensibilidad protesta. No anula la relación ni nos aísla, ya
que es reconciliador con lo demás. Pero el primer matrimonio se celebra con uno
mismo. La unión de todo lo que soy se logra en la soledad del silencio. Todo hay que
unificarlo en mí para encontrarme con el otro. Para llegar al otro es necesario vivir esta
unión. La mayoría de las veces no se unen dos silencios: se casan dos divisiones. Sólo
dos silencios se abrazan. Sólo dos libertades pueden encontrarse. Sólo dos vacíos
pueden llenarse. El silencio es una soledad en comunión y nos vuelve solidarios con
todos. Pero es imprescindible aprender a estar con uno mismo.

SILENCIO PARA ABANDONAR LA CEGUERA

«Llegaron a Betsaida y le llevaron a un ciego pidiéndole que lo tocase. Cogiéndolo de la


mano, lo sacó de la aldea, le escupió en los ojos, le aplicó las manos y le preguntó:
«¿Ves algo?». Empezó a distinguir y dijo: «Veo la gente; me parecen árboles que andan».
Le aplicó las manos otra vez; el hombre vio del todo. Jesús lo mandó a casa diciéndole:
«¡Ni entrar siquiera en la aldea!» (Mc 8,22-26)

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En este encuentro se ve cómo Jesús saca al ciego de su entorno y de sus
circunstancias. Hay que alejarse siempre si se quiere ver la montaña. Para ver el
cuadro, hay que salirse de él. Del trabajo que nos estrecha hay que salirse también. El
ciego es ciego de otros ojos. Jesús apunta a la ceguera interna. Alude a otro modo de
ver. Este hombre del evangelio está cegado. Todos los días pasan desengaños sobre
nosotros que nos producen la misma ceguera. El polvo del camino siempre nos impide
ver. El primer gesto de Jesús es sacarle del sitio en donde está.

No se puede leer un libro si nos metemos en él. No podemos ver la vida si no tomamos
distancias. Por eso Jesús, como buen pedagogo, nos enseña siempre desde la sencillez.
Y coge al ciego y le dice: «¡Vámonos al campo! Te llevo fuera de la ciudad, de la aldea».
Dentro de ella estamos todos ciegos con nuestra febril movilidad diaria. Por eso el
silencio es una ayuda para nosotros y para nuestra curación. Salir del sitio es buena
cosa.

Jesús también lo toca. Ayuda a tomar contacto con lo que hay. Enseña a tocar lo que
hay aquí y ahora. Lo toca y reduce el contacto con el pasado, con la aldea. Este camino
de salir de lo que nos ciega está a nuestro alcance. Tomar contacto con la naturaleza
es una buena manera de sosegar y ordenar la razón. Se puede salir de nuestra ceguera
tomando contacto con el mar, el amanecer, el río, un árbol, la puesta de sol, el agua, la
hierba... Eso es lo que hace Jesús con el ciego. Lo lleva a otro camino para ordenar el
interior. Es hacer caso de lo que experimenta nuestra interioridad. Cuando hay
silencio se pueden escuchar llamadas reales y ver las cosas y las personas tal cual.

Si hay una llamada en el corazón, no discutamos con ella. A veces, encontrar la visión
nos lleva a despedirnos de la aldea para siempre. «No vuelvas a la aldea». Es una
buena cosa. Cuidado con volver a las andadas que te nublan y te ciegan. Vivir es
despedirse siempre de las cosas. No se puede volver a la luz y seguir en la aldea del
ruido, del afán, del gentío... El silencio es pura despedida. Las manos, en el silencio,
hay que agitarlas diciendo adiós a tantas cosas... No se puede encontrar la vida sin
decir adiós a nuestra vida. Eterno adiós. La vida es pura mudanza. El río dice adiós. El
agua se siente atraída por el océano que la llama. Uno se despide de todo o se le
quiebra el sentido del vivir. Se dice que nadie se baña dos veces en el mismo río. No
nos podemos bañar en la añoranza. Jesús nos toca, nos lleva aparte, al silencio, y allí
nos ilumina para repetirnos: «No vuelvas a la aldea». Y es que la vida está repleta de
separaciones. Vivir es eso. Nos vamos de nuestros amores y eso es maravilloso. Eso es
vivir. Porque vivir sabiendo decir adiós es comprender la vida. Sin afán de encajonar la
vida con nuestra razón, la vida sería festiva y no nos ahogaría. Los adioses vividos nos
conducen a la plenitud. Son caminos que nos llevan a otros encuentros más plenos y
necesarios para nuestro crecimiento. Despedirse no debe costar tanto porque es la
puerta abierta a otros mundos que nos esperan. El miedo es una huella de tu pie en el
pasado. Para estar a salvo tienes que estar en tu sitio justo y vivir sólo el presente. El
adiós al pasado con todo lo que conlleva es necesario para recuperarse. El agua no se
detiene en ningún recodo. En ninguna ribera hermosa se asienta. Le espera otra
Ribera. Ella sabe que si se para se contamina. El hombre que no sale de su aldea y no
se mueve no podrá ser como el agua pura. No se deben pensar demasiado los pasos
para darlos. Si piensas los pasos, estás perdido. Es como la danza. No se puede
pensar. Es cuestión sólo de mover el cuerpo dejándose llevar por el ritmo. Así es
nuestra vida: un movimiento continuo porque la soledad más triste y la peor es la de
aferrarse al pasado y vivir siempre en «El mismo lugar».

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Por otra parte, en el relato de Marcos vemos otro dato que ya antes hemos apuntado y
que volvemos ahora a ocuparnos de él. Cuando Jesús toca al ciego toma en cuenta el
cuerpo de este hombre. Lo toca. El sabe que el cuerpo es el cauce de nuestra emoción
y que lleva en él todo impreso. La vida se escribe también en nuestro cuerpo y en él se
aloja nuestra propia historia. Es necesario que el cuerpo esté bien. Atender al sueño, a
la comida, al descanso..., es imprescindible para tu salud. El cuerpo avisa claramente
cuando lo avasallamos con nuestra violencia. Y con su dolor nos dice: «No huelgues
tanto, no comas tanto, no fumes...».

Es importante cuidar el vehículo de nuestro corazón: el cuerpo. Por eso en el silencio


se oye su aviso y toma contacto con nosotros poniendo su voz en nuestro interior. El
cuerpo nos instruye. «¿Este modo de estar no es bueno? Cambia». El mejor médico es
uno mismo. No busques recetas exteriores para tu salud. Cambia tu vida en lo que hay
de perjudicial y mejorarás. Es necesario recobrar la vista para descubrir lo que hay a
nuestro alrededor, y luego hay que escuchar a Jesús que nos dice: «Vete a tu casa». La
casa es un símbolo, una evocación del mundo interior. Te manda, como al ciego, a tu
ser profundo. Le sugiere, como a ti, un mundo interior que tienes que habitar a partir
de ahora. La casa está en orden a esa función. A esa necesidad.

Calderón dice que el mundo es como un teatro. Es tremendo vivir haciendo teatro.
Para ir al teatro, la gente tiene que salir de su casa. Es negar la realidad propia para
sustituirla por otra. Eso es representar, hacer teatro. El actor presenta a otro, no a sí
mismo. Él presta su propia persona para que otro ocupe su lugar.

En el silencio no se puede hacer teatro. Estamos en casa cuando hacemos silencio. El


que está es uno mismo. En el teatro hay apuntadores como en la vida. La gente te
apunta lo que tienes que decir, hacer, comprar, ser. No se pueden admitir apuntadores
en mi vida. En mi vida, el único apuntador es Dios que inspira mi camino. Jesús dice:
«Vete a tu casa». No le dice: «Vente conmigo». No quiere apuntar ni él. Es puro respeto.

Y es que el amor no acapara. En el Cantar de los cantares se escribe: «Vete a ti». No


dice: «Ven a mí». Es un amor sagrado y divino que es capaz de no encerrar. Es bueno
volver a uno pero el camino para ir al corazón no es fácil descubrirlo porque hemos
dado muchas veces vueltas y hemos recorrido caminos de razón, de apoyo, de libros,
de conocimientos, de emociones. Nos perdemos incluso en los caminos de nuestros
sentidos que ni siquiera esos hemos encontrado. ¿Olfato, vista...? ¿Quién conoce
nuestra mirada? ¿Cómo se pueden, por ejemplo, fusionar dos cuerpos sin que se
fusionen los corazones? Es necesario descubrir ante todo el mundo fascinante de los
sentidos para luego poder disfrutarlos. Por eso, el silencio recupera todo el arte de
escuchar, de dar, de sentir Todo tiene antes que entrar en silencio. El problema está
cuando creemos que nuestros caminos son mejores por cortos. El camino del silencio
no lo es. Es largo, pero es el único que puede ir directo al corazón. No es,
aparentemente, atractivo. Pero... te lleva a casa.

Recordad: cuidado con volver a la aldea, a lo de antes. Nos van a reclamar muchos
senderos. Igual que los de la montaña. Pero uno solo es el verdadero para subir a la
cima.
Silencio para abandonar la ceguera
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SILENCIO, ENCUENTRO DE AMOR

«Apareció la ternura y el amor de Dios en Jesús» (Tit 3,4)


Dios ha recurrido a un gesto (Jesús) para darnos a conocer todo su amor, toda su
verdad. Y es que la palabra no es diestra para expresar lo entrañable. Por eso se hace
necesario recurrir al gesto. Este, por simple que sea, vale más que todas las palabras.

En el lenguaje del amor, las palabras son siempre vagas para expresar todo este
mundo. El mundo de los sentimientos no se puede expresar. ¿Quién puede hablar
sobre la paz? ¿Quién explica la luz, un color, la vida...? El gesto dice más: un abrazo,
una sonrisa... Algo parecido le pasa a Dios. Al expresar su amor busca a Jesús para
hacerlo. El gesto de Dios se anuncia a través de toda la Escritura y apunta a esta
ternura de Dios en Jesús que no se puede abrazar porque nos desborda. En realidad
es la ternura de Dios la que nos abraza a nosotros.

Los gestos de Dios resuenan en la Biblia. Son expresiones que diluyen toda pesadilla.
Cuando uno experimenta esta Presencia, ya todas las sombras desaparecen. En la
Biblia hay infinidad de evocaciones en donde Dios da vida al hombre a través de su
amor.

La urgencia mayor del ser humano es la de sentirse amado. En la infancia, uno


necesita ser amado para crecer y para que sea capaz de amar de mayor. Es un hecho
altamente verificado que hay que envolver al niño de cariño para despertar el amor que
lleva dentro. El amor ha sido derramado para que nazca la vida. Nada se puede librar
del amor. Porque él es la fiesta y el calor de la vida. Y el amor no fluye porque el otro
sea bueno. El amor ama porque no puede hacer otra cosa más que fluir. El amor no
está en el sujeto sino en el objeto. El agua mana por el gusto de fluir. El amor que se
despierta en el hombre ama por el gusto de amar. El amor tiene que salir de nosotros
como el agua de un manantial. De no hacerlo es porque hay un atasco en nosotros. No
es justo pensar que es el otro el que está en la vida para amarme. No dijo Jesús a sus
discípulos: «Id y buscad a un grupo que os quiera...». Más bien su mensaje fue: «Id y
amad...».

E1 amor que está en todo ser humano necesita ser despertado. Y para que ese amor
crezca tiene, como decíamos antes, que ser arropado, arrullado... En estas primeras
horas el ser humano necesita amor. Al crecer reparte ese agua para que otros puedan
apagar su sed. Necesita tener alegría de amar. Es la alegría del agua cuando se
derrama sin cesar. En el alta mar de tu historia, ama. No esperes ya que te amen. La
luz disfruta iluminando. El amor ha sido derramado en mí para que yo lo derrame en
los demás.

Por esta razón es tan importante sentirse amado y habitado por el amor. No hay otro
camino para que pueda fluir nuestro amor espontáneamente. Un corazón cerrado no
puede crear cooperación con la creación de Dios. El odio nos cierra el camino de la
vida y si queremos vivir hemos de amar. De ahí que sea necesario volver a
experimentar la ternura de Dios en nuestras vidas. Vamos, pues, a mencionar algunos
gestos de amor para poder sentirlos en nuestro corazón:

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«Si nadie te ama, mi alegría es amarte»

Dios es amor y el amor goza amando. Busca amar. Ese es el gran gozo y la festividad
de Dios. El salmista lo entiende bien cuando exclama: «¡Eterno es tu amor, eterna tu
bondad!». Se puede hacer ya la travesía de este mundo colmados de todo gozo con esta
frase por bandera si de verdad prende en nuestro corazón.

