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NACIONAL
Los nexos públicos-privados que se han tejido en los últimos años revelan una
actitud hacia la corrupción que piadosamente se podría calificar como de
“negligencia benigna.” Unidos a ellos una sociedad civil esencialmente
desarticulada, una larga tradición de impunidad y justicias irredentas, y el
lánguido cultivo de actitudes y valores que privilegian el bien colectivo, para
contar con los ingredientes que aseguran la presencia de la corrupción en el
futuro, y en continuo aumento.
Ahora bien, nada de esto augura una catástrofe inminente. Mientras el sector
privado siga haciendo dinero y satisfecho con la alícuota de rentas e ingresos
que se derivan a los funcionarios públicos, y mientras los índices de pobreza
continúen reduciéndose, el país puede en teoría asumir los costos de la
corrupción sin que estos constituyan impedimentos graves en la ruta hacia la
“modernización” económica que se ha trazado desde el fracaso de las políticas
intervencionistas de antaño.
Con todo esto, es importante recalcar que los nexos públicos-privados operan
sobre un contexto signado por una alarmante inestabilidad. La inestabilidad es
la impronta del país, manifestada en todas sus esferas política, económica y
social. Este es el factor que puede alterar todos los cálculos y propiciar crisis que
pueden surgir a partir de eventos en cualquiera de las esferas y que alteran los
equilibrios y acuerdos que los nexos pretenden forjar.
El entorno ha sido propicio para el desarrollo del sector privado del Perú pero no
necesariamente para su desarrollo social, entendido este último de una manera
holística que da cabida a activos intangibles como la ética y la eficacia de
instituciones públicas que son importantes por apuntalar el capital social de un
país. El problema se agrava porque, como repetidamente se ha mencionado,
los organismos de la sociedad civil peruana todavía acusan debilidades que
limitan su influencia en el debate sobre la corrupción. El campo entonces queda
libre para el actuar de un sector privado que desde hace 25 años se ha venido
fortaleciendo mucho más que el estado y que, consecuentemente, puede
fácilmente desbordar los límites que toda acción pública reguladora debe
imponer, influyendo de este modo la esfera pública para lograr fines alejados
del bien común.
Los arquitectos somos un agente necesario para la sociedad, ésta nos confía
la edificación y construcción de las instituciones del hombre: colegios,
viviendas, museos, bibliotecas, bancos, universidades, etc. que conforman en
mejor o peor grado cualquier asentamiento humano.
Las sociedades evolucionan tras las crisis, no suele ser común que lo hagan por
su propia naturaleza, necesitan revulsivos y hartazgos, o empachos como el que
hemos pasado, para ver, o para que nos hagan ver, las cosas de otra manera.
Por otro lado las iniciativas de carácter urbano, con la rehabilitación de usos y
espacios, construidos o abiertos, surgen como si de repente nos hubiéramos
dado cuenta de que la ciudad “es” realmente nuestra y que la podemos usar.
En la que han de insertarse y ocupar nuevos y viejos espacios que acojan todas
estas iniciativas. Bienvenidas sean todas ellas que ayudan a rehabilitar y
regenerar mentes y espacios.