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TRIDUO PASCUAL
Y
TIEMPO DE PASCUA
Jesús A. Hermosilla
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TRIDUO PASCUAL
Y
TIEMPO DE PASCUA
PRESENTACIÓN
LA SEMANA SANTA
¿Qué es la Semana Santa? La semana que va desde el Domingo de
Ramos hasta el Domingo de Pascua de Resurrección. Incluye los
últimos días de la Cuaresma (Domingo de Ramos, lunes santo,
martes santo, miércoles santo y la mañana del jueves santo) y el
Triduo pascual (desde el jueves santo por la tarde al domingo).
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Ya el título nos indica
el doble motivo celebrativo de hoy. Entrar en la ciudad: En la
primera parte de la celebración, hacemos memoria, con la procesión
de los ramos, de la entrada de Jesús en Jerusalén. La Iglesia nos ha
invitado a todos, durante la cuaresma, a volver a la ciudad, a entrar
en la casa (Iglesia); el pecado nos había alejado, la gracia cuaresmal
ha suscitado en nosotros el deseo de volver a la casa paterna. Y
ahora, reconciliados con Dios y unidos a todos nuestros hermanos,
acompañamos a Jesús a Jerusalén. Entramos con él.
Para morir con Él: Ahora no podemos ser meros espectadores que,
a lo sumo, aplauden y vitorean al Maestro. Ahora estamos
llamados a acompañarle en la muerte y en la resurrección. La
Liturgia de la palabra de este domingo nos ofrece una vista
panorámica de lo que vamos a celebrar esta semana que llamamos
“santa” (santa porque nos quiere santificar): la Pascua de Nuestro
Señor, su paso de la muerte a la gloria, su fracaso humillante y su
triunfo glorioso.
El tercero de los Cantos del Siervo de Dios, del Libro del profeta
Isaías, nos presenta a un hombre atento al mensaje de Dios y
dispuesto a ponerlo en práctica; esta fidelidad le lleva a soportar
humillaciones y torturas, seguro de que Dios está con él y le dará
éxito. Esta certeza y fortaleza le lleva también a dar palabras de
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EL TRIDUO PASCUAL
La liturgia católica llama triduo pascual a los tres días santos de la
pasión, muerte, sepultura y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Va desde el jueves santo por la tarde-noche hasta el domingo de
Resurrección por la tarde-noche. El Triduo pascual es el centro del año
litúrgico. Son tres días celebrados como un solo día. A lo largo de ellos
vamos celebrando y contemplando todo el misterio pascual de Jesucristo,
desde la última cena hasta su resurrección y primeras apariciones a los
discípulos, pasando por su oración en el Huerto, su prendimiento,
condena, via crucis, muerte en la cruz y sepultura. La palabra que
resume todo es entrega. Y decir entrega es lo mismo que decir amor.
Entrega por amor para que el mundo pueda tener vida, Vida eterna. Hago a
continuación un breve comentario a las celebraciones de cada día,
especialmente a la liturgia de la Palabra.
[Antes de entrar en el contenido del Triduo, veamos una breve referencia a
la celebración que tiene lugar el jueves santo por la mañana en la catedral
de cada diócesis, presidida por el obispo y concelebrada por el presbiterio
diocesano. Se trata de la llamada Misa crismal; el nombre le viene de
que, en el transcurso de esa celebración, se consagra el santo crisma, que
se usará para ungir a los recién bautizados, administrar la confirmación,
ungir a los que son ordenados y también en la consagración de altares, y se
bendicen los óleos de los catecúmenos y de los enfermos. Además, en
esta celebración, los presbíteros renuevan las promesas que hicieron el
día de su ordenación. La Misa crismal es una de las expresiones
litúrgicas más destacadas de la Iglesia local o diócesis, compuesta por el
obispo con su presbiterio y todo el pueblo de Dios, que ha participado
también en el sacerdocio de Cristo por el bautismo.]
Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó
hasta el extremo
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salvación del mundo, venid a adorarlo” y por tres veces toda la asamblea
se arrodilla y adora en silencio. Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo: en él está nuestra salvación, vida y
resurrección, él nos ha salvado y libertado. Después, cada fiel va pasando
en procesión ante la cruz y la venera por medio de una genuflexión (“al
nombre de Jesús toda rodilla se doble”), una inclinación u otro signo de
afecto. Mientras tanto, cantamos “tu cruz adoramos, Señor, y tu santa
resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la alegría
al mundo entero”.
La tercera parte, de la celebración del Viernes santo, es la
distribución de la sagrada comunión con las hostias consagradas en la
Misa de la Cena del Señor del jueves santo. Jesús, que entregó toda su
vida, hasta la última gota de sangre, en la cruz, se nos entrega ahora como
alimento de vida eterna y prenda de resurrección. Él es el Cordero
pascual entregado en sacrificio para quitar los pecados del mundo. Al
igual que el jueves, la celebración concluye en silencio, sin bendición,
como para indicarnos que el Triduo es como un solo día, como una única
celebración del misterio pascual. Antes, el presidente hace una oración
sobre el pueblo en la que pide que “venga sobre él tu perdón, concédele tu
consuelo, acrecienta su fe y consolidad en él la redención eterna”.
El sábado santo la Iglesia permanece en silencio junto al sepulcro,
unida a María. No hay celebraciones sacramentales (salvo la penitencia y
unción de enfermos en caso de emergencia). Únicamente mantiene el
ritmo del día la Liturgia de las Horas. A medida que avanza la jornada,
crece en intensidad la espera de la Resurrección del Señor.
¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha
resucitado
El Triduo pascual tiene su momento culminante y más intenso en la
celebración de la Vigilia pascual durante la noche del sábado al
domingo. “La Iglesia invita a todos sus hijos, diseminados por el mundo, a
que se reúnan para velar en oración”. La celebración de la Vigilia
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poder santificante del agua. “Que esta agua reciba, por el Espíritu Santo, la
gracia de tu Unigénito, para que el hombre, creado a tu imagen y limpio en
el bautismo, muera al hombre viejo y renazca, como niño, a nueva vida
por el agua y el Espíritu”. Después, cada bautizando adulto, o los padres y
padrinos en el caso del bautismo de niños, hace su renuncia al diablo y su
profesión de fe y es bautizado y confirmado.
Uno de los objetivos de la cuaresma era prepararnos para renovar las
promesas bautismales. En esta noche santa, con la vela encendida en la
mano, se nos invita a renovar “las promesas del santo bautismo, con las
que en otro tiempo renunciamos a Satanás y a sus obras y prometimos
servir fielmente a Dios en la santa Iglesia católica”. Si con toda sinceridad
y con contrición intensa renunciáramos esta noche al pecado,
recuperaríamos la santidad, no sólo la que se nos dio en el bautismo, sino
la que deberíamos tener de haber sido fieles a todas las gracias de Dios a
lo largo de la vida. La renuncia al pecado va seguida de la profesión de
fe en cada una de las Personas de la Santísima Trinidad, la Iglesia
católica, comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección
de la carne y la vida eterna. Profesar la fe es hacer consciente la relación
íntima, de comunión, que estamos llamados a vivir con cada una de las
divinas personas. Concluye la renovación de las promesas bautismales con
la aspersión del agua bendita sobre cada uno de los fieles, agua que lava,
agua que sacia, agua que une, agua que da fecundidad.