«Si lloras, estoy deseando consolarte»

Es el Dios de todo consuelo. Él recogerá todo sollozo y todo llanto. Detrás de todo dolor
siempre está el gozo. Él secará toda lágrima. En nuestro silencio puede haber dolor
pero siempre desembocaremos en el gozo porque el consuelo de Dios viene cuando yo
no me resisto a la vida. Detrás de mis lágrimas está el amanecer. La noche siempre es
espacio para alumbrar el sol. La noche también es fecunda. Todas las preguntas de la
noche nos las responde el amanecer. Las horas dolorosas son uno de los ritmos del
vivir. La noche no es eterna. Nunca ha faltado el amanecer. Las horas de dudas se
pasan. Hay que esperar la luz. Tenemos que tener una gran apertura para aceptar la
noche. Los pájaros esperan la noche cantando. Sin susto. Todo es pasajero. El dolor no
se puede enquistar en nosotros. Lo que se abraza, no asusta. El amor compasivo
acepta las noches de la vida. El corazón es capaz de abrazar todas las situaciones.
Resistir al dolor es destrozo. Se redime, admitiendo. Observa la noche. Es más oscura
cuando va llegando el amanecer. Si uno sigue, la sombra apunta a la luz. El dolor de
todo alumbramiento nos advierte de que más allá habrá un encuentro de alegría. Mi
corazón va aceptando y entonces comprende. Se comprende mucho antes
envolviéndolo todo en amor. La resistencia ante cualquier dolor lleva a enquistar la
situación.

«Si eres débil, te daré mi fuerza y mi energía»

El poder humano crea una gran soledad. En el caso de Dios es distinto porque el poder
de Dios no se parece en nada al nuestro. Es un poder para nuestro servicio. Es un
poder que no nos humilla. Decimos en el credo: «Creo en Dios Padre Todopoderoso...».
Es poderoso no para protegerse, para defenderse..., sino para ponernos a salvo. Frente
a Dios uno se siente protegido. El es mi poder, mi seguridad, mi refugio, mi fortaleza.
Detrás de la flaqueza se puede hacer presente el poder de la vida.

«Si eres inútil, yo no puedo prescindir de ti»

Lo inservible, se tira. Estamos contaminados del afán de utilidad. Las formas de vida
actuales no potencien amar al inútil. Dios nos ama y no necesita nuestra utilidad para
hacerlo. Nos costará trabajo sentir esto porque nosotros tiramos lo que no sirve.
Nosotros apostamos por aquello que sirve y El por lo que no brilla, por lo que no vale.
Cambia nuestra visión y nos relaja de tanto aparentar. ¡Ese afán de sentirnos útiles
nos está matando! Siempre justificando nuestro sentido de vida haciendo cosas. Ahora
ya no tengo que justificarme para estar en este mundo. Dios ama mi condición
limitada y no me pide más. A la rosa no le pide que sea otra cosa. A cada uno le pide lo
suyo. No es justo verse inútil en la vida.

«Si estás vacío, mi llenara te colmará»

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Nosotros sentimos estremecimiento ante el vacío. El hombre busca saturación porque
el vacío le produce miedo. Y resulta que el vacío es la plenitud de Dios. Y que el vacío
es, también, llenura que colma. Hay que vaciar todo aquello que está saturado. El
bambú puede resultar flauta para que Dios pueda tocar en ella. El vacío para servir.
Sólo en el vacío se recibe. Y seguimos, no obstante, resistiendo al vacío. Y ante una
tarde sin hacer nada, buscamos llenarla como sea. Huimos de él cuando el vacío tiene
un valor maravilloso. Uno de los milagros del silencio es que nos deja vacíos. Sin
cosas, sin objetos... Me dispone para acoger la plenitud de lo que no tiene nombre. El
vacío tiene el en canto del cosmos. Es quedarse sin nada para acoger a otra Presencia
que puede llenar la vida.

Los discípulos reconocen la resurrección cuando ven la tumba vacía. Vieron y


creyeron, abriéndose al misterio de la resurrección. Sólo ese vacío les da ocasión para
despertar a otra conciencia y, desde entonces, ellos sintieron el vacío de todas las
cosas en las que no estaba él. Sólo en el vacío se recibe. Por eso, la ley del cielo es:
vaciar lo saturado para llenar y colmar.

«Si tienes miedo, te llevo sobre mis espaldas»

Jesús ama la imagen del pastor llevando a hombros a su oveja. Así es con nosotros
ante nuestro temor y ante las situaciones de auténtico peligro. No nos deja solos en el
peor momento de nuestra vida. Es fiel y nos coge en brazos como en aquel cuento de la
playa en que las huellas de Él van junto al caminante y sólo aparecen unas cuando
este se halla en peligro. «¡Qué susto pasé y qué solo me dejaste!». «Mira,-le dice Jesús-
las huellas que se veían en la playa, junto a la orilla no eran las tuyas sino las mías,
porque en ese momento yo te cogí en brazos. Te hubieras muerto si no te llevo sobre
mis espaldas».

«Si me llamas, vengo siempre»

En la parábola del amigo que a medianoche despierta una y otra vez, con fuerza y sin
descanso, a otro que duerme para pedir tres panes sería bueno invertir los personajes
y descubrir que no es el hombre el que llama a Dios; es la vida, es Dios mismo, que ni
duerme ni reposa como «el guardián de Israel». Nos está llaman do continuamente a
nosotros que estamos «durmiendo» con nuestros enredos, proyectos y trabajo. Y la vida
nos despierta sin cansarse, con tesón, con insistencia para decirnos que hay algo más
de lo que vemos, sentimos y proyectamos.

Está también la oración del «Ven, Señor Jesús» que nuestro corazón recita como una
letanía. Es el murmullo del alma en una espera inacabada. Es la apertura hacia el
amor. Y habría que recordar de igual manera la ternura de un Dios que te dice: «Estoy
a tu puerta y llamo. Si quieres y me abres entraré y cenaré contigo».

«Si quieres caminar, iré contigo»

Siempre se hace presente al paso, al mismo paso de los discípulos caminantes


cargados de desilusión y cansancio. «Yo estaré siempre con vosotros». Los apóstoles
viven el misterio del «Dios con vosotros» porque esta es la fe en el Dios vivo y
resucitado.

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«Si te pierdes, no duermo hasta encontrarte»

Valoramos mucho que alguien se desvele por nosotros. Dios lo hace. No duerme por
mí. Basta recordar la parábola del hijo pródigo para encontrar en ella todo el desvelo
de un Padre. También vale la imagen, una vez más, del pastor que vigila.

«Si estás cansado, soy tu descanso»

Nadie se atreve a decir hoy: «Venid a mí los cansados...». De la persona cansada,


estresada, la gente huye como de la peste. Hay una escapada casi física ante la gente
que te abruma con sus agobios y problemas. Nos vamos. Espaciamos las visitas. En
realidad no queremos ser ya el descanso de nadie. Pero Jesús acaba la frase siempre:
«...que yo os aliviaré...».

«Si me pides, soy don para ti»

La vida es inagotable para nosotros. No tiene precio. La vida nadie la ha merecido, se


nos ha dado gratuitamente. Al igual que el silencio. Se nos da como don y como tal
don nunca se acaba de agradecer. Todo lo importante se nos da a cambio de nada.

«Si me necesitas, te digo: "Estoy dentro de ti"»

Tagore escribe que la flor pregunta al fruto: «¿Dónde estás?». Y él contesta: «Dentro de
ti». ¿Dónde está Dios? Dentro de ti. Por eso el silencio es presencia. Es llenura. Toda la
vida está dentro de nosotros. Todo se nos ha dado. Nuestro deber es encontrarlo
dentro.

«Si te resistes, no quiero que hagas nada a la fuerza»

Si nos resistimos, la vida no nos fuerza. Es respetuosa con nosotros. Quiere que todo
lo que hagamos sea desde dentro. La influencia de Dios es desde el interior. Jesús
respeta siempre y a nadie fuerza.

«Si eres infiel, yo soy fiel»

La vida es siempre fiel con nosotros. Fiel como una montaña. Quien se pone a la
sombra de Dios no tiembla. «Mirad a Dios y a su fidelidad».

«Si me miras, verás la verdad de tu corazón»

Pero para ver desde dentro es necesario cerrar los ojos de fuera con los que medimos,
enjuiciamos, sopesamos, comparamos El silencio nos lleva a que se nos revele todo el
misterio de nuestro ser. Es para ser uno mismo. No es evasión de sí. Se abren los ojos
del corazón al hacer silencio y nuestra interioridad nos hará ver la verdad.

«Si estás en prisión, te voy a liberar»

El hombre puede estar preso y poseído por sus rutinas, sus costumbres, sus culturas,
sus tradiciones... En el silencio uno puede esperar la visita de Dios que llega a liberar.
Estar encadenado a las razones, a las ambiciones, a las obsesiones..., es muy duro

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para el hombre. El silencio es nuestra gran liberación. La vida es liberadora cuando se
vive en plenitud. La vida está deseando liberarnos de tantas prisiones. Abrirse al
silencio es dejarse liberar.

«Si estás a oscuras, soy lámpara para tus ojos»

La vida desde el silencio va alumbrando paso a paso, en cada momento. Nos va a decir
qué es lo que hay que hacer y vivir en cada instante. Brinda luz para cada uno de
nuestros pasos. El silencio es nuestra lámpara de cada día que nos lleva por el camino
sin miedo y sin tropiezo. Es luz para nuestro caminar.

«Si te manchas, no quiero que salves las apariencias»

No hay que encubrir ni esconder nuestra realidad. Lo que somos no ha de ocultarse


ante Dios. Nosotros no estamos llamados a «maquillarnos», no somos exterioridad.
Somos corazón, interioridad. No disimules en la vida. Dios ve tu verdad. El silencio nos
pone a salvo de este mundo de caretas al que le hechiza lo superficial. El silencio es
nuestro descanso. A él vamos sin disimulos ni engaños. En él nos mostramos tal cual
y eso es un gran descanso. Es estar en casa sin tener que aparentar lo que no somos.
El silencio es el arte de vivir sin apariencias.

«Si quieres ver mi rostro, mira una flor, una fuente, un niño»

En todo está la huella de Dios. Hay que saber mirar con inocencia y todo se nos
manifestará. Ir a la vida con una mirada virgen y lo infinito se hará presente en todo
aquello que parece finito. Mirar limpiamente, sin hacer ningún juicio.

«Si estás excluido, yo soy tu aliado»

Se nos puede excluir de muchos círculos, pero la vida será siempre nuestra aliada y al
mismo tiempo nos hace solidarios con todos y aprendemos a no excluir a nada ni a
nadie. El silencio nos lleva a estar con nosotros mismos. El que está en sí mismo no se
puede sentir excluido y no excluye a nadie en su camino. San Pablo dice: «Todo es
vuestro, vosotros de Jesús y Jesús es de Dios».

«Si no tienes a nadie, me tienes a mí»

La vida siempre está disponible, a nuestra disposición, a nuestro servicio. La


asistencia de Dios nunca descansa, ni se gasta, ni se retrasa, ni se despista.

«Si eres silencio, mi Palabra habitará en tu corazón»

La Palabra emerge desde el silencio. No se trata de que hagas silencio un rato. ¡Sé
silencio! La Palabra se acuna en el silencio. Este se vuelve fértil. Más allá del silencio
hay un mundo de amor que se nos revela.

Hay más gestos de la ternura de Dios a lo largo de la Biblia y se podrían sentir desde el
silencio cada uno de ellos. Serían una letanía interminable:

«si nadie te necesita, yo te busco»;

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«si tienes hambre, soy pan de vida para ti»;
«si pecas, soy tu perdón»;
«si me hablas, trátame de tú»;
«si quieres conversar, yo te escucho siempre»;

«si todos te olvidan, mis entrañas se estremecen recordándote».


SILENCIO, LUGAR DE ORACIÓN

«Orando no seáis habladores. Vuestro Padre conoce vuestras necesidades» (Mt 6,78)
La oración no se puede definir. De hacerlo se le pueden poner límites. En la oración el
actor principal es Dios. No existe descripción válida.

A una montaña no se le ven todas las laderas. Así pasa con la oración. Una forma de
hablar de la oración puede ser mencionarla como lugar de encuentro, como una
relación...

Para que este encuentro se dé, es necesario el silencio. Está claro que los ruidos
impiden la conversación. No nos podemos entender en el ruido. El silencio es un
camino para nuestra relación con Dios. Por eso el silencio tendría que estar como un
derecho fundamental del hombre. Tiene el poder de generarnos. Uno no hace nada y el
silencio va equilibrando. Todo va encajando. Nos restaura. Hay mucho más en el
silencio. Es necesario descubrir las muchas dimensiones del silencio. Por eso Jesús
hace oración de silencio. Cuando habla no lo hace sin ton ni son. Toda Palabra va
dirigida a alguien. «No seáis habladores». Nos advierte. Lo primero es silenciar todo.
Pero hay que reconocer que no todo silencio es positivo y que muchas veces nosotros
practicamos silencios que no hacen más que interferir el encuentro. Hay silencio pero
no encuentro. Recordemos algunos silencios negativos que forman parte de nuestra
vida cotidiana:

Silencio de angustia: La palabra angustia viene de angosto, estrecho, ahogo... Cuando


la angustia aparece en la persona y se presenta en la vida, deja sin palabras. No se
puede hablar. La garganta queda atenazada. El corazón también. Es un silencio pero
desde el miedo. No hay cercanía. Hay incomunicación. Todo lo contrario que el
auténtico silencio.

Silencio de culpabilidad: No hablo porque «van a pensar que ». No hablo porque «me
van a echar a mí la culpa».

Silencio de debilidad: «¡Qué voy a decir!». Decido callarme. Es un silencio negativo


porque es el silencio de la impotencia.

Silencio de la indiferencia: Pasamos de todo. Es un silencio del bostezo, de la apatía...


