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María del Río.
Universidad Autónoma de Madrid
Al ser la experiencia estética una verdad transgresiva, un acontecer deslumbrante,
convoca a un lugar intermedio, entre separación y fusión, entre sueño y fantasía.
Gabriela Goldstein i
Resumen.
El objetivo de este texto es señalar algunos de los elementos que nos parecen más
relevantes para pensar acerca de una metodología en arteteterapia; argumentar
nuestra posición desde algunos puntos teóricos que nos resultan fundamentales y
sobre todo abrir vías para la reflexión y el debate.
Palabras clave.
Metodología, arteterapia, proceso, arte, terapia.
Abstract.
The aim of this text is to point out some of the elements that we find more relevant to
think about a methodology in art therapy; to argue our position from some theoretical
points that turn out to be fundamental and especially to open paths for reflection and
debate.
Palabras clave.
Methodology, art therapy, process, art, therapy.
0. Punto de partida.
Una aproximación metodológica implica necesariamente la explicitación de un
posicionamiento que remite a un espacio de pensamiento, a un sujeto y a un campo.
Parte de una concepción epistemológica, se articula sobre un corpus teórico, es tejida
subjetivamente y se dirige a la comprensión fenomenológica.
En este sentido es necesario asumir que:
• Cualquier enunciación metodológica ha de poder sostener una dimensión
reflexiva y crítica.
• Toda praxis se articula a partir de una dimensión atributiva e interpretativa,
interrelacionada con la realidad en la que opera.
1
• Ambas dimensiones son complementarias y de su interjuego depende en gran
medida su viabilidad.
Pero desarrollar una formulación metodológica es sobre todo describir y explicar una
serie de vías, normas o principios que permitan la aplicación de un conocimiento dado,
dotándolos además de una estructura que operativice su manejo. Todo ello sin perder
de vista que el soporte sobre el que se articula dicha estructura es plural e incluye
elementos de distinta procedencia:
• Del sujeto que la formula.
• Del enfoque teórico‐epistemológico.
• De los objetivos a los que se dirige.
• De elementos específicos dependientes del campo (relacionales).
En la praxis por tanto la metodología viene a configurarse a partir de elementos
transituacionales que indican permanencia pero también de elementos situacionales,
que indican cambio, movimiento o discontinuidad. Considerar a estos últimos como
elementos estructurales es dotarla de lo que podríamos llamar una aptitud expresiva
gracias a la cual le sea posible actualizarse en un conjunto situacional concreto. Es
decir, dotarla de cierta disponibilidad en cuanto técnica de movilización, en el sentido
de ser capaz de movilizar el campo, resignificarlo y dar cabida a las dinámicas y
relaciones que en él tienen lugar.
Partiendo de aquí podemos comenzar a reflexionar acerca de una línea metodológica,
tomando como punto de partida un enfoque crítico y una actitud atenta y como
objetivo: argumentar la relevancia de aquellos elementos que a nuestro juicio se
ponen en juego en la situación arteterapéutica, dando lugar al despliegue y desarrollo
en el paciente de un espacio de configuración, dentro del cual le sea posible habitar
entre las cosas (los espacios, las imágenes, los afectos...) “Llegar a habitar entre las
cosas sería tanto como dar la palabra a las cosas, ex‐presarlas en un cuadro o en una
idea sin convertirlas en objetos, sin aniquilar su cosidad a favor de nuestra objetividad”
(Pardo, 1991:142) ii .
Diremos en primer lugar que para que tal espacio sea posible no basta una disertación
teórica por brillante que sea, sino que es necesario que dicha disertación adquiera un
sentido, se signifique. Sólo de esta manera el método dejará de ser un conjunto
ordenado de conceptos para convertirse en un vial, un cauce que permita que dicha
2
teoría se exprese, actualizándose como una “vía de movilización” no sólo a efectos
comparativos (como si lo fuera), sino en los términos de una identificación:
constituyéndose como vía de movilización.
