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HOMBRE Y CULTURA

más duros de «racismo»— implican un rechazo al otro y una resisten-


cia al reconocimiento del diferente como igualmente humano que se
asientan, aparte otras cuestiones sociopsicológicas, en el olvido que
nutre todos los prejuicios. En este caso se trata del olvido del
mestizaje del que todos provenimos, el mestizaje que por fuerza —y
por suerte— entraña una especie cultural como la nuestra, y que ha
sido uno de sus elementos configuradores, como mestizaje a la vez NATURALEZA Y CULTURA:
cultural y genético. Frente a la barbarie moral que implica el paradó- EL HOMBRE COMO «ANIMAL CULTURAL»
jico retroceso de todo racismo, ya descarado, ya encubierto, hacia la
consolidación de la desigualdad cultural según criterios de
animalidad, lo exigido, por motivos éticos y también por consisten-
cia científico-antropológica, es reivindicar sin concesiones la igual-
dad en dignidad, desde el reconocimiento de la común humanidad
que a todos constituye, como soporte y marco irrebasable del des-
pliegue y entrecruzamiento de las diferencias. La especie humana
debe su ser al mestizaje, y por él pasa su futuro.
I. EL ENIGMA DEL «ANIMAL CULTURAL».
APROXIMACIÓN A LA SITUACIÓN PARADÓJICA DEL HOMBRE

1. Exigencias del carácter paradójico del hombre.


Crítica de los reduccionismos teóricos

En el hombre se autotrasciende la evolución biológica, inaugurán-


dose ese ámbito nuevo —el de la libertad, podemos anticipar: liber-
tad condicionada—, ámbito específica y exclusivamente humano, que
es la cultura. El hombre, en consecuencia, es a la vez producto de la
evolución biológica y protagonista de la cultura que él genera —y
que incide en aquélla—. Se ve ubicado, pues, en el «quicio» entre dos
mundos, los cuales, sin embargo, de ninguna manera hay que enten-
der al modo platonizante. Es una situación paradójica: trasciende la
naturaleza, pero no la abandona. Se caracteriza así el hombre por esa
especie de «doble pertenencia», que no hay que entender de modo
esquizoide, sino como el estar de continuo en el «entre» que se ve
configurado por dos órbitas que se solapan, condicionándose con sus
mutuas interferencias: la biología sustenta a la cultura y la cultura
afecta a la biología. Tal interrelación de mediación mutua sólo puede
.ibordarse con un enfoque dialéctico, que permita captar la intermedia-
ción y la distancia en que el hombre se ubica, la identidad y la dife-
rencia que le traspasan.
La situación de ese hombre que ha salido de la (mera) naturaleza,
sin dejar de pertenecer a ella, es la que trata de reflejarse con la fór-
mula «animal cultural» (cf. París, 1994), entre cuyos términos se en-
n-rra la paradoja del hombre —«animal paradójico» {cf. Lorite,
1
>S2)—, la que supone la dicotomía fundamental señalada. Tal ten-

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sión paradójica es la que contienen las demás expresiones de esa ín- El argumento general contra los enfoques reduccionistas es que,
dole acuñadas a lo largo de la historia: «animal racional», «animal en cada nivel de complejidad, aparecen propiedades nuevas que no
político», «animal que fabrica instrumentos»... hasta la fórmula «ani- se pueden explicar con las leyes pertinentes para el nivel anterior.
mal simbólico» de Cassirer. En todas ellas la tensión interna está ser- Los reduccionistas, que pretenden reducir todas las explicaciones a
vida porque en tanto que cultural, racional, político, simbólico... el las leyes fundamentales, supuestamente ya conocidas, del «nivel» de
ser en cuestión, el hombre, ha dejado de ser animal (es decir, ha la realidad que se estime como más básico —por ejemplo, el corres-
dejado de ser como todos los demás animales), mas, sin embargo, él pondiente a la física de partículas—, parten de la tesis ontológica del
no se desprende de la animalidad que implica su condición biológica, continuo de la realidad, justificando fácticamente su proceder por el
modulada a la vez por todo eso transbiológico que ella posibilita. expeditivo método de «dejar fuera», puesto que al parecer no es sus-
El arriba mencionado platonismo, como todas las concepciones ceptible de explicación científica, aquello que resiste a la estrategia
dualistas en uno y otro sentido —y tan criticadas con tanta razón por reduccionista. Frente a ello hay que hacer valer epistemológicamente,
Nietzsche, como derivados del platonismo o platonismo encubier- y como presupuesto ontológico, lo que se puede considerar principio
to—, trataron de pensar al hombre haciéndose cargo de su peculiar básico antirreduccionista formulable así: el todo es mayor que, y di-
situación, pero lo hicieron al precio de escindirlo y distorsionar su ferente de, la suma de las partes —por más que, dicho tautológica-
realidad integral. La paradoja del hombre se vio entonces rota por el mente, no haya todo sin partes—.
antagonismo de mundos, niveles, ámbitos sustanciales... haciendo En fin, sin avanzar más por los vericuetos epistemológicos y
imposible pensar lo humano en fidelidad a la totalidad de la compleja ontológicos de la polémica sobre el reduccionismo, nos vamos a con-
realidad del hombre: alguna de sus dimensiones resultaba sacrificada centrar en los enfoques reduccionistas que operan en el campo de la
(la corporeidad, la voluntad, lo no racional, la relacionalidad...), vién- antropología, fijándonos especialmente en los dos que en este con-
dose postergada frente a otras (espíritu, entendimiento, racionalidad, texto son objeto de nuestra recusación: el instintívísmo etológico y el
conciencia subjetiva...). La reacción a ese precio del dualismo eran las geneticismo sociobiológico. En cuanto al primero, conoció su auge
soluciones monistas (espiritualistas o materialistas), que en nada re- tras los éxitos de K. Lorenz en el campo de la etología, al que secun-
solvían el problema; la búsqueda de una mayor inteligibilidad se rea- daron también otros investigadores como N. Tinbergen, Eibl-Eibes-
lizaba a costa de la multidimensionalidad de la realidad humana. feldt y D. Morris —éste muy conocido por acuñar para el hombre la
Los conocimientos sobre el hombre brindados por las ciencias no imagen del «mono desnudo» (cf. Morris, 1984)—. Lorenz, urgido
han resuelto ese problema, e incluso a veces lo han agravado. ¿Cómo sobre todo por el problema de la agresividad (cf. Lorenz, 1982), ex-
entender la realidad humana, y concretamente cómo entender esa tendió sus investigaciones desde el campo de la conducta animal al
realidad que, desde la naturaleza, va más allá de la naturaleza sin del comportamiento humano, traspasando a los hombres los meca-
abandonarla? En este punto se concentra la problemática epistemoló- nismos instintivos que él había descubierto que determinaban la con-
gica de la reflexión antropológica. La solución válida ha de respetar la ducta animal. Rebasando lo que podía ser una analogía con virtuali-
paradoja del hombre —cualquier eliminación de la misma es ficticia dades heurísticas, Lorenz aplica sin cautela alguna su enfoque
y, por tanto, distorsionante—. Y no se procede así desde el momento reduccionista —es lo que provoca nuestra recusación del instinti-
en que se aborda la realidad humana con un enfoque reduccionista. vismo: no la etología animal, sino la etología humana—. Prescin-
Los distintos reduccionismos son las reediciones cientificistas- diendo, no ya solamente de la dimensión subjetiva del hombre, de su
positivistas del viejo monismo metafísico, las cuales, o son formas intencionalidad como algo específico, etc., sino de su singularidad
reactivas respecto de concepciones dualistas metafísicas, o, por pre- biológica, el silogismo con que funcionan Lorenz y los demás etólogos
juicios metafísicos inconfesados, se cierran frente a una sana com- es el siguiente: 1} Todas las especies animales se rigen en su conducta
prensión dialéctica. por instintos, 2) La especie humana es una especie animal, 3) La es-
Distinguiendo entre lo que es un obligado, y siempre parcial y pecie humana tiene su conducta regida por instintos. No obstante,
autolimitado, reduccionismo metódico y lo que es un reduccionismo Lorenz hace una concesión —fisura por donde muestra la debilidad
ontológtco de pretensiones omniabarcantes —al que muchas veces se de su planteamiento, al que es aplicable, como a todo reduccionismo,
llega por un reduccionismo metódico irrestricto, disparado hacia el la ley del «todo o nada», es decir, no admitirle excepciones—. La
ideal de «ciencia unificada» desde presupuestos positivistas—, hay concesión es obligada por el reconocimiento del hecho palmario de
que pasar, y más desde la reflexión filosófico-antropológica, a la crí- la desmesurada agresividad humana: la única especie cuyos indivi-
tica de éste último (cf. Thorpe, 1980, 340 ss.). duos se matan en masa. Algo falla en la cadena instintiva: los meca-