Guardo silencio porque me alejo de todo. No me importa, no me interesa en absoluto.

Silencio del mal humor: A veces, un disgusto nos pone serios y guardamos silencio.
Estoy enfadado y con mi silencio te estoy reprochando. Estoy irritado y me callo.
Mantengo la distancia y no deseo el diálogo.

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Silencio del miedo: El miedo endurece cuando se presenta en la vida. «En boca
cerrada no entran moscas»; «mejor no hablar, que luego hay represalias». Nos alejamos
también del conflicto, de la denuncia.

Silencio de la envidia: Cuando nos toca la envidia nos deja sin palabras y no sabemos
reconocer nada del otro. No se alaba ni se habla bien de nadie. No hay alabanzas. No
hay apoyo. No hay comentarios positivos que refuercen. Es un silencio enfermizo muy
peligroso. Si nos creyéramos únicos no nos compararíamos con nadie. No habría
envidia. A cada uno Dios le pide lo suyo. Al tulipán no le pide que sea margarita.
Jamás a un árbol le gustaría ser una flor.

Silencio de orgullo: Este silencio, a veces, se refleja en el cuerpo. El orgullo, cuando se


tiene, siempre separa. No hablamos con el mismo nivel. Aristóteles localizaba el orgullo
en la cabeza. «Se le han subido los humos a la cabeza». Es un dicho muy general que
explica bien al orgulloso.

Silencio del rencor: El mal humor puede ir cristalizando en la persona que lo padece y
es entonces cuando hace su aparición este silencio del rencor. Se incrusta, se calcifica.
Es un quiste difícil de extirpar. Es silencio peligroso hasta para la salud y muy
negativo. Es necesario mucho tiempo para que se diluya.

Silencio del odio: Este es mortal. San Juan dice que el que no ama a su hermano es un
homicida. Cuando no se habla con alguien hay un trasfondo de muerte. Estoy negando
a la persona. Hablar tiene que ser para que el otro se dé cuenta. Es un acto de amor,
de respeto, de consideración.

Todos estos silencios nos van enfermando y conduciendo a la incomunicación. Es


necesario ir detectando cuál de ellos nos afecta en nuestra historia. Es necesario
conocer muy bien nuestros silencios negativos para trascenderlos y superarlos e ir
poco a poco serenándolos. Estos silencios son ruidos tremendos que no nos permiten
el encuentro con Dios en la oración. A veces nos acosan en cada silencio y tenemos
que descubrirlos como secuelas que viven y vienen con nosotros. Está bien que los
reconozcamos, porque sólo viéndolos podemos superarlos.

Los silencios positivos son también muy variados y sólo vamos a recordar unos pocos:

Silencio de humildad: Es el silencio del respeto. Proporcionamos a una persona que


nos visita este silencio para interesarnos por sus noticias. Oímos en silencio lo que nos
propone. Acogemos a la persona con nuestro interés. Es justo hacerlo así. Ofrecer a
cada uno el gesto de nuestro silencio para que la escucha se dé desde la intimidad.

Silencio de admiración: Es otro silencio que tiene gran calidad. Algo de esa persona
atrae nuestra mirada y despierta este silencio que tanto beneficio acarrea. Este silencio
es necesario para recuperar este sentido.

Silencio de asombro: Son maravillosos los asombros. Me quedo sin palabras. Es


importante que se dé este silencio pero para ello es necesario el «no saber». Se inicia
con el no saber. Con un vaciamiento de todo conocimiento. Sin referencias. Como un
niño pequeño ante lo nuevo y lo desconocido. Este silencio se rompe cuando
preguntamos. Se rompe al indagar. ¿Por qué? No hace falta la pregunta. La vida es

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maravillosa en sí. Hay que asombrarse continuamente ante ella sin preguntar más.
Los niños se entregan a ella y tienen una gran capacidad de asombro. «Si no os hacéis
como niños..., no entraréis en el reino del Asombro».

Silencio de la alegría: Cuando uno alcanza la cumbre de la alegría se le colma el


corazón y sobra la palabra. Cuando te quedas extasiado, boquiabierto, no eres capaz
de pronunciar palabra. Es el silencio de la felicidad.

Silencio del amor: Es el silencio de la comunión. Cuando miramos a una persona con
amor ya no es necesario pronunciar palabra. El milagro de una pupila hace
innecesario hablar. A la persona amada se la siente y no más. ¡Qué gusto es estar en
casa sin hablar! (Decía Mafalda en una de sus viñetas: «¿Cuándo vamos a ir a casa a
callar un rato?»). Y es que, cuando existe el amor, basta con estar. La presencia todo lo
llena. Todo lo colma.

EL SISTEMA ESPIRITUAL

“Estos textos brotaron en horas en que yo deseaba desaparecer, en momentos intensos


en que desaparecía. Sólo cuando se desaparece hay encuentro verdadero. Y uno se
vuelve nadie. Sin saber de dónde viene; sin saber hacia dónde va. Siendo nadie, sólo
nada. Tan sólo yendo al ahora. El silencio era entonces lo original, lo primitivo, lo
artesanal. Él se convertía y me convertía en lo peatonal, en la calle, en la vida del
ahora.

Y el silencio dejaba que el adentro fluyera, saliera fuera. Lo que me estorbaba era el
ego, el impulso, la tendencia a la superficialidad, a esa periferia que nos vuelve opacos
y ensombrece en lugar de dejar pasar la luz. El ego oscurece el mundo. El silencio es
luz del mundo, clarividencia del cosmos” (Cosecha, 17).

“Cada día me vuelvo más y más consciente de que soy un extraño en tierra extranjera,
a todo, salvo al silencio, salvo a la luz, salvo al viento, salvo a las estrellas, salvo a la
luna, salvo a los seres. Más y más extraño a las palabras. El diccionario, el vocabulario
del silencio es el río, la montaña, el valle, el mar, el bosque. Extraño a todo lo que
contamina la mirada de esta existencia frágil” (Posada, 9-10).

ESTUDIO PRELIMINAR

La Escuela del Silencio del P. Moratiel es un camino hacia el total vaciamiento interior
que emplea algunas técnicas orientales perfectamente compatibles con la doctrina
católica. En cierto modo, podemos decir que su gran logro ha sido hacer asequible
para el gran público la altísima mística renana del siglo XIV, apoyándose en las
religiones orientales, sobre todo en el budismo zen.

La Escuela del Silencio se encuadra en la mística apofática cristiana, en la que todo lo


físico y todo lo mental quedan de lado, para que el puro amor nos lleve a la unión con
Dios. De ahí su radicalismo. De ahí que el P. Moratiel tenga expresiones como: “El
silencio es inútil como es inútil Dios ” (Desde, 134).

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La primera vez que oí hablar del P. Moratiel fue al poco de comenzar mi prenoviciado.
Un fraile me dijo que era mejor dominico de la Provincia, pues dedicaba su vida a orar
y a predicar de forma itinerante. Pero el pensamiento del P. Moratiel no siempre ha
sido bien acogido por sus hermanos dominicos. Aún se escuchan comentarios sobre él
que muestran una gran ignorancia y superficialidad. Se oye decir: “tanto que hablaba
del silencio, y después era el fraile que más charlaba en la recreación”. O también: “no
entiendo cómo alguien que pertenece a la Orden de la Palabra predique el silencio”.
Muy pocos frailes asistieron a sus retiros. De él se hablaba a veces “de oídas”, sin
conocer realmente su pensamiento.

Pero también tenía facetas desconocidas para muchos de sus discípulos. Su celda en
el convento de Pamplona revela un secreto que pocos conocían: era un gran estudioso,
un intelectual. Se piensa que el P. Moratiel hablaba desde su experiencia interior: y eso
es cierto, muy cierto, pero hay que añadir que esa experiencia estaba en parte
mediatizada por lo que estudiaba. El P. Moratiel era un buscador de Dios, y, como
buen dominico, sabía que un lugar privilegiado para encontrarle son los libros. Pero de
eso no hablaba nunca.

Si bien mucho de lo que decía era “de propia cosecha”, las charlas de sus retiros
estaban llenas de citas de las Escrituras, de teólogos, de poetas, de filósofos, de
cuentos, etc. Pero como lo hacía con mucha sencillez y mezclándolo con sus vivencias
personales, parecía que no decía nada intelectualmente destacable. Y sí lo hacía. Y
podía hacerlo porque antes había estudiado, y reflexionado, y orado, y asimilado
dentro de sí muchos buenos pensamientos. La clave del P. Moratiel es que lo mucho
que él experimentaba interiormente, sabía enriquecerlo y orientarlo con lo que
estudiaba. Y, así, y a su vez, lo que estudiaba pasaba a ser vivencia interior. Por eso
siempre hablaba desde su propia experiencia. Aunque a veces lo que dijera antes lo
hubiera estudiado en un libro.

Y su forma de estudiar era muy particular. El P. Moratiel establecía una especie de


diálogo con los autores que estudiaba. Subrayaba lo que le parecía más importante y,
en muchos casos, anotaba lo que le decía en su interior eso que estaba estudiando. Le
encantaba glosar los libros. Los anotaba y reanotaba con su letra estropajosa.
En su celda hemos encontrado 872 libros. Pero llegó a tener muchos más. Sus
hermanos de comunidad dicen que regaló bastantes. Y llenó tres estantes de la
biblioteca de su convento, pero esos libros acabaron mezclándose con el resto en una
reestructuración posterior. En el convento del Cristo del Olivar, donde residía cuando
pasaba por Madrid, ha dejado tres cajas de libros. También dejó libros en el convento
de Atocha, que quizás se hayan mezclado con otros a causa de las obras de reforma de
dicho convento.

Así mismo estuvo subscrito a las siguientes revistas: Croire aujourd’hui, Nouvelle
revue théologique, Feu nouveau, Prier, Le supplément, La vie spirituelle, Bible Vie
Chrétienne, Esprit et Vie, Dimanche en paroisse, Les cartes du Val, Signes
d’aujourd’hui, Parole et Vie, Prier au quotidien, Cahiers pour croire aujourd’hui, Feu
nouveau y Cuadernos de oración. ¡En total 16 revistas! Y vemos que 15 de ellas son de
lengua francesa. En efecto, Moratiel leía muy bien este idioma. El 30,0% de los libros
de su celda están escritos en francés.
Como dominico, Moratiel estudió en sus tiempos de formación mucha y buena
Teología, en buena parte tomista. Y a él le tocó de lleno la época del postconcilio, en la

44
que la Iglesia se abrió al pensamiento contemporáneo y a las otras religiones. Y eso lo
supo aprovechar.

Después de los libros de temática cristiana (46,4% de los 872 libros totales), lo que
más leyó y estudió fue: otras religiones (16,7%), Literatura (7,8%), “Esoterismo” -es
decir, libros de pensamiento religioso de difícil clasificación- (7,7%), Psicología (6,7%),
Filosofía (5,8%), cuerpo humano y armonía personal (4,1%), cuentos (1,7%), Historia
de las Religiones (0,3%) y otros libros de muy variadas materias (2,3%).

Dentro del Cristianismo destaca: Espiritualidad (20,8% de los 872 libros totales),
comentarios bíblicos (7,8%) y Liturgia y Sacramentos (2,3%). En otras religiones: de la
India -sobre todo Hinduismo-(7,8%), Budismo -sobre todo Zen- (7,3%), Sufismo (0,9%),
de China -sobre todo Taoísmo- (0,5%) y Judaísmo (0,2%).

Todos estos datos son más que suficientes para constatar que el P. Moratiel estudió
mucho y materias muy variadas. Podría ser considerado como un intelectual. Destacan
de su biblioteca, por ejemplo, 26 libros de Ortega y Gasset (20 de ellos subrayados y 6
de ellos, además, muy anotados) o 10 de María Zambrano (8 subrayados y 3, además,
muy anotados). El tiempo para leer y estudiar lo sacaba de los huecos que le dejaban
sus constantes viajes. En bastantes de sus libros encontramos como marcapáginas
billetes de tren o autobús.

Todo parece indicar que en los últimos años, quizás por la edad, quizás por su
desarrollo espiritual, se dedicó menos al estudio.

La principal fuente de la espiritualidad del P. Moratiel son las Escrituras, sobre todo
los evangelios. Los conocía muy bien. Profundamente. Tenía un libro de los evangelios
muy anotado con el que dio muchos ejercicios. Dicho libro lo guarda su familia en el
pequeño museo que hizo en su pueblo, Santa Olaja de Eslonza (León). En su biblioteca
hemos encontrado 68 libros sobre comentarios bíblicos (63 de ellos en francés).

Por otra parte, el P. Moratiel reconoce que el dominico alemán Taulero influyó mucho
en su espiritualidad del Silencio (cf. Alcoba, 7). En su biblioteca hemos encontrado 4
obras de este autor, 3 de Eckhart (los sermones, en francés) y otras 3 sobre Eckhart.
Acerca de sus fuentes orientales, hay que destacar varias: en el mundo indio tenemos:
Osho (16 libros, 5 muy anotados), Krishnamurti (14 libros, 5 muy anotados), Vimala
Thakar (7 libros, 5 muy anotados) y Mata Amritanandamayi Math (6 libros). Y en el
Budismo: la escuela de K. Dürckheim (26 libros y cuadernos, 7 muy anotados) y Thich
Nhat Hanh (4 libros, 2 muy anotados).

