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francesa del libro; la que comenta la ampliación del capítulo en que se habla de
poesía moderna. En efecto, la versión francesa ha sido la ocasión de muchos
ajustes del texto. Es indudable que Paz ha sentido la insuficiencia de ciertos
pasajes de la primera edición al ser leídos en un previsible contexto francés. De
ahí derivan no sólo cuestiones menores de estilo (como eliminar la expresión
“el crítico francés” al hablar de Etiemble en el Apéndice II, p. 295) sino algunas
cosas fundamentales como el nuevo desarrollo del panorama de la poesía
moderna en Francia que aparece en el capítulo “Verso y prosa”. Donde antes
había un poco más de una página (con una brillante descripción de Lautréamont)
ahora hay, cuatro páginas largas (83-87), en los que el poema de Mallarmé, Un
coup de dès, resulta situado centralmente. También las modificaciones de la
segunda edición en lo que se refiere al superrealismo, a la escritura automática
y a la personalidad de Breton, son considerables. Pero ellas derivan no sólo de
la necesaria ampliación de un texto que se supone leerán lectores franceses, sino
que también provienen de nuevas reflexiones de Paz sobre problemas estéticos
y, sobre todo, lingüísticos, como se verá más adelante. Otras modificaciones
(como la desaparición de referencias a Sartre o a Camus) obedecen tal vez a la
implantación de un nuevo elenco de autores citables. En 1956, el existencialismo
francés parecía más considerable que hoy. Pero también esto resulta ligado a
otra motivación menos circunstancial que se examina luego.
Es obvio que al supervisar la versión francesa, Paz tiene ocasión de volver
sobre lo escrito con una perspectiva nueva. La década transcurrida no sólo
afecta su experiencia autobiográfica; también es una década capital para la
cultura de Occidente. Si ya en 1956 podrían haberse reconocido las primeras
señales de una metamorfosis en el rumbo del pensamiento occidental (sobre
todo en la costa norteamericana del Pacífico), en Francia el existencialismo
todavía dominaba las discusiones, como se puede ver no sólo en la obra de los
escritores franceses sino en libros satélites coma Rayuela, de Julio Cortázar, o
los escritos de los parricidas argentinos de entonces. Sin embargo, en la misma
Francia ya Lévi-Strauss había publicado sus primeros trabajos; Lacan estaba
dando sus clases; Roland Barthes lanzaba en 1953 Le degré zéro de l’écriture.
Pero el proceso habría de tardar unos años aún en hacerse totalmente visible.
Sólo en 1962, y en una, revista especializada, se publicaría el examen
estructuralista de “Les Chats”, de Baudelaire, que habían realizado conjuntamente
Lévi-Strauss y Roman Jakobson. Las obras de este lingüista ruso, aunque
publicadas en los Estados Unidos desde hacía años, eran conocidas sólo por
especialistas; los trabajos de Ehrlich sobre el formalismo ruso no habían llegado
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a oídos de la crítica francesa. Todavía faltaban algunos años para que Todorov
compilase su excelente Théorie de la littérature, antología de textos de los
formalistas rusos. El año en que sale esta obra de divulgación es el mismo 1967
en que Paz publica en México la segunda edición de El arco y la lira.
O dicho de otro modo: entre la primera y la segunda edición el estructuralismo
francés –con todo lo que significa como método para el estudio de la antropología,
el psicoanálisis, el marxismo, la filosofía, la crítica literaria, hasta la política y
las matemáticas– irrumpe en el mundo occidental y no sólo cuestiona el
concepto clásico de las humanidades sino que destruye el prestigio aún latente
de las versiones sartrianas del existencialismo. El mero examen de algunas de
las modificaciones entre la primera edición de El arco y la lira y, la segunda
permite registrar este cambio.
No sólo el nombre de Lévi-Strauss aparece ahora correctamente escrito (en
la primera edición, pp. 112 y 283, aparece con una y), sino que se usan sus libros
para rectificar algún punto del texto original. Así, por ejemplo, al hablar de la
mentalidad primitiva en el capítulo, “La otra orilla”, Paz se inclinaba a subrayar
la irracionalidad de la misma. En 1967 se corrige, citando La pensée sauvage,
del estructuralista francés. Simultáneamente, en un libro publicado el mismo
año en México, Paz examina en detalle algunas teorías del mismo, y hasta las
refuta parcialmente. Me refiero, es claro, a Claude Lévi-Strauss o el nuevo festin
de Esopo.
En el mismo sentido cabe subrayar las modificaciones que se hacen a varios
desarrollos lingüísticos que contiene la primera edición. Así, en el capítulo
titulado precisamente “El lenguaje”, hay, una nota en que se rectifica cierta
afirmación (“El estudio del lenguaje... es una de las partes de una ciencia total
del hombre”) y se cita a N. Trubetzkoy, Roman Jakobson y Lévi-Strauss. La
palinodia de la página 31 se reitera en otra nota, de la página 33; se prolonga en
otra del capítulo siguiente, sobre “El ritmo”, en que se cita y discute a Jakobson
(p. 50); y encuentra una expresión tácita en la supresión de un desarrollo sobre
Paul Valéry y el lenguaje (pp. 46-47 de la primera edición) en que se afirmaba:
“Para Valéry, temperamento predominantemente intelectual, el lenguaje
consistía en un sistema de signos. Su actitud nunca fue diversa de la del filósofo
y la del matemático”. Cabe suponer que ahora Paz reconoce mejor el fundamento
de la actitud de Valéry frente al lenguaje.