La última parte de la vigilia pascual es la Liturgia eucarística. Aunque
sea, tal vez, la más breve, es la más importante. Si bien el Resucitado ha
estado ya presente en la comunidad reunida, en la Palabra proclamada, en
los sacramentos de iniciación y en el sacerdote que preside, es ahora, en la
liturgia eucarística, cuando se nos muestra en todo su esplendor, en el
Pan partido y en la Sangre derramada. “Él es el verdadero cordero que
quitó el pecado del mundo, muriendo destruyó nuestra muerte y
resucitando restauró la vida” (prefacio). Celebramos la Eucaristía en la que
alcanza su culmen el Triduo pascual. No recordamos simplemente la
pasión, muerte, sepultura y resurrección de alguien lejano. Él está aquí,
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La Iglesia nos invita a meditar la pasión del Señor. Para ello, podemos
leer los relatos de la Pasión que encontramos en los cuatro evangelios. La
Pasión nos muestra sobre todo el amor tan grande que Cristo nos tiene. La
pasión nos ayuda a comprender un poco la maldad del pecado, de
cualquier pecado. El ejemplo de Jesús en su pasión nos dice cómo hay
que conducirse en los momentos de cruz. Él es el guía que nos ha dado
ejemplo para que sigamos sus huellas.
Dedicamos esta meditación a escuchar y reflexionar las últimas
palabras de Jesús antes de morir: las siete palabras que pronunció desde
la cruz. Esas palabras resumen de algún modo todo lo que Jesús predicó y
vivió; para nosotros son también luz en el camino de la vida,
especialmente en los momentos de cruz.
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen
Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso
Mujer: he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu madre
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Tengo sed
Todo está cumplido
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
1. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34)
Muchas veces Jesús había anunciado la buena nueva del perdón de Dios.
Ahora en la cruz resuena también la buena noticia del perdón.
Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón del Padre para los que
lo han entregado a la muerte, y por tanto también para todos nosotros.
1
Estas reflexiones son resumen de unas catequesis que Juan Pablo II pronunció en
noviembre y diciembre de 1988.
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En este don hecho a Juan y, en él, a los seguidores de Cristo y a todos los
hombres, hay como una culminación del don que Jesús hace de Sí
mismo a la humanidad con su muerte en cruz. Jesús, en su pasión, se ha
visto despojado de todo. En el Calvario le queda su Madre; con un gesto
de desasimiento supremo, la entrega también al mundo entero.
Se trata ciertamente de una maternidad espiritual, que se realiza según
la tradición cristiana y la doctrina de la Iglesia, en el orden de la gracia.
Se trata de sentir a María como Madre y de tratarla como Madre,
dejándola que nos forme en la verdadera docilidad a Dios, en la verdadera
unión con Cristo, y en la caridad verdadera con el prójimo.
'Ahí tienes a tu madre'" (Jn 19, 27). Dirigiéndose al discípulo, Jesús le pide
expresamente que se comporte con María como un hijo con su madre.
Al amor materno de María deberá corresponder un amor filial. Se le invita
a que la ame verdaderamente como madre propia. Es como si Jesús dijera:
"Ámala como la he amado yo".
Jesús funda con esas palabras suyas el culto mariano de la Iglesia, a la
que hace entender, por medio de Juan, su voluntad de que María reciba un
sincero amor filial por parte de todo discípulo. El Evangelista concluye
diciendo que "desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,
27). Esto significa que el discípulo respondió inmediatamente a la
voluntad de Jesús. Toda vida cristiana debe ofrecer un "espacio" a
María, no puede prescindir de su presencia.
4. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,
34)
Dicen los evangelios que Jesús, estando clavado en la cruz, gritó dos
veces. El primer grito manifiesta los sentimientos de desolación y
abandono expresados por Jesús con las primeras palabras del Salmo 21/22:
"A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: 'Eloi, Eloi, lema sabactani?' -
que quiere decir-, '¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?'"
(Mc 15, 34; cf. Mt 27, 46).
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CRISTO Y EL PADRE
“Las santas Escrituras nos dicen que Cristo procede del Padre, está en el
Padre y con el Padre, que actúa por el Padre y para el Padre y que también
bajo el Padre. Procede del Padre por su inefable nacimiento, está en el
Padre por su unión consustancial y con el Padre por su idéntica majestad.
Todo esto es eterno. Ahora bien, si nace del Padre, ¿qué implica estar en el
Padre o con el Padre? Podríamos decir que reposa en el Padre y se sienta
con el Padre. Y voy a explicaros este reposar y compartir el trono. Estar
sentado es signo de majestad y compartir la sede indica poseer idéntica
dignidad, particularmente cuando se dice que está sentado a la derecha del
Padre y no a sus pies ni detrás de él (…) Y dejando intacta la unidad
indivisible de la esencia, podemos tal vez hacer alguna distinción entre la
igualdad de su gloria y su unidad sustancial, la misma que puede existir
entre reposar y sentarse junto al Padre (…)
El Hijo nos dice: <Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí> (Jn 14, 10).
Imposible expresar con más claridad su unidad sustancial. Si cada uno está
en el otro, es imposible imaginar algo distinto fuera o dentro de ellos:
tenemos que aceptar la más absoluta unidad sustancial entre ambos. Algo
semejante nos quiere decir aquella otra frase: <quien permanece en el
amor permanece en Dios y Dios con él> (1Jn 4, 16). Aquí se trata más
bien de una unión espiritual y no de una misma cosa o una misma
sustancia. Allí, en cambio, se expresa claramente la unidad natural y
sustancial; por eso, leemos en el evangelio: <el Padre y yo somos uno> (Jn
10, 30) (…)
Cuando se dice que es enviado por el Padre, lo vemos como un peregrino
y pensamos en su adviento, que con su gracia lo celebraremos muy en
breve. Él nos ha dicho: <vine y estoy aquí de parte de Dios> (Jn 8, 42).
Apareció en el mundo y vivió entre los hombres, estuvo entre nosotros y
no lo conocimos, fue verdadero Emmanuel o Dios con nosotros y uno de
nosotros. Pero vivía para el Padre. Estuvo con nosotros, ayudándonos, y
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EL TIEMPO PASCUAL
. El llamado tiempo o cincuentena pascual comprende cincuenta días,
celebrados como un solo día, como una sola fiesta: comienza el domingo
de la Pascua de Resurrección y culmina el día de Pentecostés.
Podemos señalar en él diversas etapas celebrativas. Está, en primer lugar
la octava, con una intensidad especial. Abarca del domingo de
resurrección al segundo domingo de pascua, llamado ahora domingo de la
divina misericordia. Durante estos días, en la Eucaristía, se canta el Gloria
y, en el evangelio, vamos escuchando las diversas apariciones de Jesús a
sus discípulos.