Esto es lo que, a grandes rasgos, podemos decir de las fuentes y el pensamiento del P.
Moratiel. Con vistas a facilitar su estudio (esperemos que alguien se anime a hacer una
tesina de licencia o una tesis doctoral), todos sus libros y manuscritos serán
guardados en el convento de San Esteban de Salamanca.

A continuación ofrecemos un estudio sobre su espiritualidad. Para hacerlo, con ánimo


de no añadir nada a su pensamiento, me he limitado a entresacar frases suyas de las
charlas a las que asistí y de sus seis libros en español, y las he puesto en un orden
lógico. Eso es todo.

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LAS DIMENSIONES DE LA PERSONA

* SOBRE ESTE TEMA: Desde, 139-146.


Cuando un arquitecto se dispone a construir una casa, antes ha de estudiar el suelo y
ver sobre qué estrato conviene edificarla. Eso mismo debemos hacer nosotros cuando
nos disponemos a construir nuestra vida: nos conviene saber cuál es el mejor estrato
para edificarla.

- EL PISO DEL CUERPO


A través de los sentidos nos relacionamos. Es una pena que tengamos los sentidos
reducidos a una mínima expresión.
Gracias al cuerpo nos podemos relacionar y comunicar con Dios
Pero sobre el cuerpo no podemos edificar la vida. Pues el cuerpo no es eterno. El
cuerpo cambia. Hay sucesiones.

- EL PISO DE LA MENTE
La mente es un elemento esencial de nuestra persona. Tiene un cometido muy
importante, pero no en el campo espiritual. El amor, el éxtasis, están más allá de la
mente. Cuando uno se enamora, pierde la cabeza.

En el silencio no cabe la reflexión.

Dice un proverbio que “pensar a Dios es desobedecerle”. Jesús no quiere que


“pensemos” a Dios. Prefiere que le “veamos” con ingenuidad y pureza en nuestro
entorno: en el agua, en el viento, en el árbol, etc. Dios lo llena todo.
Pero todo nuestro empeño es pensar.

La mente es muy cambiante: hoy pensamos una cosa y mañana otra.

La mente puede hacer cosas horribles. “Un burro puede llevar una biblioteca en sus
alforjas, pero puede dar coces”. Podemos saber mucho, tener la mente muy bien
amueblada, pero hacer atrocidades. Los nazis eran gente muy culta.

La mente es como una nube llena de sueños e ideas que va de aquí para allá. Tampoco
sobre ella podemos edificar la vida. Debemos asentarnos sobre roca, no en una nube.

EL PISO DE LAS EMOCIONES

Las emociones son débiles y frágiles. Responden a un estímulo.


Son también pasajeras. El mundo sensorial se fatiga pronto. Hay que descansar
incluso de las buenas relaciones que tenemos con otras personas. Por muy buena que
sea una canción, si la escuchamos muchas veces, nos cansamos.
Tampoco sobre las emociones podemos edificar nuestra vida.

- EL PISO DE LA IMAGINACIÓN
La imaginación busca cambios, renovar: por eso es inestable.
No hay que decorar imaginativamente la vida: ella es hermosa de por sí.
La imaginación no es una buena base donde asentarnos. La vida real es mucho más
hermosa de lo que imaginamos.

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- EL PISO DE LA INTUICIÓN
La intuición es una lucidez instantánea, un caer en la cuenta en algo que no habíamos
pensado. Hay cosas que nunca se ven y que, de repente, cuando dejamos de pensar,
de imaginar, de emocionarnos, se ven. Libres de esas trabas, proyectamos una luz
especial sobre ellas.

Esta facultad llega tras aquietar silenciosamente nuestro interior. Surge en los
momentos de mayor sosiego y silencio interior, cuando todo está en calma. El silencio
es el sendero de la intuición.

El símbolo egipcio de la intuición son tres monos: uno se tapa los ojos, otro la boca y
otro los oídos.

Pero también la intuición ha de sosegarse. Tampoco ella es el mejor estrato donde


situar nuestros cimientos.

- EL PISO DEL CORAZÓN


* SOBRE ESTE TEMA: Cosecha, 155-157.
El corazón es lo que queda cuando ya no queda nada, cuando nos desenganchamos de
todo. A él no se llega por un discurso, sino por una inspiración interior.

Dice la poetisa cubana Dulce María: “Sólo en el amor puedo descansar”.


El amor no es una emoción.

Cuando uno está dentro no necesita pensar. Cuando hacemos silencio vamos a la
búsqueda del corazón.

Uno se asienta en la vida cuando toma contacto con lo más profundo, cuando se
asienta en la “roca”. Debemos construir nuestra vida sobre el corazón.

El corazón, lo interior, permanece estable. Lo que no pasa es lo que somos. Sobre ello
podemos edificar nuestra vida.

El corazón es algo misterioso. Sabemos que dentro está la plenitud, el orden y la


unidad.

“El silencio no es una palabra, una idea; el silencio es toda una acción, toda una
ofrenda. En el altar de tu corazón, en el ara de tu corazón” (Alcoba, 243).

LA TÉCNICA PARA ALCANZAR EL SILENCIO

“Se aprende practicando.

No se mata el hambre leyendo un libro de cocina o una carta de menús; se mata el


hambre, comiendo” (Alcoba, 139).

“Es práctico no andar cambiando de métodos” (Desde, 59).

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LA POSTURA
SOBRE ESTE TEMA: Posada, 50, 78-80; Alcoba, 75.

La postura del cuerpo induce a una determinada respuesta interior. Las tensiones del
cuerpo nos provocan distracciones, mientras que el equilibrio corporal favorece el
sosiego y la armonía.

Debemos evitar dos excesos: la tensión y el adormecimiento.


Por ello es importante buscar una postura justa, equilibrada, sin tensiones, que ayude
a no moverse. Hay que saber sentarse bien.

“Cuando nos sentamos en el silencio en postura equilibrada y justa, estamos


indicando algo con este gesto de estar bien sentados. Es como decir: „Venga lo que
venga, de aquí no me muevo’. El silencio1 desemboca en la comunión con todo”
(Conversando, 99).

Encontrar la postura justa lleva mucho tiempo: meses.


Un consejo: dejar descansar las manos en los muslos o sobre el vientre.
“Todo se asienta en el bajo vientre. Aprended a sentarse en el bajo vientre. Son las
raíces de nuestra vida” (Conversando, 92).

LA RESPIRACIÓN

SOBRE ESTE TEMA: Posada, 48; Desde, 171; Alcoba, 53, 68.
La respiración es obra del Señor.

Dejemos que Dios respire en nuestro interior. Así habla Él, aunque no se le nota.
Acalla el interior desde la inspiración: respira con el diafragma y espera la Palabra que
brota de dentro.

Todo se recibe en la inspiración y todo se da en la espiración: es bueno que la


espiración sea total, para que no quede ningún residuo.

No debemos buscar en esta actividad el placer.


“...no es necesario manipular, ni dirigir nuestro aliento. Simplemente observar y...,
practicar, practicar.” (Conversando, 14).

LA DISTANCIA

Tenemos que saber distanciar nuestra conciencia o mirada interior de nosotros


mismos para poder ver bien nuestra agitación interior como meros espectadores. Así
alcanzaremos el sosiego interior.

“Dejar que todo aflore, dejarlo salir todo sin hacer ningún juicio, sin más, como si sólo
fuéramos unos observadores. No como comisarios, no como inquisidores, sino
imparcialmente, como si nuestra capacidad enjuiciadora estuviera en punto muerto.

1 El texto original dice “sí”, pero creemos que se trata de una errata.

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No se puede ver bien si no se está a una cierta distancia. A medida que todo sale, nos
vamos liberando” (Desde, 13).
EL TIEMPO

El tiempo ha de ser abundante, pues para que “el agua se aclare es necesario dejarla
reposar”: un mínimo de 20-30 minutos.
Encontramos tres momentos especiales para el silencio interior (cf. Posada, 2223;
Desde, 133):

La noche: es el espacio del sosiego, en el que nuestro interior se acalla. Es un tiempo


para nosotros (cf. Posada, 80-82).

Justo antes de acostarnos: es bueno “desprenderse” de todo mientras uno se quita la


ropa para ponerse el pijama (cf. Posada, 76; Desde, 133; Alcoba, 163).

Cuando uno se despierta: aprovechar ese primer instante en el que uno todavía no se
ha “enganchado” a nada (cf. Desde, 133; Alcoba, 55-56).

“Esta mañana, al despertar, si tu mirada estaba atenta habrás podido percibir que Él
estaba allí.
Toda la noche Él te ha respirado, se ha hecho cargo de ti. Felizmente, Él no tiene
ningún descuido” (Alcoba, 181).

EL GRUPO
Es mejor orar en grupo pues es muy inspirador.
En el grupo se crea una especie de vibración.
Un consejo: si oras en grupo no cambies de sitio: así evitas la ansiedad de andar
buscando un lugar antes de ponerte a orar.

LA CONSTANCIA
Al principio sólo conseguimos pequeños instantes de silencio. Pero si somos
constantes, poco a poco tendremos momentos cada vez grandes de silencio.
“Un sendero para subir a la montaña se hace cuando se pasa una y otra vez por él.
El silencio debe ser así de insistente” (Posada, 34).
“No importa que la oración sea esto, un incesante volver, un incesante volver: „Volveos
a mí de todo corazón’ [cf. Mal 3,7]” (Posada, 38).

LA ATENCIÓN
* SOBRE ESTE TEMA: Sementera, 30-31, 53; Posada, 44, 54-56, 60; Alcoba, 165-167,
253-254; Conversando, 103-107.
Podemos vivir el silencio interior en la vida cotidiana estando atentos a lo que hacemos
en el presente.

Sólo conocemos cosas nuevas observando la vida presente. La mente no aporta nada
nuevo, sólo repite.

El viaje del silencio consiste en llegar a este ahora y a este aquí.


Para permanecer atentos a nuestro interior sin distraerse, necesitamos un “ancla”.
Tenemos dos posibles anclas: estar atentos a la respiración o estar atentos a una
palabra -o pequeña jaculatoria-.

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Pero este segundo ancla tiene el inconveniente de que puede movernos a la reflexión.
No hay ninguna palabra milagrosa. Lo milagroso es quedarse en silencio.
Si nos distraemos o nos adormecemos: volvemos al ancla. Dejamos de estar distraídos
cuando somos conscientes de que estamos distraídos.

“En la meditación hay que estar atentos porque tenemos dos grandes riesgos: fugarnos
hacia arriba -pensando, divagando, discurriendo, imaginando-, o fugarnos hacia abajo
-relajándonos, durmiéndonos, evadiéndonos-. Cuando nos demos cuenta de que algo
de esto nos está sucediendo, nos tenemos que volver de nuevo hacia el centro de
nuestra atención, es decir, nuestra respiración” (Conversando, 14).

La respiración no hay que pensarla, solo atenderla. A Dios no hay que pensarlo, sólo
atenderlo.

Es bueno tener los ojos entreabiertos, viendo sin mirar. Si cerramos los ojos se excita
nuestra imaginación.

“La oración no es un asunto de memoria, de recuerdo; la oración es régimen de


atención, de la pureza de tu atención” (Alcoba, 231).

“En el encuentro de Moisés en la zarza ardiendo [cf. Ex 3], Dios se define como el que
Es, no como el que ha sido [...]. La oración es el encuentro con el que Es” (Sementera,
104).

“Y es que un instante puede valer para ver. Al igual que una gota de agua contiene
todo el sabor del océano, así puede suceder en el silencio. Vivirlo al cien por cien es
estar atento.

La atención que requiere el silencio nos puede llevar a que la experiencia sea costosa.
El camino hacia nosotros mismos es el más costoso. Hay viajes turísticos que ofrecen
promesas de pasarlo bien. El silencio no promete nada y además no existe ruta ni
mapa para recorrerlo. Es virgen. No precisa la ceremonia ni el ritual” (Conversando,
68).

“Unos monjes del desierto hablaban de la oración y la expresión de uno de ellos fue:
„Cuando vayas a meditar, espía a Dios como el gato espía al ratón’ [...].

Y es que hay que tomar este estilo de atención. Cuando el gato „está trabajando’ da la
sensación de que no hace nada. Así caza al ratón. Está presente, espera atento y. [...].
También es verdad que el gato, para estar atento al ratón, tiene que tener „hambre’”
(Conversando, 105).

“El presente es siempre tan humilde, tan poco llamativo, que no le damos importancia.
Pero es nuestra felicidad” (Conversando, 75).

“...el monje es el que ha aprendido a ‘estar donde está’: si ara, está arando; si poda las
viñas, está podando; si riega, está regando; y si reza, está rezando” (Desde, 26).
“El silencio, como el amor, es un gran compromiso con el ahora” (Alcoba,
122).

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“Cada instante es el mejor que Dios ha creado para ti” (Alcoba, 229).

LO QUE ENTORPECE EL SILENCIO

SOBRE ESTE TEMA: Desde, 157-162.

“Por eso nunca exageraremos con la protección que merece nuestro interior tan
continuamente amenazado” (Desde, 158).

