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LA ORACIÓN EN EL TRABAJO ES UNA NECESIDAD.

“El espíritu del trabajo”. Cardenal Wyszynski. Pag. 103. Edic. Rialp.

La oración en el trabajo es una necesidad intrínseca, puesto que el trabajo es


igualmente amor al hombre y amor a Dios; y como no cabe amor a Dios sin
oración, el trabajo, impregnado de amor, es oración. Si ésta llegara a faltar en
nuestra actividad, cometeríamos un error fundamental.

La espontaneidad de la oración en el trabajo está en proporción directa con


nuestro amor a Dios. No hace falta buscarla, obligarnos deliberadamente a ella;
a medida que el amor crece en nosotros, todos nuestros actos externos se
hacen a la vez internos. La conciencia de la actividad externa se pierde, y nos
queda la oración entrañada en nuestra misma tarea.

En realidad, pues, cuando el grado de amor en el trabajo aumenta, es que el


grado de oración crece también. Porque el amor lo abarca todo en nosotros,
toda nuestra vida, todas nuestras actividades y todas nuestras obras; nada
logra escapar a su abrazo, porque nos une a Dios y, por la oración, todo lo
nuestro se hace suyo.

La necesidad de la oración en el trabajo acompaña a la conciencia de nuestra


insuficiencia en las dificultades de la faena. Sin Dios, nada podemos, tanto en
la vida interior como en la simple actividad. Él es la causa eficiente de todo
querer y hacer. De ahí la base para nuestra humildad; sabemos perfectamente
que “nuestra suficiencia es Dios”, y que “todo lo puedo en El que me conforta”.

Frente a los objetivos arduos, cuando nos abandonan las fuerzas, nos faltan
capacidad, virtud, talento, voluntad: cuando nos abruma la conciencia del
esfuerzo requerido, del sacrificio, y cuando la faena nos agota y agobia,
entonces la aceptación de este peso y su ofrecimiento a Dios se nos imponen
como una necesidad placentera. La oración se convierte en mediadora nuestra.

Los hombres obligados a duros trabajos suelen rezar antes de iniciar el penoso
esfuerzo. La costumbre, tan generalizada, de bendecir nuestros talleres y
casas, es como un eco lejano de la fe viva en la ayuda divina.

La oración, además, ordena las potencias espirituales enroladas en el trabajo;


la luz divina se derrama en la mente, y no sólo cuando se trata de la actividad
intelectual; la voluntad, desquiciada por el pecado original, vuelve a encontrar
la tendencia natural hacia el bien verdadero. Pero es, sobre todo, en el mundo
de los sentimientos donde la oración ejerce de modo especial su influjo
ordenador.

En el trabajo, en efecto, salen a relucir nuestras pasiones indomadas, la


pereza, el espíritu de comodidad, las impaciencias, la falta de perseverancia,
veleidades, etc.; pero cuando la oración purificadora viene a dominarlos, vuelve
la paz, y el valor cristiano nos hace capaces de vencer las resistencias y
dificultades..

No es posible, pues, llevar a cabo un trabajo constante y plenamente fructífero


y eficaz si no se le asocia a la oración.

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