Esta doble dimensión comparativa/identificativa conjuga las dimensiones teórica y
práctica de la formulación y nos remite a un recorrido que se presenta ligado a una
construcción (teoría), a un sujeto (terapeuta) y a una acción (movilizar), pero también
a un campo cuya existencia relacional es fruto del proceso y de la relación (medio
relacional en el que ha de expresarse). Un recorrido que no puede ser descrito salvo en
términos de interacción, necesariamente pensado cada vez; un recorrido que no es
sino la cristalización de un tránsito; que nos convoca a pensar acerca del sujeto
(paciente) en términos de un encuentro intersubjetivo, entendiendo ese encuentro
como el que se produce en un lugar que “abarca ese campo del <<entre‐dos>> donde
el sujeto, sin dejar de serlo, produce y se produce como otro por acción de la relación
precisamente con otro”. (Berenstein, 2004, 95) iii .
1. Delimitación del campo: arteterapia.
Explorar el campo del arteterapia es trazar los límites y las demarcaciones que le dan
sentido teniendo en cuenta que “todo límite deja siempre como referencia el misterio
de su propio “más allá”: lo que le excede y le desborda” (Trías, 2001:44) iv ; en este
sentido, diríamos, delimitarlo es dar cuenta de su estructura topográfica, revelando
aquellas condiciones que lo habilitan como espacio para lo posible. “En la poiésis todo
es radicalmente distinto. A lo que se presenta en esta producción o creación se le
atribuye el carácter de lo que podría ser. Es siempre el resultado de un hacer, de un
facere (fictio). Más que asemejarse a la existencia, constituye una revelación de las
condiciones de posibilidad de ésta”(Ibid:195)
Internarse en este campo implica preguntarse acerca del criterio de existenciabilidad
en relación a sus contingentes; representarse un ámbito de realidad que incluya lo
posible, en el sentido de ser éste mucho mayor que el que comprende lo actual,
aunque sólo sea porque aquello que es simplemente posible no deja de serlo por el
hecho de no haber ingresado en el plano de lo actual.
Desde su nacimiento el arteterapia crece radicada en el territorio de la terapia y no en
el del arte. Ello supone inevitablemente referirla en función de un ámbito y no de otro;
describirla en términos que la coloquen inequívocamente, por más que en su
3
heterogeneidad pueda configurarse de forma diferente o recorrer espacios más o
menos distantes. En este contexto nos referiremos a la terapia como a un proceso que
se inscribe en una estructura temporal y espacial, tiene unos objetivos de carácter
terapéutico, proviene de una demanda terapéutica, y es aplicada por un profesional
con cualificación específica.
2. Principios metodológicos.
La praxis arteterapéutica nos habla de un sujeto que piensa acerca del dis‐curso
artístico en términos terapéuticos, y nos remite a formulaciones metodológicas
diferentes dependientes del modelo teórico en que se inscriban. No obstante podría
decirse que existen algunos principios que le son propios de forma general y que tal
vez sí sería posible describir: la vía de comunicación, la naturaleza del campo y la
dirección/orientación del proceso.
• La vía hace referencia al canal de comunicación y a los procesos que activa. A
una representación no verbal realizada a partir de operaciones
fundamentalmente dialógicas y analógicas, y vehiculizada a través de
sustituciones retóricas (tropos): sinécdoque, metáfora y metonimia.
• De la naturaleza del campo cabe decir que se define en cuanto relación;
estructurado en torno a una situación ahistórica, recorrido por líneas de fuerza
que provienen del paciente, el arteterapeuta y la obra; y configurado en los
términos de un encuentro: interjuego, resonancia, intersubjetividad...
• Y por último, acerca de la dirección/orientación del proceso, podría decirse que
se constituye como proyección, entendiendo ésta como la acción y efecto de
proyectar, en su doble acepción: lanzar hacia adelante y a distancia, y reflejar.
En otro orden de cosas, por el hecho de referirnos a una metodología terapéutica, su
formulación ha de tener en cuenta además:
• El marco, entendido como convergencia de constantes temporales y
espaciales, rol o papel de los participantes y objetivos.
• Un conjunto de variables a las que atender.
• Una serie de estrategias o técnicas específicas que permitan alcanzar los
objetivos que se persiguen.
4
3. Elementos para una aproximación metodológica:
En este punto del recorrido acerca de la metodología, se hace necesario detenerse a
pensar acerca de una serie de elementos que, a modo de cruces o intersecciones,
vertebran cualquier intervención arteterapéutica.
3.1. Técnicas y materiales artísticos.
En el contexto arteterapéutico los materiales y las técnicas se convierten en los
auténticos mediadores del proceso. Constituyen los instrumentos con los que se
construye el discurso y tienen por ello una gran importancia.