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nismos de inhibición. ¿Por qué? Porque el hombre vive en un contex- ción, de la que parte, pues no se trata de una síntesis a nivel de la
to cultural en el que ha perdido tales mecanismos a la vez que se ha biología entre darwinismo y genética, sino que se aspira, de nuevo
dotado de medios más mortíferos de destrucción. Mas el caso es que bajo el ideal de la «ciencia unificada», a una síntesis de todas las cien-
estas observaciones culturalistas, chirriantes en medio de todo un cias, concretamente a la síntesis entre los saberes científicos que to-
planteamiento etológico reduccionista, no hacen que Lorenz modifi- £#n los asuntos humanos (cf. Wilson, 1980). Porque el proyecto de
que su instintivismo: los instintos son, para él, los que rigen también Wilson, con su reduccionismo biologicista —geneticista, para más
el comportamiento humano, el cual, por muchos «adornos cultura- señas—, es que todo lo humano, caracterizado por la dimensión so-
les» que tenga, sigue siendo siempre conducta animal. ciocultural, sea explicado desde la biología. Como en el caso del
Los intentos de refutación del instintivismo se han llevado a cabo instintivismo, donde se extendían las conclusiones y estrategias de la
desde muchas vertientes. Desde la misma biología se ha señalado, por ecología animal al campo humano, ahora, buscando causas más pro-
un lado, lo confuso que es hablar de instinto en general y sin más fundas, se extiende el determinismo genético de la conducta animal
matizaciones: habría que ver mejor qué se entiende por ello, cómo se al comportamiento humano. La cuestión clave a esos efectos es la
activan los mecanismos instintivos, si son diferentes en cada especie relativa al altruismo. Si se puede explicar desde la genética la conduc-
—cuestión de la que se hacen eco instintivistas más moderados (cf. ta altruista, sobre todo de ciertas especies, conducta con la que choca
Tinbergen, 1977)—. Por otro lado, el instintivismo tiende a rema- la selección natural darwíniana, entonces el camino está abierto para
char lo innato en detrimento de lo adquirido, olvidando la interacción explicar también desde causas genéticas el comportamiento altruista
con el medio que también es clave en la conducta animal. y, por consiguiente, toda la dinámica social del hombre. Los
Desde una perspectiva antropológica se puede hacer mención de sociobiólogos encuentran en la noción de eficacia biológica inclusiva
las críticas de Montagu al instintivismo (cf. Montagu, 1978, 60 ss.), la pieza fundamental para sus explicaciones: el éxito reproductor pue-
las cuales parten de la misma noción biológica de instinto. Si éste, en de considerarse teniendo en cuenta no sólo cómo un individuo trans-
virtud de determinantes innatos, supone el desencadenamiento de una mite sus genes en la reproducción directa, sino también cómo contri-
pauta estereotipada de conducta a partir de la percepción de determi- buye eficazmente a la difusión de los mismos coadyuvando al cuidado
nado estímulo, de manera que se produce normalmente la adecuación de los hijos de sus parientes —tanto más, cuanto más cercanos sean,
entre el estímulo, con la necesidad que suscita, y la respuesta, enton- pues más en común tendrán las respectivas dotaciones genéticas—,
ces el comportamiento humano, desenvolviéndose en un medio cul- como es el caso en la situación extrema de los individuos de castas
tural sujeto a constantes innovaciones, no puede ser instintivo. Es más, estériles (abejas obreras, por ejemplo). Partiendo de todo ello, los
en el caso del hombre, situado en ese nuevo ámbito de la cultura al sociobiólogos mantienen la tesis de que el comportamiento social de
que ha de acomodarse, a través del cual se adapta socialmente a la cualquier animal, incluido el hombre, expresa la tendencia a
naturaleza, una conducta regida por instintos sería desadaptativa. El maximizar esa eficacia inclusiva, dejando el máximo número de des-
hombre necesita, por el contrario, utilizar la inteligencia y el aprendi- cendientes, incluyendo en el cómputo la descendencia no directa con
zaje para responder a los desafíos del medio. El comportamiento hu- la que se comparten genes.
mano, por tanto, no se rige, no puede regirse por instintos —lo que da Desde el determinismo genético que supone su hipótesis—expresa-
lugar al inmenso «vacío biológico» entre los humanos y las demás do en la metáfora antropomórfica del «gen egoísta» (Dawkins, 1979)—,
especies (cf. Ibid., 72-76)—. Se puede decir, matizando el antiinstinti- los sociobiólogos pretenden explicar todo el comportamiento socio-
vismo total de Montagu, que, a lo sumo, pueden haber quedado en el cultural humano como un fenotipo colectivo, configurado por la
hombre residuos de mecanismos instintivos, los cuales en ningún caso interacción entre genotipo y presión ambiental. La relación cultura-
permiten pensar que el comportamiento humano se vea determinado naturaleza se considera acentuando el polo de lo biológico hasta el
por ellos. A efectos prácticos, los humanos han perdido los instintos extremo. Si es cierto que todo lo cultural tiene lugar con una apoyatura
que pudieran haber tenido (sus predecesores). y desde unas condiciones biológicas, la sociobiología va más lejos para
La otra estrategia reduccionista que habíamos mencionado es la sostener que, en el fondo, las pautas y los modos culturales están
de la sociobiologíay sostenida por autores como Alexander, Barash, genéticamente determinados. Incluso se habla, en un alarde de
Dawkins, y por Wilson como el más representativo de ella desde que forzamiento de la genética, de los genes «responsables» de ciertas
en 1975 publicó su famoso libro Sociobiología: Nueva síntesis. El pautas de conducta, siendo, pues, a ellos a donde habría que remitir
las causas de las diferencias y semejanzas socioculturales (cf. Harris,
título ya hace patente la voluntad reduccionista: la «nueva síntesis» 1991,624-625; 1982, 139 ss.).
aludida va más lejos de lo que implica la teoría sinténtica de la evolu-

