Sei sulla pagina 1di 5

Estrés y salud: los modelos salutogénicos

De la misma manera en que existen modelos vinculados al estrés que se relacionan con
la probabilidad de enfermar (modelos de vulnerabilidad), actualmente se subraya la
importancia de aquellos modelos por los cuales el hombre interactúa con su medio con
posibilidades de enriquecimiento y de desarrollo personal. Estos son los llamados
modelos salutogénicos, que tienden a proveer de recursos contra la posibilidad de
enfermar y de propiciar cierta resistencia al distrés emocional generador de trastornos.
Los más conocidos son el sentido de coherencia, el patrón de resistencia o dureza
personal (hardiness) y otros basados en el optimismo, la autoestima, el empeño
personal, la teoría del control, etc.

El sentido de coherencia es un constructo desarrollado por A. Antonovsky (102, 103),


sobre la base de tres características fundamentales: orientación salutogénica (dirigida a
buscar indicadores del sujeto y del contexto social que favorezcan la salud y no que
propicien la enfermedad), enfoque transaccional y orientación generalizada. El origen
de estos estudios tuvo lugar en observaciones de Antonovsky sobre mujeres
sobrevivientes a un campo de concentración, que a pesar de todos los rigores,
conservaban una razonable salud física y mental. El lo atribuyó a variables personales
integradas en lo que luego denominó sentido de coherencia (SC). Estas mujeres con alto
SC habrían desarrollado mecanismos eficaces de adaptación. El SC resalta cómo la
gente aborda el estrés en vez de insistir en el impacto negativo de los estresores. Se
refiere a una disposición (orientación) que permite encarar la vida y sus problemas de
manera que se hace más fácil el afrontamiento al ver el mundo como significativo,
comprensible y manejable (102). Para Antonovsky (103) el SC no es un rasgo
específico de personalidad, ni un estilo particular de afrontamiento, es más bien una
orientación global, generalizada, una habilidad para seleccionar el estilo correcto de
afrontamiento en una situación dada. No es una línea de conducta fija y preestablecida,
sino más bien una estrategia general frente a los problemas y dificultades de la vida. El
pretende diferenciarlo de otros "recursos de resistencia generalizados" como la
autoestima o el apoyo social, mientras que el resultado de tales recursos es proporcionar
al sujeto experiencias y situaciones favorables al desarrollo de la salud, el SC sería el
componente cognitivo resultante de tal conjunto de experiencias. Lo define (102, p. 10)
como:

"...una orientación global que expresa hasta qué punto uno tiene la amplia, resistente y
dinámica sensación de confianza en que los estímulos provenientes del entorno (interno
o externo) en el curso de la vida son estructurados, predecibles y manejables
(comprensibilidad), los recursos están disponibles para afrontar las demandas que
exigen estos estímulos (manejabilidad) y estas demandas son desafíos que merecen una
inversión y un compromiso (significatividad)..."

Antonovsky ubica el SC en el enfoque transaccional propuesto por Lazarus y Folkman


(17), resaltando el poder que tiene el sistema perceptual del sujeto sobre el estímulo
potencialmente amenazante, pero este no depende estrictamente de la evaluación
cognitiva que haga el sujeto, sino que es el resultado de una orientación generalizada
que se puede considerar básicamente estable hacia el principio de la edad adulta y que
se adquiere a partir de las experiencias del sujeto en dependencia de su marco social
(familia, trabajo, situación económica y social, etc.). No puede abstraerse de las
condiciones reales del sujeto (macrosociales) y de las experiencias propias de su
desarrollo individual.

Diferentes estudios han mostrado la incidencia positiva del SC sobre la salud y el


bienestar: se ha encontrado que puntuaciones altas en SC predicen mayor bienestar
físico y psicológico, así como mejor habilidad funcional en las actividades cotidianas
(104), también se ha reportado una relación prospectiva con menores síntomas
psicológicos (105, 106).

Otro modelo que pone énfasis en la personalidad, como variable que interviene en el
afrontamiento a la vida, propiciando salud, es el de resistencia (hardiness), propuesto
por S. Kobasa (107, 108). La perspectiva salutogénica y el enfoque activo y propositivo
centrado en la personalidad con comunes al SC y permiten considerarla como una
realidad dinámica que establece una relación con la situación específica de cada
momento a partir del cambio y la interacción, y no solamente de la reacción pasiva a los
estresores. Según Kobasa, en ella se involucran tres dimensiones: implicación, que es la
medida en la que el sujeto se involucra en las situaciones; reto, que es la medida en que
el sujeto percibe que las situaciones complicadas son una oportunidad para crecer, y
control, que es la medida en que se está convencido de poder intervenir en el curso de
los acontecimientos. Para la autora, la personalidad resistente (PR.) lleva consigo
menores consecuencias negativas del estrés.

Ha sido investigada en diferentes contingentes de personas (ejecutivos, inmigrantes,


pacientes con artritis reumatoide, sujetos ante desastres, choferes, médicos y
enfermeras, abogados, sacerdotes, estudiantes, militares, asistentes sociales, etc.). Tiene
en su base un enfoque teórico existencial-humanista. Se ha intentado evaluar con varios
instrumentos (escalas elaboradas por Bartone, Parker y Rendall, Campbell y cois, en la
década del 80) (109). Este vivir la vida a plenitud, con un sentinúento de competencia y
una orientación productiva, no sólo protege al sujeto de enfermedades y le proporciona
salud y bienestar, sino que ante casos de enfermedad crónica grave o terminal, las
personas con personalidad resistente serán más sensibles al uso de medidas heroicas,
lucharán contra el daño a la calidad de vida que podría provocar la enfermedad, podrían,
incluso, usar la mente como una medida heroica para la curación. Y en caso de fracaso,
aceptarán con valor la muerte y dirigirán todos sus esfuerzos para prepararse a sí
mismos y a los demás a enfrentarla con optimismo (110). Diversos estudios realizados
por la autora (1979) y por otros investigadores (111-114) muestran que la PR está
vinculada a una salud mejor.