Materiales y técnicas son parte fundante del proceso arteterapéutico, por lo que su
manejo, especialmente en lo relativo a la libertad de elección, adquiere aquí una
notable relevancia. Sea cual sea el formato utilizado, el material (y por lo tanto la
técnica) impone un sesgo que ha de tomarse en consideración, tanto desde el punto
de vista de las posibilidades y límites que impone al paciente, como en lo que se
refiere al arteterapeuta. Que no existe neutralidad en los materiales se pone de
manifiesto desde el momento en que se observa la relación que se produce entre ellos
y el paciente en función de sus necesidades. En este sentido la metodología se define
también en cuanto a esta libertad de elección: no en cuanto a una dimensión
cuantitativa (variedad disponible), sino cualitativa: a si es o no el paciente quien decide
qué, cuándo y cómo hace con ellos. El hecho de que esta decisión obedezca al criterio
del terapeuta ha de ser tenido y valorado como una importante intervención
específica, es decir, ha de tener (o dotarse de) un sentido desde el punto de vista de la
pertinencia terapéutica.
3.2. La tríada arteterapéutica.
La dinámica básica en arteterapia se produce sobre el campo vincular que definen
relacionalmente los movimientos de paciente, terapeuta y obra; y cobra sentido en
función de cómo éstos, atravesados por las valencias que procura la realidad (interna y
externa), pueden o no ponerse en juego, representarse y ser reinscritos como vías
para la subjetividad del paciente. De este modo el conjunto paciente‐terapeuta‐obra
se nos presenta como un sistema, que a modo de válvula tricúspide late, prefundiendo
y regulando la circulación del flujo experiencial que lo recorre. De las propiedades,
calidad, orden y disposición de dicho sistema, y no de aquello que pueda caracterizar a
5
cada uno de sus vértices, dependerá su funcionamiento, sin embargo cada uno de ellos
presenta características propias.
En lo relativo al paciente podemos referirnos al tipo de vínculo que establece con el
terapeuta y con la obra, a su capacidad de introspección y de auto‐observación, a sus
ideas preconcebidas en relación con el valor que otorga a las producciones artísticas, a
la confianza que deposita en el método y a su capacidad de compromiso.
En cuanto al terapeuta es necesario hablar de su capacidad de resonancia, de su
capacidad de contención y de sostén (holding), pero fundamentalmente del lugar que
puede ocupar dentro del campo de trabajo que despliega el paciente.
Por último, la obra es el producto de la activación de un potencial hermeneútico y
heurístico que no puede reducirse únicamente a movilizaciones de curso
inconsciente/consciente, sino que es la expresión de una dinámica vinculante
(Zukerfeld, 2005) “que sirve para llenar vacíos de representación o confusión pero
además para transformar o construir lo nuevo siempre que exista otro significativo
que pueda ejercer su función de sostén”. (Zukerfeld, 2005:71) v
Hablar de la tríada arteterapéutica es por tanto referirse a un espacio relacional,
comprendido entre lo externo y lo interno, entre el sujeto y el objeto, entre la realidad
y la ficción; pero a un espacio que se halla profundamente vinculado además con la
experiencia estética y al que el terapeuta no puede ser ajeno.
3.3. El encuadre.
El encuadre tiene una función estructurante que se revela en términos de estabilidad,
y en ese sentido se constituye como marco contenedor del proceso tanto como de sus
elementos contingentes; pero también presenta una función de contención, que
implica necesariamente una cualidad receptora basada en la flexibilidad, gracias a la
cual puede albergar una parte de la subjetividad del paciente revelándose así también
como parte del proceso. Salvando las distancias con la técnica psicoanálitica, es posible
acercarse a esta doble dimensión contenedora (continente y contención) a partir de
las palabras de Etchegoyen vi : “Desde una perspectiva instrumental el encuadre se
instituye porque ofrece las mejores condiciones para desarrollar la tarea analítica; y,
curiosamente, buena parte de esta tarea consiste en ver qué piensa el paciente de esta
situación que nosotros establecemos, qué teorías tiene sobre ella. El encuadre es la
6
lámina de Rorschach sobre la cual el paciente va a ver cosas, cosas que lo reflejan”.
(Etchegoyen, 1986: 486).