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Además de esos extremos, y dejando ahora aparte las deficiencias Estas concepciones reduccionistas eliminan lo específicamente
epistemológicas de la estrategia de la sociobiología (cf. Ruse, 1983, humano (cf. Ruiz de la Peña, 1983, 73 ss.); desde su perspectiva
149 ss.), lo que salta a la vista es la negación de la libertad humana de naturalista biologizante el hombre es visto como otra especie animal
tal biologización radical de la realidad humana. Si el hombre se pien- más, por lo que sólo cabe explicarlo con categorías biológicas —y si
sa libre es por ignorante —punto común a todos los reduccionismos s,e recurre a otras es, vienen a argüir Wilson y sus correligionarios,
deterministas—, esto es, porque actúa, como cuando obra altruis- por nuestra ignorancia, todavía no erradicada, puesto que el día que
tamente, creyendo que lo hace voluntariamente, incluso por los más así ocurra, como en general ha sucedido con la metafísica respecto de
elevados motivos, y simplemente está haciendo lo que sus genes le lat ciencias, no hará falta quedarse en categorías antropomórficas y
señalan. Con todo, no queda ahí la cosa, sino que en la perspectiva de antropocéntricas, que a fin de cuentas no serían sino narcisistas—.
la ciencia unificada, los sociobiólogos, y Wilson muy en particular, Con tal perspectiva, todo puede «explicarse» en forma ral que todo
no desisten de elaborar una ética, que corrija los puntos de vista puede justificarse, ya que las cosas son como son «por naturaleza».
morales al uso para ajustarlos a lo que nuestra naturaleza biológica Este mecanismo ha operado en muy diversos frentes, pero de manera
demanda, y que indique los principios correctos conforme a los cua- singular ha sido activado frente a los problemas de la agresividad y la
les hay que actuar —puesto que nuestra determinación nos queda destructividad humanas, al desplazar sus causas al campo de lo bioló-
muy lejos de nuestra consciencia—, derivándolos de lo que sabemos gico: instintos, lucha por la supervivencia, determinación genética
de nuestro ser biológico, sobre todo de aquello a lo que estamos para la pervivencia del propio grupo... Mucho podía decirse frente a
destinados por dotación genética. Pero aún más, rizando el rizo de la este tipo de discurso, completando con más detalles las críticas ex-
paradoja, Wilson resulta que, desde la más crasa falacia naturalista puestas hasta aquí, pero nos limitamos a llamar la atención sobre la
(cf. Grasa, 1986, 141 ss.), va a parar al más cómodo de los relativis- función ideológica de tales pseudo-explicaciones, que absolutizan lo
mos éticos (cf. Ruse, 1983, 290 ss.): si de hecho encontramos una que es un condicionante o una predisposición biológica hasta consi-
gama muy plural de códigos morales, es porque responden a diferen- derarlo causa única, en lo que es un discurso que, a la postre, exime al
tes bases genéticas, lo que no deja de ser inconsistente, puesto que hombre de su responsabilidad moral por lo hecho y por lo que po-
uno de los puntos que mantiene la sociobiología es la unidad del dría hacer —pues no hay donde sustentarla—. Tal crítica antiideoló-
biograma humano, lo que supondría en buena lógica una base para gica es, por ejemplo, uno de los puntos fuertes de Fromm, antes de
pautas universales de comportamiento. entrar en lo que es su análisis sociopsicológico, y antropológico en
Vernos, pues, que la sociobiología se presenta como una estrate- definitiva, de la destructividad humana (cf. Fromm, 1980, 14-17, 32
gia reduccionista geneticista que entra en el ámbito humano con pre- ss., 130; 1966,28-31)—.
tensiones de explicación totalizante, dejando atrás la consideración
de lo biológico, más exactamente de lo genético, como algo posibili- 2. La singularidad de la especie humana.
tante y condicionante de la realidad sociocultural del hombre, para El hombre, ser cultural por naturaleza
adoptar una postura determinista —habría que matizar el determinis-
mo más duro de unos y el más blando de otros—. Por si alguna prue- Sin entrar ahora en los pormenores de planteamientos alternativos
ba faltara de las consecuencias del enfoque determinista en la respecto a esos problemas de la agresividad y destructividad huma-
contradictoria propuesta ética de Wilson, bastan esta palabras de su nas, lo que no podemos dejar de enfatizar es la singularidad propia
obra Sobre la naturaleza humana: del hombre, que no es metabiológica sin más, sino singularidad ya, de
suyo, biológica —de ahí que se haya utilizado antes la expresión
¿Puede la evolución cultural de los valores éticos superiores ganai «transbiológica»—, El «salto» diferenciador que sitúa al hombre en
impulso y dirección propios y reemplazar completamente la evolu
ción genética? Creo que no. Los genes sostienen a la cultura al ex- otra órbita, implica ciertamente un abismo insalvable respecto del ser
tremo de una correa. La correa es muy larga, pero los valores int-vi y las posibilidades de cualquier otra especie, en el sentido de que el
tables se limitarán de acuerdo con sus efectos en el banco genérico lugar del hombre en la misma naturaleza es único y inalcanzable para
humano. El cerebro es un producto de la evolución. La conduci-i Lis demás especies —dicho sea, obviamente, pensando en las más
humana —como las capacidades más profundas para la respiu'si.i próximas—. El «salto» a la cultura, sin embargo, no hay que enten-
emocional que la orientan y la guían— es la técnica tortuosa por derlo como una brecha total, puesto que el hombre no abandona la
medio de la cual el material genérico humano ha sido y será con n.iiuraleza. Pero, insistiendo en el núcleo de la cuestión mirando ha-
servado intacto. No es posible demostrar otra función definitiva ilr ii.i otro lado, el caso es que, habiendo dado el hombre ese «salto»
la moral (Wilson, 1983, 236-237).

