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HISTORIA DE LA LINGÜISTICA

ESTRUCTURALISMO

El siglo XX instaura lo que se denomina la lingüística moderna, cuyo fundador reconocido es sin lugar a
dudas el lingüista suizo, nacido en Ginebra, Ferdinand de Saussure (1857-1913). Si bien pueden
reconocerse líneas de continuidad con la lingüística del siglo XIX, la lingüística del siglo XX se caracteriza
como «moderna» en razón de algunas convicciones salientes que la distinguen de la del siglo anterior y que
debemos a la obra de F. de Saussure.

Esas convicciones son:

1. la orientación descriptiva (no prescriptiva) de la lingüística;


2. la prioridad de la lengua oral por sobre la escrita;
3. la asunción de la importancia de todas las lenguas, independientemente del grado de
desarrollo o poder de sus comunidades hablantes;
4. la prioridad otorgada a la descripción sincrónica por sobre los estudios diacrónicos.

Ferdinand de Saussure (1857-1913)

Ferdinand de Saussure, considerado el «padre» de la lingüística, ha influido en las generaciones posteriores


de una manera decisiva; esa influencia la ejerció a partir de una recopilación de sus conferencias,
reconstruidas a partir de los cuadernos de apuntes de sus discípulos, que se publicó por primera vez en 1916.
El Curso de Lingüística General, preparado por dos de sus discípulos (Charles Bally y Albert Sechehaye),
presenta por lo tanto unas características que hacen difícil determinar el grado de exactitud y fidelidad con
las ideas del lingüista, además de algunos fragmentos en los que la argumentación pierde intensidad o revela
ciertas inconsistencias con otros enunciados del Curso1.

Es interesante destacar que la primera traducción del Curso de Lingüística General al español fue realizada
por Amado Alonso en 1945, durante su época de exilio en Buenos Aires (Ed. Losada). El prólogo de
Amado Alonso es una referencia iluminadora para la lectura del Curso, al que califica como «el mejor
cuerpo organizado de doctrinas lingüísticas que ha producido el positivismo». Saussure, en efecto, tiene
como finalidad superior de sus reflexiones poder conferir dimensión de «ciencia» a la lingüística; para ello,
es preciso dar con un objeto de estudio homogéneo, no complejo, susceptible de ser analizado mediante
métodos rigurosos.

Para Saussure el campo de la lingüística está compuesto por todas las manifestaciones del lenguaje humano,
todas las formas expresivas, sin discriminar entre «buenos» y «malos usos» y sin considerar el grado de
civilización de sus hablantes. La tarea de la lingüística es por tanto realizar la descripción e historia de todas
las lenguas, encontrar los principios generales de sus funcionamientos y, fundamentalmente, deslindarse y
definirse ella misma.

Deslindar y definir el objeto de la lingüística: lengua y habla

Saussure distingue en primer lugar una facultad lingüística general, que nos da la naturaleza como especie y
que nos permite «el ejercicio del lenguaje». Pero, ¿cuál es el objeto de la lingüística? El lenguaje es
«multiforme y heteróclito», susceptible de ser analizado desde muy distintas perspectivas (física, fisiológica,
psíquica, individual, social), tiene carácter estático pero dinámico, actual y simultáneamente pasado. Para
construir un objeto de estudio que confiera a la lingüística el carácter de ciencia, Saussure acuña la
dicotomía lengua y habla. Lengua y habla son dos aspectos —esencialmente distintos— del lenguaje.
Influido fuertemente por el pensamiento del sociólogo y antropólogo E. Durkheim (1858-1917), define la
lengua como un «hecho social», un producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de
convenciones, adoptadas por la comunidad, para permitir el ejercicio de la facultad lingüística entre los
individuos.
Para avanzar en la delimitación, Saussure parte de un esquema elemental del acto individual de
comunicación: el punto de partida es el cerebro del hablante, en el que se produce el encuentro entre el
concepto (los conceptos son definidos como hechos de conciencia) y la imagen acústica (las
representaciones de los signos lingüísticos que sirven para su expresión). Saussure delimita en el acto de
comunicación los aspectos físicos (ondas sonoras), los fisiológicos (fonación y audición) y los psíquicos (la
unión de conceptos e imágenes verbales). Añade a las fases del circuito comunicativo una «facultad de
asociación y coordinación» que desempeña el papel principal en la organización de la lengua como sistema
y que se pone en juego cada vez que no se trate de signos aislados.

El lugar de la lengua se ubica en el cerebro de los hablantes, en la suma de imágenes verbales y sus
correspondientes conceptos almacenada en todos los individuos. La lengua es un tesoro depositado por la
práctica del habla en todos los sujetos que pertenecen a la misma comunidad; se trata de un sistema
virtualmente existente en el conjunto de los individuos. En efecto, la lengua es esencialmente social, nunca
está completa en el cerebro individual y es «exterior» al individuo. Por otra parte, es un producto que se
registra pasivamente; el individuo no puede por sí mismo crearla ni modificarla: es homologable a una
especie de contrato establecido en la comunidad y, para conocer su funcionamiento, es preciso realizar una
tarea de aprendizaje. Es, por eso, un hecho histórico. Por el contrario, el habla tiene un carácter
esencialmente individual: se trata de un acto de voluntad e inteligencia de los hablantes; tiene un carácter
«más o menos accidental», incluye los aspectos físicos y fisiológicos, y contrariamente a la lengua es algo
«accesorio» (un individuo privado del habla por determinada patología puede seguir poseyendo su lengua).
La lengua, si bien es un objeto psíquico, tiene naturaleza concreta, dado que los signos tienen un lugar real
en el cerebro y son representables mediante imágenes convencionales. Un diccionario y una gramática
pueden ser una representación fiel de una lengua. La lengua, sostiene Saussure, es forma y no sustancia, es
el terreno de las articulaciones entre el plano de los conceptos y de la sustancia fónica.

De esta manera, Saussure consigue construir un objeto de estudio homogéneo, distinto del habla, que puede
estudiarse separadamente: un sistema de signos en el que es esencial la unión del sentido y la imagen
acústica. Puede concluirse entonces que la teoría saussureana otorga al léxico (en tanto conjunto de signos)
un carácter esencial en el sistema de la lengua.

Saussure considera que la lingüística es una parte de la semiología, «la ciencia que estudia la vida de los
signos en el seno de la vida social,» y define como tarea del lingüista determinar por qué la lengua es un
sistema especial de signos dentro del conjunto de hechos semiológicos. De esta manera, la lingüística es una
subdisiciplina dentro de la psicología social y, en última instancia, de la psicología.

El signo lingüístico

El signo lingüístico consiste en una asociación entre el concepto y la imagen acústica, se trata de una
delimitación convencional en una masa amorfa de contenido («una nebulosa») de cierta significación,
mediante una forma lingüística: solo pueden distinguirse conceptos en virtud de su estar ligados a un
significante particular. La lengua oficia así de intermediaria entre el pensamiento y el sonido. El signo
lingüístico es una entidad psicológica de dos caras, que Saussure denomina significado y significante (para
el concepto y la imagen acústica, respectivamente) de manera de trasmitir la unidad indisoluble que
conforma el signo como totalidad.