4. Arte, Terapia y proceso en arteterapia.
El arteterapia como disciplina presenta una serie de elementos constitutivos propios
que derivan, no de la superposición disciplinar del arte y la terapia, sino del tejido
relacional generado en el encuentro de varias disciplinas de entre las cuales la terapia
representa el ámbito de actuación en el que se inscribe, y el arte la vía comunicacional
desde la que se hace posible.
4.1. Arte y arteterapia.
El proceso arteterapéutico es un proceso incardinado en la experiencia, acontecido y
recordado a través de los sucesos a los que da lugar y los productos que genera. Ese
carácter fáctico, que opera desde lo corporal y se dirige a las transformación de lo
tangible (materiales), sitúa al proceso en un plano de realidad completamente
diferente a aquel que podría derivarse de cualquier forma de terapia que se desarrolla
en el plano de lo verbal.
Sin embargo, habría que señalar, que el arte al que alude el arteterapia no se refiere
directamente a sus productos sino a la naturaleza de los problemas que el proceso
productivo, a través del lenguaje artístico, pone en marcha.
Podría decirse entonces, que lo que hace de la vía artística una vía terapéutica
especialmente practicable es su dimensión representacional. Gracias a ella es posible
conjugar aspectos de la realidad interna/externa de una manera natural 1 , consciente 2
y fáctica 3 , y actualizarlos a través de una configuración que es posible intervenir:
transformándola, cambiándola, conservándola, destruyéndola...
Lo propio del arte es trabajar experimentalmente, disolviendo la dicotomía que a
menudo parece producirse entre la razón y la experiencia, y generando un peculiar
espacio de realidad sobre el que van a depositarse elementos de naturaleza diferente.
Es propio del artista desarrollar el sentido de observación y análisis de los fenómenos
de la realidad (interna y externa), interpretarlos y plantearse formas distintas de
representación, buscar elementos perceptivos distintos, y promover perspectivas
alternativas.
1
Como parte del experienciar humano.
2
A diferencia de los sueños por ejemplo.
3
A diferencia del ejercicio de imaginación, del fantaseo o las ensoñaciones.
7
La imagen producida se configura así como depositaria y dinamizadora de fragmentos
del universo perceptivo del artista, que atiende a la experiencia en términos de
representación; explora el campo y lo describe mientras lo transforma, llegando más
allá de lo evidente.
4.2. Terapia y arteterapia.
El proceso terapéutico tiene sentido en función del curso de una acción que se dirige a
la consecución del objetivo que se persigue. La acción arteterapéutica se inicia a partir
de una demanda que no es una demanda artística, sino terapéutica; y se articula a
partir de un compromiso expreso con un proceso terapéutico, no artístico. Una acción
terapéutica cuyo curso remite a un proceso, pero también a un estado por el cual el
sujeto se encuentra predispuesto al cambio de una forma especial, adoptando
alternativamente una actitud que implica apertura a nuevas formas de
conocer/conocerse/reconocerse, junto con otra que implican resistencia, conservación
del conocimiento y de las formas habituales. Esta predisposición, que atañe a lo
emocional tanto como a lo cognitivo, cualifica el quehacer creador en el sentido de
vincularlo con la realidad interna: con la necesidad de percibirla, interpretarla y
representarla.
De esta manera el proceso artístico se configura como proceso terapéutico: no en
cuanto a expresión o comunicación emocional mediada por la materia y el lenguaje,
sino en cuanto se presenta, en virtud de la predisposición terapéutica, cargado
emocionalmente; argumentado a través de elementos reales que, referidos a la
realidad interna, se habilitan como objetos mentales sobre los que operarse la
transformación, el cambio.
4.3. En torno al proceso.
En arteterapia se alude a un proceso, el arteterapeútico, como elemento vertebrador.
Referirse a él es también referirse a los procesos de creación y terapéutico, no en
cuanto coadyuvantes, sino en cuanto constituyentes relacionales del tejido
comunicacional fundante del proceso arteterapéutico. Crear es también explorar,
investigar, experimentar, transformar; y es justamente en el punto en que toda
creación se adhiere a la realidad (externa, tangible) en la misma medida en que se
adscribe a la subjetividad, que es posible informar de un lugar intermedio o intersticial,
hibridado, en el que se hace posible la cristalización unísona de ambas en una
8
formación dotada de sentido. El proceso arteterapéutico ocurre, tiene lugar en el
momento en que trabajo artístico y trabajo psíquico se conjugan.
