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CORRUPCIÓN, CRISIS POLÍTICA Y LA SEGURIDAD

NACIONAL

La corrupción tiene un impacto devastador en el desarrollo político, social y


económico de los países. Afecta la democracia y acentúa las desigualdades,
los estados pierden recursos que deberían destinarse a mejorar las condiciones
de vida y garantizar el pleno ejercicio de los derechos de todos los ciudadanos,
especialmente de los más necesitados.

Para nosotros, la corrupción afecta principalmente a las personas, atenta contra


los derechos fundamentales, socava la democracia, destruye la
institucionalidad democrática, impide la igualdad de oportunidades, el
ejercicio de las libertades y acentúa las desigualdades.

Asimismo, la corrupción es un acto de poder, que tiene, además, una


perspectiva política que implica una alta discrecionalidad para actuar por
encima de los derechos y las expectativas de los demás.

Aunque la denominada corrupción “cotidiana” es la que, casi diariamente,


conocemos y a la que nos vinculamos directa o indirectamente; no debemos
dejar de mirar la corrupción en el sector privado, que ha ido copiando los
modos y estilos del sector público. La corrupción, que está en proceso de
generalización, ha ido debilitando la cohesión social al carcomer
paulatinamente un conjunto de valores importantes en la sociedad, llegando al
extremo de la existencia de altos niveles de desconfianza.

No dejaremos de mencionar que el contexto en el que nos encontramos


actualmente, presenta características especiales en torno a la problemática de
la corrupción. Así, hoy existe un desbalance entre los actores anticorrupción, el
poder económico transnacional que busca la apertura de mercados
sumamente flexibles, y un Estado que abdica en sus mecanismos de regulación
y control; tornándose más ineficaz para el interés público.

La corrupción en el Perú va en aumento al tiempo que su economía crece. Se


manifiesta en su forma tradicional, por ejemplo mediante sobornos a
funcionarios públicos para apurar trámites de licencias y permisos. Y también,
crecientemente, en maneras más sofisticadas, tal como el cabildeo interesado
por parte de grupos económicos o individuos con acceso privilegiado y a la vez
excluyente a los circuitos del poder público, que por lo común surgen cuando
impera en la economía un régimen de mercado libre.

Los nexos públicos-privados que se han tejido en los últimos años revelan una
actitud hacia la corrupción que piadosamente se podría calificar como de
“negligencia benigna.” Unidos a ellos una sociedad civil esencialmente
desarticulada, una larga tradición de impunidad y justicias irredentas, y el
lánguido cultivo de actitudes y valores que privilegian el bien colectivo, para
contar con los ingredientes que aseguran la presencia de la corrupción en el
futuro, y en continuo aumento.
Ahora bien, nada de esto augura una catástrofe inminente. Mientras el sector
privado siga haciendo dinero y satisfecho con la alícuota de rentas e ingresos
que se derivan a los funcionarios públicos, y mientras los índices de pobreza
continúen reduciéndose, el país puede en teoría asumir los costos de la
corrupción sin que estos constituyan impedimentos graves en la ruta hacia la
“modernización” económica que se ha trazado desde el fracaso de las políticas
intervencionistas de antaño.

Con todo esto, es importante recalcar que los nexos públicos-privados operan
sobre un contexto signado por una alarmante inestabilidad. La inestabilidad es
la impronta del país, manifestada en todas sus esferas política, económica y
social. Este es el factor que puede alterar todos los cálculos y propiciar crisis que
pueden surgir a partir de eventos en cualquiera de las esferas y que alteran los
equilibrios y acuerdos que los nexos pretenden forjar.

El entorno ha sido propicio para el desarrollo del sector privado del Perú pero no
necesariamente para su desarrollo social, entendido este último de una manera
holística que da cabida a activos intangibles como la ética y la eficacia de
instituciones públicas que son importantes por apuntalar el capital social de un
país. El problema se agrava porque, como repetidamente se ha mencionado,
los organismos de la sociedad civil peruana todavía acusan debilidades que
limitan su influencia en el debate sobre la corrupción. El campo entonces queda
libre para el actuar de un sector privado que desde hace 25 años se ha venido
fortaleciendo mucho más que el estado y que, consecuentemente, puede
fácilmente desbordar los límites que toda acción pública reguladora debe
imponer, influyendo de este modo la esfera pública para lograr fines alejados
del bien común.

