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José Alberto llegó muy pensativo a casa. Su esposa Gloria se sorprendió al ver el rostro tan diferente de su
marido. "¿Qué te pasa, Beto, qué te trae tan pensativo? ¿algún problema con tu trabajo?". El joven, sumido
en sus pensamientos, volvió de pronto a la realidad. "¡Hola cariño!- respondió el muchacho-. Realmente no
puedo creer lo que me ha sucedido hoy en el trabajo. Mi jefe me invita a ganar mucho dinero. Una mansión
con todo lo que quieras tener. Tendrás coche, joyas, vestidos, viajaremos....¡La suerte por fin nos ha
tocado!"
Ella le preguntó fríamente: "Beto, ¿qué te ha podido tu jefe que hagas? ¿Acaso te ha invitado a un negocio
sucio?" La alegría de Beto se transformó en una mirada seria. Nunca esperó tal pregunta de su mujer-. Ella
continuó: "Beto, ¿de qué sirve tener todo esto si tu conciencia te lo reclamará siempre? ¿Qué vale más en la
vida: los lujos, comodidades y la dshonestidad, o las carencias económicas pero ganadas honradamente, la
tranquilidad de conciencia y un matrimonio feliz?."
El joven sonrió agradecidamente a su esposa. La abrazó, y tiernamente le dijo: "¡Gracias, Gloria!. Gracias
por ayudarme a ver que lo que más vale en la vida es aquello que me haga ser mejor persona, y no aquello
que me haga tener más cosas".
¿Qué es un valor?
Un valor es cualquier cosa que me resulta un bien para mi. Por simple que sea ésta, será valiosa para mí si
me permite hacer algo que me parezca provechoso.
Por ejemplo, para un papá, el estar el domingo en la mañana con su esposa y sus hijos, convivir con ellos,
dedicar su tiempo a la familia tiene un valor. Entonces, se esforzará por lograr esa convivencia familiar. Se
levantará temprano, preparará todo lo que se necesite para disfrutar sus horas de descanso en compañía de
su familia. Para él, el tiempo dedicado a su familia es un valor.
Otro padre de familia tendrá, posiblemente, otro valor que le mueva a emplear el mismo tiempo del domingo
para otras cosas. Por ejemplo, dedicar la mañana a convivir con sus amigos, ver el fútbol, divertirse sin su
esposa y sin sus hijos. Él también se esforzará para lograrlo. Le importa más su propia diversión que la
convivencia familiar. Prefiere a sus amigos. Ellos son un valor más importante para él.
En los dos casos, se puede decir que se están viviendo los valores. Para cada uno de ellos las posibilidades
que les da la mañana del domingo son diferentes. El primero busca convivir con los suyos. El segundo busca
divertirse con sus amigos.
Los valores son el motor de nuestras vidas. Son esos bienes hacia los cuales tendemos.
Sean grandes valores que realmente nos importen, sean mínimos que no tengan importancia o, por el
contrario, que en vez de ayudarnos nos destruyan.
Si recuerdas que los seres humanos existimos para ser mejores como personas cada día y servir mejor a los
demás y para alcanzar la vida eterna, verás que los valores universales son aquellos que te ayudan a
lograrlo.
1. Las virtudes humanas: Son aquellos hábitos que nos ayudan a vivir mejor cada día. que nos ayudan a
crecer como personas, como la honestidad, la reponsabilidad, el servicio, la fidelidad, la justicia, la
generosidad, la paciencia, la bondad, etc. Tristemente muchas de las virtudes humanas hoy día no se viven,
pues el mundo está lleno de injusticias, de irresponsabilidades, de infidelidades, de egoísmo.
2. Los valores absolutos: Son los que nunca han de cambiar. Son parte de nosotros mismos. Algunos de
ellos son: la vida, la dignidad de todas y cada una de las personas, la verdad, el bien, etc. Por tanto, el
aborto, la mentira, la violencia son antivalores.
3. Los valores cristianos: Son aquellos que Dios ha querido enseñarnos, como la humildad, la abnegación, la
caridad fraterna, la santidad, la castidad por amor a Dios, etc. Todos ellos son la corona del cristiano.