La cuestión no es pensar en el espacio que ocupa cada uno, o en si es posible que
existan o no el uno sin el otro; la cuestión es entender que no ocurren separadamente,
que no tienen entidad diferenciada salvo aquella que les otorga una mirada posterior.
Afirma Freud que en psicoanálisis se produce una preciosa conjunción: “En
psicoanálisis existió desde el comienzo mismo una unión entre curar e investigar; el
conocimiento aportaba el éxito y no era posible tratar sin enterarse de algo nuevo, ni
se ganaba un esclarecimiento sin vivenciarse su benéfico efecto. vii (Freud 1986:240)
podríamos decir análogamente que en arteterapia: la unión entre ambos trabajos
(artístico y terapéutico) es tal que no es posible un tratamiento sin que aparezca una
nueva producción artística, ni se genera una producción artística sin constatarse un
beneficio terapéutico.
El proceso arteterapéutico se orienta hacia la transformación y el cambio en una doble
dimensión de lo real: interna‐externa (mental‐formal). Esto imprime al espacio una
orografía especial por la que a menudo es difícil transitar. Cuando la naturaleza o la
ubicación del paso de una a otra es tomado como factor clave del éxito terapéutico,
esta dificultad puede tornarse insalvable, haciéndose inevitable el deslizamiento hacia
la exégesis interpretativa.
Como proceso autónomo 4 participa del material real [interno o externo] vinculado al
vivenciar del sujeto, pero también de materiales tangibles 5 que suelen ser externos a
dicha experiencia 6 . Esto hace que cualquiera que sea la forma que tome la
representación, se presente ante el sujeto como una alteridad sobre la cual opera toda
transformación, preservando y a la vez modificando el material de origen,
remitiéndonos a un apuntalamiento del psiquismo en términos de realidad efectiva.
“Lo opuesto al juego no es la seriedad, sino … la realidad efectiva. El niño diferencia
muy bien de la realidad su mundo del juego, a pesar de toda su investidura afectiva; y
tiende a apuntalar sus objetos y situaciones imaginados en cosas palpables y visibles
del mundo real. Sólo ese apuntalamiento es el que diferencia aún su “jugar” del
“fantasear” viii (Freud, 1986*:128)
4
No dependiente de criterios artísticos ni psicoterapéuticos previos.
5
A diferencia de las representaciones mentales.
6
Materiales disponibles en el taller.
9
El proceso arteterapéutico, por su condición proyectiva, lanza al sujeto al espacio de la
posibilidad en términos factuales y al proceso a desarrollarse en un interjuego
mediatizado por el complejo situacional en que se inscribe. De esta forma el sujeto
actúa, pone en juego aspectos tanto conscientes como inconscientes: estéticos,
motivacionales, interpersonales, expresivos, volitivos, desiderativos, defensivos, etc.
que le permiten transitar el espacio arteterapéutico conjugando orden y caos, realidad
e imaginación, apertura y cierre, posibilidad y exclusión. Un actuar que se constituye
pleno de acción, de contenido; resignificado y remitido siempre a la alteridad que
constituye la obra; mediado, transitado, atravesado por lo simbólico no ya del
psiquismo, sino de la propia representación.
5. Acerca de una metodología en arteterapia.
Nuestra posición arranca de un emplazamiento epistemológico crítico 7 , que entiende
al sujeto en términos relacionales y a la realidad, en términos de inter‐realidad, como
vertebración estructural (que proporciona consistencia, organiza y cohexiona) de la
experiencia. Desde esta perspectiva es fácil comprender que los objetos de
conocimiento no puedan ser tomados como el resultado de un registro pasivo por
parte del sujeto, sino como construcciones dinámicas, que cobran significado en
función de vectores intersubjetivos, intrapsíquicos, sociales, culturales, ambientales,
etc.
Nuestro planteamiento metodológico, más allá de lo que en cada caso pudiera
derivarse de su expresión concreta, toma como ejes fundamentales de trabajo el
fenómeno de la transicionalidad tal y como es formulado por Winnicott, la naturaleza
y función de lo que llamaremos tejido intersubjetivo y la dinámica que se genera a
través de la alternancia del mecanismo diferencia/repetición.