Significado y significante están en una relación de interdependencia; el vínculo entre ellos es arbitrario, es
decir, inmotivado: no hay razón para que a determinado significado le corresponda determinado significante
y viceversa, hecho que prueba la existencia misma de distintas lenguas naturales (para un mismo
significado, en español: mesa de luz; francés: nuittable; inglés: nighttable; alemán: Nachttisch; nótese
además que el español conceptualiza de manera distinta de las demás lenguas esa significación). Por otra
parte, el signo lingüístico es lineal debido al carácter auditivo del significante: tiene lugar necesariamente en
la dimensión tiempo y asume sus características (representa una extensión mensurable).

Los elementos del significante se disponen secuencialmente y forman una cadena, lo cual es evidente en la
escritura. El signo lingüístico es inmutable en relación con el individuo y la masa hablante que lo emplea: la
lengua es siempre herencia de una época precedente, es «la carta forzada» y, por tanto, no puede cambiarse
por la libre voluntad. Sin embargo, en relación con la dimensión tiempo, el signo lingüístico es mutable,
puesto que es susceptible de alteración tanto en el plano del significante como del significado (cfr. latín
clásico: necare, ‘matar’; español: anegar; francés: noyer, ‘ahogar’ ).

Sistema y valor

La lengua es un sistema de valores puros, que son establecidos por el hecho social: los valores de los signos
lingüísticos se basan en el uso y el consenso de la comunidad. Un elemento del sistema no tiene valor sino
en su relación con la totalidad del sistema; la lengua es un sistema en el que todos sus elementos son
solidarios y en el que el valor de cada uno resulta de la presencia simultánea de los otros. La noción de valor
se verifica tanto en el plano del significado como en el plano del significante.

Dentro de una misma lengua, las palabras con un significado general común se delimitan recíprocamente
(valiente, audaz, temerario); las palabras de distintas lenguas no siempre tienen una correspondencia uno a
uno (el inglés emplea fish indistintamente para pescado y pez, que en español se oponen por el rasgo /-
viviente; sus valores respectivos emanan de las diferencias que constituyen el sistema total del inglés y el
español respectivamente). En cuanto al plano del significante, son solo las diferencias opositivas las que
configuran los valores de los elementos: hay cierto margen de flexibilidad para la realización de
determinados fonemas (en la Argentina encontramos distintas pronunciaciones según las variantes
regionales y sociolectales para la palabra lluvia ([lubja]; [šubja], [žubja], que portan el mismo valor
distintivo; sin embargo, tal flexibilidad no podría trasladarse al sistema fonológico del francés). Saussure
concluye que en la lengua no hay más que diferencias conceptuales y fónicas que resultan del sistema y que
ponen en relación de valor a todos sus elementos.

Relaciones sintagmáticas y asociativas

Las relaciones entre los elementos del sistema se realizan en dos órdenes diferentes que corresponden a las
dos formas de nuestra actividad mental: el orden sintagmático y el orden asociativo o paradigmático. Las
relaciones sintagmáticas reflejan la linealidad del signo lingüístico, que condiciona la secuencialidad de
todas las expresiones: los elementos se alinean uno detrás del otro en la cadena del habla (fonos, palabras,
oraciones); la totalidad resultante es llamada sintagma y se compone de dos o más unidades consecutivas
(por ejemplo, ante-poner, Con razón, Aunque llueva, saldré). Se trata de relaciones «en presencia» (puesto
que dos o más elementos se hallan igualmente presentes en la serie), ordenadas y que tienen un carácter
finito. Las relaciones paradigmáticas se dan en el cerebro del hablante (son relaciones «en ausencia»), que
asocia elementos del sistema que tienen algo en común (por ejemplo, altura/frescura/calentura;
cariño/afecto/amor; perdón/calefón/atención), es decir, la asociación puede basarse en la presencia de
elementos comunes —un sufijo—, en la analogía de significados o en la simple similitud fónica. Los
elementos evocados forman una familia asociativa que no tiene un orden dado ni, por lo general, un número
definido.

Sincronía y diacronía

Sobre la base de la dimensión del tiempo, Saussure plantea la necesidad de distinguir la perspectiva
sincrónica y la perspectiva diacrónica en el estudio lingüístico, necesidad común a todas las ciencias que
operan con valores. Así plantea, en primer lugar, una lingüística sincrónica que se ocupa del aspecto estático
de la lengua («el eje de las simultaneidades»), que se define como un sistema de puros valores fuera de toda
consideración histórica y, en segundo lugar, una lingüística diacrónica («el eje de las sucesiones»), que
estudia la evolución de una lengua. Para Saussure, la oposición entre ambos puntos de vista es absoluta: la
lengua es comparada en este sentido con un juego de ajedrez: el valor respectivo de las piezas depende de su
posición en el tablero, por lo tanto, el sistema siempre es algo momentáneo, que varía de posición a posición
(= el sistema en equilibrio). Los cambios evolutivos (= alteraciones del sistema) no afectan más que a
elementos aislados —como el movimiento de una pieza—; esos cambios pueden tener repercusión alta o
nula en el sistema total. Ambas perspectivas son igualmente legítimas y necesarias; sin embargo, considera
que la lingüística ha dedicado una atención excesiva a la diacronía y que debe volverse hacia el estudio de la
sincronía, considerada como descripción de estados de lengua. De hecho, todos los estudios rotulados como
«descriptivismo» que ocupan la primera mitad del siglo XX provienen más o menos directamente de
Saussure.

EL ESTRUCTURALISMO ESTADOUNIDENSE

El relativismo lingüístico

La escuela del relativismo lingüístico representada por Franz Boas, Edward Sapir y Benjamin Whorf se
ha destacado por el trabajo de campo ya que inaugura la recolección sistemática de datos directos de lenguas
«exóticas», minoritarias, no indoeuropeas y no escritas. Además de utilizar esa metodología, esos autores
han reivindicado un valor científico idéntico para todas las lenguas, al contrario de ciertas desviaciones del
comparatismo europeo del siglo XIX.

Franz Boas (1858-1942) nació en Minden (Alemania); estudió matemática, física y geografía en las
universidades de Heidelberg, Bonn, Kiel y Berlín, antes de mudarse a EE. UU. y dedicarse a la antropología
y al estudio de diversas culturas aborígenes. La obra de Boas, dentro de la que se destacan La mentalidad del
hombre primitivo [The Mind of Primitive Man] (1911) y Raza, lengua y cultura [Race, Language, and
Culture] (1940), integra el estudio de la lengua con el de la cultura, incluyendo religión, arte e historia.

En contraste con aquellos lingüistas del siglo XIX que se apoyaban en las ideas de Darwin para justificar la
supremacía de ciertos pueblos y lenguas en una «evolución» paralela a la selección natural (cfr., por
ejemplo, Schleicher en «El comparatismo», dentro de La lingüística del siglo XIX), Boas acentúa el valor
idéntico de cada tipo de lengua, con independencia de la raza y el nivel cultural del pueblo asociado.
Sostiene, además, que no existen verdaderas «razas puras» y que ninguna raza es de manera innata superior
a otra. Desde el punto de vista lingüístico, y bajo la influencia de los grandes lingüistas alemanes del siglo
XIX, como Herder o Humboldt, Boas argumenta que cada lengua representa una clasificación implícita de la
experiencia y que esas clasificaciones son diferentes de acuerdo con las lenguas, pero que eso no tiene
ningún efecto en el «nivel» del pensamiento o de la cultura.