EL EGO

SOBRE ESTE TEMA: Posada, 26; Desde, 24-25, 113-114; Cosecha, 97-98, 101-103.
Para prestar atención a la oración es necesario acallar el ego.
El silencio es la descolonización del ego.

El ego es el centro de nuestro afán de tener, saber y poder: es el trío que nos domina.
“Lo propio del ego es alcanzar, conquistar, llegar, tener, poseer; lo propio del interior es
dar, ofertar, regalar, ofrecer, sencillamente dar [...]. El ego vive con gran inseguridad
apoyándose en lo que logra, en lo que tiene [...]. Por el contrario, cuando uno está en el
plano interior, allí no se teme nada porque ya se ha ganado todo” (Desde, 113).
“Y también le preguntan al monje: „¿Pero cómo has huido del mundo?’. Y él decía: „No,
no, yo no he huido del mundo, es el mundo quien ha ido huyendo de mí. Se ha ido
todo lo que no necesito” (Desde, 94).

Nuestro ego necesita siempre alimentarse de ideas y pensamientos para sentirse que
está vivo. Sólo presta atención a lo complejo, por eso no valora la experiencia del
silencio.

Si durante la oración nos dejamos llevar demasiado tiempo por el ego, cuando
queremos volver al corazón, ya no recordamos el camino, nos hemos perdido.
El ego no se ha de transformar, sino que ha de morir. Nuestro ego se ha de extinguir.
Pero debemos tener paciencia con el ego.

“El ego humano es el que lleva en la memoria todos los conflictos, los sufrimientos, los
contratiempos” (Sementera, 83).

“En cambio cuando hay ego las cosas huyen de nosotros, las personas también huyen
de nosotros cuando vamos a ellas con afán posesivo” (Desde, 28).

“Sólo cuando no hay ego hay comunión” (Desde, 114).

“El verdadero silencio es el silencio de nuestro ego. Se puede estar todo el día callado
pero todo el día juzgando y ambicionando; entonces no se está en silencio, es un
pseudosilencio; pero se puede estar todo el día hablando y todo el día acogiendo,
tolerando, transigiendo: está en silencio. El maravilloso silencio es en el que no se
busca nada” (Desde, 136; cf. Alcoba, 95-96).

“Huir del mundo es huir del ego, es decir, de todas las tendencias superficiales que
hay en nuestra existencia. En el fondo es pasar de los maestros exteriores al Maestro

51
interior [...]: „No llaméis a nadie Maestro porque solo uno es vuestro Maestro’ [cf. Mt
23,8]” (Sementera, 53).
“Cuando desaparece el ego se nos revela nuestro misterio interior. Igual que es el fondo
el que da color a todo el estanque, es nuestra hondura la que da color a todo nuestro
vivir; y por eso, en esta conciencia que se despierta en el silencio no se mueve el ego”
(Desde, 76).

LAS DISTRACCIONES

La imaginación y la reflexión pueden arrastrarnos y llevarnos de “excursión”.

También lo de fuera es atrayente. Y cambiante: si nos fijamos en lo de fuera, nos


ponemos interiormente en movimiento, y el silencio nos abandona. Dejamos de orar.
Durante el silencio uno recibe muchas “visitas”: ideas, conceptos, recuerdos, fantasías,
etc. Son resistencias internas al silencio. Son, en el fondo, pasado y exterior.

Es muy fácil confundirnos con la visitas. Pero podemos limitarnos simplemente a


verlas pues “el ojo que ve agresividad no tiene por qué estar lleno de agresividad”.

Debemos dejar que tranquilamente que se disipen las visitas, sin identificarnos con
ellas.

“Existe un „parkinson’ espiritual que manifiesta nuestra confusión. Este pasaje de la


Biblia [Gn 1,1-2] que estamos comentando dice que al principio existía la dispersión.
Este origen expresa nuestra propia situación; es decir, el estado en que nos
encontramos cuando nos disponemos a encontrar nuestro verdadero origen y
encontrar a Dios, porque cuando uno inicia esta aventura espiritual advierte pronto su
estado de dispersión, su constante parloteo, la imaginación no deja de ofrecernos
fantasías y nos lleva de la ceca a la meca” (Desde, 25).

EL DESORDEN INTERIOR

SOBRE ESTE TEMA: Posada, 73.


Puede ocurrir que un cierto desorden se adueñe de nosotros en las horas de silencio.
Esta experiencia llega a ser un tormento. Nos topamos con el caos que hay en nuestro
interior.

Lo que en la vida no se ha asumido siempre nos golpea. El mundo inconsciente


aparece consciente.

Pero no hay que sentirse culpables ni avergonzarse de nada, simplemente hay que
mirarlo. No hay que sentir ningún apuro ni escalofrío. Y así se irá aquietando todo, y el
fondo de la vida se hará presente.

Ante el desorden interior es bueno contemplar la naturaleza. Buscar su belleza, su


armonía, su equilibrio. Así despertará en nuestro interior el orden, y con él, la belleza y
el perfume de la vida.

La experiencia interior del silencio nos va ordenando. Nos pone en armonía. Dentro
encontramos el sosiego, la calma.

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Cuando hacemos silencio, no hay que hacer nada, todo se recoloca y se asienta por sí
solo.

“El agua revuelta no refleja nada, pero el tiempo devuelve al agua su ser cristalino”
(Posada, 66).

“En una colmena se trabaja tan calladamente que nada se oye si no se la golpea; todas
las abejas trabajan ordenadamente en torno a la reina, equilibradas por ella, y de ahí
la armonía. Un avispero es lo contrario, es un desconcierto, allí nadie sabe a dónde va”
(Desde, 11).

LA IMAGEN

SOBRE ESTE TEMA: Posada, 28; Desde, 17-20, 51-54.


Cada uno tiene una imagen de sí mismo, la que él se crea, la que le dan los otros, etc.
La sociedad nos habla de “proteger la imagen”. Cuando el entorno no respeta la imagen
que uno tiene, nos resentimos por dentro, nuestra sensibilidad brama.

A veces uno muestra distintas imágenes en distintas situaciones. Cuando ejercemos


un papel, preferimos esconder lo que somos y mostrar otra imagen: la vida así es como
un teatro. Ofrecer distintas imágenes es ofrecer apariencias, es representar una
comedia. El actor esconde su personalidad y muestra otra.

Nuestra preocupación por la imagen es reflejo de una carencia interior del ser.
Cuando vivimos desde el silencio interior no cabe el teatro.

La verdadera vida se halla cuando no hay imágenes. Uno se siente vivo cuando se da
cuenta de ello.
La verdad es la desnudez.

Lo que no pasa, lo que permanece, es lo que somos.

LOS ESTADOS DE SEQUEDAD ESPIRITUAL


A los estados de sequedad espiritual no hay que darles importancia.
Querer luchar contra ello es como pretender cambiar el ciclo cósmico. De forma
natural hay otoños, inviernos... y primaveras: todo pasa.
No hay que esperar nada cuando hacemos oración: el que espera algo es el ego.

EL VIAJE HACIA DENTRO

Hay dos dimensiones en la persona: una exterior: condicionada; y otra interior, el


Reino de Dios: “Este mundo incondicionado es realmente el mundo más de cada uno,
más original, más singular, y por eso mismo, realmente inefable” (Desde, 166).

“Por dentro el silencio es palabra, comunión, luz; y por fuera puede tener un aspecto
sombrío de soledad. Por eso al principio el silencio no entusiasma ni apasiona. Pero es
ahí donde Dios habla y revela lo oculto.

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Al revés del silencio, el ruido por fuera es placer, esparcimiento, diversión quizá, y por
dentro es aislamiento, desolación y hasta destrucción y desintegración. En cambio el
silencio nos membra y armoniza” (Cosecha, 142).

“... ¿qué sería de las sementeras si cuando brotan no vinieran las heladas? Es para
ellas la hora de crecer hacia abajo. Es la hora de fortalecerse” (Sementera, 29).

LA BÚSQUEDA

SOBRE ESTE TEMA: Alcoba, 201; Conversando, 82-86.

“A pesar de todo, no estamos familiarizados con el pensamiento de que Dios vive en


nuestra raíz. ¿Dónde buscar el origen de nuestra vida? Está oculto. Sufrimos de
amnesia respecto a nuestro origen. Es justo conocerlo porque es algo imprescindible
para nuestra vida.

Un judío cuenta que un día llegó a casa su hijo llorando. „¿Qué te pasa?’, le preguntó
el padre. Y le contestó el niño: „Estábamos jugando al escondite y a mí nadie me
buscaba’.

Eso es lo que le pasa a Dios. Se ha escondido y nadie le busca. El silencio se vive con
la convicción de que alguien se oculta en nosotros” (Conversando, 83).

“No encontramos a Dios mientras no buscamos a Dios exclusivamente” (Desde, 66).


“¿Cómo se busca dentro? Uno busca dentro cuando suspende toda búsqueda exterior.
Sólo cuando se deja de buscar fuera, se realiza la búsqueda interior. En esta búsqueda
profunda, esencial, somos, sobre todo, buscados por Dios” (Desde, 120).

“Nuestro peligro es buscar cosas muy concretas.

El Reino trasciende todo lo que podemos pensar e imaginar” (Alcoba, 205).

LA ORACIÓN

SOBRE LA ORACIÓN DE PETICIÓN: Alcoba, 11-12.


La oración es reunirse con Aquel que es nuestra roca.
En la oración ejercitamos el interior. El no ejercer el interior es la gran desgracia de la
vida.

Orar es vivir con sosiego. El encuentro surge del vacío, del silencio (cf. Fil 2,7).
Sería una catástrofe que el discurso sobre la oración supliera a la práctica de la
oración. Dice el Maestro Eckhart: “por amor a Dios, vamos a olvidar las palabras que
hablan de Dios”.

La oración es un acto de fe en Dios. No se puede cuestionar la oración. En la oración


está la encarnación de nuestra vocación, de nuestra fe.

Hay que dejar todos nuestros problemas en manos de Dios. Él está por encima de
ellos. Hemos de ir a la oración sin nada. Todas las cosas secundarias deben quedar en

54
un segundo plano. En el primer plano está el Reino de Dios. Y nuestro ego ha de entrar
en cierta calma, y desaparecer.

Para orar, como para comer, lo mejor es hacerlo con el menor número de “especias”: la
oración nos da la oportunidad de apreciar el puro sabor de lo divino.
Nuestro ejemplo es María, la hermana de Marta, que se limita a escuchar al
Señor.

De la oración no hay que sacar nada. Pero la nada da susto y resistencia. Nos
resistimos a hacer cosas para nada.

Orar para nada. Así Dios puede escribirnos una pequeña carta postal.
“Serás pura escucha si puro es tu silencio” [...]: “La oración no está en lo que tú
puedes expresar o sentir. La oración está en lo que Dios puede obrar en ti, lo que tú le
permitas. La oración no es lo que tú expresas sino lo que Él puede expresarte y sólo en
el silencio tú puedes escuchar” (Posada, 74).

“Una cosa es coleccionar formas de oración y otra orar” (Desde, 28).

“La oración del silencio es artesanal, no se da hecha, la hacemos nosotros día a día. La
oración silenciosa no es confeccionada, digámoslo así, sino a la medida. Y una cosa es
una prenda confeccionada y otra la hecha a medida” (Desde, 28).

“Una oración sin disimulos, sin fingimientos, un encuentro en el silencio con tu propia
verdad ante el Señor” (Alcoba, 56).

“La oración no se puede definir. De hacerlo se le puede poner límites. En la oración el


actor principal es Dios. No existe descripción válida.

A una montaña no se le ven todas las laderas. Así pasa con la oración. Una forma de
hablar de la oración puede ser mencionarla como un lugar de encuentro, como una
relación... ” (Conversando, 25).

“Al principio, se siente la necesidad de decir algo porque sino parece que no se reza.
Pero luego., hay que quedarse en silencio porque Dios tiene algo que decir”
(Conversando, 71).

LA MEDITACIÓN
* SOBRE ESTE TEMA: Cosecha, 89-90, 161-163.
“Meditación” (médium - iter) significa “ir al centro” o “frecuentar el centro”. Meditar es
caminar hacia el ser, hacia lo que somos, hacia lo que no pasa.

La meditación es una incursión en nuestro interior, no una excursión por nuestro


exterior.

Hay dos cosas importantes de la meditación: una es aprender a vivir con lo que uno es
y la otra desactivar nuestra negatividad, nuestro ego. Esto posibilita que se desvele el
“Buen Ser”: Dios.
“Meditar: dejar que la Palabra tome posesión de esta casa nuestra, no como forastera y
extraña. Por eso a veces se acerca recelosa, vacilante, como huésped.

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Invitarla, a la Palabra, a que entre y se quede con nosotros, esa Palabra única que da
gusto, „gustar y saborear’ [cf. Sal 34,3]” (Cosecha, 90).
“El silencio crea la capacidad de resonancia profunda. Y allí la palabra nos puede
herir, despertar las zonas más lejanas e intactas de nuestro corazón; y dispara la
inercia, las energías dolidas que, sin darnos cuenta, llevamos escondidas” (Cosecha,
137).

