El fundamentalismo religioso ha sido uno de los elementos que ha impedido el
éxito de tratados y acuerdos, que se dieron durante la década de los 90,
Animados por los diferentes discursos religiosos a partir de los cuales cada uno de los agentes justifica su postura, lograron influir en las políticas no solo alegando el derecho a la posesión de la totalidad de la tierra, sino también acudiendo al uso de la violencia como medio de cohesión y movilización social. Se pudo ver la forma como dichos agentes, han sido los encargados de construir en parte a las sociedades y dirigir a las comunidades hacia sus propósitos, por medio de discursos, que fueron empleados como socialización de reglas, conforme a las cuales ordenan y validan sus acciones con fundamentos en argumentos religiosos, que los llevan a hablar o actuar en nombre de Dios, sin reconocer contradictores válidos. La violación sistemática de derechos humanos en países con regímenes identificados como fundamentalistas islámicos suele reducirse -en los ‘análisis’ de los medios de comunicación o las conversaciones de café- a un problema de integrismo religioso, que de alguna manera establece una brecha de civilización y tolerancia entre “el mundo islámico” y las sociedades occidentales, de raíz cristiana, aunque fuertemente secularizadas. Lo he comprobado con el aberrante caso reciente de Arabia Saudí. Es evidente que en dichos países se tortura, persigue y asesina en nombre de la fe, en este caso islámica, como es evidente que la concepción oficial que predican de esa fe es un rosario (con perdón) dogmático de odios y exclusión.
Pero el problema de la instauración de auténticos regímenes del terror en estos
países no tiene que ver con que “el mundo islámico” sea así. No sólo porque esa generalización sea injusta (que en parte lo es, puesto que hay muchas y muy diversas manifestaciones de la fe islámica, aunque cabe preguntarse si la religión islámica -como el resto de religiones digamos institucionalizadas- es intrínsecamente proclive a la persecución de lo que entienden “disidente” o contrario a su doctrina), sino, sobre todo, porque dejarlo ahí es plantear una lectura poco rigurosa y crítica con las relaciones de poder del mundo en que vivimos. Sin embargo, si es eso ocurre y pasa sin pena ni gloria en cuanto a reacciones internacionales, es porque el poder real político y económico en Arabia Saudí se vale de la inspiración religiosa para desplegar sus mecanismos de control sobre su sociedad. Se trata de una dictadura sanguinaria que, como todas, despliega todo un entramado institucional basado en el miedo y la amenaza para someter al pueblo a los intereses económicos de su oligarquía. La familia real saudí es la punta de una pirámide de negocios suculentos, como bien saben las grandes empresas españolas, nuestra propia familia real o hasta Felipe González. Hay muchos intereses en juego, y como en este caso van en la misma dirección que los intereses económicos de quienes gobiernan nuestras vidas y de quienes generan las corrientes de opinión hegemónicas en los medios, la coacción y el crimen de Estado del fundamentalismo saudí no sólo no merecen airadas condenas públicas o decisiones diplomáticas de calado, sino que son males menores, pequeños daños colaterales, para que el mundo siga andando y sus cuentas corrientes y abultados patrimonios y carteras de inversión, engordando. Las sociedades occidentales han vivido un proceso de secularización que no ha surgido de la nada: es fruto de una trayectoria histórica entroncada con los valores de la Ilustración y forjada con luchas de todo tipo en favor de la mayoría social. El laicismo no es sólo la reivindicación de la ausencia de imposiciones de ninguna moral particular en la esfera pública, es el compromiso contra las injerencias de intereses de parte sobre el interés general. El cinismo en que vivimos inmersos alcanza cotas vergonzosas cuando los poderes económicos europeos (la banca alemana y su teatro de títeres), los gobiernos de la UE y todo el poderío económico, militar y geopolítico que supone Estados Unidos, alientan y promueven expresiones del fundamentalismo islámico que son en verdad instrumentos para el despliegue de planes que poco tienen que ver con lo religioso, planes que además de paso impiden -por el fomento que hacen del auge del fundamentalismo- que el avance de movimientos y corrientes de opinión progresistas y laicistas en esos países sea perseguido e imposibilitado.