Dice Pichon Riviere que “El conocimiento como situación nueva implica la exigencia de
una adaptación activa de la realidad, es decir, una reestructuración de los vínculos del
sujeto. Todo proceso de apropiación de la realidad o aprendizaje implica
necesariamente la reestructuración de los vínculos y de las normas adaptativas
establecidas por el sujeto. Frente a esta exigencia emergen los miedos básicos: temor a
la pérdida de los vínculos anteriores y temor al ataque de la nueva situación, en la que
el sujeto no se siente instrumentado” ix (Pichón Riviere, 1988: 193)
7
Crítico también en lo referente al sujeto de la modernidad.
10
5.1 El tejido intersubjetivo.
El primero de los ejes sobre los que se incardina nuestro planteamiento metodológico
es lo que hemos denominado Tejido intersubjetivo. Y hablamos de tejido en el sentido
de soporte: tela o lienzo sobre el que ha de poder inscribirse el proceso. Urdimbre o
entramado gracias al cual la ligereza de las fibras adquiere consistencia, corporeidad,
presencia, conformándose como un algo radicalmente diferente.
Pero el tejido además alude a una acción, la de tejer; evoca un movimiento y nos
convoca a pensarlo, a imaginarlo mientras se desarrolla, como si de repente todo él se
hubiera hecho presencia, se hubiera detenido en un instante. En esta forma de
temporalidad que sostiene al instante más allá de su dimensión temporal, sensado, se
inscribe inevitablemente el encuentro arteterapéutico. Una forma de temporalidad
atravesada por la experiencia poética, que se desmarca de lo formal para proyectarse
hacia otro plano de realidad. El tejido arteterapéutico ha de poder sostener ese
instante, aun cuando no sea capaz de alcanzarlo, porque es aquí donde reside su
especificidad, no en el quehacer artístico, sino en la naturaleza del instante que
convoca al tejerse.
Una temporalidad que Bachelard describe como vertical, que no deriva de la magnitud
o del devenir, sino de la experiencia. Perceptible únicamente en términos de intuición,
de “sensibilidad” poética.
“El instante poético es pues necesariamente complejo: conmueve, prueba _invita,
consuela_, es sorprendente y familiar. (...) Cuando menos, el instante poético es
conciencia de una ambivalencia. Pero también es más que eso, porque es una
ambivalencia excitada, activa y dinámica”. (Bachelard, 1997: 227) x . De esta forma el
tejido resuena y convoca, excita y reconforta, nos arrastra a un lugar en el que el
lenguaje no puede ser únicamente un objeto para ser pensado. Un lugar en el que
todo, pero especialmente el lenguaje, se encuentra en proceso y por lo tanto no es
posible describir a priori.
Por otra parte, su cualidad intersubjetiva nos habla de un principio generador tanto
como de la naturaleza de las fibras que lo generan. Un principio que es a la vez
fundador y fundante, que se refiere a una estructura pero también al campo de
valores que la significa. De esta manera llamamos tejido intersubjetivo a la forma en
que ambas subjetividades (la del paciente y la del terapeuta) se conjugan para
11
configurar un instante‐espacio de circulación diferenciado, singular, creado y a la vez
creador ‐en virtud de la dinámica que los moviliza‐ de nuevas formas de subjetividad.
5.2 La transicionalidad.
El concepto de transicionalidad tal y como Winnicott lo presenta, resulta fundamental
para pensar el arteterapia. Winnicott se refiere al objeto transicional como a un:
objeto encontrado y a la vez creado, cuya relevancia se desprende, no sólo de su valor
simbólico, sino también (y decisivamente) de su entidad como realidad tangible. En
este sentido habla del objeto y de las relaciones a las que da lugar, pero también de la
posibilidad del uso del objeto en relación, no con el objeto en sí, sino con una
capacidad del sujeto: “Para usar un objeto es preciso que el sujeto haya desarrollado
una capacidad que le permita usarlo. Esto forma parte del pasaje al principio de
realidad.” (Winnicott, 2006*: 266) xi
Podríamos hablar del objeto transicional como de una entidad concreta y limitada, en
el sentido en que muchas veces se utiliza, en el campo por ejemplo de la educación,
como generalizador de objetos concretos que cumplen una función: el pulgar, la
manta, el peluche, etc; y del espacio transicional en el sentido de espacio intermedio
de la experiencia, depositario de la fantasía tanto como de la realidad o lugar para la
puesta en acción del juego simbólico. Pero nuestra intención al referirnos aquí a la
transicionalidad no es hacer uso del concepto, mucho menos de sus
particularizaciones, sino dar cuenta de un fenómeno que pone en relación, que
conecta la realidad de un encuentro con la ficción de una creación, a través de la
ilusión, dando lugar a una dinámica esencialmente integradora de las diferentes
instancias por las que es atravesada la experiencia.