“Meditar es algo así como un sencillo estar, permanecer. Nada más. Ni nada menos. No
correr detrás de los pensamientos, deseos, ansiedades, ni sentimientos. No correr
detrás de nada. Porque eso nos oprime y deforma. Y más, eso puede ser un modo de
huir, de escaparse uno de sí mismo” (Cosecha, 161).

“Meditar: estar aquí. Sin ansiedad. Con plenitud. Sin que nos manche ni acose el ir y
venir. Pues el interior no está dañado” (Cosecha, 163).
“El silencio no se vive en función de una lectura erudita. El silencio es quedarse
sosegado en el silencio, en una silla” (Cosecha, 179).

ENTRAR EN NUESTRO INTERIOR


* SOBRE ESTE TEMA: Desde, 63-66, 69-71, 75-78; Alcoba, 101-102, 113-114, 169;
Cosecha, 25-26, 57-58, 137-138; Conversando, 15-19, 49-51.
El centro es tan diminuto que no se ve.

El interior es un maestro que no se exhibe, que vive en lo oculto.

Dentro descansamos en Dios. Y nos dejamos mecer felizmente por la vida.


Como el feto en el vientre de su madre, dentro, sin hacer nada, nacemos a una vida
totalmente nueva.

Una puerta funciona bien cuando está centrada en el eje. Toda nuestra tarea es ir al
eje de la vida, al centro. El interior es el eje de nuestra vida, nuestro centro de
gravedad: el torno del alfarero.

Nuestro riesgo es sustituir nuestro ser por lo de fuera. Perder el eje.


Uno se centra cuando descansa en lo que no es pasajero. Lo que no pasa es lo que
somos. La exterioridad pasa, pero no el interior.

“Se puede decir: descendemos a la cripta de la Presencia de lo divino y a la vez


ascendemos” (Posada, 65).

“Y donde uno sabe que Alguien le espera es dentro de su corazón. Dios es quien nos
espera dentro. Esto ilumina el silencio; no hay otra razón, ningún otro por qué. Las
cosas bellas no necesitan justificaciones” (Desde, 65).
“Unos días de retiro son auténtica celebración de lo oculto, aquí sólo estamos para lo
hondo” (Desde, 127).

“El silencio hace del corazón un lugar de revelación, no del entorno que nos circunda
sino del mundo que se aloja dentro. Es la explosión de lo oculto, de lo hospedado en la
interioridad; es el descubrimiento, la reconquista de lo que ya va con nosotros.

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Al alejarnos del exterior recobramos la mirada primitiva, la mirada original de nuestro
corazón, los ojos del hijo que somos, del amor que da a luz” (Cosecha, 26).

“El silencio nos permite llegar sanos y salvos a la zona más nuestra” (Cosecha,

El interior es la casa donde sabemos que Alguien querido nos aguarda. Es el hogar
donde podemos sentarnos tranquilamente junto a la lumbre y saborear el silencio.

“„No soy digno de que entres en mi casa’ [Mt 8,8/Lc 7,6]. Nosotros somos una casa, en
la cual se alberga también lo divino” (Desde, 64).

“La palabra, casa, despertaba emociones dichosas en su auditorio, por eso Jesús se
sirve de ella para decirnos lo que somos nosotros” (Desde, 64).

“La belleza de una casa no está en el jardín, ni en la fachada; sino en su orden, su


pulcritud, su silencio” (Alcoba, 169).

“En Él nos movemos. Él es nuestro hogar. El silencio nos devuelve la conciencia de que
somos hogar, familia” (Alcoba, 197).

“Hay muchos espacios. Existe el espacio físico, el espacio social, el espacio ideológico,
el espacio artístico... Y otros más: el mar, el cielo, la llanura, el valle, la sierra. Todavía
se puede llenar el espacio espiritual, un espacio silencioso. Es el espacio un lugar para
encontrarse, descansar, recobrarse, amar, crecer.

El espacio silencioso no necesita decoración alguna, ningún adorno: ni alfombras, ni


murales, ni biblioteca, ni chimenea, ni muebles. No es para contemplar sino para
albergar otra presencia, acaso imprevisible” (Cosecha, 25).

“La casa donde uno vive es más que un espacio. Tiene todo un sentido de vida. En la
casa valen los metros „habitables’. Los espacios habitables son los espacios vacíos. Por
eso una sala es hermosa cuando está libre de cosas. Ahí se da el encuentro y es
posible la reunión y la acogida” (Conversando, 15).

“Somos igual que el agua. Ella sube a las nubes. En la cumbre de la sierra luce como
nieve, pero luego se deshace para buscar su origen, su fuente, su manantial. Nosotros
vamos a la casa” (Conversando, 18).

“Siempre nos gusta oír expresiones así: „Quiero que te sientas como si estuvieras en tu
casa’. Eso mismo nos dice Dios en el silencio: „Siente la paz de tu casa. Siéntete bien
en casa. Las puertas están abiertas para ti’. La llave de mi casa, de mi corazón, es el
silencio” (Conversando, 18).

“En Jeremías (Jer 16,15) se puede ver que el retorno a Jerusalén es doloroso para
aquella gente porque la encuentra en ruinas, arrasada, desoladas las calles. A veces, la
vuelta a casa nos puede producir una sensación de pérdida. Mi silencio me puede
llevar a ver las ruinas de mi casa” (Conversando, 49).

“En realidad, mi casa tiene que ser un paraíso [.].

57
En tomo a esta vida de paraíso, Dios coloca al hombre entre flores. Yo estoy hecho
para vivir en el jardín” (Conversando, 55).

EL VACIAMIENTO

* SOBRE ESTE TEMA: Desde, 102-103; Cosecha, 39-41.


En nuestra vida cotidiana tenemos trato con objetos, pero no con el vacío.

Al Reino se llega cuando nos desapropiamos de todo: así accedemos a la morada


interior, al misterio. Jesús se vació, descendió hasta la muerte (Fil 2,7).

Al interior se llega acallando el ego, es decir, rechazando nuestro deseo de tener, de


saber y de poder. Al entrar dentro de nosotros, nuestro ego lo pasa mal pues pierde
poder.

Cuando nos hemos vaciado totalmente, cuando hemos dejado atrás el cuerpo, la
mente, la imaginación, las emociones e, incluso, la intuición, entonces alcanzamos el
Reino.

Para entrar en nuestro interior tenemos que desprendernos de todo, inclusos de las
imágenes de Dios que hemos recibido desde fuera, y de las grandes lecciones
magistrales que nos han ayudado en un momento de la vida. Sólo podemos entrar
desnudos.

A la oración hemos de entrar sin nada. Sin pensamientos, ni proyectos, ni modelos,


etc. Tan sólo podemos entrar con nosotros mismos. Y nada más.

En el Magníficat aparece una mujer “desenganchada”. Es deslumbrante la armonía de


María.

“Nos hacemos dignos de que [Jesús] „entre en nuestra casa’ [cf. Mt 8,8/Lc 7,6] -como
decimos en la eucaristía-, cuando nos despojamos” (Desde, 27).

“Hay interacciones que nos llenan de asombro: ¿cómo la pobreza puede recibir toda la
riqueza de Dios?, ¿cómo el vacío puede acoger toda la plenitud de Dios?, ¿cómo el
silencio puede recibir la infinita Palabra de Dios? La apertura de Dios genera la
nuestra” (Desde, 92).

“Ir aprendiendo a estar como en un estado de sosiego. Desear un estado de „no hacer’,
„no saber’, „no experimentar’, „no adquirir’. Buscar un estado en el que uno se limite a
estar sencillamente en su corazón” (Desde, 152).

“... ¿pero cuándo decimos que el Señor es nuestra fuerza?, sólo cuando se han
consumido todos nuestros recursos” (Sementera, 71).
DEJAR QUE TODO PASE
SOBRE ESTE TEMA: Posada, 82-84.
Sólo lo de dentro busca lo eterno, adivina lo eterno.

Es bueno dejar que todo pase: cada experiencia, cada sensación, porque justamente,
cuando todo acaba, es cuando todo puede empezar.

No hay que dejar huella, hay que aprender a pasar. La luz no deja huellas.
Si contemplamos un río nos hacemos a la idea de que todo es pasajero.

La Pascua es pasar, no engancharse a nada, pasar por la vida.


Pero la dimensión intelectiva busca fijar lo que sentimos. Y no nos damos cuenta de
que lo que fija es la muerte.

Desconfiad de lo que busca fijar.


“Todo pasa, aquí no queda nada.
Todo está pasando y todo desemboca en lo que jamás pasa” (Posada, 82).
“La tristeza es creer que aquí se acabó todo” (Posada, 82).
“Gracias a la confianza de que algo no pasa puedes dejar que lo pasajero pase. Que
viva lo pasajero con cierta libertad” (Posada, 82).
“El roble se opone al vendaval terrible, y a veces lo arranca; el césped ni lo
nota...
Deja que la vida pase. Deja tu vida en silencio” (Posada, 84).

TRANSFORMARSE EN EL INTERIOR
SOBRE ESTE TEMA: Desde, 45-48.

Más que probar nuevas teorías, hay que adentrase en el corazón. Las nuevas ideas son
material prestado, de segunda mano. Lo que experimentamos en el silencio es de
primera mano.

Acumular nuevos conocimientos no es crecer ni transformarse. Mientras que en el


cerebro acumulamos conocimientos, en el corazón nos transformamos.

Debemos dejar que Dios transforme nuestro corazón, es doloroso, pero beneficioso.

Lo importante es dejar que emerja una vida silenciosa.

59
Acallar todo, vivir el silencio, es el único camino para transformarse.
“No te reformes, sino más bien nace, pues las reformas no hacen más que recubrir,
disfrazar, enmascarar y ocultar el fondo de las cosas” (Cosecha, 129).

“Nacer siempre es pasar de dentro a fuera” (Desde, 181; cf. Cosecha, 45-46).
“Nosotros nos queremos transformar a costa de lo de fuera, pero no es así como nos
vamos a transformar realmente; la transfiguración, la transformación va a surgir de
nuestro silencio, de nuestro vacío” (Desde, 172).

“Cuando algo comienza es como consecuencia de algo latente, imperceptible. Se


inaugura la aventura del silencio en horas de insatisfacción. Por necesidad. Por la
única alternativa en ese callejón sin salida que a veces es la existencia. ¡Cuántas veces
somos reclusos de ideas, de palabras, de sensaciones!” (Cosecha, 13-14).

“En la subida [de una montaña] se tiene la tentación de quedarse en los refugios,
surgen experiencias en la andadura en las que uno quisiera quedarse allí; pero si se
queda no llega a la cumbre de la transformación, de la transfiguración” (Sementera,
122).

“El silencio es como una arado que va revolviendo nuestro corazón a veces endurecido.
Y lo vuelve más fecundo, más fértil” (Alcoba, 71).

LA EXPERIENCIA DE DIOS

Siempre hay una sospecha de que dentro de nosotros hay “Algo”. Eso es lo que da
sentido a la experiencia del silencio interior. El silencio deja que la Trascendencia se
revele.

“Es cierto que la oración silenciosa es muy austera, pero nos da la oportunidad de
recordar el gusto original de lo divino, de recuperar el gusto original de lo anterior, del
corazón, de la vida” (Alcoba, 153).

“El viento sopla monte abajo, y no es igual el ruido que hace en los robles, en las
rocas, en las alamedas, en la hierba... pero el viento es el mismo.

El silencio, la vida divina, es la misma. El espíritu es el mismo, Dios es el mismo. la


experiencia es distinta” (Posada, 77).

LA PRESENCIA
* SOBRE ESTE TEMA: Sementera, 48; Posada, 45; Alcoba, 121-122, 195; Conversando,
70-75.

La recompensa del silencio interior es la presencia, lo divino. Esa luz es suficiente


recompensa cuando aprendemos a estar presentes.

La presencia es estar atentos en nuestro interior, sin juzgar, ni aparcar..., presentes a


todo, al amor, a la estrella, al árbol, a la flor.

La presencia requiere el deseo de no hacer, de no adquirir, de no pensar, etc. Es un


estado en el que uno se limita a vivir el presente.
Cuando vemos una flor sin afán posesivo estamos presentes a algo nuevo. Cuando hay
presencia, todo es nuevo, sin interferencias.

La presencia se vislumbra cuando desaparece lo que somos.


Debemos vivir cada situación y cada suceso intensamente: abriéndonos al más
allá.

Cuando la presencia lo llena todo, no hay nada que decir a Dios.


No hay oración sin presencia, no hay oración si no estamos aquí.
Hemos de estar atentos a nosotros mismos.

“La luz existe. Pero cada vez son menos los ojos que se abren a ella.
La presencia está ahí. Pero cada vez son menos los oídos que desean y buscan.
La Palabra de Dios existe. Pero cada vez son menos los oídos que prestan atención”
(Cosecha, 85).

“Todos llevamos un ser que no está condicionado: la presencia en nosotros de ese Dios
que nos ama [...]. Esa luz ‘Acondicionada’, no es nuestra. Es nuestro lo que hemos
creado, este yo interior: ‘el yo creo’, ‘yo siento’” (Desde, 111).
“Las puertas interiores están siempre blindadas. Mi casa es opaca y blindada. No se
vive tan a la buena de Dios. Se vive con temor, a la defensiva [...].
En san Juan las puertas son de perlas y trasparentes. No recibe luz ni del sol ni de la
luna porque dentro todo es silencio; se vive en la confianza de que dentro hay luz. El
secreto está en la Presencia, en la luz que recibe dentro y se ve” (Conversando, 52).
“[Señor] En cada instante ábreme a tu gracia, en cada momento ábreme a tu don.
‘Hazme escuchar tu gracia’ [Sal 143,8], dame el recibir la vida” (Posada, 56).