Nacido en Alemania en el seno de una familia judía, igual que su maestro Boas, Edward Sapir (1884–1939)
se educó en la Universidad de Columbia, en los EE. UU. Si bien se lo suele considerar uno de los padres de
la antropología, era lingüista por formación. Trabajó en diversas universidades de EE. UU. y Canadá
(Alberta, Chicago, Yale, Ottawa, California, Pensilvania) y se dedicó a estudiar un número enorme de
lenguas en peligro, correspondientes a las diversas familias lingüísticas originarias del actual territorio de
EE. UU. y Canadá: esquimo-aleutiana (esquimal), wakashana (nootka), siouan (catawba), hokano (hopi,
yana), penutia (wasco-wishram, chinook), uto-azteca (paiute del sur, ute) y atabascana (sarcee, kato, navajo,
hupa, kutchin, ingalik, takelma, chasta costa). Produjo numerosas gramáticas y diccionarios de esas lenguas,
junto con observaciones etnológicas sobre los pueblos que las hablaban. Paralelamente a sus estudios
etnológicos y lingüísticos, escribía poesía y crítica literaria y componía música.

En 1921 apareció El lenguaje: introducción al estudio del habla [Language: An Introduction to the Study of
Speech], el único libro que Sapir publicó en vida (la mayor parte de su obra fue editada luego de su muerte).
En él se tratan tópicos tales como los universales lingüísticos, la tipología lingüística y el cambio lingüístico,
que serán luego la fuente de una serie de trabajos tipológicos como Universales lingüísticos [Universals of
Language] de Joseph Greenberg (1963) o, más recientemente, Universales del lenguaje y tipología
lingüística [Language Universals and Linguistic Typology], de Bernard Comrie (1981).

El interés central de Sapir en El lenguaje... no está puesto en la forma lingüística en sí (por ejemplo, si una
lengua usa o no flexión), ni en el significado lingüístico como tal (por ejemplo, si una lengua puede expresar
o no cierto referente), sino más bien en la organización formal del significado que es propia de una lengua
particular, es decir, el modo en que los significados son sistematizados o gramaticalizados (por ejemplo, en
las categorías gramaticales o en los patrones de composición).
Las investigaciones de Sapir acerca del rol del significado en la forma gramatical y la importancia de esta en
el uso del lenguaje y en la formulación y transmisión de ideas contribuyeron a lo que se conoce como
la hipótesis de Sapir y Whorf (o hipótesis del relativismo lingüístico).

En realidad, la hipótesis fue desarrollada después de la muerte de Sapir por su discípulo Benjamin Lee
Whorf (1897-1941), un lingüista sin formación académica sistemática. Whorf afirmó que cada lengua
permitía procesar una variedad infinita de experiencias por medio de un conjunto finito de categorías
formales (léxicas y gramaticales) y que las experiencias se clasificaban por medio de un procedimiento de
analogía. Las lenguas varían considerablemente no solo en las distinciones básicas que reconocen, sino
también en el modo en que las agrupan en un sistema coherente.

Ello supone que el sistema de categorías que cada lengua presenta a sus hablantes no es universal, sino
particular. Un punto central de la hipótesis enunciada por Whorf es que las categorías lingüísticas son
utilizadas como guías en el pensamiento habitual. De este modo, si los hablantes logran interpretar una
experiencia en términos de una categoría particular disponible en su lengua, automáticamente agruparán por
analogía otros significados en esa categoría. Estas categorías, a su vez, se «naturalizan»: los hablantes
tienden a concebir las experiencias en relación intrínseca con las categorías que utilizan, aun cuando estas
sean resultado de un proceso de analogía lingüística.

El descriptivismo

Leonard Bloomfield (1887-1949) fue colega de Sapir en la Universidad de Yale, luego de haber trabajado en
Ohio y Chicago; ambos se ubicaron en posiciones teóricas opuestas, dado que Bloomfield, como veremos,
rechazaba la posibilidad de que la lingüística analizara el significado, mientras que para Sapir la semántica
era parte esencial de los estudios sobre el lenguaje y las lenguas.

La obra principal de Bloomfield es, ciertamente, El lenguaje [Language] (1933), en la que expone su
versión de la lingüística estructuralista. Bloomfield afirma que su obra se nutre de las tres tradiciones
principales en el estudio del lenguaje: la histórica-comparativa, la filosófica-descriptiva y la empírica-
descriptiva. Pese a esa triple tradición, Bloomfield impulsó sobre todo los estudios de campo descriptivos.
Ese descriptivismo tiene sus límites en el hecho de que, como él mismo admitió, las comunidades de habla
suelen no ser homogéneas, una observación que lo ha ubicado como antecedente obligado de todos los
estudios socio y etnolingüísticos de la actualidad (ver más adelante el apartado «Sociolingüística»).

Una de las mayores preocupaciones de Bloomfield es otorgar a la lingüística un carácter análogo al de las
ciencias naturales, a las que considera explícitamente un modelo epistemológico. Para ello, Bloomfield
propone eliminar todo estudio «mentalista» o «psicológico» del lenguaje (refutando, así, buena parte de la
concepción saussureana del signo), centrándose en sus aspectos materiales o mecánicos; esto es, el lenguaje
es concebido por Bloomfield como una de las conductas humanas visibles. Las conductas se describen en
términos de pares de estímulo y reacción en situaciones típicas y es por ello que se considera a Bloomfield
un representante del conductismo, que ha tenido expresiones en diversas ciencias sociales y humanas.

El conductismo obliga a Bloomfield a reformular el lugar que ocupa la semántica dentro de la lingüística
puesto que en esa concepción del lenguaje no habría lugar para ningún tipo de concepto o imagen mental
(cfr. la definición de significado de Saussure): lo único que puede constatarse es un conjunto de estímulos y
reacciones que se producen en determinadas situaciones. Bloomfield acepta la premisa saussureana de que
estudiar el lenguaje implica estudiar la correlación entre sonidos y significados; sin embargo, técnicamente,
el significado es demasiado difícil de «observar», por lo que debería quedar fuera de los alcances de la
lingüística. Para Bloomfield, entonces, la lingüística «empieza» por la fonética y la fonología.

Bloomfield postula que hay dos componentes en los que debería centrarse el estudio de la correlación entre
sonidos y significados: el léxico y la gramática. Mientras que el léxico es el inventario total de los morfemas
de una lengua, la gramática es la combinación de los morfemas dentro de cualquier «forma compleja». Esto
es, el significado de un enunciado se desprende de la suma del significado de los ítems léxicos más «otra
cosa», que es el significado proporcionado por la gramática. La gramática incluye tanto la sintaxis (i. e., la
construcción de frases) como la morfología (i. e., la construcción de palabras). Cada morfema individual de
una lengua constituye una «irregularidad», en la medida que supone una relación arbitraria entre una forma
y un significado que debe ser memorizada. De este modo, el léxico se define como «una lista de
irregularidades básicas», una noción que ha sido recuperada en diversas teorías lingüísticas.

El esquema general acerca de la lengua planteado por Bloomfield ha sido retomado con cambios menores
por otros dos autores relevantes dentro del estructuralismo estadounidense: Charles Hockett (cfr. Curso de
lingüística moderna [Course in modern linguistics], de 1958) y Zellig Harris (cfr. Métodos en lingüística
estructural [Methods in Structural Linguistics], de 1951).