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hacia la cultura desde la naturaleza, ninguna otra especie puede —pu- lingüística, que es donde se sitúa la clave de todo lo humano. Es la
do— darlo, por las ventajas —y los riesgos— que entraña, traducidas especialización para la no-especialización; paradoja, una vez más, del
en la hegemonía planetaria alcanzada. hombre, que le hace ser cultural por naturaleza, puesto que por natu-
¿Dónde situar la clave de ese «salto» humanizador, en el que la raleza necesita de la cultura —su no-especializadón según criterios
hominización desemboca en la «culturalización»? biológicos «normales» le hace imposible sobrevivir solo en la natura-
En la «sociedad» constituida por los homínidos «protohumanos» leza, sin saber, entre otras cosas, qué hacer: carece de instintos—.
se dio una mayor complejidad que necesitó para su mantenimiento y La cultura se inserta complementariamente, desde un prisma bio-
ulterior desarrollo de un conjunto de informaciones estructuradas lógico, en la regresión de los instintos («programas» genéticos) y en la
según determinadas reglas, informaciones y reglas que desbordaron progresión de las capacidades organizativas o aptitudes. Ambas cosas
lo genéticamente innato, abriendo camino, más allá de lo que coyun- son las que tienen lugar simultáneamente al proceso de complejifica-
turalmente pudiera derivarse del simple juego proporcionado por las ción cerebral. A su vez, todos esos procesos pueden apreciarse en su
interacciones entre individuos y grupos, a la cultura. Ésta se fue cons- conjunto como un proceso de juvenilización creciente de la especie
tituyendo con el tenue, pero incesante incremento de ese caudal de humana —es conocida, en ese sentido, la tesis de la fetalización de la
informaciones y de las reglas que permitían su transmisión, soporte especie—. Puede hablarse de una «cerebralización juvenilizante» y
todo ello del nivel creciente de complejidad (cf. Morin, 1978, 89). una «juvenilización cerebralizante»: el caso es que en la interacción
La condición biológica para el despliegue de todo ello, para la entre factores biológicos y socioculturales, los humanos se van confi-
aparición, por tanto, de la cultura, radica en lo que puede llamarse gurando como una especie abierta, con una gran plasticidad, la que
regresión de las pautas conductualesgenéticamente «programadas», corresponde a esa regresión de lo instintual y a la progresión
es decir, pérdida (paulatina) de los instintos, lo que supone un poten- aptitudinal, y que faculta a los individuos para complejos procesos
te desarrollo cerebral en una dirección distinta: la de un cerebro muy psicosociales de aprendizaje en los que asimilen lo acumulado en la
complejo capaz de impulsar y sostener complicados procesos de «memoria social». A esa ductilidad, maleabilidad —¡que nunca será
aprendizaje. Es tal cerebralización la que conlleva la formación de total!— alude el término «juvenilización»; como «cerebralización»
actitudes —que reemplazan a los instintos—, característica de la evo- hace referencia a la condición biológica que permite todo ello, punto
lutión biológica hominizante que luego se prolonga y profundiza en donde se concentra la especialización del hombre. La dirección en
el proceso de sapientización. Tales aptitudes, que requieren una que opera ese «rejuvenecimiento» de la especie —se -plasma en la
neuroñsiología más evolucionada, no dependen ya solamente de lo prolongación de la infancia, correlativa a la mencionada «fetaliza-
biológico, sino que demandan para su puesta en marcha y pleno ción», que tanto favorece la complejidad social como se ve favorecida
rendimiento en cada individuo la interacción con un ambiente cultu- por ella— queda bien resumida en estas líneas:
ral, que en determinadas etapas del mismo desarrollo fisiológico ha
de estimular el despegue de lo aptitudinal para que se convierta —el La juvenilización es un proceso general y múltiple, estrechamente aso-
lenguaje es paradigmático a este respecto— en capacidad efectiva, ciado a la cerebralización en todos y cada uno de sus aspectos, que
susceptible de desplegarse competentemente. afecta a la naturaleza genética de la especie, la naturaleza social de la
El desarrollo de las aptitudes (psicomotoras, lingüísticas, intelecti- cultura y la naturaleza afectiva e intelectual del individuo, aseguran-
do unas mejores condiciones de autorreproducción y autodesarrollo
vas, afectivas...) culmina el «más allá» de la herencia primate propia socioculrurales, facilitando el desenvolvimiento a nivel individual,
del hombre: el bipedismo, la liberación de las manos y la complejifica- afectivo, intelectual y de invención [...] (Morin, 1978, 101).
ción cerebral, a lo que se añade su diferente fisiología y ejercicio de la
sexualidad. En esa dirección ha ido un proceso evolutivo biológica- Más adelante, el mismo autor continúa su síntesis acerca de las
mente muy singular, caracterizado —a decir verdad, no suficien- implicaciones de lo que es el proceso bio-psico-sociocultural en el que
temente explicado todavía— por un proceso de espectación único, todos los factores intervinientes se van mediando y transformando:
pues es la evolución a través de una especia I'i'zacion totalmente sui
generis, muy abierta. El resultado es el hombre como animal «no El progreso de la juvenilización trae consigo la regresión de los
comportamientos estereotipados (instintivos) que estaban progra-
especializado», a no ser que nos fijemos, como hay que hacerlo, en lo mados de forma innata, una extrema apertura frente al medio am-
que sería su especialización: su gran y potente cerebro, centro neurál- biente (natural y social) y la adquisición de una gran plasticidad y
gico de la actividad de sus manos, de sus sentidos..., soporte de su disponibilidad. El progreso de la cerebraíización se corresponde con
inteligencia, de su afectividad, de su consciencia..., y de su capacidad el desarrollo de las posibilidades asociativas del cerebro, con la

