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Los trabajadores no deben disipar sus fuerzas luchando por la obtención del
límite legal de la jornada de trabajo, pues eso significa celebrar acuerdos
con los empresarios que, después, pueden todavía explotarlos por 10 ó 12
horas, en lugar de 14 o 16.
Mucho menos aún, los trabajadores deben exigir -tal como ocurre en la
República de los Estados Unidos- que el Estado, cuyo presupuesto está
hinchado a costa de la clase trabajadora, deba estar obligado a otorgar a
los hijos de los trabajadores formación escolar básica, ya que esta no es ni
siquiera una educación universal.
Es mejor que los trabajadores no sepan leer, ni escribir, ni contar, que recibir
lecciones de un profesor de una escuela del Estado.
Esa división del trabajo que separa a los trabajadores es, de hecho, la base
real de su esclavitud.
En una palabra: los trabajadores se deben cruzar de brazos, sin perder el
tiempo con movimientos económicos y políticos.
Todos esos movimientos no les puede proporcionar otra cosa que resultados
inmediatos.
Leyendo liquidación social -la cual tendrá lugar un bello día, en alguno de
esos rincones del mundo, llevada a cabo por nadie sabe cómo y por quién-
en lugar de paraíso, se constata que la mistificación es enteramente la
misma.
En su vida práctica cotidiana, los trabajadores deben ser los siervos más
obedientes del Estado.
La clase obrera habría considerado todo esto una ofensa, proferida por
burgueses doctrinarios y pervertidos representantes de la nobleza que son
tan estúpidos o ingenuos como para negarle la concesión de cualquier
medio de lucha real.
Todos esos medios de lucha tienen que ser excluidos de la actual sociedad,
una vez que las condiciones fatales de esa lucha tienen la desgracia de no
adaptarse a las fantasias idealistas que esos Doctores de las Ciencias
Sociales erigieron a la categoría de divinidades, bajo los nombres de
libertad, autonomía y anarquía.
Sin embargo, el movimiento de la clase obrera es hoy tan fuerte que estos
sectarios filantrópicos no poseen más que el coraje de repetir las mismas
grandes verdades sobre la lucha económica que proclaman,
incesantemente, acerca de la lucha política.
Son demasiado cobardes para aplicar estas verdades a las huelgas, a las
coaliciones, a los sindicatos, a las leyes sobre el trabajo de las mujeres y de
los niños, sobre la limitación de la jornada de trabajo, etc., etc.
“Las autoridades que mandaron abrir fuego contra los mineros de Rive-de-
Gier se encontraban en una situación lamentable. Sin embargo, actuaron
como el viejo Brutus cuando tuvo que decidirse por el amor a su patria o por
el cumplimiento de su deber como cónsul. Tuvo que sacrificar a sus hijos
para salvar la República. Brutus no dudó y la posteridad no se atrevió a
maldecirlo por ello“. (1)
Ningún trabajador recordará que un burgués jamás habría dudado en
sacrificar a sus trabajadores para salvar a sus intereses.
Sin embargo, hay que decir que ciertamente existe un derecho a la idiotez.
Karl Marx
Notas: