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Los tres elementos principales del Estado, son el territorio, la población y el poder.
Existen más elementos, unos son materiales o tangibles mientras que otros son ideales
o inmateriales. Los materiales son el territorio y el poder (entendido como fuerza y como
conjunto de instituciones públicas) y los ideales son el poder (entendido como
soberanía).
Al igual que la población, el poder, es un componente del Estado que también lo sería
de cualquier comunidad humana compleja. Pero sólo en el Estado es llevado hasta el
máximo y asume una forma especial, la soberanía.
Los elementos materiales del Estado son el territorio y el poder (como fuerza y como
institución) y los ideales son el poder (como soberanía), poderes de un Estado,
personalidad jurídica, ordenamiento jurídico, competencia universal o competencia
sobre toda función social, la cultura política y la ética.
EL TERRITORIO Y EL TERRITORIALISMO:
Antes del Estado era común que las comunidades políticas tomasen su nombre de las
personas y no al revés, es decir, se identificaban por el pueblo, no por el territorio.
El territorio de un Estado está formado por la tierra, el mar adyacente, el aire y las
fronteras.
Todas las comunidades políticas tienen algún territorio, pero no todas son territorialistas.
El Estado tiene territorio y además profesa el territorialismo: con su aparición, las
comunidades políticas dejaron de ser agrupaciones de personas para convertirse en
territorios con unas fronteras, un poder y un ordenamiento jurídico vigente dentro de sus
fronteras.
Si un Estado tiene solo un pueblo, una cultura, una etnia y una identidad (Portugal o
Islandia), el territorialismo no tendrá problemas. Pero si tiene varios pueblos el Estado
estará incómodo y terminará optando por una de cuatro soluciones: primera, limpieza
étnica; segunda, asimilación cultural e identitaria; tercera, aceptar las diferencias;
cuarta, tolerar la minoría como un quiste que nunca se integra, como un pueblo gitano.
El Estado, aun en una democracia, si es territorialista tenderá a la uniformidad y
concentrará el poder. Reconocerá derechos solo de las personas, no de los territorios
menores ni de las personas como habitantes de esos territorios menores.
A medida que se fue haciendo más complejo y estable, el poder estatal se fue
institucionalizando. El Estado tiene el mayor y más complejo conjunto de instituciones
para ejercer el poder.
Con el Estado, las instituciones públicas dejan de ser el producto del azar, la costumbre,
la historia o la idiosincrasia del lugar, y dejan de formarse por incremento o acumulación
sucesiva de unas sobre otras para ser creadas por una decisión racional desde el centro
e iguales para todo el territorio.
Tocar considerar al poder estatal como poder idealizado o teorizado. Pues, la soberanía
es mucho más que fuerza, más que una institución o conjunto de éstas; es un concepto,
un ente de razón; para algunos incluso un mito. Se suele admitir que tienen una cara ad
intra (dentro de la comunidad política todo está subordinado al soberano) y otra ad extra
(fuera de ella nadie es superior); ergo, todos los Estados soberanos son iguales y
ninguno puede intervenir en los asuntos internos de otro.
Rasgos que la caracterizan: ser un poder absoluto, no estar atada por nada, no
reconocer superior, carácter originario, exclusividad (es excluyente; dos soberanías son
incompatibles), centralidad (centro del que fluye todo poder y toda función pública),
perpetuidad, ilimitación de materia e irresistibilidad.
Si todos esos rasgos fueran llevados hasta el extremo la vida constitucional sería
imposible.
En segundo lugar, poder originario del que derivan los demás y en tercer lugar,
competencia.
Entendida así, como fuente de todos los poderes o como poder legítimo originario, y no
como poder absoluto, la soberanía puede ser compartida, por lo mismo que puede ser
compartida la legitimidad. Por ejemplo: los pueblos de los estados miembros de la Unión
Europea son los co-soberanos originarios de todos los poderes que se ejercen en la
Unión; en ese sentido, comparten la soberanía porque comparten la legitimidad
originaria. En cambio, no son soberanos ni co-soberanos en el sentido de tener
actualmente el máximo poder.