Siguen las otras semanas de Pascua, hasta la Ascensión, celebrada ahora el
domingo séptimo de pascua, solemnidad que proclama la plena
glorificación de la humanidad de Cristo, constituido Señor. Los últimos
días (diez) o última semana, nos mantienen centrados en la expectativa del
Espíritu Santo, promesa de Cristo. El cuarto domingo de pascua es
conocido como el domingo del Buen Pastor y en él ha sido instituida la
Jornada de oración por las vocaciones. Pentecostés es el último día de
Pascua. Cristo resucitado nos da su Espíritu, su don por excelencia.
. El centro del tiempo pascual es Cristo Resucitado. Cristo muerto y
resucitado es el núcleo del kerigma que proclama la Iglesia. La pasión de
Cristo se orienta hacia la resurrección. Los anuncios de pasión incluyen la
resurrección. Por su resurrección y ascensión, Cristo ha sido glorificado en
su humanidad. La humanidad de Cristo participa de la gloria del Padre.
Los apóstoles no acaban de creer y entender lo sucedido. Sólo después de
verle y especialmente después de Pentecostés, empezarán a entender. Así,
nosotros, necesitamos "ver" al Señor, es decir, hacer la experiencia de
encuentro con Él, recibir su Espíritu, para entender un poco qué es la
resurrección de Jesús.
La resurrección es el triunfo de Cristo sobre el pecado, la muerte y el
demonio. Su humanidad tiene el poder sobre la historia y el mundo. Cristo
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sentirme bien o por costumbre, sin darme cuenta de que tú estabas ahí
queriendo darme un abrazo personal.
Gracias, Señor, por haberme hecho despertar. Gracias por esos momentos
especiales en que tomé conciencia de Quién eres y del amor con que me
amas. Gracias, Señor, por aquel día en que experimenté e hice mías las
palabras del apóstol: “me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Desde
entonces sé que me amas y te entregas por mí.
Gracias, Señor, por esos encuentros cotidianos donde te miro cara a cara y
me dejo mirar por ti. Gracias por el encuentro diario en la oración, en la
escucha de tu palabra. Gracias por ese encuentro frecuente en el
sacramento de la penitencia en el que ahora ya no veo al sacerdote sino a
ti. Gracias especialmente por cada Eucaristía. Intento, Señor, que cada una
sea un verdadero encuentro personal contigo. A veces me distraigo, a
veces me veo en un simple acto religioso o me fijo en lo superficial y me
cuesta reconocerte. Pero sé que ahí estás y, al menos en algunos
momentos, veo tu rostro, siento tu presencia y me dejo encontrar por ti.
Te pido, Señor, que salgas al encuentro de tantos y tantos bautizados que
necesitan descubrirte, experimentarte, reconocer quién eres y recibir tu
gracia. Muéstrales tu rostro. Regálales el don de la apertura, que abran el
corazón a tu persona, a tu amor, que se dejen encontrar por ti.
Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se
encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con
Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él,
de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien
piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido
de la alegría reportada por el Señor». Al que arriesga, el Señor no lo
defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre
que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el
momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de
mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar
mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame
una vez más entre tus brazos redentores» Francisco, EG 3
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LA FE
¡Dichosos los que crean sin haber visto! (Jn 20, 29)
“La fe se abraza a lo que ignoran los sentidos y no busca la experiencia
(experimentum). Apóyate en la palabra y familiarízate con la fe. La fe
ignora el error, la fe abarca lo invisible, no conoce la limitación de los
sentidos, además trasciende los límites de la razón humana, el proceso de
la naturaleza, los términos de la experiencia. ¿Por qué le preguntas a la
mirada lo que no puede saber? ¿Para qué se empeñan las manos en palpar
lo que les supera? Todo lo que te pueden enseñar es de un nivel inferior.
Pero la fe te dirá de mí cosas que no menguan en nada mi majestad.
Aprende a poseer con más certeza, a seguir con más seguridad lo que ella
te aconseja (…)
Mi gloria [después de la resurrección] es extraordinaria, se ha consolidado
y no puedes acercarte a ella. Prescinde, pues, de tu juicio, suspende tu
opinión y no te fíes de la definición que puedan darte los sentidos de un
misterio reservado para la fe. Ella lo definirá con mayor propiedad y
certeza, porque lo comprende más plenamente. Ella abarca en su seno
místico y profundo lo que se entiende por la largura, anchura, altura y
profundidad. Lo que el ojo nunca vio ni oreja oyó ni hombre alguno ha
imaginado, la fe lo lleva cerrado y lo guarda sellado dentro de sí misma.
Me tocará dignamente la fe si me acepta sentado a la derecha del Padre, no
en forma de siervo, sino en un cuerpo celestial idéntico al anterior, aunque
de forma distinta. ¿Por qué quieres tocar mi cuerpo deforme? [Le dice
Jesús a María Magdalena] Espera un poco y tocarás mi cuerpo hermoso.
Pues lo que ahora es deforme se volverá bello. Es deforme para el tacto,
deforme para la mirada, deforme, en fin, para tu deformidad, porque te
apoyas más en los sentidos que en la fe. Sé tú hermosa y tócame, se fiel y
serás hermosa. Tu hermosura tocará al hermoso con mayor dignidad y
gozo. Lo tocarás con la mano de la fe, con el dedo del deseo, con el abrazo
del amor, con la mirada del espíritu” (San Bernardo, Sermón 28 sobre el
Cantar de los Cantares, OC V, 415. 417).
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nacido. Día tras día ella percibía cada vez más lejos su sueño, y cada vez
más profundo su amor....
Por fin, los seis meses habían pasado y nada había brotado. Consciente de
su esfuerzo y dedicación, la chica le comunicó a su madre que,
independiente de las circunstancias, volvería al palacio, en la fecha
establecida, pues no pretendía nada más allá de algunos momentos en
compañía del príncipe. Y el día fijado, ella estaba allí, con su florero
vacío; las otras muchachas, cada una con una flor más linda que la otra, de
las más variadas formas y colores. Ella estaba admirada, nunca había
presenciado tan bello espectáculo.
Finalmente llega el momento esperado y el príncipe observó a cada una de
las muchachas con mucho cuidado y atención. Después de pasar por todas,
una a una, anunció el resultado e indicó… ¿sorpresa? a nuestra bella joven
como su futura esposa.
Las personas presentes tuvieron las más inesperadas reacciones. Nadie
comprendió por qué había elegido justamente aquella que nada había
cultivado. Entonces, tranquilamente el príncipe aclaro:
- Esta fue la única que cultivó la flor que la volvió digna de ser
emperatriz. La flor de la honestidad, pues todas las semillas que les
entregué eran estériles.
La honestidad es como una flor tejida con hilos de luz, que ilumina a
quien la cultiva y esparce claridad en derredor.
EL BAUTIZADO Y CONFIRMADO:
UN CONSAGRADO
El tiempo pascual nos actualiza los sacramentos de iniciación cristiana.
En la vigilia pascual hemos renovado las promesas bautismales, en
Pentecostés podremos hacer memoria de la confirmación. Bautismo y
confirmación son dos sacramentos que imprimen carácter, es decir, un
sello espiritual (del Espíritu) que nos consagra como propiedad de
Cristo y templo de su Espíritu.