Otras variables asociadas a los modelos salutogénicos son los de optimismo y


autoestima. Se entiende por optimismo la inclinación a tener expectativas favorables
con la vida, lo cual ha sido relacionado con el bienestar físico y psicológico. Según
Lazarus y Folkman (33) es un recurso de afrontamiento proveedor de esperanza y
posibilidades de superación de las condiciones más adversas, sea por controlabilidad,
autoeficacia o por una creencia específica de que alguien o algo va a resolver el
problema. Se ha demostrado que los pacientes con optimismo tienen menos síntomas
físicos, se recuperan más rápido y mejor de problemas de su organismo. Así, por
ejemplo, se le ha asociado como variable predictora a la mejor recuperación en
pacientes operados de bypass coronario (40). La autoestima, es una variable de la
personalidad que indica la apreciación y el valor que el sujeto se concede a sí mismo, es
un componente afectivo de las actitudes hacia uno mismo. Ha sido tradicionalmente
relacionada con el afrontamiento de las situaciones problemáticas, y particularmente,
con el estrés (115). La alta autoestima se encuentra asociada a la sociabilidad, la
motivación por el logro, el ajuste personal y los bajos niveles de ansiedad. Por otra
parte, una baja autoestima está vinculada a problemas psicosomáticos, aislamiento
social, miedo al éxito, fracaso escolar, y a otros trastornos de la salud, como adicciones
(40, 116). Se ha encontrado que la baja autoestima está asociada a más síntomas (117.
118) y que ella incide en la salud mediante el desarrollo de conductas saludables (119).

Trabajos recientes, como el de Moreno y cois (119) confirman la posible acción


moderadora del SC sobre una menor sintomatología, tanto física como psicológica, así
como también la PR y la autoestima, aunque en menor escala que el SC. Por otra parte,
se ha encontrado una íntima asociación entre estos constructos y sus respectivos
componentes; la investigación en esta dirección
es muy prometedora.

_____________________________

Intentando generalizar todo lo que se ha señalado, habría que afirmar, en primer lugar,
que el estrés es un proceso, íntimamente vinculado a las emociones y al desarrollo
personal, y que depende en mucho de la valoración cognitiva que hagamos de los
eventos estresantes y de las estrategias de afrontamiento que usemos ante las
dificultades y problemas propios de la vida, pero también de la propia experiencia vital,
de lo que hayamos acuñado y enfrentado a lo largo de la vida.

Las emociones tienen un gran peso en los modelos teóricos actuales que intentan
explicar el papel de factores psicosociales en el proceso salud-enfermedad. Las
emociones negativas (ansiedad, depresión, ira) incidirán en el desarrollo de este proceso
hacia la enfermedad, a través de una gran diversidad de mecanismos psicosociales y
psiconeuroinmunológicos. Por otra parte, las emociones positivas (tensión, implicación
y compromiso en la tarea, desafío con seguridad en sus propias posibilidades) serán
enriquecedoras y protectoras, y dirigirán el proceso hacia la vertiente de salud. La
interacción de estas emociones en las situaciones y condiciones reales en que viva el
individuo, en que ha sido educado y formado, regirán el balance del proceso de estrés.
Hay que recordar aquí que la caracterización psicosocial de la salud no se da solo por la
ausencia de mecanismos o sensaciones enfermizas, o de sus indicadores objetivos, sino
por la presencia de una óptima capacidad de trabajo, deseos de actividad, inclinación al
logro de éxitos vitales, y también por el predominio de un sentimiento de bienestar, de
alegría de vivir, de autorrealización personal.

Ante los reiterados intentos de medir el estrés, tendríamos que hacer frente, valiente y
decididamente, a una pregunta crucial: es que acaso puede medirse? Se puede tener una
medida única del estrés por el que atraviesa la persona, cuando es éste un proceso de
interacción global, que se desarrolla a lo largo de toda su vida, de una forma dinámica y
cambiante? Sin embargo, sí se
pueden medir algunos de los componentes en este proceso y de las variables que lo
determinan. El estrés es el conjunto de todos los factores analizados, pero ninguno de
ellos en concreto.
La evaluación del estrés deberá consistir, por tanto, en la valoración del conjunto de
medidas y componentes y en el análisis de sus mutuas relaciones. Habría que evaluar
los estresores, los afrontamientos, los pensamientos y creencias, las emociones y las
consecuencias negativas del estrés, entre otros factores, como los patrones estructurales
o funcionales de la personalidad a este proceso vinculados.

Los investigadores han tratado de comparar medidas muy diversas, o de asumir que con
una de ellas están midiendo estrés. Este puede ser un gran error. Un estudio sobre
vivencias y competencia linfocitaria es diferente a uno sobre diversas estrategias de
afrontamiento ante una enfermedad, de la misma manera en que una investigación sobre
ansiedad es distinta a un estudio sobre controlabilidad percibida en relación con el
insomnio. Estamos midiendo diferentes eslabones de una misma cadena, diversos
componentes de un proceso, y lo que es peor, puede ser que dejemos de evaluar sus
interacciones recíprocas.

El hecho de considerar todos estos aspectos en el trabajo asistencial y científico, no sólo


contribuirá a que se hable con objetivos más cercanos y se haga una más sensible
contribución al conocimiento científico, sino que permitirá ayudar mejor a nuestros
pacientes, y a cuidarnos a nosotros mismos, como profesionales de la salud y como
personas.

Potrebbero piacerti anche