Se confunde la soberanía con la competencia (tener el título jurídico para hacer una
cosa). El rector, alcalde, primer ministro o el presidente no son soberanos, no tienen
soberanía sino competencia. Porque siempre han existido atribuciones de competencia,
con o sin soberanía, y sus titulares no son soberanos en la mayor parte de los casos.
3. Límites de la soberanía:
En teoría la soberanía no puede admitir límites. Para Bodino el poder soberano
estaba limitado por la ley de Dios, la ley natural como observar los pactos y
respetar la propiedad privada.
Del derecho público y teoría del Estado viene la noción de un poder ilimitado.
Aunque esté atribuido al pueblo y dividido en tres poderes, el poder del Estado
como tal no admite límites.
5. Conclusión:
¿El concepto de soberanía es un estorbo en nuestros días? En su aceptación
propia, la respuesta sería afirmativa. Pero bajo la aceptación de titularidad
originaria de la potestad, que designa la legitimidad, puede ser útil.
CAPÍTULO X
ELEMENTOS DEL ESTADO (2)
Los principales iura maiestatis según Arnisaeus eran: el ius condendi leges (derecho
exclusivo a dictar leyes en su territorio sin consentimiento), ius constituendi magistratus
(derecho a nombrar servidores y magistrados), derecho a resolver litigios incluso en
última instancia, derecho a acuñar moneda, derecho a poner tributos e impuestos sin
consentimiento y el derecho sobre la religión.
Sobre los iura maiestatis existen dos observaciones. La primera es que la suma de todas
esas atribuciones propias de la soberanía arroja como resultado un poder realmente
grande, y poco o nada atado, unos súbditos muy sometidos y una competencia de
alcance universal: el soberano es competente para todo, incluso para decidir la creación
de nuevas competencias a su favor y la cesación de otras que estén en manos de
terceras personas o instituciones. Una de las formas de entender la soberanía sea la
competencia universal o sobre las competencias. En la vida real de nuestros días, los
estados la tienen ya solo nominalmente, y en Europa, la competencia sobre las
competencias se ha desplazado a la Unión Europea. Eso va contra el principio europeo
de atribución según el cual la Unión tiene solo las competencias expresamente
atribuidas por los estados miembros, titulares originarios de la soberanía.
La segunda observación es de carácter histórico. Se puede comparar la construcción
del Estado con la de un gran edificio que se fue haciendo a base de grandes bloques,
que serían casa uno de los iura maiestatis, colocando uno sobre otro hasta completar
el edificio de un estado soberano.
Entre los siglos XVII y XX, la historia terminó de construir el edificio. Lo que está
sucediendo ahora al Estado es como si una fuerza superior e invisible (la historia)
estuviera tomando esos bloques y arrojándolos lejos, destruyéndolos o transfiriéndolos
a un edificio nuevo e invisible.
El Estado hoy se ocupa de todo, y las materias que devuelve o pierde no vuelven a las
personas sino a la Unión Europea o a grandes empresas privadas y oligopolios que se
ocupan de asuntos tan poco privados como las prisiones, seguridad o transporte público.
En el siglo XIX, en Inglaterra, el Estado intervenía poco, en no más de un diez por ciento
de las funciones sociales. A principios del XX, hasta la Primera Guerra Mundial, aun
desempeñaba no demasiadas tareas.
Lo anterior sobre la cultura política estatista sería cierto si lo fuese su premisa mayor: el
estado incorpora y representa a la sociedad y que su potestad tiene un cierto
componente ético, de donde vendría su superioridad moral y el carácter igualmente ético
de nuestras obligaciones para con él. Aun suponiendo que el planteamiento estatista
fuera correcto, lo sería en la teoría, una teoría basada en la experiencia de solo un
puñado de países del centro y norte de Europa. No sería realista en los países no
estatistas ni en los muchos países formalmente estatistas pero mal organizados. El
estatismo tampoco garantiza la defensa de los público y social como ha podido
comprobarse en el siglo XX.