El bautizado es un cristiano, es decir, un ungido y, por tanto,
un consagrado. La consagración es unción del Espíritu, presencia
especial de la Trinidad (templo), sacerdocio (capacitación para el culto y
para “consagrar” el mundo), pertenencia a Cristo y, consecuentemente,
protección suya. Veamos más detenidamente estas realidades leyendo
algunos textos del magisterio reciente de la Iglesia.
“Los bautizados son consagrados como casa espiritual y
sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu
Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano
ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien las maravillas de quien los
llamó de las tinieblas a la luz admirable (cf. 1Pe, 2, 4-10)” (Concilio
Vaticano II LG 10). “El Espíritu Santo «unge» al bautizado, le imprime
su sello indeleble (cf. 2 Co 1, 21-22), y lo constituye en templo espiritual;
es decir, le llena de la santa presencia de Dios gracias a la unión y
conformación con Cristo” (Christifideles Laici 13 -ChL-).
Esta consagración tiene su raíz y fundamento en el llamado carácter
sacramental que bautismo y confirmación imprimen: “por el Bautismo,
los fieles han recibido el carácter sacramental que los consagra
para el culto religioso cristiano” (Catecismo 1273; Cf 1121). “La unción
del santo crisma después del Bautismo, en la Confirmación y en la
Ordenación, es el signo de una consagración.” (Catecismo 1294). La
consagración es descrita –en el Catecismo- como un sello indeleble, que
expresa la pertenencia total a Cristo, al mismo tiempo que su
protección: “Cristo mismo se declara marcado con el sello de su Padre.
El cristiano también está marcado con un sello: <Y es Dios el que nos
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Santo, tienen una vocación admirable y son instruidos para que en ellos
se produzcan siempre los más abundantes frutos del Espíritu… Así
también los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando
santamente, consagran a Dios el mundo mismo” (LG 34).
Consagrado, el laico tiene la misión de “consagrar”.
“La consagración bautismal y crismal, común a todos los miembros del
Pueblo de Dios, es fundamento adecuado de la misión de los laicos, de
los que es propio «el buscar el Reino de Dios ocupándose de las
realidades temporales y ordenándolas según Dios». Los ministros
ordenados, además de esta consagración fundamental, reciben la
consagración en la Ordenación para continuar en el tiempo el ministerio
apostólico. Las personas consagradas, que abrazan los consejos
evangélicos, reciben una nueva y especial consagración que, sin
ser sacramental, las compromete a abrazar -en el celibato, la pobreza y
la obediencia- la forma de vida practicada personalmente por Jesús y
propuesta por El a los discípulos.
Aunque estas diversas categorías son manifestaciones del único misterio
de Cristo, los laicos tienen como aspecto peculiar, si bien no exclusivo,
el carácter secular, los pastores el carácter ministerial y los consagrados
la especial conformación con Cristo virgen, pobre y obediente” (Vita
Consecrata, 31).
en sí misma. Evite por todos los medios que sus miembros –memoria,
inteligencia y voluntad- estén discordes. Que la inteligencia viva libre del
error y esté en armonía con la voluntad: eso es lo que ésta desea. Que la
voluntad viva limpia de todo mal, pues eso pide la razón. Pero si el alma
se condena a si misma por una voluntad depravada, en aquello que
aprueba la razón, ya tenemos una guerra intestina y una discordia
peligrosa: la razón censura, acusa, juzga y condena a la voluntad. Que la
memoria esté completamente limpia y, para ello, borre todos sus pecados
con una sincera confesión y un auténtico arrepentimiento. De otra suerte,
la voluntad y la razón aborrecerán una conciencia que alberga el pecado.
El mejor templo que se puede presentar a Dios es, sin duda alguna, el
hombre cuya razón no está engañada ni su voluntad pervertida ni su
memoria manchada. Cuando cada uno de nosotros estemos así, intentemos
unirnos y compenetrarnos todos juntos por medio de la caridad, que es la
perfección consumada”
(San Bernardo, Sermón 2 en la Dedicación de la iglesia, Obras completas
IV, 583. 585. 587).
LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
“La Eucaristía es “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11)
“Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales
y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se
ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua”
(PO 5) (Catecismo 1324).
“La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los
fieles y su alimento espiritual, es de lo más precioso que la Iglesia puede
tener en su caminar por la historia” Juan Pablo II en Ecclesia de
Eucharistia 9.
“Pongan la mirada en la Hostia santa: ¡Es el mismo Dios! ¡El
Amor mismo! Esta es la belleza de la verdad cristiana: el Creador y el
Señor de todas las cosas se ha hecho "grano de trigo" para ser sembrado
en nuestra tierra, en los surcos de la historia; se ha hecho pan para
ser partido, compartido, comido; se ha hecho alimento nuestro
para darnos la vida, su misma vida divina” Benedicto XVI en la fiesta
del Corpus Christi de 2008.
“Jesús repite para los dos discípulos el gesto central de toda Eucaristía:
toma el pan, lo bendice, lo parte y lo da. ¿En esta serie de gestos, no está
quizás toda la historia de Jesús? ¿Y no está, en cada Eucaristía, también
el signo de qué cosa debe ser la Iglesia? Jesús nos toma, nos
bendice, “parte” nuestra vida, porque no hay amor sin
sacrificio, y la ofrece a los demás, la ofrece a todos” (Francisco,
Catequesis miércoles 24/mayo/2017)
- revisión personal -
- Evalúa las disposiciones con que participas habitualmente en la
Eucaristía.
¿Qué significa para ti la Eucaristía? ¿Qué lugar ocupa en tu vida diaria?
¿Qué partes te parece que vives mejor? ¿Que podrías hacer para participar
mejor?
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El mes de María
Para coordinar adecuadamente el tiempo de pascua con el mes de mayo,
tradicionalmente dedicado a la Virgen, pueden servirte estas pautas del
Directorio de la piedad popular.
“En Occidente, los meses dedicados a la Virgen, nacidos en una época en
la que no se hacía mucha referencia a la Liturgia como forma normativa
del culto cristiano, se han desarrollado de manera paralela al culto
litúrgico. Esto ha originado, y también hoy origina, algunos problemas de
índole litúrgico-pastoral que se deben estudiar cuidadosamente.
En el caso de la costumbre occidental de celebrar un "mes de María" en
Mayo (en algunos países del hemisferio sur en Noviembre), será oportuno
tener en cuenta las exigencias de la Liturgia, las expectativas de los fieles,
su maduración en la fe, y estudiar el problema que suponen los "meses de
María" en el ámbito de la pastoral de conjunto de la Iglesia local, evitando
situaciones de conflicto pastoral que desorienten a los fieles, como
sucedería, por ejemplo, si se tendiera a eliminar el "mes de Mayo".