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constitución de estructuras organizativas o capacidades, no sola- El inacabamiento del hombre hace que «su vida no pueda serle
mente lingüísticas (Chomsky), sino también operativamente lógi- vivida» desde fuera (cf. Fromm, 1957, 53; 1978, 27), como ocurre
cas, heurísticas e inventivas. El progreso de la culturalización com- para los organismos de todas las demás especies, regidos por su
porta la multiplicación de las informaciones, de los conocimientos y «programación» genética cerrada y, en su caso, encorsetados en las
del saber social, así como un notable incremento de las reglas de pautas instintivas de la especie. No es el caso del hombre, donde
organización y de los modelos de conducta o, lo que es lo mismo, el
establecimiento de una programación propiamente sociocultural. regresión de los instintos y complejificación cerebral máxima con-
Nos enfrentamos, pues, con el aspecto bíosociocultural de la j/ergen en la emergencia de la autoconcienda, atributo exclusivo del
hominización: las estructuras de organización cognoscitivas, hombre, el que le permite, desde la mediación lingüística, decir yo,
lingüísticas y prácticas que emergen a través de los nuevos desarro- distanciarse del entorno, diferenciarse de los otros, e incluso volver
llos del cerebro, son estructuras innatas que reemplazan los progra- la vista reflexivamente sobre sí mismo... Es la distancia y capacidad
mas estereotipados o instintos. En lo sucesivo quedarán inscritas en de reflexión, que en el nivel teórico permite la objetivación, y en el
la herencia genética, mientras que un gran número de comportamien- nivel práctico abre la dimensión de la libertad. Porque no tiene ins-
tos estereotipados desaparecerán, pero dichas estructuras de organi- tintos, el hombre alcanza la autoconciencia y libertad, en el marco
zación sólo adquirirán un carácter operativo a partir de la educación siempre indispensable de la sociedad y la cultura, a la vez que por el
sociocultural y en un medio social complejificado por la cultura [...], imperativo de la acción que le sobreviene por su inacabamiento se
De hecho, lo que se elabora a lo largo del período de hominización
es la aptitud innata para adquirir y el dispositivo cultural que permi- configura como «ser de la praxis» (cf. Gehlen, 1980, 35-36).
te integrar lo adquirido. Más aún, es la aptitud natural para la cultu- El «despertar de la conciencia» que entraña la libertad es, además,
ra y la aptitud cultural para desarrollar la naturaleza humana (Morin, la catapulta del despegue cultural que propicia la praxis del hombre,
1978,101-102). con lo que supone de desarrollo de sus potencialidades. Pero, por otro
lado, la vida, desde esa libertad negativa —-comenzando por la líber-
3. Apertura e inacabamiento de la condición humana tad-de los instintos—, presenta nuevos y acuciantes problemas, a la
raíz de la inseguridad, el temor e incluso del mismo «miedo a la liber-
La cuestión es que, tras el devenir dialéctico de ese proceso bio-psico- tad» —retomando la expresión consagrada por Fromm—. Hacía falta
sociocultural a lo largo del cual lo humano se va configurando en su un despliegue positivo y «autocreador» del hombre, para ir de la liber-
especificidad, la naturaleza humana ya no es meramente naturaleza tad negativa originaria y constituyente a la libertad positiva
biológica. La interpenetración biología-cultura, gravitando en el in- autorrealizante: libertad, desde la emancipación, paralaautorreali/.a-
dividuo sobre el quicio psicológico, modula de manera muy singular, ción, para el despliegue logrado de la propia humanidad. En tanto eso
única, lo que sea la condición humana universal. ¿Cómo hablar de no se consiga, según las posibilidades que brinde cada contexto socio-
ella de manera consistente? ¿Por dónde esbozar una teoría de la na- cultural, el hombre siempre tendrá una tentación: la del regreso al
turaleza humana en la que converjan las herencias de Kant, Marx, «paraíso perdido». Pero sabemos, como ya decía el relato mítico del
Freud, Darwin... —por citar autores de los enfoques más relevantes Génesis, que tras la expulsión, el retorno no es posible.
que de manera imprescindible hay que tener en cuenta—? Antes de Rota aquella «paradisíaca» armonía primigenia con la naturaleza,
adentrarnos por ahí, abordando la problemática que se plantea en la armonía de la vida instintivamente pautada e inconsciente, sólo
torno a la noción de naturaleza, humana^ conviene insistir en algo hay un camino de humanización, aunque transitable de muchas ma-
que no debe perderse de vista después de nuestro recorrido desde la neras, tanto individual como sociocultural: el de la maduración de la
biología a la cultura —sin abandonar la primera ni mixtificar propia conciencia y libertad, asumiendo la propia condición, con sus
ideaíístamente la segunda—, Ese punto es el carácter abierto, incon- posibilidades y sus límites, aceptando la separatidad y la incertidum-
cluso de lo que sea la naturaleza humana, desde el mismo nivel bre, así como yendo a nuevas relaciones humanizantes —implica que
biológico. En consecuencia, el hombre es un ser inacabado, inacaba- sean respetuosas de la autonomía individual— con nosotros mismos,
miento que le constituye en sus capacidades y posibilidades: es el los demás y el entorno. Desde ese trasfondo de una relacionalklad
«inacabamiento definitivo» como ese estado en dirección al cual ya sana es posible, y necesario, articular un sentido para lo que es una
nos pusieron nuestros antecesores homínidos, los que ensayaron el existencia «abierta», esencialmente problemática, que requiere dar
bipedísmo como solución vital, y estado que después se acentuaría en respuestas al por qué y para qué vivir. Mucho recibimos al respecto
sus rasgos con la aparición del simbolismo, ámbito de condensación de la tradición cultural en la que estamos insertos, pero nada exime
de la paradoja humana (cf, Lorite, 1982, 270-273). de reelaboración personal: la existencia sociocultural del hombre es