EL ESTRUCTURALISMO EUROPEO

La escuela de la glosemática: Louis Hjelmslev

Con el nombre de glosemática se conoce la teoría desarrollada por el lingüista danés Louis
Hjelmslev (1899-1965) —con la colaboración de Hans J. Uldall— en el marco del Círculo lingüístico de
Copenhague, foro de investigación inspirado en el Círculo lingüístico de Praga. Esta escuela lingüística se
reconoce explícitamente como deudora de los aportes de Saussure y, especialmente, de la idea de que la
lengua es un sistema de valores, entendidos como entidades opositivas, relativas y negativas.

De las distintas definiciones de lengua brindadas en el Curso de Lingüística General, interesa especialmente
a Hjelmslev aquella que sostiene que la lengua es forma y no sustancia. La glosemática basa su teoría en la
profundización de esta idea: la lengua es una entidad autónoma de dependencias internas, esto es, en ella
importan solo las relaciones formales entre los elementos de los distintos niveles lingüísticos, entendidas
como constantes (la forma).

Así, por ejemplo, el fonema /d/ se define dentro del sistema fonológico del español como una consonante
(en oposición a las vocales), que puede asumir la posición inicial o final de sílaba, por su posibilidad de ser
seguida por otra consonante conformando grupo (dragón) y por entrar en conmutación con determinados
elementos que entran dentro de esa categoría (clave). Estas definiciones alcanzan para capturar el papel
esencial de la d española en el mecanismo interno de la lengua, es decir, dentro de la lengua considerada
como esquema (el dominio de las formas puras).

Por otra parte, la lengua como realización social dada, pero, independientemente de su manifestación,
constituye la norma, la forma material.

Así la /d/ se define desde esta perspectiva como una dentoalveolar sonora (opuesta por ejemplo a la /t/,
dentoalveolar sorda): lo que la distingue es una propiedad positiva, los mínimos diferenciales que le otorgan
cualidades positivas frente a los otros elementos del sistema.

Desde la perspectiva de la lengua considerada como uso (conjunto de hábitos), la /d/ se define como
dentoalveolar, sonora, oclusiva o dentoalveolar, sonora, fricativa: esta definición abarca todas las cualidades
registradas en la pronunciación habitual de la /d/ española. Hjelmslev concluye que de las tres acepciones de
la lengua mencionadas es la que concibe a la lengua como esquema la más próxima al sentido que se asigna
a esta palabra: así se evita todo el carácter material y se separa lo verdaderamente esencial de lo accesorio.
Por último, el habla saussureana se denomina acto y no es más que un documento pasajero y accidental.

De manera muy sucinta, puede decirse que la glosemática considera que la lengua es una semiótica
compuesta de dos planos: expresión y contenido (que corresponden a los planos del signo saussureano:
significante y significado). El signo, desde el punto de vista interno, es en realidad una función, una entidad
generada por la conexión entre dos funtivos: una expresión y su contenido o un contenido y su expresión.
No hay una función signo sin que estén presentes simultáneamente expresión y contenido: por ello, la
función signo es en sí misma una entidad solidaria. En cada uno de los planos del signo es preciso distinguir
entre la forma y la sustancia. Si se comparan expresiones en distintas lenguas como yo no lo sé /I do not
know (inglés)/ ichweiss es nicht (alemán)/je ne le sais pas (francés), encontramos un factor común —la
llamada materia, el contenido— que así considerada no es analizable, es una masa amorfa. Esa materia está
ordenada, formada en cada lengua de manera diferente (para visualizar este aspecto hemos subrayado en los
ejemplos los elementos que realizan la negación en las distintas lenguas, véase también el orden de las
palabras y la posición de los verbos que están en negrita). Es decir, que cada lengua coloca sus propios
límites en la masa amorfa de pensamiento, distribuye los elementos de distinto modo y con distinto énfasis.
Retomando la metáfora de Hjelmslev: es como un único y el mismo puñado de arena que puede ponerse en
distintos moldes, estos moldes son las formas que son propias de cada lengua, la materia permanece como
sustancia formada para una y otra forma lingüística. Cada plano del signo, contenido y expresión, está
conformado por una forma y una sustancia, es decir, por propiedades formales puras y por sustancia
conformada.

Un ejemplo en el nivel de la morfología: la zona del número (materia) se organiza de distinto modo en las
diferentes lenguas. En español, el número se ordena (se forma) en dos categorías singular y plural; el plural
se realiza mediante los formantes –(e)s y Ø (casa/casas; papel/papeles; (el) martes/los martes); en cambio,
algunas lenguas como el griego antiguo, el sánscrito y el lituano distinguen singular, plural y dual. Esta
distinción se verifica también en el plano de la expresión: la materia consiste en la totalidad de los sonidos
pronunciables, por ejemplo, el continuum vocálico constituye una zona fonética de materia, que se forma de
distinta manera en las distintas lenguas, en dependencia de las funciones específicas de cada una: así
mientras que el sistema vocálico del español se compone de cinco vocales, el alemán presenta ocho.

El análisis interno de los planos del signo lingüístico lleva al reconocimiento de elementos menores en cada
uno de ellos: así, una palabra como irremediable puede dividirse en distintos elementos menores portadores
de significado (i-remedi-(a)ble), que se emplean en otros signos (irreductible) y, a su vez, pueden
distinguirse dentro de –ble otros elementos, sin significado —los fonemas—, que sirven para construir otros
formantes. En cada plano del signo pueden identificarse no signos, llamados en la teoría figuras del
contenido y de la expresión, cuyo número es limitado y que sirven para construir nuevos signos. Las
lenguas, por su finalidad, son primera y principalmente sistemas de signos, pero por su estructura interna son
algo diferente: son sistemas de figuras que pueden usarse para construir signos.

La propuesta de Hjelmslev revela la fuerte influencia de los lógicos del Círculo de Viena, que aplicaron los
métodos y el simbolismo de las matemáticas a los estudios sobre el lenguaje. La teoría lingüística debe
poder dar cuenta del sistema de todas las lenguas: se trata de un sistema formal de premisas que busca
descubrir y formalizar la estructura de una lengua, independientemente de cualquier realidad extralingüística
y de todas sus posibles manifestaciones. La teoría exige el cumplimiento de un principio metodológico que
se denomina «empírico» y que sostiene que la descripción debe cumplir con las condiciones de ser
autoconsistente (no contradictoria), exhaustiva y lo más simple posible. En consonancia con este principio,
la teoría elige preferentemente el procedimiento deductivo, que parte de las clases para llegar a los
componentes, pero admite la posibilidad de incluir también el método inductivo.

Estructuralismo de habla francesa

La lingüística estructuralista de habla francesa ha dado lugar a la llamada (en términos de Charles
Bally) teoría general de la enunciación. Bally (1865–1947) formó parte de la escuela ginebrina inaugurada
por Saussure y fue, de hecho, uno de los editores del Curso, junto con Alfred Sechehaye.

Si partimos de la oposición entre lengua y habla trazada por Saussure, la idea de enunciación es un intento
por esbozar una lingüística del habla: se trata de ver cómo los sujetos utilizan (en términos de Émile
Benveniste, se apropian de) el sistema potencial de la lengua para dar lugar a emisiones reales. De este
modo, el concepto gramatical de oración (que es una unidad abstracta) se ve reemplazado por enunciado,
que comprende la situación en la que se realiza la emisión.

En ese marco, Bally retoma la oposición entre modus/dictum, que puede rastrearse en los estoicos griegos.
Así, en el enunciado Probablemente Juan esté cansado, la predicación (el dictum) pone en relación Juan y
cansado (por intermedio del verbo copulativo estar) y la modalidad (el modus) probablemente afecta esa
predicación al señalar la intervención de la subjetividad del hablante.