La seguridad nacional es otro concepto difícil de definir. No existe una definición


uniforme y unívoca que se haya mantenido en el tiempo. Es un concepto que
ha evolucionado desde el fin de la Guerra Fría, cuando estaba vinculada a la
defensa del Estado-Nación, hasta iniciado el siglo XXI donde en un contexto
globalizado de continua integración de las economías surgen nuevas
amenazas en el mundo y se hace necesaria su reconceptualización. La
seguridad nacional se estructura entonces como una noción que abarca no
solo la defensa del Estado entendida como amenazas militares del exterior, sino
más bien como un concepto integral que contempla también los peligros y/o
riesgos que surgen al interior del Estado. Esta nueva concepción adquiere en la
actualidad un alcance multidimensional.

Asimismo, seguridad nacional actúa muchas veces como límites de derechos


fundamentales, bajo el argumento de haber amenazas a la seguridad nacional
del Estado estos dictan estados de excepción en que se suspenden ciertos
derechos fundamentales y los Estados dictan medias extraordinarias bajo el
argumento de protección de la seguridad nacional.
LA LABOR DEL ARQUITECTO

Los arquitectos somos un agente necesario para la sociedad, ésta nos confía
la edificación y construcción de las instituciones del hombre: colegios,
viviendas, museos, bibliotecas, bancos, universidades, etc. que conforman en
mejor o peor grado cualquier asentamiento humano.

Esta relación, heredada de otros momentos de la profesión, ya no basta, no nos


debe bastar, la sociedad, en la que, obviamente, estamos incluidos… demanda
cada vez más otro tipo de relaciones más participativas y las iniciativas urbanas
y colectivas van ganando terreno y mostrándonos otra manera de ejercer o
entender la profesión; quizás debido a las circunstancias socio-económicas
actuales, o a una evolución de la profesión que ha agotado el modelo actual
de trabajo, o su relación con él.

Las cada vez más inseparables, inevitables e indispensables redes sociales no


han hecho si no aflorar y acrecentar esas relaciones que, de vuelta a la calle, a
su realidad física, han cristalizado todos esos anhelos virtuales en nuevas
acciones. El cómo canalizar todo eso a través de la arquitectura es algo que
poco a poco se irá decantando, pero no cabe duda que es un instrumento
poderoso de convocatoria, de difusión y de relación. Son nuevos y accesibles
modos de publicación y difusión de trabajos e ideas, en los que se tratan de
igual a igual todas las ideas; quizás por ello la reflexión y la crítica son actos que
deben ejercerse y afinarse.

Las sociedades evolucionan tras las crisis, no suele ser común que lo hagan por
su propia naturaleza, necesitan revulsivos y hartazgos, o empachos como el que
hemos pasado, para ver, o para que nos hagan ver, las cosas de otra manera.

Las activas y cada vez más generalizadas acciones urbanas o de colectivos, o


jornadas como estas en torno a la arquitectura, no se derivan solo de la falta de
encargos, ya sean públicos, privados o concursos, sino que son consecuencia
de una nueva sensibilidad social hacia los temas urbanos, de nuevos usos de la
ciudad y sus espacios, y de inquietudes sobre el estado de nuestra profesión.

Por otro lado las iniciativas de carácter urbano, con la rehabilitación de usos y
espacios, construidos o abiertos, surgen como si de repente nos hubiéramos
dado cuenta de que la ciudad “es” realmente nuestra y que la podemos usar.
En la que han de insertarse y ocupar nuevos y viejos espacios que acojan todas
estas iniciativas. Bienvenidas sean todas ellas que ayudan a rehabilitar y
regenerar mentes y espacios.

La palabra arquitecto, proveniente del latín, architectus, y este a su vez del


griego architekton (archi: principal o jefe y tekton: obra, o sea jefe de obra o
maestro de obras), que según la real academia española es, sencillamente y en
una frase, aquella “Persona que profesa o ejerce la arquitectura”. Hasta aquí
claro y limpio.
Una segunda, arquitectura, del latín architectūra, definida como el “Arte de
proyectar y construir edificios”. Así, sin más, en dos fases consecutivas, proyectar
y construir; lo que la convierte inmediatamente en un acto cuasi indivisible. No
dice proyectar “o” construir, si no proyectar “y” construir. Un arte, pues así lo
dice, compuesto por dos partes con una finalidad, construir, pero que une a una
fase previa, proyectar.