Con frecuencia, la solución más oportuna será armonizar los contenidos
del "mes de María" con el tiempo del Año litúrgico. Así, por ejemplo,
durante el mes de Mayo, que en gran parte coincide con los cincuenta días
de la Pascua, los ejercicios de piedad deberán subrayar la participación de
la Virgen en el misterio pascual (cfr. Jn 19, 25-27) y en el acontecimiento
de Pentecostés (cfr. Hech 1,14), que inaugura el camino de la Iglesia: un
camino que ella, como partícipe de la novedad del Resucitado, recorre
bajo la guía del Espíritu. Y puesto que los "cincuenta días" son el tiempo
propicio para la celebración y la mistagogia de los sacramentos de la
iniciación cristiana, los ejercicios de piedad del mes de Mayo podrán
poner de relieve la función que la Virgen, glorificada en el cielo,
desempeña en la tierra, "aquí y ahora", en la celebración de los
sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía” (Cf
Directorio sobre la piedad popular, 190-191)
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registro histórico de una cosa del pasado, sino que adquiere un significado
de gran valor, porque Ella comparte con ellos lo más valioso: la memoria
viva de Jesús, en la oración; comparte esta misión de Jesús: preservar la
memoria de Jesús y así mantener su presencia.
La última mención de María en los dos escritos de san Lucas se dan en el
sábado: el día del descanso de Dios después de la creación, el día de
silencio después de la muerte de Jesús y de la espera de su Resurrección.
Y en este episodio tiene sus raíces la tradición de Santa María en
sábado. Entre la Ascensión del Resucitado y el primer pentecostés
cristiano, los apóstoles y la Iglesia se reúnen con María para esperar
con ella el don del Espíritu Santo, sin el cual no se puede llegar a ser
testigos. Ella, que ya lo ha recibido por haber generado el Verbo
encarnado, comparte con toda la Iglesia la espera del mismo don, para que
en el corazón de cada creyente "sea formado Cristo" (cf. Ga. 4,19). Si no
hay Iglesia sin Pentecostés, no hay tampoco Pentecostés sin la Madre de
Jesús, porque ella ha vivido de una forma única, lo que la Iglesia
experimenta cada día bajo la acción del Espíritu Santo. San Cromacio de
Aquilea comenta así el registro de los Hechos de los Apóstoles: "Se reunió
por lo tanto la Iglesia, en la habitación del piso superior junto con María,
la Madre de Jesús, y junto a sus hermanos. Por consiguiente, no se puede
hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor... La iglesia
de Cristo está allí donde se predica la Encarnación de Cristo en la Virgen,
y, donde predican los apóstoles, que son los hermanos del Señor, allí se
escucha el evangelio" (Sermón 30,1: SC 164, 135).
El Concilio Vaticano II ha querido poner de relieve, en particular, este
vínculo que se manifiesta visiblemente en el orar junto con María y con
los Apóstoles, en el mismo lugar, a la espera del Espíritu Santo. La
constitución dogmática Lumen Gentium afirma: "Por no haber querido
Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de
derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que los Apóstoles, antes
del día de Pentecostés, «perseveraban unánimes en la oración con algunas
mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste» (Hch
80
1, 14), y que también María imploraba con sus oraciones el don del
Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto a ella con su sombra"
(n. 59). El lugar privilegiado de María es la Iglesia, que es "proclamada
como miembro excelentísimo y enteramente singular…, tipo y ejemplar
acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad, (ib., n. 53).
Venerar a la Madre de Jesús en la Iglesia, significa entonces aprender
de ella a ser una comunidad que ora: esta es una de las características
esenciales de la primera descripción de la comunidad cristiana descrita en
los Hechos de los Apóstoles (cf. 2,42). La oración está a menudo referida
a situaciones difíciles, de problemas personales que llevan a dirigirse a su
vez al Señor para tener luz, consuelo y ayuda. María nos invita a abrir las
dimensiones de la oración, a dirigirnos a Dios no solo en la necesidad y no
solo para sí mismo, sino de modo unánime, perseverante, fiel, con un "solo
corazón y una sola alma" (cf. Hch. 4,32 ).
Queridos amigos, la vida humana atraviesa diversas etapas de transición, a
menudo difíciles y exigentes, que requieren decisiones obligatorias,
renuncias y sacrificios. La Madre de Jesús ha sido colocada por el Señor
en momentos decisivos de la historia de la salvación y ha sabido responder
siempre con plena disponibilidad, fruto de una profunda relación con Dios,
madurada en la oración asidua e intensa. Entre el viernes de la Pasión y el
domingo de la Resurrección, a ella se le confió el discípulo amado, y con
él a toda la comunidad de los discípulos (cf. Jn. 19,26). Entre la Ascensión
y Pentecostés, ella está con y en la Iglesia en oración (cf. Hch. 1,14).
Madre de Dios y Madre de la Iglesia, María ejerce su maternidad
hasta el final de la historia. Le encomendamos todas las fases del paso de
nuestra existencia personal y eclesial, no menos que la de nuestro tránsito
final. María nos enseña la necesidad de la oración y nos muestra que
sólo con un vínculo constante, íntimo, lleno de amor con su Hijo, podemos
salir de "nuestra casa", de nosotros mismos, con coraje, para llegar a los
confines del mundo y proclamar en todas partes al Señor Jesús, salvador
del mundo.
81
La novena de Pentecostés
La Escritura da testimonio de que en los nueve días entre la
Ascensión y Pentecostés, los Apóstoles "permanecían unidos y eran
asiduos en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la
Madre de Jesús, y con sus hermanos" (Hch 1, 14), en espera de ser
"revestidos con el poder de lo alto" (Lc 24, 49). De la reflexión
orante sobre este acontecimiento salvífico ha nacido el ejercicio de
piedad de la novena de Pentecostés, muy difundido en el pueblo
cristiano.
En realidad, en el Misal y en la Liturgia de las Horas, sobre todo en
las Vísperas, esta "novena" ya está presente: los textos bíblicos y
eucológicos se refieren, de diversos modos, a la espera del Paráclito.
Por lo tanto, en la medida de lo posible, la novena de Pentecostés
debería consistir en la celebración solemne de las Vísperas. Donde
esto no sea posible, dispóngase la novena de Pentecostés de tal
modo que refleje los temas litúrgicos de los días que van de la
Ascensión a la Vigilia de Pentecostés.
En algunos lugares se celebra durante estos días la semana de
oración por la unidad de los cristianos (Directorio sobre la piedad
popular, 155)
1
Estos puntos de reflexión están tomados (resumidos) del capítulo 7 del libro María
espejo de la Iglesia, de R. Cantalamessa, edicep, Valencia 1998 (4ª), 175-201.
83
pidan! (Lc 11,13). Jesús había vinculado el don del Espíritu no sólo a
nuestra oración sino, también y sobre todo, a la suya: yo pediré al Padre y
os dará otro Paráclito (Jn 14,16).
La oración de los apóstoles reunidos en el cenáculo con María es la
primera gran epíclesis, es la inauguración de la dimensión “epiclética” de
la Iglesia, de aquel “Ven, Espíritu Santo” que continuará resonando en la
Iglesia por todos los siglos y que la liturgia antepondrá a todas sus
acciones más importantes.