Desde un punto de vista gramatical, el modus puede expresarse por medio de muy distintos recursos
lingüísticos y no lingüísticos. Entre los recursos lingüísticos se cuentan los adverbios en –mente, el modo, el
tiempo, el aspecto, la persona y la distribución de la información en el enunciado, incluyendo nociones
como tema/rema (o tema/ propósito, en los términos de Bally), el foco y el tópico, etcétera. Entre los
recursos no lingüísticos, la modalidad puede expresarse por medio de la entonación, las interjecciones o la
gestualidad (que son recursos intermedios entre la lengua y la acción, en la medida en que también en ellos
interviene lo arbitrario).

Quien desarrollaría aún más las ideas de Bally fue Émile Benveniste (1902-1976), profesor del prestigioso
Collège de France. La noción de enunciación aparece reiteradamente en las conferencias, clases y artículos
de Benveniste producidos entre 1950 y 1974 y reunidos en dos recopilaciones, publicadas bajo el título
de Problemas de lingüística general [Problèmes de linguistique générale] I y II. En particular, en «El
aparato formal de la enunciación», Benveniste propone una sistematización de los recursos formales por
medio de los cuales se expresa la apropiación del sistema potencial de la lengua por parte de un sujeto
individual con el fin de dar lugar a una instancia de discurso. En ese sentido, las paráfrasis de lengua en
uso o empleo de la lengua, que utiliza Benveniste, dan cuenta de que la enunciación se concibe básicamente
como un acto, no como un objeto lingüístico equivalente a una oración, un texto, etcétera. De este modo, la
enunciación supone un locutor y también un destinatario (o alocutario, en la terminología original), ya que
todo discurso involucra a alguien que se dirige a otra persona. Además, la enunciación también requiere
una referencia, esto es, la expresión de cierta relación entre el discurso y el mundo.

Prueba de estas generalizaciones son los sistemas deícticos, que (destaca Benveniste) existen en todas las
lenguas y que remiten al yo, el aquí y el ahora, los parámetros básicos de la situación enunciativa.

Para expresar la relación entre los participantes en la comunicación, las lenguas utilizan diversos recursos: el
sistema pronominal (la primera y la segunda persona, que indican los participantes en el acto
enunciativo: yo y vos, versus la «no-persona»: él) y los morfemas verbales de persona y de número
(especialmente relevantes en el caso de las lenguas con sujeto tácito, como el español). La situación espacial
del acto de enunciación se expresa mediante pronombres, adjetivos o adverbios demostrativos (esto, ese,
aquí, etc.), que indican mayor o menor cercanía espacial con el locutor.

Por último, la relación con el momento particular de la enunciación aparece expresada por medio de
diversos adverbios o construcciones nominales equivalentes (ahora, antes, mañana, esta semana) y por los
morfemas verbales de tiempo y aspecto, oponiendo el presente enunciativo al resto de las opciones
temporales. A partir de esta última oposición, Benveniste construye la dicotomía entre discurso (donde los
hechos se muestran íntimamente ligados al locutor, al presentarse en un presente coincidente con el acto de
enunciación) e historia (donde los hechos se presentan como si fueran ajenos al momento de la enunciación,
con el uso preponderante de los tiempos del pasado).

El estructuralismo en Inglaterra: John Rupert Firth y Michael Halliday

El estructuralismo tuvo su fuerte impronta en Inglaterra a través de la obra de John R. Firth (1890-1960) y
luego de su discípulo Michael Halliday (n. en 1925), quien es el padre de una de las teorías funcionalistas
contemporáneas más influyentes (la llamada La lingüística funcional sistémica). Firth fue un estudioso de
lenguas exóticas de Oriente, así como M. Halliday fue, antes que lingüista, especialista en lengua y literatura
china.

J. R. Firth, si bien parte de algunos postulados saussureanos, se aparta de muchos de ellos y adopta una
actitud singular frente a las demás escuelas estructuralistas: se enfrenta particularmente con el
estructuralismo norteamericano, el enfoque dominante en lengua inglesa en su época de formación. La
escuela de Praga influyó también fuertemente en sus ideas y en las de sus discípulos y seguidores.
Para Firth, la lingüística debe estudiar el significado en la lengua, entendiendo significado como un
complejo de relaciones contextuales; la fonética, la gramática, la lexicografía y la semántica tratan cada una
sus propios componentes del complejo en su contexto apropiado. El significado compete, pues, a todos los
niveles lingüísticos dado que el hablante realiza elecciones entre las posibilidades que le ofrece cada nivel
atendiendo al contexto. El significado, entonces, está asociado indisolublemente al uso.

Firth fue discípulo del antropólogo B. Malinowski, de quien recibió una fuerte influencia, especialmente en
lo que se refiere a la relevancia del contexto en todo evento comunicativo y lingüístico (de allí que suela
identificarse a esta línea como parte del contextualismo británico). Para Firth la lengua es una totalidad; la
división de la lengua en fonética, gramática, léxico, etc. no es más que una necesidad metodológica: para
describir y explicar cualquier elemento o aspecto de un nivel dado es imprescindible tener en cuenta todos
los demás niveles. Por otra parte, nunca debe perderse de vista que la lengua siempre tiene una función
social en el contexto de una cultura dada. Las lenguas pueden estudiarse solo a partir de textos concretos,
muestras de lo que llama lenguas restringidas, es decir, la lengua de la ciencia, de la política, del comercio,
etcétera.

Con esta idea dio un lugar de importancia al estudio de lenguas para fines específicos, que tiene hoy un
desarrollo pujante. La teoría asigna un papel central a la noción de sistema (de allí derivará el nombre teoría
sistémica) y también a la de estructura, que define en vinculación con las relaciones sintagmáticas y
paradigmáticas de Saussure: todo análisis debe distinguir entre estructura como entidad sintagmática y
sistema, entidad paradigmática, y cualquier análisis lingüístico debe realizarse analizando tanto las
relaciones sintagmáticas como las paradigmáticas.

El estudio de la lengua debe apelar a la distinción de niveles de análisis, pero concibiéndolos de manera
flexible: Firth reconoce como niveles básicos de la lengua los niveles fonético, léxico, gramatical y
situacional (context of situation); sin embargo, admite que podría proponerse el nivel grafemático (el estudio
estructural del sistema ortográfico) o el nivel estilístico (el nivel encargado de explicar aquellos rasgos
específicos que son significativos para la delimitación funcional de un estilo de lengua).

Su discípulo Michael Halliday encabezó la llamada escuela neofirthiana y desarrolló a partir de la década
del sesenta del siglo XX la teoría sistémica. En distintos trabajos de ese período, consideró que el lenguaje
era sonido organizado: la fonética estudia los sonidos, y la lingüística, su organización. La descripción de
una lengua debe considerar los distintos niveles de estructuración; ellos son situación, forma y sustancia, y
se relacionan entre sí mediante el contexto y la fonología. Solo la forma es estrictamente lingüística; la
situación consiste en la circunstancia social real en la que funciona la lengua y la sustancia es su materia, sea
fónica o gráfica. La descripción debe mostrar la relación entre la forma lingüística —la organización
significativa de la sustancia— y la situación, así como entre forma lingüística y sustancia; por eso postula
los dos interniveles que realizan esas funciones (contextual y fonológico). El estudio de la forma incluye el
léxico y la gramática.