DIOS

Está por encima de todo

Dios es lo incondicionado. Está más allá de lo exterior.


Dios no está ni aquí ni allá: está en el soplo (Jn 4,23).
Dios es la pura simplicidad.

“Dios es el que lo es todo en todas las cosas” (Alcoba, 227).

“Tu Dios es un dios oculto, misterioso. Pero se desvela en la calma de tu silencio”


(Alcoba, 211).

“ . l a diversidad es la nota maravillosa de la creatividad de Dios, hasta las nubes son


distintas.
Dios abraza toda diversidad” (Desde, 183).
Está en la nada
Dios no es útil, ni productivo, ni rentable: Dios “no sirve para nada”. “El
silencio es inútil como es inútil Dios ” (Desde, 134).
“La zarza [cf. Ex 3] es el símbolo de lo más inútil. Nada más inútil en el campo que una
zarza” (Sementera, 71).
Dios se hace presente cuando ya no queda nada donde agarrarnos interiormente.
Busca la nada y tu alma se sentirá resucitada.
Está dentro de nosotros
Dios es el Amo de nuestra casa (cf. Alcoba, 27-28).
Dios es nuestra roca. Pero es una roca que está oculta. Hace falta profundizar en
nosotros para encontrarla (cf. Alcoba, 85; Cosecha, 183-184).
Dios se limita a “soplar” en nuestro cuerpo (cf. Gn 2,7).
“Yo no estoy solo, decía Jesús, pero es también tu realidad: tú nunca estás solo”
(Posada, 20).
Sólo en Él podemos descansar
Sólo en Dios encontramos la paz.
Dios pone orden (cf. Gn 1) en el desorden de nuestro interior.
Dios es el Amado (cf. Alcoba, 46-47).
Dios es nuestro Padre (cf. Alcoba, 207-208).

JESÚS
“La lluvia viene del cielo [...]. Jesús es el que viene del cielo [...]. ...la tierra es
agradecida con la lluvia, también la tierra de nuestro corazón cuando acoge a Jesús”
(Posada, 43-44).

Es nuestro Maestro

Jesús no tiene ningún sitio donde descansar: no descansa en lo exterior. Su morada


preferida es nuestro corazón. Y su presencia en él nos hace madurar.
Jesús no fuerza, sólo suscita desde dentro: como la flor, que sale de dentro. Y lo
inédito de la vida es un misterio, una fascinación.
Es Luz en la mayor oscuridad
La gran revelación de Jesús es que el Reino, el tesoro escondido, no está ni acá ni allá,
sino en nosotros. Y todo queda iluminado desde el Reino.
Muere en la cruz
Jesús nos libera porque es el más libre. Sólo puede liberar el que es libre. Diríamos
que Jesús en la cruz sigue siendo libre. Libre porque es un ser para los otros, por esa
donación que él vive.
La cruz es como la tierra fértil, como el útero de la madre: el sendero de la vida que
surge en el vacío, en la nada. Busca la nada, y hallarás el camino.
Presente en la Eucaristía
La eucaristía está orientada hacia la comunión. Este gesto de Jesús bien puede
inspirar todas nuestras comuniones.
Jesús murió antes de subir al calvario: en la eucaristía se vació.

LA PALABRA DE DIOS
* SOBRE ESTE TEMA: Desde, 31-34.
La Palabra tiene tres dimensiones:
La creación. La naturaleza nos habla de Dios. Debemos contemplarla sin más, sin
nombrarla, sin pensarla.
El corazón. La Palabra está dentro de nosotros (Dt 30,11).
“El silencio es necesario para seleccionar la Palabra y para decir lo que el salmista.
Oigo en mi corazón una voz..(Conversando, 87).
La Biblia. En vez de leerla antes de hacer silencio, es mejor hacerlo después.
El Evangelio es siempre el Evangelio de la interioridad. El Reino de Dios está dentro de
la persona.
Más que interiorizar la Palabra de Dios hay que dejar que salga de nosotros.
“Realmente la Palabra viene siempre, pero raramente nos encuentra en casa,
raramente parece ser que nos encuentra disponibles” (Desde, 34).
“Y así el silencio viene a ser como el lecho y el alumbramiento de la Palabra”
(Conversando, 6).
“Es en la noche donde luce la estrella, y es en el silencio donde es vista la Palabra”
(Conversando, 7).

VIVIR EN EL SILENCIO

EL AMOR
Alcoba, 31, 131-132; Cosecha, 16, 151-152; Conversando, 31-33.
“El silencio no es hijo del deber, sino del amor; el silencio es una obra de amor”
(Posada, 42).

“El amor no siempre nos enriquece, el amor lo primero que hace es empobrecernos, lo
entregamos todo. Todo ha de ser ofrecido y entregado a Dios” (Posada, 51).
“Lo primero que hacía antiguamente el ama de casa era despertarse y encender el
fuego. Encender la lumbre: era un arte. Luego, durante el día era sólo mantenerlo.
En la mañana encender la conciencia de saberse amado. Después durante el día es
fácil mantener encendido el fuego del amor” (Alcoba, 131).

“Nosotros, en nuestra ignorancia, ofrecemos a Dios cosas, promesas, pero en realidad


la ofrenda que podemos hacer es la ofrenda de nuestro corazón, la ofrenda de nuestro
ser interior [...].

Un objeto, un regalo, una ofrenda, una cosa siempre se deteriora, se acaba; lo que no
se acaba, lo que no se consume, lo que no tiene fin es la vida del corazón, el amor de
tu corazón” (Alcoba, 159).

“La tierra está enamorada del sol, por eso gira en torno a él; nosotros también estamos
enamorados de Dios y giramos en torno a esa aspiración al infinito” (Alcoba, 193).
“El agua mana por el gusto de fluir. El amor que se despierta en el hombre ama por el
gusto de amar. El amor tiene que salir de nosotros como el agua de un manantial”
(Conversando, 32).

“El amor que está en todo ser humano necesita ser despertado. Y para que ese amor
crezca tiene [...] que ser arropado, arrullado. En estas primeras horas el ser humano
necesita amor. Al crecer reparte esa agua para que otros puedan apagar su sed.
Necesita tener alegría de amar. Es la alegría del agua cuando se derrama sin cesar. En
el alta mar de tu historia, ama” (Conversando, 33).

“Nadie os va a desarrollar la capacidad de hacer silencio. La tarea del silencio es un


ejercicio para el amor” (Conversando, 57).

“Jesús elogia el estar sentado de María: „ha elegido la mejor parte’ (Lc 11, 42); el ego de
Marta no la dejaba quieta; María no hace más que escuchar. Estar sentados es acoger.
Permanecer, permanecer..., sólo permanece el Amor, dice S. Pablo (1 Co 13)”
(Sementera, 115).
LA PAZ

SOBRE ESTE TEMA: Sementera, 49; Posada, 66-68; Desde, 81-87, 101-105; Alcoba, 49-
50, 219-220, 225; Cosecha, 33-35, 193-194.

Cuando Jesús entra en nuestro corazón, en nuestro templo, aparecen muchas cosas
dentro de nosotros. Experimentamos un cierto desorden interior. Pero poco a poco todo
se va asentando. No sé sabe cuándo, pero, con la práctica, el sosiego llega. El Reino de
Dios aparece.

Se descansa bien en el vacío: cuando no sentimos nada como propio, cuando no


deseamos nada, cuando desconectamos de todo.

En el centro de nuestro corazón encontramos todo descanso. Dentro hay una luz
especial; no se piensa, ni se recuerda, ni se imagina; no hay hombre ni mujer, todo
queda transido; sólo hay amor, entrega desinteresada.

“En realidad la paz que nos propone Jesús no es la de un tranquilizante o de un


analgésico. Tampoco es la paz de una euforia o una ilusión. Es la paz esencial, en lo
hondo, en lo profundo de nosotros mismos” (Desde, 81-82).

“El que mora en el silencio se vive a sí mismo, sin reservas y serenamente, pues todo lo
serena el silencio. Serena la noche y el día, serena la aurora y el atardecer, serena las
horas oscuras, las horas de luz y de bochorno. El silencio nos trae la paz y deja
emerger la inocencia y la plenitud” (Cosecha, 26).

LA CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA

SOBRE ESTE TEMA: Alcoba, 89-90, 187, 229, 247-248; Posada, 18-19, 35-36; Sementera,
27-31.
El silencio no es la certeza que reside en la mente, sino la confianza que hallamos en el
corazón. El mundo del corazón es el mundo de la confianza, no de la certeza. Uno se
casa o se ordena por confianza, no por certeza.

Si estamos aquí es por la providencia.

Debemos estar confiados. Vivir sin expectativas, sino a expensas de lo que venga, de lo
que haya. Como hacen los bebés.

“Estar abiertos significa dejarse mecer por la vida porque en todos los momentos está
Dios y es Dios el que nos vela; es la vida la que nos mece; es Dios el que nos mece”
(Desde, 95).

“La vida avanza como un río. No hay que empujarlo para que llegue antes. El río no se
extingue; se funde en el inmenso océano” (Cosecha, 67).
“Donde está Dios no hay azar, ni casualidad, ni suerte. Todo es gracia” (Cosecha, 67).
“Lo nuestro es dejarnos respirar, no poner ninguna resistencia” (Alcoba, 181).
“Confianza en las manos que te han creado.
Confianza en las manos que te ofrecen descanso.
Guárdame, Señor, pues soy obra de tus manos.
Descansar en el Señor, en su bondad que es toda ternura” (Alcoba, 175).

“La oración en el huerto [cf. Mt 26, 36-46/Mc 14,32-42/Lc 22,40-46] es como nuestro
silencio. Jesús tiene delante de sí la muerte. Se retira un rato y no hace otra cosa que
tirarse a tierra. No para rezar muchos salmos... para aceptar [...]. Era el
acontecimiento de su pasión. No se escapa. Suda sangre. Es un gesto de
estremecedora aceptación. Y este gesto lo podemos imitar en nuestro silencio [. ].
Cuando se levanta de su silencio ya es otro Jesús. De alguna manera ya ha vivido su
pasión. Se ha desposado con todo. Luego viene la calma delante de Pilato, una calma
que impresiona” (Conversando, 100).

“Esta aventura no la hemos comenzado nosotros, es Él quien nos ha puesto en camino


y en marcha, por eso hemos de vivirla con mucha confianza. La confianza es una obra
del corazón” (Posada, 35).

LA FELICIDAD
* SOBRE ESTE TEMA: Desde, 38-39, 125-128, 131-136; Cosecha, 53-54.
En la sociedad se busca la felicidad. Pero en ella se considera que la felicidad consiste
en encontrar fuera de nosotros lo que satisface nuestras necesidades. Pero en realidad,
la felicidad se encuentra en el trato con uno mismo. “Lo que ocurre con estas ofertas
de felicidad es que llevan algo engañoso: se ofrece la felicidad creando la necesidad de
algo; como si no fuéramos felices por carecer de eso... ‘si usted compra un coche será
más feliz’” (Desde, 132).

No carecemos de nada en el interior. Tenemos excedente.


No debemos confundir el placer que nos puede proporcionar un objeto, con la alegría
que nos da una persona, con la bienaventuranza que sentimos al encontrar el Reino de
Dios (cf. Desde, 167-169).

“La desembocadura en la vida es la bienaventuranza. Es ahí donde desemboca todo el


camino y toda andadura” (Desde, 169).
“Alegría significa estar aligerado” (Posada, 22).
“Nuestra felicidad no está en lo que conseguimos sino en lo que realmente somos. La
fuga mundi es pasar de lo que echamos en falta a lo que nunca nos ha faltado, a lo
que realmente somos” (Sementera, 56).

LA GRATUIDAD
* SOBRE ESTE TEMA: Sementera, 89-94, 115-117; Posada, 54.
“Orar sin ninguna expectativa para que él nos dé lo que quiera” (Sementera,
117).
“La vida hay que vivirla con el gusto de vivirla” (Sementera, 117).
“Dios todo lo da gratuitamente, por eso es un don que no se acaba.
Se agota aquello a lo que ponemos precio, pero lo gratuito es algo eterno. Conviene no
poner un precio a nuestro silencio. Es conveniente que sea un don también, un
espacio gratuito. Conviene hacerlo sin condiciones, sin esperar, incluso, ninguna
recompensa porque eso sería un precio y entonces se agota, se consume, se acaba”
(Posada, 54).

LA LIBERTAD INTERIOR
* SOBRE ESTE TEMA: Posada, 31-32; Cosecha, 187-189; Conversando, 59-65;
El silencio interior no se impone, ha de vivirse en un corazón libre.
Es bueno no vivir bajo una autoridad exterior, sino desde la luz interior.
El grupo, la manada, no tolera que uno sea disidente y libre.
Jesús, nuestro maestro interior, nos incita a vivir con vida propia, sin depender de lo
exterior. Sin depender de nadie.