Porque las expresiones de las organizaciones formales de las tres grandes
religiones monoteístas y sus jerarquías siempre tenderán al fundamentalismo; y siempre han corrido parejas al despliegue de poder económico y político al servicio de intereses particulares muy concretos que no son coincidentes con los intereses generales. Si de estas jerarquías dependiese, el mundo sería estrecho y monocolor, sometido a su exclusiva interpretación. ¿Cuáles son las causas de estas tensiones? el hecho de que existan contradicciones entre los descubrimientos científicos y las doctrinas religiosas específicas no sería una de las causas. Estas contradicciones se han dado muchas veces a lo largo de la historia, y generalmente el conocimiento científico ha terminado siendo adoptado por las personas con mayor visión entre los grupos religiosos. Pero si el conflicto entre conocimiento científico y creencias religiosas no ha sido tan importante en sí mismo, al menos hay cuatro fuentes de tensión entre ciencia y religión que sí que han sido relevantes. La primera de ellas es el hecho de que la religión haya tomado gran parte de su fuerza de la observación de fenómenos misteriosos como los terremotos, las enfermedades, los truenos, etc, que parecerían requerir para su existencia de la intervención de algún ser divino. A medida que el tiempo ha ido pasando, esos misterios se han ido explicando desde una perspectiva cada vez más naturalista. Evidentemente, la ciencia no ha podido explicar todo ni podrá hacerlo nunca. El ser humano ha pasado de considerarse un actor creado por Dios para desempeñar su papel en un gran drama cósmico de pecado y salvación a tener que aceptar que nuestro hogar, la Tierra, es tan sólo otro planeta más que gira alrededor del sol; que nuestro sol es tan sólo una estrella entre cientos de miles de millones de estrellas de una galaxia que, además, está entre miles de millones de galaxias visibles. Otro descubrimiento importante, y que también cambiaría el concepto que teníamos de nosotros mismos, fue el realizado por Charles Darwin, que señaló que el ser humano es un producto de la evolución a partir de animales que nos precedieron. Es decir, que no existe un plan divino que explique la existencia de la humanidad. Una tercera fuente de tensión entre ciencia y religión ha sido más revelante para la cultura islámica que para la cristiandad. Alrededor de 1100, el filósofo sufí Abu Hamid al-Ghazzali argumentó en contra de la idea de las leyes de la naturaleza. Siendo como fue el filósofo islámico más influyente, sus ideas ayudaron a que el islam rechazara la ciencia. Un reflejo de este rechazo fue la quema de todos los textos médicos y científicos llevada a cabo en Córdoba en 1194.
En ciencia no hay profetas infalibles
La cuarta fuente de tensión entre ciencia y religión es la siguiente: las religiones tradicionales se basan en la autoridad, representada por un líder infalible (un profeta, un Papa, un Imán) o por un texto sagrado, como la Biblia o el Corán. Los científicos se apoyan también en autoridades, pero de otra índole. Si quiero comprender la teoría de la relatividad, buscaré información escrita por un experto. Pero siempre sé que dicho experto podría estar equivocado. Para los científicos, ni siquiera los héroes de la ciencia, como Einstein, son considerados como profetas infalibles. Weinberg señala que su propósito no es argumentar que el declive de las creencias religiosas sea algo bueno (aunque el físico piensa que sí lo es), sino más bien explicar las razones que han llevado a la pérdida de la fe en los últimos tiempos. Señala asimismo que hay que tener mucho cuidado con los sustitutos de la fe: regímenes que rechazaban la religión cometieron grandes atrocidades con la población, como la Alemania nazi o la Rusia de Stalin. Finalmente, Weinberg apunta que no diría que es fácil vivir sin Dios y que la ciencia es lo único que se necesita. Porque, por más que se avance en el estudio de la naturaleza, los científicos son conscientes de que nunca podrán alcanzar el fondo final de las cosas. Para ayudar a aceptar este hecho, el físico propone la ayuda del humor, de los placeres sencillos de la vida y del placer del arte. Según Weinberg, “podríamos estar tristes porque no se escriba más poesía religiosa en el futuro… pero, por supuesto, se podrá también escribir buena poesía en adelante sin la religión”. En definitiva, señala el físico, no debemos preocuparnos con que la superación de la religión conduzca a una decadencia moral porque muchas personas no religiosas han vivido vidas moralmente ejemplares.