Pregúntate con sinceridad: Esto que voy a realizar, ¿me acerca a Dios? ¿Me ayuda realmente a ser mejor
persona? ¿A quién amo al realizarlo? Si te ayuda a ser mejor, a acercarte a Dios y a amar más a los demás,
entonces es un valor. Si te aleja de Dios, si te hace ser peor, si no te ayuda a amar más y mejor a los
demás, es un antivalor.
Sin lugar a dudas, la familia es la mejor escuela donde se aprenden a vivir los grandes valores. La familia es
ese lugar querido por Dios donde aprendemos a ser personas. En el hogar es donde nos ejercitamos y
vivimos los valores universales. La familia es la mejor escuela de la formación de las personas.
En la familia se aprende a ser amado, a ser generoso, a ser fiel; ahí mismo aprendemos a amar a la Patria;
en ella se aprende a amar a Dios, a ser responsable, a compartir.
¡Qué importante es la familia!
¿Recuerdas aquel episodio donde Jesús se encuentra con Marta y María, dos amigas de Él? María escoge
quedarse con el Señor, escuchando su palabra, mientras que Marta se preocupa por los afanes de la
casa.(Lucas 10, 38-42).
Jesús nos dice en Mateo 6, 19-21 que nuestros ojos estén puestos en los tesoros del cielo, no en lo que se
acaba y corrompe. Donde esté nuestro tesoro, nuestros valores, ahí estará nuestro corazón.
En Lucas 12, 13-21 Jesús nos habla del avaro que atesoró en la tierra. Pronto le llegó la muerte: ¿De qué le
sirvió tanta riqueza?
Cuida el tesoro de tu fe
Ten mucho cuidado con los valores que te ofrece el mundo. Son verdaderos antivalores, pues te apartan de
Dios. Este mundo nos ofrece el placer, el sexo desenfrenado, la comodidad, la envidia, el querer tener más
cosas, el despreciar a los demás, el divorcio, la violencia, loa pornografía, la infidelidad, el egoísmo.
¿Qué es lo que más importa en la vida? ¿Acaso no es aquello que te lleva a Dios? El mundo quiere que no
nos acerquemos a Él. El auténtico y verdadero cristiano tiene su más grande valor, su tesoro, en el cielo. Y
cuidará de él con todas sus fuerzas.
¿De qué sirve ganar todo el mundo si perdemos el alma? No te dejes engañar. Preguntáte siempre: esto que
voy a hacer, ¿me acerca más a Dios? ¿Me ayuda a ser mejor persona? ¿Ofende mi dignidad o la de los
demás? ¿Qué haría Jesucristo en una circunstancia como la que yo tengo ahora?
La familia, núcleo de la sociedad, es escuela de valores donde se educan, por contagio, todos los que la
integran. Es en la familia donde se crean vínculos afectivos, donde se quiere a cada uno por lo que es, con
cualidades y defectos. Nuestra familia es el espacio de la intimidad. Somos conocidos totalmente, no
necesitamos de ningún ´´curriculum´´ para que nos aprecien. Esto influye para que sea el ámbito propicio,
donde, gracias a la convivencia, se aprendan unos valores que perduran siempre. Todos los padres
queremos que nuestros hijos sean felices. Los hijos lo serán en la medida que vean que sus padres lo son.
La mejor referencia es la vida de los padres. Reflexionaremos sobre algunos puntos que son primordiales
para la vida cotidiana.
El primer gran valor que deberán aprender será saber amar porque, cuando hemos aprendido a amar, lo
hemos aprendido todo. Amar conlleva muchos valores: olvido personal, generosidad, fortaleza, flexibilidad,
comprensión, etc. Teresa de Calcuta nos recuerda que ´´amar es no parar´´. Podemos hacerle caso y
repartir afecto a todos los de la familia. El afecto da seguridad y la seguridad da autoestima y, con
autoestima, es mas fácil interiorizar los valores que los progenitores quieren transmitir.