La libertad supone romper con muchas cosas y correr con muchos riesgos: no
debemos de ser como el loro que quiere la libertad, pero que, por miedo, no escapa de
la jaula cuando está abierta, por no saber qué pasará con él.
Hay gente que siente horror al vacío, a la libertad, a la soledad. Pero la libertad no se
puede vivir si no es con un cierto nivel de soledad. La libertad se vive en el silencio.
Estamos tan ocupados en hacer cosas que descuidamos la soledad y sin soledad no
hay libertad. El silencio es la cura para nuestra liberación.
Nuestra vocación es la libertad.

Debemos darnos de baja de lo que la sociedad nos impone.


“Camina hacia ti mismo porque es una aventura maravillosa. No podemos cambiar los
estímulos de fuera, lo exterior a nosotros, ni el discurrir de la historia, pero lo que sí
podemos hacer es elegir nuestra propia respuesta. No podemos elegir los estímulos:
que nos quieran, que nos aprecien, que nos reconozcan, pero sí nuestra respuesta
ante todas las situaciones. Y esa es nuestra verdadera libertad. El silencio da a luz
nuestra respuesta, nos proporciona la gracia de dar alumbramiento a una respuesta
nueva y justa a esa situación o acontecimiento” (Sementera, 105).

“En cambio, dentro, dentro no hay límites, sino sólo plenitud porque es el recinto
donde está Dios” (Posada, 32).

“Nos sentiríamos más libres si supiéramos que „el Señor sostiene mi vida’ [Sal 54,6]”
(Posada, 71).

“El silencio no es popular porque existen serias dificultades para ejercerlo. La sociedad
no permite que seamos uno. Es tiránica” (Conversando, 64).

“Sería pasar de acoplarnos a un estilo, a un modelo, para incorporarnos a un mundo


donde las formas se han superado” (Sementera, 54).

“No dependas de nada, sólo de ti. Sólo de dentro. Lo de fuera enloquece y aniquila. Lo
de dentro enamora.

Allá en los latidos del corazón se sienten y se dan los latidos de Dios, del cosmos, y no
se hecha en falta nada. No hay ausencia de nada y hay plenitud de todo” (Cosecha,
156).
LA VERDAD

* SOBRE ESTE TEMA: Sementera, 75-76.


La Verdad es lo que queda cuando todo queda asentado.
La Verdad es la desnudez.
Los dominicos somos la Orden de la Verdad: por eso no deberíamos llenarnos la boca
de palabras, sino despojarnos de todo.

“El silencio vuelve casi trasparente lo indecible, canta lo inefable. Y es que la verdad no
es lo se dice sino lo que acaba de decirse. En realidad, la verdad es el silencio más que
las palabras” (Cosecha, 117).

“El silencio es así camino para ir más allá, para ir a lo más firme y verdadero e
incuestionable de uno mismo” (Cosecha, 184).

“Para ver hay que ir a la luz. A pleno sol no hay sombras. A pleno silencio, en el
extremo silencio, la sombra desaparece. Sólo entonces podremos buscar la verdad
interior.

El silencio es algo inédito. No se puede definir. Tampoco se puede empujar, por lo que
la paciencia es necesaria para la práctica” (Conversando, 68).

“El girasol se orienta a la luz; en cuanto amanece se vuelve a la luz. Orar como un
girasol es estar orientados a la luz. Es muy importante estar orientados” (Sementera,
75).

“De Santo Domingo dicen los testigos que siempre le veían un semblante
resplandeciente reflejo de la luz interior; que es realmente lo que nos orienta, nos
conduce” (Sementera, 76).

“...lo único real es invisible” (Cosecha, 72).

LA LUZ

* SOBRE ESTE TEMA: Posada, 68; Alcoba, 15-16, 79-80, 143-144, 239-240.
El corazón es la “lámpara de nuestros pasos” (cf. Sal 119,105).

“.ves cada cosa como envuelta de una aureola de luz que protege y muestra, a la par,
el tesoro oculto” (Cosecha, 72).

“ . l a luz siempre es nueva, la luz siempre es virgen, la luz nunca ha sido” (Desde,
179).

“Nuestra oración silenciosa es como una acto de confianza en esa luz interior” (Alcoba,
80).
“La luz no necesita de las cosas, pero las cosas sí necesitan de la luz” (Alcoba,
166).

“Ésta llega a nosotros inmaculada y virgen. Y es una invitación a que nuestra vida, en
esta hora, sea nueva y virgen” (Alcoba, 239).
“La luz existe. Pero cada vez son menos los ojos que se abren a ella” (Cosecha,
188).

“Tú eres ojos que ven y oídos que escuchan, si eres silencio.
Tú eres luz, palabra y presencia si eres silencio” (Cosecha, 189).

LA SABIDURÍA
* SOBRE ESTE TEMA: Sementera, 83-86; Posada, 40; Desde, 187-190.
La sabiduría no es ni juicio, ni análisis, ni meditación, etc. La sabiduría es silencio (cf.
Is 55,8-11).

La sabiduría es vivir con ojos limpios (cf. Mt 7,1-5/Lc 6,37-42).


Cuando acallamos nuestro interior, cuando hacemos silencio, descubrimos cosas
nuevas. Sí, sencillamente “descubrimos”.
La sabiduría puede comprender hasta la contradicción.
Desde el exterior no podemos comprender nada. Dos exterioridades lo único que hacen
es chocar.

Desde nuestra luz interior iluminamos las cosas. Éstas cobran existencia. Pero la luz
interior no necesita las cosas.
Todo se esclarece cuando Dios es todo para nosotros.
ACTUAR DESDE DENTRO

* SOBRE ESTE TEMA: Desde, 11-14; Sementera, 15-17


Para mucha gente, el centro de su vida es el trabajo. Tiene una verdadera afición al
trabajo. Y cuando ya no puede hacer cosas, se siente “nada”. Pero Dios no nos ha
hecho para hacer. Claro está que hay que hacer cosas en la vida, pero vivir no es
hacer. El trabajo no puede ser el centro de nuestra vida.

El sábado -el Sabat- hay que respetarlo al máximo.

Trabajar sin ambición ni egoísmo no cansa. Cuando se trabaja por el interés propio, el
trabajo se vuelve insolidario. La ambición vuelve estéril la vida.

Jesús nos dice que debemos actuar -rezar, dar limosna, servir- desde nuestro interior.
Todo cuenta, pero todo armonizado, ensamblado, vivido desde nuestro interior.

No debemos obstaculizar nada ni engancharnos a nada. Por ejemplo: disfrutar


sosegadamente de un helado, sin más.
Sólo debemos estar enganchados a nuestro interior: así estamos enganchados a Jesús:
“Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”.

No mensurar nada.
Hacer el bien no se nota, no hace ruido. El ruido no hace bien.
“Silencio no es mudez; conlleva todo un comportamiento que hace referencia al sosiego
de todas estas dimensiones de nuestra exterioridad” (Desde, 71).

“La flor siempre se abre desde dentro. En realidad toda la naturaleza se abre desde
dentro, una semilla se tira en tierra y allí se abre, la nube cuando está madura se abre
desde dentro y deja caer la lluvia sobre nosotros y la flor cuando madura se abre y nos
regala su perfume y fragancia. Y es de dentro de donde viene la fragancia, el perfume
del Señor” (Sementera, 77).

“Si te acercas a la paz, te vuelves paz.


Si te acercas a la luz, te vuelves luz.
Si te acercas al amor, te vuelves amor [...].
Esa paz, esa luz, ese amor no son para ti, son para todos” (Alcoba, 173).

“Pero se sabe que lo que más duele es la postura en la vida. Cuando ésta no es justa es
la que genera mayor dolor. Este desequilibrio crea el dolor. Si la postura no es
coherente, honesta, de servicio, de autenticidad., crea un profundo malestar y esa
división se refleja en nuestro cuerpo. Si hay una postura justa, la vida no duele”
(Conversando, 96).

“Cuando el corazón es puro se vuelve pura toda la acción” (Sementera, 16).


“El huracán extrae su fuerza del centro, y el eje del huracán es calma pero ¡qué
energía, qué violencia desarrolla! La aparente inactividad es la fuente de toda la acción.
Una acción sin interioridad puede ser bastante superficial” (Sementera, 17).

“El otoño no es tan sólo un asunto de climatología. El otoño es sementera; es paciencia


con cierta impaciencia. Es despojo, desapego, transparencia; se caen las hojas y el
bosque se vuelve transparente. Cuando se caen las palabras, cuando se detienen los
deseos, cuando cesan las expectativas, el alma se vuelve trasparente de la trasparencia
que la habita.

El otoño todo es adentro. La primavera todo es afuera.


El silencio, una estación recatada, austera. La primavera, una exhibición espectacular,
un inmenso grito de la naturaleza.

En primavera la tierra huye de su oscuridad y se abre precipitadamente al sol,


al día.

Aprende primero a ser otoño. Después serás primavera” (Cosecha, 50).


“Este saber estar con los demás, nos conducirá para estar al cuidado de que nadie, a
nuestro lado, se sienta marginado. Aunque sea una presencia silenciosa. La presencia
de un corazón liberado engendra una liberación de los demás. Si en nuestro corazón
hay una luz, esa luz será la que ilumine a otros, sin que casi nos demos cuenta.
En verdad, todo esto nos supone estar asentado en el fondo de sí mismo. Cuando uno
descansa en la plenitud del Dios que nos habita, puede dedicarse a los otros”
(Sementera, 99).

“Vives porque otro se dedica enteramente a ti. Deja que esta verdad te inunde de gozo
divino. Puede que esta conciencia te lleve un día a dedicarte a los demás, enteramente,
sin buscar nada” (Alcoba, 247-248).

“El silencio es una soledad en comunión y nos vuelve solidarios con todos”
(Conversando, 65).
“El hermetismo nos cierra a todo lo bueno, nos pone de espaldas a la vida. En el
silencio no estamos de espaldas sino acogientes. Toda nuestra existencia se vuelve
porosa, casi hasta el cuerpo” (Posada, 64).

“De Dios no hay demostradores sino testigos, testigos de lo Absoluto, testigos de ese
otro mundo” (Desde, 41).
“Sé la luz que eres por dentro.
Sé la paz que eres por dentro.
Sé la bondad que eres por dentro.
Sé el amor que eres por dentro” (Alcoba, 198).

LA DIMENSIÓN SOCIAL DEL SILENCIO


El mejor regalo que se puede hacer a este mundo es tener un corazón puro, que no
juzga, que comprende, que acoge. Por eso se necesita habitar nuestra casa interior en
silencio. No hay mejor ofrenda a la sociedad que la ofrenda de un corazón purificado
por el silencio.

Para estar juntos basta con estar atentos al otro, y no enjuiciarle, ni analizarle, etc.
Nuestro ego se empeña en hacer cosas buenas. Pero lo más importante la presencia
interior. Lo demás surge espontáneamente.

Somos ciudadanos del mundo. En ningún lugar somos extranjeros. Todo lo que
hacemos, todo lo que decimos, tiene una influencia sobre nuestro planeta. Sea quien
sea quien esté hablando, si oigo algo que no esté de acuerdo con lo que vibra y late en
mi corazón, yo sé que tengo una parte en ese asunto.

Hay que permitir que la presencia de dentro salga.


En cada relación hay que derramarse, hay que verterse.
Cada acción de la vida es toda una finalidad: así es como uno se derrama. Cada paso
es una meta: sólo debemos pensar en esa meta, no en las que la siguen.
Sólo cuando se vacía nuestro corazón, se llena hasta el borde. Sólo se puede recibir
todo cuando lo hemos dado todo.

Cuando estamos atentos al ego, no estamos atentos a lo que hacemos.


“Hacer silencio, hacer sitio a los otros, es ceder el espacio más soleado del corazón a
alguien que llega y llama. „Llamad y se os abrirá’ [Mt 7,7/Lc 11,9]. El silencio es abrir,
bajar la guardia, dejar de estar a la defensiva” (Cosecha, 187).

“No se vive el silencio para sí mismo. Como el sol no luce para sí, ni la lluvia cae para
sí. Viene a ser el silencio la comunión de todos” (Conversando, 6).

“En el silencio nosotros no somos los protagonistas. Es Dios quien tien e que serlo.
Celebramos tan solo su presencia. Y conviene recordar que „si no os hacéis como
niños...’ [Mt 18,3], no entramos en el silencio. Hay que aprender de ellos a no „hacer
nada’. Absoluta dependencia. Yo no puedo hacer. No sé hacer. Aprender a callar, a no
hacer” (Conversando, 71).

“Hay que dejar nadar al pez; volar al pájaro; a la Palabra que suene. Id aprendiendo
esto. ¡Qué bueno es no influir en nada!” (Conversando, 88).

“Por el silencio uno aprende a escuchar sin anticipación. No adelantarnos a la palabra


es buena cosa. No decir antes de tiempo lo que el otro nos tiene que decir.

La música es después de escucharla. La música se celebra después de que el sonido se


haya consumido. La Palabra es después que ha ya concluido el sonido” (Conversando,
88).

“A nosotros nos toca dejarnos conducir por Él, dejar atraer por Él; de nuestra parte
está solamente el dejarnos seducir, el dejarnos enamorar” (Alcoba, 117; cf. 125).

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