No hay un solo Pentecostés. Podemos constatarlo cuando leemos los
Hechos de los Apóstoles. Al principio está la oración asidua de los
apóstoles con María, seguida de la efusión del Espíritu Santo. Podría
pensarse que ya está todo hecho. La Iglesia ya tiene todo lo necesario para
proseguir ella sola hasta la parusía. En cambio, vemos poco después que,
ante una situación de grave dificultad, la Iglesia debe volver a ponerse en
oración para obtener una nueva efusión del Espíritu Santo y poder así
continuar proclamando con libertad la Palabra. Salida del cenáculo, la
Iglesia debe volver a él periódicamente para seguir siendo revestida
del poder de lo alto.
Pero todo esto no es algo abstracto, es una llamada a cada uno de nosotros.
¿Quieres tú recibir el Espíritu Santo? ¿Te sientes también tú débil y
deseas ser revestido del poder de lo alto?, ¿te sientes una persona tibia y
quieres ser caldeado de nuevo?, ¿te sientes una persona árida y quieres ser
nuevamente rociado?, ¿eres una persona rígida y quieres ser doblegado?,
¿estás descontento de la vida pasada y quieres ser renovado? ¡Ora, ora y
ora! Que en tu boca no se apague este grito reverente: Veni Sancte
Spiritus, ¡Ven, Espíritu Santo!
En tercer lugar, una oración unánime y perseverante.
¿Cómo debe ser la oración de quien quiere obtener el Espíritu Santo?
¿Cómo fue la oración de María y de los apóstoles? Fue una oración
“unánime y perseverante”. Concorde o unánime (homothymadon)
significa, literalmente, hecha con un solo corazón (con-corde) y con “un
88
alma” (un-anime). Jesús había dicho que al presentarse ante Dios para
hacer una ofrenda, es necesario antes haberse reconciliado con el hermano.
El Espíritu Santo es comunión. No le puede recibir quien se pone fuera de
la unidad. Es esencial la unidad, la concordia y la reconciliación entre
aquellos que desean y se preparan a recibir el Espíritu Santo.
No mucho tiempo antes de Pentecostés, en aquel mismo lugar, los
apóstoles habían discutido sobre quién de ellos podía considerarse el más
importante. Ahora escuchamos del mismo Lucas que oran unánimes, con
un solo corazón. Quizá la presencia de la Madre de Jesús en medio de
ellos contribuyó a crear esta nueva atmósfera de unidad y de paz entre
ellos. San Agustín ha expresado la necesidad de la oración unánime con
estas palabras: “si queréis recibir el Espíritu Santo, conservad la caridad,
amad la verdad, desead la unidad”.
Pasemos a la otra característica de la oración de María y de los apóstoles:
una oración perseverante. En griego proskarteroúntes, indica una acción
tenaz, insistente; significa estar ocupados con asiduidad y constancia en
alguna cosa. Se podría traducir también por “tenazmente aferrados a la
oración”. Es la palabra que aparece con mayor frecuencia cada vez que en
el nuevo testamento se habla de la oración.
Perseverar en la oración significa orar a menudo, no dejar de orar, no dejar
de esperar, no rendirse nunca. Significa no concederse descanso y no
concedérselo tampoco a Dios. Pero ¿por qué ha de ser perseverante la
oración y por qué Dios no escucha en seguida? Dios ha prometido dar
siempre cosas buenas, el Espíritu Santo a quien ora. Ha prometido hacer
cualquier cosa que le pidamos según su voluntad. Dios, al retrasar su
auxilio, hace crecer nuestra fe y nos ayuda a pedir mejor.
¿Pero es que no oramos bien cuando pedimos el Espíritu Santo?, ¿no
oramos en nombre de Jesús?, ¿no pedimos según la voluntad de Dios? El
problema no está en lo que pedimos sino cómo y para qué lo pedimos.
Nosotros podemos incluso llegar a hacer que el Espíritu Santo no sea un
don bueno sino todo lo contrario. Esto sucede cuando concebimos el
Espíritu Santo, más o menos conscientemente, como una poderosa ayuda
89
ellos anunciaban. ¡Que me bese con los besos de su boca! No quiero que
me hablen más sus intermediarios, son como nubarrón espeso.
No. ¡Que me bese él con besos de su boca! Para que su graciosa presencia
y las corrientes de agua de su admirable doctrina se me conviertan en
fuente que salte hasta la vida eterna. Si él, al fin, ungido por el Padre con
el óleo de la alegría entre todos sus compañeros, se dignase besarme con
besos de su boca, ¿no derramaría sobre mí su gracia más copiosa? Su
palabra viva y eficaz es para mí un beso de su boca”
(San Bernardo, Sermón 2 sobre el Cantar de los Cantares, OC V, 89).
- REFLEXIÓN-
1. Lee Gal 5, 18-21.
Examina en qué medida se dan en ti todavía las obras de la carne
2. Lee Gal 5, 22-25.
- El fruto del Espíritu es amor… La caridad no es un sentimiento sino
una actitud de la voluntad que me mueve a ver en Dios el máximo bien y a
adherirme a él y a ver al prójimo como otro yo. Reflexiona.
Lee 1Cor 13, 4-7 y verifica la calidad de tu caridad.
Jesús, tú eres amor… (Continúa tú la oración…)
- La alegría. La alegría del Espíritu Santo se goza incluso en las
tribulaciones.
¿Qué grande es tu alegría?
¿Es un estado de ánimo constante en ti la alegría?
¿En qué pones tu alegría?, ¿qué cosas o acontecimientos te dan alegría?
… ¿Es cristiana esa alegría?
- La paz. La paz es un estado de ánimo de tranquilidad, ausencia de
turbación. Es un don de Cristo Resucitado.
¿Estás habitualmente en paz?, ¿por qué?
98
SOPLO
"Qué vacío hay en el hombre, qué dominio de la culpa sin tu soplo"
El soplo de Dios es vida. En el relato del Génesis, el barro inánime del
hombre cobra vida cuando Dios sopla sobre él su aliento. Las demás
criaturas surgen de la nada a la voz, a la orden, de la Palabra divina, pero
el ser humano viene a la existencia por la Palabra y el Soplo divinos.
Cuando Jesús resucitado envía a sus apóstoles en continuidad con la
misión que Él ha recibido del Padre, sopla sobre ellos diciendo “reciban el
Espíritu Santo”. Con ese Espíritu van a poder perdonar pecados. Con
razón dice el himno que, sin el soplo de Dios, en el ser humano hay un
vacío, el vacío de la Trinidad, y domina la culpa.
En Pentecostés, el soplo de Dios irrumpe violento, con la violencia suave
y enérgica del poder divino. Hoy no es un solo hombre ni el grupo
reducido de los doce, sino toda la Iglesia quien es creada, dada a luz, dada
a la vida por la brisa recia de Dios. Toda la casa, que ahora también tiene
una Madre, se ve animada por un mismo Espíritu, por una sola Alma que
le va a dar vida y va a guiarla a lo largo de toda su historia.
En esa casa quiero habitar, Señor. No permitas que por nada del mundo te
pida la parte de la herencia y me aleje a des-animarme, a des-vivirme,
fascinado por los espejismos del mundo. Ni permitas siquiera que viva
dentro de la casa de tu Soplo como el hijo mayor de la parábola: resentido
y triste, espirando el aliento rancio y hediondo de una vida cristiana tísica.