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Con todo, hay que tener en cuenta que desde todos esos campos
la de la vida individual, la que es intrasferible «quehacer» para cada científicos se niega la naturaleza humana teniendo como referente
uno (cf. Ortega y Gasset, 1980, 98). Así, asumiendo nuestra irresolu- una concepción metafísica de la misma, en virtud de la cual se la
ble paradoja de «animal cultural», cada uno ha de esforzarse en dar entendía como algo esenciaüsta, ahistórico, inmutable, o creado por
respuesta —nunca total— al «enigma» de su existencia, lo mismo que (Dios o regido por una eterna ley natural. Con el desarrollo de las
culturalmente no puede dejar de afrontarse —dicho con palabras ciencias, ese concepto metafísico había de venirse por fuerza abajo, y
marxianas— el «enigma de la historia». las críticas a él desde las ciencias son totalmente asumibles si se pres-
ainde, y he ahí la nueva dirección de la polémica, del reduccionismo
II. PROBLEMÁTICA EN TORNO A LA NOCIÓN que suele acompañarlas. Puede decirse que los diferentes reduccio-
DE NATURALEZA HUMANA
nismos respecto de la realidad humana (biologicísta, historicista,
psicologista, sociologista) tienen en común su posición antimeta física
1. Crítica del concepto de naturaleza humana —la cual, además, es alentada también desde e! campo filosófico por
el pensamiento positivista, que lógicamente incluye en su crítica a la
Desde las coordenadas del discurso ñlosófico-antropológico en que metafísica al concepto de naturaleza humana—, pero a partir de esa
nos movemos es obligado a estas alturas romper una lanza a favor de coincidencia sus discursos son inconciliables. Una matización intere-
la noción de naturaleza humana. Es una noción polémica, y reivindi- sante es ésta: entre ellos, se pueden agrupar los reduccionismos que
carla no deja de suponer hoy, sobre todo considerando ciertas postu- no son de signo biologicista por un lado, y el biologicista por otro,
ras, adoptar una posición contracorriente. De todas maneras, lo cier- pues en este caso se sigue hablando de una naturaleza común, aunque
to es que el concepto tiene una larga historia tras de sí en la tradición no fija a lo largo del tiempo, sólo que entendida en términos exclusi-
filosófica y eso presenta ventajas e inconvenientes a la hora de inten- vamente biológicos —prescindiendo, por tanto, para definirla, de la
tar rehabilitarlo. Si en estas páginas se opta por ello es porque se condición cultural del hombre y todo lo que ella supone, que se con-
parte del convencimiento de que son mayores las primeras, a la vez sidera sin más como algo derivado—.
que de la constatación de que con otras nociones que han venido a Además de esos motivos para cuestionar, cuando no rechazar abier-
sustituirlo cuando se lo ha eliminado no se ha ganado mucho, cuan- tamente la noción de naturaleza humana, hay que recoger otros que
do no es el caso de que se haya perdido. Así las cosas, hay que insistir provienen de la crítica de las ideologías. La idea de una naturaleza
en que el objetivo por nuestra parte es, como en otros temas expues- supuestamente universal ha servido para que en ella se proyecte lo que
tos, rehabilitar esa noción de naturaleza humana, rescatándola era en cada caso la realidad del hombre en un contexto sociocultural
críticamente, a sabiendas de que son varios los motivos que conver- determinado, haciendo extensivos a los hombres de todo tiempo y
gen desde diversos frentes para hacer cuando menos difícil el hablar lugar las características que presentaba el hombre en el contexto his-
consistentemente de naturaleza humana, pues suponen un cuestio- tórico concreto desde el que se teorizaba acríticamente sobre la con-
namiento radical de la noción. dición humana. Apoyándose en esa generalización abusiva, la noción
En primer lugar, el evolucionismo, desde las ciencias de la natu- que nos ocupa se utilizaba para justificar toda clase de situaciones,
raleza, y el histoñcismo, desde las ciencias humanas, han socavado desde la esclavitud hasta las formas de dominio en la sociedad burgue-
las bases desde las que se sostenían antiguas y recientes teorías de sa-capitalista, función ideológica desempeñada sobre la base del pre-
una naturaleza humana universal (cf. Stevenson, 1983). Por ambos sunto argumento, presentado de manera tan sofisticada como sofística,
lados se ha subrayado que el hombre es resultado, ya de la evolu- de que lo que en cada caso se diera era conforme con la naturaleza de
ción biológica, ya de la historia, por lo que en rigor no podría los nombres, puesto que efectivamente se daba. A tal utilización reac-
cionaria eran proclives, por su fixismo, las teorías antropológicas me-
hablarse de una naturaleza común a todos los hombres —por lo
menos en todos los tiempos—. A ello se suma la crítica lanzada tafísicas, máxime si resultaban de la extrapolación universalista en el
plano conceptual de lo que era la realidad sociohistórica del hombre,
desde la antropología cultural, que, a la vista de la pluralidad de-
sin abordar con mirada crítica esa misma realidad. Con todo, no se debe
formas de ser humanos —tantas como culturas—, niega toda vali- pasar por alto que tal función ideológica no es exclusiva de las concep-
dez, incluso en perspectiva sincrónica, a la afirmación de una pre- ciones metafísicas; también cuando la naturaleza humana ha pasado
sunta naturaleza universal. También desde la psicología y la sociolo- a definirse reductivamente desde la biología ha seguido utilizándose el
gía ha venido a decirse que el hombre es una «hoja de papel en concepto, y ahora con el marchamo de la cientificidad, para funciones
blanco» donde su entorno social escribe el «texto», con lo que igual- legitimatorias de la realidad social existente.
mente se ve recusada la noción de naturaleza humana.