Un proyecto es un proceso y eso es en lo que estamos. Un proceso constante


de regeneración. La arquitectura es un proceso tan completo como complejo.
Hay tantas arquitecturas como arquitectos y definir una única arquitectura es
una tarea fútil y estéril. Hablar de arquitectura es adentrarse en un quehacer, en
una profesión que es tanto un modo de ver las cosas como un modo de hacer
las cosas. Hace falta una ética del trabajo.

Kahn, que tanto juego da en esto de hablar de arquitectura, pronunciaba en


su ya famosa conferencia en el Politécnico de Milán, de 1967, una de sus
famosas sentencias: ”Ante todo debo decir que la arquitectura no existe, existe
el trabajo de arquitectura”.

El proyecto de arquitectura es, inevitablemente, un proceso personal, diríamos


que íntimo, en el que se dan cita todas aquellas cosas que con la madurez se
van adquiriendo. Toda creación es un acto de intimidad, es un acto solitario,
individual, cualquier acto de creación, cualquier acto de comprensión lo es.
Todo sentimiento es individual.

En el fondo se trata de la búsqueda de una nueva aproximación emocional a


la arquitectura, y por extensión de la profesión, en respuesta a las dificultades,
la degradación y la manipulación de la escena arquitectónica actual. Se trata
de operar a nivel emocional frente a arquitecturas que operan en el campo
meramente material, o directamente sin discurso, vacías de contenido;
arquitecturas que no dicen nada frente a aquellas en las que la emoción de su
creación expone su realidad. La percepción directa del espacio, de su
construcción, es la emoción de la arquitectura.

Un trabajo de arquitectura comprende una ética. Una ética que se debe al


proceso mismo y a su modo de hacerse. El tiempo, y por ende la madurez, forjan
un pensamiento, que destila los intereses, las afinidades y las necesidades, y
afina el modo de ver las cosas, delimitando maneras de hacer.

Si pensamos en los grandes cambios socioeconómicos, políticos, culturales,


psíquicos, etc., que sufre nuestra civilización, y en los hechos anormales tales
como el antinatural y desenfrenado crecimiento demográfico con un nuevo
tipo del hombre desequilibrado, materialista y egocéntrico, que por su vacío
interno deja su pueblo natal, de donde migra para buscar una mejor calidad
de vida en las grandes ciudades, destruyendo con este movimiento la
estructura, forma y tamaño de éstas, y convirtiéndolas en unas caóticas, feas, e
inhumanas aglomeraciones donde es imposible llevar una vida digna y noble,
uno se dará cuenta de la gran importancia de este fenómeno y de la gran
responsabilidad que recae en los hombres que, por su profesión, tienen que
resolver tal problema, el cual, por su complejidad nunca experimentada, exige
hombres con un conocimiento muchísimo más competo que el que las
Universidades y Escuelas Superiores de Arquitectura se puede dar.
Tomando en consideración la anormal y desenfrenada expansión demográfica
que significa de aumentar de la población mundial en los próximos 40 años, la
exagerada materialista “filosofía del mundo y de la vida”, y la fiebre de
migraciones desde el campo hacia las grandes ciudades del hombre
contemporáneo, son temas que nos demanda hacer preguntas como: ¿qué
puede acertar con la solución ideales los nuevos asentamientos humanos que
la especial naturaleza del hombre exige?, ¿ cómo podemos en estas
circunstancias salvar nuestras ciudades históricas, sus bellezas, con sus tamaños
de escala humana y los valores culturales que poseen?, ¿ y cómo distribuir y
dirigir esta gran masa en unos asentamientos humanos en tan corto espacio de
tiempo, para que esto cumplan los requisitos no sólo técnicos, sino también
humanos, que nuestra naturaleza psicosomática exige?. ¿Qué es lo que vamos
a sacrificar en esta encrucijada, el hombre, al que con nuestras soluciones
superficiales y cómodas estamos actualmente olvidando, o tomaremos sus
justas necesidades como nuestra medida, para nuestras actividades y
buscaremos soluciones ideales a toda costa, esperando con ello llevar felicidad
y alegría de vivir a nuestros hijos?
Estas son las preguntas a las que un arquitecto, si quiere cumplir con su deber
ejerciendo su profesión tiene que enfrentarse y tener la preparación y
capacidad para resolverlas.

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