Uno de los aspectos más estudiados del sistema por M. Halliday en las décadas del sesenta y setenta es la
transitividad, que consiste de una red de sistemas que se originan en la cláusula mayor (la oración que
contiene predicación). Los sistemas de transitividad se relacionan con:

1. los tipos de procesos que se emplean en la cláusula;


2. con los participantes, y con atributos y circunstancias de los procesos y los participantes.

Los tipos de procesos pueden ser extensivos o intensivos, según se trate de procesos de acción o percepción
(Elena compró la casa; Las gaviotas volaron) o de descripción o identificación (Las fiestas navideñas
son extenuantes; El presidente es Rodríguez Zapatero). Dentro de los procesos extensivos se distinguen el
sistema efectivo (dirigido a un fin/objeto, como en Elena compró la casa) del sistema descriptivo (acción no
dirigida, las gaviotas volaron). A su vez el rasgo efectivo puede manifestar el sujeto como actor (operativo)
o como objeto (receptivo). Una descripción más refinada de la cláusula extensiva distingue el
rasgo iniciador de la acción y otras posibilidades de relación entre los participantes (Juan rompió la
ventana / La ventana se rompió).
Hacia mediados de la década del setenta sus trabajos comienzan a mostrar una tendencia creciente a
traspasar los límites de la oración en el análisis gramatical, como lo muestra con elocuencia su
libro Cohesión en inglés [Cohesión in English] (1976), realizado en colaboración con Ruqaiya Hasan, y en
el que elabora los distintos procedimientos cohesivos que hacen posible hacer del texto un objeto con
significado. Su gramática funcional publicada en 1985 exhibe la consolidación de su modelo gramatical
(ver Estado del arte).

La escuela lingüística de Praga

El círculo lingüístico de Praga fue fundado por lingüistas checos y rusos (Bohuslav Havránek, Vilém
Mathesius, Joseph Vachek, Bohumil Trnka, Roman Jakobson, Nicolai Troubetzkoy y Serge
Karcevskij) en 1926, en gran parte como reacción contra la tendencia de los neográmaticos a aislar los
fenómenos lingüísticos y a estudiarlos de manera parcial. Se reconocen dos períodos en la obra de los
lingüistas de Praga: un período clásico, previo a la segunda guerra mundial, y un segundo período, que se
inicia una vez finalizada la guerra. Los lingüistas de Praga pueden caracterizarse como estructuralistas
funcionalistas: parten de la relación interna entre significado y significante pero consideran las relaciones de
la lengua con la realidad extralingüística. Sus aportes han sido sustantivos en todos los planos de la lengua.

En la época clásica destacan las investigaciones en el área de la fonética y la fonología, emprendidas


especialmente por R. Jakobson, S. Karcevsky y N. Troubetzkoy; a este último autor se deben los
principios y reflexiones que pasaron a conocerse como la «Fonología de Praga». En su obra elabora las
nociones de fonema y alófono, es decir, la distinción entre «tipos distintivos» y realizaciones concretas de
sonidos, que explica que los hablantes pronuncien y perciban las diferencias en la pronunciación de la s en
las palabras asfalto, casa y asco pero al mismo tiempo identifiquen esas variantes como realizaciones del
tipo (fonema) s, que permite contrastar significados (casa vs. cara). Debemos a Troubetzkoy la comprensión
y la sistematización de los sistemas fonológicos de distintas lenguas a partir de los rasgos distintivos
(pertinentes, relevantes) de los fonemas y la clasificación de las oposiciones fonológicas. Naturalmente, su
obra se basa en buena medida en trabajos de predecesores como Baudin de Courtenay, Ferdinand
Saussure, Otto Jespersen, etcétera.

Por otra parte, los lingüistas de Praga innovan al incorporar la perspectiva funcionalista en la definición de la
lengua: para ellos, la lengua es un sistema de medios de expresión apropiados para un fin. Además, la lengua
es un sistema funcional en sí: las estructuras fónica, gramatical y léxica dependen de las funciones
lingüísticas y sus modos de realización.

En el período posguerra de la Escuela de Praga es notoria la mayor concentración en los estudios


gramaticales y la atención brindada a los niveles superiores de organización de la gramática.

Ya Mathesius había concebido la lengua como un sistema de niveles correlacionados: fonológico,


morfológico y sintáctico y suprasintáctico o estilístico. Los niveles superiores imponen su organización
categorial a los inferiores, pero siempre el último selecciona los medios de realización. Cada nivel es un
subsistema, con unidades propias. El análisis estructural debe abarcar el aspecto paradigmático y
sintagmático. Son relevantes las contribuciones de B. Trnka al campo de la morfología y de Frantisek
Daneš al de la sintaxis. Este último autor reelabora y completa teóricamente aportes previos sobre los
niveles superiores; así, propone distinguir los niveles sintácticos de:

1. la estructura gramatical de la oración;


2. la estructura semántica de la oración y
3. la organización de la emisión.

Especialmente original es la propuesta para el nivel suprasintáctico, desarrollada inicialmente


por Mathesius. En este nivel, la unidad es la emisión o la «perspectiva funcional de la oración», que implica
la contextualización de la lengua en una situación concreta, con un hablante y un oyente, en la que la
función lingüística primaria es la representativa o informativa. La emisión es un proceso dinámico de
comunicación, en el que sus elementos se jerarquizan de acuerdo con el grado de información que conllevan
(= dinamismo comunicativo); esos elementos son tema(= información conocida) y rema (=información
nueva).

La emisión se realiza mayormente mediante recursos no gramaticales aunque algunos se reflejan en el nivel
gramatical (el acento contrastivo o enfático, la entonación, el orden de las palabras, etc.). Los estudios sobre
la perspectiva funcional de la oración de los lingüistas praguenses son un antecedente central para el
nacimiento de la Lingüística del Texto. En este sentido, también son un antecedente de importancia sus
desarrollos en estilística funcional: concibieron la estratificación funcional de la lengua a partir de pares de
rasgos como lengua intelectual vs. emocional, oralidad vs. escritura, habla
dialógica vs. monológica, lengua informativa y lengua poética, la primera dividida en lengua práctica y
teórica, y sobre todo una dicotomía que subyace en parte a la clasificación transversal: lengua
popular vs. lengua literaria. Havránek distingue en el campo de la comunicación no artística la lengua
cotidiana,la lengua referencial y la lengua científica; y más tarde también se refiere a la lengua periodística.

En este marco es preciso mencionar a Roman Jakobson (1896-1982), lingüista, fonólogo y teórico de la
literatura ruso, quien debido a persecución política, igual que su amigo y colega Troubetzkoy, debió
emigrar primero a Praga, más tarde a Dinamarca y Noruega, y de allí, por la amenaza de la invasión nazi, a
los Estados Unidos. Su obra es vasta y abarca los campos de la fonología, la afasia, la lingüística general, la
estilística y la poética. La contribución de Jakobson que más se ha difundido en la lingüística y
especialmente en su enseñanza es la vinculada con las funciones del lenguaje.