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Otras modificaciones tienen que ver con una ampliación del panorarna
poético del libro. Pasado inicialmente en un estudio personal de la lírica
hispánica y la francesa, en que hasta el romanticismo alemán, la poesía de habla
inglesa y las literaturas del Oriente eran presentadas desde una perspectiva
francesa, la visión panorámica de Paz ha ido enfocándose cada vez más sobre
los textos mismos y no sobre las interpretaciones de intermediarios. Lo que
ahora dice, por ejemplo, sobre la poesía inglesa y, en particular, sobre la obra
de Joyce y de Pound, refleja una lectura mucho más afinada de estos dos grandes
renovadores. Véase, por ejemplo, el espacio concedido en la primera edición a
The Waste Land y compáresele con el de la segunda. Y no sólo el espacio; hasta
en la precisión mayor de algunas referencias se advierte ahora la lectura más
ahondada. Todavía sigue siendo insuficiente el espacio concedida a la poesía
norteamericana (una página, entre las 83-83), así como es inexplicable la
ausencia de los poetas alemanes contemporáneos. Pero por lo menos, ahora el
panorama de la poesía de este siglo en Europa resulta algo más balanceado. El
desarrollo más importante es el que se refierea un cambio de énfasis en la
presentación de la poesía hispánica. En la primera edición, y aquí cabe
reconocer las influencias tutelares de Alfonso Reyes y José Bergamín, la poesía
peninsular dominaba completamente las nueve páginas dedicadas a la lengua en
el capítulo, “Verso y prosa”. Apenas si cabía alguna mención a los modernistas
(Darío, Lugones) y a dos poetas posteriores (Reyes, como traductor de La Ilíada
y como crítico; Neruda como autor del Canto general). Los escritores españoles,
de Gonzalo de Berceo a José Bergamín, eran objeto de la mayor atención. (No
cuento una referencia a Pedro Henríquez Ureña porque sólo consiste en una
mención a su estudio sobre el verso español.)
En la segunda edición no sólo se suprime el nombre de José Bergamín de
ese capítulo (ahora sólo aparece en la “Advertencia a la primera edición”, p. 9)
sino que se altera radicalmente la distribución del espacio. De las diez páginas
que ahora se concende al verso en español (pp. 87-97) sólo la mitad corresponden
a la poesía española y en esa mitad hay sutiles cambios y omisiones, como puede
verse si se compara su tratamiento de Antonio Machado en la primera edición
(pp. 86-87, especialmente) con el de la segunda (p. 91). Octavio Paz sigue
admirando al Machado teórico, pero advierte: “Al prosista, no al poeta,
debemos esa intuición capital: la poesía, si es algo; es revelación de la ‘esencial
heterogeneidad del ser’, erotismo, ‘otredad’. Sería vano buscar en sus poemas
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Al revisar ahora el capítulo “El mundo heroico”, Paz deja caer un párrafo
entero (p. 205) en que se exalta el modelo griego y se comenta la interpretación
de Albert Camus, en L’homme revolté, de “una rebelión fundada en la mesura
mediterránea”. La supresión del párrafo obedece, conjeturo, a motivos más
profundos que el actual eclipse de la obra de Camus. Frente a la mesura
mediterránea, e incluso al sentido trágico de la existencia que esa mesura
enmascara, Paz parece oponer ahora la visión oriental. El tema está ligado,
asimismo, con otras modificaciones que ocu tren a lo largo de todo el libro y que
tienen que ver con varios temas enlazados: la interpretación existencialista del
ser que Paz recoge a través de Machado y Bergamín y que se apoya en la lectura
de ciertos textos de Heidegger; la convicción (muy bretoniana) de los vínculos
entre poesía y revolución. Ambas convicciones han sido atacadas, ya se sabe,
por la crítica que se centra sobre todo en el estructuralismo. Al revisar el texto
para la segunda edición, Paz (sin abandonar del todo algunas formulaciones)
modifica sin embargo sus postulados.
Es casi imposible, a menos de realizar un examen paralelo total de los textos
de ambas ediciones, precisar con todo detalle el alcance de estas modificaciones.
Me limitaré aquí, pues, a dar algunos ejemplos llamativos. Así, en el capítulo
“El lenguaje” concluye Paz un párrafo afirmando rotundamente: “No hay
poema sin creador”. La sentencia desaparece en la segunda edición (p. 37). A
vuelta de página, donde antes terminaba un párrafo diciendo: “Poesía es
creación, acto libre”, y empezaba el siguiente afirmando: “Ejercicio de la
libertad, la creación poética...”, en la segunda edición suprime tanto el final de
un párrafo congo el comienzo del otro; es decir: ahora suprime la identificación
entre poesía y creación libre. En el capítulo siguiente, “El ritmo”, un párrafo
entero (p. 56) desaparece; en él se proclamaba: “Todo poeta es por un instante
–el instante de la creación– su poema”. Mucho más adelante, en el capítulo “la
consagración del instante”, elimina un párrafo (p. 188) en el que afirmaba: “La
creación poética no es sino el ejercicio de la libertad humana. Lo que se llama
inspiración es sólo la manifestación o despliegue de esa libertad”. Hay una
reiteración del tema al comienzo del Apéndice l; “Poesía, Sociedad, Estado”.
Inútil buscar estas frases en la segunda edición; han sido suprimidas.
De la misma manera se suprime un desarrollo que tiene su origen en
Heidegger y que abre el capítulo “La imagen” (primera edición, pp. 89-90); así
como se suprime una cita existencialista de Nietzsche en la página 94 de la
primera versión. Las supresiones de ciertos enfoques de Heidegger, como de
todo lo que en el texto original asimila poesía y libertad, o antropomorfiza la
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posible una comunión universal en la poesía?” Para contestarlas una vez más,
y volver a preguntar, para responderlas nuevamente, y replantear la pregunta,
así hasta el fin de los tiempos.