También saber perdonar de todo corazón, no acumulando reproches. Pasar por alto cambios de humor. No
recordar continuamente los agravios recibidos. Enseñar a perdonar es colaborar a la paz. El rencor y la
venganza sólo ayudan a destruir. El perdón es un punto esencial para ayudar a vivir la solidaridad y el
respeto por los demás. El matrimonio que sabe olvidar, que deja el amor propio en el bolsillo y no se enoja,
enseña a perdonar a sus hijos. Un ambiente de serenidad, de no criticar a nadie, de saber disculpar, es de
gran ayuda para la integración social de los hijos.
Los padres somos el espejo de convicciones donde se reflejan nuestros hijos. Por esto hemos de ser
coherentes con lo que decimos y hacemos. Jesús Urteaga en su libro Dios y la familia, nos dice: ´´Espero
mucho más de padres mudos y santos, que no de predicadores y sermoneadores que no hacen lo que
dicen´´. Repetir demasiado los consejos puede resultar aburrido y poco motivador para los hijos. El
testimonio es la clave para la transmisión de valores. Estos valores se transforman en virtudes por el
esfuerzo personal y la gracia que se recibe de Dios.
De bien pequeños, y también después del uso de razón, aprenden los niños del modelo que presentan sus
padres y aprenden a distinguir, cuando hay orden, lo que es correcto. Por parte de los padres es primordial
la creación de hábitos. Los hábitos buenos conducirán a las virtudes, así como los malos conducirían a los
vicios. ´´El orden exterior ayuda a construir el orden interior´´, escribe Juan Valls Julià en su libro El
desarrollo total del niño. Es también cierto que, para una familia cristiana, el orden ideal será hacer vivir las
virtudes humanas teniendo siempre presente a Dios.
Finalmente, valorar el trabajo. El trabajo bien hecho conlleva una serie de virtudes: humildad, espíritu de
servicio hacia los demás, prudencia, constancia, lealtad, laboriosidad, etc.
Los padres somos los protagonistas de estas breves reflexiones. Cada familia tiene su estilo y se planteará
qué valores quiere transmitir. Estos se irán contagiando por osmosis si nos esforzamos en vivir con alegría y
constancia las cosas pequeñas sin quejarnos. No se trata de hacer cosas grandes, sino de actuar empezando
por nosotros mismos. Por último, dar gracias por todo y a todos para enseñar a los hijos el agradecimiento.
Todo con paciencia se puede llevar a buen término. Recordemos al poeta Rabindranath Tagore: ´´No es el
martillo el que deja perfectas las piedras, sino el agua con su danza y canción´´.
Todos, al menos una vez, y más en los tiempos que corren, hemos escuchado voces que
defienden a capa y espada la educación pública, pero, ¿cuántas voces defienden
la educación concertada o privada que ofrecen los centros con ideario católico?
Exacto, pocas o ninguna.
Se ha dejado de lado en la sociedad, dejando con ella todos los valores que estos centros
inculcan. La educación no consiste solamente en impartir conocimientos, como la propia
palabra indica la educación implica educar. La formación de los jóvenes es uno de los
retos más apasionantes que tiene la sociedad actual, porque estos están desapareciendo;
la lealtad, la responsabilidad, la obediencia, la constancia, la generosidad,
la disciplina, el amor al prójimo sin pasar por la utilización o tener una meta fija en la
vida son valores que el Evangelio propone y que se han visto eclipsados por un relativismo
que nos invita a hacer lo que queramos, sin valores, sin metas, porque todo vale. Y
nosotros, los cristianos, sabemos que no es así, que no vale todo, que los pilares de las
sociedades son los valores que sus ciudadanos tengan, ¡ojalá los centros católicos
sepan, con su educación, reconstruir la sociedad con unos cimientos sólidos, como los que
Jesús nos legó!
Ante este problema, proponía una serie de principios para evitar estas
situaciones: mantener la identidad católica de nuestros centros, es decir, no dejarnos
arrastrar por el laicismo de la sociedad, establecer en los centros un programa serio e
integral de formación en la fe, educar la voluntad y la afectividad, fomentar
la caridad y llevar a cabo una atención personalizada para llegar a las necesidades de
todas las personas.