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2. Insuficiencias de las teorizaciones reduccionistas alternativas


concepto se ha prestado más que en demasía para el juego ideológico,
La paradoja que sobreviene en todo este asunto es que los otros re- aunque también han entrado en él muchos de los planteamientos que
duccionismos anti meta físicos y no biologicistas tampoco se ven libres recusaban la noción de naturaleza humana, destacando a ese respecto
de la trampa ideológica, cayendo en ella por la vía del relativismo el caso de los relativismos, inermes ante lo inhumano por la carencia
extremo al que se aboca con frecuencia desde la historia, la antropo- . • de coordenadas y conceptos teóricos universalistas para pensar lo
logía cultural, la psicología o la sociología, recusando absolutamente humano. Para eso justamente es necesario recuperar la noción de
todo discurso sobre la condición humana con pretensiones de uni- naturaleza humana, sacándola del obsoleto enfoque de la vieja meta-
versalidad. Mas entonces, la cuestión que procede plantear ante las física, así como de la horma estrecha del reduccionismo biologicista.
posturas relativistas extremas es ésta: íen base a qué pueden criticar- A la vista del proyecto rehabilitador enunciado, conviene recor-
se determinadas estructuras sociales como injustas, ciertas pautas de dar, para que el balance sea completo y ecuánime, que la noción de
conducta como deshumanizantes o determinadas prácticas, en cual- naturaleza, humana ha desempeñado muy importantes funciones
quier ámbito de las relaciones humanas, como contrarias a la digni- positivas de signo emancipador a lo largo de la historia, en especial
dad del hombre, si no hay ningún punto de referencia, umversalmen- en la tradición humanista del pensamiento filosófico —es de destacar
te válido, de lo humano, de lo que responde a un despliegue positivo a este respecto la contribución, desde campos colindantes con la teo-
de posibilidades humanizantes, ni base antropológica alguna en que logía, de la escolástica del barroco español—, No cabe duda de que el
apoyar la exigencia del respeto a la dignidad de todos en cualquier concepto de naturaleza humana acumuló sobre sí un notable exce-
situación de que se trate? dente emancipatorio, especialmente denso en el pensamiento ilustra-
El relativismo que comentamos acaba consagrando como fronte- do, a pesar del lastre ideológico y las hipotecas metafísicas. Por ello,
ras intraspasables, en lo que a valoraciones se refiere—e incluso para a la hora de rehabilitar el concepto, es necesario conectar con aquel
el mismo discurso teórico que, contradictoriamente, no quiere dejar excedente y reelaborarlo desde los nuevos parámetros de un pensa-
de ser científico, con lo que esto implica de pretensiones nomológi- miento postmeíafísico, para de nuevo hacer valer en la actualidad sus
cas—, los límites de cada historia particular, o de cada sociedad y virtualidades emancipatorias (ético-utópicas), depurándolo del lastre
cultura, o incluso, desde el lado de la psicología, los de cada biografía ideológico y de la carga de vieja metafísica que pesaban sobre él hasta
individual; con esa negación de lo humano universal, éticamente re- hacerlo ya inoperante como instrumento teórico adecuado para dar
levante, procede además al rechazo de un horizonte de sentido cuenta de la realidad del hombre y de sus culturas, como instancia
(emancipatorío) susceptible de ser compartido racionalmente por crítica para enjuiciar las realizaciones humanas y como punto de apo-
todos, de lo que se sigue también la carencia de criterios para discri- yo para una ética universalista de cuño humanista.
minar entre las múltiples pretensiones de sentido (y las prácticas Se puede observar que los planteamientos que permanecen fieles
correspondientes) que de hecho se afirman simultáneamente, aun- al «espíritu de la Ilustración» no dejan de remitirse de un modo u
que no en igualdad de condiciones, en los espacios históricos y otro a lo antropológico universal —no así el pensamiento postmoder-
socioculturales tan celosamente acotados. La consecuencia, enton- nista, con dificultades para hablar aunque sea de procesos de «mi-
ces, viene a ser ésta: dado que lodo es comprensible desde dentro de croemancipación» y sostener un discurso ético consistente—, por más
cada uno de esos espacios, y explicable en función de determinadas que muchas veces con una notable ambigüedad, explicable en parte
causas, nada, en consecuencia, es injustificable. Así, los reduccionis- porque motivos no faltan para ser cautos al respecto. Por nuestra
mos culturalistas, historicistas, psicologistas y sociologistas, desembo- parte, pensamos que bien vale en este caso un poco de osadía, atem-
can en posiciones relativistas que, en coherencia, implican un perada por el trabajo crítico, para rehabilitar la noción de naturaleza
relativismo ético que impide todo juicio de valor. Ciertas hermenéuti- humana, dadas sus posibilidades de rendimiento teórico y práctico.
cas y el positivismo se dan ahí la mano; por algo confluyen en la No hace falta ir demasiado lejos para ver que la posición por la
cerrazón para un adecuado concepto de naturaleza humana. que aquí se opta no es muy compartida, pues incluso entre quienes
valoran positivamente en conjunto las aportaciones del concepto a lo
3. Rehabilitación crítica de la noción de naturaleza humana largo de la historia, se niega que hoy presente virtualidades positivas.
Tal es el caso, por ejemplo, dentro de nuestro panorama filosófico
Tenemos, pues, que el concepto que nos ocupa ha dejado de ser válido hispano, de José Jiménez, quien en su obra sobre Filosofía y emanci-
en sus viejas formulaciones metafísicas, como desde las ciencias, en lo pación (1984), sostiene que el concepto de naturaleza humana, in-
que dicen sobre el hombre, se ha tratado de demostrar. Y además, el clusive el que hemos heredado de manera más inmediata de la Ilus-