ESTADO Y DERECHO:
1. Las relaciones entre estado y derecho, en general:
Aunque el derecho es universal, mientras que las formas políticas no lo son,
éstas le afectan, y el estado le afectó en particular porque desde los comienzos
tuvo una dimensión jurídica muy clara.
Una de las “verdades oficiales” es que el estado crea el derecho. Antes del
estado la gente no creía que el derecho se pudiera hacer como se fabrica un
producto industrial. El derecho se redescubría, se interpretaba y reinterpretaba
a partir de una realidad jurídica que se consideraba preexistente, basada
fundamentalmente en tres pilares: las costumbres, el derecho romano y el
derecho canónico, de los cuales los dos últimos eran universales.
Con el estado surgió la idea de que el poder puede crear al derecho haciendo
leyes. La ley en ese sentido moderno aparece en el siglo XVI en Inglaterra con
la reforma anglicana: el rey y el parlamento inglés se sintieron con fuerzas para
crear derecho por medio de sus statutes. Pero en realidad en Inglaterra y Estado
Unidos los parlamentos legislaron poco hasta los siglos XIX-XX.
Lo que el estado llevó a cabo con el derecho fue un proceso que dio lugar al
aumento de la certeza y racionalidad del mismo por medio de su sistematización
y codificación. El Estado tiende a reducir el derecho a la ley porque es la fuente
que él crea y mejor puede manejar, así como también la más racional y moderna.
2. Recapitulación histórica:
Al nacer el Estado, comenzó a centralizar la producción, sanción e interpretación
del derecho, así como a uniformarlo en todo el territorio, proceso que duró varios
siglos y culminó en los códigos del siglo XIX. Las fuentes del derecho no
resultaban centralizadas ni el derecho de un reino quedaba todo
homogeneizado; seguía habiendo fueros, costumbres, derecho romano y demás
fuentes jurídicas medievales. Hasta el final de la edad media la gente no buscó
la centralización de las fuentes ni la uniformidad del derecho. Estaba habituados
a tener un derecho común y otro loca o territorial.
En Estado Unidos, Canadá y el Reino Unido aún hoy no están las fuentes
centralizadas por completo ni el derecho es enteramente uniforme.
Al poco tiempo de surgir el Estado, Bodino y Hobbes empiezan a hacer
definiciones “modernas” del derecho: conjunto de mandatos del soberano
respaldados por la coacción. Mientras para el autor inglés la ley es el derecho,
con lo que éste apenas tendría en la práctica existencia separada, el francés
matiza más: el derecho implica equidad, la ley es un mandamiento.
Creación del derecho administrativo, una rama del ordenamiento específica para
la actividad estatal. El Estado al poco tiempo de nacer se hizo absolutista (siglo
XVII), lo cual produjo como resultado el derecho administrativo, en el cual el
Estado dicta las normas, es juez y parte, y su administración pública tiene unos
privilegios exorbitantes frente al ciudadano. (Francias, siglos XVII y XIX).
El Estado nace con la intención de controlar todo, también las fuentes del
derecho. Pero la púnica que puede controlar cumplidamente es la ley.
Una de las explicaciones del éxito de la cultura estatista es que el estado es, de
todas las formas históricas, la más lógica y fácil de entender: un territorio, un
ordenamiento jurídico, un poder soberano, un centro, un pueblo, un idioma, unas
fuerzas armadas. Ningún otro tipo de comunidad política, ha sido tan difícil de
desarraigar de las mentalidades, aunque ya hoy los estados no sean verdaderos
estados.
Estado y religión:
Desde el principio tuvo el estado, con su pretensión de majestad y exigencia de
lealtad total, una pátina de religiosidad, como si fuera un competidor de la Iglesia
Católica. La religión se convertía en un instrumento de poder, o de control, o al
menos de cohesión social. Pretender que el estado permaneciera indiferente es
ignorar la naturaleza del estado. Desde que nació el estado se han podido
detectar, de cuando en cuando y según países, manifestaciones de esa cuasi-
religiosidad secular sustitutoria, sobre todo en naciones protestantes (excepto
EE.UU).