Nacho Sánchez Calero se ha criado a los pies del Cristo de la Piedad de su ciudad natal,
Ciudad Real, hace unos días revolucionó a los jóvenes cofrades de su ciudad en el V pregón
de la Juventud Cofrade. Solo tiene 20 años, estudia Ingeniería de Diseño Industrial y
Desarrollo del Producto en Sevilla, y nos invita a soñar, te invita a soñar, ¿te atreves?
“El yo dentro de una comunidad de hermanos (como son las cofradías) no pinta nada”
“Y aquí estoy, hablando contigo, de ti”, dices. Tu pregón es, en realidad, una rato
de oración personal, donde reflejas que Dios es el padre que nos quiere sin
límites, ¿qué es la oración?
Sin duda, es un pregón de tú a tú, como yo me dirijo a Dios; pues, Dios está en las
Cofradías ¿verdad? La oración es salud para el corazón, un reflejo del amor de Dios;
entregar tu corazón a Dios.
La ley del “yo” dentro de una “comunidad de hermanos”, no pinta nada, como digo en el
pregón.
Las trabajaderas- travesaños horizontales de madera que están situados en la parte inferior
de los pasos, es decir, donde se sitúan los costaleros, que llevan los pasos de semana
santa-, ese “lugar que a todos nos iguala, pues el rico va al lado del pobre y como la
muerte, ella a todos nos equipara”.
Ser costalero, su anonimato, el compromiso con el compañero y por cuidar hasta el mínimo
movimiento para darle así una ofrenda al Señor, me ha enseñado en mi vida valores de
igualdad, humildad y hermandad, valores que se viven bajo las trabajaderas.
¿No crees que muchas veces los costaleros buscan ser protagonistas?
Sí, se olvida que lo único que importa va encima; que todos vamos por un mismo fin y
nadie es imprescindible en las cofradías.
Desde tu experiencia…
Poco espacio, calor, sudor, mucho peso… ¿Qué se siente, realmente, cuando
portas la estación de penitencia?
Creo que a diario, cada uno en nuestras vidas sentimos la Cruz. La estación de penitencia
es un regalo para el alma, una manera de cargarte las pilas con un leve reflejo de la
penitencia verdadera: la vida. Por eso me siento un afortunado de poder estar en ese lugar
con poco espacio, calor, sudor y mucho peso, pues es ahí donde tengo la oportunidad de
valorar y dar gracias. Creo que la estación de penitencia te da lecciones continuas y cada
uno, desde el anonimato, somos verdaderos hermanos que oran juntos.
Me ha costado mucho entender esto. Sentirme seguro y tranquilo con la libertad de Dios,
no ha sido fácil. Creo que debemos enfadarnos con Él y preguntarle y preguntarle. Yo lo he
hecho muchas veces, no pienses que mi vida ha sido fácil, he tenido que enfrentarme
desde muy pequeño a grandes perdidas y por tanto, grandes preguntas a Dios. Pero con los
años he aprendido, como digo en el pregón, que “no hay nada malo sin algo bueno” y sobre
todo entender las palabras que “El Sueño” me dice el Padre: “Aprende a en mis manos
encomendar lo que ya vendrá y tu crees que ya ha tenido que llegar; que para mi «un día
es como mil años, y mil años son como un día». (2 Pedro 3, 8)”.
Creo que dejar en manos de Dios todo cuando sucede en mi vida, ofrecérselo y ser
agradecido, es una lucha continua que intento aplicarme. Pero creeme, que cuando uno
pone en servicio de los demás su vida y entiende “que mi pluma es muy pequeñita, pero la
pongo en tus manos infinitas, Padre mío”; uno se ve capaz de todo. En ese momento
dejarás de enfadarte con el mundo y empezarás a vivir, pues ya sabes: “no temas a que un
día se acabe tu vida, teme perder la oportunidad de empezarla a vivir”.
Porque dejo todo en manos del Jefe. Consiste en estar loco, como ese “que Herodes tomó
por loco… un loco de amor. Un loco que nos animó a soñar”…
Gracias, Nacho