Renueva tu Soplo, Dios bendito, en esta hora de tu Iglesia y de mi historia.
Que penetre totalmente mi alma humana y sea alma divinizada, claridad
para la mente y amor ardiente para el corazón. Que ese Hálito divino suba
hasta mi boca como lengua de fuego que alaba y canta tus grandezas,
como espada de doble filo y palabra poderosa proclamada, que transmite
tu vida a quienes la escuchan.
¡Qué plenitud, qué belleza, qué atractivo espiritual hay en el hombre, qué
dominio de la gracia, de la verdad, del bien con tu Soplo!
107
Iglesia. Los santos padres sirios insisten más en esto: Jesús llena la copa
eucarística de Espíritu Santo. El que come el Cuerpo de Cristo, “come el
fuego del Espíritu –son palabras de san Efrén- Comed todos y comed por
él el Espíritu Santo”. Según un texto del siglo V, el que da la comunión a
los fieles dice: “El Cuerpo de Jesucristo, el Espíritu Santo, para la curación
del alma y del Cuerpo”.
Concluye la celebración eucarística con la bendición de la Trinidad, la
bendición, por tanto, también del Espíritu Santo. Pero no termina ahí la
acción del Espíritu. Toda Eucaristía lleva en sí un envío a anunciar lo que
hemos visto y oído, envío que sólo la fuerza poderosa del Espíritu Santo
hará eficaz. El mismo Espíritu de Cristo recibido en la eucaristía nos
impulsa a evangelizar con valentía (parresía) y con caridad ardiente.
guía en las opciones concretas. La luz del Espíritu, al mismo tiempo que
agudiza la inteligencia de las cosas divinas, hace también más límpida y
penetrante la mirada sobre las cosas humanas. Gracias a ella se ven mejor
los numerosos signos de Dios que están inscritos en la creación.
3. El de ciencia, gracias al cual se nos da a conocer el verdadero valor
de las criaturas en su relación con el Creador. Viendo las cosas como
manifestaciones verdaderas y reales, aunque limitadas, de la verdad, de la
belleza, del amor infinito que es Dios, y como consecuencia, se siente
impulsado a traducir este descubrimiento en alabanza, cantos, oración,
acción de gracias. El hombre, iluminado por el don de la ciencia, descubre
al mismo tiempo la infinita distancia que separa a las cosas del Creador, su
intrínseca limitación, la insidia que pueden constituir cuando, al pecar,
hace de ellas mal uso.
4. El don de consejo. Se da al cristiano para iluminar la conciencia en
las opciones morales que la vida diaria le impone. Enriquece y
perfecciona la virtud de la prudencia y guía al alma desde dentro,
iluminándola sobre lo que debe hacer especialmente cuando se trata de
opciones importantes (por ejemplo, de dar respuesta a la vocación), o de
un camino que recorrer entre dificultades y obstáculos. La conciencia se
convierte entonces en el “ojo sano” del que habla el Evangelio (Mt 6, 22),
y adquiere una especie de nueva pupila. El cristiano, ayudado por este
don, penetra en el verdadero sentido de los valores evangélicos, en
especial de los que manifiesta el sermón de la montaña (cf. Mt 5-7).
5. El don de la fortaleza. El hombre cada día experimenta la propia
debilidad, especialmente en el campo espiritual y moral; precisamente
para resistir a estas múltiples instigaciones es necesaria la virtud de la
fortaleza. La timidez y la agresividad son dos formas de falta de fortaleza
que, a menudo, se encuentran en el comportamiento humano. El don de la
fortaleza es un impulso sobrenatural que da vigor al alma, no sólo en
momentos dramáticos como el del martirio, sino también en las
habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer
coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques
116
LA VIGILIA DE PENTECOSTÉS
Con Pentecostés el ciclo litúrgico cuaresma-semana santa-triduo pascual-
pascua, llega a su fin. Es hora de recoger sus frutos maduros. El fruto
principal ha de ser una comunicación más intensa del Espíritu Santo y, por
él, la renovación de las gracias del bautismo y de la confirmación.
Para disponernos a celebrar esta solemnidad y animados a una preparación
personal intensa, vamos a recorrer brevemente los textos litúrgicos de la
misa de la vigilia. La liturgia de las horas de los días previos a pentecostés
nos va introduciendo: antífona del invitatorio, himnos, preces, oraciones.
La misa de la vigilia está hecha precisamente para celebrar una vigilia
que, aunque no tiene un sentido bautismal tan marcado como la vigilia
pascual, es una vigilia de oración intensa; como María y los apóstoles o,
mejor, con María y los apóstoles.
La oración colecta pide que se renueve el prodigio de pentecostés para que
los pueblos divididos por el odio y el pecado –alusión a la 1ª lectura de la
torre de babel- sean congregados en un solo pueblo.
- La primera lectura está puesta en contraposición con el evangelio: el
orgullo, la desobediencia y la dispersión de babel contrastan con la unidad
y el entendimiento que realiza el Espíritu Santo al descender sobre los
apóstoles.
- Dios habla a Moisés y se le manifiesta en la nube y el fuego. Dios hace
de Israel su pueblo, reino de sacerdotes y nación santa. En Pentecostés el
ES desciende como lenguas de fuego y consagra a la Iglesia naciente.
- La magnífica visión de Ezequiel, de la tercera lectura, muestra al
Espíritu como el que da vida. Unos huesos secos, se convierte, por el
poder del Espíritu que entra en ellos, en seres vivos. Estos huesos son el
pueblo de Israel desesperanzado y todos los que hoy han pedido la vida
eterna derramada en ellos el día del bautismo. Ninguna situación está
definitivamente perdida si es invocado el Espíritu.
118
EL ESPÍRITU SANTO
“El Hijo es espíritu, el Padre es espíritu y el Espíritu Santo es espíritu (…)
Pero se llama espíritu de manera especial al Espíritu Santo porque procede
de ambos y es el lazo fuerte e indisoluble de la Trinidad. Y también se le
llama santo por excelencia, porque es el don del Padre y del Hijo que
santifica toda criatura, sin que por eso se niegue que el Padre sea espíritu y
santo, lo mismo que el Hijo (…)
¡Qué variado es este Espíritu! Se comunica de mil maneras a los hombres
y nadie se libra de su calor (Cf Sal 18, 7). Se da para nuestra utilidad: de él
proceden los milagros, la salvación, la ayuda, el consuelo y el fervor. En
el curso de la vida, otorga en abundancia todos los bienes ordinarios a
buenos y malos, a los que son dignos e indignos, sin ninguna clase de
límite ni frontera. ¡Qué ingrato es el que no reconoce al Espíritu en todos
estos beneficios!
En los milagros se da a través de las señales, prodigios y portentos que
realiza por las manos de algunos (…) Pero como esta gracia no es eficaz
para algunos, se hace nuestra salvación para que nos convirtamos al Señor
Dios nuestro con todo nuestro corazón. Es nuestro auxilio cuando nos
ayuda en nuestra debilidad. Y cuando asegura a nuestro espíritu que somos
hijos de Dios, esto nos lo inspira para consolarnos.
