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Texto A: Aristóteles, Ética Nicomáquea VI 1141a15-25 y X 1177a12-18 (Trad. E.

Sinnott, Buenos Aires: Colihue, 2010)

Es evidente que la sabiduría será la más precisa de las ciencias. El sabio no solo debe conocer, pues, las cosas que
derivan de los principios, sino también captar la verdad respecto de los principios. Así que la sabiduría será intelecto y
ciencia: una ciencia que posee, por decirlo así, lo capital de las cosas más dignas de honor. Pues sería absurdo creer
que la mejor forma de saber es la política o la prudencia, a menos que el hombre sea la cosa más valiosa del universo.

Si la dicha es una actividad de acuerdo con la virtud, bien se entiende que ella sea la actividad de acuerdo con la virtud
más alta, y esta solo puede ser la virtud de la parte óptima del alma. Sea, pues, esa parte del intelecto o alguna otra
que se considere divina que por naturaleza gobierna y huía, y tiene noción acerca de las cosas nobles y divinas, y esto
o por ser ella divina o lo más divino que hay en nosotros, su actividad es teórica.

Texto B: Aristóteles, Ética Nicomáquea X 1178b24-30 y 1177b32-1178a2 (Trad. E. Sinnott, Bs. As.: Colihue, 2010)

[De que la actividad teórica es más valiosa que la práctica] Es indicio también el que los demás animales no participan
en la dicha por estar privados por completo de una actividad de esa índole [teórica]. Pues mientras que la vida toda
de los dioses es feliz, la de los hombres lo es en la medida en que en ellos se da cierto símil de la actividad de esa
índole; y, de los animales, ninguno es dichoso, porque no tomar parte en modo alguno de la teoría.

Y no debemos, como se nos exhorta a hacer, “pensar en cosas humanas porque somos hombres” o “cosas mortales
porque somos mortales”, sino que debemos inmortalizarnos cuanto sea posible, y hacerlo todo por vivir de acuerdo
con lo más valioso que hay en nosotros, pues aunque es pequeño en volumen, supera con mucho a todo lo demás en
capacidad y valor.

Texto C: Aristóteles, Ética Nicomáquea VI 1143b20-1144a10 (Trad. E. Sinnott, Buenos Aires: Colihue, 2010)

La sabiduría no estudia ninguna de las cosas por las que el hombre puede ser dichoso (pues no se refiere a ninguna
forma de generación); por su lado, la prudencia sí lo hace, pero ¿para qué hay necesidad de ella? Si en efecto la
prudencia se refiere a lo que es justo, noble y bueno para el hombre, y esas son las cosas que es propio que el varón
bueno haga, entonces no por conocerlas seremos más aptos para la acción, puesto que las virtudes son hábitos; como
tampoco hay necesidad de conocer, por ejemplo, las cosas a las que se llama “sanas” o “vigorosas” no porque
produzcan la salud o el vigor sino porque derivan del hábito; en efecto, no por poseer la medicina y la gimnástica
seremos más aptos para su ejercicio. […] La prudencia y la sabiduría son necesariamente elegibles por sí mismas, pues
cada una de ellas es virtud de una de las dos partes del alma, y eso aun cuando ninguna de ellas nada produjera. […]
Además, la función específica del hombre se cumple por medio de la prudencia y de la virtud ética, pues la virtud hace
que la meta sea correcta, y la prudencia que lo sean los medios que conducen a ella.

Texto D: Aristóteles, Política I 1253a7-1253a19 y 1325b15-20 (Trad. G. Livov, Bernal: UNQ-Prometeo, 2015)

Es claro por qué el ser humano es un animal político más que cualquier abeja y que cualquier animal gregario. Porque
la naturaleza no hace nada en vano, como decimos, y entre los animales solo el ser humano cuenta con la palabra. La
voz, por cierto, es signo de dolor y placer, por lo cual también cuentan con ella los otros animales -en efecto, su
naturaleza llega hasta poseer la percepción de dolor y de placer y la posibilidad de significarse unos a otros estas
percepciones-, pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, y de este modo también lo justo y lo
injusto. Pues a diferencia de los otros animales, es propio de los seres humanos tener la percepción del bien y del mal,
de lo justo y de lo injusto, entre otras, y la comunidad en tales asuntos constituye la casa y la ciudad-Estado.

Si lo dicho se halla correctamente expresado, y debe considerarse que la felicidad consiste en la acción buena,
entonces la mejor vida es la activa, tanto en común, para el conjunto de la ciudad-Estado, como para el individuo. Pero
la vida activa no necesariamente está orientada hacia otros (tal como creen algunos), ni los únicos pensamientos
prácticos son aquellos que se orientan hacia los resultados de las acciones, sino que lo son mucho más las teorías y los
pensamientos que tienen el fin en sí mismo y que se abordan por sí mismos. Pues el fin es la buena acción, de modo
que también es cierta acción.
Texto E: Guariglia, O., La ética de la virtud, pp. 311-335 (Buenos Aires: Eudeba, 1997)

La comprensión adecuada del criterio de la mayor autarquía a las dos posibles candidatas a constituir la felicidad más
perfecta no deja dudas con respecto a la conclusión que Aristóteles extrae en este capítulo: la vida contemplativa es
la que menos depende tanto de la posesión de bienes externos como de la relación con otros seres humanos para
poder realizarse, razón por la cual es más autárquica y la menos vulnerable a los cambios de la fortuna. […]
Considerados todos los aspectos, me parece imposible negar que la ética de Aristóteles, al menos en su versión más
acabada (como sigo creyendo que es la nicomáquea), carece de unidad y, por lo tanto, de consistencia. En efecto, no
es posible conciliar los dos ideales alternativos de vida, la de la virtud y la de la contemplación, en una única concepción
de felicidad.

Texto F: Aubenque, P. La prudencia en Aristóteles, pp. 63-104 (Buenos Aires: Las cuarenta, 2010)

Aquello que en otra parte era proclamado como una superioridad en sí aparece, desde el punto de vista ético, como
una inferioridad para nosotros: el desinterés es también desapego, la independencia indiferencia y la sutilidad,
torpeza, según el punto de vista desde el cual se lo considere. Estos señalamientos hoy en día son banales y también
lo eran para Aristóteles. ¿Acaso Platón no había subrayado el carácter ridículo del filósofo que vuelve a la caverna, del
pensador genial incapaz de doblar una manta, no había opuesto las bromas de la sirvienta tracia a la sublime
distracción de Tales al caer en un pozo? Pero la intención de Platón en esos pasajes era muy diferente a la de Aristóteles
en el nuestro: se trataba de oponer la superioridad del filósofo frente a la incomprensión de los hombres, mientras
que para Aristóteles los hombres tienen tazón desde su punto de vista. Aristóteles no opone la virtud a la no-virtud,
la ciencia a la ignorancia, sino la virtud más que humana del filósofo a la virtud media -pero que a su modo es una
excelencia- de un hombre cualquiera. […] Aristóteles no sacrifica la sabiduría por la prudencia, y parece encontrar en
ellas dos virtudes complementarias, de las cuales no duda que puedan coexistir en el mismo hombre.

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