Ese trabajo fue presentado en una conferencia titulada «Lingüística y Poética», que estuvo destinada a
discutir críticamente la concepción tradicional que considera esos ámbitos como opuestos y solo
tangencialmente relacionados. Jakobson sostiene que toda conducta verbal —no solo la poética— es
intencional y está dirigida a un fin: el lenguaje debe ser abordado y estudiado en toda la variedad de sus
funciones. Sobre la base de la teoría de la información formulada en 1948, que se articula sobre los factores
que constituyen la comunicación (emisor, receptor, referente, canal, mensaje y código), dedujo la existencia
de seis funciones lingüísticas: la expresiva, la apelativa, la representativa, la fática, la poética y
la metalingüística. De esta manera, completó el modelo de las funciones lingüísticas clásico, presentado
por Karl Bühleren su libro, Teoría del Lenguaje (1930).

LA GRAMÁTICA GENERATIVA (CHOMSKY)

Estructuras sintácticas

Uno de los lingüistas más famosos, renovadores e influyentes del siglo XX es, indudablemente, Noam
Chomsky (n. en 1928), conocido también por sus escritos sobre política, historia y economía. Estudiante
brillante en la Universidad de Pensilvania, se doctoró en 1955 (el mismo año en que se incorporó al
Massachussetts Institute of Technology, MIT), con la dirección del lingüista estructuralista Zellig Harris. Su
tesis doctoral (La estructura lógica de la teoría lingüística [The Logical Structure of Linguistic Theory]) no
se publicó hasta los años setenta, pero, dos años después, publicó un extracto que literalmente revolucionó la
teoría lingüística: Estructuras sintácticas [Syntactic Structures] (1957).

Entre las ideas más influyentes de Estructuras sintácticas, cabe mencionar lo que se llamó luego problema
lógico de la adquisición del lenguaje o problema de Platón. El planteo es que hay un conocimiento
específico acerca de la propia lengua, que no es manejada por una «inteligencia general» y que no «se
aprende», en la medida que la producción e interpretación de oraciones requieren un número de operaciones
formales complejísimas que es implausible que los niños adquieran por «instrucción explícita» de sus
mayores.

Nadie le enseña a un niño cómo mover el verbo a la posición adecuada en el caso de una pregunta, razona
Chomsky: así, la pregunta ¿Dónde está Juan? parece derivarse de la oración afirmativa Juan está en
X reemplazando el circunstancial por un pronombre interrogativo y moviendo el verbo a la segunda
posición. Las oraciones agramaticales *¿Dónde Juan está? o *¿Dónde está Juan en casa? sugieren que un
niño de un año y medio (que ya puede producir preguntas) tiene que tener un conocimiento intuitivo de
nociones tales como circunstancial o verbo, sobre las que, evidentemente, nadie lo ha instruido.
Crucialmente, los casos con sujetos o verbos complejos indican que, además, tiene que manejar las nociones
de sintagma, de subordinación y de perífrasis para producir sin errores preguntas como ¿Dónde está el
chico?, ¿Dónde está el chico que invitaste ayer?, ¿Dónde ha ido Juan?

A partir de ejemplos como estos, Chomsky infiere que debe existir un conocimiento formal, previo a la
experiencia, que permita que el niño maneje todas esas nociones con suma rapidez y sin instrucción
explícita. De este modo, se opone a las visiones de la mente como una tabula rasa, que son típicas de las
visiones conductistas del lenguaje (véase Bloomfield, por ejemplo) y de las visiones extremas de que el
lenguaje determina el pensamiento, que no tendría previamente ninguna categoría (véase Whorf, por
ejemplo).

Otra propiedad del lenguaje que Chomsky señala se expresa en el llamado problema de Descartes, que
destaca el hecho de que, a partir de un conjunto finito de unidades y de reglas, un hablante puede generar
infinitas oraciones gramaticales y, por lo tanto, interpretables para los oyentes (independientemente de que
las hayan escuchado antes o no). De esta idea se deriva uno de los nombres habituales de la perspectiva
teórica desarrollada por Chomsky, gramática generativa o generativismo.

En cuanto al modelo en sí, Chomsky propone que existen transformaciones, esto es, operaciones de
movimiento, borrado, agregado o permutación de material que permiten captar las conexiones entre
oraciones emparentadas (como la que señalamos anteriormente para una pregunta y su correspondiente
oración asertiva). De esta noción de transformación de una estructura en otra se deriva otro de los nombres
que ha recibido la corriente teórica encabezada por Chomsky (lingüística transformacional).

Otros pares de oraciones relacionadas entre sí que, para Chomsky, pueden ser explicados por medio de
transformaciones son las oraciones marcadas por la polaridad afirmativa/negativa (por ejemplo, la serie Juan
fue al cine / Juan no fue al cine / Juan sí fue al cine) o el contraste entre la voz activa y la pasiva (Juan
destruyó los diques / Los diques fueron destruidos por Juan). Por su parte, también la morfología verbal (por
ejemplo, la concordancia entre verbo y sujeto) es introducida por medio de transformaciones. Nótese que,
mientras algunas transformaciones son obligatorias (la concordancia de verbo y sujeto, por ejemplo), otras
son optativas (la pasiva o la negación).

En Estructuras sintácticas, las transformaciones están ordenadas entre sí rígidamente, con el fin de explicar
ciertos fenómenos empíricos de la morfosintaxis del inglés. Por dar un ejemplo del español, la
transformación de pasiva (la regla número 12) debería preceder necesariamente al agregado de morfología
que surge de la concordancia del verbo con el sujeto (regla número 15), como puede observarse en el par de
oraciones precedentes (i.e., Juan destruyó los diques / Los diques fueron destruidos por Juan).

Otro término introducido en Estructuras sintácticas es el de gramaticalidad, que se refiere a las intuiciones
de los hablantes frente a construcciones de su lengua materna. Chomsky diferencia los problemas de
gramaticalidad de los problemas de significado que pueden surgir por factores extragramaticales, que no
afectan la estructura (ni, por lo tanto, la interpretabilidad) de una oración. Para Chomsky, la noción
de gramatical no equivale a ‘significativa’ o ‘con significado’: una oración como Las ideas verdes incoloras
duermen furiosamente [en inglés, Colorless green ideas sleep furiously], aunque presente diversas clases de
incongruencia semántica, está bien formada desde el punto de vista sintáctico y, por lo tanto, puede recibir
alguna interpretación.

Aspectos de la teoría de la sintaxis

El segundo libro de Chomsky, que retoma y refina Estructuras sintácticas, es Aspectos de la teoría de la
sintaxis [Aspects of the theory of syntax] (1965). Entre los conceptos allí desarrollados, aparecen varios que
se consideran representativos de toda la gramática generativa.

Así sucede con la dicotomía actuación [performance] vs. competencia [competence], que para Chomsky
permite distinguir la conducta lingüística real y observable (actuación) en contraste con el sistema interno de
conocimiento que subyace a ella (competencia). Chomsky asume explícitamente que la competencia es una
facultad idealizada, que resulta de abstraer los juicios de un hablante / oyente ideal de una comunidad
lingüística completamente homogénea, al que no lo afectan condiciones irrelevantes para la gramática como
limitaciones de memoria, distracciones, errores, etc. (Chomsky, 1965, p. 3).

En ese sentido, Chomsky separa la competencia, que es una capacidad idealizada (mental o psicológica), de
la producción real de enunciados, que es la actuación. La dicotomía recuerda a la distinción
entre lengua y habla de Saussure, como el mismo Chomsky nota (1965, p. 4). Ambos pares de conceptos
pretenden extraer de la masa de hechos del lenguaje una entidad sistemática, que pueda servir como objeto
de estudio legítimo de la lingüística (la lengua, para Saussure; la competencia para Chomsky), a la que
diferencian de otros fenómenos ligados con el lenguaje que son heterogéneos y difíciles de sistematizar (el
habla y la actuación, respectivamente). Sin embargo, mientras que para Chomsky la competencia es el
conjunto de reglas subyacentes a las infinitas oraciones de una lengua, para Saussure la lengua coincide
prácticamente con el léxico, en tanto inventario «sistemático» de ítems.