Y comunica fervor cuando sopla impetuosamente en el corazón de los
perfectos y enciende en ellos el fuego ardiente del amor: entonces no sólo
se sienten orgullosos con la esperanza de los hijos de Dios, sino que se
glorían de las dificultades y aceptan la injuria como un honor, la
ignominia como un gran gozo y el desprecio como un elogio. Si no me
equivoco, todos hemos recibido el Espíritu que salva, pero no todos el que
da fervor. ¡Qué pocos son los que están llenos de este Espíritu y suspiran
por él! Vivimos satisfechos con nuestra penuria y no intentamos respirar
ese aire de libertad, ni siquiera aspirarlo”.
(San Bernardo, Sermón 3 en el día de Pentecostés, Obras completas IV,
217. 223).
121
VÍA LUCIS
Canto pascual
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
PRIMERA ESTACIÓN: ¡CRISTO VIVE! ¡HA RESUCITADO!
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor ¡Aleluya!
R/ Y nos da paz y alegría ¡Aleluya!
Pasado el sábado, al aclarar el primer día de la semana, fueron María
Magdalena y la otra María a visitar el sepulcro. Un ángel dijo a las
mujeres: "No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No
está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar
donde estaba”. Cf. Mc 16, 1-8.
V/ Vayan por todo el mundo y proclamen en Evangelio.
R/ El que crea y se bautice se salvará.
Señor Jesús, vencedor del pecado y de la muerte, libéranos de todo temor.
SEGUNDA ESTACIÓN: JESÚS SALE AL ENCUENTRO DE
MARÍA MAGDALENA
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor ¡Aleluya!
R/ Y nos da su paz y la alegría ¡Aleluya!
María se volvió y vio a Jesús de pie pero no sabía que era Jesús. El le dice:
Mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el
hortelano le dice: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y
yo me lo llevaré. Jesús le dice: María. Ella se vuelve y le dice: Maestro. Le
dice Jesús: Ve y dile a mis hermanos que subo a mi Padre y vuestro Padre,
a mi Dios y a vuestro Dios. Cf Jn 20, 10-18.
V/ Vayan por todo el mundo y proclamen en Evangelio.
124
Ocho días más tarde, estaban otra vez los discípulos reunidos y Tomás con
ellos. Se presentó Jesús y les dijo: La paz con vosotros. Luego dice a
Tomas: Acerca tu dedo y mira mis manos, trae tu mano y métela en mi
costado, y no seas incrédulo sino creyente. Tomás le dijo: Señor mío y
Dios mío. Le dice Jesús: porque me has visto has creído. Dichosos los que
crean sin haber visto. Cf Jn 20, 26-29.
V/ Vayan por todo el mundo y proclamen en Evangelio.
R/ El que crea y se bautice se salvará.
Señor Jesús, gracias por el don de la fe.
DÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS RESUCITADO EN EL LAGO DE
GALILEA
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor ¡Aleluya!
R/ Y nos da su paz y la alegría ¡Aleluya!
Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades.
Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los
discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: "Muchachos, ¿tenéis
pescado?". Ellos contestaron: "No". Él les dice: "Echad la rea a la derecha
de la barca y encontraréis". La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla,
por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a
Pedro: "Es el Señor". Cf Jn 21, 1-6.
V/ Vayan por todo el mundo y proclamen en Evangelio.
R/ El que crea y se bautice se salvará.
Señor Jesús, ayúdanos a hacerlo todo en tu nombre.
UNDÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS CONFIRMA A PEDRO EN EL
AMOR
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor ¡Aleluya!
R/ Y nos da su paz y la alegría ¡Aleluya!
128
Después de haber comido, Jesús dice a Simón Pedro: Simón hijo de Juan
¿me amas más que éstos? El le dice: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Por
tercera vez le pregunta: ¿Me quieres? Se entristeció Pedro de que le
preguntara por tercera vez y le dijo: Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te
quiero. Le dice Jesús: Apacienta mis ovejas. Cf Jn 21, 15-19.
V/ Vayan por todo el mundo y proclamen en Evangelio.
R/ El que crea y se bautice se salvará.
Señor Jesús, tú sabes que te queremos, aviva nuestro amor.
DUODÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS ENCARGA SU MISIÓN A LOS
APÓSTOLES
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor ¡Aleluya!
R/ Y nos da su paz y la alegría ¡Aleluya!
Jesús se acercó y les habló diciendo: Me ha sido dado todo poder en el
cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Cf Mt 28, 16-20.
V/ Vayan por todo el mundo y proclamen en Evangelio.
R/ El que crea y se bautice se salvará.
Señor Jesús, siempre con nosotros, fortalécenos en la misión.
DÉCIMOTERCERA ESTACIÓN: JESÚS ASCIENDE AL CIELO
V/ Verdaderamente ha resucitado el Señor ¡Aleluya!
R/ Y nos da su paz y la alegría ¡Aleluya!
El Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la
diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el
Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la
acompañaban. Cf Mc 16, 19-20.
129
INDICE
Presentación 5
La Semana Santa 7
El Triduo pascual 9
Contemplando a Jesús en su pasión y muerte 18
Benedicto XVI presenta el Triduo santo 19
Las últimas palabras de Jesús en la cruz 23
Cristo y el Padre 31
¿Zanahoria, huevo o café? 33
¡Cristo es todo para nosotros! 34
El tiempo pascual 35
Vivir bien la Pascua 37
El encuentro personal con Cristo 39
Para orar con Lc 24, 13-35 43
Quédate, Señor, conmigo -oración del P. Pío- 45
Cristo resucitado presente entre nosotros 46
La fe 49
Para orar en Pascua 50
La flor de la honestidad 53
Jesús resucitado presente en los pastores 55
El bautizado y confirmado: un consagrado 61
Una morada para el Señor 64
Vid, sarmientos y vino 65
El agua que quería ser fuego 66
Sacerdotes, profetas y reyes 67
132
La celebración eucarística 69
La adoración eucarística según Juan Pablo II y Benedicto XVI 72
El mes de María 76
La presencia orante de María en el grupo de los discípulos 77
La novena de Pentecostés 81
Perseveraban en la oración con María 82
¿Cuánto cuesta un milagro? 90
Conocer al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo 92
La Palabra de Cristo, beso de su boca 92
La gloria para Dios y la paz para mí 93
Los frutos del Espíritu Santo 94
Oración al Espíritu Santo -san Simeón el Teólogo- 99
El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad 100
Presencia y acción del Espíritu Santo en la liturgia 102
La confirmación 105
Soplo 106
Cristo nos da su vida y el Espíritu Santo 107
Presencia y acción del Espíritu Santo en la Eucaristía 108
El Espíritu Santo da sabiduría y amor 113
Los siete dones del Espíritu Santo 114
La vigilia de Pentecostés 117
Doble acción del Espíritu Santo 119
El Espíritu Santo 120
Dar de lo que rebosa 121
Vía lucis 123
Índice 131
¡Gloria a Dios!