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Historia, ¿Para qué?

La primera respuesta en acudir a la mente seria: la historia obedece


a un interés general en el conocimiento. Al historiador le basta esa afición por el conocimiento
para justificar su empeño. Quien diera esta respuesta correría el riesgo de disgustar a más de un
historiador. Cualquier historiador pensaría que su disciplina tiene para los hombres una
relevancia mayor que otras ciencias.

La historia responde al interés en conocer nuestra situación presente. Aunque no se lo


proponga, la historia cumple una función: la de comprender el presente. En el pasado, el hombre
tuvo que crear interpretaciones que pudieran explicarle su situación en el mundo. Muchos mitos
son etiológicos (intentan trazar el origen de la comunidad). Algunos recurren a leyendas; otros
pueblos atribuyen su origen a un antepasado divino; clanes que surgieron de animales, etc.
Parecería que, de no remitirnos a un pasado con el cual conectar nuestro presente, este
resultaría incomprensible, sin sentido. La función que cumplía el mito en las sociedades
primitivas la cumple la historia en las sociedades desarrolladas.

En historia se confunden dos significados de principio: primer antecedente temporal de


una cadena y fundamento. La historia surgiría al pensar que al encontrar los antecedentes
temporales de un proceso, descubrimos también los fundamentos que lo explican.

La historia nacería de un intento de comprender el presente acudiendo a los


antecedentes que se presentan como sus condiciones necesarias. En este sentido, la historia
admite que el pasado da razón al presente, pero a la vez, supone que el pasado solo se descubre
a partir de aquello que explica: el presente. El historiador tiene que partir de una realidad actual
(El estado actual puede explicarse por sus orígenes, pero si se propone esa tarea es porque el
estado existe). El historiador, al examinar su presente, suele plantearle preguntas concretas.
Entonces, al interés general por conocer, se añade un interés particular que depende de la
situación concreta del historiador. Este interés particular puede quedar oculto detrás de la obra,
pero aunque no esté dicho, se muestra en las preguntas que presiden la obra histórica. En
efecto, la historia nace de necesidades de la situación actual, que incitan a comprender el pasado
por motivos prácticos. Si nos fijamos en esta relación presente-pasado veremos cómo son
intereses particulares del historiador, que se originan en su coyuntura histórica concreta, los
que suelen moverlo a buscar ciertos antecedentes, de preferencia a otros.

La historia política con base documental tiene sus inicios en historiadores renacentistas
italianos, que necesitaban indagar en los antecedentes en que se basaban los estados de la
península. El comienzo de una metodología crítica se encuentra en la reforma protestante,
porque querían dejar de lado lo que consideraban aberraciones del catolicismo. Para ello,
tuvieron que establecer métodos más confiables que permitieran discriminar entre los
documentos verdaderos y los falsos, someter a crítica la veracidad de los testigos, determinar
los autores y fechas de elaboración de los textos.

La historia de México surge con la conquista. Los cronistas escriben para justificar la
conquista y fundar las pretensiones de dominio de la cristiandad y de la corona. Los misioneros
buscan justificar y legitimar la evangelización.

Debajo de la historia se encentra un doble interés, interés en la realidad, para adecuar


a ella nuestra acción, interés en justificar nuestra situación y nuestros proyectos. El primero es
un interés general, propio de nuestra especie, el segundo es particular a nuestro grupo, a
nuestra clase. Por ello es tan difícil separar en historia lo que tiene de ciencia de lo que tiene de
ideología. Sin duda, ambos intereses pueden existir sin distorsionar el razonamiento, pero es
frecuente que los intereses particulares del historiador, ligados a su situación, dirijan
intencionadamente la selección de datos, la argumentación y la interpretación, a modo de
demostrar la existencia de una situación pasada que sufraga en esos intereses.

La historia sirve para comprender, por sus orígenes, los vínculos que prestan cohesiona
una comunidad humana, y permitirle al individuo una actitud consiente ellos. Las situaciones
que nos llevan a hacer historia rebasan al individuo, plantean necesidades sociales, colectivas,
en las que participa un grupo, una clase, una nación, una colectividad cualquiera. Las situaciones
presentes que tratamos de explicar con la historia nos remiten a un contexto que nos trasciende
como individuo. Lo que escribo puede ser objeto de historia en la medida en que se pone en
relación con esos contextos sociales que lo abarcan y le prestan sentido. No hay acción humana
que no esté conectado a un todo. Los requerimientos de que, según decíamos, partía el
historiador, suponen esos lazos comunitarios. La historia, la explicar su origen, permite al
individuo comprender los lazo que lo unen a su comunidad. Esta comprensión puede dar a
actitudes diferentes. Al hacer comprensibles los lazos que unen a una colectividad, la historia
promueve actitudes positivas hacia ella y ayuda a consolidarlas. La historia actúa como factor
cultural de unidad de un pueblo e instrumento de justificación de sus proyectos frente a otros.
La historia ha sido un elemento indispensable en la consolidación de las nacionalidades.

La historia da un sentido a la vida del hombre al comprenderla en función de una


totalidad que la abarca y de la que forma parte: una comunidad restringida de hombres
primero, la especie humana después, y, en su límite, la comunidad posible de entes racionales
y libres del universo. La historia no siempre expresa un interés concreto en nuestro presente y
en la comunidad a que pertenecemos. La historia examina, con curiosidad, como se han
realizado las distintas sociedades, la multiplicidad de las culturas. Pero la historia no dice todo
en formulas expresas. Su fin no es enunciar principios generales, leyes, regularidades sobre la
vida humana. La historia muestra todo eso al tratar de revivir, en su complejidad y riqueza,
pedazos de la vida humana. En este procedimiento está más cerca de las obras literarias que de
las ciencias explicativas. La literatura se interesa en individuos, mientras que la historia centra
su atención en amplios grupos humanos; la literatura se niega a explicar lo que describe, y la
historia no solo quiere mostrar, sino también dar razón de lo que muestra.

EL historiador permite que cada uno de nosotros se reconozca en una colectividad que
lo abarca. La existencia de un acontecimiento cobra sentido al comprenderse como un elemento
que desempeña una función en un todo que lo abarca. La historia ofrece a cada individuo la
posibilidad de trascender su vida personal en la vida de un grupo. Al hacerlo, le otorga un sentido
y, a la vez, le ofrece una forma de perdurar en la comunidad que lo trasciende. La historia es
también una lucha contra el olvido, forma extrema de muerte. En la historia universal cada
individuo quedaría incorporado a la especie, en una comunidad de entes racionales. Si los actos
humanos cobran un nuevo sentido al integrarse a una comunidad y, a través de ella, a la
humanidad, ¿Qué sentido tiene la especie humana, en la inmensidad del cosmos?

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