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tración, no puede servirnos hoy en un tratamiento crítico de lo hu- que los implicados la acepten en función de sus virtualidades, ¿cómo,
mano (cf. J. Jiménez, 1984, 135), para lo cual aduce causas similares en todo caso, sostener una posición crítica transcultural, desde el
a los motivos que hemos recogido de crítica al concepto en cuestión. punto de vista de la humanidad, a la que no pueda echársele en cara
Sin embargo, dicho autor no deja de apelar reiteradamente a la relativistamente que no procede sino de una perspectiva etnocéntrica?
«condición humana», incluso para postular, de manera que llega a ser Jiménez no ofrece una respuesta satisfactoria a esta cuestión, pues
poco crítica, la «posibilidad antropológica real» de una sociedad y un acaba siendo voluntarista y desiderativo, además de inconsistente, un
hombre no escindidos (cf. Ibid., 275), afirmando también que «la discurso emancipatorio que rehuye las categorías universalistas en las
fundamentación de la acción emancipatoria debe ser en último tér- que sostenerse. Una de ellas, debidamente rehabilitada, y en ese caso
mino antropológica» (cf. Ibid.^ 50). La solución adoptada por apta para articular un pensamiento filosófico-antropológico crítico,
Jiménez, y que no resulta convincente, no es nueva. A ella ya apunta- capaz de lealtad a su intención ético-utópica, es la de naturaleza hu-
ba Ortega cuando afirmaba con rotundidad vitalista que «el hombre mana.
no tiene naturaleza, sino que tiene historia» (Historia como sistema, Se trata, pues, de redefinir la naturaleza humana de manera que
VIH). Posteriormente, proponiendo su enfoque existencialista —ca- la concepción que resulte permita articular sin reduccionismos las
bría decir también antiesencialista—, Sartre, tras negar con énfasis diferentes dimensiones de la compleja realidad del hombre y dar
que pudiera hablarse de algo así como de una naturaleza humana {cf. cuenta de lo que es su dinámica cultural, proporcionando una base
Sartre, 1984, 60 y 77), pasa a exponer su concepto alternativo de sobre la que se puedan integrar las aportaciones sobre el hombre por
condición humana: parte de las distintas ciencias en una reflexión filosófico-antropoló-
gica que, a la vez, recoja la herencia positiva de las concepciones
Además, si es imposible encontrar en cada hombre una esencia uni- humanistas del pasado acerca del hombre y del sentido de su existen-
versal que constituya la naturaleza humana, existe, sin embargo, una cia. Para ello, y siempre en la mediación entre explicación y com-
universalidad humana de condición. No es un azar que los pensado- prensión, es necesario hacer compatible a Kant con Darwin, a Marx
res de hoy en día hablen más fácilmente de la condición del hombre con Freud... —por expresarlo a través de esas figuras con cuyos res-
que de su naturaleza. Por condición entienden, con más o menos pectivos legados necesariamente hemos de contar—, para reelaborar
claridad, el conjunto de los límites a priori que bosquejan su situa-
ción fundamental en el universo. Las situaciones históricas varían el nuevo concepto «cuasitrascendental» y dialéctico-existencial de
[...]. Lo que no varía es la necesidad para él de estar en el mundo, de naturaleza humana que necesitamos.
estar allí en el trabajo, de estar allí en medio de los otros y de ser allí
mortal {Sartre, 1984, 85-86).

La cuestión que surge una vez más es si puede hablarse de «con-


dición humana» con pretensiones universalistas sin presuponer algo,
una «x», como en algún momento diceFromm (cf. Fromm, 1957,35),
como lo humano universal que hay que pensar como previo —no en
sentido temporal, sino en cuanto portador de necesidades y de capa-
cidades, así como por ello condicionante, posibilitante y determinan-
te de límites— al modelamiento cultural, aunque en la génesis de ese
algo previo haya pesado la evolución sociocultural y en realidad no se
encuentre sin la sujeción a condiciones culturales. Jiménez, por ejem-
plo, insiste en eso último, pero descarta lo primero, precisamente eso
que cabría considerar la raíz de la capacidad para la cultura y de los
límites en cuanto a sus efectos, visto el problema desde los individuos,
o simplemente la posibilidad de la cultura y los límites de su desplie-
gue, visto el problema más desde ésta. Lo cierto es que posturas como
la del autor de Filosofía y emancipación sitúan su mismo planteamien-
to universalista en una posición difícil, pues sí la universalización
transcultural de una propuesta emancipatoria depende, de hecho, de

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