Por otra parte, recuérdese que Chomsky rechaza las ideas de que la comunicación sea una función inherente
del lenguaje y de que la lengua deba ser estudiada en el contexto de las interacciones humanas, dos premisas
asumidas por la lingüística estructural.

A partir de la dicotomía competencia/actuación, Chomsky plantea en Aspectos... la oposición entre


la gramaticalidad y la aceptabilidad de las oraciones. Mientras que la gramaticalidad de una oración se
refiere a propiedades que atañen a la competencia, esto es, si la oración está o no formada de acuerdo con las
reglas que forman parte del conocimiento internalizado de los hablantes, la aceptabilidad, en cambio, tiene
que ver con factores ligados a la actuación, que incluyen desde la normalidad semántica y pragmática hasta
la complejidad oracional.

También sobre la base de la oposición entre competencia y actuación, Chomsky plantea en Aspectos... la
diferencia entre una gramática explicativamente adecuada (que da cuenta de la competencia, esto es, del
conocimiento interno del hablante acerca de su lengua) en oposición a una gramática descriptivamente
adecuada (que se limita a observar los hechos o la conducta sin dar cuenta del sistema de reglas subyacente).

La otra modificación importante que agrega Aspectos de la teoría de la sintaxis al modelo de Estructuras
sintácticas es el papel que juega el léxico. En Aspectos... el léxico está distinguido claramente del
componente transformacional (cosa que no sucedía en Estructuras sintácticas, lo cual permitía la generación
indeseable de oraciones agramaticales).

Así, el léxico reúne toda la información idiosincrásica (fonológica, sintáctica y semántica) que los hablantes
conocen sobre los ítems léxicos. Especialmente relevante es la incorporación de la noción de
subcategorización, que especifica qué tipo de selección tienen los verbos: por ejemplo, destruir se inserta en
un contexto [__ SN]; creer, en [__O]. La existencia de la subcategorización en las entradas léxicas explica la
agramaticalidad de oraciones como Juan ríe María, que Estructuras sintácticas permitía. A partir de esa
propuesta de Chomsky, se empezó a discutir desde mediados de los años sesenta cuál era la naturaleza de la
subcategorización, esto es, si debía plantearse en términos sintácticos (como los anteriores, en los que se
especifican las características sintácticas del complemento) o en términos semánticos (por ejemplo, por
medio de roles temáticos: destruir selecciona un agente que lleva a cabo la acción y un tema, que es la
entidad pasivamente involucrada) o si la selección es doble (sintáctica y semántica).

Con la determinación del lugar del léxico en el modelo, en Aspectos... se termina de diseñar la oposición
entre estructura profunda y estructura superficial de una oración, que ya estaba implícita en la noción de
transformación de Estructuras sintácticas. La estructura profunda se deriva más o menos directamente de las
propiedades de los ítems léxicos, mientras que la estructura superficial se crea una vez que se aplican las
operaciones sintácticas correspondientes al componente transformacional.

Década del setenta


Para la gramática generativa, los años que siguieron a Aspectos de la teoría de la sintaxis estuvieron
marcados por la discusión acerca de qué oraciones podían correlacionarse formalmente entre sí por medio de
una transformación (i.e., qué oraciones pueden derivarse una de la otra) y qué fenómenos debían ser
considerados independientes desde el punto de vista sintáctico, aunque hubiera entre ellas una sensación de
«parentesco» semántico o formal.

Un texto fundamental en ese camino es «Observaciones sobre la nominalización» [Remarks on


nominalization] (1970), a partir del cual la gramática generativa retomó la oposición de Bloomfield entre la
morfología y la sintaxis como componentes diferentes de la gramática que dan cuenta de la formación de
distinto tipo de unidades complejas. Chomsky distingue, dentro de las diversas clases de palabras con
categoría nominal que aparecen ligadas a un verbo (gerundios y «verdaderas» nominalizaciones), aquellas
relaciones que son sistemáticas, regulares y predecibles (y deben, pues, ser captadas por transformaciones
sintácticas) de aquellas relaciones impredecibles que deben expresarse por medio de reglas léxicas o
morfológicas. Paralelamente, «Observaciones sobre la nominalización» puede leerse también como un largo
argumento en contra de los autores enrolados en la semántica generativa (como George Lakoff, Paul
Postal, John Ross), que constituyeron el primer desprendimiento de la gramática generativa en los últimos
años de la década del sesenta y los primeros del setenta. Los semánticos generativos trataban de explicar por
medio de transformaciones ciertas relaciones semánticas que no están expresadas formalmente en la
gramática (por ejemplo, las que vinculan en español los verbos morir y matar –entendido como ‘causar que
otro muera’); por el contrario, Chomsky intentó demostrar que esas relaciones no pueden ser resultado de
operaciones sintácticas, sino que deben ser expresadas por medio de reglas de otra naturaleza (léxicas o
semánticas).

En síntesis, en los primeros textos de Chomsky aparecen ya los puntos centrales de la gramática generativa,
que se mantienen hoy en día. Entre ellos, cabe mencionar la postulación de la existencia de un conocimiento
innato / universal del lenguaje, que ha llevado a rediseñar la teoría de la adquisición (y ha influido
directamente en el enorme desarrollo de la psicolingüística y de la neurolingüística de los últimos años); la
preeminencia otorgada al componente sintáctico como locus de las propiedades universales del lenguaje; el
interés en el aspecto creativo o generativo del lenguaje humano, asociado con la recursividad como
propiedad fundamental, y, por último, los supuestos de que existen unidades intermedias entre las palabras y
las oraciones (frases o sintagmas) y de que la estructura fonológica de una oración no coincide
necesariamente con su estructura semántica (i.e., hay operaciones de desplazamiento y elipsis que llevan a
una falta de correspondencia entre sonido y significado). Como premisa epistemológica, Chomsky ha
planteado la idea de que la lingüística no debe ser una ciencia simplemente clasificatoria o descriptiva, sino
explicativa y, por lo tanto, debe buscar las leyes o reglas que rigen subyacentemente la conducta lingüística.

Estructuras sintácticas y Aspectos..., que dieron lugar a la llamada teoría estándar extendida que se
desarrolla a lo largo de la década del setenta, pretendían servir como primer paso en la explicación de la
capacidad humana del lenguaje; sin embargo, el modelo sintáctico planteado carecía de universalidad. Así,
por ejemplo, ciertas transformaciones, como la regla de inserción del verbo auxiliar do [hacer], hacían
referencia a fenómenos particulares del inglés, sin ningún alcance universal. Recién en los ochenta, con la
teoría de principios y parámetros, reformulada luego como el programa minimalista, se planteará un modelo
capaz de reflejar de un modo adecuado y sistemático no solo las características universales del lenguaje, sino
también las propiedades particulares de las lenguas.

Fuente:
Par@Educar – Aportes para la enseñanza para el nivel medio
Disponible en: http://www.aportes.educ.ar/sitios/aportes/nucleo/index?nucleo=lengua_nucleo_recorrido

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