“En la primera lactación (teórica) el bebé está listo para crear, y la madre le posibilita
tener la ilusión de que el pecho, y lo que éste significa, ha sido creado a partir del
impulso derivado de la necesidad.” (Winnicott, 2006:146) xii “Ahí el nuevo ser humano
está en condiciones de crear el mundo. La motivación es su necesidad personal;
asistimos a la conversión gradual de la necesidad en deseo.” (ibid: 148).
Lo que denominamos espacio, objetos, fenómenos transicionales, se encuentran
profundamente vinculados al concepto de ilusión, concepto que es clave en el trabajo
arteterapéutico. Dice Castoriadis que existe una profunda relación entre imaginación
y voluntad, en el sentido de que “Hay que poder imaginar algo distinto a lo que está
12
para poder querer; y hay que querer algo distinto de lo que está para poder
imaginar.” xiii (Castoriadis, 1992:141)
El papel que los fenómenos transicionales tienen en los procesos arteterapéuticos no
pueden en forma alguna ser expuestos en unas pocas líneas, baste por ello de
momento referirnos a ellos desde lo que nos parece más nuclear: su doble dimensión
encuentro‐creación.
5.3 Dinámica diferencia/repetición.
Por último, habríamos de referirnos a un aspecto que aparece como motor en gran
parte de los procesos arteterapéuticos, la dinámica o el interjuego
repetición/diferencia.
En este punto no podemos separarnos de todo lo expuesto anteriormente, porque
referirnos a esta dinámica es también referirnos al proceso, al instante en que la
identidad, lo idéntico de la repetición, puede desvincularse de su anclaje temporal y
disolverse, habilitándose como raíz, como depósito identitario. “Liberar las cosas del
paso del tiempo es liberarse de los hábitos, deshabitarse, deshabituarse y despoblarse
a sí mismo para brillar con una divergencia inconmensurable en un <<mundo de
todos>>, y no ya como una identidad formal en un <<mundo de nadie>>”. (Pardo,
1991: 154). En el interjuego repetición/diferencia la obra se complejiza, atravesada por
vectores que parecen venir a infundirle sentido “en relación a” 8 . De esta manera
simultáneamente se carga y se descarga, arrastra y es arrastrada, es potencia e inercia.
Se actualiza como repetición y se desmarca como diferencia desde su alteridad de
objeto. La circularidad a que remite habla también de un algo que despunta, que
sobresale. De algo que emerge diferencialmente de entre lo posible pensado, para
ingresar en el mundo de lo sensible. De esta manera se presenta la obra, no como
imitación o reemplazo, sino como representación o como huella. Descubridora de algo
que es antiguo pero también inevitablemente creadora.
6. Conclusiones.
Podríamos terminar describiendo una propuesta metodológica estructurada en
tiempos, espacios o niveles. Pero pensamos que tal propuesta, en caso de que fuera
posible formularse, carecería de sentido. La situación arteterapéutica se presenta
siempre bajo los efectos de una constante expresiva de carácter adimensional, que se
8
Los otros, los deseos, la imaginación, el miedo, la capacidad, etc.
13
resiste a ser formulada a través de lo generalizable o regulable. Como mucho
habremos de describir aspectos que nos permitan contemplarla, atenderla y facilitarla,
con la única consigna de no perder el compás, de ser capaces de mantener el pulso
que la anima; teniendo como única referencia irrenunciable al ser del paciente, o al
menos al lugar desde donde dicho ser, a través de su estar en la sesión se encuentra
disponible, se nos presenta desde la sostenibilidad.
“No estamos en condiciones de participar del acto creador artístico; sólo podemos
tratar de reconstruirlo, exactamente como nuestros hombres de ciencia tratan de
reconstruir, al cabo de miles y miles de años, unos mundos desaparecidos y unos
astros apagados”. (Zweig, 2007: 16) xiv
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