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Marzo: “Familia: tu misión es la vida, la fe y el amor”

Cada uno de nosotros es “administrador” de vida, esa vida que nos ha confiado Dios a través de nuestros padres.
El hombre transmite la vida, no la crea ni es dueño ella. Sólo Dios puede dar la vida.
Nuestra vida se llena de sentido cuando disfrutamos de lo que somos, de los que hacemos y de lo que tenemos,
cuando derrotamos el pesimismo, el “no se puede”, cuando asumimos responsabilidades y trabajamos con
alegría, cuando vivimos el día de hoy con entusiasmo, confiando que mañana Dios proveerá.
Amar la vida significa amarnos y respetarnos, asumirnos, tratar de ser mejores personas cada día, no porque así
lo quieren los demás sino porque somos nosotros los que deseamos crecer, cambiar, evolucionar.
Amar la vida…¡qué importante! ¿No? Con sus obstáculos, con sus problemas, con sus días grises, negros y
blancos. Siempre… en la alegría y el la tristeza, en el mejor momento y en el peor… y compartiendo todo eso
en familia.
Es necesario volver a considerar la familia como “el santuario de la vida”, el ámbito donde la vida puede ser
recibida y protegido contra tantos ataques a los que está expuesta.
Toda familia que desea ser feliz tiene que procurar ser una comunidad de fe: donde se respire la presencia de
Dios, donde Él es un integrante más. Al cual se le consulta, se le “tiene en cuenta” y se trata de conocerlo cada
día más y mejor, porque no se puede amar lo que no se conoce.
Toda la familia debe ser una comunidad de amor: donde los esposos se respetan, se amen, se ayuden, se
perdonen. Y cuando los hijos vean esto, sin escuchar gritos ni insultos, ni frases fuera de lugar, podrán descubrir
a Dios que es el “promotor de la familia”. La familia no es un invento del hombre. Dios es familia y vino a
enseñarnos a vivir en comunión los “unos con los otros”: en familia.
La base de la familia es el amor que debe ser inherente (esencial, propio) en todo hogar. Sin amor “nada se
puede”, nada perdura, nada sirve. Con amor se soporta todo (1 Co. 13, 7). Porque el amor es bello, es creador,
busca la unidad, sabe perdonar, no es mezquino y acaparador, no busca destruir al hermano… todo lo contrario.
Jesús, María y José encontraron la fuerza para cumplir su misión en el amor. ¡Cuánto amor necesitamos para
sostener a la familia!. Los constantes ataques que recibe a través de tantos movimientos que reclaman
“libertades” que favorecen más la promiscuidad que el verdadero sentido del amor, (que encuentra su máxima
expresión en una cruz); nos confrontan hoy como cristianos y nos cuestionan a cerca de cuántos esfuerzos
hacemos para defenderla.
La familia está llamada a cumplir la misión que le confió Dios, en este ambiente incrédulo, ateo; llevando a la
práctica todo lo que Jesús enseñó con su palabra y con su vida. Y esto exige valentía para hacer frente a la
ignorancia, a la cobardía, a la pereza, a la indiferencia…de aquellos que creen que la familia es un término que
ha pasado de moda.
Muchas veces escuchamos o decimos: “no tengo tiempo”. En familia siempre debe haber tiempo para el
esposo, para la esposa, para los hijos, pues a causa de esto se rompen lazos y se generan problemas que afectan
a la familia. Tenemos más compromisos, pero menos tiempo; hay tiempos para “casas más lindas” pero hogares
rotos; días en que llegan dos sueldos a casa pero aumentan los divorcios. La vida es una sucesión de momentos
para disfrutar y compartir, no es solo para acumular y sobrevivir. Cuando Dios tiene lugar en el hogar,
aprendemos a desprendernos de muchas cosas que no son tan necesarias como creemos. Si somos responsables
no buscaremos la culpa de nuestros males en los otros sino en nuestra vida desordenada.
Cuando se ama siempre se tiene tiempo, para Dios en primer lugar y desde su amor para los que Él nos regaló
como miembros de nuestra familia.
La Sagrada Familia de Nazareth tenía una característica distintiva. El centro era Dios: Jesús. Nosotros también
estamos llamados a ser la Sagrada Familia de Jujuy, de San Pedrito… no importa el lugar… lo realmente
importante es que el centro de tu familia sea Dios.
Señor, ayúdanos para que nuestros hogares ardan en amor hacia ti y hacia los demás, que sean acogedores y
reconfortantes para todos los que viven en ellos.
María, Madre nuestra, junto a San José acompáñanos siempre.

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